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¡Dámela toda, mi amor! (14): Los negocios de Yumenos.

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Los trabajos en club prosiguieron el lunes. Además de vaciar la habitación de Sanakos, Macro y yo tuvimos la desgradable labor de acudir al Ayuntamiento de Budapest, concretamente al Departamento de Obras y hablar con un tal Yumenos.

Subimos las escaleras del viejo municipio y un ordenanza nos indicó el despacho. Nos quedamos por interminables minutos en una sala de espera. Luego se abrió la puerta y apareció un hombre grueso que destacaba por su orondo vientre, su cabello rizado y su bigote.

-Así... el astuto Miklos quiere ampliar el local -dijo después de mirar la instancia-. Bien, no se preocupen. Yo mismo me encargaré de que le den la oportuna licencia.

-Debería ser con la máxima rapidez posible -añadió Macro con ciertos nervios-, pues de hecho nosotros hemos empezado a limpiar el patio interior y la parte de la casa que pensamos reformar. Y sería desagradable que la policía interviniese, hiciesen preguntas y cerrasen el local porque no tenemos los papeles en regla.

-Tranquilo, amigo Macro, no se asusten -concluía mientras nos levantábamos de las sillas y nos proponíamos abandonar la puerta del enorme despacho.

-Por cierto -me dijo el obeso personaje mientras me estrechaba su grasosa mano. Usted... ¿Es nuevo en el club? ¿No?

-Sí -se adelantó el compañero de trabajo-. Es un boxeador y ya sabe que Miklos necesita como siempre a guardaspaldas para sus chicas.

-Sí... ahora... Lo reconozco. Boxeador... Vi el espectacular combate contra el "Zar de Kiev". Ha sido el único que ha podido tumbar a ese engreído.

-Fue difícil -alegué escuetamente.

-Me alegro por usted. Tiene un brillante futuro tanto en el club como vigilante que como púgil -dijo antes de despedirnos y cerrar la puerta.

Bajamos las escaleras e inmediatamente dejamos el edificio. Mientras conducía el coche para regresar al club, Macro habló:

-Ese personaje, Zoltan Yumenos, no es ni funcionario ni un político destacado del nuevo partido -me dijo-. Pero es un cargo de confianza con una cuantiosa cantidad de florines y más dinero que no se declara, que ciertos personajes otorgaron porque hizo una serie de favores cuando esos caballeros antes iban prácticamente pidiendo caridad en la calle tras la caída del comunismo.

-Bien, en mi país sucede el mismo caso -añadí fríamente-. No me sorprende.

-Yumenos es un importante empresario, tiene una cadena de restaurantes y además una compañía o productora que se dedica a hacer películas X. De hecho, con los nuevos tiempos que se avecinaban, él fue el primero en rodar los primeros cortometrajes eróticos y empezar su carrera en las finanzas. Muchas mujeres jóvenes de aquí antes eran secretarias, funcionarias... "Aunque estaban fijas, necesitaban dinero para comer y pronto se ofrecieron para obtener un sobresueldo como actrices pornográficas en la sección amateur, luego dan el salto de las profesionales."

Después de la breve explicación de Macro, llegamos al local y reanudamos nuestro trabajo. El compañero de trabajo habló con Miklos sobre su entrevista con Yumenos mientras yo sacaba unas pequeñas vigas de madera carcomida.

Al terminar la jornada y acercarse la hora de comer, nos dispersamos... Sándor no apartó su mirada asesina cuando Helga y yo volvíamos a subir a mi coche para ir a un pequeño restaurante en las afueras de Budapest.

Sin embargo aquel día no tenía demasiada hambre y no pude con el plato. La bailarina notaba mi creciente preocupación por nuestra situación y solamente alegó unas sencillas palabras:

-Pronto nos sentaremos para hablar de nuestro futuro. Lo prometo

No sabía si era una cierta esperanza o se trataba de prolongar el problema. Puedo decir que, después de su comentario, se quitó su zapato de tacón de aguja y con su pie, semejante a la cabeza de un ofidio, comenzó a acariciar mi entrepierna, lo cual me produjo una mezcla de sorpresa y preocupación, pues no estábamos comiendo solos en aquel local.

-¿Te gusta esto? -preguntó ella sin dejar su entretenida tarea.

-Sí, pero... nos pueden... ver... -añadí entrecortadamente.

-Se pueden fastidiar. Me interesa tu placer. ¡Oye! Noto que se te está poniendo dura. ¿Vais siempre así los boxeadores?

-Helga, yo....

-No hables más y déjame hacer.

Las puntas de sus dedos continuaron su actividad y era como pequeños gusanos que escarbaban lentamente a través de mis pantalones para adentrarse en mis testículos y mi erecto pene. Me dejaba arrastrar y devorar por esos gusanos. Luego se descalzó su otro pie y con la habilidad de una atleta, acaricó la cara interior de mis muslos, lo cual aumentó mi calor corporal. La gente observaba... sí... no... ¿Qué me importaba? ¡Éramos tan felices!

-¡Eh! Estás a punto de correrte -susurraba ella-. Te gusta. ¡Reconócelo!

Con suavidad golpeaban sus dedos mis testículos.

-Sí, sigue así...

-Si te dijese que nos miran unas viejas de la mesa de enfrente... ¿Qué pasaría?

-Tú continúa, por favor, luego hablaremos con esas...

El masaje prosiguió y yo permanecí con los ojos semicerrados y los sentidos embotados... Y con el sutil tacto llegué a mi orgasmo y no pude disimular una cara de placer. En mis pantalones azules quedó una buena mancha de semen que después, en el lavabo de otro bar, me apresuré a limpiar inmediatamente.

Helga reía. Siempre reía tras preparar un número como ése. Y lo repetiré: Para ella el sexo era un inocente juego.

Francisco

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