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Virginia se presentó en mi casa sin avisar. Nada más verla en el descansillo con los botones de arriba de la camisa desabrochados, dejando ver los nacimientos de sus tetas, supe a lo que venía
He regresado a casa. He abierto la puerta y he atravesado el pequeño pasillo hasta llegar al salón comedor. Ahí he visto a mi mujer, repantigada en el sofá; ella, vestida de andar por casa, es decir, con un vestido ligero de tirantes muy escotado
Sylvia me despertó comiéndome la polla. Daba lametones en el tronco y me chupaba el glande y el prepucio. Se la metía luego toda en la boca con glotonería y cabeceaba. Así durante más de diez minutos
En una cama sucia y desaliñada, la rubia Isabel recibía los embistes de un hombre musculoso que había conocido menos de media hora antes en la panadería donde solía comprar
Tal como imaginaba, su cuerpo es delgado aunque bien proporcionado. Sus tetas son pequeñas, lo cual me ha permitido metérmelas enteras en la boca, primero una después otra, y salivarlas con dulzura. Esos pequeños pezones se han puesto duros y me han hecho cosquillas en el paladar
Conchita sabe que tendrá un día muy ajetreado; quiere follar para relajarse. Mira otra vez a su marido. Decide follárselo. Conchita retira la sábana, alza las piernas para quitarse los shorts y las braguitas. Primero, piensa, debe empalmar a su marido.
Vivir cerca de un río, es lo que tiene: en cualquier momento puede aparecer una criatura que no te esperas que, surgiendo como de la nada, te hace replantearte la existencia. Yo pasaba de mujeres. Yo las ignoraba, en serio. Pero vamos a los hechos. Paseando por la orilla del río que atraviesa la
Marcela es rubia. Tiene una cara bonita, un talle espléndido y unas piernas bien torneadas y carnosas, diríase que mullidas. Marcela es mayor. No sé, quizá ronde ya la sesentena. No por ello es menos apetecible, sobre todo cuando luce falda corta y camiseta de tirantes. Me imagino que follo con ella
Me chupó las tetas. Se detenía en los pezones y les daba lametones y suaves mordisquitos. Ah, me excitaba tanto. Decidí comerme su polla. Así que, ahí mismo, en el sofá, donde él me había desabotonado y quitado la camisa, hice yo también lo mismo, solo que con sus pantalones. Apareció ante mis ojos
Su presencia me conturbó. La media melena sujeta por una diadema elástica; una cazadora acolchada negra con la cremallera subida hasta el cuello; unas mallas cortas azules y unos zuecos deportivos, sin calcetines. Sus piernas blanquísimas eran carnosas; de excelentes proporciones. Me entraron ganas
"Esta mañana mi polla está hambrienta", le dije a mi esposa cuando desayunábamos en la cocina; "Le diste de comer anoche", replicó mi esposa. Yo, vestido con una bata, sin nada debajo, sentado en una silla de anea cómodamente, pinzando mi taza de café por el asa para sorber, la miré. Mi esposa
Me dijo: "Voy detrás de ti", en la cola del supermercado. Me giré y tuve una visión mágica: la mujer que me había interpelado era joven, alta, guapa. Iba también un poco desastrada, todo hay que decirlo: vestía leggings y una chaqueta de chándal y calzaba unas zapatillas playeras de las que sobresal
Yo paseaba a mi perro por la calle una noche de otoño cuando un hombre se fijó en mí. El hombre era delgado, alto, bastante guapo de cara... Recuerdo que lo sobrepasé en un paso de peatones, recuerdo que sentí que sus ojos se posaban en mí.
Pepita, a gruesos trazos, era una mujer gordita provista de grandes y redondas tetas y de un culo hermoso. Era también mi amante, aunque esto era un tanto discutido por nuestros allegados, que nos consideraban pareja, cosa completamente falsa. Lo cierto es que a menudo me visitaba.
Se quitó los zuecos y el vestido, se quedó desnuda. Se sentó en el centro de la cama. Yo, también desnudo en la cama, me puse de rodillas a su lado sobre las sábanas para que viera lo empalmado que estaba. Mi polla oscilaba a la altura de sus hombros. Me miró. Miró mi polla. Se tumbó de costado, de
Llevaba un vestido azul de tirantes. La falda del vestido no sobrepasaba la altura de sus rodillas, por lo que observé que tenía unas pantorrillas carnosas. Imaginé que, más arriba, sus muslos debían ser también carnosos y en proporción a su culo, el cual se apretaba bajo la tela de su vestido.
Se paseaba por la pasarela confiada. Una pose natural al caminar hacía de ella una modelo excelente para modistos excéntricos. Nada le importaba tener las rodillas nudosas ni los muslos anchos; ni incluso presentar una pequeña mancha, una heridita, la de una úlcera, en mitad de la piel que cubría su
Yolanda me esperaba todos los martes a las diez de la mañana. Yolanda sabía que a esa hora de ese día yo pasaba por su calle, y me esperaba. Me esperaba sentada en una silla de anea; y, en estos fríos días de marzo, lo hacía envuelta en una bata. Ahí la veía. Bajo la bata llevaba un pijama. Sin
Atala es una mujer espiritual. Con esto no quiero decir que no le guste el sexo, sólo que es eso: espiritual. Atala tiene la piel bronceada, luce una melena negra por debajo de los hombros y tiene mestiza la cara; su torso, provisto de unas tetas desafiantes y bien formadas, es el de una mujer
Desi se pasea por la casa vestida con un kimono playero floreado semitransparente, a pesar del frío otoño. Lo peor no es que lo haga, pasearse, lo peor es que yo la miro y me empalmo. Y digo "lo peor" cuando debiera decir "lo mejor", porque Desi está tan buena... Desi es rubia y lleva melena; tiene
Elisa volvió a casa por Navidad. Tocó el timbre y le abrí la puerta. "¡Hola, feliz Navidad!", me dijo plantándome un beso en los labios. La hice pasar.
"Chúpamela, Cristina, chúpamela", rogué a mi esposa. Esta se arrodilló frente a mi, frente al sofá, y se metió mi polla en la boca. Mi esposa la chupaba bien: sin prisas y sin gestos de cara a la galería, quiero decir, sin imitar a esas chupadoras de pacotilla que salen en los videos porno, que
En la parada de autobús coincidí con una mujer que vestía un pantalón de chándal y una sudadera y calzaba zapatillas deportivas. El sol templaba el frío de la mañana y la gente iba de acá para allá entretenida en sus quehaceres diarios. La mujer miraba su móvil y el panel donde se indicaba el tiempo