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Relato de mi debut en el sexo anal

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Muchos de mis lectores me preguntan por qué siempre hago mención al sexo anal en mis relatos. Muchos me han catalogado de fetichista y no es que el término me moleste; sino que pienso que encasilla mi perfil sexual de una manera muy limitada. Yo no soy fetichista del sexo anal, de hecho, emplear el término para ese gusto particular no sería del todo preciso. Pero más allá de la precisión del término está el hecho de que el sexo, en general, es para mí un terreno inmenso, una gran superficie que adoro explorar, sin tener predilección por una ruta en particular. Pero, debo aclarar, que si es cierto que conservo una inclinación más acentuada por el sexo anal ya que este me lleva a los orígenes de mi erotismo y mi sexualidad.

Como ya todos saben, mi vida sexual comenzó con las exploraciones de mi tío Alejandro. Poco a poco lo que comenzó por un juego de olerme los pies, terminó por ser una exploración sexual a profundidad y mi tío se dio a la tarea de descubrirme palmo a palmo, como un explorador va adentrándose en un terreno desconocido. Mis pies juveniles, mis piernas cubiertas de un vello apenas visible, mi vagina virginal, mi ano nunca antes explorado, mi abdomen plano, mis senos incipientes, mis axilas cargadas del aroma adolescente, mi cuello terso, mis cabellos castaños y ondulados, mi boca ávida de placer; todo fue progresivamente explorado por su nariz curiosa, insaciable, empeñada en poseer cada uno de los secretos que guardaba mi humanidad.

Cuando fuimos entrando en confianza y el juego pasó a ser un ritual erótico sellado por nuestro pacto de complicidad, mi tío comenzó a desinhibir su deseo y así, mientras su nariz me exploraba y me iba conquistando, con su mano iba acariciando su pene erecto. Pasó mucho tiempo hasta que me dejó tocarlo por primera vez. Inicialmente se masturbaba lentamente mientras me iba oliendo, luego acababa en su mano teniendo cuidado de contener la expulsión del semen para no dejar rastro alguno. Pero luego, a medida que íbamos tomando confianza, su cuidado por contener su eyaculación se convirtió en la intención morbosa de rociarme con su semen por doquier.

Aun teniendo 18 años yo seguía manteniendo mi virginidad intacta. De hecho, mi actitud era absolutamente pasiva. Yo me dejaba hacer y simplemente esperaba ansiosa el momento en que los chorros de semen caliente salían expelidos y caían en líneas viscosas sobre mis piernas, mi abdomen, mis nalgas, mi espalda y, lo que más disfrutaba, cuando salían y con gran fuerza se estrellaban en mi rostro expectante.

En una de esas ocasiones noté como era placentero cada vez que me rozaba la vulva con la punta de su nariz, así que decidí imitarlo con las yemas de mis dedos. Así fue que descubrí la masturbación. Entonces, ya luego nuestro ritual consistía en que él me desnudaba, poco a poco me recorría el cuerpo, olfateando al tiempo que se acariciaba su miembro, y luego, cuando me rociaba con su líquido caliente y se marchaba de mi habitación, yo me quedaba un rato más frotando mi clítoris de una forma descomunal. Acaba una y otra vez. Descansaba un poco y me seguía frotando. Recuerdo que llegué a contabilizar hasta cinco orgasmos. Quedaba tan exhausta que me limpiaba, me ponía mi ropa de andar en casa y me acostaba a hacer la siesta mientras mis padres llegaban a casa. Era por poco una rutina diaria.

Al tiempo era yo la que quiera más. Quería que me tocara, quería que me besara, y sobre todo, quería que me dejara agarrarle el pene y jugar con él. Cómo mi tío se resistía a avanzar, comencé a buscar pornografía para ver qué otras cosas le hacían los hombres a las mujeres. El resultado me impactó. Ver a las chicas introducirse los penes enormes y moverse de la forma en que lo hacían; o ver como lo tomaban con sus manos y se lo metían a la boca para chuparlo una y otra vez, sin ningún tipo de asco, hasta que sus hombres explotaban directo sobre sus rostros, fue algo que me causó una fortísima impresión y un deseo cada vez más poderoso de querer proseguir con mis exploraciones sexuales.

Pero justo por aquellos días se presentó la ocasión de que mi madre me llevaría a mi primera consulta con el ginecólogo. Desde un par de semanas antes mi madre comenzó a hacer el trabajo de instruirme acerca de cómo era una consulta de ese tipo, la importancia que tenía y, en especial, acerca de que no debía avergonzarme porque el doctor me viera los genitales, pues era un profesional entrenado para ello y además ella estaría junto a mí en todo momento. Claro, para mi madre esa era la primera vez que un hombre iba a tener contacto con mis partes íntimas, pero para mí, la experiencia en lugar de causarme vergüenza, me generó una inquietud particular. Era como una mezcla de deseo y temor. Deseo porque para mí el tener a un hombre frente a mi vulva ya se había convertido en algo placentero, y temor, porque temía que, aunque aún no había habido penetración, de alguna manera pudiesen quedar en evidencia mis aventuras sexuales.

No sucedió nada de eso. Fue un procedimiento frío y rápido que apenas noté. Pero lo que si me dejó pensativa era que el doctor le dijo a mi madre que la siguiente revisión, que debía hacerse en un año, iba a ser igual a esta porque mientras yo fuese señorita no podría utilizar el especulo. Al salir de la consulta mi madre me llevó a comer un helado y como estábamos en buena onda yo aproveché para preguntarle qué era un especulo. Ella me explicó que era un instrumento médico que se introducía en la vagina para poder inspeccionar el interior, pero que no me preocupara por eso porque mientras fuese virgen no había necesidad de usarlo conmigo.

Mi lógica me hizo temblar de inmediato. Si dejaba de ser virgen el año siguiente, en la consulta con el ginecólogo, mi madre se enteraría; de modo que mis exploraciones estaban complemente restringidas y por más que lo quisiera mi tío no iba a poder introducir su miembro dentro de mí, como lo había visto en aquellas películas porno.

Curiosamente la noticia de que debía mantenerme virgen o de lo contrario mi doctor me expondría ante mis padres me dejo frustrada y un deseo creciente se fue gestando en mi interior. Mientras más era consciente de la imposibilidad del asunto, más deseaba perder mi virginidad y ver entrar y salir de mí un miembro duro y venoso como los de las pelis. Cada vez que me masturbaba, que por cierto cada día eran más frecuentes y cotidianas, fantaseaba con ello y cuando estaba alcanzando el orgasmo me aventuraba a rozar con la punta de mis dedos el agujero de mi vagina, imaginando que aquel era el pene de mi tío que estaba a punto de ingresar en mi interior.

Mientras tanto nuestras exploraciones sexuales fueron avanzando. Un día en que como de costumbre mi tío se presentó en mi habitación, antes de comenzar, le dije que si no me dejaba tocarle el pene no iba a seguir jugando con él. Impresionado por la determinación de mi demanda abandonó mi habitación con cara de sorpresa y disgusto, pero a los pocos minutos regresó con la misma actitud de devoción con que me exploraba a diario. Fue entonces cuando por primera vez pude sentir lo que era estrujar una polla dura entre mis manos.

Me gustó el tacto. Un pedazo de carne caliente y dura, de gran suavidad y esa cabeza grande y roja cubierta por una piel delicada. No perdí la oportunidad y le pedí a mi tío que lo metiera en mi boca y me dediqué a hacer lo que había visto en las películas. Mi tío se sorprendió sobremanera por la habilidad que reflejaba al tener su pene en mi boca. Él no se imaginaba lo que había aprendido observando con detenimiento a las actrices hacer sus mamadas colosales; así que la primera vez que lo metí en mi boca y lentamente comencé a succionarlo y a pasar mi lengua alrededor de su cabeza, mi tío no aguantó mucho y súbitamente inundó mi boca de semen; un sabor completamente desconocido para mí, pero que rápidamente me cautivó.

Las ocasiones posteriores me permitieron ir tomando la iniciativa. No solo le hacia una mamada, sino que lo agarraba con mis manos, lo apretaba de arriba a abajo haciéndole lo que más tarde conocería como una “paja”. También pude acariciar sus testículos, dos bolas hinchadas y delicadas cubiertas de una piel muy agradable al tacto.

Mi tío también avanzó en sus exploraciones. Ya no se bastó con olerme. Ahora su lengua hacia el recorrido junto a su nariz. Comenzó por lamer una y otra vez mis pies. Pasaba la lengua de arriba a abajo por mis plantas, desde el talón hasta los dedos y luego se dedicaba a chupar dedo por dedo. Mientras tanto yo me acariciaba el clítoris. Muchas veces ambos acabábamos en esa fase, pero como habíamos tomado confianza y ya nos conocíamos, simplemente seguíamos con nuestro juego y a los pocos minutos ya mi tío la volvía a tenerla tiesa y yo ya estaba otra vez mojada como una fuente.

Luego lamió el resto de mi cuerpo. Besaba mis piernas, mi abdomen, mis brazos, mis senos. Todo el recorrido que antes hacía su nariz, ahora lo hacia su boca. Hasta que un día comenzó a lamer mis genitales. Para mí fue todo un descubrimiento. Sentir su lengua húmeda y caliente recorrer impasible toda la extensión de mi raja, tragándose cada gota de flujo que emanaba de mí, era una sensación gloriosa. Así tuve muchos orgasmos divinos y a medida que los días pasaban y más confianza nos teníamos, su lengua era capaz de explorarme de unas maneras inconcebibles.

Pero yo quería más. Yo quería que me tomará como a las mujeres de las películas y me metiera su verga en mi interior y que se moviera como lo hacían los actores, haciendo rebotar sus bolas sobre mi culo. Pero ambos sabíamos que eso no era posible porque nos expondríamos a ser descubiertos. Aquella situación me causaba desesperación y al mismo tiempo una obsesión cada vez más intensa.

Luego la solución llegó de una manera inesperada. Ya les he relatado que al comienzo mi tío se deleitaba simplemente oliéndome por doquier. No había un rincón de mi cuerpo que él no hubiese hurgado con su nariz, de modo que yo estaba acostumbra a que incluso su nariz recorriera de arriba a abajo mis nalgas y se posase justo sobre mi ano, causándome una sensación muy placentera. Luego, cuando fuimos avanzando y era su lengua la que exploraba, también me acostumbré a que esta se pasease por el agujero de mi culo y a que se moviera de forma circular a su alrededor. Inicialmente aquello me desconcertó porque no entendía como a mi tío le podía resultar placentero poner su lengua justo por donde salía mi excremento; pero la realidad era que más allá de esas consideraciones obvias, el roce en mi esfínter era muy placentero. Sin embargo no imagina que ese agujero pudiese tener otro uso distinto al de defecar.

Pero enorme fue mi sorpresa cuando un día, viendo porno como de costumbre, el protagonista estaba metiendo su pene colosal en la hermosa vagina de una chica rubia muy parecida a mí. De un momento a otro el hombro dio vuelta a la chica y la puso en cuatro patas, como una perrita, y estando así comenzó a lamerle el culo de la misma forma que mi tío me lo lamía. Pero acto seguido se incorporó y acercándose a ella desde atrás, tomó con una mano su miembro y lo dirigió lentamente hasta enfrentarlo con el ano de la chica. Una vez hicieron contacto, el hombre comenzó a rozar su cabeza con movimientos circulares sobre el botoncito arrugado de su trasero y poco a poco éste se fue expandiendo y la cabeza de su pene se fue introduciendo en su interior. A juzgar por la imagen aquella chica lo estaba disfrutando, así que aquella escena se transformó en una revelación para mí; pues si mi tío metía su pene en mi culo nadie iba a darse cuenta.

Decidida a que aquel iba a ser el siguiente paso que daría en mi exploración sexual, comencé a practicar por mi cuenta a ver qué tan factible era que me metiera el miembro en ese estrecho agujero. Ese mismo día, mientras me masturbaba, tomé con la yema de mis dedos el flujo que manaba de mi vagina y lo froté suavemente sobre mi culito, imitando el movimiento circular del pene de la película. Debo confesar que como tenía mi mente libre de prejuicios sexuales aquella estimulación me resultó bastante satisfactoria, pero no me atreví a introducir mis dedos al interior de mi recto. Decidí que ese sería un placer que reservaría para mi tío.

A la siguiente vez que estuvimos juntos poco a poco fui intentando que mi tío se concentrara en oler y lamer mi culo, pero paradójicamente estaba reacio. De hecho estaba embelesado colocando su pene entre mis pies y frotándoselo con ellos. Le encantaba que le hiciera pajas con los pies. Pronto noté que iba a acabar, pues ya me sabía de memoria sus reacciones y podía prever cuando explotaría en chorros de leche. Entonces con mucho dominio me giré y me puse en cuatro, como en las películas, abrí las piernas para que mi culo quedara bien expuesto y le dije: “tío quiero que me chupes mi huequito”.

Él no tardó ni un segundo en obedecer. Inmediatamente sentí su lengua posada sobre mi esfínter inundado mi raja de su saliva caliente. “Rózalo con tus dedos” fue la siguiente instrucción que le di y en seguida el obedeció. Sentí como la dureza de sus dedos se posaba en mi ojete y como su punta se incrustaba levemente. Entonces decidí moverme como lo había visto en las películas, con movimientos circulares de cadera, y en cada movimiento su dedo se fue insertando lentamente. Era muy placentero sentir como su dedo iba venciendo la resistencia natural de mi esfínter y se iba abriendo paso hacia el interior. Mi tío estaba desorbitado de placer. Mientras iba introduciendo su dedo, con la otra mano se masturbaba y ya su pene comenzaba a expedir gotas de semen. Entonces decidí que era hora de avanzar.

Me gire y me acosté sobre la cama, abrí la piernas y levante mis pies doblando hacia adelante mis muslos, quedando en una posición en la que por lo general mi tío me ponía para olerme el culo. Estando en esa posición le dije: “¡Rózame el culo con tu cabeza por favor!”. Su rostro fue de éxtasis puro. Su reacción fue inmediata. Se acercó y colocó su glande baboso justo sobre mi esfínter y yo, al sentir su punta apuntado hacia mi interior, comencé a mover mis caderas de forma circular.

Con cada círculo podía sentir a mi culo dilatarse, tal como cuando se está en el baño intentado evacuar y uno puede sentir como la caca sale ensanchando lentamente el agujero. Cuando se evacua, aquella sensación es una mezcla entre dolor y placer, y de la misma manera sentía yo mientras la cabeza de su pene se iba abriendo paso hacia mi interior. Comencé a sentir dolor, pero también estaba al borde de la excitación. Sabía que si quería avanzar en el mundo del sexo solo podía hacerlo a través de mi ano, de modo que aunque me dolía un poco estaba dispuesta a soportarlo. Así, decidida a entregarle mi esfínter, me sobrepuse a esa sensación inicialmente incomoda, respiré profundo y decidí abandonarme del tirón. Entonces su miembro se deslizó progresivamente y cuando recobré la respiración ya la mitad de su pene estaba insertado en mi recto. Me quedé quieta intentando acostumbrarme a aquella novedosa sensación, y al cabo de unos minutos volví a tomar aire y decidí terminar de insertar el resto de su longitud.

Así fue. El pene ingresó decidido hasta que mis nalgas sintieron la firmeza de sus muslos. Eso significaba que ya todo estaba adentro y yo estaba complemente enculada. Me dolió bastante, pero también lo disfrutaba. Mi tío intentó moverse y yo lo contuve. “Déjame ir a mi ritmo” le pedí. Al rato la sanción de dolor comenzó a desaparecer y me pude permitir ir haciendo lentos movimientos de mete y saca. Al cabo de unos minutos ya la sensación era bastante placentera para mí y debo confesaros que para mi tío debía haber sido el paraíso, porque su cara de placer y satisfacción era indescriptible. Tanto fue su placer que mientras yo aumentaba la frecuencia de mis movimientos, de pronto comencé a sentir que mi tío reventaba en espasmos súbitos y pude sentir como mi recto se inundaba de su semen caliente y abundante, quemándome por dentro.

Pensé que todo llegaría hasta allí, pues ya sabía yo que cada vez que mi tío me rociaba de leche, su pene se desinflaba y le tomaba algunos minutos volver a ponerse tieso para ir a por más. Pero para mi sorpresa, aquella primera vez con su pene metido dentro de mi culo, en ningún momento sentí que su miembro perdiera vigor, al contrario, lo sentí más hinchado y duro, y como ahora mi canal estaba lubricado con su leche, el movimiento de mete y saca se hizo menos doloroso y más fluido, así que de un momento a otro, mi tío que hasta ese instante se había mantenido casi inmóvil mientras yo dominada los movimientos a mi gusto, comenzó a meter y sacar su pene sin ninguna contemplación. Yo levante aún más mis piernas, con la intención de arquear un poco mi columna para que mi culo quedará en una posición más favorable a las embestidas de su miembro. Apoye mis pies sobre su pecho y agarré la almohada y me la llevé a la boca para morderla, porque el movimiento salvaje conque me estaba culeando me hacía emitir unos gemidos de perra enloquecida y comencé a temer que algún vecino me pudiese escuchar.

Luego de estarme enculando un buen rato ya mi esfínter no oponía ningún tipo de resistencia. Su pene entraba y salía completamente lubricado, como resbalando, de modo que mi tío me pidió que cambiáramos de posición. Me puso como una perrita, en cuatro patas y sin perder tiempo me lo metió. Yo disfruté mucho la sensación de que lo sacara y lo volviera a meter porque de esa manera podía sentir como su glande iba rozando todo mi interior. Así me dio un buen rato y de nuevo me cambió de posición. No recuerdo en que tantas posiciones me folló aquel día, solo recuerdo que al final me volvió a acostar, tomo mis piernas por mi tobillos, las abrió, dejó expuesto mi ojete y lo volvió a insertar y pasado unos minutos no aguantó más y se corrió volviendo a derramar su leche espesa en mi interior, permitiéndome sentir como el calor y la viscosidad inundaban mis entrañas. Luego de eso nos besamos un poco y al rato el salió de mi habitación y yo me quedé dormida.

Aquel fue el inicio de mi vida sexual. El culo me quedó adolorido por varios días y cada vez que estaba en el cole recordaba mi aventura porque al estar sentada sobre mi escritorio podía sentir un dolorcito en mi cola cada vez que me movía. Aquel dolor me recordaba mi aventura y me ponía más cachonda, deseando recuperarme pronto para pedirle a mi tío que lo repitiéramos.

Mi culo sanó a los días y pudimos seguir practicando nuestros divinos juegos sexuales. Así sucedió por varios años, de modo que, luego de tantas veces que mi tío me folló el culo, quedó profundamente grabado en mí el hecho de que el sexo anal fue y será uno de los mayores placeres que he podido experimentar.

Espero que os haya gustado mi relato. Os agradezco mucho vuestro comentarios y quiero dar las gracias a quienes me han escrito en las últimas semanas. Obviamente no puedo responderles a todos pero a aquellos que han compartido conmigo sus fantasías y sus fetiches debo deciros que lo he disfrutado mucho.

¿Qué os gustaría que os cuente en el siguiente relato?

Besos con lujuria,

Sajar.

(9,50)