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Una tarde de tapas

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Cuando le comenté a Sara que había una nueva profesora de padel en el club, y que creía que era su tipo, no necesitó más indicaciones. Ella es una asidua del gimnasio, pero durante las siguientes dos semanas estuvo recibiendo clases personales diarias, estableciendo una relación y generando la confianza necesaria para verse fuera del trabajo.

Vanessa, que así se llama, es una chica negra de piel muy oscura, pelo largo y alisado, alta, delgada y con todas las formas que se esperan de alguien que juega a padel tres horas al día. Durante el día trabaja en desarrollo farmacéutico pero el virus de la pala la enfermó de pequeña y da clases por la tarde para poder jugar a diario.

Sara y ella comenzaron a salir los jueves a tomar copas y en poco tiempo se hicieron amigas y confidentes. Al parecer, tras una ruptura con un novio pasajero, en un momento de tontería, mi mujer y ella tuvieron un rollito en una terraza de verano. Según cuenta Sara, no fue algo que mereciese clasificación X pero sí suficiente como para estudiar lo que podría haber sido si las circunstancias hubiesen sido más privadas.

Así las cosas, arreglamos un sábado para salir de tapas con ella y unos amigos. Choricito por aquí, vinito por allá, chistes, bromas. Para las siete estábamos todos contentos. Nuestros amigos se fueron por diferentes caminos, con cenas y compromisos diversos, dejándonos a los tres solos. El plan perfecto. Como suele ser habitual con Sara.

Sara menciona una pata de jamón que tenemos en casa con una botella de Beronia y Vanessa no se resiste. En el taxi las chicas se sientan detrás y a medio camino ya no hablan. Sara está completamente encima de Vanessa, fundidas en una intensa pelea de lenguas mientras sus manos descubren unas bragas rojas a juego con el vestido. Yo trato de distraer al taxista del espejo para que se concentre en la carretera.

Según llegamos a nuestro edificio, Sara y Vanessa desaparecen por la puerta del portal y me dejan pagando el taxi. No recuerdo estas prisas ni cuando Sara y yo éramos novios, la verdad. El ascensor es interminable y cuando llego a nuestro piso la puerta está completamente abierta, dejando a la vista un único zapato. Negro. De Sara.

El rastro no es difícil de seguir, con la blusa de Sara y el vestido de Vanessa indicando el camino a nuestro dormitorio. Por si hubiera alguna duda, ninguna de las dos ha decidido ser silenciosa y lo que se oye más parece una pelea que otra cosa.

Desde la puerta al fin las veo.  Sara está tumbada en la cama sólo con un tanga blanco, y Vanessa, sólo con las bragas a horcajadas encima de ella, sujetándole las manos por encima de la cabeza con una mano, mientras la otra agarra el cuello de Sara para acercársela a la boca. Los pechos rozando los de Sara mientras jadea y se frota contra su vientre.

Sara es una mujer alta y musculosa, el gimnasio es lo que tiene, pero Vanessa la incorpora sin aparente esfuerzo, la rodea con sus piernas y se funden en un abrazo, pecho contra pecho. Vanessa, de momento, parece estar llevando la iniciativa cuando le saca el tanga a mi mujer, le descubre ese chochito rasurado, fuente de tantas fantasías, y tras escuchar sus suspiros de deseo se lanza de cabeza a comérselo.

La violencia inicial se ha convertido en dulzura. Sara agarra la cabeza de Vanessa con las dos manos para dirigirla perfectamente, y Vanessa, tumbada sobre la cama, me regala un paisaje de culo. Culo cubierto por una braguita roja de encaje. Culo que se mueve de lado a lado. Culo que corona una espalda dura y suave a la vez.

Para cuando, al final, Sara me ve en la puerta, mi empalme es ya doloroso contra mi pantalón.

—Mi marido está en la puerta

—Hmmm?

—Sergio, mi marido, nos está mirando

—Y le gusta – dice Vanessa entre lamidas – lo que ve?

—Creo que sí. ¿Te gusta, cariño? – pregunta Sara entre gemidos – Ven aquí conmigo

La realidad es que nos la queremos follar los dos. Y mucho. Pero una situación así hay que manejarla con mucha mano izquierda. Con toda la velocidad que el nerviosismo me permite me quito la ropa, libero mi polla de la cárcel en la que se han convertido mis pantalones, y me voy a por Sara. A chupar esas tetitas morenas que tan bien conozco mientras ella me agarra los huevos.

Es impresionante ver a Sara moverse contra la cara de Vanessa cuando se acerca al orgasmo. Pierde los papeles. Me estruja los huevos, lo cual y para ser sincero, duele, y jadea arqueando todo el cuerpo. Unos segundos después se hunde en la almohada sonriendo.

—Ven aquí – le dice a Vanessa – siéntate en mi cara

Sara se escurre hacia el medio de la cama, ayuda a Vanessa a quitarse las bragas y se pone a bucear entre esos oscuros muslos, lo cual deja mi coñito preferido libre para una follada con show en vivo.

Follarte a tu mujer mientras esta le come el coño a una chica preciosa es uno de los mayores placeres de esta vida. Y ver cómo Vanessa le cabalga la cara a Sara, ahogando los gemidos de mis embestidas se va a convertir en una de mis memorias. Viendo cómo la piel negra empieza a relucir con leves gotas de sudor, y cómo ese culito y ese coño brillan con la saliva de Sara.

Mis manos se empiezan a deslizar por los pies de Vanessa, por su espalda. Tiene una piel suave como la seda. Y un culito respingón que invita al mordisco. Según bajo las manos hacia él, ella se inclina hacia delante, dejando su coño y culos totalmente abiertos y el clítoris justo sobre la boca de Sara. Qué invitación. Sin pensarlo dos veces paso del culo de Vanessa a las tetas de Sara, al ojete de Vanessa, a su espalda. Paro de follarme a Sara y me encamino, hipnotizado a follarme ese coñito tan jugoso.

Vanessa gira la cabeza, me mira a los ojos y entre gemidos me agarra la polla para guiarla adentro. Con la cabeza de mi polla a punto de entrar, noto la mano de Sara en mis huevos, tirando de ellos hacia delante. “Fóllatela” parece que me dicen.

Empiezo despacito, tratando de sincronizar mis movimientos con la respiración de Vanessa, y tratando de alargar esta situación lo máximo posible. Ella tiene otros planes y me agarra por la pierna insistiendo que la folle más deprisa mientras me empuja con el culo para entrar lo más profundo posible.

En aproximadamente medio minuto estoy a punto de explotar. Esto es demasiado. El culo de Vanessa rebotando contra mí, la espalda arqueada y la cabeza colgando. Mis manos sobando esas tetas tan duras y con esos pezones tan grandes y oscuros.

Cuando ya me había olvidado de Sara, aparece delante de Vanessa. Arrodillada. Le levanta la cabeza y el cuerpo de forma que la espalda está tan doblada como una hoja de papel.

—Para – me dice Sara y agarrándola del cuello le dice a Vanessa – Ahora te vas a correr para mí

Con una mano en el cuello, y la otra masturbándole el clítoris, Vanessa comienza a gemir y a frotarse contra la mano de mi mujer, lo cual hace que mi polla se mueva ahí abajo, haciendo mi condición de polla empalmada aún más difícil.

—Sigue Sergio – me dice Sara – ya está lista. Se va a correr como un animal. Fóllatela lo más fuerte que puedas

Con semejante permiso no pierdo un instante, agarrando las caderas de Vanessa la penetro como si tuviera un ariete invasor, sacando gritos de placer de la garganta de esta Diosa de Ébano.

—Ojos abiertos, mírame a la cara – le dice Sara

Cuando se corre noto un manantial en mis huevos. Vanessa pierde el ritmo, se caería si no fuera porque tanto Sara como yo la tenemos sujeta. Y exploto dentro de ella, cayendo rendido momentos después.

Cuando por fin recupero el aliento veo que ellas no han parado. Si bien no han seguido, Vanessa está apoyada en el pecho de Sara, acariciándole el coño cariñosamente.

—Tenías razón – dice Vanessa

—En qué – responde Sara

—Tu marido no iba a poner ningún problema.

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