Nuevos relatos publicados: 0

El reencuentro de dos antiguos amantes

  • 12
  • 5.675
  • 9,50 (8 Val.)
  • 0

Siempre creí que lo había superado, que por fin lograra olvidarme de él, pero no era así. Me llegó una invitación y al leerla el corazón me dio un vuelco, era para asistir a una reunión en casa de su padre. Hacía mucho tiempo que no lo veía, siempre había estado evitando que nos encontráramos pero ahora parecía inevitable. Conocía a su padre desde que era una niña y no podía rechazar la invitación.

Después de leerla todos los recuerdos que tenía guardados en el fondo de mi corazón y que creía olvidados volvieron a florecer.

¡Cuánto lo quería!, no comprendía a mi corazón, me había hecho sufrir mucho, siempre jugando conmigo, sólo era para él una chica más con la que divertirse.

Sabía que debía asistir pero me asustaba la idea de enfrentarme a él, su presencia me hacía sentir débil, vulnerable, tenía miedo de caer en sus brazos una vez más y que volviera a partirme el corazón. Mi cabeza me decía que me mantuviera alejada pero mi corazón me decía lo contrario y mi cuerpo lo ansiaba de tal manera que al evocar su recuerdo un escalofrío me recorría de arriba abajo.

Iría, pero esta vez nuestro encuentro sería diferente, yo pondría las reglas del juego. Quizás si jugaba bien mis cartas podría hacerlo mío, pero esta vez para siempre.

Llegó el día, y me puse mi vestido más sexy, quería que me mirara, que se acercara a mí para demostrarle que ya no era la niña que él había conocido sino que era una mujer que sabía muy bien lo que quería y deseaba. Estaba dispuesta a emplear todas las artimañas que el dolor, el sufrimiento y el tiempo me habían enseñado.

Cuando llegué recorrí todo el salón con la mirada buscándolo pero al no verlo decidí que lo mejor era ir a saludar primero a su padre y ver el curso de los acontecimientos, aún no había llegado junto a su padre cuando lo vi aparecer. Las piernas me temblaban y el corazón me latía a un ritmo frenético. Esperé unos minutos donde estaba para tranquilizarme, no podía cometer ningún error, si me veía ansiosa lo perdería para siempre.

Saludé a su padre, siempre me había querido mucho. Hablamos de cómo me iban las cosas pues hacía mucho tiempo que no me veía, pero antes de que acabáramos de hablar apareció por detrás de su padre saludándonos a ambos. Tranquilízate, me dije a mi misma, y le devolví el saludo.

Su padre nos dejó solos, tenía invitados que atender, pero también quería que nos reconciliáramos. Estuvimos hablando de cosas superficiales, ninguno quería hacer alusión al pasado, era mejor así, no era el momento apropiado.

Al cabo de unos minutos me disculpé y fui a saludar a unos viejos amigos, éstos formaban pare de nuestra antigua pandilla.

Mientras me dirigía hacia ellos noté como me miraba. Siguió mirándome durante un largo rato, así que me giré y le devolví la mirada.

En la comida me senté a una distancia prudencial de él pero lo suficientemente cerca para que pudiera ver y oír todo lo que hacía o decía con mis compañeros de al lado.

Durante toda la comida solo lo miré un par de veces haciéndome la distraída, él me miraba sin disimulo. Parecía molestarle la atención que prestaba al chico que estaba sentado a mi lado, así que empecé a sonreírle pícaramente como si estuviera tonteando con él. Eso le molestaba, se le notaba en la mirada.

Acabó la comida y una orquesta empezó a tocar. Estaba bailando con el chico que acababa de conocer mientras me debatía en mi interior por no acercarme a él y echarlo todo a perder, mi indiferencia y el verme con otro lo ponía celoso, no soportaba verme con otro, no podía disimularlo, a mi no, lo conocía demasiado bien.

Ya no podía aguantar más, se acercó diciendo que ahora le tocaba a él bailar conmigo, que tenía ese baile reservado.

- Eres un mentiroso –le dije:- hizo como si no me oyera y me preguntó:

- ¿Es tu nuevo amigo?, ¿no sabía que estabas con alguien?, ¿desde cuando le conoces?

- No sabía que te interesara mi vida personal, ¿desde cuándo te preocupas por mí?

No se esperaba esa respuesta y fue como si le hubiera tirado un jarro de agua fría.

Acabamos el baile sin decir nada más, sólo nos miramos y creo que con eso llegaba para decirlo todo. Notaba mi desinterés por él, fingido, pero eso no podía saberlo, para él era sólo eso, que ya no me interesaba y eso lo consumía. Decidí salir al jardín a tomar un poco el fresco y poner en orden mis ideas.

Estaba sumida en mis pensamientos cuando note que me tocaban el hombro, me giré y ahí estaba mirándome, con expresión sombría, intentaba disimularlo pero no podía, a mí no, conocía muy bien la mirada de esos ojos color topacio que me habían hipnotizado desde la primera vez que los vi, era una mirada tan profunda que sentía como si pudiera ver en mi interior, al mismo tiempo denotaban tristeza.

Nos miramos intensamente como si cada uno de nosotros estuviera analizando al otro esperando descubrir su secreto mejor guardado.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que por fin se rompió ese incómodo silencio, al mismo tiempo tan mágico. Había llegado el momento de los reproches, acusaciones y demás, era inevitable.

Noté sus dudas, sus miedos, no sabía como empezar así que tomé la iniciativa. Le recordé todas aquellas veces en las que me había usado a su antojo y después me había dejado a un lado como si fuera un niño que ya se ha cansado de ese juguete y busca uno nuevo con que entretenerse. También le recordé aquellas noches en las que me decía que yo era lo más importante para él pero al despertar por la mañana solamente me quedaba de él una nota diciendo adiós y que algún día me lo explicaría. Explicación que nunca llegó. Ni una llamada ni una carta. Nada. Sólo el vacío que en mi dejaba.

Había pasado un año desde la última vez que nos vimos, así que le dije que era el momento de esa explicación, de poner todas las cartas sobre la mesa.

Por fin empezó a hablar, diciendo que nunca pretendió jugar conmigo, que no había utilizado y que aquellas notas eran la prueba de su cobardía, sus miedos.

Le asustaba la pasión que emanaba cuándo estábamos juntos, las sensaciones nuevas que florecían con cada beso, con cada caricia. Tenía miedo de lo que sentía, vivía en aquellos momentos, temía enamorarse.

Pero ya era tarde –me dijo.- la última vez que estuvimos juntos me dije a mí mismo que si no me iba inmediatamente nunca sería capaz de abandonarte porque ya me había enamorado, era algo nuevo para mí, yo que siempre lo tenía todo controlado, eso no lo podía controlar y me aterraba, cuánto más estaba contigo más quería de ti, más te necesitaba..... No podía seguir escuchando todo eso, no quería que me embaucara, otra vez no.

Le grité que no me mintiera que por una vez en su vida fuera sincero conmigo que lo superaría, que ya lo había superado. Mientras le decía esto miraba sus ojos, aquellos ojos que conocía tan bien y ya no tenían secretos para mí, me decían que todo era verdad pero no podía, no quería creerlos. Esta vez era yo quien tenía miedo.

Allí lo dejé, solo, sin darle tiempo a decir nada más.

Volví a la fiesta con la intención de irme, debía continuar con mi vida.

Fui a despedirme de su padre pero esto hizo cambiar mis planes. Me convenció para que me quedara a pasar allí la noche, teníamos mucho de que hablar, no pude decir que no, era como un padre para mí.

Empezó a anochecer y la gente se marchaba, no lo había vuelto a ver desde que lo dejara en el jardín.

Cené con su padre. La cena fue un calmante para mí, hablamos de muchas cosas, sobre todo de mi vida, quería ponerse al día sobre mí, siempre tan preocupado porque yo estuviera bien. Cuándo acabamos de cenar se despidió, pero antes de marcharse me pidió disculpas porque su hijo no se había presentado para cenar con nosotros alegando que no se encontraba bien y cenaría arriba.

Estaba en su habitación. El corazón me dio un vuelco más, no se había marchado como supuse que haría, estaba allí, a unos pasos de mí.

Entré en mi cuarto, aunque sabía que no podría dormir, él estaba al fondo del pasillo, otra vez me asaltaban los recuerdos. Aquellos ojos no mentían, esta vez no, o quizás serían los míos los que me engañaban y veían las cosas como yo las deseaba. No, esa mirada era real.

Por qué me atormentaba así.

Decidí jugar mi última carta, si no me salía bien daba igual, no tenía nada más que perder, ya lo había perdido todo hacía tiempo.

Me dirigí a su habitación con pasos temblorosos, una vez ante la puerta dude y di un paso atrás dispuesta a salir corriendo, pero no lo hice. La puerta no estaba cerrada por dentro, la abrí y entre sigilosamente, recorrí la habitación con la mirada pero no lo vi, entonces me di cuenta que había luz en el baño y que se oía caer agua. Estaba en la ducha.

Noté que estaba temblando pero tenía que seguir adelante. Me paré ante la puerta que no estaba cerrada del todo y pude ver su reflejo en el espejo. Me quité la ropa allí mismo, entré sin hacer ruido, corrí la mampara y me metí en la ducha.

Cuando se giró sus ojos me miraban con una calidez que nunca antes había visto en ellos, sus labios se tornaron en una sonrisa mientras que sus brazos se ciñeron a mí para abrazarme fuertemente como si temieran que fuese a desaparecer. Mi cuerpo al notar su contacto empezó a temblar aún con más fuerza.

Nos miramos durante unos minutos sin decir nada, no hacía falta, nuestros cuerpos ya lo decían todo, sustituían las palabras. Sin dejar de mirarme me besó como nunca nadie me había besado antes, fue un beso tan profundo tan cálido que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo sin que se le escapase un centímetro de piel.

Estaba algo tensa, pero cuando note su cuerpo contra el mío tan estrechamente unido, sus caricias, sus besos empecé a relajarme y le correspondí de igual manera.

Cuánto había echado de menos aquellos brazos fuerte, aquel torso con sus músculos bien definidos, aquella boca con sus labios tan sensuales, aquellos ojos de mirada profunda y penetrante. Mientras pensaba todo esto me dejé llevar por él y por todas esas sensaciones que me estaba haciendo vivir y así poco a poco nos fuimos fundiendo en uno.

Exhaustos por todo lo que estábamos viviendo en esos momentos nos dirigimos a la habitación, nos echamos sobre la cama sabiendo que aquello sólo acababa de empezar, queríamos más el uno del otro y deseábamos que no acabara nunca.

No se cansaba de recorrer mi cuerpo una y otra vez, cada centímetro, cada poro de mi piel ardía al notar su contacto y mi boca no se cansaba de sus besos, quería más y más hasta embriagarse totalmente de él.

Así pasamos gran parte de la noche, amándonos sin descanso, sin tregua alcanzando el clímax tan deseado hasta que el cansancio nos venció. Fue maravilloso, había valido la pena esperar la llegada de este día, nunca nos habíamos amado con tanta pasión.

Se quedó dormido. Lo observé durante un rato, sus músculos estaban relajados al igual que sus facciones, en sus labios aún podía atisbar un resquicio de lo que había sido aquella sonrisa hacía tan solo unos instantes. Estaba absorta mirándolo y sin previo aviso mis temores volvieron a apoderarse de mí. Y si cuando me despertara no estaba a mi lado, y si se marchaba dejándome una de esas odiadas cartas. Me quedaré despierta –me dije a mi misma, así lo veré partir y podré decirle adiós, o intentar retenerle. Pero el cansancio y el sueño se apoderaron de mí. Me quedé dormida.

Cuando desperté no me atrevía a abrir los ojos ni a mover un solo músculo de mi cuerpo, no quería encontrar una nota en el lecho vacío.

Intentaba calmarme y reunir el coraje suficiente para afrontar la situación cuando sentí que me abrazaban y me susurraban al oído un Te Quiero. No se había marchado, seguía a mi lado, entonces comprendí que ya no me dejaría, se quedaría junto a mí y seríamos felices amándonos hasta quedar extasiados como la pasada noche.

El reencuentro tan evitado y al mismo tiempo tan deseado había sido todo un éxito.

Ahora podía gritar, por fin, que era feliz.

(9,50)