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Viajando con mi primo (3): La boda
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Tiempo de lectura: 7 minutos

En muy pocas semanas mi vida había cambiado radicalmente. De estar soltera pasé a tener novio, esperar un hijo de él, y estar llevando una relación incestuosa en secreto. Pero yo me lo había buscado, y no estaba para nada descontenta con la situación. Sí un poco nerviosa, pero nada más. Como ya he explicado antes, me cuesta relacionarme y tener complicidad con los chicos, y esa cercanía y confianza con mi primo Pablo era ideal para alguien como yo. Además de todas las otras cosas buenas que tenía: buena persona, atractivo, atento, y me follaba como un animal.

Él fue por supuesto el primero en saber de mi estado. Claro que le pilló de sorpresa, pero ni salió corriendo ni se asustó ni entró en pánico. Solo me abrazó, me dijo que todo iba a salir bien, y que si todo iba hacia delante que en el futuro deberíamos casarnos para dar esa estabilidad al niño y a nuestra vida. Yo pensaba que estaba bromeando, porque por entonces yo no sabía que en España dos primos carnales pueden casarse, pensaba que era ilegal o algo así (soy un poco lerda para ciertas cosas). Cuando vi que lo decía en serio, y me imaginé de blanco, casada con él y en nuestra (futura) casa con nuestro niño, me emocioné y rompí a llorar. Siempre había querido casarme joven y tener hijos joven, pero mi vida sentimental nunca había ido bien, y sin embargo ahora de golpe llegaba todo… no podía creer la suerte que estaba teniendo.

Pero claro, todavía faltaba hablar con nuestras familias (o mejor dicho, nuestra familia). Eran dos bombas las que iba a soltar a mis padres a la vez: vuestra hija tiene una relación con su propio primo, y además está embarazada. Sin embargo, fue solo una bomba y no dos la que hubo que soltar: ellos ya sabían, o como poco, tenían fuertes sospechas de que ocurría algo entre Pablo y yo, y de hecho ya se empezaba a comentar el tema en la familia.

Por un lado una mujer sabe cuando otra está enamorada, y mis primas ya lo habían notado de sobra. Luego lo de tanto viaje juntos, lo de la cama de matrimonio en el hotel, alguna contradicción en la que nos pillaron… y bueno, dos personas jóvenes y atractivas juntas y solas tanto rato… al final tenía que pasar. Para mi sorpresa, mis padres me transmitieron que casi todo el mundo en la familia lo aprobaría. Nos veían bien y felices juntos, y al fin y al cabo nadie te va a proteger y cuidar más que un familiar. Y no se pueden poner puertas al amor de todas formas, siempre sale mal.

Esperé unos pocos días más a contarles que estaba embarazada… eso ya sí que fue más fuerte. De repente saber que iban a ser abuelos. Les hizo felices ya que mi hermano mayor ya sabemos que no les iba a dar nietos, porque su esposa no puede tener hijos. Tantos años esperando a que su hijo les diera nietos, y de repente iba a ser su hija la que se los diera. Una vez supieron eso, la noticia de que estábamos pensando en casarnos les reconfortó.

Nos casamos solo unas semanas después, para que no se notara mi embarazo. No porque no se supiera, porque ya todo el mundo en la familia se había enterado, pero quería estar perfecta vestida de novia y por lo tanto no quería que se notara. Había soñado con ese día toda mi vida, siempre andaba mirando webs de bodas y catálogos de vestidos de novia pensando cuál sería perfecto para el día perfecto.

No pudimos hacer muchos preparativos por falta de tiempo, ni elegir el lugar ideal, pero casarnos pronto era lo primordial. Mi madre y mis tías me acompañaron a mirar vestidos. Me costó bastante elegir, había muchos que me quedaban genial, pero quería algo especial. Tenía que verme con él puesto y tener claro que ese iba a ser el elegido. Al final fue uno de estilo clásico, con escote tipo barco y cuerpo de encaje, con manga muy corta que cubría medio hombro, un lazo blanco discreto en la cintura, y falda lisa. Era simplemente maravilloso. Se me iba a hacer eterno hasta que Pablo pudiera disfrutar de la visión de su chica en ese vestido.

Otro de los preparativos era ya más personal, solo yo lo conocía. Estaba claro que Pablo quería probar el sexo anal, y ya habíamos probado con su dedo, pero yo sabía que él quería más. Había decidido, en cierto modo como regalo de boda, entregarle mi culito en la noche de bodas. Si bien yo no llegaba virgen al matrimonio, sí era aún “virgen” por detrás. Empecé al principio solamente yo metiéndome el dedo, o a veces dos, y más tarde compré un dildo especial para esto, que de vez en cuando me ponía para irme acostumbrando. Con eso y un buen lubricante esperaba poder darle esa grata sorpresa a mi novio en esa noche especial.

Para cuando llegó el día todo había sido tan loco con los preparativos que al final se había pasado rápido. Mis tías me acompañaron a la peluquería, donde me hicieron un semi recogido con trenza maravilloso y a la vez natural. En casa me ayudaron con el vestido, y una vez yo ya sola me di los últimos retoques y finalmente decidí llevar el dildo puesto… lo de ir dilatando a ratos iba bien pero pronto se volvía a cerrar y no permanecía dilatada, así que para asegurar que para la noche de bodas estaría bien dilatada decidí llevarlo todo el día. Además era bastante sexy y morboso, y me divertía pensar que por supuesto nadie de los invitados se podría imaginar que llevaba un dildo en el culo.

Todo marchó bien en la ceremonia. Curiosamente, al besarnos en el altar fue la primera vez que nadie de nuestra familia nos veía besándonos. Supongo que pudo ser un poco raro para algunos de ellos. Cuatro de mis primas, las que son más o menos de mi edad, fueron mis damas de honor, e iban las cuatro vestidas igual y preciosas todas. Me hizo mucha ilusión que cuando lancé el ramo hacia atrás lo cogió Silvia, mi prima más cercana y a la vez mi mejor amiga. Todos la miraron cuando cogió el ramo, y tras el precedente de Pablo y yo, todos miraron entonces (medio en serio medio en broma) a los chicos jóvenes de la familia… quién sabe si en esa misma boda podría surgir otra pareja!

En el banquete ya me sentí más relajada. Una pena que por mi embarazo no pude tomar nada, solo brindar con cava y beber un sorbo mínimo. Ahí ya nos relajamos, reímos y recibí muchas felicitaciones.

Parece que nadie miraba con malos ojos mi unión con Pablo, y todo el mundo se alegraba y me felicitaba. Menos una persona… y me dolió porque esa persona era mi hermano Ángel. En cierto momento salí fuera con él a charlar, para ver qué pasaba. Al principio decía que no estaba bien lo que hacíamos, que era incesto y que no debíamos. Pero yo sabía que no se trataba de eso. Tras un rato (y quizá con ayuda del cava y el vino) conseguí sonsacarle más información.

Según me iba contando me quedé helada. Resumiendo mucho, por lo visto, hace ya unos cuantos años, y antes de casarse con la que ahora es su esposa, durante un tiempo estuvo enamorado de mí. Que al principio no quiso hacer nada porque yo entonces era menor de edad, y que cuando fui mayor de edad intentaba ciertos acercamientos hacia mí y yo no le correspondía. Yo juro que jamás noté nada, siempre me pareció el trato de un hermano, que me quería y cuidaba. Él siempre pensó que yo no le había aceptado no porque no me gustara o resultara atractivo, sino porque éramos hermanos. Y ahora, al ver que yo no había tenido ningún problema en comenzar una relación de incesto con mi primo, se estaba muriendo de la rabia y la envidia. Yo simplemente le di un cálido abrazo, intentando reconfortarle, y le dije que me halagaban sus palabras, y que me tenía que haber confesado sus sentimientos entonces y quizá hubiera podido funcionar, pero en todo caso ahora ya era tarde. Le dije que siempre estaría ahí para cualquier cosa que necesitara, y que no tuviera problema en abrirse a mí.

Volvimos dentro, y ya por fin de ahí en adelante no hubo más sobresaltos. Ya cansados y con ganas de estar solos, mi ya marido Pablo y yo decidimos irnos a la suite (el banquete y la suite eran en el mismo hotel). A pesar de que todo el mundo aprobaba la relación, no dejaba de hacérseme raro y de darme un poco de reparo el acto de, delante de toda nuestra familia, irme de la mano de mi propio primo hacia una suite nupcial donde todos sabían que al rato íbamos a estar follando como locos…

Por fin solos, en la habitación charlamos y bailamos con música suave. Nos abrazamos y besamos, besos que queríamos que fueran tranquilos y románticos, pero pronto se empezaron a tornar más húmedos y calientes. Yo la verdad, con lo guapo que estaba Pablo me moría por hacerlo, y desde luego seguro que él estaba sintiendo lo mismo hacia mí.

Sin dejar de besarnos le fui quitando la ropa con delicadeza, hasta que pronto tenía el torso desnudo. Me encantaba besar y tocar ese torso, con esa piel caliente que tienen los hombres con el cuerpo tonificado. Me metía alternadamente sus pezones en la boca, lamiendo suavemente. También me encantaba el tacto de su duro culo por encima de los pantalones.

Tuve que ir un rato al baño para prepararme y asearme, y de paso me quité el dildo. Notaba mi recto totalmente dilatado ahí atrás. Contenta y nerviosa, salí con una sonrisa. Pablo estaba sentado en la cama, y ya se había abierto la bragueta y se la meneaba para que terminara de ponerse totalmente dura. No pude hacer otra cosa más que arrodillarme ante él para comenzar una mamada. Esa polla me tenía sometida. Era ver ese glande humedecido, suave y caliente, y esa tranca venosa y durísima, y me tenía a sus pies. Con ese grado de excitación y deseo yo me dejaría hacer cualquier cosa por poder tenerla en mi boca.

Le dediqué a mi ya marido una deliciosa mamada, larga, suave y salivada, como sé que a él le gusta. Me excitaba mucho hacerlo aún con el vestido, incluso aún llevaba los tacones puestos. Pronto ya no pude aguantar más, me moría de ganas de darle mi sorpresa. Me subí a la cama a cuatro patas, exponiéndome a él. Metió las manos por debajo de mi vestido hasta llegar a mis braguitas que bajó hasta abajo y me quitó. La falda la colocó como pudo alrededor de mi cintura y sobre mi espalda, hasta que los dos agujeros de su prima quedaron a la vista. Por supuesto, se dio cuenta que había algo diferente. Le expliqué lo que había estado haciendo últimamente y que quería que me lo hiciera por primera vez por detrás en nuestra noche de bodas. No se lo pensó dos veces y empezó a lubricar mi esfínter usando mis propios flujos, ya que después de esa larga mamada yo ya estaba chorreando de excitación. Con esa lubricación más la saliva de mi felación, colocó el glande en mi entrada y empezó a presionar.

Lo hacía con cuidado y suavidad, pero sin dejar de empujar, y a pesar de mi preparación, no era fácil. Tras relajarme un poco acabó entrando la punta, y poco a poco y lentamente en cada empujón metía un poco más. Al principio empezó a follarme solo así hasta la mitad, a pesar de no estar entera dentro, era muy placentero para los dos. En mi caso era una mezcla de placer, dolor, y una excitación especial que me producía esa postura de sumisión. Tras follarme así durante unos diez minutos, empezó a meterla aún más. Era intensísimo… no podía creer cómo no había probado eso antes. Su mano se acercó a mi clítoris y empezó a juguetear con dos dedos ahí. Esa estimulación añadida, junto con lo que ya habíamos hecho antes, pronto me llevó al orgasmo. Al correrme, mis espasmos apretaban mi recto y a su vez la polla de Pablo, y creo que eso le llevó por encima del límite, y empezó a correrse dentro de mi culo. Sentía claramente cada uno de los chorros de leche caliente que iban a parar a mi culo, y me volvía loca. Desde luego, el sexo anal iba a ser algo que íbamos a repetir con frecuencia a partir de entonces.

Esperamos a que se le bajara la erección y por fin me la sacó. Sentí un gran vacío, pero estábamos muy satisfechos los dos. Reparé en que la leche de Pablo ya había estado en mis tres agujeros. Descansamos tumbados uno al lado del otro, dándonos caricias y disfrutando de nuestras primeras horas casados. El futuro se presentaba muy bonito, y ya estaba cumpliendo mi sueño desde niña: casarme y ser madre joven. Y el hombre no podía ser más adecuado: mi primo Pablo. Solo nos faltaba tener una casa para los dos… perdón, para los tres. Di gracias al cielo de aquel día que mi tía propuso que Pablo y yo viajáramos juntos, en aquella comida familiar. Si no es por ella todo esto no estaría ocurriendo.

 

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