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Berta, cenicienta de aldea

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Invierno de 1955.

Berta vivía en una vieja casa en medio del monte, en las afueras de una aldea. Se criara cuidando animales y trabajando la tierra. No fuera a la escuela. No sabía leer ni escribir. Su padre no la dejaba hablar ni con personas de su mismo sexo ni del otro. La sobreprotegía. Su único amigo era Chino, un perro pequeño que tenía 10 años, y que era de raza desconocida.

Su madre, Carmen, había muerto cuando era una niña.

Su padre, Amador, un hombre, moreno, rudo, cuando Berta tenía 17 años, había heredado de un tío indiano. Comprara tierras y más tierras. Se hizo construir un pazo y, como casi toda la aldea era de él, aldeanos de otras aldeas venían a trabajar de jornaleros en sus tierras. De muerto de hambre se había vuelto terrateniente. Amador tenía 39 años y era muy corpulento. Se desahogaba yendo a putas, y en una de esas casas de putas conoció a Yolanda, una rubia teñida, de ojos marrones, alta y voluptuosa, a la que le contó su vida, y ella a él la suya. Le contó que era viuda, que tenía una hija y dos hijos, y que para que no pasaran hambre llevaba más de 20 años prostituyéndose. El muy imbécil se enamoró de ella, sin saber que la hija y los hijos los tuviera mientras trabajaba de puta y que las palabras de amor con las que lo halagaba no eran más que por interés. El caso es que se casó con ella y Yolanda, su hija y sus hijos se fueron a vivir al pazo.

Dos días más tarde, Amador, moría de un ataque al corazón, cosa rara, ya que nunca tuviera problemas cardíacos.

Berta, que ya era una muchacha de 19 años, 1,70 de estatura, pelirroja, pecosa, de ojos verdes, delgada, con pequeñas tetas, fina cintura, anchas caderas y un buen culo, se había convertido en heredera de una inmensa fortuna, de la que no podía tomar posesión hasta los 21 años. Su madrastra iba a ser quien cortase el bacalao.

En el salón, en una reunión familiar, donde Berta no estaba, y con el cadáver de Amador aún caliente, le decía Yolanda a su hija Alba y a sus hijos Jacobo y Leandro:

-Uno de vosotros tiene que enamorar a esa ignorante. Eso facilitaría las cosas.

Leandro, que era moreno, de 26 años, alto, fuerte, y el hijo puta más retorcido sobre la faz de la tierra, le dio otra idea a su madre.

-¿Y si la seduce Alba? Después la podríamos putear, follar, y dentro de un tiempo, con ese veneno tuyo que no deja rastro, le das pasaporte.

Joaquín, su hermano, un joven de 24 años, moreno, de ojos castaños, espigado y bien parecido, le dijo a su madre:

-¿Y no sería mejor despacharla ya?

Yolanda sabía bien lo que estaba haciendo.

-No, sería mucho ataque al corazón junto. Éntrale esta noche, Alba.

Esa noche, llovía y tronaba una barbaridad. A Berta le dolía la cabeza, y con los ruidos de los truenos no conciliaba el sueño. Fue a buscar una aspirina a la cocina, y lo que se encontró la dejo a cuadros. Yolanda y sus hijos estaban desnudos. Ella echada sobre la mesa de la cocina, estaba untada con aceite. Jacinto le comía la boca y Leandro el coño. El resplandor de un rayo iluminó la cocina. Berta, se asustó. Se dio la vuelta y se fue a su habitación. Se metió en cama, donde la esperaba Chino. La jaqueca le pasara, pero en su cabeza surgieron muchas preguntas.

-¿Será curandero Leandro? Veterinario no es. Los veterinarios no trabajan desnudos. ¿Por qué tenía el carallo derecho? ¿Qué enfermedad hace quejarse tanto a una mujer? La gripe, no. ¿Por qué Jacinto le metía la lengua en la boca? ¿Por qué le daban friegas de aceite? ¿Por qué tengo el coño mojado? Me contagiaron. ¡A ver si va a ser grave! -se le encendió la luz- ¡¡Date!!! Ella está salida e Iban a joder. Chino cuando una perra anda salida, le lame el coño y después la clava. Por eso tenía el carallo derecho. Y Jacinto, Jacinto estaba haciendo cola, y la lengua... ¿Por qué se me abre y se me cierra el coño? ¿Y por qué estoy tan caliente? Es fiebre. Me contagiaron. ¡Me va a dar algo! ¡Que hormigueo...!

Berta tenía el coño empapado. Sin querer se tocó el clítoris erecto por encima de las bragas. Le gustó y se siguió tocando.

Alba, una joven de 20 años, de estatura mediana, morena, con buenas tetas y un tremendo culo, entró en la habitación de Berta vestida con un camisón blanco y largo, y le preguntó:

-¿Puedo dormir contigo?

-¿Qué le pasa a tu cama?

-Le tengo miedo a los truenos. Mi madre no está...

-Está, está. Está en la cocina jodiendo con tus hermanos.

-¡Qué vergüenza! Me dan asco. ¿Puedo dormir contigo?

Berta, le respondió:

-Puedes dormir, pero las manos quietas que después van al pan. Y cierra la puerta que se va el calor.

Alba, después de cerrar la puerta, se metió en cama. Chino se metió debajo de la cama. Alba sintió como Berta se tocaba.

-¡¿Te estás haciendo un dedo, Berta?!

-No, me estoy tocando en un sitio que me da gusto.

-Eso se llama hacer un dedo.

-¿Cuándo descubriste tú que da gusto?

-Hace mucho. ¿Cuánto tiempo tardas en llegar al orgasmo?

-Nunca fui. Ni siquiera me acerqué a la aldea. ¿Dónde queda eso?

-¿Eres una ingenua o me estás vacilando?

Berta se revolvió como una serpiente.

-¡Vas a salir de mi cama cagando hostias!

-¿He dicho algo qué te ofendiera?

-Me llamaste Ingenua sabiendo que me llamo Berta y...

-Perdón. Ya veo que no tienes muchas luces. ¡Uy, perdón de nuevo!

- ¿Perdón, por qué? ¡Tú eres más rara que cagar de noche! Claro que no tengo luces, ni muchas ni pocas, las luces las dan las bombillas.

Alba, viendo que Berta andaba a lo suyo, comenzó a entrarle más directamente.

-¿Nunca echaste una cana al aire?

-Una vez. La trajo papá a casa el día de la fiesta y casi me lleva una mano por no soltarla a tiempo.

-No estaba hablando de bombas. Estaba hablando de joder, de chingar, de mojar, de hacer el amor.

-A ver, joder, no, chingar, sí, tú ponme un litro de vino delante y verás si lo chingo o no, y mojar. ¿Acaso tú no te lavas? Lo de hacer el amor... La verdad, siempre creí que el amor venía hecho.

Se sintió el ruido de un trueno. Alba se abrazó a Berta, que al sentir sus tetas sobre las suyas, le dijo:

-Tienes las tetas blanditas.

Alba se separó de Berta.

-¿Quieres tocarlas?

Berta le exprimió las tetas.

-Da gusto tocarlas. Otra vez el culo me anda para dentro y para fuera.

Alba sabía que ya la tenía.

-Si quieres puedes chuparlas.

-¿Dan leche?

-¿La dan las tuyas?

-No, pero las mías no son grandes como ubres de vaca.

Berta le dio un beso.

-¡¡Quieeeeta parada!!

-¿No te gustó?

-Gustó.

-¿Entonces por qué me mandas parar?

-Porque hiciste latir mi coño y ya lo tengo bastante mojado como para seguir mojándolo más.

-¿Quieres que te haga sentir un placer de miedo?

A Berta le picó la curiosidad y otra cosa.

-¿Cómo harías eso?

-Visitando mi lengua tu coño, y con...

-Vale, te dejo.

-Y con una tijera...

-Ya te dije que te dejaba. Con amenazas no vas a ninguna parte.

-La tijera...

-¡Otra vez amenazando! Que te dejo, cona, que te dejo, y mira, cabra de cuidad, si un día quieres amenazar a alguien, no vayas con la tijera, amenaza con el cuchillo de matar los cerdos, esa sí que es una amenaza.

A Alba le dio la risa.

-Las tijeras se hacen cruzando las piernas y frotando coño contra coño.

-Parece ser que tengo mucho que aprender.

-Sí que tienes, sí.

-¿Cómo ibas a empezar a darme gusto?

-Cierra los ojos y lo sabrás.

-Como me robes algo te descalabro.

-No callas ni debajo del agua, bonita.

-Callo, callo, si no callo me pego un atracón de agua, y si aún fuera vino...

Alba, besó a Berta en ambos lados del cuello. Metió su mano dentro de las bragas y el clítoris de Berta pasó a ser acariciado por dos dedos de Alba después de haber sido mojados en flujo vaginal. Alba, acariciando con su mano derecha la cara de Berta, buscó sus labios con los suyos. Los encontró. Los besó sin lengua y después con ella. Berta, al sentir la lengua de Alba acariciar la suya ya se entregó totalmente. Berta le quitó el camisón y las bragas. Se echó encima de ella. Acarició su cabello. La miró a los ojos con cariño. Le sonrió y la volvió a besar. Después le puso las tetas en la boca. Berta chupó una y después la otra. Acto seguido, Alba, lamió, chupó, y magreó las tetas de Berta, que comenzó a gemir. Bajó besando su vientre y su ombligo hasta llegar al coño. Lamió los empapados labios del coño. Berta hizo un arco con su cuerpo. Alba sabía que si le trabajaba bien el clítoris se correría, y se lo trabajó. Hizo círculos con la punta de la lengua sobre él. Luego lamió con rapidez de abajo arriba, y Berta exclamó:

-¡Hostia en Dios, que gusto! ¡¡Me voy a marear!! Me mareo. ¡¡¡¡Aaaaah!!!

Al acabar de correrse, le dijo Berta a Alba.

-¿Qué me hiciste, Alba?

-Te comí el coño. Lo vamos a mantener en secreto. ¿Te parece bien?

-Es que si lo cuentas te mazo a palos.

-¿Quieres aprender a hacer un dedo como es debido??

-¿Voy a sentir el mismo gusto que con tu lengua?

-Más o menos.

-Mejor que sea más.

-Mete un dedo en el coño.

Berta metió el dedo. Le entró apretado. Aunque no rompió el himen, ya lo habría roto con algún esfuerzo.

Alba siguió con la lección.

-Cierra los ojos y piensa en alguien que te guste.

-Chino me gusta.

-En un perro no, mujer. En un hombre. Piensa que el dedo es su picha e imagina que te hace todo lo que tú deseas, o piensa en una mujer. El caso es que te pierdas entre tus fantasías...

Tres pajas y tres orgasmos después de Berta meter y sacar dedo, de frotar el clítoris, y de frotar y meter y sacar dedo al mismo tiempo. Alba volvió a su habitación con un problema con el que no contara, se había enamorado de Berta.

A la mañana siguiente, Berta, tenía unas ojeras que le llegaban a los pies. Yolanda, desayunando con Berta con Alba y con sus hijos, le preguntó:

-¿Qué estuviste haciendo esta noche para tener esas ojeras?

Berta la noche anterior aprendiera hasta a mentir.

-Los truenos no me dejaron dormir.

-En algo pasarías el tiempo. ¿Te estuviste rascando el coño?

-Sí, me entró en el coño una de las pulgas que tiene Chino. ¿Contenta?

Yolanda encontró desconocida a Berta.

-¡Qué espabilada se levantó la mosquita muerta!

Leandro, le preguntó a su hermana:

-¿Estuviste en la habitación de Berta, Alba?

-Pues sí, pero me mandó a hacer puñetas.

-La calentaste. Es una pajillera.

Pensando que la insultaba por haberse criado entre pajas, le dijo:

-Y tú un perro, un perro que lame coños.

Yolanda, se mosqueó.

-Mira doña putita. Nos estuvo espiando.

-Puta, tú. Te gusta que te coman el coño. ¡Hay que ser puta, pero bien puta, para joder con los hijos!

A una puta si hay algo que le dé por culo es que le llamen puta. Berta, la había armado.

-¡Un mes castigada a hacer las tareas de la casa! Vas a cocinar, lavar, fregar, planchar...

Berta no estaba preocupada.

-No se me van a caer los anillos, pero ahí queda eso.

-¿Qué queda?

-Qué eres una puta.

-¡Un año castigada!

-Mejor dos. Después ya hablaremos.

-¿Ya aprendiste a contar, analfabeta?

-Sé contar hasta diez, y es lo que voy a contar cuando cumpla los 21 años, después de diez ya estáis en la calle.

-No añadiste, puta.

-No hacía falta, ya lo tienes amisilado.

-Querrás decir asimilado.

-Me alegra que me lo confirmes.

Berta pasó de ser la heredera a ser la sirvienta.

Por la noche...

Jacinto, entró en la habitación de Berta, que ahora estaba en la parte del servicio, servicio que nunca tuvieran, y se encontró a Berta en plena paja. Tenía a Chino en la cama. En aquel momento el perro se rascaba las pulgas de una oreja con una pata.

-¿Qué haces, Cenicienta?

Berta, paró de pajearse, y le respondió:

-¡¿Qué haces tú aquí, hijo puta?!

-¿Te estabas pajeando, Cenicienta?

-¡Morriñenta, tu puta madre!

-Cenicienta es un cuento.

-Claro que es un cuento. Yo me lavo. No ando llena de ceniza.

-No mujer, un cuento en el que hay una madrastra mala en la que Cenicienta, la protagonista, las pasa putas con ella y con y sus hermanastras.

-Se parece a lo que me pasa a mí con una puta, y dos demonios. ¿Y cómo acaba? ¿Acaba contigo en mi habitación?

Jacinto, que era maricón le dijo:

-El cuento es muy largo. A Cenicienta le come el culo el lobo Jacinto.

-¿Y qué más, cara de repollo?

Jacinto quiso mandar el plan de la madre a la mierda.

-¡Al carallo! Me mandó venir mi madre para que te violase.

-¿Qué es violar?

-Joder a la fuerza, y yo no te voy a hacer nada. Soy de la acera de enfrente.

-¿Dónde queda esa acera?

-¡Qué soy maricón! ¿Sabes qué es un maricón?

-No. ¿Qué es?

-Un maricón es un hombre al que le gustan otros hombres.

-Ya sé dónde queda la acera de enfrente.

-¿Y dónde queda?

-Lejos, muy, muy lejos.

Jacinto tenía una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Cómo de lejos?

-En el culo del mundo.

-¡Joder cómo está el patio! ¿Hablamos?

-¿Para qué? El patio está mojado.

-Hablemos de otra cosa.

-¿Tu madre es bruja?

-A veces lo parece. Según ella, si te como la almendra y te jodo bien jodida, te va a gustar.

-¿La almendra es el coño?

-Sí.

-Ya no tengo dudas, es bruja.

-¿Seguimos hablando o me voy?

-Tengo que joder a tu madre.

-¿Cómo quieres hacerlo?

-¿No te dijo que me jodieras a la fuerza?

-Sí.

-Pues me dejo y ya no me jodes a la fuerza. ¡Qué tome por culo!

Jacinto comenzó a acojonarse.

-Te tengo que avisar que en nada llega mi hermano.

-Que venga. Donde come uno comen dos. También me dejo con él.

Jacinto se desnudó y se metió en cama con Berta. Chino se metió debajo de la cama. Jacinto quiso besar a Berta. La joven le hizo la cobra. Respiró aliviado, y le dijo:

-¿Por qué no esperamos un ratito por mi hermano?

Berta se dio la vuelta, se levantó el camisón, y le dijo:

-¿No te gustan los culos? Quítame las bragas y cómemelo.

Jacinto, le quitó las bragas. Le besó cada centímetro de sus blancas y duras nalgas. Las acarició. Las abrió con las dos manos y pasó la lengua por el periné y el ojete.

A Berta te gustó tanto, que le dijo:

-Creo que también soy maricona.

Cuando le metió la punta de la lengua en el ojete, Berta le dijo:

-¡Ahí, ahí, mete y saca, mete y saca! ¡¡Meeete!!

Berta metió dos dedos en el coño. Al rato comenzó a gemir, Jacinto le dijo:

-Dame tu orgasmo, heredera.

-Me lo pensaré cuando herede.

-Quiero decir que te corras para mí.

-¿Hacia dónde?

-Es igual.

-¿Qué es igual?

-Nada.

-Nadar vas a nadar tú.

Poco después, Berta exclamó:

-¡¡¡Naaaada!!!

Berta se corrió, entre gemidos y convulsiones.

Jacinto, quería culo. Cuando Berta acabó de correrse, le preguntó:

-¿Te dieron alguna vez por culo?

-Tu madre me da todos los días.

-A ver cómo te lo digo. ¿Tienes el culo virgen?

-Nadie tiene el culo virgen. La gente tiene que cagar. ¿No me ibas a joder?

-Quería joderte el culo.

-¡¿Y el coño?!

En la puerta de la habitación apareció Leandro, que le dijo:

-El coño te lo follo yo.

-Pues ven, ven. Total, jodida ya estoy.

Leandro se desnudó y fue a la cama, Jacinto le dijo:

-Ya era hora, cabrón.

-No sentí que te dieran arcadas.

-¡A lo tuyo, hijo puta!

-Así me gusta, que amisiléis las cosas. Hijos de puta, hijos de la gran puta.

Jacinto, mirando para la polla de su hermano, le preguntó:

-¿Qué le pasa a esta?

-Es algo corta.

Berta le miro para la polla a los dos, y dijo:

-Y la de tu hermano también. Chino la tiene casi tan larga.

Leandro le dijo a su hermano:

-Sí, que es corta, sí.

Berta, a lo suyo.

-Tranquilos, a mí me llegan.

Los hermanos se decidieron ir al tema y olvidarse de aquella conversación de sordos.

Le dieron la vuelta y le quitaron el camisón. Uno le chupó una teta y le acarició el clítoris y el otro la otra teta y el ojete. Leandro la besó con lengua. Luego, bajó y le comió el coño. Jacinto le devoró las tetas, que las tenía duras como piedras... A los diez o quince minutos le volvieron a dar la vuelta. Jacinto le abrió las nalgas y le folló el culo con la punta de la lengua, después se lo folló con un dedo, con dos y con tres. Leandro le lamió la espalda y le magreó las tetas. Al rato, Jacinto, que tenía una polla pequeña y delgada, se la fue metiendo en el culo. Estaba tan excitada que disfrutó de cada centímetro de polla que fue entrando en su culo. Al tenerla dentro. Jacinto, le dio la vuelta. Quedó él debajo y Berta quedó con el coño abierto y empapado, en posición para que Leandro, que aún tenía la polla más pequeña que su hermano, (unos 10 centímetros) la clavase, que fue lo que hizo.

Berta, se abandonó al goce... Le gustaba tanto ser follada por el culo como por el coño. Para ser la primera vez que la follaban no sintió dolor en ningún momento, todo era placer... Media hora más tarde ya se corriera dos veces. Cuando se iba a correr por tercera vez, Leandro y Jacinto le llenaron el coño y el culo de leche. Berta, exclamó:

-¡Hostias! ¡Qué puntuales!

Al acabar de correrse los hermanos, dijo:

-¡¡¡Tomad caldo de hembra, cabrones!!

Berta tuvo un tercer orgasmo espectacular.

Al día siguiente cocinara Yolanda. Berta pensó que le diera una venada.

Después de comer, en el pasillo y con un plato en la mano que tenía los huesos del estofado, le preguntó Berta a Alba:

-¿Viste a Chino? Ayer ya no durmió conmigo.

-No. ¿Voy esta noche a tu habitación?

-Ven.

Berta y Alba fueron a la sala. Le preguntó Alba a su madre:

-¿Has visto a Chino, mamá?

-¿Que te crees que acabamos de comer?

Alba, exclamo:

-¡¡¡Monstruos!!!

La mirada de odio de Berta se fue clavando en Yolanda, en Jacinto, y en Leandro, que se estaban partiendo de risa.

A la semana siguiente, un guardia civil, le preguntaba a Berta:

-¿Dónde guardabais el veneno para matar a las ratas?

-En la alacena de la cocina.

-¿Que ponía en la caja del veneno?

-No era una caja, era un paquete,

-¿Y qué ponía? ¿Ponía veneno?

-No sé leer, pero era un paquete de harina.

-¡¿Tu padre mezcló el mata ratas con harina?!

-Mezcló. Como era blanco, los ratones iban a picar.

El guardia civil miró a su compañero. Habían dado con la causa de las muertes.

Era carnavales. Las filloas y la orejas, a Yolanda y a sus hijos les supieron de muerte.

Al marchar los guardia civiles, Alba, le dijo a Berta:

-Gracias por avisarme para que no comiera las filloas ni las orejas.

-Gracias las que tú tienes. ¿Me vas a enseñar a leer y a escribir?

-Te podría empezar enseñando el abecedario escribiendo cada letra con la punta de mi lengua en tu clítoris.

-¿El clítoris qué es?

Alba, se acercó a Berta. La besó. Le metió la mano dentro de las bragas, y tocándole el clítoris, le dijo:

-Esto.

Berta acabó siendo una alumna aventajada.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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