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¡Zas!

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"¿Crees que iré demasiado provocativa?", preguntó Virginia a Ernesto que, sentado en una butaca, contemplaba a su esposa con delectación."  Virginia, estás hermosa", exclamó Ernesto. El vestido que se había comprado Virginia era un modelito escaso de tela, con escote amplio, bajo y generoso, que permitía ver el nacimiento de las orondas tetas, y una falda muy corta bajo la que lucían los anchos muslos blancos de Virginia.

El color, negro, hacía resaltar más la carne pálida de Virginia, la carne fofa de Virginia; porque..., sí, Virginia estaba gorda. Era lo que a Ernesto le gustó, por eso la eligió: ya se había cansado de acostarse con mujeres esqueléticas que no le hacían sentir nada cuando conoció a Virginia, con la que, después de un noviazgo corto, se casó. "Ah, Ernesto, qué bien lo pasaremos mañana en la fiesta", dijo Virginia mientras se sacaba la prendita por la cabeza quedándose completamente desnuda. Cinco minutos después, en el dormitorio, en la cama, Ernesto, de rodillas sobre el colchón follaba por detrás el chocho de Virginia, se follaba a Virginia, que, a gatas sobre las sábanas gritaba de placer: "A-a-ah, a-a-ah-ah, Er-nesto". Ernesto se miraba la polla, ocultándose y asomándose bajo el inmenso y tembloroso culo de Virginia: esto le excitaba sobremanera, y embestía con más ahínco. La corrida no tardaría en llegar entre rugidos y gemidos. Y llegó: "Ufff". Ernesto, satisfecho, sacó la polla chorreante de semen. Virginia cayó de bruces sobre el colchón y ahí quedó exhausta, desparramada.

El día siguiente, durante la fiesta, que era la del cumpleaños de Iván, un amigo de la infancia de Ernesto y actualmente un exitoso empresario, Virginia era el centro de las miradas de los hombres, y el punto de mira de la envidia de las mujeres: cómo una mujer tan corpulenta podía haberse atrevido a llevar ese vestido. "Ernesto", dijo Iván en un aparte, "tu mujer tiene una hartá de follar". Ernesto, orgulloso, respondió: "No lo sabes tú bien, Iván, no lo sabes tú bien". Virginia reía, bailaba, bebía, rebosante de salud y felicidad. Entonces, ocurrió lo imprevisto.

"Oh, qué pasa", "Qué ocurre", "Serán los fusibles", "Un corto, se ha debido producir un corto", "Se fue la luz", "Apagón", "Traed velas", "Poned la linterna de vuestros móviles", "Qué horror".

Iván localizó a Virginia rápidamente, pues ya la andaba vigilando, tiró de su mano y la condujo al cuarto que usaba como trastero. Virginia se dejó hacer pensando que era Ernesto que acudía a su rescate. Iván cerró el cuartito con la llave por dentro. Iván abrazó fuerte a Virginia, rozó repetidamente su hinchado paquete contra el pubis de Virginia, que, aunque vestida, lo sentía, sentía la presión. "¿Ernesto, aquí, ahora?", soltó Virginia. Y, sin esperar respuesta, tirando de Iván hacia abajo con los fornidos brazos, arrastrando a Iván, se tumbó en el suelo, se subió la falda y se quitó las bragas. Como a oscuras nada veía, Iván todo se lo imaginó, sin equivocarse un ápice, y, sacándose la polla, penetró a Virginia vigorosamente. "Ah, Ernesto, tu polla, parece más grande, a-ah, Ernesto". Iván, que ciertamente presumía con sus amigos, y delante de su mujer, que se sonreía, de tener un gran pollón, siguió empujando con tesón mientras, a tientas, le agarraba fieramente las tetas a Virginia, lo cual a ella le producía más placer: "Sí, sí, Ernesto, así, más, aahh". Eyaculó Iván en el chocho de Virginia y se levantó. Giró sobre sus talones, abrió la puerta y se fue. En esto volvió la luz.

Ernesto buscaba a Virginia con la mirada sin conseguir verla. ¿Dónde estaba Virginia, le habría ocurrido algo malo? Ernesto vio a Iván venir desde un corredor. Se dirigió a él: "Iván, ¿has visto a Virginia?"; "No", dijo el otro. Pero, como viera venir a Virginia por el corredor por donde había visto venir a Iván, sospechó. Primero habló con su esposa: "Virginia, ¿dónde estabas?"; "¿Me lo preguntas?", dijo la otra riendo y dando saltitos. Segundo, con Iván: "Te has follado a Virginia"; "¿Yo?, ¡quita, qué va!". Tercero: "¡Zas!".

Acabada la fiesta, todos los presentes volvieron a sus casas menos Iván, amoratado un ojo, y su mujer, ebria, que eran los anfitriones. Después de aquella fiesta Iván no ha vuelto a ser el mismo: ha dejado a su escuchimizada mujer y sólo contrata a secretarias obesas.

"¿Quieres el puesto?, demuestra lo que sabes hacer, tú ya me entiendes".

Y la aspirante de turno se quita la camisa, se masajea las tetas para que Iván vea que las tiene gordas, carnosas, contonea el torso para que Iván observe los rebosantes pliegues de la cintura, se arrodilla, le baja los pantalones y le chupa la polla hasta que Iván se corre, dentro de la boca.

Por otra parte, Virginia y Ernesto, quitándole hierro al asunto de la fiesta una vez sabido y aclarado, siguen follando como locos. "Ernesto, ay, ah, tu polla, ay, humm, me gusta más que la de Iván".

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