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Mi hermana Ana

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Esta experiencia se remonta a mis años de juventud, alrededor de 1968, tenía yo por aquel entonces 17 años. Soy el segundo de tres hermanos, Ana era la mayor con 18 años y Roberto, que era el pequeño, contaba con 10 años. Era verano y mis padres habían decidido irse de vacaciones 15 días. Nosotros tres íbamos a quedarnos en casa, porque nos había quedado alguna que otra asignatura para Septiembre y teníamos que estudiar para los exámenes. Cuando digo en casa, no es del todo correcto ya que únicamente acudíamos a ella por la tarde y por la noche. A comer y a cenar íbamos a casa de nuestros abuelos que vivían a unas calles de nuestra casa. Por la mañana teníamos que ir a repaso a una profesora particular y por la tarde, ya en casa, repasábamos lo estudiado por la mañana. Todo empezó la primera tarde.

Estábamos estudiando en casa, Roberto y yo en nuestra habitación y Ana en la suya, cuando mi hermano comenzó a incordiarme. Se puso pesadísimo como solo los hermanos pequeños saben ponerse y comenzamos a discutir, pero pronto la discusión se convirtió en una pelea. Así estábamos cuando Ana entró en la habitación y nos zarandeó a los dos hasta que dejamos de pegarnos. Nos regañó todo lo que quiso y más. Naturalmente, sacó a relucir que nuestros padres la habían dejado a ella como responsable y blablabla... Lo último que dijo nos dejó helados tanto a Roberto como a mí.

- Se lo contaré a papá.

Digo que nos dejó helados porque nuestros padres nos habían prometido que si nos portábamos bien, al regreso de las vacaciones nos comprarían una balsa hinchable para poder ir a la playa. Así que aquello sería para nosotros realmente terrible. Intentaba concentrarme en el estudio pero una y otra vez venía a mi mente la balsa neumática. Me resistía a quedarme sin ella. Durante toda la tarde estuve dándole vueltas al tema.

Cuando después de cenar regresamos a casa, Ana se fue a duchar, mientras nosotros dos nos quedamos viendo la tele. No sé por qué empecé a imaginarme a mi hermana desnuda, duchándose. Tengo que reconocer que en esa época solamente había visto un par de fotos de mujeres desnudas en casa de un amigo y nada más. Como es natural a esa edad, tenía una gran necesidad de masturbarme, incluso lo hacía más de una vez al día, así que cuando ella salió del baño, rápidamente me metí yo y empecé a cascarme una paja antológica. He de reconocer que ya alguna vez me había masturbado pensando en ella, después de haberle visto las bragas o el sujetador, pero nunca lo había hecho de la forma que lo hice ese día.

Cuando salí, ella ya estaba en su habitación, así que me dirigí a la mía. Al entrar, Roberto ya se había metido en la cama. Me miró y sonriendo hizo un expresivo movimiento con la mano dando a entender que sabía que me había estado masturbando. No hice caso y me senté en su cama.

- Deja de hacer el tonto y escúchame -le dije- Si queremos que los papás nos compren la balsa hinchable lo mejor que podemos hacer es ir a pedirle perdón a Ana y hacerle la pelota. A lo mejor así nos perdona y no le cuenta a papá lo de la pelea.

A Roberto le pareció una idea genial, así que nos dirigimos a su habitación. Al entrar en completo silencio nos la encontramos tumbada en la cama con la mano izquierda dentro de las bragas y una foto de Marlon Brando en la derecha. No lo podía creer, mi hermana estaba masturbándose. Yo entonces creía que eso únicamente lo hacíamos los chicos, así que la sorpresa aún fue mayor. Al levantar la vista hacia la foto nos vio y se detuvo en seco. Durante un par de interminables segundos nos quedamos los tres sin decir palabra. Rápidamente, sacó la mano de entre sus piernas y se puso colorada como un tomate, mientras nosotros dos seguíamos allí de pie en la puerta en calzoncillos. -

- Fuera, fuera -gritó Ana mientras señalaba hacia la puerta y se bajaba el camisón de un tirón. Salimos sin decir palabra.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó Roberto inocentemente.

- Se estaba haciendo una paja -contesté.

- ¿Estás seguro? -dijo asombrado.

- Para qué crees que tenía la mano dentro de las bragas -le expliqué yo.

Volvimos a nuestra habitación y nos metimos en silencio cada uno en su cama. No podía dormirme, aquella visión me había dejado bastante excitado y me era imposible cerrar siquiera los ojos. De pronto escuché de nuevo la voz de mi hermana desde su habitación. Me estaba llamando, quería que fuese a su cuarto. Me levanté y obedecí como un autómata. Pensé que iba a regañarme por haber entrado en su dormitorio sin llamar, pero no era así...

- ¿Qué habéis visto? -me preguntó nada más entrar.

- Qué tenías una foto de ese actor que te gusta en una mano y la otra... metida dentro de tus bragas -le dije, omitiendo el hecho de que sabíamos que estaba masturbándose.

- Ya... bueno -empezó a decir nerviosa- Es que estaba mirando la foto y al sentarme en la cama se me han metido las bragas por el culo. Ya sabes lo molesto que es eso, así que he tenido que sacármelas y entonces habéis entrado vosotros. Lo entiendes, ¿verdad?

- Yo sí... y Roberto también, pero... -le contesté haciéndome el remolón- No sé qué dirían los papás si se lo dijese, ya sabes cómo son...

- Tienes razón -me cortó- Así que, si tú no les dices nada, yo tampoco les contaré que os habéis peleado. Además, si queréis puedo llevaros una tarde al cine en lugar de quedarnos en casa a estudiar. ¿Qué te parece?

Me di cuenta de lo asustada que estaba y de lo que podía caerle encima si mis padres se enteraban de aquello, así que decidí intentar sacar provecho a la situación. Salí de la habitación dejando a Ana boquiabierta y sin su ansiada respuesta. En menos de un minuto volví con Roberto y los dos nos sentamos en el borde de su cama.

- Mira Roberto -empecé a decir, mirándole a él pero dirigiéndome en realidad a mi hermana- Ana me ha pedido que no le contemos a nadie lo que le hemos visto hacer en la cama. Como muestra de gratitud y hasta que vuelvan los papás va a ayudarnos a hacer los deberes que nos pone la profesora.

- ¿En serio vas a hacer eso? -preguntó asombrado mi hermano y ella asintió en silencio.

- Ya verás, será como una esclava -dije, dirigiéndome abiertamente a ella esta vez- ¿Verdad?

- Sí, haré lo que vosotros digáis -respondió con la mirada baja.

Salimos muy serios y volvimos a la habitación. Al llegar Roberto y yo nos miramos, y empezamos a reír celebrando nuestro triunfo. No nos quedábamos sin la balsa y encima nos harían los deberes.

Al día siguiente, volvimos a casa después de comer y al ir a nuestra habitación para estudiar, llamamos a Ana.

- Acuérdate que tienes que hacernos los deberes -le dijimos cuando entró.

- Os haré los que no sepáis hacer, pero no todos -nos dijo con nerviosismo- Yo también tengo trabajo.

- Está bien, tú verás lo que haces -contesté- Pero ayer no fue ese el trato.

- Oye, el trato fue que os ayudaría en lo que pudiese, pero no cargaré con todo el trabajo. ¿De acuerdo? -nos respondió.

- Tú dijiste que harías lo que quisiéramos, ¿verdad, Roberto? -continué.

- Sí, es verdad, lo dijiste -me ayudó mi hermano.

- Escuchad, tengo mucho trabajo -se defendió- Mirad, haremos una cosa. Haced lo que podáis y el resto os lo hago yo luego. Venga, os lo recompensaré.

Aceptamos el trato y comenzamos a trabajar. Apenas podía estudiar, mi cabeza estaba en otras cosas. Tanto pensaba en el tema que empecé a excitarme, así que me levanté y me fui al baño, necesitaba hacerme una paja. Cuando volví, ya había tomado una decisión. Le haría chantaje. Ya que bajo ningún concepto quería que mi padre se enterase de que la habíamos pillado masturbándose, podría aprovecharme de la situación. Y enseguida pensé una forma. Todas las noches, cuando volvíamos de casa de mis abuelos después de cenar, Ana tenía por costumbre bañarse antes de acostarse. Si no quería que le contase nada a mi padre, tendría que dejar que me bañase con ella.

Estuve toda la tarde ansioso de que llegara el momento. Y llegó. Entramos los tres en casa y Ana se dirigió a su habitación para coger el camisón. Mientras, yo llevé a mi hermano a nuestro cuarto y le acosté. Rápidamente, volví al pasillo y me quedé esperando cerca de la puerta del baño.

- ¿Qué haces ahí parado? -preguntó al pasar por mi lado.

- He decidido que si no quieres que diga nada a los papás, tienes que dejar que me bañe contigo -le dije muy seriamente.

- ¿Qué dices? -respondió sorprendida y levantó la mano para pegarme.

Me protegí la cara con las manos, pero no fui lo bastante rápido y me soltó un tortazo que me hizo ver las estrellas.

- Pero, ¿estás loco? ¿Cómo has podido tener una idea tan retorcida? -dijo dirigiéndose a mí.

- Te prometo que como no me dejes entrar contigo, le contaré a papá que vi cómo te hacías una paja con la foto de Marlon Brando -la amenacé sin ocultar esta vez que sabía lo que había estado haciendo.

- No me lo puedo creer -dijo con incredulidad- Mi propios hermano haciéndome chantaje.

Se dio la vuelta y se metió en su habitación, cerrando la puerta de un portazo. Yo me fui al comedor algo asustado porque nada había salido como yo esperaba. Si le contaba algo a mi padre iba a meterme en un follón bien gordo. Además, ya podía despedirme de la balsa. Absorto como estaba en mis pensamientos, no me di cuenta de que Ana había entrado en el comedor. Se sentó junto a mí.

- Vamos a ver -empezó a decir- Si no entiendo mal, lo que pretendes es que nos bañemos los dos juntos, es decir, desnudos en la bañera, ¿verdad?

- Sí -contesté recobrando algo del coraje perdido- Y si no me dejas, se lo contaré todo a los papás.

- Eres un crío -me dijo, pero sin enfado en la voz- Por eso no quiero tomármelo a mal, así que vamos a olvidarlo como si no hubiera pasado nada y en paz.

- Te repito que o aceptas el trato o ya sabes que van a saber que te haces pajas -repetí, no dispuesto a darme por vencido.

Se quedó pensativa unos instantes. Creo que había pensado que con el tortazo me habría asustado y que lo olvidaríamos todo, pero no había sido así y tenía que tomar una decisión. No tardó en hacerlo.

- Está bien -dijo- Pero debes jurar que jamás en la vida contarás esto a nadie.

- Lo juro -contesté casi sin dejar que acabase.

Mientras íbamos hacia el baño, sentía dentro de mí una alegría como el que ha vencido en una batalla. Me sentía triunfador. Comprendí que Ana estaba en mis manos. Entramos en el baño, enorme como el resto de la casa, con una larga bañera. Ana abrió los grifos para que comenzara a llenarse, se giró y se me quedó mirando. Ninguno de los dos sabíamos qué hacer.

- Bueno, ¿comienzas tú a desnudarte? -preguntó.

- No -respondí- lo haces tu primero.

No protestó. Se sentó en un taburete y se quitó los zapatos. Llevaba minifalda, por lo que al sentarse pude verle los muslos y de refilón las bragas. Se levantó y se quitó la camisa que llevaba. Me recreé en aquellas tetas cubiertas por su sujetador blanco, de esos que llevan unos aros por debajo y que dejan la parte superior al descubierto. Se bajó la falda y al inclinarse para sacársela por los pies las tetas estuvieron a punto de salírsele del sujetador.

- Venga ahora tú- insistió.

- No, antes termina -respondí de nuevo.

Se pasó las manos por la espalda para desabrocharse el sujetador. Mi corazón parecía un caballo desbocado, al fin iba a ver una mujer de carne y hueso totalmente desnuda. Dejó el sujetador en el taburete. ¡Qué tetas tenía la condenada! ¡Qué maravilla! Estaban duras, no excesivamente grandes pero en ningún caso pequeñas, con un precioso par de sonrosados pezones. Estaba tan extasiado contemplando aquel par de tetas que casi no me di cuenta de que sus bragas comenzaban a descender por sus muslos. ¡Madre mía, qué mata de pelo había allí! Negro, rizado, junto a sus muslos, fuertes y morenos.

- Venga ahora te toca a ti -dijo y al mirarla a la cara vi que la tenía totalmente colorada. Cogió una toalla y se la puso delante- Mientras no estés desnudo yo estaré tapada.

La verdad es que en ese momento estuve a punto de salir corriendo. No había pensado que yo también tendría que desnudarme, Ana iba a ver cómo se me había puesto la polla de dura. Comencé a desnudarme y al quitarme los calzoncillos, dejé al descubierto mis atributos, en todo su esplendor en ese momento. Me percaté de la mirada que dirigió Ana a mi sexo. Supongo que era el primero que veía al natural. No es por presumir, pero ya entonces estaba bastante desarrollado. A Ana le encantó.

- Ya está -dije- Ahora tienes que quitarte la toalla.

Así lo hizo, menos nerviosa ya. Sin darnos cuenta la bañera se había llenado casi a tope, así que tuvimos que vaciarla un poco. Ana, al inclinarse para sacar el tapón y dejar salir agua, me ofreció una impresionante vista de su culo. Además, también pude admirar una perfecta panorámica de la que era mi primera raja de mujer. Mi polla estaba en plena erección. Cuando Ana consideró que ya había suficiente agua, puso de nuevo el tapón a la bañera.

- Venga, adentro -dijo mientras se metía.

Aunque ya he dicho que la bañera era grande, al meternos los dos estábamos más que apretados. Yo me puse enfrente de Ana, mirándola fijamente. Comenzamos a lavarnos, pero en una posición realmente incómoda.

- Escucha -me dijo- Vamos a ponernos de pie que así no hay forma de lavarse.

Obedecí y me levanté inmediatamente, chorreando agua.

- ¿Me frotas la espalda? -me preguntó- Luego yo frotaré la tuya.

Se dio la vuelta y se recogió el pelo hacia arriba, mientras yo comenzaba a frotarle la espalda.

- Sigue hacia abajo -me dijo cuando terminé con la espalda- Continúa hasta los tobillos.

Ahora sí que estaba excitado, viendo cómo la esponja se deslizaba por aquel delicioso culo. Tenía ya ganas de masturbarme, mi polla ya no podía más, necesitaba sentir una mano que aliviara aquel sufrimiento. Cuando terminé, Ana se dio la vuelta quedándose frente a mí.

- Date tú también la vuelta -me dijo- Ahora me toca a mí.

Comencé a sentir sus manos por mi espalda, enjabonando y frotando con delicadeza. ¡Dios, cómo estaba mi polla! Me dolía de lo dura que la sentía... y sin podérmela cascar. Sus manos comenzaron a sobarme el culo y los muslos, e hicieron ademán de meterse entre éstos. Separé ligeramente las piernas y sentí cómo una mano se metía entre ellas, con un ligero contacto con mis huevos. Pensé por un momento que no podría aguantar y que iba a correrme, pero de pronto se detuvo.

- Vamos a salir y a secarnos -ordenó Ana- ¿Qué te parece si yo te seco a ti y tú a mí?

Por supuesto acepté el ofrecimiento. Cogió una toalla y comenzó a secarme la espalda, luego continuó por el culo y terminó por los pies. Al darme la vuelta me secó pelo, cara, pecho y muslos. Por un momento pensé que 'esa' zona la dejaría para que me la secase yo mismo, pero no. Cuando terminó con las piernas comenzó a secarme el vello del pubis. Después me secó lentamente los huevos y finalmente la polla. Lo hacía con suavidad, recreándose en ello. Cuando estuvo seca, dejó la toalla y pasó su mano por mi vello, como para confirmar que estaba bien seco. Después agarró mi miembro con la palma de la mano y utilizando dos dedos tiró la piel hacía abajo haciendo que asomase mi hinchado capullo. Tuvo que notar cómo se encabritaba mi polla en su mano al notar aquel íntimo contacto. Confirmó que aquella zona también estaba seca y se levantó.

- Ahora te toca a ti -dijo- Ya puedes secarme.

Me puse a frotar la espalda de Ana con toda la suavidad de que era capaz dado el nerviosismo que tenía. Casi sin darme cuenta llegué hasta su culo. Quise tocar su piel directamente, sin el estorbo de la toalla, así que hice como que se me escurría la toalla y la palma de mi mano se apoderó de una de sus nalgas. El contacto apenas duró un segundo, pero mi polla reaccionó inmediatamente. Solté. Ella no dijo nada. Continué con los muslos y las pantorrillas.

Se dio la vuelta y continué secando sus hombros, bajando hacia las tetas. Sequé con suavidad cada una de ellas, primero una y luego la otra, dedicándoles toda mi atención. Volví a dejar escurrir la toalla y toqué con mi mano aquel hermosísimo seno. Tampoco dijo nada en esta ocasión, así que al ver que no protestaba, continué tocándoselas ya sin temor. Pasé luego a sobarle los pezones y nada más sentir el contacto de mis dedos, éstos salieron como dos proyectiles, duros como piedras. Al verlos decidí que tenía que comérmelos, como máximo recibiría otro tortazo. Valdría la pena.

Cerré los ojos y mi boca se posó sobre uno de sus pezones. Esperando el inminente golpe, comencé a succionar como si fuera un niño pequeño mamando del pecho de su madre. El tortazo no llegaba, ni siquiera escuchaba la más mínima queja por parte de Ana, así que seguí chupando, como esperando la leche materna. De pronto, sentí cómo una mano comenzaba a tocarme la polla. Me aparté de aquella teta y dirigí la mirada a mi sexo. Contemplé maravillado cómo Ana tenía mi miembro agarrado fuertemente con ambas manos. Dejé de mirar y continué chupando. No tardé mucho en notar cómo mi semen se desbordaba en su mano.

- Vamos, lávate -me dijo- No querrás manchar mi cama con tu leche.

Me limpié rápidamente, asombrado por el curso que estaban tomando los acontecimientos. Después de lavarme, Ana me llevó de la mano a su habitación. Los dos íbamos completamente desnudos por la casa, yo con la polla tiesa.

- Ahora tengo que correrme yo -me dijo al llegar a su cuarto.

Sentándose en el borde de la cama, echó el cuerpo hacia atrás apoyando la espalda en las blancas sábanas, dejando las piernas abiertas ante mí. No hizo falta que me dijese cómo seguir. Me metí entre sus piernas y empecé a lamer aquella húmeda raja como si llevase haciéndolo toda la vida. Me encantaba sentir la fresca piel de su entrepierna con mi cálida lengua. Minutos después se incorporó y me hizo subirme encima de ella, formando un 69. Seguí lamiendo aquella estupenda raja como un perrito hambriento, mientras ella trataba de meterse mi polla en la boca, aunque debido a la postura le era bastante difícil. Sin dejar de chupármela, separó los labios de su coño con los dedos de una mano para que mi lengua lamiera la mayor cantidad de superficie posible. Imagino que se tuvo que correr un montón de veces, hasta que de pronto me detuvo jadeando como una posesa.

- Para... para -dijo con voz entrecortada- No puedo más...

Me aparté de ella, tumbándome quieto a su lado, esperando que diese señales de vida. Ella seguía en la cama con los ojos cerrados, recuperándose poco a poco. Por fin, sonriendo, abrió los ojos y me hizo ponerme de rodillas encima de la cama. Tumbada todavía sobre la cama, agarró mi polla con una mano y empezó a masturbarme. Luego, acercó su boca y la introdujo en ella. Le dio un par de chupaditas y luego se la metió hasta donde pudo. Cambió de posición para estar más cómoda y se dedicó exclusivamente a mamármela con ganas. Estuvo así hasta que volví a correrme, esta vez en su boca, tragándose todo mi semen.

Como podéis suponer, a partir de aquel día y hasta que regresaron nuestros padres las noches fueron una locura de juegos eróticos con nuestros cuerpos. Pienso que debí batir récords de corridas en un solo día ya que Ana me ordeñaba sin piedad. Y aún que no os lo creáis aprobamos las asignaturas pendientes y tuvimos la balsa neumática.

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