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La amorosa hija (Parte 2)

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Como película repetida, a cada momento pasaban por la mente de Anne escenas de los tórridos encuentros de la incestuosa, pero ya irrenunciable relación con su propio padre en los lugares que los habían tenido, y ya en varias ocasiones.

Papi había sido un fogoso amante de su hija mayor. Todo había comenzado solo unos meses atrás, pero sentía como que habían pasado años siéndolo.

Anne era ya toda una apetecible señora madura, de muy buen ver, y si bien muchos perciben a un hombre mayor de 60 como sexualmente caduco, Tomás le había demostrado con hechos todo lo contrario.

Tomás era un verdadero toro, tanto por su tamaño como por la energía con que se tiraba a Anne tras varios años de inactividad sexual.

Anne le consentía hasta el mínimo detalle y no tardó mucho en darse cuenta lo que le urgía a papi, tras haber probado infinidad de remedios para eliminar su lastimoso estado de ánimo: una compañera y sexo, mucho sexo, la alternativa que siempre cura.

La justificación para ella misma fue que todo sucedió por compasión hacia su padre, claro, no sin antes provocarlo durante algunas semanas con su vestir y sus movimientos al andar o agacharse. Al viejón no le quedaba más remedio que observar los encantos que su hija le ofrecía “accidentalmente”, haciéndolo sentir con mucha frecuencia su pene endurecer.

Ella bien sabía que a su padre le vendría a las mil maravillas reactivar su vida sexual, pero le preocupaba que, dada su posición económica y edad, cayera en manos de alguna aprovechada de esas que abundan, aunque de vez en cuando se lo insinuaba. Le preocupaba que papi estuviera tan empolvado que no supiera ni que hacer, dado el momento.

Su relación con su esposo Raúl era normal, tras algo más de quince años de matrimonio. Llevaban una vida sexual normal y nunca le había habido infidelidad entre ellos, hasta que sucedió lo que tenía que suceder.

Para Anne era excitante notar que, especialmente en los últimos días, su padre presentaba erecciones muy evidentes y frecuentes cuando ella estaba con él. Durante las noches, Anne se masturbaba pensando en papi mientras se bañaba, acariciando la idea de ser su amante, pero no tenía idea de cómo dar el primer paso. Anne se portaba a veces como toda una zorra con él al curvearse de más, al agacharse frente a él, desbotonar un poco su blusa, incluso, andar sin sostén ni calzón.

En una ocasión, Tomás le pidió a Anne que le ayudara a encontrar unos lentes que estaba seguro se habían caído de su buró. Mientras papi estaba sentado sobre la cama, Anne se agachó para ver debajo de ésta, con la firme intención de dejar que papi viera el inicio de sus blancas nalgas. Tomás no se volteó para otro lado.

Unos días después, con el pretexto de buscar algo en el ático de la casa paterna, Anne subió la escalera de madera mientras su padre la esperaba al pie de la misma. Anne traía puestos unos pantalones cortos, algo ajustados y sin calzón. Cuando volteó para pedirle la linterna de mano, vio cómo su padre trataba inútilmente de acomodarse el bulto debajo del pantalón.

“¡Ay papi, pobre de ti!”, le dijo con voz de ternura Anne a don Tomás, ya, sin disimulo alguno de haber notado su engrandecido paquete.

Anne volteó de nuevo hacia enfrente y pensó si debería o no hacer lo que pensaba... después de todo, ocurriría tarde o temprano.

Total, pensó, desabrochando su pantalón lo bajó de un rápido movimiento, y curveándose hacia atrás, mostro a su padre sus blancas y hermosas nalgas ante la atónita e incrédula mirada de Tomás, reactivando instantáneamente su casi total erección. Su corazón latía apresuradamente por el atrevimiento hacia papi.

Se subió el pantalón y bajó de la escalera. Se sentaron en el sofá de la estancia y le dio un beso en la mejilla al sonrojado señorón. “¿Te tendré que buscar una novia, papi?”, preguntó con sugestiva voz, ya decidida a convertirse en amante de su padre si fuera necesario, ahí mismo. Saber y poder ver lo que su padre sentía la excitaba a ella también, y mucho

“¿O te gustaría que fuera... yo?”

“¡Ay hija!, ¿Cómo se te ocurre eso, por Dios?”. “Son cosas que van y vienen”, contestó Tomás “pero es algo con lo que tengo que vivir, y no, no pienso de momento ponerme de novio a estas alturas del partido. Tienes unas nalgas muy lindas, a propósito, como las de tu mamá. ¿Por qué hiciste eso?”

Anne pensó un momento si había cometido un gravísimo error.

“Lo hice para que te relajes un poco, papi”, contestó Anne.

“¿Te gustaría que yo fuera tu novia?”, insistió, con sensual entonación. Tomás continuó en silencio.

“Una novia te rescataría de ese estado en que te encuentras”, le aseguró, besándolo de nuevo en la mejilla y colocando su brazo alrededor de su nuca, “Sería una pena desperdiciar semejante hombre en el olvido. Tú dime como te puedo ayudar.

A propósito, te me acabo de declarar”, dijo

Anne comenzó a sentir preocupación por su inmoral atrevimiento. Algo temerosa y dudando de la respuesta de su padre, decidió proseguir.

“Estela y yo estamos preocupadas porque te vemos muy apagado”, continuó Anne. “Me llama todos los días para saber cómo estás”, agregó.

Tomás, nublado por el deseo, no sabía que contestar mientras Anne le daba un tercer beso en la mejilla y sobaba su espalda, como si fuera un bebé con gases.

“¿Quieres ser mi novio?”, insistió Anne, “¿o quizá nomas… mi amante?”

Los dolores testiculares y del abdomen bajo después de estar con su hija habían sido frecuentes. Se masturbó algunas veces pensando en ella, imaginando haciéndole el amor. Su urgencia y deseo por Anne eran tales que no le importaba cualquier consecuencia si ella fuera su amante. La tenía en su mano; ella se lo estaba pidiendo.

Ante las provocaciones de la mujer y su explosiva condición, se estaba formando la tormenta perfecta: el no aguantaba más y ella estaba con toda la disposición al sentirse segura que su propio padre la deseaba.

Tomás continuó sin decir una palabra.

“Si no me quieres decir, tendré que deducir que… si te gustaría”, dijo melosamente Anne, apartándose un poco.

Anne desbotonó su blusa. Volteó hacia su padre, dejándolo contemplar sus hermosos, ligeramente caídos senos. Sus pezones estaban erguidos. Dejó pasar un momento para que Tomás se deleitara mirándolos, asegurándole con eso que por ella no había problema alguno.

Luego, con ambas manos, Anne bajó la bragueta de Tomás sacó el moreno pene de del holgado y viejo pantalón de mezclilla, besando su mejilla mientras lo hacía, rozándola con la lengua, tranquilizándolo. Comenzó a acariciarlo y sentir su sólido contorno. Lo miró con una bella y a la vez erótica sonrisa y comenzó a masturbarlo lentamente, con firme y suave movimiento hacia arriba y abajo, viendo escurrir su lubricante natural en exceso. “¡Papi, que grande la tienes!”, dijo sorprendida. “¡No pensé que la tuvieras más grande que Raúl!”, agregó.

La expresión de Tomás comenzó a cambiar. Volteó hacia Anne, quien suavemente le plantó un beso en la boca. Se separaron, pero papi tomó su cabeza por ambos lados y la volvió a besar, con toda la pasión reprimida que llevaba dentro. Anne respondió de igual manera.

Aunque Anne esperaba que papi se abalanzara sobre ella y quisiera desnudarla y sentir en sus dedos su húmeda vulva, él se mantuvo ajeno a cualquier intento. Dejo que fuera ella quién tomara toda iniciativa.

Cuando separaron sus labios, Anne besó el gigantesco glande de Tomás, y lo arropó con su boca brevemente.

Lo miró desde abajo a la cara con expresión de lujuria, mientras seguía masturbándolo, subiendo el ritmo.

“¡Siéntate en mí, hija!”, imploró Tomás.

Anne se incorporó y mordisqueó su oreja, metiendo su lengua en el oído de papi.

“No estoy lista para eso, novio”, le dijo murmurando al oído. “Goza lo que te hago y no exijas”, agregó

Al sentir el cosquilleo y la respiración de Anne en su oído, Tomás echó su cabeza hacia atrás en el respaldo, sin poder ya contenerse gimiendo escandalosamente. Anne comenzó a masturbar a papi con ambas manos, acallando sus gemidos con su boca, entrelazando sus lenguas, al tiempo que Tomás comenzó a liberar con singular energía su abundante carga en las manos de su bella hija, quien no cesaba su suave movimiento, haciendo que su semen saliera como una gran fuga fuera de control mientras se deleitaba viéndolo casi contorsionarse con pícara mirada, volteando constantemente a la puerta de entrada, como temiendo que alguien llegara y los sorprendiera.

Cuando finalmente Anne sintió que el pene de papi cesó de palpitar, exprimió su blanca carga lo mejor que pudo.

“Hagamos el recuento de daños”, dijo Anne. Tomás se puso en sus manos, como un bebé que se había hecho en los pañales.

Anne se puso de pie, fue al baño, y tomó un rollo de papel sanitario. Se sentó de nuevo junto a Tomás y comenzó a limpiar la zona de desastre, mientras él seguía con la respiración algo agitada, sorprendido de su hazaña.

“¡Ah, hijita…!” por fin habló. “¡Gracias!”.

Cuando terminó de limpiar, Anne le dijo sensualmente, “novio, si quieres te puedo hacer esto cada vez que lo ocupes. ¡Que linda verga tienes!”, reiteró.

“A partir de hoy te recuperas porque… te recuperas”, continuó Anne.

Tomás se incorporó un poco. Anne limpió sus manos y las manchas de semen en el asiento.

“Nada me dará más gusto”, contestó Tomás con voz distinta, relajada, a la sugerencia de su hija.

“¿Qué tal mañana?”, propuso él.

“Mañana nos vamos a Guadalajara a visitar a mi suegrita, ¿te acuerdas?”, dijo Anne. “Pero te doy cinco días para reponerte”, agregó con sensual tono. “Yo me haré cargo de ti y tus urgencias”.

Como por arte de magia, Tomás dejó a un lado el estado de ánimo que lo había caracterizado por meses. Se notaba en su cara y hasta en su tono de voz. También en Anne se notaba otro estado de ánimo, como quien hace una buena obra. Se puso de pie sin esfuerzo alguno a pesar del vencido asiento. Se abrazaron y se dieron un breve beso más en la boca de despedida.

**************************

Mientras manejaba a casa de su padre aquella otoñal y fresca mañana al regresar del viaje, Anne sintió su vagina humedecerse. Estaba excitada y algo desubicada. Se preguntaba que seguiría con su nuevo novio. Ni siquiera lo llamó por teléfono como acostumbraba. Era sábado. Su marido e hijos no se levantarían temprano ni les extrañaría que mamá no estuviera en casa, ya que era su costumbre visitar a papi temprano todos los días, excepto los domingos cuando él iba a su casa. Se había puesto un atuendo deportivo azul, algo holgado.

Soy la amante de papi, pensaba una y otra vez.

Don Tomás sabía que su hija llegaría en cualquier momento. Ambos eran madrugadores. Tomás se llenó de emoción y deseo al ver la mini-van de su hija estacionarse frente a su casa, por la ventana de su estudio. La vio bajarse y escuchó la puerta abrirse y el habitual “buenos días, papi”.

Cuando Anne entró al cuarto, Tomás se encontraba en su escritorio, dándole la espalda. “Hola guapo”, escuchó don Tomás la voz de su bella hija con sensual entonación. El siguió en silencio y de espaldas, como ignorándola o esperando para darle una sorpresa. Anne sabía que seguía un momento muy, muy especial, sin mucho preámbulo ni bienvenida, aunque también temía que papi la hubiera pensado bien y reprobara lo que ocurrió días atrás, sintiéndose algo temerosa y desconcertada por su silencio.

Cuando Anne comenzó a caminar hacia él, don Tomás giró su silla y la saludó con su enorme pene de fuera, erecto al máximo y en la mano, dejándola ver como se erguía aquel obscuro tronco de su velludo estómago.

Anne se detuvo y retrocedió, tal vez sorprendida o quizá solo para observar la belleza de la masculinidad de su propio padre, pero si él estaba en plan de ataque, ella respondería en consecuencia.

Iba preparada: no llevaba ropa interior.

De un rápido movimiento, Anne se desprendió de la sudadera, quedando desnuda de la cintura para arriba. Don Tomás quedó perplejo al observar los bellos y blancos senos de su hija mayor de nuevo, completamente al natural esta vez. Se puso de pie. Su tremenda erección atrajo la mirada de Anne, quien sin perder de vista lo que le esperaba, se quitó los tenis y el pantalón, quedando al final completamente desnuda, por primera vez, frente a don Tomás, haciéndolo saborear aquel bello cuerpo sin importarle que fuera su propia hija mayor. Se deshizo de la bermuda, quedando solo con la camisa abierta.

“¿Te gusta lo que ves, papacito? ¿Te gusto así, casi cuarentona y algo gordis?”, preguntó Anne con sensual voz, mostrando su muy escaso y claro vello púbico, girando para que papi la conociera por completo al natural.

“¿Aguantará tu silla, papi?”, preguntó melosamente Anne, y caminó lentamente hacia su padre, empujándolo suavemente haciéndolo sentarse de nuevo, y montándose en sus muslos lo besó en la boca, metiéndole la lengua para eliminar cualquier espera y el correspondió con sobrada pasión.

Se abrazaron mientras ella abría los muslos de su padre con el suave movimiento de sus nalgas. “Mmmm… “, gimió suavemente Anna, “siénteme papi. Ahora si vengo dispuesta a que me hagas toda tuya”, le dijo al oído mientras mordisqueaba su oreja, metiendo en la su lengua. Sabía que a Tomás le había encantado que le hiciera eso. “¡Cógeme como loco, me muero porque me cojas novio!”

Don Tomás recorría con sus ásperas y enormes manos el suave y terso cuerpo de su hija, besando y lamiendo sus erectos pezones.

Anne levantó la cabeza de papi y lo besó de nuevo.

“Quédate quietecito”, le ordenó, el momento en que comenzó a deslizarse hacia abajo, quedando de rodillas frente al desafiante miembro de Tomás.

Anne acercó su cabeza y besó el erecto tronco, lamiéndolo por debajo, avanzando poco a poco hasta tomarlo por completo en su boca. Tomás estaba extasiado, incrédulo. No sabía si aquello era un sueño erótico de los tantos que había tenido, al sentir lo que su hermosa hija hacía. Anne se sentó sobre sus muslos en el tapete y se trajo a Tomás tras ella al no soltar por un segundo aquel salado y gigantesco deleite. “¡Mmmmh...! ¡Que rico, papi!”

“¿Vas a aguantar más esta vez, novio?”, preguntó Anne, al incorporarse y montarse de nuevo en los grandes muslos de Tomás, después de deleitarlo con su boca algunos minutos.

Cruzó sus brazos alrededor de la cabeza de Tomás y unió de nuevo su boca a la de su padre, sin importarle que sentiría o pensaría al besarlo después de habérsela mamado, mientras entre sus nalgas atrapaba las 8 pulgadas de palpitante carne, deseosa de que la penetrara. Tomás puso sus gigantescas manos sobre las caderas de Anne, mientras ella se levantaba un poco. Con sus manos, Anne guio la babeante erección de papi e introdujo su glande en su vagina. La lubricación de ambos era excesiva. Fue para los dos como una descarga eléctrica.

Al sentir Tomás haberla penetrado, tiró de las caderas de Anne, ensartándola por completo, hasta el fondo, arrancándole un escandaloso gemido del tremendo placer: tenía a su padre donde desde hace meses lo quería. Ya era suya. Se había consumado el acto. “¡Ooohhh amoooor… estás dentro de mí por fin!”, gimió ella.

Anne comenzó a frotar con energía su cadera contra la de su padre, sin permitir que saliera un milímetro de su vagina. Los gemidos de ambos se podían escuchar por toda la casa sin recato ni precaución alguna.

Anne comenzó a gemir aceleradamente, experimentando en unos segundos más el primer orgasmo provocado por el pene de su nuevo novio, el primero de muchos, seguramente.

“¡Ohh… ahhh… ahhh!”, jadeaba Anne, “¡no tenemos ni la semana de novios y ve como me tienes, papacito!”

Lentamente, Anne comenzó a levantarse ante la incógnita de Tomás, mientras él observaba como los jugos de su bella hija habían impregnado su vigoroso tronco.

Se dio la vuelta y puso sus bellas nalgas frente a él, abriéndolas con ambas manos.

“¿Te has tirado a alguna mujer por detrás, papi?, ¿por el culo?”, preguntó sensualmente, sin saber ni importarle cuál sería su respuesta, segura de que a su padre le encantaría penetrarla por ahí. “¿Nunca lo hiciste con mami?”, agregó, queriendo ignorar el desconcierto de su padre.

“No hija. Esta será mi primera vez, si es que me lo estás ofreciendo”, contestó pausadamente Tomás, excitado como un adolescente que le había perdido el temor a la primera vez.

“¡Mmmmh! Lo supuse”, dijo Anne.

Tomás no podía dejar de observar el rosado culo de Anne, ansiando envolver su pene con él.

Aunque sabía que estaba bien lubricada y lista para recibir el pene de papi en su trasero, Anne se arrodilló y lo arropó con su boca, ensalivándolo lo más que pudo. Cuando se separó, Tomás vio su pene impregnado aún más con la saliva de su hija. “Yo creo que es suficiente”, comentó.

Anne comenzó a sentarse en los muslos de su padre, frotando entre sus nalgas su babeante y duro tronco. Don Tomás tomó de nuevo las caderas de Anne con sus manazas y la levantó un poco. Cuando sintió tenerla encañonada, y con suavidad, empezó a penetrar con bastante facilidad su ya bien lubricado ano, lentamente, con cuidado de no lastimarla, haciéndola gemir y exigirle que no se detuviera. Don Tomás quedó inmóvil al tener a su hija completamente penetrada, sintiendo su intestino amoldarse a la perfección al contorno de su grueso y largo pene, como guante a la medida.

“¡Aw, papi…si siento como me estiraste más que al metérmela!… ¡y como me llenas más ya dentro de mi…! ¡La tienes bien gorda, novio!”

Tomás afianzó a Anne cruzando sus velludos brazos sobre su estómago, atrapada contra sí mismo. Ella puso ambos talones sobre las rodillas de papi, facilitándole la entrega de cada milímetro de carne.

“¡Ahhh… como soñé con este momento! ¡Era mi mayor fantasía Anne!”, dijo Tomás con jadeante voz. “Haz lo tuyo, novia. Sácame toda lo que puedas, princesita”, comandó el viejón.

Mientras Tomás besaba la nuca de su hija y acariciaba sus senos, Anne se movía hacia arriba y abajo y en forma circular, haciendo que Tomás sintiera la familiar sensación de la inminente vaciada por vez primera dentro de ella.

Solo se escucharon los gemidos de papi, al comenzar a verter su vital líquido en el culo de Anne, quien no dejó de moverse hasta que dejó de sentir el corazón de papi en las paredes de su intestino grueso.

Anne se recargó por completo sobre su gigantesco y velludo pecho, mientras él metía su grueso dedo en la babeante y caliente vagina, llegando a sentir su propio pene aún insertado en ella.

Se quedaron en silencio durante varios minutos, exhaustos.

Anne se incorporó al sentir que el pene de papi comenzaba a encogerse, apretando su esfínter para retener su semen dentro de ella. Aun así, al separarse, le salió un pequeño chorro de la blanca, cayendo sobre el muslo de Tomás.

“¡Ups!, perdón”, dijo riéndose.

“Me llenaste hasta el tope”, dijo ella. “Eres un toro. Nunca me habían llenado así”, agregó. “Siento como se me revolotea todo por dentro”.

“¿Lo haces mucho por detrás?”, preguntó intrigado Tomás.

Anne quedó en silencio unos segundos, sonriendo

“Si, algo. A Raúl le gusta mucho”, contestó, “pero es algo muy personal, viejito intruso”.

“No lo culpo”, replicó Tomás.

“Pero… ¿Cómo es que les dio por ahí, novia?”, insistió, “no es muy común que digamos”.

“Novio”, contestó Anne, “¿Cómo crees que salvamos la honra de mi otro noviazgo?”

“¡Noooo!", replicó Tomás, con incrédula voz.

“Si mi amor. Comencé a coger con tu yerno al mes de novios. Casi todas las noches me la metía por atrás, aquí, en esta misma casa, cuando tú, mami y Estela estaban ya dormidos”.

“Y es más común de lo que te imaginas. Si mami y tú no lo hacían, ustedes eran los raros”, continuó.

“¡Cochina tramposa!”, replicó Tomás, riéndose de la confesión de Anne.

“Y pues nos gustó a los dos y así seguimos y evitamos embarazos- Si nos asustamos una vez que se vino en mi vagina, como a los tres meses de novios. Raúl estaba preparado para hablar con ustedes, pero me bajó”, relató Anne ante la sorprendida mirada de su padre.

“Imagínate papi”, continuó, “¿aguantar cinco años de novia nomás de manita sudada y besitos en el cachete y ser como Estela?”.

“Con tu permiso, voy al baño. Ya me tengo que ir”, dijo Anne, mientras Tomás observaba como sus nalgas habían quedado un poco manchadas con su semen mientras recogía su ropa y caminar hacia el baño.

Contento y relajado por la hazaña que no creía posible, se limpió y se vistió. Estaba feliz de tener al fin una amante, aunque fuera su hija.

Había pasado más tiempo de la habitual visita diaria a papi. Anne salió vestida del baño. Tomás la acompañó a la entrada. Antes de abrir la puerta, se besaron apasionadamente.

“Hasta la próxima, guapachón”, dijo, al sobar su flácido pene sobre la bermuda.

“¡Ah! Y quiero que te dejes la barba”, dijo Anne. “Me encantan los machos barbudos y como sales en algunas fotos viejas. Yo te la mantendré bien cortadita”.

Tomás se sentó de nuevo frente a su escritorio. Se estiró. Sintió como una corriente de nueva vida circular por sus venas.

Por primera vez en 5 años, se puso su conjunto deportivo y salió a caminar.

CONTINUARÁ

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