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Verano en Mallorca (Capítulo 2)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Despertamos al rato, seguimos recostados, yo boca arriba y ella casi sobre mí, su cabeza en mi pecho y una pierna sobre las mías y descansamos un poco. Luego de algo más de media hora, ya yo estaba empalmado de nuevo, como la torre de la catedral. Y ella estaba pendiente, como al acecho. Fue al baño a asearse y regresó a por más. Empezamos de nuevo, desde el principio, todo el juego de caricias, como si siguiéramos un ritual preestablecido, luego, ya encendida, hicimos un 69, ella arriba de mí. Su corrida fue apoteósica, tanto que casi me arranca de un mordisco parte de mi bien más preciado. La tumbé en la cama, boca arriba, posición del misionero, para penetrarla suave y lentamente, con el ritmo que ella imprimía con sus caderas, hasta que se corrió nuevamente. Descansamos un ratito, para recobrar resuello y seguidamente me acosté boca arriba para voltear las tornas y ella pudiera cabalgarme profundamente, hasta los gritos. Pasamos al perrito y allí me demostró sus habilidades con los músculos de su vagina, poderosos y entrenados. ¡Aquella hembra desbocada era cangrejera! ¡Qué maravilla! Terminamos en un concierto de espasmos que más parecían estertores, por su orgasmo y mi eyaculación, casi simultáneamente. Me eché sobre ella para descansar un rato y la noté tocándose, parecía querer más. Increíble, había tenido otros 6 orgasmos, entre caricias, comida de coño, metida de dedos y penetraciones y todavía quería más.

Ya yo me sentía agotado, el esfuerzo había sido grande y a pesar de no haber bebido alcohol esa noche, sentía resaca, quizás por tantas emociones y tensiones contraídas esa noche. Y esta hembra no parecía estar satisfecha. Me quedé dormido, profundamente, hasta poco antes de amanecer.

Como a las 5 am sentí una mano delicada tocándome la polla; la acariciaba, paraba, luego seguía, hasta que me despertó y me dijo que seguía en celo, que necesitaba más. Me asusté, nunca en mi vida había dejado a una mujer insatisfecha, me consideraba un excelente amante, así me lo ratificaba Tita, quien era una hembra de bandera. Me levanté de la cama a darme una ducha fría, rápida y volví a la cama y cuál fue mi sorpresa que me estaba esperando para que la enculara, de una vez. Me tomó el falo, lo llevó a su boca y me dio una mamada de leyenda, rápida pero deliciosa. Eso me dejó, como al principio de cada uno de los dos polvos anteriores, firme y duro. Me coloqué un condón y entonces me embadurnó el pene con Aceite de Coco y se lubricó su ojete y me pidió que pasáramos a la siguiente dimensión.

La penetré despacio, con calma y mucho cuidado, por lo grueso de mi arma, pero ella solo gemía de placer. Poco después se quejó de dolor, pero decía que era leve y muy agradable, que le gustaba mucho y seguí hasta tener casi todo el pene dentro de sus entrañas. Entonces empezó a darme la mejor culeada que he recibido en mi vida. Yo gozaba como niño en Disneyland y ella gritaba de placer, tanto que parecía que estaban degollando a un cerdo. Pero lo disfrutaba, se le notaba en la cara de goce que tenía. Le había encajado tres cuartas partes de mi palo, al menos unos 15 cm. y ella estaba fresquita. Duramos un buen tiempo, hasta que mis piernas empezaron a flaquear, mientras ella estaba en una cascada de orgasmos. Según me dijo después, ella tenía más del doble de orgasmos por el ano que por la vagina. Sin tocar el clítoris, que ya era otra cosa. Orgasmos anales, orgasmos vaginales y orgasmos clitoreales. Sabía diferenciarlos y manejarlos. Aquello era demencial.

En plena faena, por el rabillo del ojo, de pronto noté que unas personas estaban paradas a la puerta de la habitación, observándonos boquiabiertos. Me asusté, me sentí muy incómodo, le indiqué a ella y con mucho enojo les soltó:

– ¿Que les pasa, nunca han visto a nadie follando? ¿Les gusta mirar? ¡Vayan a tomar por culo! Y tú, ¡Sigue follándome duro, que falta poco! – me sentí algo turbado, porque me pareció que eran sus hijos, pero por su reacción retomé el asunto, ella siguió con aquella magistral culeada y entonces acabé. Y al poco, ella también.

Al despertar, algo así como mediodía del viernes, la señora quería otro polvo y la mandé al carajo. ¡Me había reventado en la noche y todavía quería más! Me levanté, fui al baño a ducharme y lavarme la boca. Me dijo desde la cama:

– Si quieres utiliza mi cepillo de dientes, si ya me has comido hasta el coño, qué más da – salí del baño y me puse el pantalón para bajar al auto a buscar mi maletín. Regresé con él y me pude cepillar, echar desodorante y cambiarme de ropa, unos interiores limpios, una bermuda y una franela. Las medias y los Adidas. Un poco de colonia, peine en el cabello y los bigotes y listo. Ella, mientras tanto, me observaba desde la cama, apoyado el codo en el colchón y con la mano sujetando la cabeza, sonreída, pícara, deliciosamente bella. Se reía y yo pensaba que era de burla por mi negativa a otro polvo, así que le dije:

– No sé de qué planeta eres tú, ni siquiera me has dicho tu nombre, pero de verdad creo que mejor me voy, porque estoy reventado. Te eché tres polvos extraordinarios, al menos para mí, anoche, pero tú estás como si nadie te hubiera tocado. Me asustas.

Se levantó de la cama y pude mirar ese cuerpo tan maravilloso, portentoso, casi que juvenil. Se dio una vueltica y posó para mí, para que me diera gusto. Luego me dijo:

– Ángela – entró al baño a ducharse y cepillarse los dientes. Salió desnuda y se puso un bikini pequeñito pero muy lindo, del mismo tono de sus ojos azules. Se peinó con gracia y mucho donaire, mientras yo seguía allí parado, embobado, mirándola.

– Pensé que te ibas… ¿No te gustó lo que te di anoche?

– Claro que sí, realmente fue extraordinario, pero ya no tengo más pólvora, debo recuperarme.

Bajamos a la planta social de la casa, preparó café y desayunamos croissants con jamón y queso y bebimos zumo de naranja. Luego, a la terraza, frente a la piscina, sentados en un cómodo sofá de exteriores. Se acomodó contra mi cuerpo en posición casi fetal y se explayó conmigo:

– Alejandro, no sé qué me pasó anoche, recuerdo muy poco de lo sucedido hasta que me hiciste vomitar en la playa. Desde allí en adelante, si tengo algo más o menos claro, creo. Te estoy muy agradecida, no imaginas cuanto, por haberme rescatado de esos negros. No dudo de tu palabra, ni por un segundo. Si tú lo dices, yo te creo. ¿Sabes por qué? Lo veo en tus ojos, eres un buen hombre, creo que un hombre decente. Además, alguien que folla como tú, no creo que necesite mentir ni inventar historias. Créeme cuando te digo que nadie me había cogido como tú, anoche. Siempre he sido muy exigente, sexualmente hablando. Creo que es en lo único que he sido exigente en mi vida. Esta es mi casa, heredada de mis padres, me pertenece a mí, no al matrimonio que tengo con mi esposo Federico. Tengo una hija llamada Cristina, de 23 años, igualita a mí, parecemos el antes y el después de la misma persona. Es adorable, una persona sencilla, sincera, dulce, que roba corazones. Luego está mi hijo Nicolás, mi Niko. Es un muchacho de 19 años, buenmozo, casi tan alto y fuerte como tú, solo un poco menos. Es muy introvertido y sometido por su padre, por sus profesores y hasta por sus amigos. Creo que únicamente Cristina y yo no lo sometemos. Luego está Sara, mi hermana menor. Tiene 36 años cumplidos y nos parecemos bastante, menos que Cristina y yo, pero se ve que somos hermanas. Se acaba de divorciar de un patán que la tuvo sufriendo 15 años. Vino aquí con nosotros a dejar atrás tanto pasado amargo. Es alocada, alegre, muy sensual, más que yo. También está con nosotros una chica llamada Sonia, la mejor amiga de mi hija, desde la escuela. Es una castaña espectacular, con unos senos que arrebatan. De buen carácter, aunque un poco sometida también. Y por último un amigo de mi hijo, si es que mi hijo tiene lo que se llama amigos. Se llama Saúl, es casi tan alto como tú, pero flaco como sobreviviente de la Guerra Civil. Parece un silbido, mi hermana dice que parece un peo de culebra. Ese chico es malicioso, vulgar, taimado, pero divierte de lo lindo a todas estas mujeres y lo hemos consentido porque nos sentimos solas y mi hijo no arrima una. Solo él se ha encargado de mantenernos arriba.

Yo pregunté:

– ¿Y crees que es divertido lo que hizo contigo anoche? Si es así, dímelo, porque me voy ya de tu lado y no regreso más – ella continuó:

– No, por supuesto que no. Yo no sabía lo que él estaba haciendo, hasta que tú me contaste anoche toda la trama que viste en pleno desarrollo. Es un maldito, no cabe duda y me las va a pagar, pero antes de explotar, necesito pensar. Para no cometer tonterías. No es bueno actuar por el impulso de la rabia. Solo te pido que no me dejes ahora, te necesito. No solo por lo bien que me follas, te necesito porque eres fuerte y me puedes respaldar. ¿Me lo prometes? Mi casa y mi familia se están desmoronando y no lo puedo permitir.

Le dije que no me gustaba hacer promesas, pero que me quedaría con ella, en principio hasta el domingo, en que volvería a Palma, porque las Cortes funcionarán los lunes y martes y tengo dos casos corriendo. Soy abogado en ejercicio. No puedo faltar. El miércoles en la mañana podré regresar aquí hasta el otro domingo, en que se repetirá la situación.

Ella se acomodó y me siguió contando:

– ¿Te importa si te digo Ale? ¿No? Bueno, gracias. Ale, yo soy casada, mi esposo es abogado también, tiene un Gabinete Económico – Jurídico en Madrid, en sociedad con un gran amigo. Nos trajo aquí, como todos los veranos y al poco se regresó, como siempre, porque tenía negocios importantes que requerían de su presencia. Si, claro, tenía que regresar a follarse a su secretaria y posiblemente también a la mujer de su socio, que tuvo que viajar al exterior. Nos dejó aquí, por todo el verano, a nuestra suerte. Con todos los gastos cubiertos, claro está, pero solos. Y nosotros lo hemos tratado de aprovechar, divertirnos a nuestras anchas por su ausencia, porque con él todo es estricto, rígido. Me casé con él hace 23 años, por penalti. Me había embarazado de Cristina. Mi familia me repudió, pero él dio la cara y aquí estamos. Me ha dado el mejor de los sexos posibles para una ama de casa, que es lo que soy. Realmente es estupendo en la cama, me hace gozar de lo lindo. No como tú, pero hasta ahora, había sido siempre lo mejor. Pero me ha puesto los cuernos a su antojo todos estos años. Y yo siempre he sido una esposa sometida a su voluntad. Él es el fuerte, el que manda. Yo, la subyugada, la obediente.

Sin embargo, le he devuelto sus cuernos en más de una oportunidad, especialmente con amigos de él, para que le duela. A uno de ellos lo dejé tan enamorado de mí que se marchó a los Estados Unidos para no volver a verme, porque no soportaba el peso de la traición. Pobre.

Aquí, sin él presente, me he sumado al resto de mi pandilla para ir de marcha, a la disco, a la playa, a reunirnos con chicos y chicas divertidas. La semana pasada me ligué un cachorro de 25 añitos, me lo traje a casa y lo exprimí durante dos días y sus noches, hasta que huyó de mí. No lo he vuelto a ver. Mi hija ha ligado con dos o tres chicos, pero nada que pudiera considerarse memorable. Mi hijo, en blanco, por su personalidad tan retraída. Mi hermana, esa niña se ha ligado con todo tipo de ejemplares. Ahora está de perra con Saúl, quien también emperró a Sonia y las tiene para él solo. El chico se las trae, las complace de verdad, con todo y lo flaco que es. Y nos tiene en su mira a Cristina y a mí.

Bueno, te he pintado un panorama. Tal vez te parezca que soy una vulgar puta y quieras dejarte de mí, no lo sé, aunque tal vez ahora que sabes más de mí y mi situación, quieras ayudarme.

Yo la escuchaba, atento pero pendiente. «Esta hermosa mujer es impresionante, tal vez quiera manipularme, no lo sé. Por lo pronto, voy a seguir su juego». Entramos a la casa cuando empezaban a aparecer en escena los demás.

La primera fue Sara, la hermana de Ángela. Llevaba un bikini de infarto, donde apenas se dejaba tapado lo innombrable:

– Buenos días hermana, veo que la pasaste muy bien anoche, tus gritos se oían en la calle, quizás toda la isla se enteró. ¿Y quién es el galán que te sacó tanto alboroto? – y Ángela me presentó:

– Alejandro, un chico muy galante que conocí anoche y que me sacó de un apuro, un verdadero aprieto. Ella es Sara, mi hermana menor, una de mis personas preferidas – y yo:

– Mucho gusto, Sara, encantado de conocerte. Gracias por lo de galán, no creo serlo – y ella: – Además es modesto el chico, que bueno. Potente en la cama y modesto en el trato. Excelente combinación.

Luego aparecieron Cristina y Niko, uno tras otro, con cara de sueño aún, ya en bikini y bañador, respectivamente. Esa chica era verdaderamente espectacular, una diosa, linda y sencilla, con un bikini muy bonito, nada vulgar. Tenía una carita de ángel recién despertado, con una sonrisa de esas que alegran hasta a un muerto. Y el chico, huraño, medio dormido, hosco. Ángela nos presentó:

– Hijos, él es Alejandro, mi amigo desde anoche, alguien que me ayudó mucho en un momento de apuro. Le estoy muy pero muy agradecida y le invité a quedarse conmigo, no con nosotros, dije conmigo. Ale, ella es Cristina, mi pedacito de cielo y él es Nicolas, mi Niko, un sol para mí.

Igual les respondí que me daba gusto conocerlos, aunque me hubiera gustado decirle a Cristina que especialmente a ella. Ambos me estrecharon la mano que les tendí, ella cordial, con agrado, por la calidez que sentí de su mano y él seco, por educación, simple y llanamente.

Al rato las mujeres empezaron a preparar la comida y comenzamos a escuchar gemidos de placer, luego más seguidos, más volumen y después gritos de placer. Sara se me queda viendo y me dice:

– No eres el único que sabe hacer gritar a una mujer, como podrás escuchar; allá esta Saúl exprimiendo a Sonia, su perra en celo.

Ángela se le quedó mirando, con cara de desaprobación, pero no dijo nada. Entonces Sara volvió al ataque:

– ¿Hermana, acaso te cree la única que tiene derecho a gritar de placer? Ya Saúl se encargará de hacérnoslo a todas. Él sabe cómo, muy bien…

A Ángela no le agradó el comentario, pero calló, no quería polemizar.

Ya lista la comida, llamaron a Sonia y a Saúl para que bajaran y nos presentaron. Yo aproveché que tenía los cubiertos en la mano para no estrechar la de Saúl, por la repulsión que ya le tenía desde anoche. Me provocaba partirle la cara, por miserable, pero tenía que comportarme, a petición de Ángela.

Durante la comida salieron a relucir preguntas de todos, que en donde te habías metido anoche, mamá, que te habías hecho, hermana; del imbécil de Saúl que la había extrañado mucho. Solo su hijo no preguntó. Y Sonia, tal vez sin mala intención, pero con picardía:

– Ángela, supongo que anoche por fin la pasaste bandera, porque esos gritos tuyos de la madrugada, ni yo con Saúl.

Ese fue el último comentario que estaba dispuesta a tolerar, por lo cual se levantó de la mesa, le dio una mirada fuerte, profunda, a cada uno y se retiró a la piscina. Se hizo el silencio, hasta que Nicolas dijo:

– No me están preguntando, pero mamá parece estar muy feliz con su nuevo amigo y tiene cara de pocas pulgas para con nosotros. Recomiendo no joder mucho, por si acaso – y se levantó y salió en pos de su madre.

A esto, Saúl, el repulsivo, soltó:

– No sé qué le pasará, pero en esta casa se hace lo que yo decido, no se crea ella que nos va a intimidar – y le dio una nalgada dura, explosiva a Sonia que pasaba a su lado en ese momento. Luego Sara y él subieron las escaleras y al poco se escuchaba a Sara gimiendo y gritando de placer.

Los demás salimos a la terraza y al poco estábamos metidos todos en la piscina, jugando y divirtiéndonos.

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