La abuela Quero se sumergió en la bañera rejuvenecedora; calculó que, con los productos incorporados al agua, el efecto le duraría dos horas. "Serán suficientes", se dijo, y acto seguido se fue al salón a activar la red subliminal. Buscó, con la mano extendida en el aire, un holoicono, el que tenía forma de falo, y lo agitó con los dedos. Al momento, una voz le sugirió que se colocara su aparato de audio y voz y se desnudara.
La abuela Quero mostró primero sus piernas moldeadas, sus muslos de mazapán; después su pubis de relieves suaves, su torso doblemente coronado y su cuello y sus hombros acogedores; por último su rostro del finas facciones y labios de corazón. La voz sonó y dio su aprobación con un gruňido en descenso. Pronto se manifestó en el salón un hombre desnudo y peludo; de sus atributos sexuales solo asomaba la punta sonrosada de su pene. Quero, nada más verlo, a punto estuvo de desmayarse: era tal su deseo. La figura masculina alargó una mano para sostenerse el nervudo miembro y comenzó a masajeárselo.
La abuela Quero avanzó su cabeza y, con los labios entreabiertos, sorbió el energizado aire, mientras su dedo índice pulsaba y acariciaba su valle irrigado. El chorro caldoso irrumpió como una chispa rápida y caduca. El grito de la abuela Quero salpicó y llenó los auriculares.