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Verano en Mallorca (Capítulo 1)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

1978, Port de Salver, Mallorca. A comienzos del verano, me encuentro en las playas cercanas, en el área de las urbanizaciones, donde se congregan muchos turistas nacionales y extranjeros, especialmente ingleses y alemanes. Es noche de jueves y hace unas horas se abrió la disco en la playa, una zona de la playa alejada de las casas, de unos 1,000 m², delimitados con una pequeña cerca de tablitas donde se han instalado unas Minitecas muy ruidosas, música caribeña, brasilera y también rock, tanto en español como en inglés, que se alternan entre las tres durante la noche hasta el amanecer.

Estoy nuevamente buscando a Pili, la hija de Antonio, una chica preciosa que sin embargo está fatalmente determinada a destruirse a sí misma, no sé por qué.

El pasado verano, en dos oportunidades, se perdió en esta jungla de sonido, alcohol, drogas y sexo para atiborrarse de ellos hasta caer desmayada. En ambas oportunidades, una al comienzo del verano y la otra un mes y medio después, fue encontrada por los Gendarmes locales desnuda, drogada, ebria y violada salvajemente, totalmente desmayada y casi en estado de shock. Trasladada a la medicatura más cercana y luego al Hospital de Palma, le determinaron que tenía alcohol en su sistema suficiente para una intoxicación etílica, droga -netaepiscopalina– consumida aparentemente en pastillas que casi llegó al nivel de sobredosis y por las lesiones en sus partes íntimas y en diferentes sectores de su cuerpo, los médicos suponían que había sido sodomizada por al menos diez hombres distintos. Boca, vagina y ano. Le encontraron en su piel grandes cantidades ya resecas de semen humano. Había sido abandonada allí en la playa unas pocas horas antes, totalmente sin sentido.

Y acababa de pasar de nuevo, hacía dos semanas y solo iban tres del verano. Su padre no sabía de ella y no tenía idea de su paradero. Él suponía que estaba internada en Suiza, donde la dejó hace unos meses, pero la encontré la semana pasada cuando de la Gendarmería llamaron a nuestra casa, por el hallazgo en la playa. Fui al Hospital y la reconocí. Antonio se encuentra incomunicado en una excursión al Salto Ángel, en Venezuela, con mi tía Lisa, Tita. Y la chica, al recobrar el conocimiento, indicó el teléfono de su padre. El ama de llaves de Antonio recurrió a mí, no pude escurrir el bulto y fui a buscarla.

Siempre, hasta ahora, ha tenido suerte de que la encontraran a tiempo y le salvaran la vida; físicamente logró recuperarse en las tres oportunidades, pero en su psiquis… bueno, eso es otro asunto.

Y aquí me encuentro yo, impulsado por mi sentido de la amistad y compromiso con Antonio, el amante de mi Tita, buscando a esta joya para ver si puedo salvarla de sí misma, ya que su padre se encuentra de viaje y no hay nadie más que se preocupe por ella. Son aproximadamente las doce de la noche cuando logro verla entre la gente, pero ya va totalmente ebria. Se encuentra con otra yonki que también va hasta los cachos y se pierden entre el gentío, animales sociales que se reúnen aquí a beber, bailar, drogarse y “soltarse el moño”, es decir, a hacer aquí todo aquello que les avergonzaría hacer en condiciones normales en sus hábitats particulares y naturales.

Trato de seguirla, a ver si la capturo, la cargo y me la llevo en el auto, pero es difícil. Al rato logro verla de nuevo, pero noto que ya va hasta el culo de droga y sigue bebiendo. Baila descontroladamente, como poseída y los hombres con quienes se roza, le meten mano por todos lados, la besan, la magrean, la palmean… me empujan y nuevamente fallo en tomarla.

Repentinamente desaparece otra vez de mi vista y ya me voy cansando del asunto, estoy a punto de resignarme y darme la vuelta para buscar mi coche y largarme de allí, cuando veo un grupo de personas que llaman mucho mi atención. Una mujer madura, de unos 40 años quizás y una joven veinteañera realmente hermosas, rubias, de unos 1,65 o 1,70 de estatura, con bustos y traseros suculentos, acompañadas de un chico como de 20 años, de mi estatura y complexión, con otra mujer un poco madura algo parecida a ellas, otra chica veinteañera, castaña de pelo ondulado y busto extraordinario, muy bonita ella por demás y un individuo contemporáneo de ella, casi tan alto como yo, pero sumamente delgado. Un flaco raquítico, pero con cara de taimado. Estos últimos me parecieron ya conocidos… no sé de dónde, pero…

Esas dos primeras, supongo que madre e hija, son las mujeres más hermosas que he visto en los últimos años, claro está, descontando a Lisa, mi tía, Tita. También supongo que la última rubia debe ser hermana de la primera, por su extraordinario parecido. Y los demás serán amigos o familiares. Van muy unidos y bebiendo “chupitos”, estimo que tequila, de una botella que lleva el flaco y que les va dando de un vasito, a todos y cada uno.

La señora va con un vestido negro, tirantes al cuello, escote sustancial y falda a media pierna, con tacones medianos y se ve como de concurso. Me dejó paralizado al verla nomás. “Su hija”, supongo, va con un vestidito rosado, también con escote y espalda descubierta, falda a media pierna, pero con zapatos de muy poco tacón. La otra “madura”, va con un vestido muy ceñido, azul eléctrico, minifalda y tacones; muestra casi todo, porque se le ven las bragas al caminar y las tetas luchan por salir de su vestido. Y la última, lleva una minifalda muy suelta y una blusa ancha y de muy poca tela, también mostrando toda la mercancía, especialmente las enormes y maravillosas tetas, que se bambolean al caminar. Los chicos van de bermudas y franelas, zapatos deportivos.

Al verlas, admirarlas más bien, observo que ninguna lleva sostén y tal vez solo una o dos de ellas lleve bragas, no sé. Ya perdida la chica que busco, Pili, me quedo observando a este grupo, por la atracción que siento por la madura del vestido negro y la joven que supongo su hija. Me siento deslumbrado. Y los “chupitos” van y vienen y se nota el comportamiento más relajado de las mujeres y la perversión en la cara del flaco, pero también la incomodidad en el otro joven. Poco a poco me acerco un poco más a ellos, a unos escasos tres metros y observo… y observo. En una de esas, noto que el flaco sirve un “chupito”, saca un pequeño frasquito del bolsillo y lanza en el vasito una pastilla que sacó del frasco. Y le da el trago a la señora del vestido negro. Esta se lo bebe de una y sigue bailando sola, allí, con ellos. A los pocos minutos, quizás unos diez, el flaco toma a la señora y se pone a bailar con ella, una samba… la manosea, la palmea por las nalgas, la abraza, le da vueltas, se la goza. Y ella responde con sonrisas a todos sus toqueteos. Los demás observan, bailando pasivamente y bastante ebrios. Bailando, bailando, se van dirigiendo a un rincón de la pista donde se encuentran con cuatro mulatos, con cara de caribeños, que están en pantalones arremangados, descalzos y sin camisa, sudados, bailando de forma grotesca y tratando de manosear a las mujeres que se les ponen a tiro. El flaco se les acerca con la señora y descaradamente se las ofrece, por quinientas pesetas, logro escuchar. Los negros le dicen que solo tienen cuatrocientas y hacen negocio. Recibe los billetes y les deja la mercancía. A todas estas, la hermosa mujer esta ebria y muy pero muy caliente, desbocada. El negro líder la besa en la boca y casi se la come. Luego la abraza por detrás para seguir bailando con ella, pero frotándose contra aquel maravilloso culo y sus amigos empiezan a sacar a relucir sus enormes pollas, ya empalmadas desde hace rato. Mientras, el “jefe”, que la tiene por detrás, se saca la suya y le arranca a ella sus braguitas. La inclina de espaldas a él, para tratar de penetrarla y le ordena que debe chuparse todas esas pollas a su disposición. La rubia esta descontrolada y sigue meneando su cuerpo al compás de la música, restregándose del mulato, como si estuviera en trance. Y yo estoy observando. Y ella a punto de ser penetrada por detrás y por su linda boquita.

En ese momento, ya asqueado de la situación, reacciono de forma no común en mí, con violencia, pero con atención a la situación. Saco el llavero que llevo en el bolsillo, un cubilete largo y delgado como de 10×3 cm -para escanciar whisky- y se lo introduzco en las nalgas al negro líder, lo tomo del cuello y aprieto ambas partes. Le digo al oído:

– Negro, tienes una pistola en el culo, si no sueltas a la mujer y me la entregas, te desgracio. Y luego ya nada importará. Si alguno de tus amigos trata de hacer algo, el primer tiro es para ti. Tú decides – el negro me miraba de reojo, como tratando de medir la situación y se notaba tenso, lleno de adrenalina, no sé si por el baile y la posible carnicería que pensaban llevar a cabo o por la amenaza en su trasero. Sopesó sus posibilidades, deduzco yo y aceptó. Entonces le dije:

– Di a tus amigos que se retiren hacia el centro de la pista, suelta a la mujer y retírate despacio. Cualquier tontería y te dejo sin bolas aquí mismo. Si te pones cómico, plomo – el negro me preguntó que por qué quería quitarle a esa maldita zorra y le dije simplemente que era mi madre. Entonces él me dijo que tranquilo, que si la perra era mi madre, que me la llevara pero que les había costado 400 pesetas y las iban a perder. Metí la mano izquierda en mi bolsillo de la camisa y saqué billetes por quinientas pesetas y se los di. Él les explicó a sus compinches cual era la situación y le obedecieron. Definitivamente, él era el jefe. Soltó a la mujer, quien casi no se podía mantener en pie y empezó a recular y yo no dejaba de apuntarlo con el cubilete, que lo tenía asido de manera que pareciera una pistola. Me eché a la mujer en el hombro izquierdo y me retiré despacio sin apartarlos de mi vista. Y me fui hacia la playa, caminando con la rubia en hombros.

Ya en la playa, lejos del barullo, la puse en pie para que caminara y tratara de recuperarse. Y caminábamos con los pies en el agua, que yo pensaba que la haría reaccionar. Al poco, vomitó hasta el alma. Se arrodilló para hacerlo y yo la aguantaba por la cintura y sujetaba su cabeza. Continuamos caminando y nuevamente vomitó. Así llegamos a un chiringuito de la playa, donde vendían bebidas, la senté en un banco de plaza y compré una botella de soda y solicité si tenían limones. Me dieron uno picado en dos y una parte la exprimí en la botella y la otra la dejé en mi mano. Volví con ella y le hice beber de la botella, para que se enjuagara la boca y para que luego tragara soda con limón. Después le exprimí el otro pedazo de limón en la boca y reaccionó a la acidez. Y continuamos caminando, para que se recuperara. Ella me abrazaba por la cintura, para no caerse y yo la llevaba igual. A su contacto, yo sentía como golpes de electricidad, esa mujer me había impactado. Lo cierto es que una hora después del atrevido rescate de aquella hermosa mujer, estaba sentado con ella en la arena, ella recostada de mi pecho y yo acariciando su cabellera, movida por el viento. Y le pregunté:

– ¿Ya te sientes mejor?

Ella me miró a los ojos y me dijo:

– ¿Quién eres tú? ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estamos?

Le respondí a todas sus preguntas:

– Me llamo Alejandro, te saqué de la disco, porque habías caído en manos de cuatro negros que te iban a destrozar y estamos aquí tratando de que te recuperes, porque bebiste demasiado y no te podías mantener en pie. Si ya te sientes mejor, puedo llevarte a tu casa – ella se me quedó mirando, como tratando de asimilar todo lo que le dije y parecía no comprender nada. Solo atinó a meter su cabeza contra mi pecho y abrazarme fuerte. Entonces con una voz muy dulce me dijo:

– Me siento muy mareada, no sé qué pasó, no sé dónde estoy, siento un gran calor en mi cuerpo, como si me estuviera quemando – yo le conté de la pastilla que le habían dado y mi sospecha de que era alguna droga que la había puesto en ese estado. Ella seguía aferrada a mí y me acariciaba el pecho, jugaba con mis vellos a través de mi camisa desabotonada. Me daba la impresión que estaba muy excitada sexualmente.

Una vez que se sintió menos mareada, me pidió que la llevara a su casa, si podía. Le pregunté la dirección y empezamos a caminar hacia el parqueadero, donde había dejado mi coche. Una vez llegados, abrí la puerta del Peugeot 505 GTI y la senté en el asiento de la derecha, cerré la puerta y me dirigí a la otra puerta, entré y encendí el V-6. Arrancamos hacia su casa, ubicada en la Urb. del Sol, al otro extremo de la playa. Llegados allí, una dúplex de tres plantas con escaleras externas que las comunican entre sí, pasamos por una puerta hacia el patio trasero, donde hay una gran terraza y una piscina de unos 10×6 m.

La senté en una tumbona al lado de la piscina y le pregunté:

– ¿Y ahora que estamos aquí, que hacemos, donde está la llave? – ella me respondió:

– La llave la tiene mi hijo, pero allá en esa jardinera, en la esquina, hay una piedra floja. Sácala y debajo encontrarás una llave. Es de la puerta principal, por el frente. Abres y luego vienes al fondo a este ventanal. Lo abres desde adentro.

Eso hice y una vez dentro, abrí el ventanal y pasé a la terraza. Ella seguía echada en la tumbona, como distraída. Me preguntó:

– ¿Cual nombre me dijiste? – y yo le respondí:

– Alejandro – y ella:

– Lindo nombre, me gusta, va contigo – me miró a los ojos y nuevamente me hechizó. Me dio un beso muy dulce y prolongado en la boca y me dijo que era muy guapo. Luego me comentó que, si había entendido bien, yo la había salvado de una violación en grupo, por parte de unos negros. Le respondí, con cierta humildad que sí, que era cierto. Ella seguía mirándome con esos ojazos que parecían un poema y me embelesaban. Y me acariciaba el pecho y jugaba con mis vellos pectorales. Así estuvimos un rato, no sé cuánto, hasta que se levantó, se sacó el vestido por la cabeza y quedó frente a mí por un instante, en toda su dimensión, desnuda y preciosa. Se volteó y se lanzó a la piscina. Yo no atinaba a moverme, pero de pronto pensé que podía ahogarse, por lo ebria y me paré, me quité la ropa lo más rápidamente posible y me lancé tras ella. La encontré tomada del borde del frente de la piscina, soplándose la nariz y sonreída. Estábamos en cueros, ambos. Me abrazó y me besó, con tanta pasión que casi me asfixia. Y me dijo que me deseaba, con locura, con mucha necesidad, que le hiciera el amor allí mismo, que me la follara salvajemente.

La emoción que sentí fue descomunal, tuve una inmediata erección. Cuando ella se percató de mi entrepierna, al salir yo de la piscina detrás de ella, se llevó las manos a la boca y me dijo:

– ¡Dios mío, eso no es una polla, tienes una anaconda allí! ¿Cuánto mide esa maravilla? – lo único que atiné a hacer fue abrazarla y besarla. Entonces me pidió que la llevara a su habitación en el primer piso de la casa. La cargué en mis brazos y la llevé escaleras arriba, hasta una amplia y bonita habitación de casa de playa, con una cama King. La deposité en el piso y tomándome de la mano me introdujo al baño, hacia la ducha.

– Bañémonos juntos ¿Quieres? – me dijo. Abrimos la regadera y nos abrazamos bajo el agua, cual pareja de amantes enamorados. La enjaboné de pies a cabeza, pasándole mis manos con jabón por cada rincón de su exuberante cuerpo, deteniéndome especialmente en las zonas del placer. Muy especialmente en su tesoro y su botón mágico hasta obtener de ella un delicioso orgasmo. Luego ella limpió todo mi cuerpo, de igual manera, misma metodología, salvando el tipo de componente y nos salimos de la ducha, nos secamos y a la cama, raudos y felices. Allí disfruté de su cuello, de sus hombros, sus tetas. Dios mío, que tetas tan maravillosas, grandes tipo pera, con enormes areolas rosadas y pezones regulares pero duros. Tetas que ni la gravedad había podido afectar aún con sus cuatro décadas de vida. Con un lindo valle entre las dos montañas que invitaba a vivir allí.

Luego bajé hacia los senderos del placer, me encontré en el camino un bonito ombligo al que saludé efusivamente y continué la ruta hasta llegar al Monte de Venus, adornado con un triangulito de pelos bien cortados que acaricié con mis dedos y mi lengua. Siguiente parada una hermosa y jugosa vulva, con labios gruesos bien definidos y muy suaves y al separarlos con mis dedos, apareció una flor espectacular, labios delgados perfectos, sin sobrantes y un clítoris que enamoraba de solo verlo, casi del tamaño de la falange de mi dedo meñique.

Menudo tesoro me he encontrado esta noche. Jamás imaginé una mujer madura como ella, completa, toda una hembra, con todos los juguetes.

Luego de comerme casi literalmente esa flor y arrancarle los gemidos más agradables que haya escuchado jamás, disfruté un rato de unas hermosas piernas bien torneadas y unos lindos pies muy bien cuidados. En resumen, una diosa que despertó en mi toda mi capacidad sexual, erótica y pasional. Me convertí en un animal sexual, dispuesto a disfrutar de semejante manjar. Y así fue, lo disfruté a satisfacción total. Aquella hembra obtuvo lo mejor de mí esa noche, pero lo que yo obtuve de ella fue más, mucho más. Nos besamos apasionadamente, nos chupamos, nos mamamos, nos follamos, gemimos, jadeamos, gritamos de placer, puro y simple placer. Fueron unos momentos que parecían eternos, que nos llevaron a unos cinco orgasmos de ella –tres mientras duró la penetración– y a una eyaculación abundantísima de mi parte, en medio de gritos de placer de ella y gruñidos de ambos. En un momento dado, durante su mejor orgasmo, me clavó las uñas en la espalda. Pero fue delicioso. Al final, ya rotos de placer, quedamos acostados uno al lado del otro, se me encimó y me susurró al oído:

– Nadie me había cogido así, jamás en mi vida. Creí que me ibas a romper con esa enorme verga que te gastas, pero no. Estoy lista para ti, porque quiero más, mucho más. Si no huyes de mí, te voy a hacer muy feliz, porque yo soy una hembra en celo permanente – y empezó a acariciarme. Le pedí un poco de calma, que me permitiera recuperarme para poder satisfacerla nuevamente. Así nos quedamos dormidos. Yo no atiné siquiera a responderle a tan increíble declaración. Quedaba pendiente.

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