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(5) Reflexiones sin bragas

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La A7 se consideraba la autovía de la Costa del Sol que conectaba Málaga con Marbella. Una carretera bien asfaltada y bien iluminada por farolas. Precisamente por esta autovía relucía el Ferrari color carmín como una bombilla en medio de la oscuridad. El chasis reluciente y pomposo se remataba con Ana Etxeberría al volante y su mejor amiga Ainhoa Montes de Oca, ambas maquilladas con el make-up más lujoso y caro del mercado y con un vestuario sexi y a la vez sofisticado. El bolso Loewe de Ainhoa costaba la friolera de 900 euros y el reloj Cartier de Ana superaba los 2000 euros.

Con la quinta metida y el gas a fondo, Ana conducía el Ferrari de tal forma que atraía la atención de conductores cercanos. Hubo un par de chicos que las piropearon. La respuesta de Ainhoa fue una peineta con el dedo.

En menos de media hora llegaron a la ciudad de Marbella, como un oasis en mitad del paraíso de julio. No pasaban desapercibidas para nadie. Por donde pasaban dejaban a todos boquiabiertos.

Se fueron adentrando en Marbella hasta alcanzar el Puerto Banús. Con un pase privado, pudieron acceder en coche al puerto. Una retahíla de guiris, suecos y veraniegos cubrían todo el puerto con sus bermudas y sus chanclas playeras. Ya eran las diez de la noche y las luces tildaban en una interminable fila de tiendas, bares, restaurantes y pubs.

A medida que Ana avanzaba con el Ferrari, todos se quedaban fascinados al paso.

El Ferrari se abrió paso hasta un aparcamiento privado solo para ellas. Nada más bajarse del cochazo, surgieron los primeros flechazos de la noche. Tanta belleza selecta no dejaba indiferente a nadie.

Juntas y despampanantes, dieron un paseo con sus tacones de aguja y sus medias de rejilla. Verlas era un espectáculo que enamoraba a cualquiera.

La andada llegó a su final en el restaurante Picasso, a rebosar de clientela y una cola de 15 familias. Pero Ana y Ainhoa entraron directamente hasta una mesa reservada exclusivamente para ellas. Sus culos ceñidos en las minifaldas y sus taconeos de modelo, hipnotizaban a solteros, casados y chicas.

El jefe de cocina salió a saludarlas nada más saber que llegaron. Luego se les asignaron un camarero exclusivamente para ellas solas. Eran las dos chicas más elegantes y atrayentes del restaurante, y había que tratarlas como se merecían.

Pidieron de beber un vino de reserva y una ensalada césar de entrada. El pedido llegó en tiempo récord. A esta mesa se le dio prioridad. Luego fueron llegando los primeros platos. Berenjenas rellenas. Suflé de zanahoria. Tortellinis de queso con bechamel. Y de postre mousse de fresa y tarta al whisky.

Ambas quedaron muy satisfechas del trato y de la calidad de la comida, pero surgió la sorpresa a la hora de pagar la cena.

-La cuenta corre a cargo de aquellos dos hombres de allí –señaló el camarero a dos elegantes hombres, tres mesas más allá.

-Vaya, qué galanes –sonrió Ainhoa.

-Tendremos que ser agradecidas y acercarnos –se levantó Ana del asiento mientras se colgaba el bolsito del hombro. Ainhoa la siguió hasta la mesa de los dos caballeros-. Hola, soy Ana y ella es Ainhoa.

-¿Qué tal?

-Encantados de conoceros. Yo soy Lolo y él es mi hermano Santi.

-Muchas gracias por el gesto –lo dijo Ainhoa de corazón.

-No es nada. Os merecéis eso y más –aseguró Lolo-. Enseguida reconocemos la clase y la belleza, y lo valoramos mucho.

-¿Os vais ya? –se preocupó Santi-. Lolo y yo tenemos un yate atracado en el puerto. Está cerca. Podemos ir los cuatro y disfrutar de la noche.

-Me parece genial. ¿Qué te parece, Ani?

-Que ya tardamos –soltó Ana una dulce risita.

-Nosotros hemos acabado el postre hará 10 minutos –aclaró Santi-. ¿Pagamos y nos vamos?

-Parece que los cuatro estamos de acuerdo –se alegró Ainhoa.

-Pues venga.

Lolo pagó su cena y la de las chicas, y se encaminaron al yate.

Santi le pasó el brazo por los hombros de Ana y fue bajando hasta cogerla del culo. Ana rio complacida.

Lolo hizo lo propio con Ainhoa.

-Oléis muy bien –lo notó Santi con excitación.

-Nosotras lo hacemos todo muy bien –rio Ainhoa.

-¿Incluso el sexo? –se atrevió Lolo.

-En eso no me gana nadie –sacó Ana la lengua y le pegó un lametón en la cara de Santi.

Hubo risas.

-¿Qué yate es? –se impacientaba Ainhoa.

-Ese de allí.

-Wow, qué lujazo –se fijó Ainhoa-. Es para mojar las bragas.

-Yo ya las llevo mojadas –rio Ana.

-No te creo. Mientes –jugó Santi.

-Dame la mano –se la metió bajo su minifalda-. Palpa.

-Hey, es verdad.

-Oye, cabrón, ¿qué haces?

-Meter la mano. ¿No te gusta?

-Mmmmm…

-Ten cuidado, Santi, que Ani es muy fácil de correr –rio Ainhoa.

-Santi, saca el dedito.

-¿Y si no quiero?

-MMMMM… Santi…. Ohhhh…

-¿Qué te hace, guarra? –se divertía Ainhoa.

-¿Tú qué crees? El mete saca manual uuuuuy… para que me corro aquí mismo… Santi, joder… mmmmm… puta… ohhhhh…

Santi fue bueno y sacó el dedo y a renglón seguido la mano. Ese mismo dedo se lo chupó con gusto.

-Mmmmm, sabe a frambuesa –lo saboreó Santi con gusto.

Más risas.

El yate resplandecía con el reflejo de las luces en el mar.

-Uuuuh –aulló Ainhoa mientras subía a bordo.

-Por aquí –bajaron por unas escaleras hasta la zona de camarotes.

-Puta hermosa –palmeó Lolo el culo de Ainhoa. Ella rio.

Ana se iba quitando las bragas a medida que andaba.

-Wow, me encantan tus bragas –se fijó Santi.

-Compradas en Beverly Hills. Mil doscientos dólares.

A eso que cruzaron por delante de una sala donde discutían un hombre con otro asiático. Este se quedó prendado de Ana al verla pasar.

-¿Qué pasa ahí? –se intrigó Ainhoa.

-Es mi padre. Asuntos de negocios. Los chinos siempre dan por culo –aseguró Lolo.

Llegaron a un salón con las paredes acristaladas y lujo a donde pusieras la mirada.

-Hey, me encanta –comprobó Ainhoa una mesa de cristal de bohemia.

-¿Hay champán? –exigió Ana.

-Claro. Podemos pedirla.

-Y fresas con nata.

-Hecho.

-Y un collar de perlas.

-Lo que quieras, Ana.

-Yo prefiero una pulsera de oro –siguió Ainhoa con las exigencias.

-Tendréis todo eso y más, pero queremos una compensación –sonrió Lolo con intención.

Las miradas de Ainhoa y Ana se entrelazaron y asintieron con la cabeza. Prenda a prenda fueron desnudándose hasta quedar totalmente desnudas.

-Madre del amor hermoso –Santi no tuvo palabras.

-Primero los regalos y luego el sexo –manejó Ana muy bien la situación.

-Por supuesto –garantizó Lolo, pero su padre hizo acto de presencia en el salón.

-Perdonad por la intromisión, chicas. No quiero ser un aguafiestas.

-No pasa nada –posó Ana desnuda y sin importarle la mirada del padre de 52 años.

-¿Ocurre algo, papá?

-Sí, Lolo. Solo será cuestión de un minuto. Veréis, chicas, no sé de dónde habéis aparecido, pero me vais a solucionar un contrato de 12 millones de dólares. El señor Su Ling os ha visto pasar y está muy interesado en vosotras, pero especialmente en ti –señaló a Ana-. Y ha acordado firmar el contrato a cambio de sexo contigo.

-¿En serio? –Ana se sintió halagada.

-No te lo pediría si no fuese importante. Además, no te conozco de nada, pero necesito esa firma para la fusión millonaria de las dos corporativas. Si no pierdo millones y mis acciones bajarían. Eso me convertiría en un pececillo en medio de un mar de tiburones. ¿Lo comprendes?

-Claro que lo comprendo. ¿Y qué saco yo a cambio?

-¿Entiendes de finanzas?

-Por supuesto. Yo invierto en Forex.

-¿Te parece bien ser socia con un 20% de las ganancias?

-Un treinta y Ainhoa entra en el pack.

-Vaya, aparte de hermosa eres dura de pelar.

-Lo tomas o lo dejas.

-Trato hecho. Su Ling espera en una sala contigua. Hijos, quedaros aquí.

-Vamos, zorrón –tiró Ana de Ainhoa fuera del salón. Recorrieron un pasillo hasta la sala contigua. Aquí esperaba el chino encorbatado y excitado nada más ver entrar a las dos chicas. Pero iba acompañado de una hermosa china de 20 años y trajeada.

-Haré las presentaciones –intervino el padre-. Este es Su Ling y ella es Li Chang, secretaria personal y traductora. El señor Ling no entiende ni una sola palabra de español y la traductora hace de intermediaria en las conversaciones.

El señor Ling habló.

-¿Qué dice? –se interesó el padre.

-El señor Ling desea estar a solas con las dos jóvenes.

-Me parece perfecto. A por él, chicas –abandonó el padre la estancia.

El señor Ling empezó a parlotear sin freno.

-El señor Ling desea que usted chupe cuatro caramelos de anís –se los pasó la traductora a Ainhoa.

-¿Y para qué?

-Esto ayudará a que sueltes ventosidades. Por cada pedo ganarás 500 euros.

Ainhoa no necesitó más explicaciones y se llevó los cuatro caramelos de anís a la boca.

-El señor Ling desea que te pongas en pompa, inclinada y con el culo pegado a su cara –se lo dijo a Ainhoa-. No te muevas ni digas nada.

Dicho y hecho.

El señor Ling olió el culo de Ainhoa y sonrió satisfecho.

En ese momento, la traductora se fue desnudando.

-¿Qué haces? –no se lo esperaba Ana.

-Haré de telonera –se colocó tras ella una vez desnuda. Alargó una mano hasta el clítoris de Ana y empezó a estimularlo.

-Ahhhh…

-Ssssssh, tranquila…

-Frotas muy bien.

-Gracias.

-¿Y tienes buenas tetas?

-Gracias.

-Ahhhhh… Además, eres una monería…

-Muchas gracias.

Ana giró el cuello para mirarla.

-Uuuuuh… sigue, perra amarilla uuuuuuy

-Tú sí que eres hermosa.

Ana no pudo aguantar y la besó.

En ese momento Ainhoa soltó un pedo y el señor Ling lo olió con gusto. A continuación enrolló un billete de 500 euros y lo introdujo por el ano de Ainhoa.

Ana le metió la lengua y la traductora se la chupó con placer.

-Córreme…

Pero la traductora frenó el frotamiento.

-Lo siento, pero son órdenes del señor Ling.

La polla venosa del señor Ling se dejó ver con su punta cabezona.

-Ya sabes lo que hacer, cariño –la animó la traductora para acercarse del todo y subirse sobre los muslos del magnate chino. Y así lo hizo Ana.

Esta vez el pedo de Ainhoa fue largo y sonoro. Otro billete de 500 euros por el ano.

-Ayúdame, ¿vale? –suplicó Ana a la traductora.

-Tranquila. Yo estoy contigo.

La traductora calculó el contacto vaginal y procuró un comienzo satisfactorio.

-Coño… –Ana no esperaba ese grosor y esa largura.

-Un poco más, cariño –pidió la traductora.

Ana bajó más la pelvis y eso entró con un placer inmenso.

-Salta.

Ana obedeció y propinó los primeros saltos.

La traductora estuvo pendiente en todo momento del proceso coital.

Los gemidos de Ana pasaron a gritos.

El señor Ling se agarró al culo de Ainhoa con la mano derecha y con la otra al culo de su traductora.

-El señor Ling dice que eres la más hermosa de su harén.

-Ohhhh… gracias…

-Ahora el señor Ling dice que quiere un pelo de tu pubis.

-Si, joder, vale OHHHHH COÑO

El señor Ling discute con su traductora. Ella asiente y arrea un bofetón al culo de Ana.

-¡Au, coño! ¡Me ha dolido!

Pero vino un segundo azote.

-¡Ay, joder!

La traductora soltó el brazo y arremetió un tercer golpe, esta vez con violencia.

-¡AUUUUU!

-El señor Ling quiere tu eyaculada en un vaso.

Pero Ana ya ni pensaba ni escuchaba. Solo tenía alma y cuerpo para su coño gozoso.

-YA YA YA YA VIENE

El señor Ling alentó a su traductora que como una centella encontró un vaso y volvió. Ana no aguantaba más. Los saltos eran continuos e incesantes. Y en un intercambio de orgasmos alcanzó la plenitud final.

El señor Ling la agarró de las caderas y la levantó para desclavarla. En el lugar de la polla, la traductora colocó el vaso y Ana fue llenándolo de sus chorreos de flujo.

-MMMMM qué gustazo…

Casi rebosa el vaso.

Un tercer pedo ventoseó Ainhoa con el sonido de una trompeta desafinada.

-Uy uy uy –sufría Ana espasmos.

La traductora aguantó con el vaso para recoger el máximo posible. Dijo algo en chino y el asiático rio complacido.

Ana se bajó del sofá con un tembleque de piernas.

-Hey, mi billete –se quejó Ainhoa, pero esta vez el señor Ling le metió un cheque de seis cifras. Y le pegó un bofetón en la nalga derecha como despedida.

-Buena corrida, cariño –la felicitó la traductora.

-Gracias.

El señor Ling cogió el vaso de flujo. En un principio se deleitó oliéndolo y luego se lo bebió a sorbos, como si fuese un licor selecto. Se relamía en cada buche. Se tomó su tiempo mientras iba engullendo el fluido femenino. Se podían ver coágulos de sangre flotando pero el señor Ling se lo tragó como si fuese una delicatessen. Apuró el vaso hasta no dejar nada.

-Mira, guarra –enseñó Ainhoa sus ganancias en la mano.

El señor Ling habló dispuesto.

-¿Qué dice este pervertido? –le hizo gracia a Ainhoa.

-Que quiere firmar de inmediato. Llamaré al señor Hortelano –quiso decir la traductora al padre de Lolo y Santi.

Pero el señor Ling soltó otra parrafada.

-El señor Ling dice que tu flujo es manjar de dioses –miró a Ana-. Que desea hacer lo mismo con tu pis. Que avises antes de ir al cuarto de baño.

-Pues mi pis se paga en dinero, no en carne –dejó Ana muy claro.

-El señor Ling dice que tendrás en cuenta un millón de euros. Mandará ahora mismo la orden a su banco.

-¿Lo ves? Eso me gusta más –se entusiasmó Ana.

-¡Yeah! –le dio Ainhoa una chocada de manos.

(9,00)