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Piso patera.

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La luz de la mañana sabatina desperezó a Clara. A duras penas pudo abrir un ojo.  El otro lo tenía pegajoso por causa del esperma. A la izquierda dormía también desnuda Ana, su madre. Girando lentamente la cabeza hacia el otro lado comprobó que el sorprendente ligue de su mamá había volado. Su último recuerdo de él  era el de una mano temblorosa tapándole la boca en mitad de la noche,  una follada a pelo bastante mediocre y susurros soeces al oído.

―¡Qué puta eres, Clarita!, Ahora sé que lo que dice mi hija de ti es cierto, no veas las ganas que te tenía desde siempre…―murmuraba entre espasmos al tiempo que exploraba con su miembro la sonrosada rajita de la muchacha ―¡Puercaaaaa!

Clara pensó que para puta la hija de aquel desgraciado pero se limitó a actuar como en infinidad de ocasiones, dejándose violar sin resistirse, aplastada bajo el peso de la lujuria y lo prohibido.

Como siempre.

Tampoco dijo nada cuando recibió la descarga en su cara. Por lo menos por una vez no había tenido que tragarla aunque de haberlo hecho tampoco le hubiese supuesto un gran trauma.

La joven solía mantener en relación al sexo una actitud sumisa y obediente, sobre todo en las múltiples ocasiones que compartía cama con alguien mayor que ella. Actuaba tal y como se lo ordenaban. Así había sido siempre. Podía transformarse en la más adorable muñeca hinchable o actuar como una ninfómana insaciable, dependiendo de los gustos sexuales de su o sus compañeros de juegos. Tan solo últimamente le apetecía hacer cosas por iniciativa propia, pero de momento eran pequeñas licencias a su incipiente vicio…  al menos de momento.

Tras remolonear bajo las sábanas fijó la vista entre sus piernas. Esperma todavía fresco,  no hacía mucho del último encuentro sexual con el papá de su compañera de clase. Los restos alrededor de su ano ya estaban secos. Daños colaterales de una noche loca. Otra vez la enfermera se pasó con la coca y había vuelto a confundir su cama con la de su hija.

Clara también revisó su mano. Abriendo y cerrando el puño recordó parte de lo sucedido. No dejaba de asombrarle la elasticidad del coño que le dio la vida.

―"¿Cómo podrá caberle esto a esta guarra?" ―pensó.

Después se quedó un rato ahí, mirando a su madre, temerosa de despertar a la dragona. Una dragona hermosa, esbelta y rubia. Así desnuda más bien parecía un ángel, con unos senos poco voluminosos pero bien formados, una piel suave y un olor a lavanda que no le abandonaba ni duchada en lefa.  Clara creía  equivocadamente que jamás ella llegaría a ser ni una milésima parte tan hermosa como ella. Le tenía miedo y admiración a partes iguales.

En un momento indeterminado Ana, abandonando el letargo regaló a su retoño una cálida sonrisa. Clara suspiró aliviada, su mamá estaba de buenas, al menos de momento. Sabía perfectamente de lo que era convivir con una personalidad bipolar. Ana podía pasar del blanco al negro, de la ternura a la ira en cuestión de segundos.  Molerla a palos o comerla a besos. Así era Ana.

Después de la correspondiente ducha matinal compartieron desayuno como solían hacerlo siempre que el horario laboral por turnos de la madre lo permitía.

Casi se le cayó la tostada al suelo a la pobre Clara cuando escuchó la pregunta:

―Folla bien el papá de Nuri… ¿Verdad? Para ser viudo desde hace tantos años se le nota todavía en forma...

Sabía por experiencia que era mejor no contestar a preguntas como aquella. Siempre tenían trampa.

―    ―Es un gilipollas. Me lo encontré por ahí, empezó a hablar de vosotras, de lo amigas que erais de pequeñas y me apeteció tirármelo. Tenía los huevos llenos de leche, el cabronazo. ―Ana seguía con su monólogo al tiempo que el nerviosismo de la chica iba en aumento. -¿Sabes qué?

―¿Q… q… qué?

―¡Me juego lo que quieras que pensaba en ella mientras te lo hacía!

―¿En…ella?

―¡En quién va a ser, en Nuri! Hija, a veces pareces tonta.

―No… no creo…no sé.

―    ¿Qué no? Créeme, he visto ese brillo en sus ojos. Fíjate bien cuando los veas juntos. Parece un lobo en busca de un corderito.  No para de dale palmaditas en el culete y sobarla delante de todo el mundo. Es un cerdo…

―"Un cerdo al que te has traído a casa y metido en tus bragas… y en las mías"  ―pensó Clara sin atreverse a expresar lo que sentía.

Como siempre.

―    Me da asco ―continuo Ana sin percatarse de lo incongruente de su discurso ― Solos los dos en esa casa tan grande. Seguro que tú sabes algo…

―¿Algo… de qué?

―¿Se la folla? Dímelo, que tú lo sabes. ¿Se la folla?

―¿Y yo qué sé? Mamá, vamos a cambiar de tema…

―¿Cambiar de tema? ¿Por qué?  Nuri es tu  amiga… seguro que sabes algo. Pobre nena.

Nuri ni era tan inocente como su mamá creía ni era su mejor amiga. Si acaso quizás fuese en ese momento la más acérrima de sus enemigas, pero la chica tampoco quería hablar de ese tema. Se refugió en la taza de Colacao, removiendo la cucharilla sin necesidad alguna de hacerlo. Por suerte para ella Ana no insistió.

―¡Venga, date prisa! Nos vamos al centro.

―¿En serio?

―Te lo prometí, ¿No? Yo nunca falto a mis promesas…

Mentira cochina. Precisamente lo que caracterizaba al carácter inestable de la madre era sin duda su falta de compromiso general y más concretamente para con su hija. Más aún si lo que se interponía entre ellas era una buena polla, negra preferiblemente aunque no hacía ascos a nada. Jamás le había importado abandonar sola a su hija varios días para saciar su furor uterino.  Clara había aprendido a buscarse la vida y a no esperar nada de su madre desde muy niña.  Así que, cuando durante la semana escuchaba los planes para la mañana del sábado no se hizo ilusiones. Pero las palabras que Ana pronunció le llenaron el corazón de alegría.

―¡Venga, vístete! Y ponte el traje blanco, el de tirantes, que te queda muy mono.

―Bueno… si tú quieres. ―Odiaba aquel vestido, le quedaba un poco corto y le resaltaba las tetas pero una vez más no dijo nada.

Al terminar de abrocharse las sandalias con algo de tacón y alisar su vestido, Clara se miró al espejo. Parecía mayor. Un ligero toque de maquillaje y carmín vivo en sus labios acentuó el efecto. Volviéndose a tocar el vientre murmuró:

―Parezco una vaca….

―¡No es cierto! ―espetó Ana entrando de repente en el cuarto de baño ―Estás muy bien.

Clara se alertó. Por nada del mundo querría decir o hacer algo que estropease los planes. Mientras se peinaba rogaba a todos los santos en los que no creía para que le echasen un cable y que el día no fuese un completo desastre.

―Los hombres no te quitan ojo. Pregúntale al papá de Nuri si le pareces una vaca...

Ciertamente no era una vaca. Era una muchacha normal, como hay cientos, quizá miles. Algo bajita, ojos castaños con el cabello a juego y tez más bien blanquecina. Tal vez su pecho era  algo generoso, rasgo que resaltaba la tela albina, aunque nada exagerado para una chica de su edad. Se había desarrollado muy pronto, las miradas furtivas de los papis de sus compañeras de clase así lo atestiguaban pero aquel momento de su evolución más de una, como la jodida Nuri, ya le habían sobrepasado en altura y busto, aunque no en popularidad con los chicos. Los chicos preferían a Clara. Con ella todo era más sencillo. Fácil, esa es la palabra, con Clara todo era fácil. Absolutamente todo.

Un taxi las dejó en el centro y dedicaron el resto de mañana en visitar tiendas y comprar algún abalorio. Almorzaron en una pizzería, para sorpresa de Clara, que sabía cuánto odiaba su madre aquel tipo de comida. Cuanto más tiempo estaban de buen rollo más crecía el nerviosismo de la adolescente, sabedora de que aquel lapso de tiempo entre bronca y bronca terminaría de un momento a otro.

―Bueno… ―Dijo Ana ―Ya hemos hecho las gilipolleces que tú querías ¿No?

Clara intuyó que los días de vino y rosas iban a terminar.

―¿Por qué dices eso?

―Ahora haremos lo que más me apetece a mí. Verás como lo pasamos mejor.

Y agarrando de la mano a su pequeña  la arrastró por el casco antiguo, fuera del glamour de restaurantes de diseño y tiendas caras.

Clara miraba de un lado para otro. No conocía para nada aquella parte de la ciudad, pese a haber estado muy cerca de allí infinidad de veces. Las calles cada vez se hacían más estrechas y las casas más decrépitas. También la gente con la que se encontraba parecía de otro lugar, de otro planeta, de otro mundo.

Gitanos, emigrantes de mil culturas, borrachos, prostitutas… desfilaron frente a ella en el camino a ninguna parte. Quizás lo que más llamó la atención de la chica fue la soltura con la que su madre se manejaba por aquellos lares. Parecía tenerlo muy claro.

―Mamí… ¿Dónde vamos?

―¡Cállate, joder!

Fin de la discusión. Clara supo desde entonces que la parte buena del día había concluido y que volvía al infierno que solía ser su vida.

No tardaron mucho en pararse delante de un edificio de tres pisos. Si no era el más viejo de todos los que se veían seguro que era el más ruinoso y maloliente. Ni siquiera tenía puerta en el patio y en el escalón de la entrada dormía un borracho. Subieron las escaleras en mitad de la penumbra y en el primer rellano Ana se volvió hacia su hija.

―-Inspira hondo... ¿No lo hueles?

―-¿Oler?

―¿Sabes qué es esto?

―No… no…

―Es un piso patera.

―¿Y… y eso qué es?

―¡Qué tonta eres! ¡Dame tus bragas!

―Pe… pero.

―¡Quítate las bragas, ostia ―gritó Ana al tiempo que se despojaba de las suyas a la velocidad del rayo. Práctica no le faltaba. ―Son  caras de cojones y ahí dentro no van a durarte ni un minuto.

―¡Pero mamá...!

―Lo vamos a pasar de miedo. Si tú y yo somos iguales, ya verás. ―y en tono amenazante continuó ―O entras o te vas a tomar por el culo. No me jodas más...

De mala gana la chica obedeció. Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir. Lo mismo que pasaba cada vez que su madre organizaba una fiesta en casa, que ella terminaba en medio. En medio, arriba, abajo… pero siempre con las piernas abiertas. Clara agachó la cabeza, avergonzada. Ni siquiera la levantó cuando la puerta se abrió, no le hizo falta. Por el acento del hombre supo inmediatamente su raza y por añadidura lo que su madre quería de él. Inconscientemente observó el bulto del pantalón y tragó saliva.

―¡Hola Abu!

―Hola Ana... ¿Qué bueno verte? ¿Quién es ella? ¿Tu hermana…?

―A esta sosa no le hagas ni caso. ―dijo Ana entrando como un torbellino en la oscura vivienda. ―Que se la follen otros...

Amenazando con la mirada a la buena de Clara le espetó:

―Este es mío.Ni lo mires siquiera. Busca otra polla por ahí… que hay de sobra…

Y sin dejarle contestar desapareció con su presa hacia el interior de la vivienda. Su hija le siguió atravesando el umbral  tras un breve lapso de tiempo, como un corderito al matadero. No necesitaba verga, necesitaba una madre que se ocupase de ella, que no la dejase sola días y días, que simplemente la quisiera. La que le había tocado en suerte no estaba por la labor. Vivía por y para sí misma. La pobre chica se sentía como un estorbo, un grano en el culo, una auténtica mierda. Intentaba contentar a su madre pero jamás lo lograba. Siempre había algo que se lo impedía.

Contrastaba el interior de la vivienda con lo lúgubre del edificio que la contenía. También tenía el mismo aspecto decrépito y descuidado pero allí todo era luz y bullicio. Diferentes músicas se entremezclaban entre sí formando un trinar de ritmos africanos. De las habitaciones entraban y salían hombres semidesnudos gritando palabras en idiomas extraños. Algunos la miraban sin decir nada, con evidente gesto de extrañeza. Otros simplemente pasaban de ella. Todos tenían algo en común, su raza.

Olía a negro. A negro y a marihuana. Clara desde niña conocía perfectamente la mezcla. Creía haberla olido incluso antes de salir del vientre de su madre, cuando los penes de ébano parecían querer arrancarla de allí.

A Clara no le disgustaban los negros. Por regla general solían tratarla infinitamente mejor que los “civilizados” blancos. Eran amables y sonrientes, incluso le regalaban collares y otros adornos. Otro cantar era a la hora del sexo. La mayoría se transformaban, como mister Hide. No solamente por el tamaño de sus penes sino por el frenético vaivén que imprimían a las envestidas y  la brusquedad a la hora de follarla. La chica había llegado a desmayarse de puro dolor con una enorme morcilla negra intentando entrar por donde era físicamente imposible.

Deambulando por el pasillo miró dentro de las habitaciones. Todas estaban ocupadas por varios hombres que se hacinaban en camas o colchones tirados por el suelo. Algunos cantaban y charlaban. Otros simplemente dormían hechos un ovillo. Comprendió aquel instante el significado de piso patera. Alguien se le acercó ofreciéndole un porro. Le dio una profunda calada. Por experiencia sabía que la hierba se lo haría todo más fácil. Devolvió el canuto con una medio sonrisa a un chico joven y tan alto que la chica apenas parecía nada a su lado.

―"¿Tú serás el primero?" ―pensó mirándole a los ojos ―"Sé dulce, por favor. Es muy guapo."

No tardó demasiado en escuchar el característico traqueteo de un viejo colchón. Los gritos de Ana comenzaron a hacerse notar incluso por encima de la algarabía general. Parecía que la estuviesen matando y en cierta forma así era.

Bajo el dintel de la siguiente puerta Clara  divisó una escena que no por repetida le pareció menos impactante. A cuatro patas Ana gritaba como una perra en celo. Tras ella, el tal Abu dándolo todo. Blanca y negro completamente acoplados, comenzaban a sudar de lo lindo.

―¡Más fuerte, cabrón! ―imploraba la hembra ―¡Más fuerte, negro de mierdaaaa!

Los insultos racistas surtieron efecto y el moreno se ensañó con la rubia. Incluso le descargó un par de contundentes cachetes en el culo haciendo las delicias de una desatada Ana que hacía lo imposible por absorber más verga y darse gusto al cuerpo.

Ni que decir tiene que no se percató de la presencia de su hija. No hubiese visto ni al mismísimo Papa de Roma, anestesiada como estaba de de vicio. De vicio y de coca, que ya le había dado tiempo de echarse la primera raya. Abu tenía material de calidad y un cobrador del frac entre las piernas de dimensiones desmesuradas. Además, a Ana jamás le había importado tener relaciones sexuales delante de Clara y no iba a ser aquel día el primero ni el último.

Clara observó como al lado de la cama otros dos hombres comenzaban a rozarse descaradamente el paquete. Esperaban su turno pero no les importaba. Conocían de sobra a la rubia, no era la primera vez que aparecía por aquella casa, ni la segunda, ni la tercera…

Como por arte de magia de nuevo el porro apareció de la nada. Clara hizo los honores, exhalando por la nariz como lo llevase haciendo toda la vida. Esta vez el canuto iba acompañado con magreo en el costado. Un primer paso, una toma de contacto para ver la reacción de la chica. Indiferencia absoluta, cosa que animó al hombretón a  ir un poco más allá.  Su posición dominante, detrás de la chica le permitió pasar la mano cerca del cuello y zambullirla en el escote. Clara se dejó meter mano, como siempre. Jamás había apartado la mano de un hombre de su cuerpo.

―Tus tetas ser mejores que las de amiga zorra...

―Esa zorra no es mi amiga...―poco a poco la droga hacía su efecto y el resentimiento comenzaba a salirle por la boca ―es mi madre...

―Estar buena tu madre, follar mucho bien… pero seguro que tú ser mejor…¿Eh? Tu follar mucho bien.

―Sí. Yo follar mucho bien, hijo de puta. ¡Pásame el porro de una vez!

―¿Quieres coca o pastillas? Tener de todo. Yo regalar si tú ser buena.

―Paso…

―Fumar más...

―Trae… cabrón ―y tras tres intensas caladas dejó caer al suelo la colilla.

Rápidamente se vio rodeada de negros, que acudieron a ella como moscas a la miel. Tuvo que esforzarse para seguir contemplando el polvo de su madre. El tal Abu ya había terminado, dejando el sitio a otro compañero. Ana apenas notó el cambio, absorta como estaba en las contracciones de su vagina.

La hija lanzó un suspiro al sentir la dentellada y el posterior  baboseado en el cuello. Una segunda mano buceó bajo su ropa, apretando el pezón que todavía estaba libre. Una tercera palpó su trasero, levantándole el vestido mucho más de la cuenta. Una cuarta en su sexo...y una quinta le hizo competencia. Ella se dejó hacer, perdiendo la cuenta de las manos que diputaban un pedazo de su carne. Exactamente igual que en el instituto solo que sin las prisas del final del recreo ni el morbo de ser pillada por el viejo bedel de dentadura amarilla.

―Tú guarra. No bragas.

―Estar mojada.

―Abre la boquita, guapa.

Sin tiempo a contestar la lolita sintió un dedazo que entraba en su boca como si se le hubiese perdido algo. Cada vez más caliente coqueteó con  él imitando el proceso de una mamada. Sin saberlo acertó al hacerlo ya que de esa forma el apéndice estaba algo lubricado cuando comenzó a sentirlo atravesando su esfínter anal.

―Hijo puta… ―protestó.

―¿No gustar?

―¡Noooo! ―exclamó Clara sin hacer nada para que terminase su tormento.

―¿Seguro? ―dijo el negro sonriendo ―Tu trasero no decir eso.

El trayecto entre el culo y  boca  se repitió varias veces introduciéndose cada vez más el dedo en ambas cavidades.

De repente algo sucedió. Clara al principio no supo exactamente porqué los negros se enzarzaron en una disputa. Después se dio cuenta de lo evidente, que era por ella por lo que discutían. Todos creían tener el derecho de montarla primero. Ella optó por no inmiscuirse, le traía sin cuidado el resultado. Sabía que su suerte estaba echada, tendría que complacerlos a todos, el orden le era indiferente.

Casi llegan a las manos de no ser por el imponente grito de Abu. De repente, todos callaron. Hasta el que se beneficiaba a Ana paró un instante su frenesí ante el descontento de la hembra.

Evidentemente en aquella caótica casa había un orden, un estatus, una pirámide y en su cúspide se encontraba Abu. Nada pasaba en la casa sin que él lo supiera o consintiera. Así había sido hasta ahora y así seguiría siendo.

Un escalofrío recorrió la espalda de Clara. De repente se vio despojada de los buitres que revoloteaban junto a ella y poniéndose muy nerviosa. Ese nerviosismo que tienen las adolescentes cuando saben que están fuera de lugar o que van a hacer algo que no deberían. Su madre le había advertido acerca de relacionarse con el negro, pero era imposible resistirse.  Emanaba de él un poder, una jerarquía que le producía un cosquilleo en la tripa que rápidamente se transformó en deseo irrefrenable. Iba a caer como siempre, aunque aquella vez por voluntad propia. En cierto modo quería vengarse de su madre.

―Hola pequeña... ¿Cómo te llamas, preciosa? ―dijo el Dios de ébano plantándose en frente de ella.

―C... Clara ―contestó haciendo verdaderos esfuerzos por no mirar el majestuoso pene que todavía erecto le apuntaba desafiante.

―Hola Clara. ¿Así que eres la hija de Ana, eh?

―Si... sí.

―Eres muy bonita.

―Gracias.

Toda la arrogancia de Clara había desaparecido. Solía utilizar palabras mal sonantes y gestos para declarar su rebeldía. Hasta aquel momento tan sólo con su madre se había sentido tan cohibida. Abu tenía sobre ella también el mismo efecto.

―¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan colorada?  ¿Qué miras, eh? ―jugueteaba con el pelo de la muchacha ―¿Te gusta mi rabo?

Ella no dijo nada. La respuesta era evidente. El que calla, otorga.

―¿Te gustaría tocar, verdad? ―continuó al no obtener respuesta ―¿Chuparla, tal vez?  Seguro que sí, eres hija de quien eres. Llevas el vicio en la sangre.  No seas tímida…

Una sola mano bastó para abarcar la cabeza de Clara. Delicadamente pero sin vacilar la condujo hacia el lugar adecuado. Ella vio acercarse el estoque y la boca se le abrió por sí sola. Estaba como hipnotizada, sintió el hierro caliente, amargo y pétreo. Reconoció el sabor del coño de su mamá, estaba acostumbrada a él y no fue impedimento para dar lo mejor de sí.

Los amigos de Clara decían que era la mejor con la boca. ChupaClaraChupa era uno de sus motes, como también lo eran PutaClara, ClaraGuarra y mil más del mismo estilo. No se le ocurrió mejor momento para demostrarlo. Como bien había dicho el otro negro estaba mojada.

―Eso es, pequeña. Lo haces muy bien. Limpia lo que ensució mami.

Casi ni tenía que agacharse la chica para mamarla. De manera simultánea comenzó a frotar el cipote desde la base, a años luz del extremo, y mover la lengua dedicándole lo mejor de sí misma. Clara tenía una boca grande. Era capaz de meterse hasta el fondo las vergas de  todos sus compañeros de clase pero lo de aquel moreno eran palabras mayores. No sabía cómo atacar así que lo hizo lo mejor que pudo.

―Eres buena, mi vida. Muy buena. Se nota que tienes experiencia.  ¡Uhmmm! ¿Quién te enseño a hacer eso? ¿Mami?

Los juegos de Clara evidentemente agradaban al negro que moviendo sus caderas empezó a follarle la boca. Él llevaba el ritmo. Ella se limitaba a seguirle. Todo iba bien, el hombre era perfectamente consciente de la edad y limitaciones físicas de su joven amante. Apenas le introdujo la punta, no quería forzar las cosas ni lastimarla, de momento no perdía el control.

Abu dijo algo en su dialecto y el resto de la manada volvió con su acoso. Clara, sintiéndose manoseada se contorsionó de forma inconsciente, facilitando así las cosas. Un acto reflejo seguramente  motivado por las múltiples metidas de mano colectivas que había sufrido. Pero el pasillo era estrecho y los acosadores numerosos así que el maestro de ceremonias decidió cambiar de escenario.

Sin aviso previo quitó el chupete a la chica, que se quedó con la boca abierta y unas ganas tremendas de seguir mamando. Cogiéndola en brazos como si nada Clara perdió de vista a su mamá. Pese a ello se sintió segura entre unos brazos tan fuertes y rodeó con los suyos el cuello del galán. Hubiese deseado quizás un beso, pero tuvo miedo de darlo. Muchos hombres rechazaban sus labios si estos habían sido ocupados por una verga previamente. Durante el trayecto jugueteó con la llave y la cadena de oro que pendía del cuello de Abu. También perdió las sandalias. Eran lo único que le quedaba por perder ya que para la virginidad era tarde. No había sido solamente precoz a la hora de que le crecieran las tetas.

El negro se dirigió a la habitación contigua. Los que allí se encontraban se alteraron un poco pero en seguida se hicieron cargo de la situación dejando la cama completamente disponible. No se fueron, querían ver el espectáculo y participar en él si era posible

El hombre dejó su juvenil paquete delicadamente sobre el colchón desnudo. Su aspecto era manchado y sucio pero más lo estaría cuanto terminasen con ella.

En ese momento Clara sintió algo similar al miedo. Sabía que debía huir de allí pero no lo hizo. Aquella circunstancia era un patrón de conducta en la vida de la muchacha. Era consciente de muchas de las cosas que hacía estaban mal pero sin saber muy bien porqué terminaban sucediendo. Era incorrecto saltarse las clases, no debía ir al rincón del patio durante el recreo, no era correcto posar desnuda para el vecino, estaba mal ducharse a solas con la profe de educación física, etcétera, etcétera, etcétera…

Desde su posición la chica veía a cinco negros, pero intuía que podría haber más. En cualquier caso, demasiados. Como leyéndole la mente Abu encendió otro porro y se lo pasó.

―Toma, Clara. Fúmatelo todo, te hará bien...

―Gracias ―contestó ella mimosa, sacando fuerzas de flaqueza.

Esta vez sí que se atragantó con el humo. Una parte de ella estaba ansiosa por probar la fruta prohibida, concretamente la que  tenía entre las piernas.

―Tranquila, princesa. Sin prisas... tenemos todo el tiempo del mundo. ¿Está bueno?

―Muy bueno.

―Te daré más para que les des a tus amigas si quieres. ―dijo quitándole el cigarro a la chica de la boca ―¿Ya estás mejor?

―Si.

―¿Serás buena?

 La droga hizo su efecto. Clara asintió, inclusive con una sonrisa.

―Bonito vestido... ¿Por qué no te lo quitas?

Una vez más Clara se dispuso a obedecer. Solía bailar para los invitados de su madre encima de la mesa del salón, entre vítores y aplausos hasta que quedaba completamente desnuda así que desvestirse en público no le era extraño. Ya estaba a punto de quitárselo cuando fue interrumpida.

―Levántate y hazlo despacio, que te veamos todos.

La nínfula obedeció.

Como siempre.

 Con bastante gracia se quitó la única prenda que cubría su cuerpo.  De nuevo se encontró  como cuando vino al mundo delante de hombres a los que no conocía,  hombres que la miraban con deseo, hombres que pronto saltarían sobre ella poseyéndola a su voluntad. Caras y pollas que pronto olvidaría. Otras las sustituirían continuando la rueda de sexo que era su vida.

―Tú no bragas, tú guarra ―repitió el mismo tipo de antes.

―Silencio  ―dijo el jefe con firmeza ―Vamos, jovencita... ya sabes cómo me gusta hacerlo.

Clara imitó a su madre. A cuatro patas ofreció la mejor de las vistas de su sexo a todos pero especialmente a Abu. Este se acercó a comprobar  la frescura de aquel coño lampiño y juvenil. No se resistió a pasarle la lengua tres o cuatro veces desde el mismísimo clítoris hasta el ojete. Clara apretó los puños reprimiendo un grito. Solamente ronroneó, cual gatita en su primer celo.

―Delicioso. ―sentenció el patriarca tras limpiar el esfínter a conciencia ―nadie diría que ya está estrenado. ¿Cuántos han sido, Clárita? ¿Cuántos se te han tirado?

―No… no lo sé.―la chica estaba avergonzada por la pregunta mucho más que por el hecho de estar dejándose comer el coño  ―Muchos.

―¿Muchos? ¿Cuántos son muchos?  ¿Diez?¿Cincuenta?¿Cien? Así me gustan las chicas… guapas y complacientes.

La chica no terminaba de comprender lo que quería el moreno. ¿Por qué no la follaba? ¿Por qué no se la clavaba hasta el fondo como lo hacían todos y terminaba de una vez con aquello? Estaba confusa. No solían tratarla de aquel modo. ¿Quizás quería que suplicase? ¿Debía hacerlo? Estaba alterada, por una vez y sin que sirviese de precedente deseaba el sexo. Aun así optó por permanecer inmóvil, totalmente dispuesta, en posición de espera.

Su incertidumbre no duró mucho. El senegalés se colocó tras ella. Dijo algo gracioso, o debía serlo porque la concurrencia rió con ganas. Clara no entendió nada. Necesitaba otro porro, pero no tuvo arrestos de pedirlo.

Agarrando a la chica por las caderas Abu empujó su polla contra la entrada. Hizo un par de intentonas de fogueo y  a la tercera fue la vencida.

Clara gritó como si estuviese pariendo, y eso que apenas le había entrado la punta del glande. Eso no amilanó al negro, que continuó con la prospección centímetro a centímetro. No contento con eso comenzó a incrementar el ritmo. A Clara le faltaba el aire, se le nublaba la vista. Jamás había sentido algo parecido y eso que estaba totalmente empapada y predispuesta. Ni el papá de la puta de Nuri, ni sus amigos de clase, ni las orgías en casa podían asemejarse a lo que el falo de aquel hombretón le arrancaba de dentro. Ni siquiera pervertido de su vecino, con esa obsesión por los consoladores le habían llenado de aquel modo. Había follado con negros antes, pero ninguno como este. No le extrañaba nada que Ana estuviese encoñada de Abu, era un ejemplar único.

―¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!  ―gimoteaba Clara al ritmo de las sacudidas.

―Ser muy grande para ti, puta. ―comentó un espectador entre risas ―esto ser para mujeres de verdad.

Abu comenzó a ensañarse. No solía trabajarse chochitos tan tiernos y estrechos. No obstante sabía lo que hacía. No perdió el control en ningún momento. Cada vez que llevaba al cuerpo de la chica al extremo este cedía un poquito más, ofreciéndole nuevas sensaciones. Él sabía que eso volvía locos a los hombres. Pronto la pequeña Clara superaría a su madre en habilidades, si es que  no lo había hecho ya. Introdujo unos cuantos centímetros más y sacudió con fuerza. Intuyendo que la jovencita estaba a punto, actuó convencido de que eso era lo que necesitaba. Si ella no se dio de bruces con el cabecero fue porque su jinete lo impedía, agarrándola con fuerza y montándola con maestría.

―¡Joder! ¡Joder! ¡Jodeeeeeerrr! ―gritó la joven al llegar al orgasmo, quizás uno de los más intensos de su corta vida

Ensartada como una oliva su interior no dejaba de supurar flujos a lo largo y ancho del cipote. Había valido la pena el sufrimiento. No cabía en sí de gozo. La cópula siguió a unos minutos que le parecieron horas. Sentía en cada pliegue de sus entrañas un placer infinito. Volvió a tocar el cielo al notar la corrida. Una andana que no por ser la segunda fue de menor cantidad a la primera dedicada previamente a su madre.

Cuando el sable abandonó su vaina y el moreno dejó de agarrarla se desparramó en el colchón. Estaba muerta, pero de puro gusto. Si por ella hubiese sido ya habría tenido bastante, estaba totalmente satisfecha. El problema era que no dependía de sí misma. Abu había sido el primero… pero había más, muchos más.

―Eres buena ―dijo Abu observando su hazaña y como el esperma salía a borbotones de entre las piernas de Clara ―Jodídamente buena. Tan buena como la zorra de tu mamá.

Y diciendo esto recogió del suelo el vestido de la chica y se limpió la polla sin importarle lo más mínimo el dejarlo totalmente manchado de semen.

―Ahora veremos si aguantas tanto como ella ―y girándose al resto de la concurrencia les habló en español para que ella lo entendiese ― Toda vuestra, hermanos.

Se marchó de la habitación dejando a la chica a merced de los otros negros. Clara hubiese agradecido un descanso, un breve lapso de tiempo para coger algo de fuerzas. Esto no se produjo.  Los machos tenían hambre y ella era su comida.

No tardó ni un minuto en verse Clara en la misma posición que antaño, solo que esta vez además de un cipote en el coño tuvo que trabajarse otro con la boca.

―Más adentro, señorita… así mejor bien.

Nada evitó esta vez que el amante de turno eyaculase en su boca. Ella se limitó a tragar y esperar al siguiente, y al siguiente del siguiente.

Con el transcurrir de la tarde el efecto del porro se fue terminando. Empezaron los calambres en las piernas y dolor en la cara de tanto abrir la boca. El coño no le dolía, el pollón de Abu la había dilatado tanto que parecía anestesiado. Optó por ofrecerse boca arriba. A la mayoría de sus amantes les daba lo mismo, sólo querían meterla en tan estrecho agujero, la postura les era indiferente. Otros agradecieron el cambio ya que de esta forma podían ofrecerle las pelotas para que las lamiera o correrse en la cara, sin duda mucho más divertido que simplemente entre sus labios.

Los negros estuvieron trabajándose a madre e hija toda la tarde, pasaban de una habitación a otra con total libertad. A Clara cada vez le era más costoso alcanzar el orgasmo, pero ahí seguía, dándolo todo. Los sementales tomaron como costumbre imitar el gesto de Abu, el de limpiarse los restos del cipote con el vestido de ella. Pronto la bonita tela se tornó en un revoltijo sucio y maloliente.

A una hora indeterminada alguien entró diciendo algo y todos se pusieron en pie rápidamente. Abandonaron la habitación a toda prisa, vistiéndose de forma atropellada. Sobre el colchón quedó Clara, toda dolorida y cubierta de esperma. Sacando fuerzas de flaqueza fue a buscar a su madre.

La encontró, cómo no, preparándose un tirito de coca. Sorprendentemente también estaba sola. Su aspecto no era mucho mejor que el de su hija pero a diferencia de esta no parecía estar extrañada por haber sido abandonadas por los machos.

―Hola Clarita…¿Quieres una? ―dijo señalando la raya de polvo blanco.

―No… no. ―contestó Clara algo aturdida.

―Lo estás pasando de puta madre… ¿A que sí? Esto es mucho mejor que ir de tiendas…

Clara pasó de contestar lo que pensaba. Realmente todavía no lo tenía muy claro si lo estaba pasando bien o no.

―¿Dónde están?

―¿Quiénes, los putos negracos?

―Sí… sí ―

―Je, je,je… ―rio Ana entre dientes ―Después de pecar, rezar…

―¿Rezar?

―Sí. Esos hijos de puta están rezando.

―¿Rezando?

―Ya sabes, cinco veces al día. Son musulmanes y les va el royo ese. Pero no te preocupes, pronto volverán a la carga. ¡Qué tíos! ¡Qué pollas…!

Clara no estaba preocupada por lo mismo que su madre. Lo que de verdad le apetecía era largarse por patas.

―A ver si terminan pronto con el puto rezo… ayer terminó el ramadán y por eso están tan salidos. Imagínate... veintitantos días sin follar...

―Mami... por favor te lo pido. Vámonos, porfa...

―No pienses ni por un momento en marcharnos ahora. Esto apenas ha empezado, tonta.

Una vez más Clara desvió la mirada. No tenía más remedio que aguantarse, esperar a que los negros volviesen y continuasen con la orgía. La ópera no termina hasta que canta la gorda, y en aquel caso la gorda era su madre, al menos metafóricamente hablando.

Permaneció sentada mirando al infinito, estirando las piernas de vez en cuando para recuperar la circulación sin hacer caso al canturreo de Ana.

―Si al menos pudiese pegarme una ducha ―pensó. ―aunque dudo mucho que en este antro sepan lo que es eso… ¡Qué asco! Estoy toda pegajosa…

La despertaron de su sueño la algarabía propia de la manada. Estaba dispuesta a seguir con aquel sinsentido pero también decidida a pedirles antes un par de porros para coger fuerzas.

No tuvo tiempo de hablar, fue Abu el que lo hizo.

―¿Tenéis hambre?

―¿Hambre? ―dijo Ana extrañada.

―¡Sí! ― imploró Clara que vio en aquella proposición una manera de ganar tiempo ―Tengo mucha, muchísima hambre. Me muero de hambre.

―Ya… je,je,je… porque supongo que de sed no.

La ocurrencia del jefe siempre debe ser jaleada por los súbditos y aquella vez no fue la excepción.

Ana iba a protestar pero por una vez se le ablandó el corazón.

―Bueno, está bien. Supongo que habrá que meter algo sólido al estómago..

―Estupendo.

Abu pronunció las órdenes oportunas y los otros negros desaparecieron cada uno con una tarea. Iban muy rápido. Cuanto antes terminasen antes podrían continuar con la orgía. Algunos llevaban meses sin follar así que tenían cuerda para rato. No solían permanecer mucho tiempo en un mismo sito y las visitas de mujeres blancas a los pisos patera tampoco era algo muy habitual.

Abu se sorprendió al sentir unas manos agarrando a la suya.

―¿Qué quieres, princesa? Habla, que lengua ya sé que tienes. ¿Ahora te vas a poner tímida, después del polvo que hemos echado?

―¡Serás puta! Te dije que ni le mirases siquiera.

La ira se apoderó de Ana. Ya tenía la mano levantada pero Abu la agarró al vuelo. Fue ella la que recibió un tortazo que la tiró al suelo.

―¡Mamá!  ―Clara se agachó inmediatamente a socorrerla pero Ana era demasiado orgullosa para aceptar ayuda.

―¡Déjame! ¡Ni me toques! Ni me mires, desagradecida. ¿Sabéis que? La zorrita quiere irse. Prefiere irse a casa a llorar con la almohada. ―Ana continuaba echando sapos por la boca ―¡Mami, mami! ¿Porqué no me quieres....? ¡Buaaaaaaaaa!

―¡Ya vale, vieja! ―intervino de nuevo el negro ―¿Es eso cierto? ¿De verdad quieres irte, pequeña? Eres libre de hacer lo que quieras. Nadie te retendrá aquí...

―¡No, no! ―repuso Clara ―Me quedo, me quedo.

Clara pudo sentir las puñaladas que le mandaba su madre con la mirada al escuchar esto. La había desobedecido y aquello tendría consecuencias tarde o temprano.

―¿Puedo… puedo ducharme en algún sitio?

―¿Ducharte? ―dijo Ana con despecho ―ducharte para qué, si vas a acabar igual dentro de un rato, niña tonta. Menuda estupidez.

―Por supuesto ―Abu contestó amablemente ―Por favor, sígueme.

―    Tú no, Ana ―continuó al ver que la madre pretendía acompañarlos y citando sus palabras prosiguió ―Sería una estupidez ¿No?

Y dejándola con un palmo de narices, llena de rabia condujo a la lolita hacia el fondo del pasillo.

Llegaron de la mano a la última puerta la única que permanecía cerrada. Abu la abrió con una llave que llevaba al cuello. Aquella estancia era totalmente diferente. Todo lujo y tan limpia que se podía comer en el suelo. El negro le señaló una puerta, Clara supuso con acierto que aquello sería el baño.

―Por ahí.

―Sí… gracias.

Al entrar se encontró de bruces con un ultramoderno jacuzzi. En él podrían haber entrado ella, el negro y dos personas más sin problemas.

―Joder… ―se le escapó.

―¿Te gusta?

―Es tremendo. Jamás me he bañado en uno tan grande.

―Si vienes otro día lo probamos. Ahora date prisa, la cena está esperando. ―y diciendo esto puso en marcha la ducha controlando hasta que obtuvo la temperatura que consideró adecuada.―Ahí tienes de todo, jabón, champú… lo que quieras.

―Muchas gracias, de verdad. ―Clara estaba realmente agradecida con el detalle.

Clara pensó que él se uniría a ella pero no fue así. Fantaseó que quizás la follaría al salir del agua pero nada de nada. Tan solo la miraba, sin decir ni media palabra, cosa que le frustró un poco.

―Eres hermosa. Déjame que te lave el pelo.

―C... como quieras -

Los enormes dedos masajearon el cuello cabelludo sin prisa. Clara se sintió muy a gusto, casi tanto como cuando él la poseyó. Se sintió importante, querida. Se sintió, al menos de alguna manera, amada.

La ninfa se sentía extraña. Había estado follando toda la tarde, llegando al  orgasmo multitud de veces y pese a ello seguía con ganas de volver a hacerlo. Con el chorro del agua desparramándose por su cabello pensó en que quizás eso le convirtiese en una ninfómana, como su madre.  Siempre se había negado a admitirlo, pese a que una y mil veces Ana le había dicho que eran iguales. Quizás su mente no lo tenía muy claro pero su cuerpo sí así que instintivamente deslizó la mano por el torso desnudo del moreno hasta llegar a la base de su cipote.

―Sécate que es tarde. ―susurró Abu apartando la manita.

―¿No... no te apetece...?

―No. Es tarde.

Aquella actitud volvió a desconcertarla, se sintió mal así que secándose con la toalla que él le proporcionó y envuelta en ella se dirigió hacia la salida, de vuelta al lúgubre pasillo, cabizbaja y algo triste. Conscientemente al pasar junto a la cama redujo el paso, con la esperanza de que él saltase sobre ella. Quería sentirlo dentro de nuevo. Pero eso no se produjo. Abu se limitó a quitarle la toalla, cogerla de la mano y llevarla de nuevo desnuda hacia el salón.

Allí esperaban todos, charlaban animadamente. Habían retirado los colchones y  en su lugar colocaron un tablero en forma de mesa. Ana llevaba la voz cantante, aparentemente el desprecio recibido no había hecho mella en su ego.  Sentada en las rodillas de uno, seguía en pelotas contando batallas. El tipo le sobaba las tetas con gracia pero ella continuaba hablando y hablando.

―Ya están aquí los tortolitos. Ya era hora, se está enfriando la cena.

Ante la inexistente respuesta siguió dando caña.

―¿Qué tal la ducha? ¿Cuántos te ha echado? ¿Uno? ¿Dos, quizás?

Clara quiso morirse, la venganza de su madre iba a ser terrible. No siempre estaría Abu para defenderla.

―Ven, guapa. Sentar aquí. ―dijo uno de los muchachos haciéndole un hueco en el centro del sofá. ―¿Pollo?

Clara aceptó la invitación. La cena transcurrió tranquila y divertida, con continuas bromas y cánticos No sabía lo que comía pero estaba muy bueno. Se encontraba  muy a gusto la joven en aquel ambiente tan distendido. No se sobrepasaron con ella durante este tiempo. Ciertamente tuvo que lamerle a un tipo la polla recubierta de una especie de gelatina y que el tipo de la derecha no comía bocado sin antes habérselo pasado por el coño pero todo de forma natural y sana, sin sacar los pies del tiesto, como un juego.

Tras la cena sonó el timbre de la puerta y llegaron más negros sin duda atraídos por el olor a carne fresca. Las hembras reaccionaron de forma muy distinta al verlos. Ana estaba entusiasmada, en cambio a su hija le entró un enorme desasosiego por el mismo motivo: más pollas que atender. Con ellos comenzaron  de nuevo los porros. El menos que canta un gallo aquellos morenos liaban uno tras otro. Pronto la habitación se convirtió en un auténtico fumadero. Tras los porros, la coca hizo de nuevo acto de presencia.

En vista de su nada halagüeña perspectiva Clara ya no se resistió, metiéndose en por la nariz una dosis considerable de droga.  Llegados a ese punto ya todo  le daba lo mismo, que hiciesen con ella lo que les diera la gana.

 El ambiente se fue enrareciendo y fue como no Ana la que desató las hostilidades, reptando hasta el sillón con orejeras donde se encontraba Abu y regalándole una magistral mamada. El hombretón aceptó el presente, eso sí sin quitar el ojo a Clara. Evidentemente  prefería a la hembra más joven. La noche era larga y sabía que tarde o temprano  volvería a sentir la angosta estrechez de su cuerpecito alrededor de su falo. Pensó que si jugaba bien sus cartas tal vez podría prostituirla, como hacía de vez en cuando con su madre. Conocía babosos pervertidos con mucha pasta que se darían un festín con  aquella complaciente mocosa.

En el  fragor de la batalla, los compañeros de sofá de Clara inmovilizaron sus piernas abriéndolas de par en par, dejando de esta forma su sexo a la vista de todos. No permaneció visible durante mucho tiempo. Un moreno pronto se apresuró a hacer prácticas de armónica con él.

―¡Ahg… qué bueno! ―suspiró Clara.. La droga también acentuaba sus sensaciones.

―Ibra… hijoputa. ¡Cómo te lo montas, cabrón!

―No comer uno tan bueno desde que violar hija de mi hermano allá en Dakar…

―¡Pero se puede saber qué coño haces! ―interrumpió Ana airadamente.

―¿Qué pasar? ―contestó el tal Ibra un poco extrañado. Comerle el coño a la adolescente apenas tenía importancia en comparación con las miles de diabluras que ya le habían hecho.

―¡No, a ti no, gilipollas! A este otro mamonazo.

―¿Qué?

―¿Qué? Por el culo le das a tu puta madre…

―¿No… no gustar?

―No… “no gustar”, negro de mierda…

Todos rieron la ocurrencia. Todos menos Clara que permaneció callada, absorta en el escalofrío casi permanente que le producía el tintinear de su campanilla..

―Y a ti, princesa… ¿Te gusta?

―No ―Pero quizás por el placer que estaba sintiendo su tono no fue nada convincente.

―¡Sí que le gusta! ―intervino Ana mintiendo por puro despecho quizás para vengarse  así de su hija ― Le encanta que le rompan el trasero…

―No… no… no es verdad. ¡Ah! ―ya no pudo seguir hablando, su coñito había explotado de nuevo.

Cierto o no a Abu pareció darle lo mismo, la felación había surgido efecto. Su pene volvía a desear sexo. Estaba decidido, en aquella casa su voluntad era ley. Tenía curiosidad por saber el límite de la lolita. Ya conocía lo suave y profundo de su sexo, ahora le quedaba por calibrar la elasticidad de su ano. La puerta trasera de la muchacha iba a ser abierta y su pene sería ariete, costase lo que costase.  Utilizando su lengua materna, expresó su voluntad al resto de su tropa y el comecoños incrementó la intensidad de sus acciones.

Clara seguía gimoteando, con los ojos cerrados, absorta en las sensaciones. El negro se lo estaba comiendo todo a conciencia, dándose un festín de clítoris y fluidos. Notó un dedo entrando sin llamar en el culo, estaba tan excitada que lo acogió como si lo conociese de toda la vida. Otro compañero se le unió en su tarea, tampoco hubo problemas en darle cobijo. Sufría como una perra con las dilataciones anales que le hacía el vecino pero en aquel momento las agradeció profundamente, tan profundamente como aquellos rudos apéndices hurgaban su entraña. Estaba en éxtasis.

―Ponedla aquí

Abu tiró ligeramente del cabello de Ana, que dejó de mamar. La punta del cipote brillaba tanto como los ojos de la madre. La venganza estaba cerca y en caliente, como a ella le gustaba.

―Encúlala, mi amor… dale fuerte ―esta vez no le importaba compartir a su hombre si conseguía de aquel modo darle una lección a su rival.

Clara bajó de la luna y fue poco a poco consciente de su situación. Los negros que la custodiaban la habían levantado cual frágil pluma y, sin dejarle cerrar las piernas por un instante acercaban su trasero peligrosamente al mástil de Abu.

―No… no por favor. No… no, mami...  ―imploraba clemencia precisamente a su mayor verdugo ― no dejes que me meta eso...

Pero Ana ni siquiera la escuchaba. Por el contrario agarraba ella misma el falo, para asegurarse de que la penetración fuese certera.

―¡Soltadme, cabrones! ―gritaba la chica en un instante de cordura― Soltadme, por favor... es muy grande...

―Bajadla de una puta vez ―repuso Ana como maestra de ceremonias.

―Por delante ―intentaba en vano negociar Clara retorciéndose como una anguila ―fóllame por delante… por ahí no... por favor… ¡Nooooooooo!

A la vez que exhalaba el último grito experimentó el mayor de los dolores. Ana había hecho diana, el pollón de Abu ya surcaba su intestino. El chillido de Clara fue inhumano.

―¡Qué gusto! ¡Qué apretadito lo tienes, pequeña.

―Pero métela más, que a ella le cabe. Dale duro, mi amor, dale que se entere esta putita de lo que es capaz mi hombre.

El hombre no pudo reprimir más su naturaleza y cumplió con los deseos de Ana. Se olvidó de toda delicadeza previa, toda consideración con el tierno cuerpo que lo cabalgaba y buscando placer inmediato. Agarró por las caderas a Clara, empalándola todo lo que pudo. Después la alzaba y volvía a repetir la jugada. El boquete que dejaba al hacerlo era tremendo.

―¡Siiiiiiii! ―Ana no cabía de gozo al comprobar la escabechina. Ni la sangre ni las heces que brotaban del culito que tantas veces había limpiado le hicieron sentir remordimiento alguno.

Ana al fin había triunfado. Abu bufó hasta eyacular. Clara ya no decía nada. Su cabeza pendía hacia adelante inerte, sin vida. No resistió el dolor, se había desmayado.

Clara se despertó bien entrada la mañana del domingo. Sintió como la zarandeaban por los hombros:

―Chica, chica... despierta.

―¡Uhmmm!

―Chica, irte. Irte antes que otros despierten y empezar otra vez.

Clara permaneció inmóvil intentando recordar dónde estaba y qué había pasado. Poco a poco los recuerdos volvieron y el intenso dolor en el ano también. Rayas de coca, dobles penetraciones, risas de Ana y sus propios gemidos se mezclaban en su cabeza como un mal sueño.

Abrió los ojos y vio al chico alto que le miraba preocupado y nervioso.

―No puedo levantarme. -gimoteó.

―Yo ayudo pero tú ir...

―Pero... ¿Mamá?

―Tu mama estar bien pero seguro quedar hasta mañana, como siempre...

Clara le costó asimilar la información pero asintió, cuando su madre la dejaba sola en casa algún fin de semana no solía volver hasta el mismo lunes, con el tiempo justo para ir al trabajo.

Le costó un mundo levantarse y mucho más andar hasta la puerta. Ni se dió cuenta de su desnudez hasta que el moreno le tendió el vestido. Daba asco, todavía estaba empapado de lefa pero no le quedó más remedio que ponérselo ya que no tenía otra vestimenta.

El chico le acompañó hasta la calle, incluso le sirvió de apoyo durante un par de manzanas hasta la avenida principal.

―Yo irme. Yo no papeles. Si gente ver contigo así yo problemas.

―Gracias ―asintió Clara con franqueza a su ángel de la guarda negro.

Tuvo que esperar un rato de pie apoyada en una farola hasta que uno de los muchos taxis que pasaron tuvo a bien detenerse.

―¿Pero qué le ha pasado?¿Señorita, se encuentra bien? ―le dijo el taxista cuando fue consciente del deplorable aspecto de su posible clienta.

―Sí...

―¿Quiere que llame a la policía?¿La llevo a un hospital?

―¡No, no...!  Lléveme a casa.

―Como usted diga, señorita...

Lo último que necesitaba Clara es meter a la pasma de por medio y buscarse todavía más problemas con su madre.  Durante el trayecto recordaba lo sucedido como en una nube. Los recuerdos eran confusos pero el dolor en su culo no.

Tan mal la vio el taxista que no quiso cobrarle la carrera. Un quebradero menos de cabeza para Clara, pues no tenía con qué pagarla. Su minivestido tampoco tenía bolsillos así que tampoco disponía de llaves. Hizo lo que siempre en estos casos.

―¿Quién cojones llamará a estas horas un puto domingo?

Al abrir la puerta le cambió la cara.

―¿Eres tú? ¿Clara... qué te ha pasado? ¿No estabas con tu madre?

―¿Puedo pasar?

―Pues claro, pequeña.

Ella se abrazó a su vecino y comenzó a llorar desconsolada. El hombre había sido tantas veces su paño de lágrimas y confidente que se dejó hacer, acariciándole la cabeza, sin decir nada...

Como siempre.

Manuel se ocupó de ella una vez más como lo hacía desde niña. Después de bañarla  cariñosamente curó sus heridas. Comprobó que el ano estaba rasgado, pero tan solo superficialmente. Aplicó una pomada para mayor alivio de Clara, que se quedó dormida desnuda en sus brazos. La dejó sobre la cama, consciente de que era eso precisamente lo que ella más necesitaba.

No preguntó nada. Jamás lo hacía. Simplemente se ocupaba de Clara cuando esta llamaba a su puerta o entraba directamente por la ventana con algún problema. Tarde o temprano la joven le contaba todo lo que le había pasado. Él en cambio no hablaba mucho, para el resto de vecinos era un tipo algo extraño y reservado. Pese a sus rarezas ella le quería mucho. En el fondo ambos necesitaban lo mismo. Tener alguien al que querer y ser querido.

Antes de irse el hombre le hizo unas fotos. Tenía miles de ella pero no se cansaba de su musa. Pronto crecería y quizás conocería a un chico y seguramente las cosas cambiarían pero de momento inmortalizaba sus encuentros con vídeos y fotos.

Como siempre.

Aprovechando que la chica dormía se acercó a un restaurante chino para buscar comida. También fue  al centro comercial del barrio. Sin hacer caso a la mirada acusadora de la dependienta compró un par de conjuntos de ropa interior femenina de corta talla. Había recibido un nuevo juguete por correo, unas pinzas para pezones que producían intensas descargas eléctricas. Lo pasaría bien aquella tarde con Clara.

Como siempre.

(9,25)