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Suegrita linda (1): Viuda necesita verga
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Era la primera vez que estaba en una relación que por la frecuencia excedía la calificación de amigovio, por el trato dispensado por Linda, la madre de Alicia, podría decirse que solo valía la calificación de “novio”.

Había sido mi compañera del secundario, pero hace dos años había dejado de asistir un año por el fallecimiento de su papá, ahora luego de asistir a la fiesta de graduación nos volvimos más íntimos y por tal motivo las visitas y salidas habían tomado un tono de casi formalidad.

El cálido verano calentaba la relación, las visitas a su casa para usar la piscina nos acercaba en la relación, la frecuencia favorecía la intimidad y la intimidad necesitaba ser calmada. Su crianza en un hogar tan apegado a los cánones religiosos por parte de madre y el régimen de orden por parte del padre un militar del rango de coronel, habían moldeado su carácter y decisión respecto de la sexualidad que no condecía con los tiempos y el común de sus amigas, ella debía ser la única virgen de su grupo de pertenencia.

La relación de intimidad no tenía perspectivas de llegar a una relación sexual, con gran insistencia había llegado a permitirme darle unas mamadas a sus pechos y meterle mano hasta conseguirle el orgasmo, ella solo se permitía darme una masturbación hasta que me venía en su mano, de mamarla solo una vez y como me vine en su boca no le gusto el semen y lo vomitó, por lo tanto solo quedamos en repetir la masturbación, eso sí con bastante asiduidad y muchas veces era retribuida casi en simultáneo, casi siempre en la despedida, de parados, en un rincón oscuro del jardín.

Ese sábado me había invitado a comer, luego descanso a la vera de la piscina, pintaba para una tarde en familia, mamá Linda, Alicia y el “novio de la nena”, pero… llegaron sus amigas de toda la vida y la convencieron de salir comprarse ropa, una tarde toda para ellas, la madre insistió que me quedara a disfrutar de los necesarios chapuzones para sobrellevar el calor de ese verano súper caliente.

Cada uno en su reposera, hablando de trivialidades hasta que sin saber cómo, el diálogo se hico de tono más intimista y confidencial, arrimó más su reposera, y poniéndose de lado fue tocando el tema de nuestra relación, de cuánto y hasta dónde había llegado cuando nos encontrábamos a solas.

– Pues, no mucho más de lo que puede observar. Quédese tranquila que no he intentado derribar su virginidad si es eso lo que le preocupa.

– No, precisamente eso, sé por boca de ella que no ha sucedido, pero quiero decirte que confío en tus buenas intenciones, sobre todo el sacrificio que te debe costar no deshonrar nuestra casa.

– Linda, quédese tranquila que eso no ha pasado

– Lo sé y valoro tu resistencia de hombre, como te darás cuenta las paredes y puertas no pueden acallar todos los gemidos y por otra parte también he estado vigilante de algunos momentos de franela (tocamientos extremos) y cómo ella se negaba a… bueno… a eso que le pedías.

– No sé qué decir, me ha puesto en un lugar incómodo y complicado…

– No te compliques ni quiero incomodarte, solo fue un comentario, y que valoro el estoicismo de su resistencia a no ir más allá de un trabajo manual de Alicia. Te lo hacía bien…

El tono jocoso y atrevido había derretido la tensión, derribado la situación incómoda, su palmada sobre mi rodilla era la confirmación que todo estaba bien, la sonrisa pícara y cómplice el aprobado de los avances de la seducción masculina.

Su mano ascendía por el muslo, repto por debajo del short, respiración agitada y no saber qué decir o hacer le otorgan el poder de seguir hasta tener el miembro en su mano. Mi suspiro complaciente dibujó su sonrisa, la motivó sentarse en mi reposera. Masturba despacio, por dentro del short, agita la mano sin dejar de mirarme.

– Te lo hago bien?

– Sí, sí, muy bien, mejor que…

– Y ahora mucho mejor….

Me había sacado el short y estaba haciendo una paja brutal, a dos manos, era evidente que la escucha de nuestro franeleo la noche anterior había hecho estragos en su abstinencia de más de tres años sin carne, ahora la fortuna le había dejado con el hombre de su hija y no pudo contener la necesidad de sentir una verga en sus manos.

– No te resistas, déjame a mí, estas en buenas manos…

– Uffff, sí y que buenas, por favor no pares…

Doña Linda sonrió y se colocó a horcajadas sobre mis piernas, pajeándome a dos manos, estiré mis manos para meterlas por el escote, bajando los breteles y volcando la copa del soutién pude tocar la suave textura de ese generoso par de tetas maduras que se ofrendan para será comidas como el fruto prohibido.

Todo se había desmadrado, desmontó de mi reposera para cumplir mi deseo de sacarse la falda. En un pie de igualdad, terminé por desnudarla y meterle mano en la entrepierna, desbrozar el enrulado vello púbico, introducir un par de dedos curvando hacia arriba de modo que la palma quedara frotando el clítoris.

Sus gemidos se ahogan sobre mi pecho cuando se abraza para reprimir la ansiedad de esa excitación que se manifestó como shock eléctrico que la conmueve toda.

La tumbé sobre una mesa, metiendo los dedos dentro de la aromática cueva, mientras con la boca y lengua acoso sin piedad al vulnerable clítoris, la respuesta incontenible, agitarse en convulsiones, estrujarse los pechos, respirando con suma dificultad. Podía sentir las emociones que transitan por su cuerpo, ese shock que comenzó cuando la emprendí de modo desesperado a lamer y encerrar en mi boca al frágil clítoris, esa corriente se irradia haciendo latir la pelvis, ascender por estómago y producirle contracciones incapaz de controlar, era como si una explosión hubiera tenido lugar dentro suyo, las mejillas enrojecidas, acalorada y sudando, el rostro transfigurado y los ojos con la mirada pedida, daba la impresión de que había perdido el sentido.

Por un momento acusé el impacto de tamaña revelación, detuve mis lamidas y detuve el movimiento de mis dedos. Realmente me había impactado su comportamiento, saqué la boca del acoso y mirándola a los ojos pregunté: – Está todo bien?

– Sí, sí, está todo bien… es que de pronto sentí ese fuego interno que me invadió, como que algo estaba latiendo dentro de mí pelvis, una sensación que no podría explicar, algo profundo, como… un cosquilleo que me atravesaba desde el clítoris hasta hacerme vibrar la zona anal. Creo que por un momento perdí el sentido, hasta creí que iba a morir de placer. No fue un instante sino que perduró un tiempo aún después que dejaste de chuparme la vagina.

– Ahora puedo seguir un poco más.

– No, por favor déjame tomar aire, si no vas a matarme. Bájame de la mesa y vamos a mi dormitorio.

Tomé la cintura y bajé de la mesa, recogimos las prendas, tomada de mi mano me condujo a su cama.

Ese tratamiento bucal parecía que hubiera liberado las necesidades olvidadas, tanto así que mientras escondía su pudor entre mis brazos confesó que su marido había quien la hizo mujer y no fue mucho lo que le había enseñado, por esa razón la sesión de sexo oral fue totalmente inédito, sorpresivo y gratificante, tanto que la dejó totalmente descolocada, la seguridad y el aplomo habían claudicado en las manos y la boca de un joven con la edad para ser su hijo y ahora lo tenía como el hombre que había develado una mujer nueva que ni sabía que podía sentir tanto placer.

Tendidos a la par, comenzó a gratificarme con una suave masturbación, como la tenía recostada en mi brazo, lo levanté como indicando que acercara su cara a la verga, se dejó llevar, tomarme a dos manos y mirarla bien de cerca. – Quieres que te la bese…

– Sí, me gustaría mucho.

– Nunca lo hice, ni sé cómo… bueno… pero estoy tan loquita que si me ayudas casi me animo a…

Fui su guía, indicando cómo y de qué modo hacerlo. Venciendo el pudor y la aprensión a metérsela en la boca, se dejó convencer. Los tímidos besos dieron lugar a inocentes lamidas, colocar su boca formando una “O” hizo lugar para que el glande buscara asilo en ella. Sus dudas se esfumaron cuando entendió el mensaje de mi mano sobre su nuca para dejarla entrar en su boca.

– Cubre los dientes con los labios y lamiendo bien la cabeza, me gusta sentir como tu lengua hurga entre la piel del prepucio y el glande, me excita a mil.

Lo que faltaba de experiencia compensa con la ganas por hacerme disfrutar. Entre mis manos que la empujan y la elevación de la pelvis le estoy dando deliciosa cogida bucal, mis ganas y su calentura presagia la eyaculación, no está preparada para esto, se la arrebaté de la boca.

Tendida y las piernas abiertas ofrece la mejor perspectiva de admirar es cuerpo de mujer madura, con el pudor de ser estudiada por un hombre joven, nerviosa, las tetas suben acompañando la agitación propia de la hembra, temor y ansiedad por recibirme, la verga con erección a pleno la intimida, dice que más gruesa que la del marido, el sexo es una herida en carne viva disimulada entre los rulos de vellos brillosos de jugos y lamidas.

Se la voy colocando despacio, moviendo la cabeza entre los labios, buscando el carnoso interior rosado, con la mano recorro esa boca temblorosa que se agita entre el deseo y el temor.

– Tranquila, todo estará bien, súper bien.

– Despacio, por favor despacio, la tienes bien gruesa, antes no er…

Para no dejarla pensar me afirmé, las rodillas levemente debajo de sus nalgas, elevé los muslos sobre mi pecho y fui dejando que la verga buscara por sí sola el camino sanador de los ardores de Linda.

Acomodando el cuerpo para poder hacerle sentir esta incontenible calentura, empujando y saliendo, despacio para acostumbrarla a nuevas sensaciones, entraba deliciosamente forzada, en verdad disfrutaba de lo estrecha que era la señora, las primeras embestidas suaves pero hasta el máximo, algo de dolor y mucho de ansiedad, sus gestos condicionan el ritmo del “garche”. La calentura marca los tiempos y la intensidad, volcado sobre su cuerpo, los muslos sobre mi pecho, tengo la postura ideal para entrarle hasta los testículos. Aferrado a sus caderas como naufrago que pelea por su vida, me impulso bien dentro de la mujer, intensos, bruscos y hasta con algo de brutalidad propia por ser atravesado por la lujuriosa visión de una hembra ansiosa de sexo, el instinto de macho dominante, de animal primitivo impera en esta cogidota de la desmesura.

Los gemidos descontrolados, las mejillas encendidas, boca abierta y mandíbula caída, las manos apretando mis flancos hasta clavar sus uñas en mi carne, flexionando la planta de los pies, respira con dificultad, espasmos y la espalda tensa como cuerda de violín, respira a golpes de bocanadas de aire. Nuevamente las señales inequívocas del orgasmo se apropian de su cuerpo, las contracciones de la vagina aprietan al pene que se mueve con la fiereza de un tiburón. Los golpes de verga acentúan y replican las sensaciones de ahogo, incontenible grita el pedido de – Para, para!! no puedo seguir, me ahogas, para un poco, por favor!!!

Seguí dentro, bien en el fondo, quieto, presionando cuanto podía, por nada del mundo abandono este, mi lugar en el mundo del sexo. Un poco de movimiento basta para replicar las ondas de placer que la invaden, repito varias veces con el mismo éxito, ruega piedad, no puede aguantar más la angustia de seguir agitada por las olas de un orgasmo que agota su cuerpo maltrecho por tanto placer.

La pausa me permitió demorarme y prolongar el momento supremo, ahora es tiempo de encender motores, subirme en la cúspide la curva sinuosa del placer y dejar correr libremente el tiempo de descuento hasta que los movimientos propios de la calentura sin remedio preanuncian el momento supremo.

Linda entiende esos signos, los lee en mis ojos turbados de lujuria, en un momento de lucidez atina a dar el aviso urgente… – No me termines dentro, soy fértil, por favor termina fuera.

El aviso había llegado con el tiempo y la precisión para sacarla en el momento que los estertores propios de la eyaculación. Retiré la verga en el instante previo a la eyección de un salvaje y potente chorro de semen brotara de la pija, la fuerza del primer disparo le llegó hasta el cuello, el segundo entre los pechos y los restantes calmados esparciendo el resto de la carga sobre el vientre.

La descarga de energía masculina pareció llevarse mis fuerzas, tendido a su lado, la señora decorada con el semen del guerrero tendido a su vera.

– Cuánta leche tenía mi hombre! Qué caliente!

Sus dedos se untaron en la energía láctea vertida sobre sus tetas, el silencio placentero y culposo del éxtasis nos invadía. Casi no hubo palabras, todo había sido dicho en el crudo lenguaje del deseo. Me vestí en silencio, un beso en la boca y su sonrisa fueron el compromiso de volver por más.

Cerré la puerta con suavidad, no turbar las culpas de la suegra con la impagable alegría de haber consumado ese deseo inalcanzable de poseerla, la causalidad había puesto en mis manos la posibilidad de haber despertado a esta hembra de su forzado letargo sexual, ahora se le agrandó el horizonte…

Esa fue mi primera vez con doña Linda, los días siguientes nos fue difícil por la continua presencia de Alicia, hasta que a la semana siguiente se nos dio la oportunidad, pero eso tendrá que esperar a mañana para escribir las emociones de ser el hombre de esta suegrita Linda.

Te espero en [email protected]

Lobo Feroz

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