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¡Dámela toda, mi amor! (12): Yovana me hace una felación.

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Invoco a mi nueva musa, una muchacha de raza negra. Se llama Jasmine y es otra actriz de películas X. ¡Oh, mujer de piel como la inquieta noche! Me deleito en el sofá de mi apartamento mientras veo tus buenas actuaciones. Ahora te observo en Taxi Hard, del genial director Narcís Bosch. Tu magnífico papel de una colegiala perversa me calienta la sangre de mis venas. En la pantalla aparece una consulta... El médico te da buenos consejos con cierta socarronería y tú con un rostro entre la inocencia y la rebeldía intentas seducir al pobre doctor. ¡Ah! ¡Quisiera estar en el lugar del sacrificado médico para enseñarte el mundo del placer.

Veíamos la citada película mi amiga Yovana y yo. Permanecía recostado en el sofá, sin embargo sabía que pronto, antes de acabar aquel vídeo, íbamos a pasar a la acción, intentanto emular las escenas más... salvajes. De momento mi amiga, tan atrevida y de la misma raza que la actriz, se mostraba fría. Desde su más tierna adolescencia ella ya aprendió qué era el amor, yo hoy observaba que no estaba muy alegre. No era por la velada, pues otras veces habíamos visto películas de esa temática y nos habíamos divertido. Venía a verme para comentar algún problema.

Seguro.

Y yo volvía a recordar en breves segundos cómo la conocí, pero no deseo adelantar la acción, amigos.

Cuando acabó la escena de la prestigiosa alumna, Yovana acercó su lasciva mano a mi entrepierna. En realidad ella había observado que mi pene estaba erecto desde los primeros minutos del vídeo. Bajó la cremallera. ¡Maldito ruido! Y salió de nuevo mi pene con deseos de desahogarse. La mulata empezó a frotarlo y con su lengua dio unos suaves golpes a mi glande, -mi enrojecido glande. Y seguidamente me realizó una soberbia felación. Sus carnosos labios se encargaron de dar más placer a aquella actividad. Succionaban y apretaban alternativamente la punta de mi miembro y yo no podía evitar sacudidas violentas ante su esmerado trabajo.

¡Yovana, Yovana! Debía venir conmigo y dejar al viejo dueño del negocio.

Ante mis ojos semicerrados y mi cara de satisfacción ella paró por unos segundos, lo cual me molestó un poco. Nos miramos con seriedad.

-Te la chupo sin preservativo, mi amor, pero con una condición, no te corras en mi boca -dijo con suavidad-. Y prosiguió su digna tarea.

Mientras ella me hablaba con aquellas palabras, me había bajado los pantalones y con sus delicados dedos me acarició al mismo tiempo los testículos. No podría describir ese aluvión de sensaciones...

Pensaba que controlaría el momento de la eyaculación, que la llegaría a avisar a tiempo sin embargo... parecía un adolescente que despierta...

-¡Mierda! -exclamé-. Me corro... Me he corrido.

Sí, desgraciadamente el chorro de mi semen se repartió entre la boca de mi amiga. Y parte de su rostro se quedó manchado. Cogió un pañuelo de papel y se secó de momento la cara. Luego con una severa mirada por haber fallado, se fue al cuarto de baño para lavarse el cutis.

-¿Me perdonas, no? -dije mientras ella salía por el umbral del pasillo.

Con una toalla se secaba su rostro. No podía disimular cierta inquietud.

-Yovana, si me quieres contar alguna historia, pienso que ahora es el momento adecuado -añadí.

A continuación paré la película y apagué el televisor. La muchacha se sentó de nuevo a mi lado. No podía desviar mi mirada de su generoso escote y de su cuello lleno de colgantes y cadenas doradas, regalos de su generoso esposo o el amante improvisado, pues yo sabía que no era el único hombre de su agitada vida... su vida sentimental.

-Como puedes suponer mi matrimonio empieza a naufragar -dijo ella.

-Pero eso estaba en tu programa. ¿No es así? -proseguí fríamente.

-No seas cruel conmigo.

-Te dije que no te casases con ese individuo y que te buscases el verdadero amor, el amor definitivo. Me acuerdo cuando nos volvimos a encontrar en París, en aquel local del barrio de Montmartre. Luego nos vimos de nuevo aquí. Eras una espléndida chica go-go de un famoso club. Te movías al compás de la música de Prince. Cuando quedábamos en alguna velada, repetías esa canción en la que una mujer debía encontrar a su amado.

Y seguí con aquellos versos:

Pequeña corvette roja,

necesitas un amor definitivo.

-No es tan sencillo como supones -añadió ella-. Mi marido se ha rodeado de buenos abogados y puedo perder bastante.

-Mira, yo no deseo opinar sobre este asunto. Tuve mi historia con Helga y fracasó. De hecho mi vida se ha convertido en una estúpida comedia cuando pienso que se podía haber evitado esa tragedia.

-No debes castigarte por el pasado, te lo he comentado muchas veces, mi amor. Era el Destino. Se avecinaba su final, y me conociste a mí...

...Me conociste a mí... Esas palabras se clavaron en mi cerebro por unos interminables instantes. Y cuando Yovana se marchó de mi apartamento me quedé incómodo. Saqué la película del vídeo y me tumbé sobre la cama. No era para recordar la mágica felación que me había hecho, era para pensar en los recientes acontecimientos que dieron un giro imprevisto para algunas personas.

Francisco

(9,00)