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Desafío de galaxias (capitulo 25)

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Ya había pasado más de seis meses desde la terrible batalla de Rudalas y la calma era total. Los bulban, permanecían recluidos en el interior del Sector 26, y nada indicaba que tuvieran planeado salir de él. Este periodo de calma, facilitó que la flota pudiera concluir sin contratiempos los trabajos de reparación de las naves dañadas en las últimas batallas, y en poco tiempo, se empezarían a recibir las nuevas unidades que se construían en astilleros de toda la galaxia. En el ejército se reemplazaron los soldados perdidos, se crearon nuevas unidades, y entraron en servicio los nuevos carros de combate con los que se formaron tres nuevas divisiones acorazadas por lo que el ejército pasó a contar con seis.

El proceso electoral concluyó con la reelección del presidente Fiakro por mayoría absoluta por cinco años más, y la renovación de la mitad del Parlamento Federal de Edyrme. Durante el proceso electoral, Anahis estuvo en Mandoria apoyando a su padre que se enfrentaba a una dura reelección. Conseguida esta, Marisol se la llevó a Nueva España para que conociera a sus padres. Durante diez días recorrieron el planeta visitando todas las maravillas históricas españolas traídas aquí desde la tierra durante la Gran Evacuación.

—Es increíble lo que tenéis aquí, —dijo Anahis mientras admiraba un antiguo acueducto romano que originariamente estuvo en la Segovia terrestre y ahora estaba en Nueva Segovia—. ¿Y lo trajisteis piedra a piedra?

—¡Sí! En un esfuerzo titánico se trasladaron casi 4.000 años de historia española. Por desgracia, Almagro solo pudo salvar el Corral de Comedias y la Plaza Mayor. Y todo por iniciativa popular.

—¿A que te refieres?

—A que los políticos españoles de la época, unos hijos de la gran puta, no estaban dispuestos a salvar todo esto porque para ellos, eran muchos gastos “innecesarios”: necesitaban dinero para poder robarlo, cómo Dios manda.

—Desde luego cómo eres: seguro que todos no eran iguales.

—¡Uy que no! A lo que iba. Se forzó una iniciativa popular y la gente dio la espalda a los partidos tradicionales. Se convocaron elecciones extraordinarias que barrieron a todos esos cabrones. Los nuevos representantes hicieron funcionar la justicia, que hasta entonces era de risa, y las cárceles se llenaron. Los nuevos gobernantes fueron mucho más receptivos a los deseos populares.

—¿Y que es eso que he leído de una región que se independizó? —preguntó Anahis.

—Si, Cataluña, —respondió Marisol—. Ellos consideraban que tenían derechos históricos y se independizaron en el año 2.049 después de un proceso poco claro. Nadie se acuerda de ellos, el nuevo país fue arrasado por la corrupción de los que impulsaron la segregación, que ya eran corruptos, y por la guerra civil posterior: se convirtieron en un estado fallido. Finalmente, más de provincia y media, casi dos, regresó a España y el resto prefirió integrarse en Francia, el país vecino, que los arrastró en su decadencia: su cultura se diluyó y desapareció. Sus monumentos históricos, los que quedaron del lado francés, se pudren actualmente en el ambiente tóxico de la Tierra. Grupos de arqueólogos están rescatando monumentos que están siendo restaurados en Nueva Barcelona. Por fortuna, la cultura catalana esta preservada en Nueva España.

—Pues menos mal.

—Cuatro años después de la independencia de Cataluña, otro país vecino, Portugal, se unió a nosotros… que por cierto les fue mejor. Si quieres, mañana podemos ir a Nueva Lisboa: es una ciudad muy interesante.

—Me gustaría, pero mañana no, recuerda que el presidente Fiakro llega de visita y quiere verte. Y además quieres regresar a Mandoria.

—¡Joder! Ya no me acordaba. Bueno, pues lo dejamos para otro momento.

Fiakro llegó con mucha antelación y se plantó en el pueblo sin avisar provocando un revuelo considerable, no solo en casa de los padres de Marisol, también, y mucho más, en Almagro la Nueva. Le acompañaba el canciller de Nueva España a modo de guía y, después de achuchar a Anahis y saludar más formalmente a Marisol, le dijo a la madre de esta:

—Un pajarito con insignias de general me ha dicho que usted cocina muy bien, mi querida señora.

—Ese pajarito es un poco exagerado, —dijo la madre mirando a su hija con el ceño fruncido.

—¡Bueno! Pues habrá que comprobarlo, ¿no le parece? El canciller y yo nos quedamos a comer en su casa, por supuesto, si usted tiene la bondad de invitarnos. 

—¡Pero que cosas tiene! Como no les vamos a invitar.

—Pues entonces ya esta. No se apure, me llevo a las niñas y al canciller a visitar la ciudad, que me han dicho que la Plaza Mayor y el Corral de Comedias es digno de admiración.

—¡No lo dude señor presidente! —intervino el padre de Marisol—. ¡Vaya tranquilo! Que cuando regresen tendremos algo preparado digno de usted.

—No, no, no. No quiero nada digno de mí, que en palacio me tienen frito con las comidas de dieta y todas esas cosas que parece ser que son muy saludables para mí. Yo quiero, ¿Cómo lo llamas ustedes? ¿de puchero? Ya me entiende, pero que no se entere mi dietista.

—¿Tal vez un cocido castellano o algo así? —apuntó en canciller dirigiéndose a la madre de Marisol.

—Buena idea señor canciller. Mama, prepáralo para todo el sequito, —dijo Marisol.

—No, no, eso es excesivo… —comenzó a decir el presidente.

—Señor presidente, y con el debido respeto, esta usted en mi casa y en ella se hace lo que dice mi mama.

—Y yo digo que de acuerdo, —afirmó Fiakro.

—Decidido, hablo con las vecinas y en un par de horas lo tenemos preparado.

—¡Vayan, vayan! Y no se preocupen: cuando regresen lo tendremos todo listo, —zanjó el padre de Marisol.

—Y papa, —dijo Marisol— prepárale al presidente unas botellas de lo que ya sabes para que se las lleve.

—Espero que también haya alguna botella para el canciller, —protestó este.

—Por supuesto. No se preocupe que no le van a faltar, —dijo el padre riendo.

Terminada la comida, que fue abundante, el presidente, el canciller y Marisol se sentaron a la fresca en el patio interior de la casa repleta de plantas. Se situaron bajo el emparrado por donde se retorcía la hiedra y donde brotaba una fuente que producía un sonido relajante. Comenzaron a charlar de temas intrascendentes, pero pronto la conversación derivó hacia la guerra.

—Mira Marisol, no sé tú, pero todo marcha tan bien que me cuesta creerlo, —dijo el presidente con un vaso de orujo en la mano—. Cuando he visto la orden que has cursado a las Fuerzas Especiales, he imaginado que te pasa lo mismo. Más, cuando también me he enterado de que mañana regresáis a Mandoria.

­—¿Qué orden es esa? —preguntó el canciller.

—Marisol ha ordenado instalar equipos de observación nuevos, y una exploración visual, y urgente, de la zona del portal. De hecho, J. J. ya ha partido con una de las naves bulban apresadas, en una misión, que si no me equivoco, es casi… suicida.

—No hay que exagerar: J. J. sabe cómo hacer las cosas. Hay algo que todavía no le he dicho, señor presidente…, aunque estamos seguros al cien por cien, quería esperar a tener confirmación visual. Quería haber regresado antes a Mandoria, pero Marión se ha negado y no quiero cabrearla más de la cuenta.

—Me parece una buena decisión.

—Ha descubierto, hace un par de días, que nuestros equipos han sido manipulados y nos ofrecen una imagen de video en un bucle continuo de 33 horas.

—¿Pueden hacer eso? Técnicamente me refiero, —preguntó el canciller alarmado.

—Pensábamos que no, pero como ya apunté en mi informe posterior a Rudalas, en estos años han tenido acceso a tecnología federal al ocupar los sistemas del 26, —y después de una pausa, añadió—. Tengo un mal presentimiento, señor presidente.

—¿En cuánto tiempo tendremos noticias?

—En cuarenta horas, mínimo.

—Mantenme al tanto de lo que descubra J. J.

—Así lo haré señor presidente… si lo consiguen.

En el centro de mando del Cuartel General en Mandoria, todos estaban a la espera de noticias. Marisol, paseaba por detrás de las consolas que ocupaban Anahis y Marión. Estaban también presentes todo el Estado Mayor, los generales más representativos y el canciller de Mandoria. Por video enlace, el presidente Fiakro, esperaba también, impaciente las posibles noticias.

—Recibo una comunicación codificada por onda subespacial, —dijo el capitán Hirell.

—Decodificando señal, —dijo Anahis tecleando en su consola. La imagen de J. J. equipado con una coraza de ambiente, apareció en la pantalla principal.

—¿Cómo vas J. J.? —preguntó Marisol al ver a su amigo en la pantalla.

—Por el momento bien, mi señora, —contestó—. Todavía no tenéis datos porque estamos terminando de instalar los equipos. Tenias razón nena, el tráfico en el portal es incesante en las inmediaciones, pero fuera de la zona contaminada, hay más de mil fragatas, más otros trescientos transportes de tropas, que están diseminados por los sistemas próximos, —y después de una breve pausa, añadió—. Y algo más, te envío datos de unas naves que nunca hemos visto, más grandes que sus transportes militares; pensamos que son civiles, y a ojo, hemos contabilizado unas ochocientas.

—Si cargan lo mismo que los militares, estamos hablando de 12 millones, —apunto Clinio operando una tableta.

—Pero son mucho más grandes… y están muy diseminadas por todo el sector.

—J. J. termina y sal de ahí cagando hostias, —le apremió Marisol— ¡Es una orden!

—De acuerdo, en una hora habremos terminado y nos largamos de aquí. Por fortuna, con el follón de naves que hay, pasamos desapercibidos.

—De acuerdo entonces.

La comunicación se interrumpió y todos se miraron entre si con la preocupación reflejado en el rostro.

—Esos transportes, —dijo el presidente por el video enlace dirigiéndose a Marisol—. ¿Qué opinas, general?

—Hay que estudiar los datos que recibamos, pero parece que la colonización ha comenzado, señor presidente.

—¡Bien! Te dejó tiempo para que trabajes. En tres días os quiero en Edyrme para una reunión conjunta del Consejo Especial y el Estado Mayor.

—¡A la orden, señor presidente! Allí estaremos.

Tres días después, el presidente Fiakro y los principales cancilleres, se reunían con el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, en una cámara anexa al despacho presidencial. La reunión comenzó con una larga exposición por parte de Marisol, que expuso con claridad los datos recabados por los equipos electrónicos instalados por J. J. y por su propia exploración visual.

—Con todo lo expuesto, queda claro que la primera estimación de J. J. se quedó corta, en estos momentos, creemos que no hay menos de dos mil fragatas y unos quinientos transportes de tropas estacionados permanentemente. Teniendo en cuenta que hay otro grupo de transportes que están en tránsito permanente por el portal, calculamos que pueden tener estacionados en el sector 26, no menos de diez millones de soldados, —la cifra hizo removerse a los cancilleres asistentes, mientras el presidente se retorcía las manos pensativo—. La colonización ha comenzado definitivamente. Las nuevas naves, son transportes civiles, y los equipos han contabilizado unas 1.300. Como ya sabemos son más grandes, pero si tuvieran la misma capacidad de carga que las militares, estaríamos hablando de más de… veinte millones, pero pensamos que hay más, algunas naves, un centenar, van y vienen continuamente por el portal. Durante el regreso, J. J. hizo un reconocimiento visual de varios sistemas habitados, descubriendo que hay asentamientos permanentes de civiles bulban, mientras que la presencia humanoide ha desaparecido. Esto es todo señor presidente.

—Gracias general, —dijo Fiakro, y dirigiéndose a los cancilleres, preguntó—: ¿opiniones?

—No podemos permitir que se establezcan definitivamente, —dijo el canciller de Nueva España—. Provocaría que tuvieran una retaguardia civil sobre la que basar su dispositivo militar.

—Estoy de acuerdo, —apoyó el de Mandoria.

—Y yo, —apoyo también el de Numbar— pero la cuestión es si podemos impedirlo.

—General Martín, ¿podemos impedirlo? —preguntó el presidente Fiakro.

—No señor presidente, no podemos, —la respuesta tajante de Marisol hizo que todos los cancilleres se miraran entre si alarmados.

—General, no podemos quedarnos de brazos cruzados, ¿algo podremos hacer? —preguntó el rojizo canciller de Maradonia.

—Esperar señor canciller, —respondió para añadir a continuación—: todavía tenemos naves con reparaciones en dique, y las nuevas que han entrado en servicio están en fase de dotación y entrenamiento de tripulaciones. El ejército está preparado pero no para enfrentarse a más de diez millones de enemigos, aunque si es cierto que buena parte de esos soldados necesariamente los utilizan en ocupación de territorio. Lo repito, solo nos queda esperar, y el que crea en ello, rezar para que no ataquen ahora. Necesitamos cómo mínimo dos meses más, y entonces podremos intentar contenerlos en el sector 26 y que no puedan acceder a la zona de entrada de Evangelium.

Terminada la reunión, que fue tormentosa y agitada, Marisol se reunió a solas con el presidente federal.

—Mira Marisol, —comenzó diciendo el presidente— en estos años he aprendido a “interpretarte”, por eso sé, que no lo tienes claro, que algo te desasosiega… como me ocurre a mí. El problema es que yo no sé porque, pero sé, que tu si lo sabes

—¿De cuántos recursos disponemos, señor presidente? —Marisol miraba como ausente mientras hablaba—. ¿Podemos estar indefinidamente a la defensiva? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? —entonces miro fijamente al presidente a los ojos—. Recuerde lo que dijo la Princesa Súm en su mensaje: “una guerra que necesariamente será genocida”, eso implica no solo la muerte de soldados, también la muerte de millones de civiles bulban: ahora tenemos esa posibilidad y no podemos descartarla.

—Te aseguro, que he visionado ese video muchas veces desde la primera vez, y esa parte siempre me aterra. ¿Dónde está nuestro límite moral? Antes lo sabía perfectamente, lo tenía claro como el día, pero ahora, las tinieblas del odio emponzoñan mi alma. Sinceramente no lo se.

—No se preocupe señor presidente, mi alma, si la tengo, también está ennegrecida por el odio.

—Si lo que quieres es emplear armas nucleares contra objetivos civiles, tienes mi…

—Quiero ir más allá, señor presidente, —le interrumpió—. Quiero encerrarlos definitivamente en su puta galaxia, y que mueran de hambre después de comerse entre ellos durante unos cientos de años, —Marisol permanecía impasible, mientras el presidente la miraba con ojos escrutadores.

—Bien, cuéntame. ¿Qué quieres hacer? —preguntó por fin.

—Quiero poner en marcha, definitivamente, el proyecto “República”.

—Pero eso que planteas es a muy largo plazo, —observó Fiakro.

—Año, año y medio mínimo, —dijo Marisol—. Mire señor presidente, podemos seguir a la defensiva hasta que nos derroten definitivamente, o podemos destruir su portal…, desde su lado.

—¿Quieres llevar el República hasta Magallanes? —preguntó Fiakro.

—Así es, señor presidente, —respondió entregándole una tableta electrónica—. Ahí, tiene todos los pormenores de lo que pretendo hacer, pero al implicar a civiles, necesito su autorización.

Fiakro estudio la información de la tableta detenidamente durante unos minutos, en los cuales, Marisol permaneció en silencio mirando por la ventana del despacho. Finalmente, la miro fijamente y dijo:

—Está decisión no puedo tomarla sin consultar con los Consejo Especial.

—Lo entiendo señor presidente.

—Mañana por la mañana te daré la respuesta, pero quiero que sepas Marisol, que ante ellos defenderé tu propuesta.

—Gracias señor presidente.

—Si lo conseguimos… ¿podremos dormir tranquilos el resto de nuestras vidas? —se preguntó el presidente pensativo.

—Posiblemente no, señor presidente, posiblemente no. Pero ya pensare en eso más adelante.

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