Ya habían pasado varias semanas mes desde que Wilson, el amante de mi mujer, nos había incumplido una cita. En aquella ocasión ella había estado esperando con ansiedad ese encuentro y fue una verdadera decepción que él no pudiera llegar. Así que ahora, pasado el tiempo, la expectativa de verse con él era muy alta. Hasta último momento tuvimos dudas acerca de su llegada, pero finalmente apareció.
El proceso previo había estado lleno de incertidumbres, porque la vez anterior estuvo chateando con nosotros desde un café internet y, cuando ya todo estuvo acordado y partió a encontrarnos, descubrió que había dejado su celular en aquel lugar. Regresó de inmediato a recuperarlo, pero ya no lo encontró, y ese incidente obstaculizó una noche de sexo muy esperada. Quedamos incomunicados, lo esperamos casi por dos horas con la esperanza de que llegara, pero nunca llegó.
Al igual que la vez anterior, nos ubicamos con mi esposa en una habitación espaciosa, en un motel, y estuvimos a la espera. No demoró mucho en llegar. Acudió muy puntual a la cita y bien dispuesto a brindar todas las atenciones a mi esposa que, con solo verlo, se derretía en ganas de disfrutar de sus proezas sexuales.
Sonó el timbre del teléfono en nuestra habitación para anunciar su llegada y, como estaba acordado, salí a encontrarle para dirigirlo a nuestra habitación. Cuando le vi, lo saludé agitando mi mano y le pregunté: ¿Cómo está? Con la herramienta lista, patrón. Me sorprendió con la respuesta, me dio algo de risa y repliqué; bueno, espero que la sepa usar, pues la señora esta que se muere de ganas por tenerla adentro. Tranquilo, me dijo, no se va a arrepentir.
Llegados a la habitación, ella nos abrió la puerta y de inmediato fijó la atención en su hombre, a quien esperaba ver y saludó con un abrazo, que fue correspondido por él con un beso en la boca. Así que ya estaba todo dispuesto. No había nada que decirse; eran innecesarios los coqueteos y los rituales de seducción. Ambos sabían a que iban y se notaban ansiosos por empezar, sin demora.
Y allí mismo, en medio de la habitación, empezaron los preliminares. El la abrazó, la siguió besando, desabrochó su cinturón mientras lo hacía, bajo la cremallera de su pantalón, expuso su miembro y dirigió las manos de ella para que lo acariciara. La sensación debió ser muy placentera, porque de inmediato se vio como ella se entregó a aquel hombre y se dejó llevar de acuerdo a sus instrucciones. En esa mezcla de besos y abrazos, con su miembro erecto a la vista, el muchacho apretaba su cuerpo al de ella, quizá con la intención de que ella se excitara aún más con la sensación que aquello le producía.
El deslizó sus manos por debajo de la chaqueta de mi esposa, para acariciar su torso, por debajo de la prenda, descubriendo que ella estaba casi desnuda. Y, en efecto, fue ella quien dispuso quitarse la chaqueta y dejar a la vista un body negro, transparente, que dejaba ver sus senos, casi que desnudos. Encima del body únicamente llevaba puesta una corta falda roja, sus pantis, unas medias rojas y sus zapatos, también rojos. La tarea de desvestirla no estaba complicada para él.
Y fue allí mismo, al lado de la cama, como poco a poco, entre besos y abrazos, se fueron desvistiendo. El, se dio mañas para retirar su falda y bajar la parte superior de su body, dejando al desnudo su torso y disfrutar de la vista de sus senos. Y ella, por su parte, retiró la camiseta de su macho, procurándose el contacto directo de sus torsos desnudos. Wilson, con su pantalón a medio bajar y su miembro erecto a la vista, empujaba rítmicamente contra las caderas de mi mujer, como si ya la estuviera penetrando. Y ella, ansiosa, le seguía el juego, sobando con sus manos aquel miembro grande y duro.
El, ahora, poco a poco la empujó hacia la cama, forzándola a recostarse en ella. Cuando lo hizo, se colocó encima de ella y empezó a besarle todo su cuerpo, iniciando por sus senos, los cuales acarició repetidamente con sus manos. Siguió en esa dinámica, pasando de los senos a su abdomen, de allí a sus muslos; la volteó para besar su trasero y acariciar mientras tanto todo su cuerpo. Y luego, metió su mano bajo sus pantis y empezó a estimular su clítoris con sus dedos. Ella empezó a contorsionar su cuerpo y mostró en su cara una expresión de placer, gimiendo tímidamente mientras él proseguía con su faena.
Y después, para finalizar el ´proceso, decidió besar su vagina. En ese punto, ella estaba disfrutando al máximo. Su boca se abrió y gimió cada vez con más fuerza a medida que él jugaba con la lengua dentro de la vagina de mi mujer. El, procuró que ella abriera sus piernas para poder acceder a su clítoris con más facilidad y permitir que su lengua entrara, más profundo dentro de su sexo. Ella contorsionaba su cuerpo y gemía, una y otra vez, con cada una de las embestidas de su lengua. Y así pasó un largo rato. Luego, él se retiró y se incorporó, poniéndose de pie a un lado de la cama.
Mi esposa, no lo dudó, se sentó en el borde de la cama, tomó entre sus manos aquel miembro, se lo llevó a la boca y empezó a chuparlo con la misma devoción que aquel le dedicó unos instantes antes. Con una mano friccionaba el tronco de aquel pene, arriba y abajo, mientras su lengua se concentraba en el glande, y con la otra mano acariciaba sus testículos. Permaneció en esa actividad unos minutos, trabajando con su lengua sobre aquel duro y palpitante miembro.
Poco después, Wilson, la empujó de nuevo hacia atrás, para que ella se recostara en la cama, y nuevamente decidió atacar su sexo con su lengua. Esta vez la chupó con más intensidad y ella, muy excitada, colocó sus brazos por encima de su cabeza y se entregó al placer que le producían aquellas sensaciones. Sus piernas se relajaron y se abrieron aún más, permitiendo que aquel hiciera con ella lo que quisiera. Ella gimió y gimió y, en algún momento, pareció que alcanzara el orgasmo, porque gimió con mayor fuerza, tensó su espalda por unos instantes y pareció relajarse a continuación, cuando todo pasó.
Él, se incorporó, mientras ella permaneció tendida en la cama, con sus piernas abiertas y su sexo expuesto, terminó de bajarse los pantalones, se quitó los zapatos y las medias y quedó, ahora sí, completamente desnudo. Se dirigió ahora al costado opuesto de la cama, donde estaba la cabeza de ella, se colocó enfrente, dejando su pene en frente de la cara de mi esposa y, se dispuso, nuevamente, a chupar el sexo de ella, asumiendo la posición del 69.
Él, acarició los muslos de ella y hundió su cara en su sexo, y ella, a su vez, tomó aquel miembro entre sus manos y lo chupó, una y otra vez, mientras aquel empujaba, simulando la penetración, usando su boca como vagina. Y pasaron así varios minutos, procurando él que ella volviera a gemir de nuevo. Lo cual sucedió a los pocos instantes.
Una vez más, él se incorporó, arrodillado a un costado de ella, mostrándole su pene erecto, húmedo y palpitante. Ella entendió que él quería más atención con su boca, pero él le insinuó que se acomodara, acostada sobre la cama, lo cual obedeció ella con prontitud. Él, había decidido, entonces, que había llegado el momento de penetrarla.
Ella se acomodó, recostada sobre la cama y abrió sus piernas para que él se acomodara en medio de ellas y accediera a su vagina con facilidad. Y él, así lo hizo. Acomodó con su mano el pene a la entrada de su vagina y empezó a empujar, poco a poco, para penetrarla. El miembro entró sin dificultad dentro de la lubricada vagina, y empezó a embestir rítmicamente dentro de ella, que abrió aún más sus piernas, se relajó y disfrutó de las embestidas de su macho.
A medida que aquel empujaba, ella levantó sus piernas para permitir una penetración más profunda y, conforme avanzaba el proceso, ella se aferró de la cabecera de la cama para resistir las embestidas que cada vez eran más fuertes y a mayor velocidad. Ahora ella bajó sus piernas y empujó, también con sus caderas, acoplándose al ritmo de las embestidas de aquel. Wilson empezó a variar sus posiciones estando encima de ella, formado una cruz con sus cuerpos. Parece que en esa posición su pene tocó fibras sensibles en la vagina de mi esposa, porque ella hizo gestos con su rostro, señal de que experimentaba intensas sensaciones.
Ahora él se tumbó a un lado de ella y le insinuó que lo montara, que se colocara sobre él y tomara el control. Ella lo hizo de inmediato y movió sus caderas circularmente, estando montada sobre aquel miembro. Su cuerpo se deslizó sobre el de aquel, arriba y abajo, manteniéndose aferrada a aquel pene. Y así, por varios minutos, continuó el contoneo de sus cuerpos. Ella empujó, él le respondió, y ella gimió y, cuando lo hizo, el empujó aún más fuerte.
Ahora, él la colocó a un costado mientras la siguió penetrando y empujando. Ella, que ya no está sobre él, no se desprendió y siguió conectada. El levantó una de sus piernas para que la penetración fuera bien profundo y, en algún momento, decidió cambiar la posición. La colocó en posición de perrito y la penetró desde atrás, empujando con vigor mientras sus manos se encargan de acariciar todo su cuerpo, especialmente sus senos. También, en esa posición, él se atrevió a halar de su cabello, lo cual ella pareció disfrutar al ritmo de sus embestidas.
Así siguió por varios instantes hasta que, tal vez, próximo a su clímax, él la colocó boca a arriba y la penetró de nuevo, en la posición de misionero, pero esta vez con más fuerza e intensidad. Ella, empezó a gemir otra vez, a contorsionar su cuerpo, a expresar a través de los gestos de su rostro la extrema excitación que estaba sintiendo, y a bambolear sus piernas, quizá para hacer más intensa la sensación. De ese momento quedan unas fotografías memorables. Él siguió empujando dentro de ella y, de un momento a otro, se incorporó de repente para descargar su semen en el pecho de ella. Él, quiso que ella se lo chupara, pero ella se resistió. Y ahí acabó todo.
Después de eso, los tres nos pusimos a charlar, mientras nos bebíamos unos tragos de licor. Ella se vistió ligeramente, cubriendo su torso con el body, y el siguió desnudo, sin inmutarse. Y así pasaron los minutos. Ella empezó a preguntarle por su trabajo, por sus actividades, sobre lo sucedido la vez anterior y lo frustrada que se había sentido porque había deseado estar con él y lo había dado por hecho. Él contó los detalles de su historia y las dificultades que había tenido y que, pasado el tiempo, simplemente no le había pasado por la cabeza haber llegado a donde nos encontrábamos.
Bueno, le dije, si hubiera llegado en aquella ocasión, ella lo hubiera estado esperando, pero tal vez la faena no hubiera sido tan intensa como lo ha sido el día de hoy. ¿Cómo la ha encontrado? Bien, dijo. Ella lo hace muy rico, me hace sentir cómodo y a mí me gusta estar con ella. Así que hago lo que sea para que me tenga en cuenta, dijo riéndose. No sé qué piense ella. ¿Si lo hago bien? le preguntó. Si, muy bien, le respondió ella. Y así, entre unos tragos y conversando sobre cosas sin importancia, fueron pasando los minutos.
Al rato, él se empezó a estimular a sí mismo y bien pronto tenía nuevamente su miembro erecto. Y, con toda naturalidad le preguntó a ella, ¿tienes ganas de que estemos juntos otro ratico? Sí, claro, le respondió ella. Así que él se dejó caer de espaldas, puso las manos a los costados y dejó su miembro erecto a la vista de mi mujer, que bien pronto entendió lo que aquel quería, de modo que tomó aquel miembro en sus manos y volvió a chuparlo para ponerlo totalmente a punto.
Pasados unos instantes, ella volteó a mirarme y me pidió que le alcanzara un condón. Lo hice y ella procedió a colocárselo y, aprovechando que él estaba recostado en la cama, lo montó para ser ella quien controlara la situación. Y así lo hizo; lo montó, acomodó el pene en su vagina, se dejó caer sobre él y empezó a moverse rítmicamente. Primero movió su cuerpo adelante y atrás, y después empezó a mover sus caderas a un lado y otro. No había gemidos aún.
Pasado un tiempo, él se incorporó hasta quedar sentado, manteniendo a mi esposa también sentada sobre su pene. Y así, en esta posición, empezó a embestir. La penetración debió ser muy profunda y placentera, porque, casi de inmediato, ella empezó a hacer gestos y a gemir de nuevo. Sólo que esta vez él acalló esos gemidos porque, dado que sus rostros estaban frente a frente, aprovechó para besarla y ella no lo rechazó. Estaba encantada. La sensación de la lengua de aquel dentro de su boca, mientras su pene subía y bajaba dentro de su vagina, debió ser intensa. Al menos eso mostraba la expresión de su rostro y las posturas que asumía su cuerpo con cada embestida. Y así continuó hasta que, besándose con aquel, empezó a gemir otra vez, hasta que no pudo más y explotó de placer.
Se retiraron por unos instantes, pero Wilson es un morocho incansable y, teniendo aún su miembro erecto, quiso seguir la faena, aunque ella, a estas alturas de la noche, parecía estar exhausta. Él se levantó, quedando de pie, y ella también lo hizo, quedando frente a él, de modo que se besaron otra vez. Tal vez ella lo asumió como la despedida, pero él aún no había acabado. Después de unos acalorados besos, el hizo que se pusiera de espaldas a él y que se inclinara, apoyando sus manos sobre la cama, para poder penetrarla desde atrás. Y así lo hizo. Empujó y empujo, mientras acariciaba los senos de mi mujer, hasta que volvió a despachar su carga de semen y la pasión volvió a la calma.
Ahora sí, acabada esta faena, la velada llegaba a su fin. Mi esposa procedió a vestirse y fue evidente para él que el encuentro había acabado. Fue una follada esperada, que valió la pena. Después de aquello salimos de aquel motel, nos despedimos y todos felices, de regreso a casa. Fue una sesión de sensaciones intensas. Fue una noche memorable.