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Mi esposa… (3)

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Como destellos de un flash fotográfico intermitente, aún puedo repasar en mi memoria con vívida claridad, imágenes que no dejan de excitarme: recuerdo las manos de mi amigo estrujando con rudeza la abundancia de los senos de mi mujer, tomándolos desde atrás y deformando la curvatura de su perfecta estructura e incluso jalando y pellizcando con vileza sus grandes, gruesos y erectos pezones como queriendo ordeñarla de una burda manera. Aquellos obscenos manoseos no hacían otra cosa que acrecentar notoriamente el placer de ella y sus femeninas exclamaciones se tornaban más excitantes y estimulantes. Recuerdo la delicada mano de mi señora cuyos finos y largos dedos aplastaban con frenesí las inflamadas y encharcadas partes de su coño, moviéndose imparables en todas direcciones para masturbarse con delirio, esparciendo al mismo tiempo el semen de mi generosa eyaculación. Ha quedado firmemente grabado en mi memoria el llamativo contraste del rojo intenso de sus largas uñas y el blanco nácar de mi hombría que se había acumulado sobre la punta de sus dedos mientras ella restregaba con ardor su mojada vulva.

No se precisar el tiempo que transcurrió mientras experimentaba la magnitud e intensidad de aquel orgasmo, pero luego de hallarme nuevamente con los pies sobre la tierra recuperando la visión y sintiendo la fuerte percusión de los latidos de mi corazón y el sonido exhausto de mi jadeante respiración, me aparté un poco y me ubiqué en una esquina de la amplia cama apoyando mi sudorosa espalda sobre una almohada como queriendo alejarme de los acontecimientos, mientras sufría al mismo tiempo, un profundo y devastador remordimiento por lo que había permitido que sucediera: degradando la humanidad de mi digna y amada señora, empujándola a comportarse como una golfa, una cerda o una vulgar ramera entregando los bellos encantos de su femenina anatomía de una manera tan sucia, indecente y pecaminosa.

Sin embargo, el sonido de dos fuertes palmadas junto a un par de sugerentes quejidos de mi mujer, me hicieron reparar en lo que acontecía y regresé al entorno en el que me encontraba. Mi amigo colocaba a mi esposa a cuatro patas para penetrarla como a perra, mientras le propinaba fuertes nalgadas que ella parecía agradecer por el seductor tono de sus gemidos y los sugerentes contoneos de su culo cuyas excitantes posaderas un tanto enrojecidas, buscaban solas el insólito placer del azote de aquellos rudos manotazos.

Todo el remordimiento que empezaba a experimentar fue transformándose rápidamente en un incontenible deseo de castigar a la puta de mi esposa, pero no precisamente haciéndole daño, sino de una manera singular. Quería rendirla completamente de gozo, atormentándola con una serie variada de encadenados orgasmos, como queriendo escarmentarla con sus propios concupiscentes deseos, sometiéndola a una buena dosis de sexo para saturarla por completo de placer. Podía verla ahora con el rostro congestionado y encajado en una almohada que abrazaba, la perra ya no estaba a cuatro patas, puesto que la violencia, fuerza y rapidez con que era poseída por mi amigo, habían vencido la resistencia de sus femeninos brazos y ella se limitaba a gozar manteniendo en alto sobre sus separadas rodillas la hermosa redondez de su trasero que moviéndose solo, buscaba más de lo que recibía contraponiéndose a los contundentes empellones del estrecho pelvis de mi amigo.

El ambiente estaba lleno de sonidos producidos por la colisión de las carnes de quienes copulaban con delirio. Podía escucharse a intervalos irregulares, el chasquido de las nalgadas que él, a manera de acicate, propinaba a la yegua que montaba. Aquellas bellas nalgas se movían solas acompasadamente, haciendo figuras circulares para acrecentar la fricción de sus sexos y amplificar inconmensurablemente el placer que experimentaban. Los gimoteos de gozo que ella exhalaba eran un fabuloso aliciente para él, quien continuaba sin tregua con la faena del brutal mete y saca, mientras que para mí, eran indicadores claros que ella estaba encadenando un orgasmo tras otro. Recordé que los músculos de la vagina de mi mujer cuando ella alcanza ese estado, se contraen y se dilatan con tal rapidez y fuerza, que uno no puede contenerse y termina inevitablemente eyaculando dentro de ella y el semen termina mezclándose con la copiosa abundancia de sus femeninos jugos dentro de aquella vagina que chorrea, succiona y comprime de forma indescriptible.

Como me hallaba prácticamente detrás de ellos, incliné un poco la cabeza para cerciorarme del verdadero estado de mi señora y deleitarme mirando las penetraciones que recibía. En efecto, ella se encontraba en un trance orgásmico como jamás la había visto. Los jugos que manaban de su coño cual profuso rocío matutino, no sólo que se perlaban en la parte interior de sus abiertos muslos sino que como geiser en erupción, chorreaban cual abundante y continua micción descendiendo a raudales hasta sus rodillas y mojando la ropa de la cama que absorbía su placer. Justo en el momento que él le propinaba otro azote con la palma abierta de su mano derecha, pude ver que el pulgar de su otra mano desaparecía en el ojete del culo de mi señora. Me di cuenta recién entonces, que el depravado, la estaba penetrando tanto por el coño como por el culo, cambiando sin ninguna dificultad ni oposición y a voluntad suya de orificio, mientras la muy cerda no paraba de excretar violentamente sus orgasmos ni dejaba de gemir moviendo su hermoso trasero. Él, cual perro en pleno apareamiento prendido a la complaciente hembra, no dejaba de mover su anguloso pelvis con gran rapidez, deteniéndose por momentos brevemente, sólo para cambiar de orificio o para azotar la redondez de los seductores y sudorosos glúteos de mi dama.

Yo continuaba viendo sorprendido y al mismo tiempo excitado la pasión, el ardor y la fuerza bestial de aquel encuentro sexual que se desarrollaba prácticamente en mis narices. Aquello no era algo amoroso y erótico, sino más bien, era algo violento e impactante. Descubrí un cúmulo de sentimientos y sensaciones que se aglomeraban desordenadamente en mi estómago, en mi pecho y en mi cabeza, mientras una de mis manos trataba de endurecer mi flácido pene… En eso, ella cayó rendida de placer y se volteó vertiginosamente quedando tendida de espaldas frente a su amante y llevándose ambas manos a su entrepierna juntando y recogiendo al mismo tiempo sus rodillas, en un tono implorante y sollozando de gozo manifestaba que ya había tenido suficiente. Me fascinó ver los tremendos pechos de mi mujer que se juntaron ostentosos entre sus propios brazos deslumbrando, con su asombrosa belleza, tanto al hombre que la poseía brutalmente como a mí mismo.

Mi amigo, sordo ante las súplicas de mi señora, e hincado frente a ella exhibiendo una monstruosa erección coronada de un rojo y babeante glande, separó bruscamente con ambas manos las rodillas de mi esposa para seguidamente meterle mano, tan literalmente como suena la expresión, puesto que sólo pude distinguir el dedo pulgar de su mano derecha que friccionaba a gran velocidad el sobreexcitado clítoris de ella, a la vez que los otros dedos de su masculina mano, frotaban el interior del coño de mi esposa quien desempeñando perfectamente el papel de puta, no paraba de gritar excitantemente apretándose ella misma los senos, mientras podía escucharse claramente en toda la habitación el chapoteo de los masajes en su inundada vagina, cuyas contracciones bombeaban al aire con violencia, chorros cristalinos de las dulces aguas de su goce, cual si fuera una fuente ornamental en medio de un hermoso prado de placer…

Finalmente, él se recostó sobre ella y separando nuevamente con rudeza los muslos de mi mujer, apartándolos a los costados de su cuerpo como si de una violación se tratase, la penetró brutalmente anunciando casi al instante y de una manera muy grosera que estaba a punto de eyacular. Mi bella señora al escuchar aquellas soeces expresiones aprisionó fuertemente el delgado y sudoroso cuerpo de mi amigo rodeándolo con brazos y piernas e intensificando la rotación de sus amplias caderas y empleando también expresiones vulgares le invitó a vaciar la hombría de sus cargados testículos en el interior de su vibrante y cálida vagina. Un bramido profundo de placer se escapó de la garganta de mi amigo, mientras sus bien formados y velludos glúteos se contraían una y otra vez, vaciando en interminables y fuertes sacudidas la simiente de sus enormes testículos. Un característico rubor encendió el lascivo rostro de mi esposa mientras de su abierta boca se desprendía una serie de prolongados gemidos de gozo anunciando otro descomunal orgasmo. Estoy completamente seguro, que en ese preciso instante, el cuello de su útero era bañado por un fuerte torrente de blanco semen que por la presión de su abundante caudal rebosaba sonoramente de su convulsivo coño mojando el henchido escroto de mi amigo que vigorosamente continuaba impactando en el también rebosante culo de mi compartida y complaciente esposa quien seguía meneando sus curvas sin parar de gimotear excitantemente.

Él se mantuvo dentro de ella un buen rato todavía, vertiendo pacientemente toda su hombría en profundas penetraciones cuya frecuencia y rudeza menguaban poco a poco mientras que a manos llenas estrujaba sádicamente los enormes senos de mi mujer al mismo tiempo que succionaba alternadamente sus gruesos e inflamados pezones para luego penetrar rudamente su vagina lengüeteando también uno de sus femeninos oídos y musitando quien sabe qué cosas. Luego, cuando sintió que su satisfecho pene se había ablandado saliéndose solo del anegado coño de mi esposa, se puso de pie lentamente, bufando y repasando con la mirada una y otra vez, la voluptuosa desnudes de mi señora quien sudorosa continuaba contorsionándose extasiada, gimoteando y jadeando con gran satisfacción. Mi amigo aprisionó con la mano derecha uno de sus gruesos pezones y tirando de él hizo que mi esposa se incorporara lo suficiente para encajar su estirada lengua en la abierta boca de ella, fusionándose rápidamente en un prolongado beso en el que ella ponía todo su afán mientras él continuaba torturando aquella carnosa punta del hermoso pecho de mi dama, apretándolo entre su pulgar y la segunda falange de su dedo índice. Finalmente, convencido de la docilidad de la hembra que había domado, dejó libre el inflamado pezón que pellizcaba y alejándose de su boca luego de decirle algo al oído, asestó un sonoro manotazo en el soberbio pecho de mi mujer arrancándole una vez más un estimulante quejido sexual que me dejó alucinado. Él, victorioso y satisfecho, tomando el albornoz que había quedado por ahí, salió de la pieza rumbo al baño no sin antes darme un beso en la cabeza cerca de la frente además de unas palmaditas en el hombro. Ella en cambio, todavía acariciando la magnitud de su clímax, permaneció en aquel lecho de perversiones retorciéndose y tocando extasiada sus grandes pechos y sus propios orificios como queriendo conservar la sensación de sentirse hembra a plenitud y sacando con sus largos dedos el semen que en abundancia seguía rebosando de su ano y sobre todo de su vagina, llevaba los mismos a su boca para saborear la mezcla de nuestros espermas como si se tratase de un delicioso manjar.

Quede azorado al ver la ingente cantidad de semen que brotaba de su abierta vagina cuando ella levantó su delicada espalda para sentarse vanidosamente frente a mí, haciendo gala de su condición de perra en celo. Yo, apretando en mi mano una vez más mi pene, mientras con los ojos repasaba alternativamente su encharcada entrepierna y su viciosa mirada, le dije en tono juguetón que ahora sí debía sentirse completamente satisfecha. Ella, esbozando en sus rojos y húmedos labios una seductora sonrisa me contestó un sarcástico -¿tú crees?-, y luego voluptuosamente se acercó hacia mí para engullir mi verga con increíble voracidad, mientras gimoteaba excitantemente como si en el fondo de su garganta tendría una segunda versión de su punto G. La muy puta sabía perfectamente cómo excitar a cualquier hombre y mucho más a mí mismo. Su prodigiosa lengua no cesaba de acariciar mi glande sin tregua alguna y su experta mano no dejaba de masajear mi escroto con magistral suavidad para luego sorber con los rojos labios de su golosa boca y succionar con desmedida pasión cada uno de mis testículos antes de chuparme nuevamente el glande. Puesto que no tenía una erección completa y sintiendo la proximidad de una nueva eyaculación quise apartar su bello rostro y su hábil boca de mi verga, pero ella aferrándose con destreza y tomándome de mis agasajados testículos de forma especial hizo que me corriera prematuramente en su dulce boca, sacándome con sus espléndidas succiones hasta la última gota de mi hombría. Me miró a los ojos, abrió los labios para mostrarme lo que atesoraba en su cavidad bucal y tragó todo mi semen al mismo tiempo que me guiñaba un ojo y me decía de manera sugerente que ahora sí estaba llena y satisfecha pero… que si lo que yo quería era verla jodiendo con alguien más... - señalando con el pulgar derecho la pared contigua a la habitación del vecino maestro de escuela - …ella podía seguir haciendo de puta...

No sé en qué momento ella y yo aparecimos nuevamente aseados y acicalados. Recuerdo que comimos algo de pie mientras nos preparábamos rápidamente para marcharnos, posteriormente mi amigo nos acompañó al taxi que aguardaba en la puerta de calle y antes de abordar el mismo le di un fuerte abrazo agradeciéndole su amable hospitalidad pero percibí en su mirada cierta tristeza por nuestra partida. Mi señora, al ver esa melancolía en los ojos de mi amigo se colgó de su cuello pegando su delicado rostro en la áspera cara de él, quien la tomó entre sus brazos y apretando la brevedad de su cintura acarició decidido una y otra vez la espalda y las curvas de las amplias caderas de mi esposa manteniendo por un buen rato aquel afectuoso abrazo. Luego de un fraternal beso que él le propinó en la mejilla, ella buscó la boca de mi amigo y ambos se fundieron de nuevo en un apasionado beso en el que saborearon una vez más el placer que produce el sabor de la fruta prohibida. Pude ver con claridad, cómo la lengua de mi esposa, se abrió paso entre los masculinos labios de mi amigo, para finalmente enredarse con su varonil lengua. Las abiertas manos de mi amigo seguían delineando las curvas del cuerpo de mi mujer con mucha más fogosidad y ahora descaradamente estrujaban y amasaban las nalgas y los senos de mi señora que obscenamente desbordaban de su amplio escote mientras ella, cerrando los ojos, se entregaba plenamente a aquel beso dejándose manosear desvergonzadamente. Ella rodeaba con sus delicados brazos el cuello del afortunado y acariciaba de rato en rato, con sus delicadas manos el cabello y las ásperas mejillas sin afeitar del hombre, mientras decididamente se dejaba hacer.

Rodee el automóvil sin quitar ojo de la envilecida pareja que permanecía en lo suyo y abriendo la puerta trasera del lado del conductor me instalé en el asiento de pasajeros y pude ver enmarcada por la ventanilla del taxi, la blanca mano de mi amada que ahora sobaba resuelta los genitales de mi amigo sobre la abultada bragueta de su pantalón. Percatándome de la atención que también ponía el chofer en lo que acontecía, abrí la puerta contigua a ellos provocando que se separaran y volvieran vertiginosamente a la realidad. Casi al instante, mi esposa se acomodaba a mi lado tomándose de mi brazo y se aferró a mí con urgencia, como si yo fuera un salvavidas en aguas profundas. Aquella actitud afectiva en busca de refugio, me devolvía una indescriptible sensación de seguridad y pertenencia, que una vez más confirmaba, que ella era mía y sólo mía y que como tal, podía disponer de ella para hacer realidad mis más degeneradas fantasías. Mi mirada tropezó accidentalmente con el espejo retrovisor del taxi y descubrí la enajenada cara del conductor cuyos pequeños ojos, se perdían sin disimulo alguno, en el amplio escote de mi señora, que cual tentadora bandeja llena de manjares, exhibía para el deleite de cualquier privilegiada mirada, la abundancia de sus espectaculares senos. Nuevamente sentí aquel mórbido e incontenible deseo de volver a probar aquel sabor pecaminoso y obsceno que no puede borrarse y que siempre queda, tejiendo en mi mente mil y una fantasías.

Mientras el vehículo se alejaba rumbo a nuestro destino, ella distraídamente observaba por la ventanilla del automóvil las imágenes del paisaje del cuadro citadino que aparecían y desaparecían ante sus ojos, fijando seguramente en su recuerdo, todo el placer que habíamos experimentado. Cerciorándome que tenía la atención del chofer capturada por la belleza de mi esposa, tomé con los dedos uno de los recios pezones de mi mujer, que visiblemente erecto se marcaba notoriamente a través del tejido de la prenda que vestía ya que por alguna razón no llevaba sujetador. Rápidamente soltándose de mi brazo, dio la vuelta su hermoso rostro, recriminándome con la mirada mientras yo dejaba de lado mis intenciones haciéndole notar con un gesto imperceptible, que teníamos la atención de un sorprendido espectador, quien no perdía detalle de lo que reflejaba el espejo retrovisor. Con fingido tono apesadumbrado le dije -¿no puedo?- Y ella, estimulada por la atención del hombrecillo quien había aminorado notoriamente la velocidad del automóvil, se volvió voluptuosa y lentamente hacia mí, esbozando una seductora sonrisa llena de vicio y sensualidad y ofreciéndome sus pechos con desmedido orgullo me dijo en voz baja que si yo quería, podíamos alegrar a alguien más... Esa actitud me confirmaba una vez más, que a razón de los acontecimientos recientes y de la insólita experiencia vivida con mi amigo, mi amada, hermosa, recatada y digna esposa, se había convertido por la magia del placer carnal, en una insaciable puta dispuesta a entregarse con frenesí a mis más lujuriosos caprichos, posibilitando la libre revelación de su verdadera vocación que ambos disfrutábamos sobremanera. No sé si ella, pero paradójicamente, yo estoy seguro que ahora la amaba mucho más, ya que ahora, podía hacer de ella lo que yo quisiera y cuando yo quisiera y sobre todo, para llevar sus libidinosos instintos al límite, podía compartirla con quien yo quisiera, incluso con el rancio hombrecillo que ahora mismo enfilaba el automóvil a paso de tortuga por una amplia y poco transitada avenida maravillado por la belleza de mi esposa quien con los ojos cerrados y en plan exhibicionista, me besaba apasionadamente, dejándose manosear los senos con descaro, mientras su delicada mano acariciaba sobre mi pantalón mi erección, alentándome a proseguir con aquel juego que abría la posibilidad de experimentar muchas más aventuras…

FIN…

(Sería grato que me escriban a [email protected] para conocer sus comentarios y opiniones sobre mi esposa y este relato).

(9,50)