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Desafío de galaxias (capitulo 69)

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—No te estoy dando la charla, solo te estoy diciendo cómo están las cosas por aquí.

—Sinceramente señor presidente, no lo entiendo. ¿Pero qué quieren, que muera gente inútilmente?

—Yo opino como tú, pero sabes que las heridas de la guerra civil de Maradonia, no están cicatrizadas, y todavía quedan en el Parlamento algunos partidarios del canciller.

—Pero una comisión de investigación, ¿qué cojones quieren investigar? ¿qué utilicé a ocho bulban para conseguir la rendición de los defensores de Wadanta?

—Ese es el punto para ellos, que empleaste a enemigos.

—¡Pero si no combatieron!

—Lo sé.

—¡Joder! Ahorramos más de medio millón de vidas en nuestras filas.

—¡Mira Marisol! Ellos, lo que pretenden, es tocarnos los huevos, no le des más vueltas.

—Es más que eso señor presidente, no voy a permitir que Opx sea interrogado en una comisión parlamentaria, cuándo la orden fue mía. Además, él y Esteban, están preparando las operaciones definitivas para avanzar sobre Hirios 5. Ahora no puede ir a Edyrme, tendríamos que retrasar el comienzo de las operaciones.

—No se puede negar a ir a testificar.

—Por supuesto que no, pero usted sabe manejar los tiempos en el parlamento: consiga que me llamen a mí en lugar de a él. Yo di la orden, ¡Joder!, incluso los lleve en el Fénix.

—De acuerdo, intentaremos que seas tú, pero ya te aviso: cuándo vengas, los «voltios» de los dejas en Mandoria, te quiero cooperante, diplomática, servicial, y hasta simpática: nada de vapulear o insultar a los parlamentarios.

—¡Joder, señor presidente!

—Te recuerdo, que no tienes muchos amigos aquí.

—Pero es que…

—Ya me has oído, ¡prométemelo!

—¡Joder!… Bueno, vale, se lo prometo.

De regreso a Mandoria, y todavía molesta, Marisol entró en el comedor del Fénix, acompañada por Sarita, ya restablecida del parto de su primera hija: María de la Soledad. Sus padres se habían trasladado a Mandoria para ocuparse de la niña cuándo ella tuviera de ausentarse. Cogieron algo de fruta y una copa de vino español para cenar, y se dirigieron a una mesa ocupada por varios periodistas, entre los que estaba Iris.

—¿Nos permiten sentarnos con ustedes? —preguntó mientras todos los periodistas se ponían en pie, sorprendidos por algo tan inaudito como que Marisol se sentara con ellos.

—Por supuesto, —respondieron, e Iris, añadió—: ¿podemos preguntarla?

—Podéis preguntarme lo que queráis, —respondió Marisol sentándose y comenzando a pelar la fruta, al igual que Sarita, mientras todos sacaban sus cámaras de mano. Durante un buen rato, estuvo respondiendo preguntas, pero parece que ninguno se atrevía a abordar la cuestión principal, hasta que por fin, fue Iris quien abrió el melón.

—Se rumorea que un grupo de parlamentarios federales, van a crear una comisión de investigación sobre el empleo de elementos bulban en la batalla Wadanta.

—Por lo que tengo entendido así es, pero todavía no hay nada oficial, no nos ha llegado ningún requerimiento.

—¿Estaría dispuesta a ir a testificar al Parlamento? —preguntó otro periodista.

—¡Por supuesto! —respondió Marisol haciéndose la sorprendida—. Los militares servimos a la República y a sus ciudadanos, y el Parlamento Federal es su máximo órgano legislativo.

—¿Qué opina de esa «posible» iniciativa?

—No opino nada, están en su derecho y si me llaman iré, tanto yo como mis colaboradores.

—Mi señora, ¿por qué empleo a los bulban? —preguntó Iris.

—La Ley F889/196 habla de integrar a los refugiados civiles bulban en la República. Los ocho bulban no fueron obligados a Wadanta, nadie les coaccionó, fueron de forma voluntaria e hicieron una gran labor. Según nuestras estimaciones, ahorraron más de medio millón de vidas de soldados federales, pero también salvaron la vida de muchos soldados enemigos, que en lugar de combatir hasta la muerte, se rindieron.

—¿Volvería a emplearlos?

—Sin lugar a dudar. Su empleo significa la posibilidad de ahorrar vidas federales.

—¿Y si se lo prohíben?

—Acataremos la orden, como no puede ser de otra manera, pero, habrá que aumentar el reclutamiento. Inevitablemente, tendremos más bajas.

—¿Cree que el fin de la guerra está próximo?

—No, no lo creo; es indudable que estamos mucho mejor que hace nueve años, y que ya estamos reconquistando el Sector 26, pero lo que queda es lo peor: según se vayan quedando sin territorios, la resistencia será más tenaz… con lo que eso significa.

—¿Ha cambiado su opinión sobre los bulban, con respecto al comienzo de la guerra?

—Claramente, sí.

—¿En qué sentido? ¿ya no los ve como el enemigo?

—Mientras mantengan tropas de combate y naves de guerra, e intenten conquistarnos, son el enemigo. Sin ningún genero de dudas. Pero, respóndame a una pregunta, —y señalando a Iris, continuo—: ¿Cree que Iris es un enemigo? Usted, y todos los que están aquí, conocen su historia, han visitado los campos de detención bulban, han hablado con ellos: ¿cree que todos los bulban son iguales?

—No, no lo creo.

—Desde el comienzo de la guerra, teníamos una visión de ellos muy monolítica, impersonal, pero luego eso fue cambiando, principalmente desde que rescatamos al grupo de Iris en el Páramo Tenebroso. Descubrimos la terrible verdad: ellos también son victimas.

—¿Ese descubrimiento ha provocado un cambio en la estrategia militar?

—Solo en un aspecto: en el empleo de armamento nuclear. Por decisión mía, por lo tanto, soy responsable de ello, hemos empleado ese tipo de armamento devastador contra la retaguardia enemiga en operaciones estratégicas, no solo contra centros militares, también, y principalmente, contra objetivos civiles, principalmente en Magallanes. Soy responsable de la muerte de miles de millones de civiles no combatientes, y no me siento especialmente orgullosa de ello, se lo aseguro, pero en ese momento lo creí necesario y lo ordene. He dado orden de prohibir todas las operaciones nucleares estratégicas: ese armamento solo se utilizara en operaciones tácticas, es decir, contra objetivos única y exclusivamente militares, tanto en los frentes de combate como en la retaguardia de su despliegue.

—¿Integraría usted tropas de combate bulban en el ejército federal?

—Eso, por el momento, no es posible, hay demasiado odio y rencor. Todos sabéis que aunque los equipos de Bulban TV se pueden mover por todas partes, tienen que ir con escoltas para su protección. No, no es posible, aun así, en las zonas de detención ya funciona una policía bulban, una unidad creada por la gobernadora militar Loewen, y que está dando muy buen resultado, —el comunicador de Marisol sonó mientras hablaba, y Sarita, metiendo la mano en el bolsillo de su guerrera, contestó levantándose y apartándose unos metros.

—¡Última pregunta! —ordenó Sarita regresando a la mesa.

—¿Ha hablado con el presidente sobre la posible comisión de investigación?

—Si, algo hemos comentado, pero muy de pasado, todavía no se ha concretado nada en el Parlamento Federal, —respondió mientras se levantaba de la mesa y Sarita recogía las dos bandejas. Se despidió repartiendo besos a todos y salieron del comedor.

—Vamos a tu despacho, —dijo Sarita— J. J. quiere comentarte algo importante.

Un par de minutos después entraron en el despacho y Sarita estableció la conexión por video enlace.

—¿Qué ocurre J. J.? —preguntó cuándo le vio en la pantalla.

—Hay combates en Hirios 5.

—¿Cómo que hay combates? ¿qué cojones estás diciendo? La vanguardia de la flota de Paco no llegara hasta dentro de una semana.

—Ya lo sé nena, pero te aseguro que están combatiendo.

—Vale, ¿qué pruebas…?

—Para adelantarnos al ataque final y recabar información, mandé un grupo especial de inteligencia. Todavía están sobre el terreno, y son testigo de los combates: están luchando entre ellos, y al parecer, encarnizadamente.

—¿Llevan equipos electrónicos?

—Ya los están instalando. En quince o veinte minutos podremos enlazar.

—Quiero tener aquí esa información, —dijo Marisol haciendo una señal a Sarita que salio a ordenar el enlace al Centro de Mando—. Que no falte gente en los grupos de análisis, si necesitas más, pídeselos a Marión. Quiero saber hasta a que hora se tiran los pedos.

—No te preocupes nena, todo está controlado.

—Vale, J. J. en cuatro horas llegaremos a Mandoria, —dijo Marisol mientras veía regresar a Sarita con el jefe de operaciones y el jefe de servicio.

—Entonces, en cuatro horas nos vemos, —y cortó la comunicación.

—Quiero a todo el mundo en sus puestos, —ordenó Marisol a los recién llegados— en los próximos minutos vamos a enlazar una señal de inteligencia, no quiero ningún problema. Quiero a todos los oficiales mayores trabajando y que reforcéis los puestos. ¡Andando! —y mientras los oficiales salían, le dijo a Sarita—: con sigilo, que no se enteren los demás periodistas, tráeme a Iris.

—No tiene acreditación de seguridad para estar en esta parte del Fénix.

—Que firme los protocolos, —respondió después de meditarlo— y dáselo temporalmente.

—De acuerdo.

Iris acababa de salir de la ducha cuándo oyó llamar suavemente a la puerta. Poniéndose el albornoz, se dirigió a la puerta y la abrió. Rápidamente, Sarita se deslizó en el interior sin pedir permiso.

—Siento entrar así, —se disculpó hablando en tono bajo y cerrando la puerta— pero Marisol te necesita y no quiere que los demás periodistas se enteren.

—No te preocupes, me visto y nos vamos, —respondió dirigiéndose al armario mientras se quitaba el albornoz dejando al descubierto su escamosa piel.

—Otra cosa: vas a entrar en la zona de seguridad del Fénix, tienes que firmar el protocolo de secretos oficiales.

—Lo entiendo, de acuerdo.

—Es mi obligación informarte, de que su incumplimiento o la revelación de cualquier cosa que veas, puede suponer la máxima pena de prisión, —añadió entregándola una tableta electrónica. Sin leerlo, Iris lo firmó con su código digital.

—No te preocupes, soy consciente de ello, —respondió mientras terminaba de vestirse después de firmar—. Cuándo quieras.

Sarita abrió la puerta con sigilo, y cuándo comprobó que no había nadie a la vista, salieron rápidamente y se dirigieron a la zona de seguridad, donde los guardias les franquearon el paso.

La actividad en el C. M. era frenética: todas las pantallas recogían datos e imágenes, mientras varias decenas de operadores hablaban a la vez. Desde su puesto, Marisol, de pie, con los brazos cruzados, miraba las imágenes de la pantalla principal al margen de la actividad que la rodeaba. Un poco atemorizada por el entorno, Iris siguió a Sarita hasta encontrarse junto a ella.

—¿Qué opinas? —preguntó Marisol señalando la pantalla. Iris miró la imagen, tomadas desde gran distancia, donde se veían combates armados con gran cantidad de disparos y explosiones.

—¿Dónde es eso?

—Es Hirios 5. Eso es el entorno del monasterio de Akhysar.

—Tenía entendido que tardaríamos en llegar unos días, —dijo Iris con extrañeza.

—Y así es. Esos, no somos nosotros, —la sorpresa se reflejó en la cara de Iris— son dos facciones bulban y tenemos noticias de combates, en al menos tres zonas más del planeta.

—Eso solo puede significar que parte de la infantería se ha rebelado.

—Eso parece.

—¿Y la flota?

—Por el momento no intervienen, pero mantienen la posición en la órbita.

—Al igual que Inteligencia, sabemos que el descontento aumenta en los territorios bulban y…

—Gracias a ti.

—No soy yo sola mi señora, tengo muchos colaboradores, y además, la idea fue suya.

—Pero el «alma» de todo esto lo has puesto tú, con tus emisiones hacia las zonas ocupadas, —dijo Marisol mientras un oficial la entregaba una tableta. Estuvo leyendo con atención, le devolvió la tableta y se apoyó en la consola con las dos manos mientras meditaba.

—El almirante Esteban y el general Opx en la 2, —anunció un operador.

—Esperad un momento, —y mirando a Iris, añadió—: ¿Qué crees que debemos hacer?

—Usted mejor que nadie sabe lo que hay que hacer, además, yo soy parte interesada: yo les ayudaría, pero seria necesario utilizar a agentes bulban para identificar las facciones, y tal y como están las cosas en el Parlamento Federal, en este momento, no es lo más conveniente para usted mi señora.

—¡Que les den! —y mirando a Esteban y Opx, añadió—: las cosas no deben de ir bien para el líder, los equipos de vigilancia profunda han detectado dos flotas que se dirigen hacia allí desde Manixa.

—Eso solo puede significar que no controla la situación en la superficie, —afirmo Opx.

—Y que la flota no intervenga es muy significativo, —añadió Esteban.

—Y, cuándo lleguemos nosotros, ¿cómo van a reaccionar? —preguntó Marisol.

—Ese es uno de los muchos riesgos que va a correr si decide intervenir, —afirmo Iris—. Si decide hacerlo, quiero proponer algo: tengo aquí, en el Fénix, todo lo necesario para transmitir boletines informativos sobre el conflicto si ustedes me facilitan acceso a la información. Que todos en las zonas ocupadas sepan lo que está ocurriendo, y sobre todo, que hay bulban luchando contra la tiranía del líder y sus secuaces.

—Marisol, las vanguardias de Pulqui pueden estar allí en dos días, —dijo Esteban— pero no para enfrentarse a la flota enemiga.

—Y en un día más, los ocho bulban que nos ayudaron en Wadanta, —añadió Opx.

—Y en cuatro días llegaran los refuerzos del líder supremo, —Marisol se puso a pasear mientras meditaba. Iris la miraba con cara de extrañeza: ella no conocía sus manías. Sarita se acercó a ella y la cuchicheo al oído informándola de esas manías—. ¿En cuánto tiempo podemos estar en Hirios 5 con el grueso del ejército?

—La flota en cinco días, —dijo Esteban— si van directos allí.

—Parte de la infantería en un día más, —afirmó Opx.

Muy bien. Poneros en marcha y que Pulqueria parta cagando hostias hacia Hirios 5. Iris, de acuerdo, prepáralo todo. Ahora vamos a Mandoria, pararemos unas horas y partimos a Hirios 5. Embarca todo lo que necesites. Pero primero tengo que hablar con el presidente, y creo que no va a ser una conversación fácil. Todo está supeditado a eso. A trabajar.

La conversación con el presidente fue mucho mejor de lo que esperaba. Cuándo le puso al corriente de los últimos acontecimientos estuvo de acuerdo con ella, de que tenían al alcance de la mano, no solo la victoria, también acortar la guerra sustancialmente. Lo peor que le puede pasar a una parte beligerante, es tener conflictos internos que la debiliten.

—Queda el asunto del Parlamento, —dijo Marisol.

—Tú olvídate, yo me ocupó de eso.

—Pero si tenemos que ir a declarar…

—No vas a declarar, ni tu ni nadie. No voy a permitir que ese grupo de cabrones me toquen los huevos, y entorpezcan un asunto tan importante como este.

—Yo no lo hubiera expresado mejor señor presidente, pero le recuerdo lo que me aconsejó usted a mí.

—Ahora no seas tu la que me los toque. Tú ocúpate de lo tuyo, que de lo mío me basto y me sobro.

—Por supuesto señor presidente.

—Y mucho ojo por allí, nada de batallitas y cosas de esas que tanto te gustan.

—Aunque quisiera no podría: vamos a tardar once días en llegar a Hirios 5. Cuándo lleguemos todo habrá concluido, al menos, eso espero.

—¿Quién va a quedar al mando en el Cuartel General?

—Nadie señor presidente: voy a centralizarlo todo en el Fénix.

—Pero…

—Lo sé, lo sé, pero no puedo dejar en Mandoria a Marión. Vamos al monasterio de Akhysar.

—¿Y Anahis?

—Pues ella… tampoco. No se preocupe, estaremos bien.

—De acuerdo, pero quiero que dobles las naves de escolta, no, mejor, que las tripliques.

—Pero…

—Esto no está abierto a discusión: es una orden.

—De acuerdo.

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