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Cuando salí del portal de casa hacia la calle, no vi a Viktor tras echar un vistazo por los alrededores. En casa de Antonio, y tras hacerme chorrear de aquella forma, Viktor me había invitado a acabar la fiesta en una sala llamada Krystal. No estaba muy segura de si realmente esto era lo que debía
Casi un mes después de mi libidinosa experiencia con Antonio el conserje, me había tranquilizado bastante el hecho de que Martín no se hubiera enterado de nada. Pese a las miradas furtivas, pero también cómplices entre el empleado y yo, no hubo razones para sentir vergüenza por lo ocurrido aquella
Mi obsesión por la discreción más absoluta me impidió darle al botón de la luz, así ningún vecino sabría a qué hora llegaba “aquel pendón” del cuarto primera.
Esto me ocurrió en una consulta a un podólogo de Barcelona. Por todos es sabido el factor erógeno de los pies, así que imagina el desenlace. O mejor, léelo.
Volvía a casa tras una reunión larga, tediosa, en la que mi jefe no había parado de atosigarme con todo tipo de papeleo y burocracia interminable. Me apetecía llegar, desnudarme y sumergirme en las aguas lilas de mi bañera de hidromasaje
David no dejaba de hacerme preguntas que, más allá de su propio morbo, creo que pretendían despejar las cuantiosas dudas e incógnitas sexuales de un chaval de su edad.
La pequeña masía que Juan había alquilado junto a varios amigos pertenecía a un pueblo baldío y solitario al que se accedía a través de una carretera sinuosa y deshabitada. El lugar carecía de los servicios mínimos para una estancia de comodidad turística.
La llegada de mis 18 años se produjo en medio de una época convulsa, un periodo de mi vida en el que solo deseaba emanciparme y perder de vista el ambiente infausto de mi domicilio familiar.
Hacía ya más de dos meses que no sabía nada de Santi. Desde aquella tarde en la que me ofreció a su amigo Akim (léase mi experiencia “De repente, un extraño”) sin ningún escrúpulo y mostrando más bien poco respeto por mi persona, decidí no volver a verlo nunca más.
Hacía tiempo que le venía transmitiendo a Berto, mi actual novio, el anhelo de “instalarme” un piercing en el clítoris. Él no acababa de entender mi insistencia, pero yo lo tenía claro.
Me sentí algo perpleja cuando mi reciente novio Santi, con el cual aún no había consumado, me arrastró a casa de Akim, un chaval del que yo no había oído hablar nunca, pero que parecía ser su mejor amigo. Es precisamente por eso que me dejé llevar hasta la casa de ese desconocido.