Nuevos relatos publicados: 12

Desafío de galaxias (capitulo 24)

  • 14
  • 11.388
  • 9,75 (4 Val.)
  • 0

En la retaguardia del ejército federal en Rudalas 3, la actividad era intensa. La 102.º acorazada estaba terminando de embarcar en orden de batalla en el interior de cuatro transportes. Cerca de allí, dos divisiones de infantería de choque hacían lo mismo en otros cuatro. Listos para partir, uno de los transportes aguardaba con el portón principal abierto.

—¿A qué cojones esperamos? —preguntó un suboficial impaciente—. Me estoy quedando frío.

—¡Cierra la puta boca! —le recriminó el coronel de su batallón.

Entonces apareció la figura del general Clinio, equipado con sus corazas de combate, la espada a la espalda y su escudo en el antebrazo izquierdo. Le seguían varios de los jefes y oficiales de su estado mayor. Sin perder tiempo, subió la rampa, se colocó en primera fila y cerró el portón mientras por su comunicador ordenaba al comandante de la nave el despegue.

—¿Está dispuesto a morir hoy, sargento? —dijo Clinio al bocazas.

—Yo siempre mi general…, si usted me acompaña.

—Entonces vamos a ver si lo conseguimos.

—Si, mi señor.

Mientras tanto, en el Fénix, Marisol hablaba por video enlace con Loewen.

—¿Sigues decidida a no intervenir? —peguntó Loewen.

—Sí, sí; no he intervenido en tus operaciones y no lo voy a hacer en las de él, —respondió decidida—. Aunque la incertidumbre me consuma, esta batalla la tenéis que ganar vosotros solos. Además, es posible que tengamos problemas…

—¿Problemas, que problemas?

—No os he dicho nada para no preocuparos, pero una pequeña flota enemiga se dirige hacia aquí. En inteligencia creen que vienen a Rulas 3, pero si las cosas se tuercen para ellos en Rudalas…

—Entiendo, estaremos alerta.

—Vosotros dedicaros a lo vuestro como si no pasara nada, esta nueva amenaza es cosa mía y Opx ya esta al corriente, —y con tono decidido, añadió— todo está en vuestras manos, sabéis que confío plenamente en vosotros dos.

Dos días antes, Marisol se reunió con Clinio y le puso al corriente de los trabajos secretos llevados a cabo en Rulas 3.

—Hemos instalado artillería de defensa planetaria en cuatro transportes de tropas, cuatro baterías por unidad. También hemos reforzado sus escudos para que soporten sin problemas un bombardeo intenso desde la orbita. Con ellos, puedes atacar el centro del ejército enemigo y disparar contra la flota bulban. También hemos reforzado los escudos de otros ocho transportes y los hemos trasformado en fortalezas móviles. Eso si, hemos perdido capacidad de carga, pero podrás embarcar a la 102.º y a dos divisiones de infantería de choque…, por ejemplo.

—Ya sabía yo que a esa preciosa cabecita se le ocurriría algo, —dijo Clinio sin poder ocultar la devoción que sentía por Marisol—. Bien, ¿cómo lo quieres hacer?

—¡A no hijo no! Está es tu batalla, —y sonriendo añadió—: tú sabrás, pero… quiero pedirte un favor: quiero que las dos divisiones de infantería las manden Bertil y Pulqueria. Necesito que se fogueen, porque cuando la reverenda madre lo autorice, quiero mandar a Bertil al otro lado, al Ares, para que dirija el ejército kedar a las ordenes de Esteban.

—Sin problema, cuenta con ello.

Los transportes volaban ya sobre las formaciones de infantería bulban y recibían fuego intenso desde tierra y desde la orbita. En el lugar prefijado, y a distancia de cinco kilómetros entre ellas, aterrizaron y comenzaron a disparar contra la flota bulban pulverizando a las naves que ocupaban la orbita más baja. En las inmediaciones, aterrizaron las otras naves, y por sus portones comenzaron a descender los carros de combate.

La nave de Clinio aterrizó en la zona del Páramo Sombrío, que tiempo después dio nombre a la batalla, y por sus portones, el general descendió a la carrera, el escudo en la izquierda y su pistola de partículas en la derecha, seguido de miles de vociferantes soldados federales. Cuando llegó a las filas enemigas, guardó su pistola y empuñando la espada, cargó decidido contra ellos segando miembros y cortando cabezas. A su lado, el bocazas hendía la bayoneta en los soldados enemigos a su alcance. Cerca de allí, los bulban vieron con terror como por los portones aparecían las temibles maquinas acorazadas de más de cien toneladas de la 102.º. La 102.º, arrasaba las líneas bulban aplastándolas con sus cadenas y con el poder de sus cañones, a pesar de la baja velocidad que podían alcanzar en el terreno enfangado. Los soldados bulban huían despavoridos ayudando a crear una gran zona federal en el interior de su ejército. Como había previsto estratégicamente el general Clinio, cuando la artillería de vanguardia bulban comenzó a moverse hacia atrás para contrarrestar el ataque de la 102.º, y después de dejar un tiempo prudencial, el general Ghalt, al mando del grueso del ejército, atacó directo al centro mientras las otras dos divisiones acorazadas, “volaban” por las alas a ritmo de caracol en dirección a los flancos enemigos.

En la orbita, la acción de la artillería planetaria móvil federal estaba causando el caos en la flota bulban. Incapaces de aguantar un fuego de tal magnitud, las fragatas enemigas comenzaron a separarse unas de otras huyendo de las descargas federales. Cuando Loewen vio la oportunidad, ordenó a los grupos de batalla liderados por la España y la Princesa Súm, que atacaran. El desconcierto cundió aún más, y eso les condujo a la catástrofe: mientras la artillería de tierra machacaba un flanco de la flota enemiga, las fragatas federales, maniobrando por fin entre las naves bulban, la masacraban. Las que intentaban escapar eran cazadas por las naves del grupo de batalla de la Tanatos. Seis horas después, todas las naves enemigas habían sido destruidas, las más, o habían sido apresadas, las menos. Aún así, la victoria de la flota federal no salió gratis: se perdieron naves y muchas resultaron con daños que obligaría a llevarlas a dique.

En medio del fragor de la batalla en Rudalas, una pequeña flota enemiga integrada por seis transportes y cuarenta y tres fragatas, atacó Rulas 3 en un torpe intento de atraer al grueso de la flota federal hacia ellos. Con Opx apercibido, la batalla en tierra se limitó a la zona de aterrizaje de los transportes, e incluso en alguno de ellos, los soldados enemigos no llegaron a salir de sus naves. En cuanto a la orbita, entre la artillería de defensa planetaria, la flota de apoyo integrada por corbetas y patrulleras, y los poderosos sistemas de armas del Fénix, la flotilla enemiga fue pulverizada sin contemplaciones.

En Rudalas, con la flota bulban destruida, el general Ghalt embarcó en transportes, diez divisiones de la reserva al mando del general Cimuxtel, y desembarcó en la retaguardia enemiga, abriendo un tercer frente.

En el núcleo central, Clinio, encuadrado en la división de Pulqueria,  agrandaba el perímetro en durísimos combates cuerpo a cuerpo. A su lado, el bocazas luchaba sin descanso sorprendido por la capacidad de combate, la valentía, y el desprecio a su propia vida del general. Incluso en una ocasión, el escudo del general se interpuso ante una bayoneta bulban que ciertamente le iba a herir.

Por los flancos, las 101.º y 103.º acorazadas ya operaban entre las líneas enemigas a las que habían sobrepasado. Los bulban intentaron retroceder pero se encontraron copados y para ellos, la batalla pasó de ser por la victoria, a ser por la propia vida. En medio de esta tremenda carnicería, el general Clinio fue herido por un arma de partículas en la cadera. La herida era fea, preocupante, pero se negó en redondo a ser evacuado. Hablo con el general Ghalt y le traspaso definitivamente el mando general de las operaciones, pero se mantuvo con el regimiento en el que se había integrado. Apoyado en una lanza bulban a modo de muleta, bajo la lluvia que lo enfangaba todo, avanzaba como podía, disparando su pistola contra los soldados enemigos, acompañado permanentemente por el bocazas.

Resuelto el problema en Rulas 3, Marisol traslado el Fénix a la zona segura de la órbita de Rudalas, durante el tramo final de las operaciones navales, donde Loewen estaba terminando de limpiar de naves enemigas todo el sistema. Estaba alarmada, las noticias sobre el estado de Clinio la tenían preocupada, pero no quería aparecer por la superficie para echar una mano. Por fin llegó la noticia del fin de las operaciones, la victoria era total, sangrienta, terrible. El general Clinio fue trasladado a un hospital de campaña y rápidamente Marisol, en una lanzadera, bajo a interesarse personalmente por su estado. Le encontró jodido, y mucho. Los médicos la dijeron que había perdido mucha sangre, y que su estado se había agravado por su negativa a ser atendido en el campo de batalla, salvo por los sanitarios de vanguardia. Aun así, los médicos consideraban que su vida no corría peligro, si su estado no se agravaba.

La matanza fue de una dimensión tan tremenda, que los cadáveres enemigos se sepultaron en fosas comunes, a donde eran conducidos empujándolos con excavadoras. El Fénix, embarcó a los miles de heridos graves que había, entre ellos el general Clinio, y los traslado a los hospitales generales de Rulas 3, mucho mejor equipados. El presidente Fiakro, llegó también para felicitar a las tropas y visitar a los miles de heridos federales. Finalmente, cuatro días después de finalizada la batalla, las lluvias cesaron y el doble sol del sistema, ilumino la embarrada superficie del planeta, mostrando más evidentemente la desolación causada por la batalla. Además, durante un tiempo, los restos de las naves bulban destruidas estuvieron cayendo a la superficie del planeta, y eso, que de inmediato, transbordadores federales estuvieron limpiando la orbita, sacando de ella los restos más grandes y empujándolos hacia alguno de los soles.

La flota federal que no resulto dañada en la batalla, o que sufrió daños leves, se desplegó en las inmediaciones del sector 26 para prevenir nuevas acciones enemigas. Los sistemas de observación profunda, y la inteligencia federal, no detectaron movimientos sospechosos en el sector.

Quince días después de finalizada la batalla, se convocó una reunión del Estado Mayor Federal en el cuartel general en Mandoria, con presencia del presidente Fiakro, y los principales cancilleres. El general Clinio, asistió también sentado en una silla de ruedas, y al aparecer en la reunión, provocó una ovación cerrada y calurosa por parte de todos los asistentes. Desde los tiempos de la Guerra Imperial, cuatrocientos años atrás, era la batalla más colosal librada nunca por la República, y sin lugar a dudas, Clinio era el artífice.

Por encargo de Marisol, la general Marión presentó un informe de situación del ejército y la flota. Durante casi dos horas, desmenuzó la situación del ejército y de la flota, unidad por unidad y grupo de batalla por grupo de batalla. Los datos y las cifras ofrecidas en el informe, dejaron a los políticos, hasta ahora inmersos en una burbuja de euforia, bastante fríos. En el total de las dos batallas, en Rudalas y Rulas 3, el ejército había tenido 106.000 muertos y 260.000 heridos. En cuanto a la flota, 26 fragatas, 37 corbetas y 85 patrulleras, habían sido destruidas. Otras 152 naves habían resultado dañadas, la mitad de forma severa y tenían que entrar en dique sin falta. No había dudas, de que durante bastantes meses, la flota estaría fuera de combate, al menos para operaciones de envergadura. Además, había que añadir la perdida de valiosos tripulantes, 5.600, muy preparados técnicamente, que seria laborioso de reemplazar. Las buenas noticias venían del lado bulban, al millón de muertos en su ejercito había que añadir que solo unas pocas decenas de naves habían podido escapar. Terminada la extensa exposición de Marión, Marisol tomó la palabra.

—Gracias general Marión. En primer lugar, quiero agradecer, y felicitar, al general Clinio y al almirante Loewen por el soberbio trabajo desarrollado por ellos, y por las fuerzas a su mando, en las operaciones en Rudalas. Así mismo, quiero felicitar al general Opx, por las operaciones en Rulas 3, —hizo una pausa para beber agua—. En los últimos días he oído comentarios en los medios de comunicación, con origen, principalmente, en círculos políticos de la capital federal, cargados de euforia y grandes palabras de victoria, —los políticos presentes, se removieron incómodos en sus asientos—. ¡Pues bien!, esto es lo que hay. Habrán comprobado que estamos muy lejos de proclamar la victoria y que el coste ha sido enorme, —hizo otra pausa—. Tenemos un problema muy grave. El enemigo puede reponer soldados y naves, a través de su portal, a un ritmo infinitamente superior al nuestro y plantear cerrarlo es impensable. Las operaciones en Rudalas, han puesto en evidencia, de que el enemigo se adapta, y lo hace muy bien. Hay un cambio sustancial en su capacidad táctica, desde la primera batalla en Karahoz, hasta ahora. Hay que estar preparados para sufrir alguna derrota, principalmente si nos atacan en estos momentos con nuestra flota inoperativa. La pregunta es: ¿serán capaces de adaptarse también técnicamente? Si lo hacen estaremos en graves problemas. Por fortuna, no han apresado ninguna nave de guerra federal y por tanto no han tenido acceso a nuestros sistemas militares; pero si han apresado naves civiles en el sector 26, y por lo tanto, tienen acceso a la tecnología de escudos y a sistemas de propulsión diferentes a los suyos.

Terminada la reunión, Marisol y el presidente federal se reunieron brevemente en una sala aparte, mientras los demás cambiaban impresiones y Anahis se abrazaba con su padre al que hacia varias semanas que no veía.

—Antes de que me regañe señor presidente, quiero que entienda que soy perfectamente consciente de la situación. En pocos meses hay elecciones federales y los políticos se agarran a lo que sea durante la campaña. Estoy al tanto del proceso electoral y de las encuestas, y aunque estas dicen que usted será reelegido, no me cabe la más mínima duda de que seria una catástrofe para las Fuerzas Armadas que eso no ocurriera, pero tengo que admitir que los políticos no me gustan…

—Yo soy un político, Marisol…

—¡Usted es el presidente! No cuenta… ni el padre de Anahis…, ni los otros cancilleres principales… ¡bueno! Salvo el de Tardania que es un capullo.

—¡Hay que joderse! —exclamo Fiakro riendo—. El canciller Dir es una buena persona.

—¡Es un capullo!

—¡Bueno vale! Es un capullo, para ti la perra gorda… ¿sabes? De las muchas cosas que me gustan de ti, una de las que más, es tu sinceridad. Sigue así y mantente al margen de los políticos, no adquieras nuestros malos hábitos, —dijo el presidente sujetando la cara de Marisol entre sus manos—. No cambies.

—¿Meterme en política? Ni se me ocurre, señor presidente… a no ser… para estrangular a alguno.

Después de cenar, Marisol y Anahis estaban en sus aposentos del Palacio Real de Mandoria.

—¿Qué tal con tus padres? —pregunto Marisol mientras abría un paquete que acababa de recibir de los suyos.

—Muy bien. Por cierto… mi madre quiere saludarte y darte dos besos.

—Mañana paso sin falta, ya sabes que he estado muy liada, —y sacando una botella de la caja, exclamo—. ¡Coño! Orujo… y blanco.

—¿Orujo? ¿Qué es orujo?

—Es un licor de España, y es muy fuerte. No sé yo si esto te va a gustar, que tú eres muy “fina” —dijo Marisol bromeando.

—¡Eh, eh, eh…! Que yo le he cortado la puta cabeza a un bicho feo y malo, —bromeó también Anahis frunciendo el ceño haciéndose la ofendida.

—Cuidado, que ha aparecido la “decapitadora”, —dijo Marisol soltando una carcajada, y después, abrazándola, añadió—. Me da miedo meterme en la cama contigo.

—¿Cómo que…? ¡a ver si te voy a tener que meter a rastras!

— ¡Uy, que bruta!

—¡Anda! Dame la cosa esa.

—No tenemos vaso de “chupito”, —dijo Marisol echando un poco en un vaso normal— nos apañaremos con esto.

Entregó el vaso a Anahis, que lo olisqueo con suspicacia. Hizo un gesto característico mientras Marisol, desnuda sobre la cama, se partía de la risa.

—En mi pueblo se toma de un trago, —dijo, y se tomó el suyo de golpe, lo que la provoco que los pezones se le pusieran como piedras. Anahis la imito y los suyos también se endurecieron, y la cola se le puso erecta mientras tosía y ponía cara rara…, muy rara.

—¡Qué horror! —pudo decir finalmente con la voz quebrada—. Sabe a combustible de propulsión.

—Pues a mí me gusta, —dijo Marisol sirviéndose otro vaso.

—Dame un poco más, —Anahis la tendió el vaso decidida.

—¡A ver si te vas a emborrachar!

—¡Joder! Ya casi lo estoy.

—Le voy a decir a mi padre que te prepare una botella con sabores…, de plátano…, o de fresas.

—¿Esto lo hace tu padre?

—En el sótano de casa. En Almagro, el que no destila, conoce a alguien que lo hace. El que se vende en las tiendas, es solo para los turistas. Pero dejémonos de charlas, ven aquí… “decapitadora”.

Marisol la abrazo y sus labios primero y, sus lenguas después, entraron en contacto en un floreteo continuo—. ¡Hum...! Que bien sabes a orujo, —y continuo saboreándola. Bajo a sus pezones mientras Anahis la acariciaba el trasero y su cola se enroscaba en el muslo obligándola a separar las piernas. Los gemidos, los suspiros y los orgasmos, se sucedieron con pasión hasta que finalmente, las dos, quedaron inertes y sudorosas abrazadas sobre la cama.

(9,75)