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Desafío de galaxias (capitulo 75)

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Marión ideó una estratagema para posponer una semana la aplicación del cese de hostilidades ordenado por el parlamento Federal. En esa semana, se ocuparon varios de los sistemas cercanos al bastión bulban, creando bases seguras desde donde atacar a Faralia, cuándo, como decía Marisol, los políticos dejaran de hacer el tonto. Marión no quería desembarcar tropas tan lejos del objetivo final. Al mismo tiempo, Pulqueria y Torres, avanzaron un poco más en la limpieza de los sistemas exteriores del Sector 26 que todavía tenían una presencia bulban, eso si, muy residual.

La petición de negociación, fue enviada con uno de los pretores de segunda fila apresados en Próxima Tambedris, que se presentó voluntario. El mensaje incluía un enlace para establecer una comunicación estable y segura. La respuesta del líder se hizo esperar: en lo sucesivo demostraría que sabía muy bien jugar con los tiempos. Dos semanas después, se recibió una comunicación convocando a una reunión preliminar y preparatoria para una semana después, en el mismo Faralia. Con la excusa de que era preparatoria, los políticos quisieron mandar militares: no les hacia gracia tener que ir a Faralia. El tiro les salio por la culata, Marisol, ya en activo, se negó tajantemente.

—Esos cabrones no pensaban tener que ir a Faralia, y nos quieren mandar a nosotros para negociar otro punto de reunión.

—Eso está claro, —dijo Marión dándola la razón.

—Además de unos hijos de puta, son unos putos cobardes.

—Tranquila Marisol, que te disparas. ¿Os habéis dado cuenta de que parece que están compinchados?

—¿A que te refieres? —preguntó Anahis.

—Los parlamentarios quieren ganar tiempo para que pasen las próximas elecciones, y el enemigo se lo está dando.

—¿No pensaras…?

—Claro que no, es una conjunción fortuita de intereses, pero lo parece.

—Claro que lo parece, —afirmó Marisol—. Tenemos que prepararnos para un periodo de inactividad largo.

—Seria bueno tener a las tropas ocupadas, —propuso Hirell— programar actividades extras, o maniobras para adiestrar a las tropas en asaltos a recintos cerrados.

—Ya lo había pensado, la antigua capital aunque tiene grandes avenidas, es muy tortuosa, pero mucho más lo son las construcciones bulban que han ido creciendo a su alrededor. La antigua capital tiene ahora más de treinta kilómetros por veintidós de ancho: casi 700 km2.

—Y hay tres grandes núcleos urbanos más, además de, al menos, otros diez más pequeños, —apuntó Marión.

—Sí, coinciden con las antiguas localidades rurales faralianas. En fin, todavía tengo que decidir como vamos a enfocar la operación, y además, Inteligencia no tiene claro con cuantas fuerzas cuenta el puto líder, en los últimos meses ha habido un trasvase continuo de tropas. Lo que tiene en Faralia es descomunal.

—Otra cosa, —dijo Marión— Pulqueria me ha llamado un par de veces: quiere que interceda ante ti.

—¡Joder! ¿para que?

—Básicamente, yo diría que se aburre, ten en cuenta que el borde de la galaxia, ¡y en el Sector 26 nada menos!, no es un parque de atracciones. Y seguro que Torres piensa igual lo que pasa es que él no va a abrir la boca.

—¡Cuidado que es boba! ¿y eso no me lo puede decir ella?, ¡joder con el guerrero místico!

—A pesar de que ella, y Bertil también, sienten devoción por ti, en el fondo los intimidas un poco.

—¡Coño con que los intimido, pero si los quiero un huevo!

—Ya lo se…

—Pues por el momento se tienen que quedar. ¿Qué hora es allí?

—Ahora mismo están embarcados, y… están en periodo nocturno, —respondió Hirell después de consultar su tableta.

—Organízame un videoenlace con los dos a la vez, pero cuándo entren en periodo de mañana: tengo planes para ellos.

—Por cierto, ¿no os parece raro que Oriyan no este incordiando por aquí? —preguntó Marión.

—¿Por qué lo dices?

—Porque es posible que ella quiera dirigir las operaciones en Faralia.

—Ese es un tema que ya lo hablamos hace tiempo, —respondió Marisol— todas las operaciones, hasta Próxima Tambedris, eran suyas, pero Faralia es mía. Quiero que todos los que han estado conmigo durante la guerra, estén a mi lado en Faralia, y eso incluye a Pulqui y a Torres.

—¡Guay! —exclamó Anahis— voy a ir afilando la espada.

—Manda afilar también la mía.

Después de una negociación que duró casi un mes, se decidió que las conversaciones de paz tendrían lugar en el mismo Faralia, y los bulban no aseguraban la participación del líder, mientras no participara, personalmente, el presidente Fiakro, que por otro lado, lógicamente, estaba descartado. Mientras se desarrollaban las conversaciones, por orden de Marisol, Pulqueria y Torres se dedicaron a recorrer los sistemas exteriores que todavía tenían presencia bulban. Como la flota federal no podía acercarse a esos enclaves, grupos negociadores del cónsul Dreiz, a bordo de sus propias naves, fueron visitando los enclaves con muy buenos resultados. Poco a poco, los sistemas fueron deponiendo las armas, y a bordo de transportes los abandonaron rumbo a los sistemas cercanos a Manixa, controlados por el Mundo Bulban. Solo dos permanecieron fieles al líder, en la creencia de que este negociaría una solución.

Marisol estaba de mal humor. Dedicada en exclusiva a diseñar las operaciones para el asalto a Faralia, estaba en un callejón sin salida. La operación terrestre la tenía muy adelantada, solo a falta de que la Inteligencia Militar, concretara la cuantía y la ubicación de las fuerzas del líder. La operación naval era otra cosa: no encontraba la forma de contrarrestar la abrumadora presencia naval enemiga, tanto, en cualquier nivel de la órbita, como en sus proximidades.

—Sabes que tienes naves de donde tirar para equilibrar un poco la situación, —dijo Loewen que había pasado por Mandoria.

—Lo sé, pero no me gusta la idea.

—Mira Marisol, no te encabezones, aun llevando a toda la flota a Faralia, nos superan diez a uno. Además, si no me falla la memoria, nos quedan un par de gravitónes: ni para empezar.

—Son muchos problemas, y no habría tiempo suficiente para adiestrar tripulaciones.

—Pues utiliza tripulaciones bulban.

—Mira tía, no me seduce la idea de emplear unas fuerzas que se pueden volver contra nosotros en medio de la batalla.

—¿Por qué? El cónsul Dreiz ha dado muestras de sobra de que se puede confiar en él. Déjame hablar con ellos.

—Pero no te comprometas en nada, tantéalos solamente, pero si decido utilizarlos, quiero hablar con ellos personalmente.

—De acuerdo, sin problemas, no te preocupes.

Tres semanas después, y mientras los políticos seguían haciendo el tonto en las negociaciones, Loewen regresó a Mandoria, en compañía del triunvirato bulban con el cónsul Dreiz a la cabeza.

—Buenos días, —Marisol los saludó militarmente y a continuación les estrecho la mano a los tres— tomemos asiento. Ante todo quiero felicitarles por el buen trabajo que han hecho en los sistemas exteriores.

—Gracias general Martín.

—El gobernador Loewen ya les ha puesto al corriente de la situación.

—Así es general, y comprendemos el problema.

—Bien, resumiendo: necesitamos parte de las naves que tienen estacionadas en Manixa.

—Pero no tiene tripulaciones para ellas, y no se fía de nosotros, ¿es así? —dijo otro de los triunviros.

—Efectivamente, para nosotros es un riesgo que durante la batalla, sus naves decidan cambiar de bando.

—Le garantizamos que eso no ocurrirá. Hemos estado trabajando en el asunto y ponemos ofrecerle mil naves, con tripulaciones de voluntarios, todas de confianza, —la oferta hizo acomodarse en la silla a Marisol. Sus cálculos solo eran de un tercio de esa cifra.

—Reconozco que esa cifra supera ampliamente mis previsiones.

—También podemos ofrecerla infantería, unidades escogidas todas de confianza con cónsules también de la máxima confianza: millón y medio.

—Pero hay condiciones, general Martín, —anuncio otro triunviro.

—¿Qué son? —respondió Marisol incomoda: no esperaba algo así.

—Se resume en una única condición, que estamos seguros de que no será problema para usted, —dijo el cónsul Dreiz—: la vida de la población civil de Faralia, se respetara a toda costa.

—Tiene mi palabra.

—Comprenda que estamos muy al corriente de lo que se habla en los canales de televisión, y algo que ha surgido en las últimas semanas es la posibilidad de que produzca un bloqueo planetario para rendirlo por hambre. Eso provocaría un sufrimiento atroz de los civiles, que son nuestra prioridad.

—Y de los soldados dispuestos a rendirse, también.

—Y de los esclavos federales que hay en el planeta, —apuntó Anahis.

—Comprendo su temor, y les garantizo de que eso no va a ocurrir. Es una posibilidad que se barajó entre otras posibilidades, pero fue descartada desde el principio. Creemos que el líder no tendría reparo en sacrificar a los civiles para alimentar a sus tropas, —los triunviros asintieron— y estratégicamente, eso, podría alargar el bloqueo durante varios años.

—Ahí podría intervenir nuestra infantería, en ayudar a proteger a los civiles que vayan quedando en el lado federal.

—Mi idea es ir sacándolos del planeta…

—Podemos proporcionar transportes, no seria problema.

—De acuerdo, déjenme meditar sobre esa cuestión. En cuanto a la flota…

—Con la flota hay un problema mi señora, —la interrumpió el cónsul Dreiz—. Como ya sabe, en el Mundo Bulban los máximos cargos militares son cónsules y comandantes de naves. Por cuestiones obvias de afinidad con el líder no hay pretores.

—Sí, lo sé.

—No tenemos a nadie con experiencia suficiente para manejar una gran cantidad de naves: de eso, se encargaban precisamente los pretores.

—Entiendo.

—La cuestión es, que aunque le aseguro que la flota es leal, no se vería con buenos ojos estar a las ordenes directas de almirantes federales.

—Pero, en la liberación de los sistemas de Manixa, ustedes utilizaron movimientos de flota.

—Eso no es exacto mi señora, recuerde que hubo naves federales cómo observadores en nuestra flota: tengo que reconocer que el diálogo con sus capitanes fue discreto, pero constante.

—Ya veo.

—Es posible que yo tenga una solución, —intervino Loewen. Todos la miraron con cierta expectación—. Como todos saben, tenemos un grupo de pretores, unos doscientos, que están aislados en un campo de detención especial en el Sector 48, pero hay dos que están aparte.

—¿Los que rindieron las tropas en Próxima Tambedris? —preguntó Marisol.

—Así es.

—Ningún pretor querrá colaborar en esto, ni siquiera ellos, —afirmó un triunviro.

—Se lo podemos preguntar, no perdemos nada. Son dos tipos muy… normales.

—De acuerdo, —dijo Marisol, y mirando a los triunviros añadió—. Si a ustedes les parece bien.

—Tal vez seria bueno que usted y uno de nosotros hablaran con ellos, —propuso el triunviro— para ver como reaccionan ante un inferior, que ahora es un superior: ya me entiende.

—Me parece bien, —y mirando a Loewen añadió— manda traerlos ¿Cuánto tardaran en llegar?

—En media hora pueden estar aquí, —respondió Loewen sonriendo— ya los hice venir.

—Pues entonces… —dijo el cónsul Dreiz cuándo todos reaccionaron después de la sorpresa.

—De acuerdo, en media hora, y preferiría que fuera usted Dreiz, si sus compañeros no tienen inconveniente.

—Sin problemas.

—Tráelos.

Algo más de media hora después, los dos pretores bulban entraban en la sala de reuniones. Vestían ropa militar federal e iban escoltados por seis policías militares. Marisol, Dreiz y Loewen, se levantaron y se aproximaron a ellos. Marisol se situó ante ellos y los tres se observaron detenidamente; los dos pretores le sacaban una cabeza a Marisol.

—General Martín, es un honor poder saludarla, —dijo Trens con su profunda voz.

—Para mi también general, —dijo Hoz.

—Buenos días, —dijo muy seria Marisol al tiempo que hacia el saludo militar— Ya conocen a la gobernadora Loewen y les presento al cónsul Dreiz, miembro del triunvirato de gobierno del Mundo Bulban, — los dos pretores inclinaron levemente la cabeza en señal de saludo al igual que Dreiz. Por indicación de Marisol, todos se sentaron.

—Da la impresión de que está usted un poco tensa con nuestra presencia, —dijo Trens.

—No, tensa no, pero mis encuentros anteriores con pretores no terminaron bien.

—No debe temer nada de nosotros, —afirmó Hoz.

—No temo nada de ustedes, —respondió con sinceridad—: fueron tres, a dos les corte la cabeza… y el tercero, terminó herido y berreando como el cobarde asqueroso que era.

—Discúlpeme general, no ha sido mi intención ofenderla.

—Bien. Su presencia aquí, se debe a que queremos preguntarles algo. ¿Estarían dispuestos a colaborar con nosotros?

—Ya lo hemos hecho, —afirmó Hoz— hemos contado todo lo que sabemos, y sobre Faralia, hacia mucho tiempo que no íbamos por allí, y no sabemos nada del despliegue militar actual.

—Lo que queremos saber es, si ustedes dos, estarían dispuestos a colaborar con nosotros, con el Mundo Bulban, y por consiguiente con las fuerzas federales y el general Martín, —preguntó el cónsul Dreiz. Los dos pretores se miraron y guardaron silencio con extrañeza.

—No entiendo muy bien a que se refieren…

—A que si estarían ustedes dispuestos a dirigir unidades navales bulban para nosotros, —explico Marisol. Los dos pretores la miraron, y se miraron entre ellos mientras cuchicheaban algo en bulbanes.

—Permítame explicarle cual es nuestra situación actual: actualmente estamos separados del resto de los pretores, para que no nos maten. Nos consideran unos traidores y unos cobardes por no sacrificar las tropas y morir con ellas. Para esos que han dado en llamar Mundo Bulban, somos los cómplices del líder, le hemos ayudado a perpetuar ese tremendo engaño que es el régimen de los pretores, y es cierto. Tampoco nos quieren, por lo tanto, preferimos arriesgarnos con ustedes: queremos que cuándo termine la guerra, nos permitan integrarnos normalmente en su sociedad.

—Los bulban han sido responsables de la muerte de miles de millones de seres humanos, en esta galaxia y en la otra, esa integración puede ser muy complicada.

—¿Cuántos miles de millones de civiles bulban murieron en las campañas en Magallanes por orden de usted? En esta guerra no hay inocentes, al menos entre nosotros, pero ustedes tienen algo de lo que nosotros carecemos… o no lo hemos descubierto todavía: compasión.

—Creo que se equivoca Trens, usted demostró ese sentimiento cuándo rindió las tropas en Próxima Tambedris. Lo hablaré con el presidente Fiakro, pero no está en mi mano, aunque haré lo posible.

—Con eso nos basta, —dijo Trens.

—Bien, ¿qué responden a nuestra propuesta?

—Trens era un pretor de segundo nivel, y por lo tanto está más preparado que yo, en dirigir grandes formaciones de estaciones armadas, —argumentó Hoz—. Yo, si a usted le perece bien, puedo ayudarle.

—¿Podría usted dirigir infantería bulban? —preguntó el cónsul Dreiz a Hoz.

—Sin lugar a dudas estoy más preparado en eso que en dirigir flotas.

—Pensaba que la infantería la dirigirían ustedes, —dijo Marisol mirando a Dreiz.

—Jamás, un cónsul ha dirigido un ejército de más de un millón de soldados y menos coordinándolo con otros ejércitos. Podríamos hacerlo, pero si tenemos a alguien experimentado dispuesto a hacerlo…

—Entiendo. En definitiva, usted Trens, dirigirá una flota de mil naves, pero estará a las ordenes de mi comandante de flota y de mí, —Trens hizo una inclinación de cabeza asintiendo— y usted Hoz, dirigirá un ejército de un millón y medio de soldados, estará directamente bajo mis ordenes. Su misión principal será conquistar las poblaciones que queden fuera de la zona principal del combates y garantizar la protección y la evacuación de la población civil bulban. Una cosa tiene que quedar clara, estarán ustedes bajo mis ordenes, pero también lo están a las ordenes del triunvirato de gobierno del Mundo Bulban, integrado por soldados, capitanes y cónsules, tres… castas inferiores a la suya. ¿Es eso un problema?

—Por mi parte no, —dijo Hoz mientras Trens negaba con la cabeza— yo lo único que quiero es que todo esto acabe de una vez y dedicarme a mis plantas.

—¿A tus plantas? —preguntó el cónsul.

—En mi cautiverio, he descubierto la jardinería y me he aficionado, tengo un pequeño jardín. Ahora estoy estudiando horticultura, espero, dentro de poco, poder empezar a cultivar un huerto.

—Eso es interesante, —afirmó el cónsul— vamos a necesitar gente con esas aptitudes.

—¿Aunque sea un pretor?

—Ya veremos como solucionamos eso.

—Pues entonces yo estoy jodido, —afirmó Trens con una sonrisa— a mí me ha dado por escribir.

—El Mundo Bulban debe de tener acceso a la cultura, —intervino Marisol mirando a Dreiz— el también debe de tener un sitio, pero deben acabar con esos prejuicios: veo claro que estos dos pretores se podrían integrar. Por el momento los otros no, pero ellos sí.

—Podríamos destituirles como pretores, y luego nombrarles cónsules, —razonó Dreiz— es muy rebuscado y como dirían ustedes: «cogido con alfileres», pero… por lo menos, podrán usar uniforme de cónsul.

—Yo les puedo nombrar también general y vicealmirante, —apoyo Marisol. Todos asintieron, y se levantaron, y tendiéndoles la manos, preguntó—: ¿Tenemos un acuerdo?

—Lo tenemos mi señora, —dijo Trens estrechándosela con fuerza.

—No la defraudaremos, —añadió Hoz estrechándosela también— le damos nuestra palabra.

—Brindemos entonces, —dijo Marisol mientras el cónsul les estrechaba también la mano. Sarita cogió unos vasitos y una botella de licor mandoriano.

—¿Esto es el famoso licor que hace su padre, general Martín? —preguntó Trens.

—No, no, es licor de Mandoria: más dulce y suave. Lo que hace mi papa es una bebida para… valientes, —respondió Marisol con una sonrisa— pero no se preocupen, les haré llegar unas botellas. Parece que mi padre se está haciendo famoso por su orujo. Le gustara.

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