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Desafío de galaxias (capitulo 81)

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En pocos días, la resistencia bulban se había desmoronado. Con los carros de combate operando a sus anchas y con poca resistencia, las líneas enemigas habían ido retrocediendo hasta las cercanías del antiguo complejo gubernamental. Este, era el único lugar que todavía disponía de escudos de energía y un par de baterías antiaéreas, que no eran obstáculo para los interceptores y lanzaderas federales que con algunas precauciones operaban sin problemas. Los leales al líder, se reducía a un par de divisiones, muy diezmadas, y su temible guardia personal que ocupaba el interior del complejo de gobierno, defendiendo el muro que lo rodeaba. Todos los ejes de avance, convergían en ese punto.

Trens y Hoz, ocuparon la vanguardia federal con sus tropas para animar a los defensores de la infantería regular, que defendían la zona exterior, a rendirse y salvar la vida. Dio resultado: por la noche, casi todos desertaron y se rindieron. Al líder, solo le quedaba su guardia personal.

—En mi opinión, no merece la pena correr riesgos inútiles, —afirmaba el general Cimuxtel— que la flota los machaque.

—Mantienen los escudos…

—Con un bombardeo concentrado, os aseguro que no duraran mucho.

—Pero quedan soldados bulban en el interior del complejo, y nuestros aliados pueden tener algo que decir.

—Son partidarios incondicionales del líder, —dijo el vicealmirante Trens— os puedo asegurar que prácticamente son irrecuperables. Ojala no fuera así, pero las cosas son como son.

Marisol, sentada y con los codos apoyados en la mesa, asistía en silencio al debate con la mirada ausente.

—No me parece muy honorable machacarlos con la artillería naval, —afirmó Oriyan.

—Déjate de honor, —dijo Loewen— muchos soldados pueden morir asaltando el complejo.

—El honor lo es todo, —insistió Oriyan mirando a Marisol— como muy bien me ha enseñado mi maestra.

Marisol desvió la mirada, fijándola en ella con una sonrisa.

—¿Maestra de qué? Efectivamente, el honor lo es todo, al menos para mí, pero entiendo vuestro argumento e incluso lo comparto. El problema es que quiero a ese cabrón, el líder es mío y le quiero matar yo, y si le bombardeo desde cien kilómetros de altura, no podré hacerlo, solo podré recoger sus asquerosos restos con pinzas. Pero no voy a arriesgar tropas, no temáis: asaltaré el complejo con tres batallones de voluntarios, uno de españoles, con el escuadrón de mi pueblo y los del Fénix, y dos más…

—Yo me ocupó de reclutar a los nuestros, —dijo J. J.

—Y cuenta con uno de Maradonia, —intervino Cimuxtel.

—Y con otro de Mandoria, —añadió Anahis.

—De acuerdo, pero todos han de ser voluntarios.

—Lo serán, no te preocupes, —dijo Marión riendo—. Te van a acompañar en el asalto final: va a haber hostias para entrar en los batallones y ver cómo te cargas a ese hijo de la gran puta.

—Muy bien, el resto presionaréis los muros exteriores para mantener a parte de los defensores entretenidos allí.

—Nena, ¿no pensaras que te vas a ir tu sola de fiesta? —preguntó Opx

—Esto es cosa mía…

—¡Una mierda! —exclamó Cimuxtel— yo pienso ir.

—Y yo.

—Yo también, —todos contestaron de la misma manera, al igual que Trens, Hoz y el triunviro Dreiz, que había llegado el día anterior.

—Seria bueno llevar un escuadron bulban por si algún guardia de anima y se rinde, —dijo Hoz.

—Me parece bien, ocúpese usted, pero ya sabe: voluntarios, —Hoz acepto con una inclinación de cabeza—. Bien. Mañana, la artillería atacara tres puntos del muro, y por las brechas entraran los batallones, con protección de carros de combate. Hay dos edificios principales: el palacio de la Regencia y el Parlamento Republicano, los demás, son edificios administrativos más pequeños y difíciles de defender, por eso, considero que centraran la defensa en los edificios principales. Convergeremos sobre ellos y buscaremos al líder: si terminamos con él, se acabara todo. Pero lo vuelvo a repetir: el líder es mío, aunque si me mata podéis hacer con él lo que os salga de los cojones.

—Mi señora, —dijo Trens levantando la mano—, no subestime al líder, es un guerrero consumado y un rival temible. Además, su lanza de combate se puede dividir en dos, mucho cuidado.

—Gracias vicealmirante: lo tendré en cuenta.

Sonó el despertador del comunicador de Anahis y esta abrió los ojos y lo apagó. Después de unos segundos, se desperezó y comprobó que estaba sola en la cama. Saltó de ella y vio a Marisol, desnuda, sonriéndola sentada en el sofá frente al ventanal del Fénix.

—¿Desde cuándo estás aquí? —preguntó arrodillándose entre sus piernas y abrazándola.

—Hace rato, no podía dormir, —respondió acariciando los cabellos de su amada.

—¿Estás nerviosa?

—Creo que si, pero más preocupada que otra cosa: me da miedo fallar.

—No vas a fallar, —dijo Anahis mientras la puerta se abría y Sarita, con su uniforme de campaña entraba en el camarote.

—Si queréis aviso que retrasamos el ataque hasta que terminéis de meteros mano, —bromeó Sarita.

—No nos estamos metiendo mano, es que esta con las orejas un poco gachas.

—No seas boba, —dijo Sarita sentándose a su lado y acariciándola— cuándo te pongas la coraza y salgas ahí fuera, se te pasara.

—¿Y Felipe?

—No pensaras que le iba a dejar venir aquí a ver a dos pibones en bolas. No, se fue hace una hora para prepararlo todo con los chicos del pueblo. Los demás también están ya en pie, solo faltáis vosotras, o sea, que moved el culo.

Se levantaron y Sarita las ayudó a vestirse y ponerse la armadura nueva. Se enfundaron las pistolas regalo de Opx y se colgaron las espadas de la cintura, porque el escudo iba en la espalda. Por último, Marisol se colocó la vizcaína en los riñones para poder empuñarla con la mano izquierda si fuera necesario. Cuándo salieron del camarote, una doble fila de tripulantes recorría, a ambos lados, el pasillo que conducía al hangar de vuelo. Según pasaba, todos la saludaban militarmente y con alguno se paró para abrazarse. Cuándo llegó al hangar, lo que quedaba del regimiento de infantería estaba formado.

—Parece que falta mucha gente, Pepito, —dijo Marisol después de abrazarse con el coronel.

—Todos los maradonianos, mandorianos y los españoles están en la superficie con los batallones que has pedido.

Marisol miró al sargento, que se había colocado a su lado con uniforme de campaña y un rifle de partículas en la mano—. ¿Y tú donde crees que vas?

—Es uno de tus cuatro escoltas, —contestó Pepito—. Y no es negociable: la orden la ha dado el presidente. Por cierto, yo soy otro, y te vamos a acompañar a todas partes.

—¡Anda! Sube a la lanzadera, —intervino Anahis guiñando el ojo al sargento— antes de que se apunte más gente.

—¡Hay que joderse!

La lanzadera despegó y se dirigió al punto de encuentro, a poca distancia de los muros de complejo gubernamental. Marisol, antes de bajar, estuvo inspeccionando el correaje, las protecciones y las armas del sargento. Después, metió la mano en el bolsillo de su cazadora y sacó la petaca, la dio un trago y se la paso.

—Marisol, todavía no es la hora.

—Dale un trago, es una orden, —a continuación se abrazó a él—. Ten mucho cuidado.

—Y tu también, las dos tenéis que tener cuidado, —dijo el sargento besando también a Anahis.

Bajaron de la lanzadera y se reunieron con todos, no faltaba nadie: Marión, Loewen, Hirell, Opx, Oriyan, Aurre, Bertil, Pulqueria, Felipe, Cimuxtel, Torres, Morales, Noroodill, Aunie, Sarita, Driss, y todos los que eran, o habían sido algo importante en esta guerra que estaba a punto de terminar. También estaban el triunviro Dreiz, el vicealmirante Trens y el general Hoz, y su escuadrón bulban.

—Cuanta gente, —bromeó Marisol y uno a uno fue abrazándose con todos, bulban incluidos—. ¿Está todo preparado?

—Todo está preparado, nena, —respondió Opx acariciando su hacha de combate.

—Muy bien, pues al lío. Loewen y Bertil: flaco derecho con el escuadrón azul. Opx y Cimuxtel: escuadrón rojo, flanco izquierdo. Oriyan y Pulqui: por el centro con mis paisanos y el escuadrón bulban. Los demás conmigo, y agachad la cabeza. En quince minutos comenzara el bombardeo del muro.

Todos partieron hacia sus puntos de ataque, mientras los carros de combate comenzaban a avanzar para situarse en posición y comenzar el cañoneo de los tres puntos elegidos por Marisol.

A la hora fijada, la artillería comenzó el bombardeo de todo el muro y los carros de combate disparaban abriendo tres brechas, por los que entraron al interior del complejo, seguidos por los batallones que se protegían con ellos. Los extensos jardines que cubrían la explanada interior, rápidamente desaparecieron por las explosiones y la acción de las orugas de los carros de combate, que se llevaban por delante, árboles, setos, fuentes ornamentales y parterres, mientras disparaban contra las baterías de artillería ligera que, desde los edificios, intentaban sin éxito dañarlos.

Un par de horas después, los edificios secundarios habían caído y los batallones confluían sobre los dos edificios principales. Opx y Cimuxtel, al frente de los maradonianos del escuadrón rojo, irrumpieron en el interior del Palacio de la Regencia, entablándose un furioso combate cuerpo a cuerpo, que rápidamente sembró de cadáveres y miembros amputados las estancias del edificio.

—Marisol, —dijo Sarita, que portaba un equipo de comunicaciones, mientras se resguardaba junto a ella detrás de uno de los carros de combate— Opx informa de que el líder no está en el Palacio de la Regencia.

—Que lo asegure e intente pasar por las galerías que comunican la parte alta de los dos edificios. Dile a Oriyan que hay que entrar al Parlamento.

Unos minutos después, un carro de combate derribaba la puerta principal del edificio e irrumpía como elefante en cacharrería en el enorme vestíbulo, arrasando muebles y mesas, mientras las orugas machacaban el mármol del suelo. Detrás del primer carro, entraron varios más, que como el primero, solo disparaban con las ametralladoras. Los españoles entraron a continuación mientras Opx y Cimuxtel lograban conectar por las galerías y combatían en la parte alta del edificio.

—Opx ya esta arriba, y Loewen está entrando por la parte de atrás, —informó Sarita.

—Que Opx siga por arriba e intente acceder a la tribuna de invitados. Que Loewen limpie la zona de las oficinas parlamentarias e intente bajar al sótano. Aquí, los carros ya no pueden avanzar más, si pueden, que se retiren al exterior.

Marisol abandonó su refugio y seguida por todos sus colaboradores y los aliados bulban, fue ganando posiciones hasta alcanzar a Oriyan y Pulqueria que se encontraban frente a las enormes puertas del hemiciclo.

—¿Cómo lo quieres hacer? —preguntó Oriyan, cuándo la vio llegar.

—Pues cómo dirían en mi pueblo: con dos cojones, pero primero hay que derribar esa puerta.

—Es de hierro fundido: hay que volarla. Pulqueria puede cortar con su espada las bisagras inferiores pero las de arriba están muy altas.

—¡Menuda guerrera mística! —bromeó Marisol.

—Soy un guerrero, no un puto saltamontes, ¡no te jode!

—De acuerdo, ¿los carros de combate tienen ángulo de tiro? —preguntó Marisol. Sarita, habló con el comandante del carro más cercano, y que todavía no se había retirado.

—Tiene a tiro la parte alta, de la puerta, la escalera le dificulta.

—De acuerdo, que se prepare. Pulqui, las bisagras inferiores.

Pulqueria de acercó a la puerta empuñando a Eskaldár, y después de unos segundos de concentración, procedió a romperlas con golpes certeros. A continuación, se retiró hacia la escalera y se parapetó en ella.

—¡Fuego! —el carro disparó, y con el impacto la puerta salió despedida hacia dentro con una violencia terrible, arrasando a los soldados bulban que estaban detrás de ella—. ¡Batallón, avanzad!

El batallón avanzó hasta situarse a ambos lados de la puerta. Después, superponiendo los escudos fueron creando una barrera para poder acceder al interior. Mientras la barrera iba creciendo, los soldados de segunda fila, disparaban a ciegas pasando sus carabinas por encima de la barrera de escudos. Marisol, protegida por su escudo y con la pistola de la mano, entró detrás de la barrera al mismo tiempo que desde la parte alta llegaban el ruido de la batalla que se estaba librando y varios cuerpos de soldados bulban, caían desde arriba. Marisol dio la orden, los escudos se abrieron y los españoles salieron corriendo, en medio de un griterío ensordecedor y atacaron el precario parapeto enemigo entablándose combate cuerpo a cuerpo. En medio de la batalla, Trens se acercó por detrás a Marisol y le señalo un punto en la parte alta de los escaños.

—¡El líder! —Marisol miró en esa dirección, y vio a un bulban protegido por una coraza dorada con refuerzos en negro, que desde su altura, con su lanza de guerra en la mano, también la miraba. Enfundó la pistola, sacó la espada, y comenzó a ascender por los escaños derribando enemigos, con la ayuda del sargento que la abría paso con su bayoneta. Junto a ella, sus amigos, también ascendían por los interminables peldaños de la grada como un río de muerte y destrucción, que desobedeciendo las leyes de la física ascendía sin importarle la gravedad. Miró a su alrededor y vio a sus amigas del alma junto a ella, combatiendo para abrirla paso. Cuándo llegó a la inmediaciones del líder, lo encontró protegido por los cuerpos de una docena de sus guardias personales. Marisol hizo una indicación para que cesara la lucha, y los bulban aliados hablaron a sus compatriotas en su lengua para que dejen de luchar. Marisol dio un paso al frente y se quedó al descubierto; toda la armadura, sus manos, su cara, estaban salpicadas de sangre bulban, y alguna propia, el sudor gotea por algunos pelos rebeldes y por la coleta debajo del casco. Los guardias del líder bajan las armas y se echan a un lado: se dan cuenta de que la hora de los «lideres» ha llegado y ellos sobran. Los jefes aliados se los llevaron mientras les hablan: «no tenéis por qué morir, ya no».

Los dos se miran con ojos cargados de odio. El líder se agacha y recoge del suelo un escudo que se coloca en el brazo izquierdo mientras con la mano derecha sujeta su lanza de doble punta, da dos pasos, flexiona las piernas ligeramente y se pone en guardia protegido por el escudo. Marisol se pone también en guardia y mientras todos les rodean dándoles espacio, los dos, mirándose fijamente giran en círculo. Las balconadas superiores están repletas, cuándo Loewen y Bertil se unen al grupo que les rodean y que expectantes aguardan el comienzo de la batalla. El líder ataca con la punta de su lanza y Marisol para el golpe con su escudo para inmediatamente atacar y golpear con su espada el escudo de su enemigo. Comienza entonces un duro intercambio constante de golpes que se prolonga durante varios minutos, y en el que ambos contendientes golpean varias veces en las armaduras de su rival. Están exhaustos y sus movimientos se vuelven más lentos. Trens tenía razón, el líder es un contrincante temible. El círculo donde combaten va cambiando de posición según se embisten los contendientes recorriendo las bancadas. El griterío de ánimo es ensordecedor, pero ya nadie anima al líder: esta solo. Entonces tropieza, y cae rodando un par de bancadas perdiendo el escudo. Rápidamente, separa su lanza y ataca a Marisol con ambas manos con un ímpetu renacido. Marisol para el alubión de golpes como puede y entonces, bascula su cuerpo hacia un lado y golpea al líder con la espada en el brazo izquierdo cortándoselo a la altura de la muñeca, y acto seguido, golpea con el canto del escudo en el hombro derecho fracturándolo y desarmándolo. Sin esperar ni un segundo, le empuja con el escudo contra una columna y le atraviesa el pecho con su espada por el hueco de la axila. Se hace el silencio y muchos lloran de emoción. Marisol deja caer el escudo y empuña la vizcaína mientras mantiene atravesado al líder con la espada.

—¡Hija de puta! —exclama el líder rezumando odio.

—Sí…, yo también te quiero, —y lentamente introdujo la daga por la boca del líder atravesándole el cráneo. Cuándo la vizcaína salió por el otro lado dejó de moverse y quedo inerte. Sacó las armas y el cadáver del líder resbaló hasta el suelo. Soltó la vizcaína, y con un par de golpes certeros con la espada le cortó la cabeza que rodó un par de bancadas hacia abajo. Ensangrentada, se volvió hacia sus amigos y soldados, dejó caer la espada, y llorando de arrodillo ante ellos. Todo había acabado.

En Beta Pictoris, al igual que en toda la galaxia, el presidente vio por televisión el desarrollo del combate, gracias a las pequeñas cámaras que muchos de los soldados llevaban en los cascos, y ahora, veía a su comandante en jefe, arrodillada llorando y las lágrimas acudieron a sus cansados ojos sin poder remediarlo. Se sentó en la mesa y estuvo luchando con las lágrimas hasta que a los pocos segundos, la vicepresidenta y varios ministros entraron para felicitarle. Se desató una gigantesca fiesta espontánea en toda la galaxia. También en el Mundo Bulban y en las zonas de detención temporal, donde el fin de la guerra y la muerte del líder suponían un nuevo comienzo, abrir la puerta a algo de lo que todavía solo habían rascado la superficie: la libertad.

En Faralia, Marisol seguía llorando cuándo, primero Anahis, y a continuación Marión, se acercaron a abrazarla. Al mismo tiempo, mientras el sargento, con lágrimas en los ojos, se hacía cargo de las armas de Marisol, los aliados bulban sacaban el cadáver del líder al exterior, le despojaron de la armadura, y después de amontonar muebles y maderas, procedieron a quemar sus restos, mientras miles de soldados federales bailaban alrededor de la improvisada pira.

Mientras, ya en pie, Marisol recibía la felicitación de todos, el médico militar del Fénix revisaba sus heridas: «parece que no son importantes, pero cuándo regrese al Fénix, la quiero ver inmediatamente en la clínica», le dijo a Anahis después de ponerla unas grapas en el muslo, vendarlo fuerte e inyectarla un antiinflamatorio y un analgésico. Entre Opx e Hirell, la subieron a hombros y la sacaron del hemiciclo depositándola sobre el carro de combate que quedaba en el vestíbulo. Sujeta al cañón, y acompañada por todo el Estado Mayor, el tanque, con mucha precaución, salió a la explanada principal donde ya decenas de miles de soldados federales bailan y se abrazaban. Su aparición produjo una colosal explosión de júbilo, e Iris, que de alguna manera había logrado encaramarse al vehículo, con una pequeña cámara, entrevistaba a los ocupantes para el canal federal y Bulban TV, conjuntamente. Marisol era absolutamente feliz, el agotamiento había desaparecido como por ensalmo, y las heridas y golpes ya no la dolían. A primera hora de la tarde el carro de combate llegó al Fénix y lentamente subió por la rampa de acceso al hangar de infantería donde la esperaban toda la tripulación que ya llevaban varias horas de fiesta. Antes de bajar, entró en el carro y se abrazó con los tripulantes, después, salio fuera, descendió y estuvo besándose con todos los que la esperaban, hasta que, finalmente, lograron conducirla a la clínica de la nave, donde la quitaron la armadura, la lavaron, limpiaron y suturaron las heridas: «estás hecha una pena, y un poco deshidratada, también has perdido algo de sangre, pero no te preocupes, no te vas a morir» bromeó el viejo médico mandorianos que estaba en el Fénix desde el comienzo de la guerra, y que ya la había «reparado» en muchas ocasiones, «pero mañana no te vas a poder ni menear; prométeme que vas a descansar, o te dejó aquí ingresada». Lo prometió…, con la boca pequeña, pero lo prometió.

La fiesta continuó hasta que finalmente, Anahis pudo llevarla al camarote y echar a todos los amigos. Por fin la tenía para ella sola.

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