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Desafío de galaxias (capitulo 49)

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Hacia varios días que la capitán Maite Aurre espiaba los movimientos del enemigo. Cuándo llegó a las inmediaciones del Mar Angosto, gracias a un golpe de suerte, encontró un escondite privilegiado en un pequeño planetoide acribillado de impactos de meteoritos. En uno de sus enormes cráteres, encontró una amplia caverna donde cabía perfectamente el Alborán. En el, totalmente abarrotado de cohetes Delta y torpedos de crucero MARK-7, Maite Aurre esperaba la oportunidad precisa para iniciar el ataque. Los ingenieros de la nave habían instalado en el borde del cráter, equipos electrónicos de observación, para tener monitorizados constantemente los movimientos del enemigo. Para evitar ser detectado, desde hacia días, las comunicaciones con el Centro de Mando en Mandoria, estaban cortadas; toda la operación estaba sujeta, única y exclusivamente, al criterio de Aurre.

Desde su posición privilegiada, cartografiaron las rutas de acceso al interior del Mar Angosto y se hicieron una idea, más o menos clara, de la situación de la base del interior. Gracias a esos datos, Aurre afino el plan de ataque que ya había esbozado Marisol en la última reunión del Estado Mayor: un ataque masivo de distracción con los Delta, contra la zona central del Mar Angosto, y otro ataque, con los MARK-7, por el flanco, directo al interior.

Desde hacia un par de horas, se estaba produciendo una aglomeración inusual de naves en la Entrada al Mar Angosto y Aurre decidió aprovechar la oportunidad para iniciar el ataque. Sacó el Alborán de la cueva, y con suavidad ascendió por la ladera interior del cráter. Una vez fuera de él, se acercó lo más posible para situarse en posición optima de disparo.

—Fin del silencio de comunicaciones, —ordenó Aurre—. Establezca una línea de datos con el Cuartel General.

—Línea establecida.

—Distancia al objetivo doscientos mil kilómetros.

—No nos detectan capitán, con la cantidad de tráfico que hay, nos confunden con una de sus naves.

—Es comprensible: antes lo era.

—Distancia ciento cincuenta mil kilómetros.

—Abriendo portones, silos preparados, —ordenó Aurre.

—Silos Delta activados y preparados.

—Activen secuencia de disparo: España, Pamplona 89C59K.

—Código introducido y aceptado.

—¡Fuego!

—Disparo efectuado.

—Cuatrocientos pájaros en curso.

—Despliegue de cabezas en treinta segundos.

—Hay movimientos en la flota enemiga, han detectado los Delta.

—Cabezas lanzadas. Dos mil cuatrocientas en curso de abanico.

—Detonación en treinta segundos.

—Varias naves enemigas intentan interceptar el ataque.

—Preparados para disparar torpedos, —ordenó Aurre—. Todos los tubos con recarga continua. Los disparamos todos salvo cien que quedan en reserva.

Comenzaron las detonaciones y desde el puente del Alborán, Maite Aurre, vio complacida las formidables detonaciones que convirtieron la zona en un infierno de muerte y destrucción.

—Torpedos, ¡fuego! —ordenó Aurre sin apartar la vista de la vorágine de horror nuclear.

—Disparando torpedos en descarga continua, —una lluvia de puntos luminosos partió de la Alborán y describiendo una elíptica se separó de la zona del ataque anterior.

—Todos los torpedos disparados. En reserva ciento dos.

—Los torpedos están en el interior.

—Sistemas de propulsión desactivados. Navegan en impulso con los sistemas de apoyo.

—Tiempo estimado de llegada a objetivo: dieciséis minutos

—Lancen satélite de observación.

—Satélite lanzado.

—Motores de salto, abran vórtice.

—Vórtice establecido. Listo para actuar a su orden capitán, —dijo su padre, como siempre, timonel en sus naves.

—¡En marcha!

Como era su costumbre, Marisol paseaba intranquila por detrás de las consolas ocupadas por Anahis e Hirell. Marión, deambulaba entre las demás terminales, inclinándose de vez en cuando en alguna. Se incorporó y miró otra vez a Marisol negando con la cabeza.

Cuatro horas antes, cuándo se restablecieron las comunicaciones, desde el centro de mando presenciaron el ataque con Deltas y MARK. Después, vieron abrir vórtice y ya nada más, las comunicaciones con el Alborán se cortaron cuándo debían seguir activas.

—¿Seguimos sin captar la baliza de emergencia? —preguntó por enésima vez.

—Así es mi señora, —contestó Hirell con voz preocupada.

—¡No lo entiendo! ¿Por qué recibimos señal del satélite, y no de la baliza?

—Porque la baliza se dispara y conecta, cuándo la nave es destruida… —comenzó a decir Anahis.

—Ya he pensado en eso, y cuanto más lo hago más me cabreo.

—Pues yo no veo otra explicación, —afirmó Marión.

—Y sin armamento ofensivo: teóricamente han utilizado todos los silos.

—Desde luego no es lógico.

—Marisol, voy a hablar con los de Rulas 3, —dijo Anahis— que es donde cargaron los silos y los disparadores de torpedos. A ver que me cuentan.

—Cargar los silos desde el interior de la nave es un trabajo de chinos, —afirmó Marisol— ¡Cuándo la cace, la voy a estrangular!

—¿Cómo era eso que dicen en la Tierra?, —se preguntó Marión en voz alta—. ¡Ah!, ya lo recuerdo: ¿qué le dice la sartén al cazo?: Aparta que me tiznas.

Marisol se la quedo mirando fijamente, por dos veces abrió la boca, pero no pudo decir nada, y finalmente volvió a pasear.

Maite Aurre, estaba en una de las bahías de carga del Alborán, ayudando a recargar los silos con los Delta de reserva. Hacía tres días, que la nave volvía a estar oculta en la cueva del cráter. Cuando después del ataque, se activó el vórtice de salto, mediante una hábil maniobra, simularon que saltaban pero no lo hicieron, y regresaron a su escondrijo. No enviaron ningún mensaje al Cuartel General para no correr riesgos innecesarios.

—¿Cuánto le queda a los ingenieros? —preguntó su padre, mientras Aurre manejaba una de las grúas del hangar.

—Mucho papa, hasta mañana de madrugada no terminaremos, —reconoció Maite—. Sabía que iba a ser difícil, pero no me imaginaba que tanto.

—Ni tú ni nadie capitán, —dijo su padre.

—Que pesado eres con ese tema papa; mama me llama por ni nombre, no sé por qué tú tienes que seguir con lo de “capitán”.

—¡Coño!, pues porque eres el capitán, y bien orgulloso que estoy, y sobre todo, de que Marisol confíe en ti.

—¡Bueno, vale papa! Como quieras. ¿Cómo va la cosa ahí fuera?

—Como habías previsto: se siguen concentrando las naves, no se atreven a entrar en el Mar Angosto. Hay ya más de ochocientas naves, principalmente de carga, y ya han cesado las explosiones en el interior, debían de tener muchas infraestructuras ahí dentro. ¿Cómo lo quieres hacer?

—Cuándo estén recargados los silos, salimos, atacamos y nos vamos cagando leches; ya hemos tentado mucho a la suerte. Además, la jefa me va a pegar una hostia que voy a flipar. Debe de estar ahora mismo como una fiera enjaulada.

—Seguro que sí.

Anahis entró en el despacho de Marisol, y la encontró dormitando sentada en su sillón.

—Despierta bella durmiente, —dijo sonriendo— en Rulas 3 me han confirmado que cargo doscientos cincuenta Deltas de más, y que los almaceno en las bahías de carga.

—¡Qué cabrona! Y se calló como una puta.

—¡Nos ha jodido!, lo habrías rechazado, —dijo Anahis cerrando la puerta del despacho y poniendo el pestillo.

—¿Qué haces?

—Nada mi amor, solo te voy a meter mano, —respondió sentándose a horcajadas sobre sus piernas.

—¡Nena! No me parece que este sea el sitio más… —no pudo seguir porque Anahis la beso e introdujo la lengua en su boca.

—Pero es que tengo ganas de ti mi amor, —dijo Anahis cuándo se separaron para respirar— hace mucho que no lo hacemos.

—¿Cómo que hace mucho que no lo hacemos? —preguntó Marisol mirando el reloj de su comunicador—. ¡Cinco horas!

—¡Mucho!

—Te recuerdo, que me has despertado antes de tiempo porque me estabas metiendo mano.

—Es que me tienes muy salida.

—¿Qué yo te tengo muy salida? —pudo decir luchando con la lengua de Anahis para poder hablar—. ¡Pero si no paramos!

—No es suficiente, pero si no puedes darme más… —dijo simulando tristeza y mostrándola el dedo medio de la mano, añadió—: me apañaré con este.

—¡Joder tía! —exclamó Marisol. La puso la mano en el trasero, la levantó y la tumbó bocarriba sobre la mesa. La abrió el pantalón, y agarrándolo por la cinturilla, junto con el tanga, se lo bajo hasta los tobillos.

Cuándo todo acabo, se recostó sobre el sillón simulando indiferencia leyendo una tableta, mientras Anahis permanecía sobre la mesa, con el pantalón y el tanga por los tobillos, y sus jugos manchaban la mesa.

—¿Qué haces? —preguntó mirándola.

—Tengo cosas que hacer, —en el fondo, Marisol se estaba descojonando de risa, pero lo disimulaba.

—¿Cómo que tienes cosas que hacer?

—¡Sí!, yo no estoy tan salida como tú. ¿Tú te has visto? Ahí, sobre la mesa y con el chocho al aire manchándolo todo. Si quieres otro dímelo mi amor que… —ya no pudo aguantar más y se echó a reír ante la cara de estupor de Anahis.

—¿Serás… guarra?

—Si me llamas así porque me gusta hacer guarrerías contigo, es una palabra muy acertada: ¡guarra! —respondió tumbándose sobre ella y besándola.

— Sabes a chocho.

— ¡Joder! Sabré al tuyo.

Ya había pasado cinco días desde el devastador ataque de la Alborán. Marisol trabajaba en su despacho con Hirell y Sara, su asistente, en el papeleo cotidiano. Anahis se encontraba de viaje a Jairo para entregar los planes de batalla a Esteban y Bertil; eran muy importantes y Marisol no se fiaba de las comunicaciones y a causa de la falta de noticias del Alborán, ella no se podía mover de Mandoria.

—Creo que sé lo que planea Aurre, —dijo Marión entrando en el despacho y activando la pantalla que había en la pared— como ya sabes, hace días que se están concentrando naves fuera del Mar Angosto, pues en el último recuento salen casi mil.

—Si es como dices, espero que no tarde más, esas naves no van a estar ahí toda la vida.

—Sabes muy bien que Aurre sabe lo que hace; y además, casi es tan descerebrada como tú, —Marisol frunció el ceño mientras Sarita e Hirell se reían.

—¡Mira!, hoy está graciosilla. Últimamente te veo muy suelta.

—¿Qué ocurre, no te gusta que me meta contigo?

—¡Para nada! Me encanta que te metas conmigo, doy saltos de alegría cuándo te metes conmigo.

—¡Genial! Vete acostumbrando.

—Hirell, ten cuidado cuándo duermas con ella: hemos despertado a la bestia.

—Pero que payasa eres…

—Te lo he dicho muchas veces, —dijo Marisol achuchándola— payasa no, payasita.

—Menuda imagen que das, anda, que si te vieran.

—¿Sabes lo que te pasa cariño? Que todavía te queda un poco de la reverenda madre que conocí, te cuesta mucho trabajo abrirte a nosotros, tus amigos.

—Eso no es cierto.

—Ya lo creo que es cierto. El único que te ve como realmente eres es Hirell… mejor dicho, al único que enseñas como eres realmente, es a Hirell. Claro, que a lo mejor hay que echarte un polvo, —Marión intentó zafarse del abrazo de Marisol—. ¡Tranquila! Que no te voy a echar nada, principalmente porque si me pilla Anahis metiendo la nariz donde no debo, me pega una hostia que me cago.

—¡Joder Marisol! Eres incorregible, —la regaño liberándose del abrazo.

—Si ya te he dicho que no te voy a meter mano, —dijo Marisol guiñándole un ojo con disimulo a Hirell y Sarita—. ¿Sabes que? A ver si un día nos vamos a mi pueblo, y salimos todos de cuchipanda.

—¿cuchipanda? ¿Qué es eso? —preguntó frunciendo el ceño con desconfianza y provocando las risas de los demás.

El Alborán permanecía oculto en la caverna del cráter, pero ya por poco tiempo.

—Capitán, la sala de maquinas informa de que todo está preparado.

—Quiero todos los sistemas de armas listos antes de salir de aquí.

—Silos activados y listos para el disparo.

—Torpedos preparados para disparar en dos descargas.

—El exterior está despejado, no hay presencia enemiga cercana.

—Muy bien, pues vámonos. Papa, sácanos de aquí, avante un cuarto, despacio hasta el borde y parada total.

—Avante un cuarto, capitán.

—Estamos fuera. Doscientos metros para el borde.

—Parada total. Estamos en el borde.

—Papa, sácanos fuera. Rumbo 676335. Avante a toda maquina. Activen comunicaciones y manden una señal al Cuartel General.

—Rumbo fijado y a toda maquina.

—Distancia trescientos mil kilómetros.

—Establecida comunicación con el Cuartel General.

—Abriendo portones, liberen silos.

—Todos los silos listos para el disparo, capitán.

—Nos han detectado.

—Distancia doscientos mil kilómetros.

—Silos Delta: ¡fuego!

—Disparo efectuado: doscientos cincuenta pájaros en rumbo.

—Todo a estribor a toda maquina. Nuevo rumbo: 676439.

—Rumbo fijado y a toda maquina.

—Varias naves enemigas nos persiguen.

—Los Deltas han lanzado todas las cabezas. Treinta segundos para detonación.

—Listos para disparar torpedos: todos los tubos, descarga total.

—Torpedos a su orden capitán.

—¡Fuego!

—Todos los torpedos han partido.

—Cierren portones, refuercen escudos de energía. Papa, vira a babor y enfrenta al enemigo. Activen defensas automáticas y baterías principales.

—Portones cerrados.

—Virando a babor.

—Energía de reserva a los escudos.

—Defensas activadas.

—Baterías: blanco fijado.

—¡Fuego! —las dos baterías comenzaron a disparar a ritmo continuo mientras las defensas interceptaban los disparos enemigos.

—¿Cómo van los torpedos? —preguntó Aurre sujetándose a causa de las sacudidas.

—A treinta y cinco segundos del Mar Angosto.

—Listos motores de salto. Preparados para abrir vórtice.

—Motores de salto preparados.

—¿Cuántas naves llevamos detrás?

—Tres, muy juntas y aproximándose.

—Papa, —dijo Aurre acercándose a su padre y poniéndole la mano en el hombro—. ¿te acuerdas de aquello que hacías cuándo yo era pequeña que me gustaba tanto? Un giro completo con motores en reversa.

—Hija, lo hacia con la nave familiar y cuándo tu madre no estaba, no con una caja de medio millón de toneladas.

—Es lo mismo, tú puedes. Hazlo, y cuándo pasen de largo, abrimos vórtice y saltamos.

—Los torpedos están dentro y navegando en impulso.

El padre realizó la maniobra, que resulto bastante brusca, y como había ordenado la capitán, abrieron vórtice y saltaron, está vez sí.

Aurre se inclino hacia su padre y le beso en la cabeza mientras le acariciaba el cuello.

—Sabía que podías hacerlo.

—¿No lo hueles? Creo que me he cagado.

—¡Qué exagerado! Anda, llévanos a Mandoria

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