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La guacha del kiosko

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Siempre hablábamos con mi marido Lucio de la vecinita que vive a la vuelta de casa. Incluso algunas noches, cuando hacíamos el amor fantaseamos con lo hermoso que sería jugar con ella en nuestra cama.

Se llama Alma, tiene 18 años desbordantes de sonrisas y colores, ojos azules, buenas tetas aunque mejor cola, lleva el pelo por los hombros, gesticula todo el tiempo con las manos, y la vemos ir y venir por el barrio desde nuestro humilde kiosquito.

Además nos compra seguido, ella y su familia.

Pero una tarde me animé a lo que nunca imaginé que sería capaz.

Lucio ordenaba golosinas, cigarrillos y gaseosas en los estantes y heladeras mientras yo atendía y revisaba el pedido para el día siguiente.

De repente Alma llegó a pagarnos lo que nos debían sus padres y a comprar pañales para su hermanito. Como era demasiado dinero me parecía lógico invitarla a pasar. Lucio estuvo de acuerdo.

Le cobré y charlamos un rato, ya que es amiga de mi hija desde el jardín de infantes. Cuando me preguntó por ella le dije que no tardaría en regresar de la casa de sus abuelos. Eso era mentira porque Pilar cumplía una misión caritativa en un campamento y no volvería por una semana.

A eso de las 9 cerramos, y Lucio le regaló un helado en tacita. Ella se puso a comerlo paradita sobre el mostrador, cosa que a mi marido le permitió tocarle la cola sin arrepentimientos. La sonrojó cuando a propósito se agachó para levantar un billete, y le hundió una mano entre las piernas.

Cuando le di una servilletita para que se limpie las manos ni bien terminó su postre le pasé la lengua por el labio inferior, donde tenía sucio con chocolate y crema, y ella intentaba lamerse, y así por toda la boquita.

Lucio entretanto le decía que se cuide de los pendejos de al lado, desabrochándole el guardapolvo para dejarlo sobre su mochila que descansaba en el suelo.

En eso Alma nos contó que se rateó del colegio para encontrarse con dos guachos que tenían pensado llevarla a la casa de uno de ellos y así cogerla toda.

No sé por qué nos confiaba sus andanzas íntimas con tanta soltura. Pero lo claro es que los dos entendimos la señal. La mocosa andaba buscando que le echen un polvazo, y nosotros estábamos más que dispuestos.

Me le acerqué para acariciarle el pelo, y cuando nuestras lenguas se entrelazaron en su boca fresca vi que se le llenaban los ojitos de lágrimas.

Lucio la sentó en un banquito que usamos para alcanzar las cosas altas de las estanterías y me devoró el cuello a chupones. Hasta que ella balbuceó inocente:

¡me siento rara pero me gusta!

Los dos fuimos testigos del desarrollo de su cuerpo adolescente cuando se quedaba a dormir en casa, y no podíamos creer que ahora la tuviéramos a merced de nuestros instintos sexuales más impíos.

Lucio añadió en medio del silencio, mientras le quitaba la remera amarilla para manosearle esos primores que portaba de tetas encima del corpiño:

¡y tenés cosquillitas en el cuerpo? Querés jugar a que sos nuestra hijita degenerada?!

Luego lo vi pelar su verga empalada para hacérsela tocar, y entonces me arrodillé decidida a darle unas chupaditas ruidosas. Hasta que la oímos gemir como buscando disculparse por hacerlo, y al verla estirarse los pezones ya con su corpiñito desprendido, la llevamos al dormitorio de Mariana, nuestra hija, donde Lucio se quedó en slip, se la sentó en la falda para tranzarla entusiasmadísimo, entretanto yo la acariciaba entera dándole besitos en la espalda, en las tetas y las piernas, y le daba mordisquitos sobre su calcita ajustada.

Cuando me topé con su entrepierna me calentó tanto su aroma de nena que, en un impulso me quedé en calzones y la hice upita para comerle la boca con mis dedos estimulando su flor con masajitos sobre su ropa, a la vez que mi marido saceaba su sed con sus lolas y ella le estrujaba el pene con ambas manitos.

En cuanto comenzamos a besarnos entre los tres, ella se embadurnó los deditos con su leche rabiosa, la que le pedí que se pase por la carita.

Mientras tanto, en mis entrañas ardía un placer irrebatible al sentir su piel de durazno sobre la mía. Me encantó que Lucio busque en los cajones de la ropa de Mariana y encuentre una bombachita de mi nena, con la que le limpió la lechita de la cara!

No era fácil contenerse. En el nombre de mi celo le arranqué el slip a Lucio que permanecía sentado, y la obligué a lamerle las pelotas mientras yo se la mamaba para que se le pare como antes.

Ninguno podía hablar, pero los cuerpos sabían escribir las páginas eróticas más fogosas del universo.

Luego ubiqué a la mocosa en cuatro patas arriba de la cama despelotada de Mariana, me corrí la bombacha para que Lucio me meta por un ratito esa pija magestuosa en la concha y le enseñé a chupársela después. Por momentos le presionaba la cabeza para que él no retroceda en el intento de atravesarle la garganta, y de repente la tironeaba del pelo para olerle la boquita babeada.

Hasta que la dejé mamando solita, a su modo y con su estilo lento, con mucho meneo, gimiendo delicada y oliendo como una perrita, mientras yo le sacaba la calza y la bombacha empapada para que Lucio la huela diciéndole:

¡mmm, qué sabroso nena, tu olor a culito, a pipí, y a conchita, cómo te mojás bebé, chupala así, comela toda trolita!

Yo le abría las piernas, le mordía la cola con mi pulgar cogiéndole despacito su vagina cerradita pero muy apetitosa para mi lengua desde que impregné mi nariz allí, y se la lamí enceguecida. Es más, creo que así la hice acabar dos veces con mis dedos abriéndole el orto, y con mi lengua movediza cada vez más enterrada en su conchita, cuyo clítoris latía y se mojaba como jamás vi. Además lo tenía bien visible por lo fino de sus labios.

Después le restregué las tetas por el cuerpo como braza caliente, la descalcé, me saqué la tanga para que la huela apenas Lucio corría a atender el teléfono, y en cuanto se paró le chupé el culito frotándole furiosa la tanga en la argolla.

Lucio volvía con una cara repleta de satisfacción, mientras decía:

¡vos creés que Mariana tiene la conchita como esta pendeja Rosa?!

Y en medio de mi carcajada por su ocurrencia la borrega se hizo pis diciendo que estaba muy caliente.

Encima se había puesto la bombacha de su amiga!

Yo se la saqué al tiempo que Lucio se recostaba cara al cielo, y yo le senté a la guacha en el pecho para que le chupe la concha.

Yo solo me pajeaba mirándolos, hasta que se la acosté boca abajo, le dejé la verga en la puerta de su sexo, y primero yo la manipulaba de las caderas. La subía y bajaba a mi antojo manejando los tiempos del polvo, sin que se mueva una vez que se la ensartó, mientras le chirloteaba las nalgas, y ella jadeaba repitiendo:

¡quiero más pija papi, y que te cojas a Marianita, esa es re putita!

Pronto la dejé moverse sola al tiempo que le untaba más y más saliva en el culo para cogérselo con mi lengua, logrando que gima de calentura. Hasta le metí toda mi tanga en la boca para no tener historias con mis vecinos, porque sus grititos estaban plagados de agudos fatales.

Me quedé con las ganas de ver a Lucio haciéndole la cola, porque su lechita interminable optó por guardarse en su conchita divina apenas ella expresó:

¡tu nena quiere toda tu lechita, dame leche ahora, me encanta tu verga adentro mío, y que tu mujer te vea garcharme así!

Pero sabemos que no faltará oportunidad. No se imaginan cómo cogemos por las noches con su olor en la habitación de Mariana! Es más, ella se lo contó a nuestra hija, y ahora pasan más tiempo juntas.

Lucio fantasea con que las dos se pajeen en la camita pensando en mamarle la pija pijas, desnuditas y comiendo helado. Y a mí me fascina ver su cara de morboso cuando me coge hablando de ellas! Fin

(8,90)