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Verano de 2005 (2 de 3)

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Dejaba mi anterior relato cuando Angy y yo estábamos en su cuarto las dos solitas viendo una película porno en su reproductor de dvd. Os contaba el momento en el que Angy, después de haberme besado suavemente levantaba la sábana que cubría su precioso cuerpo desnudo y me mostraba abiertamente como se estaba masturbando, a la vez que me preguntaba si es que yo no lo había hecho nunca….

- No, no lo hecho nunca…

- ¿En serio? No me lo creo…

- De verdad que no. Además…

- ¿Sí…?

- Verás, Angy… Creo que nos estamos pasando. Somos amigas hace tiempo, y creo que no está bien lo que estamos haciendo…

- ¿Eso crees? Yo creo que no tiene nada de malo…

- No sé, verás… Tú ahí, desnuda, acariciándote delante de mí y yo aquí, vestida… Me da mucho corte esta situación…

- Eso tiene fácil solución, cielo…

Mientras me decía eso no apartaba los ojos de los míos, que me costaba mantener apartados de la vista de su sexo. Sin que yo me lo esperase se incorporó en la cama, se acercó a mí y me volvió a besar. No le podía oponer resistencia, se podría decir que me tenía hipnotizada. Mientras nos besábamos notaba como sus manos recorrían todo mi cuerpo sin cortarse ni un pelo. Al momento yo tenía mi camiseta levantada, con mis pechos fuera del sujetador que llevaba, con sus manos acariciando mis pezones con sus dedos de una manera que me hacía gemir de placer. Su mano bajó por mi cuerpo, introduciéndose por debajo de mi minifalda y comenzando a acariciarme el sexo por encima de mi braguita. La sensación me hizo gemir y casi morderle la lengua del placer que sentí. Noté como apartaba mi prenda interior pasando a acariciarme directamente. Sus dedos en mi clítoris me hacían gemir con los ojos cerrados. En la poca lucidez que me quedaba pensaba que no estaba tan mal, que era mi propia amiga la que me estaba poniendo tan caliente y excitada. Noté como me iba quitando la camiseta y me desprendía de mi sujetador, volviendo a echarse encima de mí y a besarme. Sentía sus pechos rozando con los míos, mientras su mano no se estaba quieta en mi sexo. Me sorprendí a mí misma cuando, levantándome, yo misma me desprendí de la minifalda y mis braguitas, volviendo a continuación a echarme en la cama, esta vez yo encima de ella, sintiendo el roce de su muslo en mi sexo y frotándome sin reparo alguno. De un solo gesto me dio la vuelta en la cama, volviendo a quedar encima de mí mientras nos besábamos. En ese momento la abracé como no había abrazado a nadie en mi vida. Su boca fue pasando por mi cuerpo, recorriendo mis pechos deteniéndose en mis pezones, bajando por mi vientre, lamiendo mi ombligo, mis ingles, la parte interior de mis muslos, provocándome verdaderos espasmos de placer. De golpe se paró…

- Cariño, ¿por qué te has parado?

- Veo que tienes un poquito de vello, cielo, pero eso tiene fácil remedio…

- ¿Qué vas a hacer?

- Espera aquí y confía en mí…

Se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Me quedé hipnotizada viendo el balanceo de sus caderas y su culito redondeado y respingón. Volvió al instante con una cubeta con agua, unas tijeras, espuma de afeitar y la maquinilla de su hermano. Me hizo acercarme al borde de la cama y abrirme bien de piernas. Entre mis piernas veía como con las tijeras iba recortando el vello de mi sexo, procurando dejarme solamente una fina tirita de vello. Después me empezó a extender la espuma y a pasarme la maquinilla, dejándomelo casi como el de una niña pequeña. De vez en cuando, no sé si intencionadamente o no, rozaba con sus dedos mi clítoris haciéndome dar pequeños brinquitos. Después me hizo ponerme a cuatro encima de la cama y realizó la misma operación, esta vez sobre el poquito vello que podía tener en mi culito. Cuando terminó, antes de darme con alguna crema para que no se me irritase, noté como me propinó un rápido lengüetazo que recorrió toda mi rajita y que me hizo suspirar. Me dio la vuelta y, cogiendo un espejo de encima de su tocador, lo puso delante de mi sexo para que pudiese observar su obra.

- Mira….

Me encantó lo que vi. Mi sexo lucía sin un solo pelito, y podía ver mis labios y la entrada de mi vagina perfectamente.

- ¿Te gusta?

Al hacerle un gesto de asentimiento con mi cabeza se volvió a echar encima de mí. Nos volvimos a besar, jugando con nuestras lenguas. Esta vez sus labios volvieron a bajar por mi cuerpo, directamente a mi sexo, el cual recorrió con su lengua, atrapando mi clítoris con sus labios. Noté como uno de sus dedos intentaba entrar en mi vagina, aunque no le costó demasiado debido a lo lubrificado que ya lo tenía. Esa sensación me estaba volviendo loca de placer y, con su cabeza entre mis piernas, yo misma acariciaba mis pechos, pellizcando mis pezones. Poco a poco se fue girando encima de mí, hasta que tuve delante de mis ojos una maravillosa perspectiva de su sexo, y sentí la necesidad de hacerle a ella lo mismo que ella me estaba haciendo a mí. Mi lengua, inexperta al principio, recorrió toda su rajita y, aunque al principio creo que no lo hice del todo bien, como soy una alumna aplicada en todas las materias, poco a poco fui mejorando, debido entre otras cosas a los movimientos de sus caderas, a sus gemidos y a como su boca se apretaba en ocasiones contra mi vagina. De golpe sentí como oleadas de placer recorrían todo mi cuerpo desde mi estómago, corriéndome en su boca. Ella no tardó mucho más, regando con sus flujos. Se giró sobre mí y, abrazándome, seguimos besándonos suavemente, mientras ella me preguntaba si me había gustado, a lo que le contesté con un susurro que me había encantado. Volvieron los besos, sintiendo el roce de nuestros cuerpos, recostada yo sobre su pecho.

Al cabo de un instante volví a notar su mano en mi sexo y, ya sin pudor de ningún tipo, yo misma abrí mis piernas para que la caricia no tuviese ningún impedimento. Volvió a bajar por mi cuerpo por debajo de la sábana, hasta que volví a sentir como su boca devoraba mi sexo, volviendo a introducir dos dedos en mi vagina. De repente escuché un zumbido como de un motorcito eléctrico y algo grueso y duro que intentaba penetrar mi vagina. Levanté la sábana y vi el consolador que, sin haberme apercibido, había cogido y con el que pretendía penetrarme. Al fin lo logró, consiguiendo introducirlo casi totalmente, mientras su boca besaba mi clítoris. Me hizo darme la vuelta en la cama, volviendo a ponerme a 4 y, mientras jugaba con el vibrador, comenzó a lamer mi entradita trasera. Era una sensación extraña, pero a la vez placentera. Poco a poco comenzó a jugar con un dedo en mi anito, logrando introducirlo y, pasados unos instantes, ya eran tres dedos los que tenía dentro de mi culito. Sin abandonar el que tenía metido en mi sexo cogió otro y, aproximándolo a mi ano, intentó metérmelo también. La persona que diga que la primera vez por el culo no duele, le digo en su cara que es mentira. Sentí un dolor insoportable, pidiéndole que por favor lo sacara. Lo hizo, pero volvió a metérmelo, esta vez más despacio. Poco a poco el placer sustituyó al dolor, entre otras cosas debido a las caricias que con su lengua daba a mi clítoris y al movimiento del otro consolador en mi vagina. Estuvimos así un rato hasta que, entre gritos y teniendo que morder la almohada para que no se oyesen, me corrí como una loca. Después, al recuperarme, fui yo la que le devolví las caricias y los juegos, hasta que la sentí correrse ella también. Después, cuando nos recuperamos, nos duchamos juntas, volviendo a devorarnos nuestros sexos bajo el agua. Cuando terminamos, me vestí y me marché a mi casa a descansar.

Había sido una tarde maravillosa: había perdido la virginidad de mis dos agujeritos con mi mejor amiga y, sin considerarme lesbiana, me había encantado. Me sentía feliz y contenta. Esa noche, a solas en mi casa, volví a masturbarme pensando en ella, en su cuerpo, en su lengua….

Fue pasando el tiempo y nuestros encuentros seguían siendo frecuentes, bien en su casa o en la mía. Comenzamos a comprarnos cosas juntas, como vibradores, lencería, ropa de calle… Todo para gustarnos una a la otra. A pesar de que los chicos nos gustaban a las dos, ambas habíamos descubierto nuestra bisexualidad y eso nos hacía felices. Podíamos estar con quién fuera que, cuando teníamos la mínima oportunidad no dudábamos en lanzarnos una en brazos de la otra, pasando unos muy placenteros momentos.

Terminó el curso y ambas pasamos con bastante nota la selectividad, logrando plazas en nuestras carreras deseadas. Empezamos a buscar piso en la ciudad a la que íbamos a desplazarnos las dos. Hablamos con nuestros padres y estuvieron de acuerdo con nosotras. ¿Qué mejor que dos amigas desde pequeñas para compartir el piso y estar juntas? Cuando lo hablamos con ellos, al ver su respuesta satisfactoria, no pudimos evitar mirarnos con ojos cómplices: menudo curso nos esperaba, las dos solitas en casa… Esa sola idea me empezó a calentar, y creo que a ella también. Estábamos deseando que llegase septiembre… Una tarde de julio, ya bien entrado el verano, Angy me llamó a casa, aunque notaba su voz rara. Me pedía que fuese inmediatamente, que tenía que hablar conmigo. Cuando llegué vi que sus ojos mostraban síntomas de haberse hartado de llorar. Sin pensármelo la abracé, y le pedí que me contase qué le pasaba. No me contestaba, tan sólo me besaba y me acariciaba. Me pidió que la acompañase a su cuarto. Nada más atravesar la puerta se abalanzó sobre mí, besándome apasionadamente. "¿Qué le ha dado a esta chica hoy?", pensé. Sin darme tiempo a reaccionar ya estábamos las dos en la cama, haciendo el amor como locas, llegando al orgasmo en varias ocasiones. Cuando terminamos nos pusimos a fumarnos un cigarro, ella echada sobre mí, mirándome con sus lindos ojos y dándome de vez en cuando suaves besitos. Le volví a preguntar.

- Angy, ¿qué te ocurre?

- Verás…, es que no quiero perderte nunca.

- ¿Perderme? ¿Por qué dices eso, preciosa?

- Es que mis padres me han dicho esta mañana que nos vamos a pasar el verano fuera, un mes, al pueblo de mi madre. Volveremos a mediados de agosto…

- ¿Y…? ¿Qué tiene eso de malo?

- Que yo no quiero ir con ellos, que no quiero dejarte sola… Ya te lo he dicho, tengo miedo de perderte. Eres algo más que una amiga para mí…

- Anda ya, tonta. No te preocupes. Sabes que siempre me tendrás. Además, solamente es un mes. Cuando vuelvas todavía nos dará tiempo para volver a salir de fiesta, irnos a la playa… Después, nos iremos las dos juntas a estudiar fuera, estaremos todos los días juntas…

- ¿De verdad? – me preguntó con ojillos chispeantes y ya más alegres…

- Te lo prometo, mi niña – le dije, a la vez que la abrazaba y la besaba.

- Eres un cielo y…, mi mejor amiga. Por cierto, espera, tengo algo para ti…

De un brinco, se levantó de la cama. Buscando en el armario, sacó una caja, la cual me entregó, rogándome no obstante que la abriese cuando estuviese sola en casa y ella ya se hubiese marchado con sus padres. Así se lo prometí. Después volvimos a hacer el amor. No sé qué me pasaba con ella. Éramos insaciables, y nuestras sesiones de sexo eran espectaculares. Serían las 11 de la noche cuando llegué a mi casa con aquel paquete debajo del brazo. Tres días más tarde, ella se marchó. Nos despedimos con otro antológico encuentro lésbico, diciéndonos adiós con ojos llorosos y deseando ambas que aquel mes pasase pronto…

Por la tarde, sola en mi casa, me decidí a abrir la caja que me había entregado. Me quedé estupefacta: dentro de aquella caja se hallaban todos los "juguetes", la lencería que comprábamos a través de una "sex-shop" en Internet y que utilizábamos en nuestros encuentros, con una cajita envuelta en papel de regalo y una carta en un sobrecito sellado con la marca de sus labios en carmín. Abrí la carta y la leí…

"Querida amiga de mi alma Mar.

Supongo que cuando estés leyendo esta carta yo ya estaré fuera y habrás abierto la caja, viendo su contenido. Sí, son nuestros juguetes, nuestros secretos… No podía llevármelos y me daba miedo dejarlos en casa, sobre todo porque mi madre volverá en un par de semanas con mi tía para una visita médica y tengo miedo de que los descubra. Por eso he pensado que qué mejor custodia que tú. Verás que hay una caja envuelta de regalo. Eso lo he comprado sólo para ti, es mi regalo para ti por tu próximo cumpleaños, porque sé lo que te gusta la piscina, jejeje… Eres un cielo, preciosa. Te voy a echar muchísimo de menos.

Siempre tuya,

Angy"

Me costó reprimir las ganas de llorar, aunque terminé haciéndolo, con su carta apoyada contra mi pecho, tumbada en la cama. Dios mío, ¿qué me pasaba con ella? Creo que me había enamorado de aquella preciosidad morena. Me levanté y, sin dudarlo y ya que estaba sola en casa, me desnudé y me puse un diminuto conjunto negro de tanga y sujetador que cogí de la caja y que apenas tapaba mi sexo y mis pezones, y que sabía era uno de sus favoritos. Cogí aquella cajita, pensando que sería algún bikini o algo así. Cuando lo deslié me quedé flipada: era un consolador, de mediano tamaño, pero que tenía la virtud (como vi en la caja) de ser sumergible. Así que a eso era a lo que se refería con lo de la piscina… No pude evitar reírme con la ocurrencia de aquella golfilla. Era tremenda. Mis tapujos respecto al sexo habían desaparecido, así que me puse una peli porno en mi ordenador y me dispuse a disfrutar de una sesión de sexo a su salud. Recuerdo que me quedé dormida con el tanguita apartado y el vibrador dentro de mi sexo… Las sesiones de sexo solitario continuaron durante el mes que estuve sin Angy. Sin embargo, no me podía imaginar el cariz que iban a tomar las cosas.

Como ya he dicho, las sesiones masturbatorias continuaron durante ese tiempo, sorprendiéndome yo misma con la destreza que iba adquiriendo. Una mañana me levanté sobre las 10 de la mañana. Bajé a la cocina saludando a mis padres, pero descubrí que ellos no estaban en casa, así que me dispuse a desayunar. Me serví un zumo de naranja, un café con leche y un par de tostadas. En esas estaba cuando apareció mi hermano (Se me olvidaba: de mi hermano José Carlos no os he hablado. Tenía en esa época 24 años, alto, morenazo de ojos negros, bronceado de todo un verano al sol por su trabajo como monitor de "jet sky". No es porque sea mi hermano, pero es un chico guapísimo, con bastante éxito entre las chicas), anunciándome que se iba a trabajar, así que me quedaba solita en casa y que fuese buena. Cuando se marchó no pude reprimir las ganas de llamar a Angy a ver qué tal lo estaba pasando. Nos alegramos un montón de oír nuestras respectivas voces, despidiéndonos con besos y deseos de que el tiempo pasase rápido.

Cuando terminé de hablar con ella me encontraba bastante excitada, no puedo negar que nuestra conversación, el solo hecho de oír su voz me había calentado, así que decidí darme un baño. Subí a mi cuarto a ponerme el bikini, cambiando de opinión casi enseguida y cogiendo un bikini rojo de tanga con unos corazones en blanco que tenía en nuestra caja, me lo puse y me bajé al jardín. Estuve un rato retozando en el agua, tumbándome a continuación en una tumbona a disfrutar del sol que bañaba mi cuerpo con mis gafitas de sol y los ojos entrecerrados. Sin querer, tal vez por el calor que hacía, me iba calentando poco a poco, imaginando que sus manos y sus labios recorrían mi cuerpo. Cogí el bote de bronceador y procedí a extenderme una buena capa sobre mi cuerpo. Sentir el roce de mis manos en mis pechos con las pequeñas copas del bikini apartadas, por mi vientre, mis piernas…, me hizo sentir deseos de masturbarme, cosa que hice abriendo mis piernas y, lamiendo mis dedos, empezar a rozar mi clítoris y empezar a meterme dos dedos en la vagina, gimiendo de placer. Sin embargo, me supo a poco, y subiendo a mi cuarto, volví a bajar tras unos instantes con el vibrador acuático y otro más a tumbarme junto a la piscina. Seguí jugando con aquellos vibradores, desprendiéndome del bikini, llegando al orgasmo casi enseguida, pero quería más, por lo que seguí introduciéndolos en mi rajita alternativamente. No pude evitar darme la vuelta y ponerme a 4 encima de la tumbona, con uno de ellos en mi sexo, empezando a jugar con el otro en mi culito hasta que los tuve los dos dentro. Los movía con frenesí, deseando sentir los orgasmos que sacudieron mi cuerpo… Estaba ensimismada en aquella tarea cuando sentí una voz que me hizo estremecer. Giré la cabeza y me quedé estupefacta, sin saber qué hacer o decir: allí, al pie de las escaleras que comunicaban el porche trasero con el jardín, se hallaban mis padres, mirándome mi madre con unos ojos que me hicieron estremecer.

- ¿Se puede saber qué estás haciendo, cerda?

Oír aquello mi hizo sentir humillada, rompiendo a llorar y tapando mi desnudez como pude con la toalla. No sabía qué contestar, pero tampoco me hubiese dado tiempo ya que, dándose bruscamente la espalda, mi madre se dirigió al interior de la casa. Mi padre seguía mirándome con gesto severo. Sólo me dijo una cosa que me hizo sentir miedo.

- Ya hablaremos tú y yo, golfa….

Temblando me levanté, con la toalla enrollada en mi cuerpo, subiendo rápidamente a mi cuarto. Me vestí y me marché a dar una vuelta para despejarme, sin parar de pensar en la situación vivida y como me habían pillado mis padres en plena faena...

(Continuará)

(8,89)