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Desafío de galaxias (capitulo 39)

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Bertil había llegado en una lanzadera. La flota estaba oculta en un denso campo de asteroides ferromagnéticos que distorsionaba los escáneres bulban. Desde que se puso en marcha la operación, era la primera vez que él y Maite Aurre se encontraban personalmente. Al pie de la escalerilla, Maite, después de saludarle militarmente, le abrazó dándole dos besos.

—Ya no recordaba lo besucona que eres, —dijo Bertil riendo.

—¿Eso es un problema? —bromeó Maite con coquetería.

—Para nada, yo siempre estoy encantado de que chicas guapas me besuqueen, —continuo con la broma. Los dos rieron y se encaminaron al puente de mando de la nave.

—¡Comandante en el puente! —gritó el padre de Maite, primer oficial, cuándo los dos entraron en el recinto. Todos los que no ocupaban un puesto de control critico, se cuadraron. Una larga hilera de puestos con terminales se adosaban frente al gran ventanal semicircular que recorría el mamparo frontal. A continuación, en una posición más elevada, estaban los dos puestos que albergaban el timón, y la navegación. Justo detrás, tres puestos más controlaban los poderosos sistemas de armas, tanto ofensivos como defensivos. Por detrás de los sillones del capitán y de los oficiales mayores, estaban los puestos de ingeniería.

—¡Descansen! —ordenó Bertil saludando militarmente al padre y estrechándole la mano. Después, los tres pasaron a una pequeña sala de estrategia anexa al puente.

—¿Cuál es la condición de la nave? —preguntó Bertil.

—Operativa al cien por cien mi señor, —contestó el primer oficial— todos los sistemas, y la tripulación, están preparados para entrar en combate.

—¡Excelente!

—¿Cómo lo quieres hacer? —preguntó Maite.

—A eso he venido, a comentarlo contigo. Solo veo una forma lógica de hacerlo…

—La única forma lógica es que atraigamos nosotros el fuego enemigo: no le des más vueltas.

—Así lo veo yo también, —afirmó Bertil—. ¿Cuándo tendremos imágenes de la sonda?

—De un momento a otro, —contestó el padre de Maite— ya debería haber llegado.

—¿Y estáis seguros de que no la detectaran?

—Si mi madre dice que no la detectaran, seguro que es así. Ha forrado la sonda con componentes metalúrgicos bulban para que parezca un trozo de escombro espacial.

—Tenemos imagen y telemetría, —dijo la madre de Maite, jefe de ingeniería de la nave, entrando en la sala. Se dirigió a una gran pantalla que ocupaba una de las paredes y la conectó con su tableta. En ella apareció una especie de planetoide totalmente forrado de estructuras metálicas, algunas de las cuales sobresalían y se unían a otras estructuras que parecían que estaban en órbita, pero no lo estaban, estaban sujetas a la estructura principal. En conjunto, presentaban un aspecto grotesco, como si hubieran ido añadiendo piezas de forma alocada. Próximos al conjunto, seis enormes estaciones de más de seis mil metros de diámetro, se mantenían a una distancia no superior a cien kilómetros. A mil, otras once estaciones de dimensiones similares, rodeaban el conjunto.

—Se adivina una forma esférica en el conjunto principal, ¿eso era un planeta pequeño? —preguntó Bertil.

—Si, es un planetoide, —afirmó la madre de Maite, interpretando los datos de telemetría de los sensores de la sonda— pero de él queda poco. La poca masa sugiere que está muy minado, casi hueco. ¡Por Dios, que chapuza! —afirmó sentándose en la mesa y tecleando sin parar en la tableta.

—¿A que te refieres mama?

—El minado es excesivo, buena parte de las estructuras que envuelven el planeta, así como las que están adosadas, es para consolidarlo e impedir que se desmorone todo el tinglado y se deshaga.

—¡Joder!, ¿en tamaño no es similar a Telesi 2?

—En más grande, pero en Telesi 2, los ingenieros hicieron un buen trabajo, —respondió la madre, para añadir pensativa—: lo que me lleva a pensar, que toda la tecnología que usan los bulban no es propia, es usurpada. Sabemos que sus cruceros no han evolucionado desde que invadieron Magallanes, es posible que no fuera su primera invasión. En definitiva, desprecian el desarrolló tecnológico, y lo roban.

—¡Vale mama! ¿Y que beneficio podemos sacar de eso? —preguntó Maite mientras un par de oficiales entraban y entregaban a su madre un par de tabletas.

— ¡Ay hija, como eres! Destruir ese complejo será más fácil de lo que pensábamos, bastará con una descarga de nuestras torres de artillería de protones, —respondió mientras estudiaba las tabletas—. Otro asunto son las estaciones que la rodean, están acorazadas y con diferencia son bastante más sólidas.

—¿Qué función tienen?, —preguntó Bertil— ¿están armadas?

—Afirmativo, —respondió cogiendo otra tableta que le tendía otro oficial— y mucho. Una de ellas parece residencial, como una estación de paso, pero las otras están armadas. Por fortuna no disponen de torpedos o misiles, —afirmó estudiando los datos y haciendo cálculos con ayuda de otra tableta— pero su artillería es mucho más poderosa que la que montan es sus cruceros de batalla… pero mucho más. Es mejor que no nos alcancen, si lo hacen con una descarga cerrada de una de esas estaciones, sufriríamos una bajada en los escudos de… un 13 %. También se ven sistemas de propulsión, no son importantes, pero les puede permitir moverse a baja velocidad, —otro oficial la entregó una tableta mientras se inclinaba y la cuchicheaba al oído durante unos segundos.

—¿Qué ocurre madre? —preguntó Maite con impaciencia.

—Problemas, —respondió su madre con cara de preocupación—. Las once estaciones exteriores están conectadas con las seis interiores con emisiones de alta intensidad de partículas subatómicas cuánticas creando una especie de red de seguridad, como una zona de exclusión. ¡Qué cabrones, esto no me lo esperaba!

—¿Y eso en que nos afecta?

—En que no podemos abrir vórtice dentro de la red. Si lo creamos para salir ahí, no se abriría y las naves quedarían atrapadas en el flujo y se destruirían, —dijo la ingeniera levantándose y antes de salir de la sala, añadió—: ahora vuelvo.

—¡El factor sorpresa a la mierda! —exclamó el padre de Maite.

—Sí, no podemos atacar directamente el objetivo saliendo de vórtice, —razonó Bertil— y tendremos que atacar primero a las estaciones exteriores. Bueno, ya sabíamos que no iba a ser fácil.

—Ya estoy aquí, —dijo la madre entrando en la sala—. Vale, tenemos que destruir dos estaciones exteriores para que la red se colapse.

—Estoy dándole vueltas al asunto y no lo comprendo mama, —dijo Maite— ¿Si ellos no tienen tecnología de salto, por qué han creado está red?

—Esa tecnología la tienen desde que apresaron miles de naves civiles en la invasión del Sector 26, lo que ocurre es, que no se puede adaptar a sus naves actuales, de igual manera que no han podido adaptar la tecnología de escudos. Tienen que crear una nueva nave, y cuándo intentan desarrollar algo, les sale eso, —dijo la madre señalando a la pantalla.

—Si, no parece que tengan mucha practica, —sonrío Maite.

—Aun así, esperan algún ataque por nuestra parte, si no, no hubieran fortificado la zona.

—El estudio metalúrgico indica que esas aleaciones son relativamente recientes: efectivamente nos esperan.

—Eso está claro, y lo que hay que hacer también, —afirmó Bertil—. El República, atacara las estaciones exteriores hasta que caiga la red. El resto de la flota saltara entonces cerca del complejo, las fragatas atacaran las estaciones interiores y los bombarderos, con los Delta, el planetoide.

El vórtice se abrió fuera del radio de acción de la rejilla inhibidora y, antes de que apareciera el República, tres de las estaciones exteriores comenzaron a moverse hacia él. El acorazado federal, surgió de su interior disparando todas sus armas ofensivas a excepción de las torres.

—Lancen escuadrones, —los portones de lanzamiento se abrieron y varios cientos de interceptores, armados con torpedos, partieron rumbo a la estación asignada.

—¡Torpedos, batería frontal, tubos uno a diez, concentración máxima! —ordenó Maite—. Fije blanco.

—Blanco fijado capitán.

—¡Fuego! —ordenó al tiempo que cerraba el puño, un gesto muy característico de ella. Los torpedos partieron y segundos después impactaron en una de las estaciones exteriores.

—Misiles, tubos uno a cincuenta, —volvió a ordenar—. Localicen los impactos y abran fuego.

—Misiles en curso, capitán, —informó su padre. Los misiles impactaron y la estación reventó en una explosión colosal. Mientras tanto, las otras dos estaciones disparaban con su artillería principal contra el República que interceptaba los disparos con sus defensas de perímetro a pleno rendimiento. Aun así, la nave recibió dos impactos que hizo zarandear a los tripulantes.

—Los escuadrones continúan el ataque. Las estaciones no tienen defensas de corto alcance.

—¡Doble impacto a babor! Daños mínimos.

—¡Escudos al 87 %!

—¡Timonel, ofrezca la proa! —ordenó Maite—. ¡Repetimos descarga! Fije blanco en la otra estación y abra fuego. Artillería, todas las baterías, fuego a discreción, — los torpedos partieron y, veinte segundos después, les siguieron los misiles que reventaron una nueva estación mientras la artillería disparaba sin interrupción. Con la destrucción de esta última, la rejilla inhibidora quedó desactivada e instantes después se abrió un nuevo vórtice por donde apareció el resto de la flota. Para entonces, las estaciones exteriores descargaban andanadas contra el República que se defendía como podía maniobrando continuamente.

—¡Artillería principal!, torres uno a cuatro.

—Acumuladores al máximo. Torres preparadas para el disparo.

—¡Alarma de disparo! —ordeno Maite y de inmediato comenzó a sonar la alarma principal—. Fije blanco.

—¡Blanco fijado capitán!

—¡Fuego! —la descarga hizo tambalearse la nave que tardó un par de segundos en contrarrestar con los motores de inercia.

—¡Impacto positivo, objetivo destruido! —los restos de la despedazada estación se expandían en todas direcciones como proyectiles grotescos.

—Capitán, recibimos demasiados impactos, escudos al 52 %.

—Los escuadrones han destruido su blanco y se centran en otra estación.

—La flota se dirige hacia el objetivo. Las fragatas atacan las estaciones cercanas, los bombarderos a treinta segundos para alcanzar la distancia de disparo.

—¡Hay que seguir atrayendo el fuego de las estaciones lejanas! —afirmo Maite con decisión— preparen otra descarga con las torres. Torpedos y misiles, fuego a discreción.

—Detectada una flota enemiga, rumbo 108582.06, tiempo de llegada, siete minutos.

—Hay que darse prisa, informa a la flota, —ordenó Maite mirando a su padre.

—Escudos al 42%.

—Toda la energía de reserva a los escudos.

—Los bombarderos han disparado la primera oleada de Deltas, —en una de las pantallas auxiliares, todos los tripulantes del puente vieron aproximarse los Delta a la estructura principal e impactar en él. Un aluvión de vítores e indultos se elevó entre la tripulación.

—¡Vamos, vamos, chicos, a lo que estamos! —les reprendió Maite con suavidad— hay que seguir disparando. Timón, todo a estribor e interpóngase para proteger a los bombarderos.

—La estructura aguanta. Los bombarderos lanzan dos oleadas más.

—¿Estamos a distancia para disparar con las Torres?

—Negativo, la descarga no tendría efecto a esta distancia.

—Entonces disparen contra las estaciones.

—Flota enemiga a dos minutos.

—Múltiples impactos en la estructura principal. Se colapsa, —una tremenda explosión sacudió la zona afectando con la onda de choque a las estaciones cercanas que quedaron inutilizadas y afectando también a dos de las fragatas federales.

—Hemos perdido una fragata y otra sufre daños importantes.

—¡Timón! Acérquese para recoger supervivientes.

—La fragata dañada puede saltar. Bertil ordena que abra vórtice y que vaya al punto de encuentro.

—Recogiendo capsulas de escape.

—Capitán, Bertil confirma la destrucción del túnel, no se detectan emisiones de partículas místicas.

—Los bombarderos disparan Deltas a las estaciones que quedan.

—Escudos al 32%.

—Flota enemiga a treinta segundos. 46 cruceros.

—Los bombarderos están sembrando minas.

—El comandante en jefe ordena la retirada al punto establecido.

—Informales de que terminamos de recoger supervivientes e interceptores y les seguimos al lugar de encuentro. Preparados para abrir vórtice. Recojan los escuadrones.

—La flota ha saltado.

—Flota enemiga en contacto visual. Nos disparan.

—Ingeniería informa de que si seguimos recibiendo impactos perderemos los motores de salto.

—¡Brecha en el casco, zona de babor, secciones 40 a 46, cubiertas 26 y 27, los mamparos aguantan!

—Descompresión en el hangar 14, han saltado los portones.

—Redirijan la energía mística de reserva al casco de babor, —ordenó Maite—. Timonel, siga maniobrando y no ofrezca ese lado.

—Todos los interceptores están a bordo.

—Escudos al 19 % —la poderosa nave se estremecía con los impactos, y zarandeaba cada vez más bruscamente a los tripulantes, mientras las chispas comenzaban a surgir de las conexiones de energía, sobrecargadas por los impactos.

—Hay reportes de heridos en todas las cubiertas.

—¡Hay que saltar, capitán, no podemos esperar más! —grito su padre sujetándose a la butaca.

—¡Abran vórtice y salten! No podemos hacer más: nos vamos.

El República llegó al punto de encuentro y se reunió al resto de la flota. Bertil estaba ya evacuando la fragata averiada para abandonarla e inmediatamente comunico con Maite.

—¿Cómo estáis?

—Nos han dado duro y tenemos muchos daños, pero podemos saltar, tendremos que hacer muchas reparaciones en marcha. Lo peor es que solo hemos podido recuperar el 65 % de las cápsulas de escape de la fragata destruida.

—No podíais hacer otra cosa: no te comas el coco.

—Lo sé, pero no lo puedo remediar. ¿Seguimos con los planes como estaba previsto?

—Sí, sí, hacemos cinco saltos largos seguidos, con una de las fragatas por delante, para asegurar que no hay enemigos a nuestra llegada. Nos queda un viaje de regreso muy largo y complicado, por fortuna los bombarderos no han agotado los Delta en el ataque.

—La general Martín debe estar dando saltos…

—Debe de estar dando saltos toda la galaxia, —la interrumpió Bertil riendo— pero queda mucho trabajo por delante, conociéndola, ya estará planificando las próximas operaciones.

—Eso seguro, es una lastima que no podamos pasar el República hacia el otro lado, seria un arma decisiva.

—Sin lugar a dudas lo seria, pero no creo que tengamos tiempo suficiente para desarmarlo y pasarlo por el corredor.

—Seguro que no. De todas maneras, nuestra arma definitiva, y desde el comienzo de la guerra, se sienta en un despacho en Mandoria y se llama Marisol.

—Por supuesto, pero dejémonos de cháchara que el tiempo apremia ¿Podéis saltar ya?

—Afirmativo, a tu orden.

—Pues entonces vámonos, —y Bertil ordeno abrir vórtice y saltar al siguiente punto de encuentro detrás de la fragata que había saltado un par de minutos antes.

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