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Desafío de galaxias (capitulo 34)

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Anahis se encontraba en su despacho del Cuartel General en Mandoria, cuando un oficial de estado mayor entró en él y se cuadró ante ella.

—Mi señora, se requiere inmediatamente su presencia en el Salón del Trono del Palacio Real.

—¿Quién requiere mi presencia y para que? —preguntó Anahis con cara de perplejidad levantando la vista de la tableta.

—No lo sé mi señora, la orden me la ha dado la general Martín.

—¿La general Martín? —Anahis estaba cada vez más perpleja: Marisol no la había comentado nada.

—Si mi señora, y fue muy… precisa en la orden.

—¿En concreto que te ha dicho?

—Que si ponía alguna pega le agarrara de la cola y la llevara arrastras. Es textual mi señora. Le agradecería a mi señora que no me pusiera… en un compromiso, y que me acompañe, —se veía al oficial claramente cohibido.

—¡Tranquilo teniente! —dijo Anahis sonriendo mientras se levantaba y salía por un lado de la mesa de su despacho—. ¡Hala! Vámonos.

Los dos recorrieron el largo corredor que unía el Cuartel General con el Palacio Real y se encaminaron al Salón del Trono. Cuando entraron, Anahis se paró en seco cuando comprobó que estaba abarrotado de gente. Todos los oficiales y suboficiales del Estado Mayor, estaban formados en la parte baja del salón rodeando la gran lapida del mausoleo de la Princesa Súm y Ramírez. En la parte alta, junto al antiguo trono real, su padre el canciller de Mandoria, su madre, el presidente Fiakro, los cancilleres más importantes, Marión y Marisol. Un oficial de la guardia mandoriana, impecablemente uniformado y con el sable de la mano, se cuadró ante ella, y después de presentarla sus armas, la condujo hacia la zona del trono. Los dos subieron las escaleras, y cuando llegaron arriba, Marión comenzó a leer una orden en una tableta:

—Por la presente, y a propuesta del Estado Mayor del Ejército, se acuerda promover al grado de general, al coronel Anahis de Mandoria, a todos los efectos desde la lectura de está orden. Firmado: Fiakro, presidente federal.

Los padres de Anahis se acercaron, y después de colocarla el fajín de rango, la abrazaron y besaron largamente. A continuación, el presidente Fiakro se acercó, la impuso las insignias y la achuchó también un buen rato. Marisol se acercó también para felicitarla.

—Adivina quien va a dormir está noche en el sofá, —susurró Anahis al oído de Marisol, aunque no lo suficientemente bajo.

—Marisol no ha tenido nada que ver en esto, —intervino Fiakro riendo— ha sido una iniciativa mía, y Marisol y Marión han estado de acuerdo.

—Da igual, va a dormir en el sofá por no avisarme.

—Mira niña, no te pongas cabezona que ya no tienes diez años, —dijo su padre mientras Marisol, con cara de guasa, asentía—. Tu padrino y yo, la hemos prohibido decirte algo.

—Bueno, vale, —dijo con cara enfurruñada, aunque de inmediato empezó a sonreír.

—Pues entonces, ordena romper filas y vámonos a comer, —añadió Fiakro— tú invitas.

—¡Joder que morro! —exclamó Anahis con los ojos como platos mirando al presidente—. Entérate que el sueldo de los generales no es nada espectacular. Ganan más los presidentes.

—Y yo voy y me lo creo. No me vas a liar, pagas tú.

Pasaron varios días desde el ascenso a general de Anahis y la vida rutinaria continuaba en el cuartel general en Mandoria. El Fénix estaba preparado para partir en un par de días hacia el sector 73 para supervisar los nuevos asentamientos de refugiados kedar. Aunie, recientemente nombrada “canciller especial” por el presidente Fiakro, había negociado con los de Galaxy Green y dos miembros de la organización estaban presentes en su consejo de gobierno.

El trasvase de refugiados por el portal era constante, y solo se interrumpía por cuestiones de logística militar.

—Buenos días señora canciller, —dijo Marisol a Aunie cuadrándose ante ella y saludándola militarmente cuando descendió del transbordador. Se encontraban en Zavhan 5, que se había convertido en la capital kedar del grupo estelar Viridis Zavhan, en el sector 73.

—Por favor, no me llames así, tú no, tutéame como siempre, —respondió Aunie abrazándola afectuosamente y dándola dos besos. A continuación, hizo lo mismo con Anahis y Loewen que acompañaban a Marisol, así cómo con Sarita, que cómo siempre se mantenía en segundo plano.

—¿Cómo vas con el reasentamiento? —preguntó Marisol cuando por fin estuvieron solas las cuatro mujeres con un par de colaboradores de Aunie, uno de ellos del temido Galaxy Green, y después de invocar Sarita la ley de Secretos de Guerra.

—Por el momento bien, pero solo hemos traído aquí unos quinientos millones, menos del 10 % del total previsto.

—El República ya está ensamblado y en una semana comenzaran las pruebas de vuelo y navegación. Si todo va como está previsto, en dos meses partirá con su flota. Tenéis que acelerar el reasentamiento.

—Lo sé, pero reasentar a más de cinco mil millones no es fácil, —aseguró Aunie— ten en cuenta que no se trata de traerlos aquí y ya está, hay que habilitar zonas urbanas, campos de cultivo y polígonos industriales para sustentar una sociedad de este tamaño.

—Y todo con un respeto absoluto al medio natural, —intervino el representante ecologista— tal y como nos garantizó el presidente Fiakro.

—Y le aseguro que para mí, la palabra del presidente es palabra de Dios, —afirmó Marisol encarándole fríamente— solo les pido que sean un poco más… dinámicos.

—Ya somos lo suficientemente “dinámicos”.

—¿Qué plazo manejáis para terminar el reasentamiento? —preguntó Marisol a Aunie.

—Un año, mínimo.

—Pues entonces tenemos un problema, y grave, —dijo Marisol, y desviando la mirada al ecologista, añadió—: el ejército combate en estos momentos en dos frentes, en los sectores 25 y 26, y cuanto más tiempo permanezca abierto el portal, más soldados mueren en los frentes de batalla…

¬—Pues la solución es fácil, —la interrumpió el ecologista— que se les reubique en otros sistemas.

—Y posiblemente tenga razón, pero usted me está hablando de política, y yo, como militar, no voy a entrar en ese terreno.

—¡Si, pero…!

—Le repito que no voy a entrar en ese terreno, si quiere hablar de política, hágalo en la capital federal, el parlamento de Edyrme es el sitio indicado.

—Muy bien general, ¿qué propone?

—¿Proponer? Yo no propongo nada señor consejero, a ustedes les están pagando un sueldo, y muy bueno, para que solucionen problemas, —Marisol mantenía la calma de manera ejemplar, tanto, que incluso Anahis y Loewen estaban sorprendidas de que no saltara y agarrara por el pescuezo al político, por muy ecologista que fuera—. Mire, en dos meses la operación se pondrá en marcha. El República, y su flota, tardara cuarenta días en llegar a su objetivo si no hay contratiempos. Cuando su portal sea destruido, toda la flota que tienen en sus inmediaciones ira contra el nuestro y nuestras defensas no podrán con esa cantidad de naves. Tienen seis meses, en ese plazo, todos los kedar tienen que estar aquí.

—En ese plazo es imposible, —aseguro el ecologista.

—General, —intervino Aunie— tiene razón, en ese plazo no es posible.

—Pues tendréis que ser creativos.

—¿Se podría alojar a los refugiados en campamentos provisionales hasta su reubicación definitiva? —intervino Anahis.

—Si, pero seria un esfuerzo logístico descomunal, —contestó Aunie—y no tenemos medios suficientes.

—Ni fondos para sufragar los gastos, —apuntó otro consejero.

—Y es inhumano tener a varios miles de millones en tiendas de campaña, —añadió finalmente el ecologista.

—Señor ecologista, los bulban se comen a los kedar, ¿le parece eso humano? —dijo Loewen.

—En eso tiene razón, —dijo Aunie mirando a sus consejeros— cuando se cierre el portal, mi pueblo sufrirá las consecuencias.

—Mire consejero, —Marisol miró fijamente al ecologista— me gusta su labor y la apoyo, y le aseguro que no es coña, pero le pido, por favor, que abra un poco la mente y encuentre un equilibrio razonable entre una cosa y otra.

—Aun así, no tenemos fondos para una operación tan… desmesurada.

—Me comprometo a hablar con el presidente, e incluso, si lo autoriza, podríamos desviar fondos del presupuesto militar.

—¿Entonces estamos de acuerdo? —preguntó Aunie mirando a los asistentes. Había visto la oportunidad de cerrar la cuestión y quería aprovecharla. Todos asintieron y entonces, mirando a Marisol añadió—: pues vamos a trabajar, en unos días te enviaremos el plan definitivo con un informe de presupuesto.

—Conforme, mientras yo iré hablando con el presidente.

Unos días después, los bulban lanzaron una gran operación en la zona de Beegis Nar en el Sector 26. Un ejército enemigo, con apoyo de la flota, desembarcó en Beegis, en la zona no contaminada por el anterior ataque nuclear. Rápidamente instalaron un nuevo dispositivo ofensivo, lanzadores de misiles pesados, parecidos a los Delta, con los que empezaron a bombardear Nar. A la vista de la nueva situación, Marisol convocó una reunión urgente a la que asistieron, el jefe de ingenieros de Rulas 3 y el ingeniero Camixthel. Este, después de un largo y arduo debate, intervino a modo de resumen:

—En definitiva no hay duda de que han copiado la tecnología de los Delta, y muy bien. Ahora bien, tienen dos problemas de muy difícil solución, una, que no pueden, o no saben, integrar los cohetes en sus naves, por lo que han optado por instalarlos en tierra, y dos, no han podido desarrollar tecnología nuclear, por lo que sus cohetes llevan cargas explosivas convencionales, eso si, extremadamente poderosas.

—Lo que más me preocupa es esto último, ingeniero, —dijo Marisol mirando a Camixthel— ¿podrían desarrollar esa tecnología?

—En principio si, mi señora, —respondió— pero es improbable. Está claro que han copiado nuestra tecnología porque tienen algún cohete que no ha detonado, pero los dos componentes de la bomba, no son fáciles de encontrar en la galaxia.

—Durante la campaña de Matilda en el sector oscuro, todos los enemigos con los que se enfrentaron, y los amigos también, como Faralia, empleaban misiles nucleares en sus naves, —razonó Marión mientras los asistentes asentían— si lo descubren, solo tienen que buscar en sus bases de datos.

—Bien, pues esperemos que no lo descubran…

—De todas maneras, esos cohetes están muy al límite de alcance, —intervino uno de ingenieros de Rulas 3—. Llegan por los pelos, y es difícil que encuentren dos planetas tan próximos. Y además tiran a ciegas.

—En mi opinión terminaran integrando los cohetes en sus naves de transporte, como hemos hecho nosotros, —dijo otro ingeniero— es cuestión de tiempo.

—Muy bien señores, ¿algo más? —y ante la negativa general, Marisol dio por finalizada la reunión.

Todos se levantaron, y después de conversar brevemente con Camixthel, Marisol entró en su despacho, seguida por Marión, Anahis y varios altos oficiales del estado mayor.

—No podemos esperar más, —les dijo Marisol— hay que emprender una acción decidida para neutralizar esos cohetes. Marión, ordena a Pulqueria que inicie los preparativos para la invasión de Beegis, y que las operaciones sobre el terreno las dirija la general Oriyan. Anahis, habla con Inteligencia, con el general Taxins, y con J. J. también, tenemos que averiguar donde se fabrican esos cohetes, —y dirigiéndose a todos en conjunto, añadió—: Trasladen cinco escuadrones de cazabombarderos de la reserva a Nar para reforzar la defensa antiaérea. Señores, tenemos mucho que hacer, a trabajar.

—¡Estoy hasta la raja! Menuda semanita, y nos lo queríamos perder, —exclamó Marisol en la tranquilidad de su camarote en el Fénix. Anahis, desnuda y sentada a su lado frente al gran ventanal, se irguió y la miró con extrañeza.

—No entiendo: “y nos lo queríamos perder”.

—Es una frase hecha mi amor. Española. Como que lo dices con cierta ironía.

—Cada vez me gusta más hablar español…

—Y a mí cada vez me gustas más, mi amor, —la interrumpió besándola en los labios—. Tú me sustentas, sin ti no hubiera resistido la presión de mi cargo.

—¡No seas boba! No te permito que empieces a quitarte meritos, como haces siempre, —la mantenía abrazada mientras con la cola la acariciaba—. Estamos donde estamos, gracias a ti. Entérate de una puta vez: tu modestia me cabrea, y mucho.

—No, por favor, no te cabrees, no único que me falta ahora es una discusión conyugal.

—Pues no digas chorradas.

—¿Es una chorrada decir que te quiero?

—Eso no, lo otro sí. ¡Y no me líes!

Las dos se besaron de nuevo y terminaron rodando por el suelo amándose hasta que quedaron agotadas.

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