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Nadia, mi encule persa 2

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Mi compañero del dormitorio en la universidad es un amigable y bromista chico africano de nombre Hady.  El sale a abrir la puerta, pues yo estoy calentando una de esas sopas de lata en el horno de micro-ondas.  La hace esperar en la puerta y regresa en busca de mi con unos ojos de admiración y de sorpresa: Hermano, allá afuera lo busca una preciosa hermana mexicana con el más impresionante culo que he visto en mi vida.  -Le he visto seriamente a los ojos y él sabe que su comentario no es de mi agrado.

Veo a Nadia con ese lindo rostro de muñeca, pero en sus ojos veo un triste brillo de incertidumbre.  Pregunta si podemos hablar y he dejado mi sopa atrás y salimos caminando silenciosamente por el pasillo principal del edificio.  Realmente no ha llegado para que hablemos, ha llegado a comunicarme definitivamente que los nuestro no podría continuar.  Quise interrumpirla algunas veces, pero su mensaje punzante, tranquilo y sereno, tenía ese timbre de aquel que practica un guion de una película:

—No podemos continuar, lo que paso no se puede repetir. Me he fallado a mí y a mi familia, lo admito… ha sido mi culpa.  Por favor, no lo hagamos más difícil, por favor no me lo hagas tan difícil… no me llames.

La vi alejarse y desaparecer entre los edificios de los dormitorios de la universidad y quizá he dibujado un rostro funesto que mi compañero de dormitorio Hady, le ha servido para hacerme la inspiración de sus burlas: ¿Cómo que ese culo mexicano le tiene hipnotizado? Mire, a mí me parece muy grande para usted, mejor quiébrele el culo a Gaby, que es de su medida y que a cada rato se lo pasa ofreciendo. – Eran sus burlescos comentarios.

Nadia, por su tez morena clara, cabello y ojos oscuros, mucha gente siempre pensó que era hispana, pero por estos lugares del mundo, todo aquel que habla español, debe de ser mexicano, sin importar si venimos de países centro o sur americanos.  En cambio, Gaby, quien era argentina, por sus facciones del mundo caucásico, mi amigo Hady pensaba que era norteamericana.

Por aquellos días me sentí solitario, aunque alrededor mío habían más de 30 mil estudiantes que compartíamos aquel espacio universitario.  Esa sensación de un vacío en el estómago se mantuvo por muchos días y se agudizaba cuando en algunas ocasiones divisaba a Chuck, caminar a la par de la muchacha persa de la que me había enamorado y por primera vez sentí ese martilleo de los celos. Por alguna razón mantuve la esperanza que antes de que llegaran las vacaciones de invierno, previo a navidad y fin de año, llegaríamos a reconciliarnos, pero no sucedió así, por semanas no supe de ella.

Vivíamos en la misma ciudad del sur de California, y por aquellos días recorrí todas las calles, quemando no sé cuántos litros de gasolina, visitando tiendas sin comprar nada, con la ilusión de tropezarme con ella.  Mi madre que siendo psicóloga intuía lo que me pasaba, ya para la segunda semana de vacaciones me hizo una evaluación con una risueña mirada y dijo: ¡Ah mi hijo, a vos te traen arrastrado de una falda!  Levántate, camina, que arrastrado pasaras siempre desapercibido.

Regresé a la universidad con una actitud más positiva, y debo mencionar que nuevamente gracias al fútbol, tendría la oportunidad de vivir y gozar la vida.  Ya en el primer semestre, había ganado algo de reconocimiento a nivel estudiantil; el equipo de fútbol de la universidad y del que me había ganado un puesto, después de más de dos décadas volvía a ganar un campeonato regional y para este nuevo semestre tendríamos la oportunidad de competir por un campeonato estatal y llegar al nacional.  El periódico que producía la universidad gracias a los que soñaban y estudiaban para hacer periodismo, ya habían escrito algunos cuantos renglones acerca de mí, aunque por aquellos años de los ochenta, el fútbol no era tan popular como lo es hoy.

Aquella efímera popularidad me acercó a Gaby, una chica que era mi más acérrima admiradora y fanática. Ella al igual que yo estudiaba administración, y coincidíamos en alguna de nuestras clases y eso propiciaba la excusa para tener tardes y noches de estudio juntos.  Ella era la misma chica que mi amigo africano Hady pensaba que era norteamericana por ser blanca y rubia.  Siempre vestía muy sugestiva; pantalones muy ceñidos donde se le marcaban los bikinis o tangas, blusas que dejaban ver el piercing de su ombligo, escotes que daban la sensación que sus dos preciosos melones saldrían rebotando.  Incluso en los meses de invierno donde por el área de San Francisco baja de los 40 grados Fahrenheit, no era de sorprenderse ver a Gaby en minifalda.  Minifaldas que muchas veces me dejaban ver su calzón y ver la piel de su entrepierna, esa zona donde parece siempre estar erizada.  Aquel día parecía coquetearme con un pantalón extremadamente corto de color blanco y una tela semitransparente.  Podía ver su tanga rosa, que realmente para cualquier hombre es una dulzura, pero a pesar del tiempo que ha pasado, he intentado de alguna manera ocultar que sigo enculado de Nadia.  Este día, creo que Gaby lo ha marcado en el calendario para ser más directa.  Ella no se hospeda en los dormitorios de la universidad, ella comparte un bonito apartamento con una amiga, que el día de hoy, en esta tarde de estudios, no se encuentra entre nosotros.  Estamos Gaby y yo y ella se ha sentado sobre una de mis piernas y dice:

—Tony…¿acaso no te gusto? ¿no se te antojo? ¿Quién es la mina a la que le has prometido celibato y desvirgarse juntos cuando contraigan nupcias a la edad de 30 años?

—¿De qué hablas Gaby?

—¡Hablo, de que te he puesto el culo en bandeja y vos ni me los has tocado!

Le miro a los ojos y presiento que sus labios desean que yo les caiga a besos.  De alguna manera la he tomado de sus axilas y la he incorporado a sus pies diciendo:

—Gaby, es tiempo de retirarme. – ella prosigue, yo ya le he dado la espalda.

—Sabes Tony, espero esa piba valga la pena.  Sabes, no quiero que nuestra amistad termine así.  Algún día realmente quiero decirte que eres un gran caballero, un gran hombre, o simplemente se atravesará por mi mente que fuiste un tonto muy agraciado.

Me he ido, he cerrado una puerta, y ahora mi mente se vuelve vagabunda entre los pinos de las calles de esta ciudad.  No puedo dejar de pensar en lo irónico de la vida: Gaby, como decía mi amigo africano, ofreciéndome sus nalgas y yo enculado de unas, que me las sigue negando y quizás como también decía Gaby: como un tonto agraciado y sufriendo.

Por aquellos días se dio el partido de fútbol más grande de mi vida; quizá también porque llevaba el morbo y algunas cuantas confusiones que se convirtieron en rumores, y el periódico de la universidad comenzó a propagar como verdad y el periódico local de la ciudad, lo daba como confirmado.  Aquella penúltima semana de estudios, jugábamos la semifinal del campeonato estatal, en el cual yo había declarado que si perdíamos ese juego me haría cortar la cabellera.  Perdimos 2-1 y aparecía mi fotografía en los periódicos del área, cuando esta animadora vistiendo el uniforme del equipo contrario me quitaba la melena.  Hacían referencia a la mascota de nuestra universidad, con una alusión que perdíamos fuerza como el gran Sansón, pues también insinuaban que el equipo profesional de futbol de salón de la ciudad de San Diego, me habían reclutado y que ya no seguiría jugando para la universidad.

La noticia llegó y como era semana de exámenes finales me mantuve encerrado que no la pude desmentir.  Y el entrenador del equipo después de aquella derrota tampoco lo hizo, pues él estaba junto conmigo cuando me ofrecieron una invitación para jugar la pretemporada y hablamos de incentivos que nunca se pusieron en un papel.  Pero la confusión de aquella noticia me dio la oportunidad de volver a ver a Nadia.  Como en meses anteriores, llegó tocando la puerta, precisamente el día que terminábamos los exámenes.  Mi amigo Hady, de nuevo fue él quien atendió la puerta y me sorprendí cuando decía:  Hermano, esa linda muñequita mexicana de culo delicioso pregunta por usted. Me provocó un escalofrió, pues sabía que se refería a Nadia, pues a la argentina, la anunciaba por su nombre: - ¿Tienes unos minutos?

Primeramente, me felicito, pues creía que al yo jugar en un equipo profesional de futbol de salón debería ser un gran logro.  Deje que hablara, la última vez, no me había permitido hablar.  También, no quería esclarecer la confusión, pensé que para mí era algo fortuito.  La conversación fue pausada y ella lo había notado, yo no era muy participativo.  Quizá, al no tener nada más que decir, nada más que contar salió con una declaración hipotética, la cual respondí con una declaración firme y directa:

—Si yo tuviera el poder, te pediría… que va, te ordenaría que no te fueses…ah. -la interrumpí.

—Si me pides que me quede, no importa por cual razón, aunque no exista razón, yo me quedaría.

—¡No podría hacer eso!  ¡Nunca atentaría, ni mi opondría a tus sueños! – yo río de una manera irónica.

—Nadia, ya has atentado y te has opuesto a mis sueños… pero eso aquí no vale, porque… - Nadia interrumpe.

—Yo no tengo nada de derecho a pedirte algo así.  No me sentiría bien. Quizá si existiera un lazo que me dé una pizca de confianza para decirte que no quiero que te vayas, lo pediría.  -le respondo con una pregunta.

—¿Cásate conmigo?  Ese es un lazo.  – asistí.

Me mira muy seria, con esa carita de muñeca de ojos dormilones que parecen quieren llorar, se acerca y me toma de las manos, que puedo sentir están frías y temblorosas y me dice: Debo arreglar unos cuantos asuntos, pero quiero que me aceptes un café hoy por la noche.  – me da el nombre de un lugar muy conocido por todos los estudiantes y se aleja a paso lento hasta desaparecer de mi vista.

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