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Virgen a los cincuenta años

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Hace muchos años una de las cosas que más me gustaba hacer era desvirgar a las chavalas.  Tenía un tacto especial con ellas. Al vivir en una aldea donde todo el mundo se conocía la voz se corría y gracias a eso desvirgué a unas cuantas. Lo que jamás pensé fue que iba a tener la oportunidad de desvirgar a mi tía Ramona que tenía cincuenta años y que muchos años atrás se casara por poderes con un gallego afincado en Venezuela. Su marido muriera antes de que ella fuera para ese país. A ver, eso ahora suena a Ciencia Ficción, pero en el tiempo que os hablo, las mujeres le daban una importancia capital a lo de ser honradas, a lo de serlo y a lo de parecerlo.

Os voy a situar. Diciembre del año 1972. Una aldea de gallega de poco más de cien habitantes donde las mujeres trabajaban en casa y en las huertas y los hombres en la ciudad, salvo unas pocas excepciones de mujeres que iban a trabajar a fábricas, o de hombres que también trabajaban en el campo. Mi tía Ramona era otra excepción, ya que trabajaba media aldea para ella.

Ramona no era alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni fea ni guapa... Era una mujer del montón y honrada a carta cabal.

Mi tía Ramona tenía muchas huertas y muchos pinares que comprara con parte de lo que heredara de su marido. Hacía poco que adquiriera una motosierra para cortar pinos secos de sus pinares, ¿y a quién llamó para que se los cortase e hiciese leña con ellos? Pues a mí, a su sobrino favorito. La verdad es que comenzó a llamarme para trabajar a los once años, me llamaba cuando daba vacaciones en el instituto, cuando daba vacaciones y algún que otro sábado, pues sabía que me hacía falta el dinero para mis vicios.

Uno de los días fui a cortar pinos secos. Mi tía Ramona manejando un tractor y yo sentado a su lado llegamos a uno de sus montes. Nada más llegar comenzó a llover. Corté los pinos lloviendo mientras ella se resguardaba de la lluvia bajo un paraguas. Mi tía Ramona me decía que esperase a que escampase, pero yo quería acabar y los corté bajo la lluvia, cubierto por un pequeño chubasquero que más que protegerme de la lluvia ayudaba a que me empapase de cintura para abajo. Los corté por el pie, les corté las ramas y después los corté en trozos, los cargué en el tractor y volvimos a casa. Después de descargar los pinos en un cobertizo fui a comer a su casa, pues la comida entraba en lo acordado. Llamé a la puerta y me dijo:

-Pasa y cierra la puerta para que no se vaya el calor.

La cocina de hierro estaba encendida y allí había un calor que se agradecía. Yo estaba calado hasta los huevos, pero dejé de sentir la humedad en mi cuerpo al llegarme el olor a callos. Le dije:

-Huele que alimenta.

Ramona miró para mí y me dijo:

-¿Por qué no quitas esa ropa y la pones a secar en una silla?

Pensé que mi tía Ramona quería guerra, si no fuera así no me mandaría desnudar, y cómo yo le tenía ganas, le dije:

-No es mala idea.

Me quité el pequeño impermeable, las botas de goma, el jersey, la camisa y el pantalón y puse la ropa en el respaldo y en el asiento de una silla. Mi tía Ramona no me mirara en ningún momento, se entretuviera revolviendo los callos y echando leña al fogón. Cuando se dio la vuelta y me vio en pelotas y con la polla colgando se puso colorada cómo una grana. Cómo no paraba de mirarme para la polla, le pregunté:

-¿Te gusta mi chorra?

Mi tía Ramona tenía cara de asombrada cuando me dijo:

-No quería que te desnudaras del todo, quería...

Me acerqué a ella y le di un beso con lengua. Al retirar mi boca de la suya vi que tenía ojos de loca. Creí que la había dejado tonta, pero no, tonto casi me deja ella a mí con la hostia que me metió.

Echando una mano al moflete dolorido, y con un cabreo de cojones, le dije:

-¡¿Para qué me mandaste desnudar si no querías follar, cabrona?!

Me cayó otra hostia del otro lado.

-Cabrón eres tú, un cabrón y un faltón.

Le rodeé el cuerpo con mis brazos y le volví a meter la lengua en la boca. La agarró con sus dientes. Abrí los ojos, vi su cara de loca y pensé que me iba a dejar mudo, afortunadamente la soltó, y me dijo:

-La próxima vez te la arranco.

Mi polla se había puesto morcillona y rozaba su coño debido a que mi tía Ramona se revolvía para librarse de mí. Me la jugué. La besé de nuevo. Esta vez mi lengua se topó con sus dientes apretados. Me miró con una seriedad que imponía, y me preguntó:

-¿Tengo cara de puta, Quique?

-No, tienes cara de mala hostia.

-¿Crees que me puedes follar a la fuerza?

-No.

Estaba realmente cabreada.

-¡Entonces quieres soltarme de una puñetera vez!

Antes de soltarla le dije:

-Me parece que la jodí, y que ni te voy a comer a ti ni tampoco voy a comer los callos.

-Algo comiste, cabronazo.

-¿Qué comí?

La solté.

-Dos hostias. Vístete y vete.

-¿No voy a cobrar?

-Ya cobraste.

A ver, una cosa era que me pasara con ella, y otra que se aprovechara para no pagarme. Me acerqué por detrás, le eché las manos a las tetas, le arrimé cebolleta, y le dije:

-O me pagas o aquí se va a armar un sin Dios.

Mi tía Ramona era un hueso duro de roer.

-Se va a armar, se va, tan pronto cómo me sueltes te voy a reventar a hostias. ¡Chulo de mierda!

No iba a dejar que me amedrentase, le dije:

-Tenemos un dilema, tía, si me das te las voy a devolver. ¿No sería mejor que me dieras mi dinero?

Mi tía Ramona dejó el tono amenazador para decir:

-Se van a pegar los callos.

-Por mí que se maten. ¿Me vas a dar mi dinero?

Mi tía Ramona sintió mi polla empalmada encima de su ojete y se rindió.

-Vale, vale, te lo doy, pero te vistes, te marchas y de esto ni una palabra a nadie.

La solté. Lo primero que hizo fue mirar para mi polla empalmada. No debía haber visto algo parecido ni en sus sueños, ya que se persignó cómo si hubiera visto algo del otro mundo y antes de ir a buscar el dinero, dijo:

-¡Estas son cosas que levanta del diablo!

En fin, que cobré, pero me quedé sin callos. Creí que no me iba a llamar más, pero un día antes de Noche Buena le dijo a mi madre que quería hablar conmigo. Fui a su casa. Cuando me abrió la puerta me pareció más alta, y lo era, pues llevaba puestos unos zapatos negros con tacón de aguja, me dijo:

-Pasa.

Entré en la casa. Cómo siempre estaba calentita. Fue directa a la cocina. Yo fui detrás de ella mirándole para el culo, un culo gordo que se marcaba en su vestido largo de color gris. Sobre la mesa había una botella de aguardiente de hierbas, dos copas y en el respaldo de una silla dos pañoletas de color rojo. Se sentó a la mesa y me dijo:

-Siéntate que te quiero proponer algo.

Me senté a la mesa. Echó dos copas de aguardiente, se mandó la suya de un trago y fue al grano.

-Te doy mil pesetas si dejas que sienta tu calor corporal.

Me tiré en plancha.

-No tienes que darme nada. Pagaría por follarte. Debes tener el coño cerradito.

-No me has entendido. Quiero sentir el calor de un hombre desnudo en mi cuerpo desnudo, solo eso. Te pago para que no me folles después.

Ahora el que se mandó la copa de aguardiente de un trago fui yo.

-Si eso es lo que quieres... Aunque va a ser difícil aguantar la tentación de comerte viva.

-No estoy cómo para comerme.

-Estás, estás.

-No, estuve, pero ya no lo estoy. Soy virgen, pero...

No la dejé acabar de hablar.

-¡No jodas! ¿Eres virgen a los 50 años?

-Sí, lo soy, y quiero seguir siéndolo después de saber cómo es el calor corporal que da un hombre, por eso te pago las mil pesetas.

La advertí.

-Yo si fuera tú no jugaba con fuego.

Mi tía ya tenía sus planes hechos.

-Me voy a asegurar de que no me puedas hacer nada.

-Va a ser interesante saber como...

Ahora la que no me dejó acabar de habar fue ella. Mi tía se debía de morir de ganas por sentir mi calor corporal, ya que me dijo:

-Desnúdate.

Me desnudé. Mi tía Ramona cogió una pañoleta y me ató las manos a la espalda, después cogió la otra y me vendó los ojos. Al ratito sentí como sus tetas se apretaban a mi pecho y cómo sus brazos rodeaban mi cuello. Sentí ese calor corporal que ella quería sentir. Mi polla se levantó y se metió entre sus piernas. Deseaba besarla, pero tenía su cabeza apoyada en mi cuello y no podía hacerlo. Comencé a mover el culo hacia delante y hacia atrás. Mi polla se mojaba al deslizarse entre sus labios vaginales. Al levantar la cabeza de mis hombros busqué sus labios, mi tía Ramona dejó que los encontrara y la besé con lengua. Ramona ya empezó a echase al monte:

-Me estás poniendo muy cachonda.

Me agaché y busqué su teta derecha con mi boca. La encontré esponjosa, lamí su pezón y después le mamé la teta. De esa teta pasé a la otra.

-Para ya, hombre, para ya que me está poniendo el coño cómo un charco.

Sabía que no quería que parase, si quisiera que parase se separaría de mí y no me diría cómo tenía el coño. Con mis manos hice que se diera la vuelta y mi lengua se perdió entre la raja de su culo. Le lamí el ojete. Me dijo:

-Me estás haciendo sentir cómo una puta.

Sus palabras me animaron aún más. Le dije:

-Separa las nalgas con las manos.

Ramona ya se había echado al monte. Separó las nalgas y echó el culo hacia atrás. Mi lengua lamió su ojete y entró y salió de él. Mi tía ya gemía y sus gemidos hacían que mi polla latiese.

-Date la vuelta.

-No debía decirlo, pero así me gusta mucho. ¿Por qué no sigues?

-Por qué más te va a gustar cuando te coma el coño.

Se dio la vuelta. Le pasé la lengua por el coño. Estaba empapado. A la cuarta lamida me dijo:

-¡Ay que me muero de gusto, Quique!

Solo me dio tiempo a lamérselo dos veces más, ya que mi tía comenzó a mear por mí. No me aparté. Me meó en la cara y por todo el cuerpo. Al acabar de mear me levanté y volví a buscar su boca, esta vez fue ella la que vino a mí, metió su lengua en mi boca, chupó mi lengua y después me lamió toda la cara, todo el cuello, todo el pecho... Lamió mi polla y mis cojones, después se levantó me volvió a besar con lengua, y luego me dijo:

-Has hecho de mí una puta, pero al fin sé lo que es correrse.

Sin querer me acababa de decir que nunca se había masturbado.

-No te corriste, tía Ramona, te measte. Correrse es otra cosa.

Le costaba creer que no se había corrido.

-¿¡De verdad que lo que sentí no es correrse!?

-No, no lo es. ¿Quieres saber lo que es correrse?

-Claro que quiero.

-Desátame las manos.

-Te las desato, pero no quites la venda.

Me desató las manos, me puse en cuclillas y le dije:

-Date la vuelta.

Se dio la vuelta, le abrí las cachas con las dos manos y le volví a comer el culo bien comido, lamiendo todo, lamí las nalgas, lamí el ojete... Luego me puse en pie, le froté la polla en el ojete y le metí y saqué puntita de la polla mientras le magreaba sus esponjosas tetas. Gemía una cosa mala, por eso no traté de meterle el glande entero, preferí ir a por el coño. Al darse de nuevo la vuelta, ya lo tenía más que jugoso. Mi lengua se deslizó sobre él, le metí el dedo medio de la mano derecha dentro del coño, dedo que entró apretado, le acaricié el ojete con la yema de un dedo de la otra. Lamí su clítoris, y cuando mi dedo comenzaba a entrar en su ojete, me dijo:

-¡Me va a dar algo!

Lo que iba era a correrse. Le cogí el culo. Saqué la lengua y le dije:

-Frota tu coño contra mi lengua.

Estaba tan caliente que no duró ni un minuto frotándolo. Se corrió estremeciéndose, gimiendo y soltando jugos pastosos que fueron pringando mi lengua.

Al acabar de estremecerse y de gemir, me dijo:

-¡Fue maravilloso!

A mí ya me tardaba meter.

-¿Follamos ahora, tía?

La sentí caminar y luego sentí como echaba un trago de aguardiente. Después oí cómo me preguntaba:

-¿Me voy a correr otra vez si follamos?

-Te correrás varias veces.

-Entonces sí, follamos, pero no te quites la venda.

Ramona no quería que la viese desnuda. Se debía sentir acomplejada y eso no lo podía permitir. Creía, y creo, que toda mujer es hermosa tenga la edad que tenga.

Fuimos para su habitación. El calor de la cocina de hierro calentaba toda la casa. Se podía follar destapados. Yo había pisado la pañoleta con la que mi tía atara mis manos, la cogiera y la llevaba en mi mano derecha. La otra mano me la había cogido mi tía para llevarme a su dormitorio. Al llegar a la habitación paré al tropezar con la cama. A tientas le vendé los ojos. Me preguntó:

-¿Quieres que estemos iguales?

Lo que quería era quitarme la venda y verla desnuda, pero le dije:

-Sí.

Sentí el ruido que hacía mi tía al echarse sobre la cama. Quité la venda y la vi desnuda. Sus gordas tetas tenían areolas grandes de color marrón y sus pezones eran gordos. Su coño aún tenía más pelo del que yo imaginara cuando se lo comí. De sus axilas sobresalían algunos pelos y a sus piernas se le podía pasar la moto sierra de tanto pelo que tenía, es broma, pero tenía más pelo ella en las piernas del que yo tenía en las mías. Me gustó su cuerpo, me gustó mucho. Me metí en cama, la besé y le dije:

-Te voy a comer toda.

Mi tía Ramona se abrió de piernas y se dejó hacer. Comencé lamiendo besando y lamiendo los puentes de sus pies, sus dedos... Subí besando y lamiendo el interior de sus muslos. Lamí su jugoso coño unas cuantas veces. Subí lamiendo y besando su vientre, su ombligo... Llegué a sus tetas, lamí sus pezones y sus areolas y después le mamé las tetas. Lamí sus axilas, besé y lamí sus hombros, besé y lamí su cuello y acabé besándola en la boca. Mi tía recibió mi lengua con la suya y nos perdimos en un beso largo y lujurioso. Yo a los diecisiete años no tenía ni pajolera idea de que las mujeres tenían un punto G, pero sabía que al meter y sacar el dedo en el coño apretando hacia arriba les gustaba más. Fue lo que hice, meterle un dedo en el coño, con ese dedo hice hueco para meter dos. Con los dos hice hueco para meter tres y metiendo y sacando tres dedos y mamando una de sus tetas, se corrió cómo una bendita.

Al acabar de correrse le lamí el coño, la quería excitar de nuevo para penetrarla, pero mi tía Ramona estaba excitada de más, ya que me dijo:

-Métemela a ver que se siente.

Froté mi polla en su coño y luego le metí la punta. No se quejó. La besé, empujé y le entró el glande. Ahora sí que se quejó:

-¡Quítala!

La quité despacito, despacito le volví a meter la punta, despacito la volví a quitar, despacito la volví a meter y me corrí dentro de ella. Mi tía Ramona al sentir mi leche dentro de su coño me cogió el culo y tiró de mí con fuerza. Entró la mitad de la polla de un tirón. Seguí corriéndome y jadeando. Mi tía Ramona se sacó la venda. Vio que no llevaba puesta la mía, pero no le dio tiempo a decir más qué:

-¡Me corro en tu polla, Quique!

Su vagina estranguló mi polla y comenzó a correrse cómo un río al tiempo que tiraba de mí y la polla llegaba al fondo de su coño.

Al acabar de corrernos, con toda la polla dentro y entre beso y beso, le pregunté:

-¿Te corriste al ver que no tenía la venda puesta?

-No, fue porque vi otra cosa.

-¿Qué viste?

-Vi tus ojos en blanco.

Mi tía Ramona se volvió a correr dos veces más, una encima de mí y la otra a cuatro patas.

Antes de irme de su casa me besó y me preguntó:

-¿Mañana más?

-Mañana y cada vez que tengas ganas.

Me fui de su casa con un dinerito y con una sonrisa de oreja a oreja, la sonrisa que sale después de un "trabajo" bien hecho.

Quique.

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