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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 32)

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—Estamos en las balconadas superiores del salón del trono, —la voz de Johari llegaba confusa, mezclada con ruido de gritos, disparos y explosiones—. Recibo fuego desde el otro extremo.

—Coloca tiradores y continua el avance, —respondió Matilda—. Quiero controlar toda la parte superior. En unos minutos llegamos nosotros.

La gente de Ramírez, tumbaron grandes mesas que encontraron en un salón cercano, y empujándolas entraron en el salón del trono usándolas de parapeto. Crearon una zona defensiva que poco a poco fueron agrandando bajo un tiroteo infernal. A través del amplio espacio libre que quedaba en el centro del salón de trono, Matilda, vio por primera vez al emperador, que parapetado, también la miraba. Miró a su alrededor, y comprobó que la reverenda madre y las sacerdotisas, junto a la Princesa, Ushlas y su hermano, estaban también dentro de salón disparando con sus armas. Dejó caer al suelo su pistola de partículas y mirando a Ushlas, con una sonrisa la lanzo un beso. Ordeno el alto el fuego y desenvaino a Eskaldár. Protegiéndose con su escudo de energía salio del parapeto y se quedó de pie, retando al emperador. Los guardias imperiales cesaron el fuego y el emperador salio también del parapeto protegiéndose también con su escudo de energía y empuñando a Dalanar. Como era de esperar, llevaba puesta la armadura del ancestro, que no era muy espectacular. De color plateado, llevaba refuerzos dorados en los hombros y las articulaciones de las extremidades. Matilda bajo su escudo a la vez que el emperador.

—Querida sobrina, no te imaginas las ganas que tenía de que llegara está bonita reunión familiar, —dijo el emperador mientras los dos se acercaban al centro del salón con parsimonia—. Ya he visto que mi otro sobrino también está aquí, mejor, cuando acabe contigo, haré lo mismo con él, aunque creo que primero tendré que matar a esa zorra azul que descubriste.

—No hables tanto querido tío, no vaya a ser que se te escape la fuerza por la boca.

Todos los asistentes se fueron poniendo en pie mientras Matilda y el emperador se movían en círculos mirándose fijamente. Los dos se atacaron a la vez, y como en un choque de trenes saltaron chispas cuando Eskaldár y Dalanar entraron en contacto. Seguidamente, y en un movimiento rápido, Matilda golpeó la armadura del emperador con el canto de su escudo, que retrocedió por el impacto.

—Eres rápida sobrinita.

—¿Vas a estar dándome el coñazo, querido tío?

—No te preocupes, no va a ser durante mucho tiempo, —respondió soltando una carcajada—. Esto va a ser rápido.

El emperador embistió golpeando con su espada, mientras Matilda paraba los golpes con su escudo y retrocedía estratégicamente. Después, le toco el turno a ella, y con su ataque le obligó a retroceder el terreno ganado.

—¡No tan rápido, hijo de puta! ¡Uy! Lo siento abuelita.

Los dos siguieron golpeándose alternativamente con golpes furiosos mientras las voces de ánimo aumentaban entre los asistentes. El emperador rozó en varias ocasiones a Matilda, mientras ella, en dos ocasiones, alcanzo con más contundencia la armadura mística del emperador.

—Es una lastima que lleves esa armadura robada, sin ella, ya estarías muerto, cerdo, —dijo tomándose un respiro. El cuerpo de Matilda sudoroso y ensangrentado, mostraba todos sus músculos por la tensión del esfuerzo.

—Ya veo que también te has traído a esa zorra, —dijo el emperador mientras, tomándose también un respiro, miraba a la reverenda madre—. Otra que va a morir.

—Vas a tener mucho trabajo, ¿podrás con todo? —preguntó mientras mantenía posición de defensa.

—Te aseguro que si, pero a la que voy a prestar una atención más… personalizada, es a tu novia. Veo varias azules entre los tuyos, seguro que es una de ellas.

—¿Te he dicho ya que hablas demasiado? —Matilda notó como la sangre le fluía a la cabeza, y en un arranque de ira, reanudo el combate con la violencia que da el odio. El emperador, lejos de amilanarse, respondía también con fuerza inusitada. Durante largos minutos siguieron golpeándose con saña, hasta que, Matilda, enmascarando el golpe, se dejó caer al suelo mientras con Eskaldár golpeaba en la pantorrilla al emperador cortándole la pierna, y casi con el mismo movimiento, golpeaba su mano derecha desarmándole. El emperador cayo al suelo, y apoyándose en la mano izquierda se sentó mientras el suelo, a su alrededor se llenaba de sangre. Matilda le quitó el yelmo, tirándolo al suelo y le agarro por el pelo. Mientras la reverenda madre y las sacerdotisas, salían del parapeto y se aproximaban a ellos seguidas por la Princesa. Colocó la punta de Eskaldár en el cuello del emperador.

—Nunca pensé que lo lograrías, sobrina.

—En cambio, yo siempre supe que lo lograría.

—¿Va a ser rápido?

—No… no lo va a ser.

Mirándole fijamente a los ojos, le introdujo la punta de la espada en el cuello seccionando la traquea. Mientras se ahogaba en su propia sangre, burbujas de babas sanguinolentas brotaban de su boca y con su mano izquierda se sujetó a la muñeca de su verdugo. Una de las doncellas de Matilda se situó detrás de el y le sujeto por los hombros, mientras la otra se colocaba detrás de Matilda y también la sujetaba por los hombros. Mientras, la reverenda madre y las sacerdotisas, formaban un círculo en torno a ellos cogidas de las manos, en la que también se integró la Princesa Súm. Después de largos estertores, la vida del emperador se extinguió, y un resplandor envolvió a Matilda y sus doncellas. Mientras eso ocurría, Ramírez avanzó por los laterales del salón desarmando a los guardias imperiales, que no ofrecieron resistencia, mientras por la parte alta, Johari hacia lo mismo. El círculo que las rodeaba, levantó la manos unidas hacia arriba, e instantes después el resplandor bajo en intensidad. Rápidamente las sacerdotisas se hicieron cargo de las doncellas, y portando el cadáver del emperador y a Dalanar, salieron del salón apresuradamente.

—Me gustaría quedarme, pero sabes que tenemos que partir, —dijo la reverenda madre, acariciando la mejilla de Matilda. Está, sujeto la mano que la acariciaba y la beso—. Es vital que nos hagamos cargo de la energía del traidor para que no vuelva a causar ningún mal.

 

Matilda, subió las escalinatas que conducían al trono y llegó hasta su altura seguida por la Princesa, que se quedó unos peldaños por debajo. Sujetó a Eskaldár con las dos manos, y enarbolándola por encima de su cabeza, la dejó caer con fuerza, golpeando y partiendo por la mitad el trono, que cayo hacia los lados en medio de un griterío ensordecedor. Todos se arremolinaron en torno a ella, y entonces, Matilda, dejó caer la espada al suelo y se puso a llorar. Ushlas, abriéndose paso entre los que seguían vitoreándola, subió las escalinatas y abrazo a Matilda. Sus labios se encontraron mientras Ushlas la acariciaba.

—Le he matado mi amor, lo he logrado, le he matado.

—Todo ha acabado ya Mati, —dijo acariciándola y enjugando sus lagrimas—. Ya no tienes que salvar más galaxias. Ahora puedes dedicarte a mí, a quererme como yo te quiero.

—Mi amor, sabes que te quiero más que a mi propia vida.

Neerlhix se aproximó a ellas y Matilda, extendiendo la mano, le llamó para que se uniera al abrazo. Su asistente, que había recogido a Eskaldár del suelo también lloraba.

 

La noticia de la muerte del emperador, recorrió el planeta como una ola. Todos los canales subespaciales llevaron la noticia a los confines de la galaxia a una velocidad de vértigo. En todos los sistemas se organizaron festejos populares para celebrar el fin de la guerra. La gente bailaba, se abrazaba y se besaba, radiantes de felicidad.

El general Comaxtel, subió a Matilda sobre sus hombros, a pesar de sus protestas. Hizo una indicación a Ramírez para que hiciera lo mismo con la Princesa Súm, y las dos salieron a hombros al exterior donde cientos de miles de soldados las vitorearon. La fiesta continuó, y varias horas después, en el Tharsis, el recibimiento fue apoteósico. Toda la tripulación fuera de servicio, y muchos de servicio, estaban en el hangar principal esperándola. Besó y se abrazó a todos los oficiales mayores, aunque Camaxtli, la estuvo achuchando mucho rato con lágrimas en los ojos.

—Chicos, no me la canséis mucho, que todavía tiene que dar la talla conmigo, —dijo Ushlas riendo y Matilda se sonrojó mientras la miraba.

—Mati, mi amor, te has sonrojado —exclamó Camaxtli mientras la volvía a besuquear, lo que provoco carcajadas generalizadas.

—¡Tú flipas! Las súper guerreras no nos sonrojamos, —bromeó Matilda.

Durante algunas horas la fiesta continuó, y aunque lo que más deseaba era irse a su camarote con Ushlas, aguanto el tipo. Era consciente de que el sueño tantos años anhelado se había hecho realidad y todos querían estar con ella. Finalmente, Ushlas consiguió ir despidiéndose de la gente y cogidas de la mano entraron por fin en la paz del camarote. La quito el arnés místico, se desnudó y las dos juntas entraron en la ducha. El cuerpo de Matilda presentaba todavía los rastros de la batalla, estaba sucio y salpicado por la sangre del emperador.

—¿Eso es una esponja natural de la Tierra? —preguntó Matilda sorprendida cuando vio a Ushlas sacarla—. ¿Dónde la has conseguido? Hace mucho que se extinguieron.

—Tengo mis contactos, aunque me costo una pasta. La guardaba para un momento especial, y hoy lo es. Para luego te tengo otra sorpresa.

Con ella, fue lavando meticulosamente el cuerpo de Matilda hasta eliminar el más mínimo rastro de suciedad de su cuerpo. Se sentaron en el suelo de la ducha y se besuquearon mientras Ushlas metía su mano entre las piernas de Matilda.

—Cuando te vas por ahí de batallas, se te olvidan las buenas costumbres, —dijo riendo mientras cogía la depiladora láser—. Sabes que no me gusta verte con esos pelazos. Te pareces a Daq.

—Joder nena, que exagerada, —contestó—. Si quieres les digo a mis generales: disculpen un momento que tengo que ir a depilarme los pelos del chocho.

Después la toco el turno a ella, y Matilda, con la esponja de la mano fue recorriendo lentamente todo el azulado cuerpo de su amante, entre besos y caricias. Terminaron de asearse y cogidas de la mano se fueron a la cama. Se tumbaron juntas, muy juntas y continuaron besándose ardiendo de deseo mientras sus manos se paseaban por sus cuerpos. Cuándo todo termino, durante un rato largo continuaron con los besos y las caricias. Finalmente, Ushlas se levantó y rebuscando en el armario saco una caja grande con varias luces de colores.

—¿Eso es un contenedor criogénico? —preguntó Matilda visiblemente interesada—. ¿Qué tienes ahí?

—Una cosa que sé que te gusta, —contestó mientras accedía a los controles del contenedor— y a mí también. Hay que esperar un ratito.

 —¡Jo! Pero dime que hay.

—No, no te lo digo.

—Pues no te hablo, ya está, hala.

—¿Qué no me hablas? ¿estás segura de eso?

—Si, si, que no te hablo más.

—Pues hasta que no me hables… no voy a dejar de hacerte cosquillas, —se lanzó sobre ella, y atacándola los costados se sentó a horcajadas sobre su vientre.

—¡No, no, no, no…! —y entro en una risa histérica e incontrolada que la dejó sin defensa posible.

—¿Me vas a hablar… mi amor? —preguntó pasados un par de minutos interminables que bañaron en sudor el cuerpo de Matilda.

—¡Si, si, si!

Ushlas cogió la sabana y la secó de sudor el cuerpo, cuando instantes después, mientras la besaba nuevamente, sonó un pito en el contenedor.

—Ya está listo, —Ushlas abrió el contenedor y una leve nube de vapor salio de su interior. Saco dos copas altas de cristal.

—¿Es vino? —preguntó Matilda entusiasmada.

—Si, y tu preferido, “Pago de Carraovejas” reserva del 2.135, —y sacando un papel de su interior, leyó—. Peñafiel, distrito de Valladolid, en España.

—¡Es de la Tierra!

—Si, una de las últimas cosechas que salieron de la Rivera del Duero, antes que se trasladaran a la nueva denominación Nueva Rivera, en el sistema 8274, en Nueva España. Hace tiempo que lo pude comprar y te aseguro que me costo una pasta gansa. ¡Joder!, espero que no este picado, —saco el tapón con un sacacorchos de mano—. Me ponen en las instrucciones que hay que decantarlo. Creo que se refieren a que hay que echarlo en esta…  lo que sea.

—Si, es un decantador. Hace muchos años vi uno, —vaciaron la botella en el decantador y preguntó—. ¿Pone algo más en el papel?

—Que hay que esperar cinco minutos para que se airee.

Las dos estuvieron vigilando el decantador durante los cinco minutos, mientras alternativamente pasaban la nariz por la boca del recipiente.

—Mi amor, con lo bien que huele, no puede estar picado. Hecha un poco en las copas.

Ushlas sirvió las copas y las dos olieron el líquido antes de probarlo.

—¡Fantástico!

—¡Genial! Que bueno está.

Siguieron conversando durante un par de horas mientras acababan con la botella. Finalmente, se quedaron dormidas hasta muy tarde, con la tranquilidad y la satisfacción que da la victoria.

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