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La confesión

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La Iglesia era nueva. Sin ostentaciones. Tenía un modesto altar, detrás del altar, en la pared, colgaba un gran Cristo. Tenía las imágenes de san Roque, en un hueco de la pared, a la izquierda, así como se entraba, y a Santa Marta y a Santa Eulalia, la patrona del pueblo, en dos huecos a la derecha. Una alfombra roja cubría el pasillo hasta llegar a los tres escalones de mármol que llevaban al altar. Tenía dos docenas de bancos, el confesionario, a la derecha del altar, la sacristía, y poco más.

El cura era un hombre de unos cuarenta años, alto, delgado, de pelo cano. Vestía una sotana que no estaba ya para muchos trotes. Iba dos veces por semana al pueblo en bicicleta. El domingo a decir misa y los miércoles a confesar.

El cura le cayó bien a todas y a todos después de saberse lo de la bicicleta. Os cuento, ocurrió que el primer día que el cura fue a decir misa se quedó sin frenos en la bicicleta bajando la cuesta que llevaba al pueblo.

El cura, al ver que se iba a dar un trompazo de campeonato, avisaba a la gente para que se apartase.

-¡¡Voy sin frenos, voy sin frenos!!

Una vieja, enlutada de los pies a la cabeza, que iba a misa, al ver que iba lanzado hacia la taberna, le dijo a otra vieja que vestía como ella y que la acompañaba:

-¡Qué descaro! Va sin frenos para la taberna. ¡Qué cura nos mandaron!

La otra vieja se persignó, y dijo:

-A un borrachiño, Amalia, nos mandaron a un borrachiño.

La rueda delantera de la bicicleta del cura chocó con el peldaño que había delante de la taberna del pueblo. El cura salió disparado. Era verano, no llevaba calzoncillos. Al dar una vuelta de campana en el aire se le vio la verga. Una verga larga, gorda y descapullada. Aterrizó con el culo.

El cura, sentado en el suelo frente al mostrador de la taberna, y agarrando una cadera, exclamó:

-¡¡Que ostia, Dios mío, que ostia!! ¡Para haberme matado!

El tabernero, un sesentón, gordo, colorado de cara, bajito, con boina, y con un mandil blanco manchado de vino tinto, le preguntó:

-¿Le pongo algo?

-De pie, ponme de pie.

Al día siguiente, por las viejas, ya toda la aldea sabía que el cura tenía una buena verga.

La primera en confesarse fue Patricia, una joven de 20 años, bruta, muy bruta, que vivía en un monte, a unos dos kilómetros del pueblo. Patricia era morena, de cabello negro, largo, recogido en un moño, con unos ojazos azules. Un metro setenta de estatura, 90 kilos de peso. Sin un kilo de grasa. Con tremendas tetas y tremendo culo, muy guapa. Se confesaba en miércoles porque en domingo el cura tenía que decir misa en tres pueblos más.

-... Cuéntame tus pecados, hija.

-Mejor pregunte, jefe.

-No debes tratarme de jefe. Trátame de padre. Soy el padre Esteban

-No lo esperaba, pero ya que estamos de confesiones, le confesaré que yo no soy madre de milagro, con lo que llevo follado...

-Yo no tengo relaciones carnales, hija, lo de padre es como me dice la gente.

-Las malas lenguas.

-No. Es una forma de guardarme respeto. Por cierto, con esa carita de ángel que tienes nadie diría que eres mala. Pareces recatada.

-Y lo soy, padre, soy una mujer recatada, más que recatada, recatadísima, me cató hasta en Tiburcio y mire que es feo.

El cura, viendo su ingenuidad, le preguntó:

-¿Pero tú de dónde saliste, hija?

-Por el mismo sitio que salió mi hermana.

-¡Ala! Te salva que eres bonita.

A Patricia le salió el lado coqueto.

-¿Me ve bonita, curiña?

-Curina, no, llámame señor cura.

-¿Me ve bonita, señor cura?

-Soy un hombre de Dios, veo a todos los seres bonitos.

-Eso es porque no conoce a la Paca, es más fea que un culo con almorranas.

-¡Qué mal hablada!

-Eso también, peor no puede hablar. ¿Sabe...?

-No quiero saber. No se debe criticar a nadie. Puede que por dentro sea más bella que tú.

Patricia se hizo la interesante.

-¡Ay, sí que sí! ¡Quién le diera! Yo, puede que tenga el coño como un bebedero de patos, pero ella lo tiene como un comedero de cerdos.

-Vamos a dejar eso ahí. El cura no quiso entrar en profundidades.

-A ver, hija, a ver. Comencemos la confesión. ¿Amas a Dios sobre todas las cosas?

-No, donde se ponga una tableta de chocolate...

-Bueno, bueno, bueno. ¿Tomas el nombre de Dios en vano?

-¿Y eso qué es?

-¿Juras?

-¿Alguna vez se dio con un martillo en un dedo queriendo clavar una punta?

-No.

-Pues se baja a Dios y a todos los santos. Juro, padre, juro.

-La cosa pinta mal, muy mal. ¿Santificas las fiestas?

-Eso sí, padre. -a Patricia se le llenó la boca- ¡Unas borracheeeras! ¡¡Que borracheras pillo durante las fiestas!!

-Ya, pero, santificar las fiestas es venir los domingos a misa y...

-Si hay que venir, se viene.

-¿Honras a tu padre y a tu madre?

-Soy hija de soltera.

-¿Y a tu madre?

-No, de honrada no tengo nada, ni yo ni ella.

-Te estoy preguntando si respetas a tu madre.

-Una mandada, soy una mandada, hasta que me calienta y le arreo.

-¡¿Le pegas a tu madre?!

-Y ella a mí.

El cura estaba asombrado y se le escapó un taco.

-¡Joder!

-Eso también.

El cura, al hablarle de la madre y mezclarlo con la palabra joder le hizo ser precavido.

-Ya no me atrevo a preguntar por lo de fornicar.

Forno, es horno en gallego. Patricia, le dijo:

-Al horno hago unos panes que da gloria verlos.

-Fornicar es meter y sacar, hija.

-Ya lo sé padre, se mete la masa y se saca el pan, ya le dije...

-Es meter y sacar la polla

-Cuando ya está asada. Una hora, más o menos. Si es gallina vieja...

-Escucha hija, fornicar significa follar.

-¿Pero usted sabe cómo es de grande la puerta del horno? Hombre, calentita la tendría, pero de eso a...

-¡Que fornicar es... joder!

-Ya, hombre ya, ya le he entendido... No se me sulfurique. Fornicar significa joder. Cada loco con su tema, a usted le gusta metérsela al horno... Tiene que haber de todo en este mundo.

-Eres terca como una mula. Te encierras en algo y no sales de ahí. Lo cierto es... Yo... es igual... Pasemos página. ¿Has matado?

-Una vez. Una vez maté a un viejo.

-¿Estás vacilando?

-No, yo no vacilo nunca. Digo las cosas sin vacilar.

-¡¿Cómo lo mataste?!

-A polvos, pero murió con una sonrisa de oreja a oreja.

El cura se sorprendió.

-¡Coooño!

-Con ese mismo, señor cura, con ese mismo.

-Por los actos impuros ya es excusado preguntar.

-De esos pocos, pajas me hago pocas. Estoy muy solicitada, pero de cuando en vez cae una, o dos...

-A ti no hay por dónde cogerte, hija.

-¡¿Cómo qué no?! Por delante y por detrás.

El cura siguió a lo suyo.

-¿Has robado alguna vez?

-Gallinas.

-Por necesidad.

-No, porque me salió del coño.

El cura tenía una paciencia a prueba de bombas.

-¿Has levantado falsos testimonios?

-He levantado pichas, los falsos testimonios no sé qué son.

-Es igual. ¿Has mentido?

-¿Hay alguien que no mienta?

-Lo tuyo es un caso para estudiar aparte. Volvamos atrás. ¿Te arrepientes después de hacerte una paja?

-No, padre, o me hago otra paja o me quedo dormida.

-¿Piensas en alguna relación que tuviste?

-Sí, padre, pienso que me comen el coño...

El cura se sorprendió.

-¡¡¡Como!!!

-¿Entro?

-¿Dónde?

-En el confesionario. ¿No me quiere comer el coño?

-¡No! ¿Con quién has tenido relaciones carnales, hija?

-¡Puf!

-¿Qué quieres decir con eso?

-Que menos con viejos muy viejos...

-¿No tendrías relaciones con tus padres?

-¡No!

-Menos mal.

-Ya le dije que soy hija de soltera. No tuve ningún padre a tiro. Tenía sólo a mi madre

-¿Tu madre...?

-Mansa.

-¡¿Qué?!

-Que es de las mansas. Le gusta que le calienten el culo con una zapatilla, que la azoten con la palma de la mano, y el día que está muy, muy cachonda, que le pongan el culo a arder con la fusta del caballo. Que le pongan pinzas de tender la ropa en los pezones...

-Ya, ya, ya lo pille. Es masoca.

-No pilló nada, es María y es una viciosa.

-Incesto... Vaya, vaya.

Patricia, cantó:

-Aquí, no hay playa.

-Tú no está bien de la cabeza, hija.

-¿Por cantar? Pues si me ve bailar con la falda arremangada...

-¡¿En la fiesta de la patrona?!

-No, después de fumar la hierba que sale venturera en la huerta. Se deja secar y con papel de liar se hace el pitillo.

-Ya se cómo se hace.

-¿Nos fumamos uno? Si quiere voy a casa en un momento.

-¿Fumaste hierba antes de venir a confesarte, hija?

-Fumé.

-Esta confesión va a ser de las que hagan historia. ¿Con quién tuviste tu primera relación sexual?

-Con mi hermana Marta, a la que apodaban La Vaca.

-¿Está entrada en carnes como tú?

-No, salida, en todos los sentidos.

-Cuéntame cómo empezó y como acabó ese...

-Polvo.

-Eso.

-Empezó con un beso y acabó corriéndonos las dos.

El cura se animó.

-Detalles, cuénteme todos los detalles, hija.

-Limpiábamos la cocina. Yo estaba barriendo a su espalda. Aparqué la escoba junto a la mesa y le cogí las tetas. Unas tetas grandes, como ella. Mi hermana Marta se giró. Me quiso decir algo. Le metí un beso a tornillo que hizo que le temblaran las piernas, las tetas, y el coño. El beso hizo que temblaran sus ciento veinte kilos de carne. Al acabar de meterle la lengua hasta la campanilla, me cogió como a una muñeca, me echó sobre la mesa. Hizo tiras de mi vestido. Me arrancó las bragas. Hizo saltar por los aires los botones de mi blusa con sus dos manoplas. Rompió la presilla de mi sujetador. Me dejó en pelotas y con su lengua de vaca me lamió las tetas, y después el coño hasta que me corrí en su boca. Luego se puso ella en pelotas. Se echó sobre la mesa, se abrió de piernas, y me dijo: "Come, puta". Aquel coño peludo era grande como un pozo de aros. Mi hermana debió follar lo que no está en los escritos. No sabía por dónde empezar. Era mucho bicho de Dios. Decidí magrearle y comerle las tetas. Al bajar al coño se lo follé con mi lengua. Entraba toda y más que hubiera. Después le metí cuatro dedos y entraban y salían como nada. No me quedó más remedio que meterle el puño. Entró el puño y medio brazo. La follé hasta que se corrió. ¡Y cómo se corrió! El río de la aldea, en verano, lleva menos agua de la que salió de su coño.

-¡Qué exagerada!

-Lo es. Se corre como una burra.

El cura ya no le dio más vueltas a la cosa.

-Hasta ahora has faltado a todos los mandamientos. Has pecado de lujuria...

-Ahí se equivoca. Yo de lujos nada de nada

-¿Eres golosa?

-Mucho, veo una polla o un coño delante y se me hace la boca agua.

-Eso es lujuria. ¿Comes y bebes de manera exagerada?

-Comer como lo que me echen, y beber bebí vino por un zueco, por un orinal...

-Ya, ya, ¿Tienes ataques de ira?

-No, estoy sana.

-¿Nunca te enfadas?

-Cuando me tiran del genio.

-¿Te has peleado con alguien?

-Mejor pregunte con quien no peleé. Me apodan la Funeraria.

-¿Por qué?

-Porque ostia que meto familia de luto.

-¿Eres perezosa?

-Más que una burra tumbada a la sombra.

-¿Eres envidiosa?

-Me corroe por dentro ver que otros tienen lo que yo no tengo.

-¿Eres avariciosa?

-¡Aaaaansia viva es lo que tengo! ¡¡Todo para mí, todo para mí!!

-¿Eres soberbia?

-Me lo explique.

-¿Te crees mejor que los demás?

-No me creo, lo soy.

El cura se persignó.

-Has faltado a los diez mandamientos y has cometido los siete pecados capitales. ¿Te arrepientes?

-No.

-Tienes que arrepentirte o no te puedo perdonar tus pecados.

-No me arrepiento porque me gustó hacer lo que hice y lo volvería a hacer si se presentase la ocasión

-¿Incluso lo del viejo que mataste a polvos?

-Si viera la carita de felicidad que tenía...

-Pero estaba tieso.

-Sí, tenía todo tieso, desde la picha hasta las cejas.

El cura tenía un dilema.

-Eres la primera del pueblo que se confiesa. ¿Qué hago contigo?

-¿Me da la extremaunción?

-La absolución, hija, la absolución.

-Lo que sea. ¿Me la da?

-Reza doce Padre Nuestros, doce Avemarías...

-Eso no va a ser posible.

-¡¿Como que no va a ser posible?! ¿Te niegas?

-Es que no sé el Padre Nuestro ni el Avemaría.

-¿Que sabes rezar?

-Nada. ¿Si le hago una mamada me absuelve?

-¡¿Estás loca?!

-Vale, una mamada, un polvo y dejo que me encule.

-¡Pecadora!

-¿Me folla y me absuelve o me voy?

El cura, era cura, pero también era hombre y sin estrenar. Empalmado, y mirándole las tetas a Patricia, le dijo:

-Voy a arder en el infierno.

Minutos más tarde estaban en la sacristía. El cura estaba sentado en una silla. Patricia, en cuclillas, le meneaba y le mamaba la polla:

-¿A qué mamo bien?

-Lo haces de maravilla.

-¿Sabe comer un coño, señor cura?

-Pues no.

Patricia se levantó se quitó el vestido, el sujetador y las bragas. El cura, al ver aquellas grandes tetas con sus areolas marrones y sus pezones de punta, el vientre plano. El pelo negro de sus sobacos, el del coño y la raja, se puso como una moto. Comenzó a sudar. Tenía que meter o explotaba como un globo demasiado hinchado. Cogió a Patricia por la cintura, y le dijo:

-Siéntate sobre mi polla.

Patricia lo iba a sorprender. Cogió una vela de encima de un mueble, y amenazándolo con ella, le dijo:

-¡Desnúdate, curiña!

-¿Quieres jugar?

Levantó la mano con la vela.

-¡Qué te desnudes, coooño!

El cura, desnudándose, le preguntó:

-¿Que vas a hacer con esa vela?

-¡Metértela en el culo si no haces lo que te digo, fray capullo!

Al estar el cura desnudo, le ordenó:

-¡De rodillas y después pasa tu lengua por mi coño!

El cura lamía pero no entonaba. Patricia abrió más las piernas.

-Fóllame el coño con tu lengua. Mete y saca, mete y saca.

El cura iba aprendiendo. Al rato, Patricia, tocó el clítoris con un dedo, y le dijo:

-Lame aquí, hacia arriba y hacia abajo.

Esteban lamió un par de minutos.

-Moja un dedo con saliva, métemelo en el culo y sigue lamiendo.

Al cura le latía la polla una cosa mala y no le paraba de soltar aguadilla.

Un rato más tarde, Patricia, puso la vela donde estaba, le cogió con las dos manos la cabeza al cura, la apretó contra su coño, y le dijo:

-Lame más aprisa, más, más, más aprisa... ¡Dale que me voy a correr! ¡¡Ya, ya, ya!! ¡¡¡ Me cooorro!!!

Patricia se corrió con una fuerza bestial. Esteban se hartó de tragar jugo, más que nada porque Patricia, moviendo su pelvis y apretando la cabeza del cura contra su coño no le dejaba ni respirar.

Al acabar, le dijo Patricia al cura:

-Busca un cordel, vicioso.

El cura quitó de un cajón un cordón gris con borlones en los extremos.

-Átame las manos a la espalda.

El cura le ató las manos a la espalda.

-Cómeme la boca y las tetas y méteme dos dedos en el coño.

El cura, al tenerla atada, le comió la boca, le magreó las tetas, y después le dijo:

-Ahora vas a hacer tú lo que yo te diga, putona. ¡De rodillas y chupando verga!

-¡A que te meto un mordisco y te arranco la mitad de la picha!

El cura, se acojonó. Su tono de voz cambió.

-¿Me la chupas, cielito lindo?

-Así, así se piden las cosas.

Patricia, de rodillas, le volvió a mamar la polla. Al rato, el cura sintió que se iba a correr en su boca. Se dio un respiro. Le dijo:

-Culo en pompa y cabeza en la alfombra, palomita.

Al hacer lo que le había dicho, el cura vio las dos tentaciones de Patricia, el ojo del culo, que estaba latiendo, y el coño empapado.

Como buen cura que era, no le cupo ninguna duda donde meterla. Acercó la punta de su polla al culo y se la clavó. Allí ya habían entrado más pollas, pues entró con suma facilidad. El cura, cogiendo a Patricia por la cintura, poco tardó en correrse y llenarle el culo de leche. La polla no se le puso flácida. La sacó, se la metió en el coño y le dio canela fina.

Patricia recibía las embestidas y no paraba de gemir.

-Cógeme las tetas, picha gorda.

El cura le cogió las tetas y embistió el coño con su polla con más fuerza.

-¡Vas a hacer que me corra, biiiicho!

Esteban aceleró los fuertes chupinazos y Patricia, exclamó:

-¡¡¡Ossstias!!!

El cura sintió como el coño de Patricia apretaba su polla y como después lo bañaba en jugo. Quitó la polla y se corrió en su espalda.

Al acabar de correrse ella y él, mientras la desataba, le dijo el cura a Patricia:

-De esto ni una palabra a nadie.

-Vale. ¿Me absuelves ahora?

-¿Y si seguimos follando y te absuelvo mañana?

-Como si no me absuelves. Saca el vino. Tengo sed.

El cura quiso ser sarcástico.

-¿Y no quieres unas ostias para acompañar?

-Las ostias van a ser las que te meta si no sacas el vino.

¿Sacaría el cura el vino? ¿Se emborracharían? ¿Seguirían follando? ¿Qué creéis?

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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