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Desafío de galaxias (capitulo 48)

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Sus cuerpos sudorosos, brillaban perfilando sus músculos a la indecisa luz de la lamparita. Sus cuerpos conectados, se accionaban con el esfuerzo del amor, en la intimidad del dormitorio, en un sesenta y nueve casi interminable.

—¡Mierda, mierda, y mierda! —exclamó Opx cuándo oyó llamar a la puerta. Saltó de la cama, se puso los pantalones y se dirigió a la puerta mientras Leinex se vestía también.

—¿Qué ocurre? —preguntó de mala gana cuándo abrió la puerta.

—Siento molestarle mi señor, —respondió el oficial de guardia— pero he pensado que querría saberlo.

—No te preocupes. ¿Qué ocurre?

—Aunque por el momento todo es muy confuso, al parecer, se confirma un inicio de operaciones federales en las inmediaciones del sistema Jairo.

—¿En Jairo? Pero… ¿quién cojones…? ¡la madre que la parió!

—Pero, Jairo está en el Páramo Tenebroso, —afirmó Leinex ayudándole a ponerse la guerrera— y no se puede navegar por allí.

—Seguro que eso mismo piensa el enemigo, —respondió Opx saliendo hacia el centro de mando. Cuándo llegó preguntó—: ¿Qué sabemos?

—No mucho mi señor: estamos monitorizando las comunicaciones, pero se confirma la actividad militar en la zona del Grupo de Sistemas Jairo y calculamos más de setecientas naves, —el mapa holográfico estaba activado y Opx se puso a estudiarlo.

—Tienen que ser Esteban y Bertil, no pueden ser otros, y menos con esa cantidad de naves.

—Por eso rehuía mandar como refuerzo a las tropas del ejército aliado.

—Y parece que ha engañado al enemigo, —dijo el oficial de guardia.

—¡Si nos ha engañado a nosotros, más a esos lagartos asquerosos! —exclamó Opx—. Cuándo quería que intensificáramos los operaciones para impedir que trasladaran tropas al 26, lo que quería es que retiraran fuerzas de las proximidades del Jairo.

—La almirante Loewen en línea, mi señor.

—¿Ya te has enterado? —preguntó cuándo apareció en la pantalla.

—Sí. Como dirían en España: nos ha engañado como a chinos. ¡A todos! Deberíamos mover fuerzas hacia Dornohz para que el enemigo vea que estamos activos.

—Si, ya lo había pensado, pero tú, por ahora, no pueden mover una cantidad significativa de tropas.

—Así es, pero queda un pequeño sistema, junto a los últimos que hemos ocupado que con un cuerpo de ejército me lo cepillo.

—Y yo puedo envolver la operación con parte de la flota, —afirmó Loewen.

—¡Genial! Leinex, que se prepare el 58.º Cuerpo de Ejército para partir inmediatamente.

—A la orden mi señor.

—Se confirma el ataque, —dijo el oficial de guardia— hay tropas de combate en la superficie de Urbam Jairo, el planeta principal. La flota federal ha barrido a la bulban y está ocupando el resto de sistemas.

—Bueno ¿qué opinas? —preguntó Loewen—. Desde allí, puede ir a Hirios 5 o a Faralia.

—Hirios 5 y el Santuario de Akhysar es tentador, está mucho más cerca, pero…

—¿Demasiado obvio?

—Eso creo yo, pero recuperar el Santuario seria un chute de moral increíble para la República, —razonó Opx.

—Y Faralia está demasiado lejos. Esteban y Bertil no tienen fuerzas suficientes para una campaña de esa envergadura.

—Pero seria un golpe mortal… bueno, los dos serian un golpe mortal.

—¿Y Petara?

—Nada, nada. Descartado… creo.

—Si hay algo que está claro, es que nunca hemos logrado adivinar lo que tiene en la cabeza, y eso, que estamos con ella desde el principio

—A todo esto, ¿se sabe dónde está Marisol? —preguntó Opx.

—En Mandoria no está, —afirmo Loewen—. Ya lo he comprobado. Solo está Marión y está desaparecida.

—En la zona de operaciones, seguro que no, porque lo tiene prohibido.

—Pero andará cerca, seguro.

El Fénix navegaba a baja velocidad por el Páramo Tenebroso y se encontraba a cuatro horas de Jairo. Marisol, se había situado en la parte delantera del puente de mando, pegada al gran ventanal, y había ordenado visión directa del exterior. Estaba allí, porque desde el ventanal de su camarote se veían las naves de escolta. Ensimismada, miraba la oscura inmensidad del Páramo, y el capitán, había atenuado la luz de la parte delantera para eliminar los reflejos en el cristal reforzado que la separaba del mortal frío estelar. Navegaban ayudándose de los radiofaros instalados por las fuerzas especiales de J. J. en las inmediaciones de Jairo. Las fuerzas de Esteban y Bertil, desde su zona de estacionamiento cercano a Telesi 2, habían viajado por Evangelium, saliendo por el ramal que comunica con el Páramo. Durante dos semanas, y con muchas precauciones para no perder naves, viajaron por él. Durante el viaje, los psicólogos y los mandos tuvieron que actuar con mucha mano izquierda por el efecto que causaba en tripulaciones y soldados, el hecho de no ver nada cuándo miraban por las ventanas, aun así, hubo roces y peleas, en cambio, a Marisol la fascinaba.

Amanecía en la zona oriental de Urbam Jairo, cuándo surgieron las naves federales barriendo, casi sin lucha, a la desprevenida flota enemiga que disponía de pocas unidades, seguros como se creían a este lado del desierto espacial. Detrás llegaron las naves de transporte, una parte aterrizó en el planeta, y la otra, se repartió por el resto de sistemas. Bertil quería desembarcar a todas las tropas, a causa del estado de estrés que presentaban. Varias horas después, llegaron cientos de naves comerciales con los pertrechos necesarios para mantener a una numerosa fuerza militar con la retaguardia a tanta distancia.

Marisol seguía ensimismada en sus pensamientos, mirando al exterior, cuándo se acercó Anahis y la rozó suavemente el brazo.

—Hemos levantado el bloqueo de las comunicaciones, —y con una sonrisa, añadió—: el presidente se ha cabreado de cojones cuándo se ha enterado que estabas aquí.

—¡Por Dios, que pesado! Si no…

—Ya se lo he asegurado y se ha quedado más tranquilo, no te preocupes.

—Gracias mi amor.

—Por cierto, no comprendo esa expresión que utilizas: “por Dios”, si tú eres atea perdida.

—No hay nada que entender mi amor, —Marisol la sonrío con afecto— es una frase echa, una expresión de la tierra.

—He hablado con Bertil, ya controlan el planeta y cuatro de los sistemas secundarios.

—Fantástico.

—Tengo pendiente una comunicación con el general Esteban, pero he pensado que querrías hablar tú con él.

—Si, si, vamos, —dio media vuelta y se dirigió a la salida del puente—. Gracias capitán por dejarme ocupar tu puente.

—¡Joder!, Marisol, estás en tu casa.

Las dos entraron en la sala de operaciones, y Marisol de sentó en su sillón.

—¿Hay alguna novedad?

—No mi señora, las operaciones siguen el curso previsto.

—Pásame al general Esteban a mi pantalla, —el rostro de Paco Esteban apareció en la pantalla. Estaba en el puente del Ares.

—Paquito, cariño, ¿qué tal?

—Muy bien nena, adaptándome todavía a la nueva situación.

—No digas bobadas ¿a que te tienes que adaptar?

—Esto es muy distinto a Magallanes, es otra historia.

—Y estás perfectamente capacitado para llevarla a cabo.

—Por supuesto, pero está operación es demasiado importante; tal vez, deberías haber nombrado a otro…

—¿Estás cuestionando mis decisiones? —preguntó Marisol con una sonrisa de afecto a su amigo.

—Sabes perfectamente que no.

—Pues cambiemos de tema. ¿Cómo van las cosas?

—Como estaba previsto, los informes de J. J. son exactos. Destruida la flota enemiga, ahora estamos apoyando el despliegue de Bertil, calculamos que en un par de días todos los sistemas estarán asegurados.

—Perfecto, ahora queda lo más peliagudo.

—Bueno, pasar más de mil naves por el Páramo no ha sido moco de pavo: se consideraba imposible, y estamos aquí. ¿Dices que lo que queda es lo más peliagudo? ¡Vale! Tú solo dime donde quieres que vaya e iré.

—¿En cuánto tiempo podréis poner en marcha la segunda fase?

—En una semana estaremos listos, a la espera de tus ordenes.

—Lo demoraremos un poco más, quiero que continúen las operaciones en los otros frentes.

—De acuerdo.

—Siento que no puedas estar con Aunie, pero tuve que tomar una decisión rápida y ahora no quiero moverla más. Además, está haciendo un trabajo fantástico.

—No te preocupes, ya hablo con ella cuándo puedo.

—Perdonad que os interrumpa, —intervino Anahis y mirando a Marisol, añadió—: el presidente quiere hablar contigo; sin falta.

—Te dejó nene, que el presidente quiere tirarme de la oreja.

—Un beso.

—Un besito a ti también, —miró a Anahis y la dijo—: pásamelo.

—Mira Marisol… —dijo el presidente nada más verla.

—Señor presidente, no me voy a acercar a la zona de combates, se lo prometo. De hecho, estamos en el Páramo, a cuatro horas de Jairo.

—No te pongas a la defensiva que no te voy a dar la charla… aunque debería: yo pensando que estabas por aquí, y resulta que estas por allí.

—Lo siento señor presidente, pero no quería que se supiese, no se lo dije a nadie.

—¿Ni a mí tampoco? ¡Joder! Que no soy un espía.

—Ya lo sé señor presidente, —respondió riendo.

—Bueno, a lo que vamos. Tengo que decirte algo, y te vas a cabrear.

—Pues entonces no me lo diga.

—¡Qué cachonda eres! He recibido una queja formal por parte del canciller de Maradonia.

—¡Joder! ¿y que le pasa ahora a ese imbécil?

—Considera que hay poca presencia maradoniana en tu estado mayor…

—¡Hay uno!, ¿cuántos quiere tener?

—Y que en el Fénix casi no hay, mientras que hay muchos españoles.

—Eso si es cierto, entre españoles y mandorianos me parece que hay algo más de la mitad.

—El setenta y dos por ciento, —apuntó Anahis.

—¡Bueno vale! Mucho más de la mitad… ¿sabe lo que le digo?: el nuevo canciller de Maradonia es un gilipollas.

—Yo no lo hubiera expresado mejor, pero sabes que es uno de los principales apoyos que tenemos.

—Lo sé, señor presidente, lo sé, —respondió malhumorada— pero me da que ese cabrón la va a liar parda.

—El batallón que llevas embarcado…

—¡Es intocable! Es infantería española y conozco personalmente a todos y cada unos de ellos.

—Además se encargan de la seguridad de Marisol, —volvió a apuntar Anahis.

—Lo sé, lo sé. Amplía la unidad…

—Al principio embarcamos un regimiento y vimos que era excesivo…

—Solo un escuadrón, por favor.

—De acuerdo, pero no es justo, ni siquiera hay mandorianos en esa unidad.

—Además, pone en muy mala situación a los que se integren en ella, —afirmó Anahis—. Todos sabrán porqué están aquí, y no es justo para ellos.

—¡Joder! Pues no digáis nada.

—En está nave se sabe todo, yo no tengo nada que ocultar, señor presidente. Además, está conversación la está escuchando todo el centro de mando, y fíjese que casualidad, hay un maradoniano, —Marisol le hizo una señal para que se acercara. Cuándo lo hizo, el presidente vio la roja figura del oficial—. Teniente, ¿qué opina de lo que estamos hablando?

—Que mi señora tiene razón: el canciller es un gilipollas, —respondió el oficial con su profunda voz—. Debería dedicarse a gobernar mejor y no meterse en asuntos que solo competen a mi señora. Para todos los que estamos aquí, es un honor servirla, y le aseguro que no nos fijamos en razas o colores de piel.

—Gracias teniente, —dijo Marisol acariciándole el brazo con cariño—. ¿Sabe?, este oficial está conmigo desde la primera ocasión que utilizamos el Fénix, en el rescate de las tropas en Karahoz, y su hija pequeña, que tiene dos añitos, lleva mi nombre, y para mi es un honor que sea así.

—Marisol, no me tienes que demostrar nada, lo sé perfectamente…

—No se preocupe, ampliaremos con un escuadrón más, pero ya se lo digo: no será enteramente maradoniano.

—Conforme.

—Y le digo otra cosa, la próxima vez que me cruce con el canciller, es posible que le arranque uno de sus cuatro brazos.

—Procuraré mirar hacia otro lado, —dijo el presidente riendo—. Te dejó que tengo cosas que hacer. ¡Y no te acerques a las zonas de combates!

—Procuraré no hacerlo, señor presidente.

La comunicación se cortó, y Marisol permaneció pensativa un par de minutos. Finalmente, Anahis la acaricio la mano.

—¡Qué asco de políticos! —dijo Marisol besándola la mano. Miró al oficial maradoniano y lo llamó—. Me dijiste que casi toda tu familia está en el ejército.

—Así es mi señora, dos hermanos con el general Opx, y el resto con Pulqueria y la general Oriyan.

—No quiero ponerte en un compromiso, pero ¿querrían venir aquí?

—No es ningún compromiso, estarían encantados mi señora, se lo aseguro.

—Cuándo puedas habla con ellos, y si conocéis a alguien más de confianza, también. Prepara una lista de setenta u ochenta.

—Así lo haré mi señora.

—Todos han de ser voluntarios, y de máxima confianza. Lo dejó en tus manos.

—Gracias mi señora.

—Anahis, completa el escuadrón; principalmente mandorianos, pero mete también algunos faralianos, ursalianos, numbaritas, en fin, de los sistemas principales, no sea que alguno más se queje.

—Mi padre no se va a quejar, y hay muchos mandorianos en la tripulación de está nave. Mejor completamos el escuadrón con el resto.

—De acuerdo, pero mete a tu amiga, la que lleva la seguridad exterior del Cuartel General, ¿cómo se llama?

—Driss.

—Sé que siempre ha querido embarcar en el Fénix.

—Es cierto, ¿cómo sabes tú eso?

—Porque me entero de todo.

—Pues la vas a dar una alegría.

—Bueno, pues asunto zanjado.

—Ya es hora de cenar, venga, vamos.

—¿Sabes? No puedo apartar la vista de esa inmensidad negra, y no sé por qué me atrae tanto.

—A mí también me gusta, —dijo Anahis activando su comunicador. Tecleo y llamó—: ¿comedor? Soy Anahis. Hágame un favor, ¿puede reservar un sitio al lado del ventanal para la general Martín y para mí? Si, queremos mirar por la ventana… gracias, es muy amable… en diez minutos… si… un momento, —Anahis aparto el comunicador de la oreja y dijo riendo—: Que las verduras estofadas que tanto te gustan se están acabando, que si te guarda.

—Dile que sí.

—Que si, —dijo volviendo a hablar por el comunicador—. Si es posible para mí también por favor… gracias.

Cuándo entraron en el comedor, el encargado las había preparado una mesita plegable junto al ventanal. Cogieron las bandejas, recogieron las verduras estofadas y un par de copas de vino español, y se sentaron en ella. Mientras cenaban, charlaron de sus cosas mirando juntas la inmensidad oscura que se abría ante ellas. Cuándo terminaron, e iban a levantarse, un soldado se acercó y las ofreció un par de vasos de orujo.

—Es el mejor del mundo, es de mi tierra, de Galicia, —les dijo el soldado llenando los vasos.

—¿Me estás diciendo, que este orujo es mejor que el que hace mi papa en mi pueblo?

—Por supuesto que no mi señora, pero está casi tan bueno como el que hace su papa.

—Entonces lo probaremos, —Marisol se lo tomó de un trago al igual que Anahis, pero está puso cara rara y se le enderezo la cola—. Si está bueno, sí.

—Gracias mi señora, —dijo el soldado, y llenando otra vez los vasos, se marchó.

—Bueno, como aperitivo no ha estado mal, —comento Marisol cuándo se quedaron solas.

—¿Aperitivo? ¿es que quieres algo más?

—Si, pero el plato principal no me lo puedo comer aquí, tenemos que ir al camarote.

—¿A que te refieres? —preguntó Anahis con cara de perplejidad.

—A que te voy a comer hasta la cola, —respondió provocando la carcajada de Anahis.

—Pues no sé a que esperamos. ¡Vámonos!

Llegaron al camarote y fueron dejando un reguero de ropa hasta la cama. Desnudas de abrazaron y Marisol recorrió con sus labios hasta el centímetro de piel más oculto de su amada. Después de la intensidad del amor, las dos, abrazadas, se quedaron dormidas en la inmensidad de la oscuridad.

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