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¡Dámela toda, mi amor! (20): Aparece Yovana.

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Prosigue el rodaje de la película pornográfica.

Escena cuarta...

En la jungla.

 

Nos dirigimos con una camioneta a una región pantanosa y de vegetación abundante, semejante a la selva. Su nombre es The Everglades. Atravesamos con dificultad caminos sinuosos entre inmensas lagunas. Los juncos, palmeras y retorcidos árboles nos acompañan en ese paseo. A veces nos saludan aves de plumaje llamativo. Afortunadamente no se ve ninguna fiera o reptil venenoso.

Pero en nuestro trayecto se nos cruza una altiva mulata de cabello largo, negro, rizado. Sólo lleva puesto unas pulseras en sus flexibles brazos y unas cadenas doradas que tintinean entre sus voluminosos pechos.

La bonita visión estaba cargada de maldad.

-¡Oh, extranjeros blancos! -exclamó ella ante nuestros atónitos ojos-. ¿A qué venís? ¿No teméis la maldición de Damballah, la diosa de los pantanos? No nos molesteis con vuestra aparición y abandonad estos parajes.

Yumenos ordenó que apartasen a un lado a la muchacha. Cuando Macro y yo nos apeamos del vehículo para hacerlo, los ojos de la mujer lanzaron un maligno fulgor. Mi compañero de trabajo se quedó como paralizado y yo empecé a temblar.

-Pueda ser que tenga razón -dije yo-. Esta zona es sagrada para la población de raza negra. He oído historias que...

Sándor me interrumpió y nos insultó. La mulata rió y sus demenciales carcajadas nos causaron pánico. Después en unos breves saltos desapareció entre los matorrales.

-¡Estúpidos! ¡Tanto ella como vosotros sois unos estúpidos supersticiosos! -añadió Yumenos más tranquilo al ver cómo se desvanecía un posible peligro-. ¡Boxeador! Luego Sándor hablará contigo.

Me daban miedo las palabras de aquella joven hechicera, pero las falsas bravatas de mis enemigos me daban pena. Allí acabaríamos como en un ring. Los actores y actrices se dejaron llevar por los nervios y también eran partidarios de volver al apartamento y rodar la última escena en otra habitación.

Yumenos ordenó que siguiese el trayecto hasta parar en un claro de la selva, donde había una pequeña charca.

Los problemas vuelven. En la escena Helga va acompañada del protagonista más odiado del reparto, Simons. Mi amiga finge caerse y lesionarse un tobillo, y el benevolente Simons le hace un masaje en la zona dañada, recorre la pierna, su coño para continuar con las típicas escenas de sexo oral y genital. Sin embargo antes de iniciar la escena, Helga disculte con Sándor, Yumenos y Brossam. Se debe añadir a esa toma la penetración anal. Helga se opone a que sea atravesada por ese individuo. Por desgracia no puedo intervenir. Demasiada tensión. Sándor sonríe porque ha conseguido sus propósitos y nos hace daño. En Budapest arreglaremos este asunto, lo prometo

Helga acepta la situación. Y yo, Gallo Méndez, un boxeador que ha soportado mil golpes en la vida y en el ring, no aguanto más y me pierdo entre la vegetación de la jungla.

Me interné en aquel paraje. El sudor empapaba mi camisa y, cansado, me senté sobre una enorme raíz que sobresalía de la tierra y el barro. Saqué mi pañuelo y me sequé las gotas que perlaban mi frente. De nuevo oí unas sonoras risas que me dejaron helado.

Y el terror se apoderó de mis destrozados nervios cuando, entre unos arbustos apareció la mulata que nos había amenazado anteriomente.

-No temas, extranjero -dijo ella con dulzura.

-Respeto a vuestro pueblo y vuestras creencias, pero, por favor, no me eches una maldición de vudú o lo que sea -seguí visiblemente asustado.

-No debes preocuparte de ello, blanco. He visto que eres demasiado honesto. La desgracia caerá sobre ellos. Veo muerte y desolación en los próximos días.

Quería advertir que Helga era mi amiga y que no la atacara con sus rituales, pero apenas me dejó hablar.

-Me llamo Yovana y sé que nos volveremos a ver. Adiós.

Y tras estas palabras, la muchacha desapareció entre la vegetación con una agilidad felina. Del miedo pasé a la perplejidad. No sabía que aquel misterioso encuentro se convertiría en una amistad.

Regresé por el estrecho sendero que antes había atravesado. Oí más pasos. Entonces mis músculos se tensaron. Podía ser cualquier enemigo o la ardiente mulata. No. Era Macro.

-¡Rápido! ¿Dónde estabas? Nos debemos ir -interrumpió aceleradamente.

-No aguantaba las fechorías de Sándor y sus amigos y decidí pasear por aquí. ¿Qué sucede?

-Nos vamos de aquí. Durante el rodaje una pequeña víbora ha mordido a Simons en la mano. Ahora es preso de unos fríos sudores y volvemos a Miami para llevarlo a un hospital. Su brazo se está hinchando demasiado.

Tras dos horas de incertidumbre en la clínica, Simons murió, pues la picadura de la citada serpiente era mortal de necesidad si no era tratada prácticamente en ese momento. Y perdimos una hora por el camino, desde las selvas hasta entrar en urgencias. Consternación en el equipo.

Simons había sido un fanfarrón con las mujeres y como actor era pésimo. Pero era reclamado siempre en los rodajes de Brossman por sus músculos trabajados en un gimnasio y por ser amigo de Yumenos. Incluso se rumoreaba que iba trabajar como policía local en el Ayuntamiento de Budapest sin pasar por las típicas oposiciones y pruebas físicas. Se acercaba al astronómico récord de otro actor X, me refiero al mítico John Holmes "mister 35 centímetros", que había hecho el amor con 14.000 mujeres. Como Holmes, también Simons había desaparecido.

Nadie habla. Sándor y Yumenos se encierran durante unos largos minutos en su habitación. Trazan la última gracia para fastidiarme. Salen sonrientes del cuarto. El administrador de la compañía de las películas y yo nos quedaremos en Miami unos días más para acabar de solucionar unos papeles que no quedan muy claros, trámites burocráticos que, además, se complican un poco después de la accidental muerte de Simons. No era necesario que yo me quedase, sin embargo debía permanecer al lado del administrador de la productora. No se podía disimular mi rostro de rabia. Ahora mi amiga era un ser indefenso en Hungría ante las insidiosas miradas del repugnante Sándor. Alejado yo por unos días, aquella gente tendría tiempo de sobra para hacerla daño.

El resto del equipo partió del aeropuerto a la mañana siguiente. Me despedí de ella en la misma puerta del hotel. No nos quedaba demasiado tiempo, pues precisamente debía acudir con el coproductor a unas oficinas para iniciar un trámite tan absurdo como complicado.

La bailarina y yo hablábamos y nos acaricíabamos, gestos acompañados de breves pero tiernos besos. Por instantes temía que jamás la volvería a ver. Dentro de un par de semanas podría reunirme en Budapest con Helga ya que prácticamente no la pude ver después del fatídico rodaje de la última escena. Allí estableceríamos las bases de la solución definitiva que debíamos tomar para abandonar esa vida que solamente engrendraba odios, desdichas y malentendidos.

No sería tan fácil como suponíamos.

 

21. Final dramático.

Los papeles se retrasan. Llamo con frecuencia desde una teléfono del hotel a casa de Helga, pero me sale continuamente su contestador automático. Lo intento en otras horas, pero con el mismo resultado. Me imagino que se avecina una tragedia. Una mañana me levanto de la cama y voy a la habitación del administrador. Esta situación no puede seguir y yo me voy en el primer vuelo a Budapest.

¡Nueva sorpresa! Cuando intento abrir la puerta, ésta pemanece cerrada. Una mujer del servicio del hotel me dice que el caballero que antes ocupaba esa habitación se había marchado la noche anterior. No necesito más explicaciones. Yo también abandono Miami y cojo el primer avión que se dirija a Europa.

Otra vez ocho horas de angustiosa espera. Pero esta vez los acontecimientos se acumulan desordenadamente pues cuando me siento en mi lugar asignado, descubro como compañera de viaje a... la mulata que apareció en la selva para lanzarnos la maldición, la seductora y a la vez terrible Yovana. Me quedo perplejo. No la reconozco vestida con una falda carmesí y una blusa blanca ajustadas. Se quita sus gafas oscuras. Hablamos durante el trayecto. Me dice que, al margen de sus artes en la magia negra, se ha enamorado de un turista occidental. No me concreta nada. Solamente añade que se casaron en Miami, pero él volvía a Francia por asuntos del trabajo y ella, después de arreglar un tema del visado, ya podía salir de Florida. Cuando me pregunta qué me pasa por mi cara de constante preocupación, yo respondo que también tengo asuntos del trabajo para solucionar. Ríe. Sus labios se entreabren con voluptuosidad y muestra sus dientes blancos, perfectamente ordenados.

-Cuando nos encontremos de nuevo, me contarás el verdadero problema que te aqueja -concluyó ella con cierta sorna.

Aterrizamos en París. Fue la primera escala. Nos despedimos en el aeropuerto. Yovana desaparece entre la multitud como lo hacía con inesperada habilidad entre la vegetación de la selva.

Yo tomo a continuación otro avión que me deja en Budapest. No quiero perder mucho tiempo. Ha caído la noche e inmediatamente tomo un taxi que me lleva al Club Lastritza. Las desagradables sorpresas se desencadenan como un río que se desborda ante la incesante lluvia. El local está cerrado hace días por la policía.

El taxista se explicó brevemente.

-¡Ah! Pero... ¿No lo sabe, amigo? -preguntó-. La semana pasada, una noticia dejó a la ciudad consternada. Dicen que el conocido funcionario del Ayuntamiento, Yumenos, contrató los servicios de una hermosa prostituta que trabajaba y bailaba en ese local. Se la llevó a su lujosa mansión, una casa vieja y acondicionada en las afueras de la capital.

"Se cuenta que no hicieron el amor, pero el caballero la maltrató y la mató de una soberbia paliza. Al parecer ya se conocían antes. Apareció ella muerta unas horas después en una de las marismas que rodean la mansión de Yumenos.

"Pero nadie se atreve a contrariar la palabra de personaje, pues se murmura que es quien de verdad manda en la ciudad. La policía solamente ha tomado una medida que poco tiene que ver con las diligencias que se deberían hacer. Cerrar ese prostíbulo, cuando el resto de sus trabajadores no tienen la culpa de nada.

Mientras aquel afable hombre explicaba la historia, mi rostro iba palideciendo gradualmente.

-¿Y se sabe el nombre de la víctima? -pregunté con temblores como si supiera quién era.

-En los diarios lo pone. Helga. Creo que se llamaba Helga. ¡Eh! ¿Qué le pasa, amigo? Se le ha ido el color de la cara. Oiga, no abandone el coche... són cinco florines. Oiga...

No sabía por dónde buscar, por tanto primero me dirigí caminando a mi apartamento. Y en el portal, cuando iba a sacar las llaves, escuché un "click" que me dejó paralizado.

-Gírate con cuidado, boxeador.

Su voz me era conocida. A mis espaldas estaban Sándor y dos guardaspaldas. Me extrañaba no ver a Macro entre ellos.

-Tardabas en venir y esperábamos tu llegada hacía días -siguió el administrador del club.

-¿Por qué habéis hecho esto con Helga? -pregunté con un tono de rabia-. ¡Asesinos!

Reconocía esta vez que mis puños no podían hacer nada. Dos pistolas me apuntaban directamente al pecho.

-Tranquilo -replicó Sándor- Nadie llorará la muerte de una prostituta más que además se sacaba un sobresueldo en películas X y sesiones de strip-tease. Quizá ahora sus cintas se revaloricen. Nuestros caminos se cruzaron y yo también amé a Helga. Y Yumenos la codició en su momento. Sin embargo ese gordo asqueroso e impotente, por lo que murmuran sus amigas más cercanas, tiene tendencias sadomasoquistas, por eso encontraron a tu bailarina apaleada. O eso decían los forenses y la policía.

"El diario local, controlado lógicamente por el influyente funcionario, afirma que murió ahogada cuando paseaba en horas nocturnas por esas peligrosas marismas Ahora unas semanas de reposo y Yumenos dará el permiso conveniente para reabrir el local. Y Miklos, un títere a mi servicio, y yo volveremos a nuestros negocios."

Se escuchó un ruido estrepitoso, metálico, como si algo se cayese en el calle... Uno de los guardaespaldas de giró, mientras los otros dos no me quitaban el ojo de encima. Era un gato que había tirado un cubo de basura para buscar restos de comida.

-En esta nueva etapa del Club Lastritza ya no te necesitaremos -prosiguió Sándor-. Se te ha acabado el contrato, amigo.

El administrador sacó su propia pistola de su chaqueta negra. Entonces en la calle se escucharon tres detonaciones seguidas. El jefe y sus dos amigos cayeron sobre la mojada calzada. Me quedé asombrado pues esperaba encontrar entre esas balas perdidas una alojada en mi estómago. Afortunadamente no era así. ¿Quién era mi salvador?

Ruido de pasos.

Se vislumbra una silueta entre las mortecinas luces de las farolas. Se trata de Macro. Su revólver todavía humea.

-Si el cerdo de Sándor esperaba tu llegada de Florida, yo aguardaba este momento para vengarme como él suele hacer, atacando por la espalda -dijo-. Yo también tenía asuntos que arreglar con ese imbécil. Y ya está. Me llamaba para que te matase, pues sabía que entre nosotros había confianza y no sería tan difícil, pero fingía tener fiebre y mi salud se resentía por el rodaje. Cuando ellos acudían aquí cada noche les seguía.

"Pero... ¡Vámonos de aquí inmediatamente, pues el vecindario habrá oído los disparos y la policía no tardaré en presentarse! Además, tú serías el sospechoso número uno, pues el tiroteo se ha producido en la puerta de tu casa y el cabrón de Yumenos aprovecharía la ocasión para justificar que la culpa de todo es tuya ante un tribunal, comprado con su sucio dinero, por supuesto.

Mi rostro pemanecía inalterable.

En la pequeña casa de Macro hablamos sobre la muerte de Helga y que nadie pudo evitar la morbosa elección del funcionario para la tragedia.

-Ahora debes irte de Hungría -aconsejó el amigo-. Yumenos sabrá mañana al amanecer que has vuelto y tendrás a todas las autoridades detrás tuyo aunque no hayas hecho nada.

Yo callaba mientras él seguía la réplica de recomendaciones.

-...Y no encontrarás trabajo, ni podrás boxear aquí nunca y...

Interrumpí su amable discurso.

-Me iré. Sin embargo antes me despediré efusivamente de Yumenos -concluía mientras salía de su casa ante su asombro-. Es lo menos que puedo hacer. Me gustaría despedirme del resto de los compañeros de trabajo porque os habéis portado muy bien conmigo, pero por desgracia, no puede ser. Gracias por todo.

(Fragmento de la carta de Dimitri, entrenador del boxeador Gallo Méndez, enviada a su hemano Vladislav.)

...Como bien ya sabes, mi mejor alumno, se marchó después de la misteriosa muerte de su novia Helga. Era un buen momento, pues aquí, en Budapest, se armó cierto revuelo. Después del asesinato de la prostituta, apareció el cadáver de Yumenos en las mismas marismas que colindan con su vieja casa. Encontraron su cuerpo ahogado, pero los forenses afirman que antes alguien destrozó su rostro y su cuerpo a base de constantes puñetazos. La policía busca al agresor del corrupto funcionario mientras los periodistas intentan dar también un explicación lógica al suceso.

Pero recuerdo a mi alumno una vez más. Sé que la desaparición de Helga marcará su carácter aventurero para siempre, pues según me confesaba él, una tarde, en el gimnasio, aquella hermosa bailarina de strip-tease había sido el gran amor de su vida. Poco importaban las mujeres que pasasen por sus brazos antes o después de ella.

Su padre me ha dicho que vive ahora en París y tiene otro asunto amoroso con una mujer de raza negra. Cuando hablé con él por teléfono, me comentó que ya se conocían hacía tiempo, desde el funesto rodaje de aquella película X en Florida, que como sabes, acabó con la vida de Simons y desencadenó la posterior tragedia para el resto del equipo.

 

 

EPÍLOGO

Gallo Méndez se hizo conocido por sus espectaculares combates de boxeo y por sus aventuras por países exóticos, especialmente por el mundo árabe y China. Unos decían que se había convertido en un líder y que había conseguido reunir una serie de tribus en un desierto para combatir contra un despiadado sultán.

Durante el siguiente verano, en la prensa sobresalían dos titulares, su inesperada fuga de la India por tomar como amante a la esposa de un hindú de elevada casta y su llegada a Pequín donde llegaría a ser un héroe por casualidad, pues desarticularía una fanática secta de envenadores chinos que se dedicaban a asesinar a sus enemigos, normalmente empresarios que se negaban a acatar sus ideas. Entonces preparaban un sake especial para ellos. También dicen que en Irán llegó a ver la mítica ciudad de Ak-Muar y su rival Atmelk con sus muros y cúpulas doradas en el perdido desierto. Sin embargo, quizá esa historia ya entre en la leyenda como los nombres de esos lugares.

¿Y ahora?

¿Dónde estaba?

Gallo Méndez paseaba por el conocido barrio de Montmartre. Era el lugar mas codiciado de París por su dedicación al placer. Grandes prostíbulos, locales de baile, sex-shops, peep-shows. También había delincuencia en ciertas tabernas. Sin embargo nadie se atrevía a acercarse a un boxeador de considerable altura y músculos de acero. Solamente causaba admiración entre las prostitutas que paseaban por las calles para atraer a sus respectivos clientes. Entonces una hermosa mujer, con falda de cuero negro, ajustada y blusa roja, medio desabrochacha, se acercó al ensombrecido individuo. Era mulata. Los ojos del hombre se abrieron por la sorpresa mientras ella deslizaba su muslo derecho por su entrepierna.

-¿Me conoces? ¿No? -dijo ella lascivamente-. Soy tu nueva amiga, Yovana. Ven a mi habitación. ¡Dámela toda, mi amor!

 

Francisco

(8,00)