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Los hermanos de Silvia, dos pervertidos de cuidado

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Primavera de 2.010

 

Quien más y quien menos hemos sufrido en nuestros bolsillos la falta de dinero durante la adolescencia y los primeros años de juventud. Generalmente quienes hemos dedicado ese tiempo a estudiar y, aun así, hemos tratado de tener una amplia vida social.

Yo nunca tuve ese problema pues, gracias a Dios, no me puedo quejar de lo que mis padres me daban para mis pequeños gastos… por decirlo de algún modo. No obstante, ¿por qué no reconocerlo?, el caso es que siempre me parecía poco, sobre todo durante los años de universidad, que ya tienes cierta edad y tu círculo social se hace cada vez más amplio. Por esta razón sales más a menudo, hasta más tarde, con más gente y a sitios más caros. De este modo llega un momento en que tienes que plantearte una negociación seria con tus progenitores, poniendo las cartas sobre la mesa y exagerando tus gastos y sacrificios como último recurso, dando pena y recurriendo al chantaje emocional si es preciso. Sé que muchos me entenderéis porque la vida está muy cara.

Teniendo todo esto en cuenta, hay que ser objetivos y pensar que los estudios superiores suponen un mayor desembolso económico para los padres; en muchos casos un gran sacrificio cuando las arcas tienen agujeros por todas partes y sale más de lo que entra. Por no mencionar aquellas familias con varios hijos que merecen las mismas oportunidades.

Pero este no era mi caso, porque, al ser hija única, nunca escuché de mis padres algo como: “este mes no es posible”, o “espera a que me den al paga extra”, o  “confórmate con esto porque no hay para más”. También es importante destacar que mis padres tenían un buen trabajo y bastante bien remunerado.

En una situación similar se hallaba mi querida amiga Silvia cuando cursábamos tercer año en la facultad de Bellas Artes, aunque, en su caso, eran seis a la hora de sentarse a la mesa a comer. Aun así, cuatro hijos no representaban un inconveniente para sus padres.

Puede parecer una frivolidad, pero para nosotras nunca era suficiente lo que nos daban y no siento vergüenza alguna afirmando que, en mi caso, mis intentos de negociación para aumentar mi paga siempre caían en saco roto. Ahora sé que mis padres tan solo pretendían que me conformase con lo que me daban para que, de ese modo, aprendiese a ser responsable de cara al futuro, cuando tuviese que valerme por mí misma.

Obviamente he madurado con los años, como el buen vino, pero entonces no era más que una muchacha alocada que siempre aspiraba a más. Silvia tampoco se quedaba corta, y juntas siempre tratábamos de embaucar a algún que otro incauto para que nos invitase a esto o lo otro, recurriendo en muchas ocasiones a nuestros encantos femeninos a fin de doblegar una posible resistencia.

Como suele ocurrir, llegó un momento en que casi todos los chicos nos tenían bien caladas y trataban de aprovecharse de nuestra situación, desesperada en algunos casos muy puntuales. Llegaron a conocernos tanto que en muchas situaciones parecía que eran ellos quienes se aprovechaban de nosotras. Algunos obtenían un beso caliente o algún que otro morreo, con lengua o sin ella. Otros un premio mayor, permitiéndoles que nos manosearan levemente los pechos, el culo y, muy excepcionalmente, la entrepierna por encima de la ropa, sin llegar a nada más.

Debido a esto alcanzamos una fama que en poco o nada nos beneficiaba, aunque hacíamos oídos sordos a cuantos comentarios escuchábamos, sobre todo por parte de las chicas, la mayoría envidiosas porque no tenían ovarios suficientes para pagar un determinado precio. Sí, “putas” nos llamaban en el peor de los casos, apelativo que aceptábamos de buen grado viniendo de ellas. Sin embargo, los chicos eran más comedidos, para mayor sorpresa, y la mayoría no pasaban de tacharnos de “calentorras”, “golfas” o “sueltas”.

A tres meses de terminar el curso, Silvia y yo decidimos viajar juntas a Pamplona con motivo de sus fiestas de San Fermín que comienzan el siete de julio, como bien sabemos en España y parte del extranjero. El principal motivo para tomar esta decisión es que conocimos a un par de navarros que formaban parte de un equipo de futbol no profesional, y que visitaron nuestra ciudad, Sevilla, para enfrentarse a un equipo local. El partido tuvo lugar un sábado por la tarde y nosotras les ayudamos a ‘celebrar’ la victoria durante toda la madrugada, hasta que a primera hora de la mañana tomaron el autobús de vuelta con una gran sonrisa en sus rostros. Obviamente obtuvieron de nosotras mucho más que un simple magreo de tetas, un leve manoseo de culo o un efímero contacto con nuestra entrepierna.

Así pues, un lunes de mayo, a media mañana, Silvia y yo nos encontrábamos en la cafetería de la facultad, planificando cómo conseguir dinero para celebrar los sanfermines con nuestros fogosos, robustos y guapos navarros. Y lo cierto es que el panorama no era nada alentador.

―¿Cuánto puedes conseguir tú? ―pregunté a Silvia.

―Amiga, si te lo digo, te vas a reír de mí ―me respondió muy desganada.

―¿Reírme? No digas bobadas. Espera a saber lo que me han dicho en casa. ―Traté de levantarle el ánimo―. Venga. Dilo sin miedo, que no creo que sea tan poco.

Silvia alzó la mano derecha y me mostró dos dedos, en uve, como el signo de la victoria.

―¿Dos mil euros? ―pregunté sorprendida sin que mi mente quisiera imaginar cantidad menor.

―No, guapa. Doscientos euros ―matizó ella a media voz, ligeramente avergonzada.

Sentí como si la tierra se abriese bajo mis pies y quisiera tragarme.

―¡Bueno. Tampoco está mal! ―exclamé forzando la sonrisa―. Solo te gano por cincuenta euros, que no deja de ser la misma miseria.

―¡Bah! ―Silvia dibujó una mueca siniestra―. Con cuatrocientos cincuenta euros solo tenemos para el viaje y poner un par de velas al santo. Siempre y cuando nos volvamos nada más llegar.

Teniendo en cuenta que el viaje lo haríamos en mi coche, que siempre es más barato que el tren o el avión, Silvia tenía toda la razón. Sobre todo por el palizón que suponía hacerse no menos de novecientos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para nada. Desde luego ningún chico merecía tanto sacrificio, por mucho que nos temblaran las piernas cuando los tuvimos entre ellas.

Finalmente decidimos buscar otras alternativas distintas a trabajar; nuestros padres no lo permitirían faltando tan poco tiempo para los exámenes finales. Ambas coincidimos en que no sería fácil y que tendríamos que recurrir a medidas extraordinarias que no pasasen por delinquir, obviamente.

Dos semanas más tarde yo estaba en clase. Silvia entró un cuarto de hora retrasada y se sentó  un par de filas por delante de mí. “luego hablamos de algo importante”, me dijo tan bajito que no la pude escuchar. Aun así, sus labios fueron suficientemente expresivos.

Terminó la clase y acudí junto a ella, desesperada por saber.

―¡Dime! ¡Dime! ¿Qué es eso tan importante? ―La impaciencia se había apoderado de mí durante los últimos treinta minutos.

―Espera un momento, que dentro de nada comienza la siguiente clase y el asunto va para largo… Creo ―me dijo y mis nervios se dispararon.

Salimos a la calle y nos sentamos en un banco.

―Verás, Esmeralda. He pensado que podemos hacer una rifa para ganar dinero.

―¿Una rifa? ―pregunté totalmente perdida.

―Sí. Un sorteo. Podemos vender boletos para sortear un premio.

―¿Esa es tu gran idea? ―La decepción en mi rostro era más que evidente―. No se tú, pero yo, como no sea mi colección de muñecas de cuando era niña, no veo de qué otra cosa me puedo desprender. Y, en cualquier caso, ¿a quién le podría interesar? No, no lo veo nada claro ―aseveré.

Silvia me miró alucinada, como si acabase de ver a un extraterrestre. Luego rio a carcajadas.

―No, tonta. No me refiero a nada material en el sentido estricto de la palabra. Verás. Como bien sabes, igual que yo, nuestra fama de golfas, frescas o putas no es ningún misterio para nadie. Nosotras mismas lo tenemos más que asumido. He pensado que el premio podemos ser nosotras. ― Silvia soltó la bomba y yo pensé que, cuando menos, era de neutrones.

―Creo que a ti el calor te afecta de forma imprevisible ―le dije a mi amiga sin tapujos―. ¿No te has parado a pensar que tu idea hace aguas por todas partes y que nos podemos ahogar? Imagina que le toca ‘el premio’, entre comillas, a un tío espantoso, o a un patán, o a un… ¡Quita! ¡Quita! prefiero no pensar en ello.

Silvia se acercó más a mí y me tomó las manos, teóricamente para infundirme confianza.

―Mira, amiga, tengo todo más que pensado. La idea la he tomado de internet, de una chica de Estados Unidos que hizo algo similar. ¡Y no veas la cantidad de dinero que se sacó! Nosotras podemos echarle un poco de cara al asunto y entrarles a todos aquellos chicos que nos gusten. Además, sin hacer trabajar demasiado a mis neuronas, me vienen a la memoria al menos cinco tíos a los que te has follado sin ningún miramiento y no eran gran cosa. No, no te juzgo por ello porque es cosa tuya, pero a mí me ha ocurrido lo mismo otras tantas veces. Incluso, recuerda que hemos compartido un par de ellos sin remilgos.

La serenidad y seguridad con que Silvia me hablaba conseguían convencerme por momentos, aunque encontraba tantos peros en su propuesta que me resistía a ceder.

―Venga, tonta, no me hagas pucheros, que sé que en el fondo no te disgusta tanto la idea. ―Silvia me tomó la barbilla con su mano derecha, giró mi rostro y me dio un tierno beso en los labios―. Piensa en la recompensa que nos espera cuando lleguemos a Pamplona. ¿O acaso has olvidado lo bien que lo pasamos con los futbolistas y las veces que te corriste como una loca?

―Ya. Pero…

Silvia volvió a besarme en los labios impidiendo que protestase.

―No hay peros que valgan ―me dijo mirándome fijamente a los ojos―. Imagina aquella noche multiplicada por siete… o por ocho, si me apuras. Piensa que tendrás encima de ti un cuerpo de infarto todas esas noches. Por no hablar de su verga, que la conozco tan bien como tú de tantas veces como me la has descrito. ¿No piensas que merece la pena un pequeño sacrificio? Incluso, mira lo que te digo, estoy abierta a que los compartamos, porque el mío tampoco era manco. Imagínate a ti misma siendo follada por los dos al mismo tiempo: uno por delante y otro por detrás. No me digas que no se te mojan las bragas solo con imaginarlo. Yo, desde luego, voy a tener que cambiármelas en cuanto llegue a casa, porque no veas cómo estoy de cachonda…

Silvia dejó de hablar, tomo mi mano derecha, la deslizó por debajo de su faldita y pude notar la humedad en su sexo.

―¡Pero que guarrona eres, jodida golfa! ―dije enfatizando mis palabras―. Te libras porque estamos en plena calle. Si me haces esto en otro lugar más discreto…, no respondo de mí.

Ambas reímos con ganas.

―Bueno. Me has convencido. “De perdidas al río”, como reza el dicho. Termina de contarme tus planes para que nos pongamos manos a la obra.

―¡Está bien! ¡Esa es la actitud! ―me dijo Silvia muy contenta―. He pensado que sería una buena estrategia recalcar nuestras diferencias físicas, nuestros contrastes. Aunque ambas estamos más que bien físicamente, podemos jugar con el contraste que supone que tú seas rubia con ojos verdes y yo morena con ojos marrones; que tú tengas los pechos tirando a pequeños y yo tirando a grandes; que tú seas delgada y mis curvas generosas. Estoy segura de que ningún chico se resistirá ante la posibilidad de pasar una noche con dos hembras como nosotras. Es más, tengo el sitio idóneo para llevar al ganador sin que tú tengas que poner tu casa. Porque… “Es mejor prevenir que curar”.

―¿En serio? ―pregunté muy intrigada.

―Sí, en serio. He mirado en internet, en la página web de la inmobiliaria de mi padre. En ella he descubierto que tienen en venta un chalet no muy lejos de aquí, Cerca de Alcalá.

―¿Qué Alcalá?

―Hija, ¿qué Alcalá va a ser? Naturalmente habló de Alcalá de Guadaira, que nos pilla bien cerca. Lo bueno que tiene este chalet es que es muy caro y no se vende. Está aislado dentro de una parcela muy grande y la discreción es absoluta. Puedo tomar ‘prestada’ la llave en la inmobiliaria: ¡Tú ya me entiendes! En las fotos sale un dormitorio grande y muy bonito que sería el lugar ideal. Parece que la cama es de matrimonio y tamaño estándar, por lo que solo tenemos que llevar unas sábanas limpias… ¡Por si las moscas! Puedo asegurarte que nadie se enterará.

―Bueno. Si tú estás tan segura, yo también. ―A esas alturas de la conversación, yo estaba más que tranquila y convencida.

―¡Venga! Pues, entonces, toma papel y algo con que escribir, que te voy diciendo lo que poner. ―Lo hice y ella no tardó en dictarme―. Vemos, puede ser algo como: ¿Quieres pasar una noche loca con dos hembras de infarto dispuestas a darte todo lo que les pidas? Si la respuesta es afirmativa, por solo 25 euros puedes ver cumplido tu sueño más perverso. Tan solo tienes que ser el afortunado cuyo número coincida con las dos últimas cifras del número premiado en el sorteo de la lotería del día tal. La fecha la pensamos luego. ¿Qué opinas?

―¿Qué opino? ¡Uf! Creo que nos van a crecer los enanos: es directo y muy convincente… Al menos, eso creo.

Aquella misma tarde nos reunimos en mi casa para dar forma al diseño de las papeletas e imprimimos cien, cantidad que a mí se me antojaba excesiva, pero acepté al notar a Silvia bastante optimista. Como medida de seguridad, ella misma encargó un sello exclusivo en un sitio especializado, que plasmamos en todas las papeletas, acompañado de nuestras firmas: tampoco era cuestión de dejarnos tomar el pelo por cualquier listillo.

El lunes siguiente comenzamos a vender las papeletas. Las diez primeras no supusieron mayor problema pues se las vendimos a chicos de confianza, pero debíamos salir de nuestro círculo más cercano para evitar al máximo el lógico escándalo si se corría la voz. Es por esta razón que comenzamos a visitar otras facultades ajenas a nosotras. No fue buena idea en principio ya que la mayoría de los chicos se mostraban reacios a soltar el dinero así como así. Unos pensaban que se trataba de un timo, otros que el número de posibilidades era demasiado alto y la mayoría que era algún tipo de broma para burlarnos de ellos.

Así pasaron al menos tres semanas, espacio de tiempo en el que apenas vendimos otras veinte. La cosa no pintaba bien hasta que nos llegó una solución como caída del cielo. Esta, lejos de ser una especie de lluvia fina y refrescante, más bien tenía pinta de granizada. Resultó que Rodrigo, el menor de los hermanos de Silvia, se había enterado. Entonces contaba con 19 años de edad y era un chico con bastante labia y no menos descaro. De este modo nos habló un día que estábamos las dos estudiando en el dormitorio de Silvia.

―Si queréis, yo me ofrezco a venderos al menos cincuenta papeletas sin despeinarme ―nos dijo muy seguro de sí mismo―. Además puedo garantizar que se las venderé a chicos de confianza, que os puedan gustar y que no tengan relación entre ellos.

―¿Y tú, qué ganas con este gesto tan generoso? ―preguntó Silvia, que no se fiaba ni un pelo de él.

―Todo es negociable, pero con 50 euros de comisión me conformo. Vosotras no sois las únicas que necesitáis dinero.

Silvia me miró fijamente y percibí cierta inquietud en su mirada.

―Está bien, hermano, pero no se te ocurra irte de la lengua a papá, a mamá o a cualquiera que pueda jodernos la vida. Mira que esto es un asunto muy serio.

―No temáis por eso. ¿Qué clase de persona creéis que soy? Eso sí, os recomiendo que penséis seriamente esto que os digo: si aumentáis el número de premiados a dos, todo será más fácil pues se reducen el número de posibilidades a la mitad y resultará el doble de interesante para los compradores. Siendo vosotras dos, creo que la mayoría de los tíos se pueden sentir un poco intimidados aunque les resulte un sueño difícil de cumplir en condiciones normales. Además, a los tíos nos motiva más follarnos a dos tías buenas al mismo tiempo.

―No sé yo, Rodri. ―Silvia seguía mostrando sus reticencias―. Tienes razón en lo que dices, pero el caso es que ya hemos vendido unas cuantas papeletas y cambiar ahora las reglas puede suponer un problema.

―Pues ahora no te hagas la estrecha, Silvia ―dije enérgicamente―. Tu hermano tiene toda la razón y si seguimos a este paso no vendemos todas y tendremos que devolver el dinero. Creo que es preferible devolver una parte a los que no estén conformes que quedarnos sin nada. Y, sobre todo, mira la fecha en la que estamos y el poco tiempo que nos queda.

Aquella charla no dio para más y Silvia terminó aceptando. Por suerte tan solo tuvimos que devolver el dinero a cinco chicos y cambiar las papeletas al resto por unas nuevas tras adaptar el contenido. Eso sí, estipulamos que los ganadores serían el que tuviese el número premiado y el siguiente. Y vaya si resultó más fácil de aquel modo, porque una semana antes del sorteo nosotras habíamos vendido las nuestras y el hermano de Silvia las que se había comprometido. Por descontado que cobró la comisión pactada.

Llegado el día del sorteo, este tuvo lugar por la mañana y tan solo nos quedaba esperar a que nos llamaran los afortunados para ponernos de acuerdo con ellos sobre el día en que recibirían su premio: nosotras.

Los días fueron pasando y nadie daba señales de vida. Aquella situación nos incomodaba, pues aumentaba nuestra ansiedad por saber si también la fortuna nos había bendecido con un par de tíos buenos o maldecido con dos… preferimos no pensar en esa posibilidad.

Cinco días más tarde, el teléfono de Silvia sonó y su rostro se puso serio.

―Esme. Eran ellos ―me dijo muy nerviosa.

―¿Los dos? ―le pregunte no menos intranquila.

―Sí, los dos. Al parecer se conocen y han quedado en llamar de nuevo mañana para que les digamos fecha, hora y lugar.

No puedo ocultar que aquel hecho imprevisto nos sumió en un mar de dudas. Miedo no teníamos pues confiábamos en que serían tipos de fiar, pero aquello significaba que las cosas no se habían hecho bien por alguna de las partes. Ya buscaríamos culpables más adelante.

Efectivamente al día siguiente volvieron a llamar los misteriosos ganadores y los citamos en una cafetería muy concurrida a las nueve de la tarde. La idea era tener una primera toma de contacto y valorar los posibles riesgos, en un lugar con garantías para nosotras y después de un tiempo prudencial.

Llegamos diez minutos antes y nos sentamos en una mesa, rodeadas de otras tantas llenas de gente. Inconscientemente nos sentimos seguras y despreocupadas hasta que, sin previo aviso, dos papeles cayeron por encima de nuestras cabezas, sobre la mesa. Las dos observamos que se trataba de las papeletas ganadoras. Sin tiempo que perder, Silvia miró a su derecha y quedó estupefacta.

―¿Rodrigo? ―preguntó con un hilo de pánico en su voz.

Acto seguido miró a su izquierda y dijo con el mismo tono:

―¿Lucas?

No tardó en reaccionar y se levantó como un resorte, con la cara desencajada. Yo no era capaz de articular palabra pues estaba tan sorprendida como mi amiga.

―¿Se puede saber que clase de broma pesada es esta? ―Preguntó Silvia visiblemente enojada―. ¿Qué hacen aquí mis hermanos con las papeletas ganadoras? Os juro que tengo ganas de matar a alguien. ¡Venga, los dos a la calle, que no quiero público cuando os estrangule! ―exclamó Silvia al tiempo que dejaba unas monedas sobre la mesa, para pagar las consumiciones, y se marchaba enfurecida.

Ya en la calle, cogió a sus dos hermanos y los empujó contra la pared. Los miró muy fijamente y continuó con el interrogatorio. Ellos no decían nada y yo tampoco era capaz de abrir la boca por si también me tocaba recibir: nunca la había visto en aquel estado de locura. Entonces surgió la voz de Rodrigo, tan segura y firme como de costumbre.

―No entiendo por qué te pones así, hermanita. ¿Dónde está escrito quién podía comprar papeletas y quién no? Me distéis cincuenta y os devolví el dinero de cuarenta y ocho, lo pactado. Yo compré una y Lucas otra, y las pagamos religiosamente, como los demás…

―Mira, Rodri. No me tomes por el pito del sereno ―dijo Silvia, levantando la voz y señalándole con el dedo índice de modo amenazador―. ¿Dónde está escrito que mi hermano mayor, a sus veinticuatro años, y mi hermano menor, a sus diecinueve, quieran follarse a su hermana? ¿No os dais cuenta de que eso es antinatural, amoral…? ¿Es que solo tenéis serrín en la mollera?

―¿Y qué tienes tú en la tuya? ―le replicó Lucas, el mayor―. ¿Para ti es menos disparatado follarte a dos tipos que no conoces de nada por dinero? No nos vengas hablando de moralidad porque la tuya también deja mucho que desear. ¿Tengo yo que permitir que cometas semejante majadería?

―¡Ahí te han dado, amiga! ―dije yo, más cercana a la postura de ellos que la de ella.

―¡Vaya! Ahora resulta que estás de parte de estos dos cretinos. ¡Lo que me faltaba por ver! ―me recriminó mi amiga y se puso a caminar calle abajo, con paso firme y maldiciendo entre dientes.

Yo corrí hasta alcanzarla y detuve su marcha sujetándola del brazo.

―Vamos a ver, amiga ―le dije―. Entiendo tu postura, pero eso no quita que tus hermanos tengan su parte de razón. No es algo que te hayas planteado antes, pero tampoco es el fin del mundo. No me digas que prefieres a dos desconocidos, con los que no te ata nada y que no te ofrecen garantías, que a dos chicos guapos y sanos a los que conoces de toda la vida. ¿Son tus hermanos? Pues muy bien, pero recuerda que tú fuiste quien me metió en esto y yo confié en ti, asumiendo lo que viniese. ¿Eso no cuenta para ti? ¿Tú eres especial y gozas de privilegios distintos? Se consecuente contigo misma y al menos piénsalo. No tiene por qué suceder hoy y ahora; tómate tu tiempo para pensarlo; espera a que se te vaya el cabreo y lo veas con otros ojos. Ya sé que no son mis hermanos, más que nada porque no los tengo, no tengo la suerte que tú, pero te juro que si lo fuesen, me tragaría mis prejuicios y prevalecerían mis principios, porque es cierto que no habíamos previsto algo así y ha sucedido. ¡Qué le vamos a hacer! Ahora bien, si pasados unos días sigues pensando igual, yo no tengo reparos en montármelo con los dos, le pese a quien le pese. Imagina que tus hermanos van por ahí pintándonos la cara por mentirosas. ¿Qué pensarían el resto? Yo no lo sé, pero imagino que todos pensarían que pretendíamos tomarles el pelo y que ganase quien ganase saldríamos con alguna excusa similar.

Silvia no pudo contener las lágrimas y buscó mi hombro para depositarlas. Lloraba desconsolada y a mí se me partía el corazón. Su cuerpo temblaba por los nervios y no era capaz de articular palabra.

―Vamos, nena. Llora todo lo que quieras y nos vamos cuando te calmes. Yo me encargo de decir a tus hermanos que se marchen y que debido a las circunstancias no hay más remedio que aplazarlo. Espero que se conformen conmigo si tú sigues en tus trece.

Dicho aquello, la dejé apoyada en el capó de un coche y yo fui a comunicar a sus hermanos cómo estaba la situación.

―Veréis, chicos ―les dije en tono conciliador―. Es normal que se haya puesto como se ha puesto. Dadle un tiempo para que lo piense bien y, si no cambia de opinión, yo me comprometo a cumplir por las dos, con ambos al mismo tiempo o por separado, lo que más os apetezca. Y no os reocupéis por mí, porque no supondrá ningún sacrificio; ambos sois guapos para mi gusto y no niego que físicamente me ponéis bastante. No sabemos qué ocurrirá, pero, llegado el caso, casi que prefiero con los dos al mismo tiempo. No os hacéis una idea del morbo que me produce imaginarlo. Incluso, para compensaros del todo, estoy dispuesta a que lo hagamos los tres, dos veces y en días distintos.

Ambos muchachos estuvieron de acuerdo y ahí quedó el asunto… por el momento.

Silvia pensó fríamente sobre lo que debía hacer durante un par de semanas. En ese tiempo nos vimos todos los días y ninguno de ellos saqué el tema a relucir. Reconozco que me costaba controlarme y, muy a pesar mío, tuve que hacerlo para no quebrar la paz en la que mi amiga parecía sumida.

El último día de junio urgía tomar una decisión y así se lo dije a Silvia. Más que nada porque sus hermanos estaban nerviosos y temían que nos fuéramos de viaje a gastar el dinero, dejándoles con un palmo de narices. Entonces noté que Silvia seguía con sus reparos, pero al menos no se alteró al tratar el tema, lo que suponía un gran avance.

―Mira, Silvia ―le dije mientras tomábamos café en mi casa―. He pensado en algo que te puede ayudar a la hora de tomar una decisión definitiva que no podemos, ni debemos, posponer. ¿Permites que al menos te lo plantee?

―Está bien. Si no es un disparate, puedes exponerlo con total confianza.

―Bien. Me gusta esa actitud. Antes que nada quiero matizar que esto ya lo he hablado con ellos y no han puesto objeciones. Se trata de lo siguiente. Puedo llamarles y pedirles que vengan a mi casa. Nos tomamos algo, charlamos y, cuando el ambiente no esté tenso, nos despelotamos sin más, sin segundas intenciones. La idea que les veas como si fuesen chicos normales y corrientes y ellos a ti como a una chica más, sin más compromiso.  Llegados a ese punto, valoramos la situación y, si te sientes animada, podemos dar paso a una serie de caricias inocentes que no vayan más allá. No creo que eso pueda resultarte tan terrible… ¿O sí?

Silvia se aferró a mis manos y se abrió a mí.

―Estos días me he comido el coco de una forma que ni te imaginas, amiga. Te juro que he puesto todo de mi parte para eliminar de mi mente estos prejuicios. Incluso, he leído relatos sobre este tipo de relaciones y testimonios de personas que lo han vivido. Me ha llamado la atención que casi todos, por no decir todos, hablan de sus experiencias con total naturalidad, poniendo por encima del morbo el amor a los suyos. Incluso en relaciones mantenidas por padres he hijos, de distinto sexo o del mismo. En muchos casos me han conmovido gratamente.

Silvia hizo una pausa y yo no quise intervenir para que no se sintiese presionada. Lo más importante era que la decisión la tomase sola.

―También he tratado de evitar a los dos y lo cierto es que me sentía muy mal; los añoraba y deseaba estrecharlos en mis brazos, como solía hacer antes de que pasase lo que pasó. Ya no puedo seguir así y es mejor que lo que tenga que ocurrir, ocurra o quede en el olvido para siempre.

―¿Entonces? ¿Los llamo y les digo que venga esta noche? Es mejor por la noche porque así nos tomamos unas copas y nos fumamos unos canutos para ir creando ambiente. ¿Te parece?

Silvia asintió con la cabeza, y yo me apresuré a llamar a sus hermanos antes de que cambiase de parecer. Estos acogieron esperanzados la noticia y les cité a las diez.

Llegaron pocos minutos antes de la hora señalada. Al abrirles la puerta los noté mucho más nerviosos que la primera vez, cuando nos sorprendieron en la cafetería; no obstante, la mueca risueña dibujada en sus rostros era más que esclarecedora respecto a lo que esperaban.

―No os preocupéis por nada ―les dije―, porque si ella no quiere, soy capaz de follar con los dos delante de sus narices, se ponga como se ponga. Eso sí, nada más entrar en el salón, le dais un fuerte abrazo cada uno, porque no os hacéis una idea de la falta que le hacen.

―No hay problema, guapetona ―respondió el mayor de los hermanos, el más cortés.

Le di un beso a cada uno en los labios y les invité a pasar y ponerse cómodos.

Al principio se respiraba una leve tensión en el ambiente, que fue disminuyendo a medida que el licor regaba nuestros gaznates y nuestras mejillas se tornaban coloradas debido a sus efectos. No tardaron en surgir las risas contenidas y determinadas bromas algo subidas de tono.

―Bueno. Creo que comienza a hacer un poquito de calor ―dije al tiempo que me quitaba la blusa. Llevaba puesto un sujetador muy liviano y los pezones erizados delataban mi excitación.  Realmente estaba muy caliente―. Vamos, chicos, no seáis tímidos. Mostrad a vuestra hermana que sois de carne y hueso como cualquier otro chico ―añadí mientras me despojaba de los zapatos y del pantalón.

Los dos comenzaron a desabotonarse sus respectivos pantalones y yo me mostré molesta porque ni siquiera eran capaces de levantar el culo del sofá para hacerlo.

―Veo que os cuesta soltaros la melena, chicos ―protesté―. El otro día se os veía más lanzados que ahora… y mucho más descarados. Dame la mano, Lucas, que tendré que ayudarte como si fueses un niño pequeño.

Una vez lo tuve delante de mí, de pie, deslicé las manos por su camisa desabotonándola con cierta prisa. Luego se la abrí y dejé que cayera por su espalda. Acto seguido descendí hasta su pantalón y terminé lo que él había empezado. De aquel modo quedó tieso y sin mover un músculo del cuerpo. Ni siquiera parecía respirar. Entonces noté que al menos cierta parte de su cuerpo parecía tener vida.

―¡Vaya, vaya, con el grandecito! ―le dije―. No es tan tímido como parece. ¿Esta erección es por mí? ¿O es por mi culpa? ―añadí mientras acariciaba su verga por encima del slip―. Tienes que dejar que salga antes de que lo reviente. Y no queremos que eso ocurra… ¿verdad? Mira, mira a tu hermana como no le quita ojo. Estoy segura que se muere por verla; seguro que nunca antes la ha visto; ni siquiera cuando erais pequeños.

Silvia permanecía expectante, sin apenas moverse; casi podía percibir el ruido de su respiración entrecortada y el latido de su corazón.

Ellos tampoco hablaban. Posiblemente sensibilizados por aquella situación tan violenta. Entonces caí en la cuenta de que Rodrigo, el menor de los hermanos, había sabido desnudarse solito. Eso me animó a dar el siguiente paso, el más difícil.

―Bueno, nena. Es tu turno. ―Previne a Silvia―. Me quito el sujetador y el tanga y solo quedarás tú vestida. La decisión es tuya, porque, decidas lo que decidas, yo estoy dispuesta a follar con estos dos sementales hasta que el cuerpo aguante.

Quedé totalmente desnuda frente a ella mientras ofrecía una buena panorámica de mi culo a sus hermanos. Luego le hablé con un tono muy dulce.

―Dame la mano, amiga mía, que yo te ayudo a despojarte de la ropa y de los prejuicios. Vas a ver que no es para tanto. Quiero que sepas que el hecho de mostrarte desnuda en cuerpo y alma no te obliga a nada que tú no quieras.

Tiré de ella una vez me ofreció la mano y comencé a bajar la cremallera de su vestido. La tenía en la espalda y lo hice al tiempo que besaba sus labios.

―No sabes lo cachonda que estoy, querida amiga ―le susurré al oído―. No te imaginas las ganas que tengo de tener a estos apuestos jovencitos dentro de mí. Ya ni pienso en quiénes son. Tan solo los veo como un par de oportunidades de conseguir el mayor número de orgasmos. Te sugiero que hagas lo mismo y que solo pienses en el placer que pueden proporcionarte.

Cuando el vestido de Silvia cayó a sus pies, yo me apresuré a quitarme del medio para que ella quedase frente a sus hermanos. Su ropa interior apenas tapaba su bello cuerpo, y lo que quedaba oculto podía imaginarse sin margen de error. Me puse a su espalda y le quité el sujetador; sus pechos eran realmente hermosos, ligeramente grades y bien formados. Sus hermanos los miraban extasiados, sin producir sonido alguno. Entonces ella, sin previo aviso, tiró del elástico de la prenda inferior, la bajó hasta los muslos y se sentó en el sofá, terminado de quitársela en esa posición.

―Bueno. No pasa nada. Lo importante era dar el primer paso ―dije tratando de restar importancia a su gesto, poco correcto dada la situación, pero cien por cien comprensible―. Lo mejor es que nos sentemos todos y dejemos que todo transcurra con normalidad. No tenemos prisa.

De ese modo pasamos poco más de una hora, tiempo más que suficiente para que la conversación adquiriese cierta fluidez. Pero yo estaba inquieta y no sabía qué posición adoptar para que mi coño se refrigerase un poco. De vez en cuando lo aireaba con la mano, con el posavasos o deslizaba un cubito de hielo por la raja. En cierto modo conseguía el efecto deseado, pero asumí que lo único que podría consolarme era la verga de Rodrigo, que era por la que había decidido comenzar a modo de aperitivo, para terminar de desfogarme con la de su hermano mayor, visiblemente más grande y presumiblemente más experta.

―Rodrigo, cielo, ¿permites que me siente encima de ti? ―le pregunté con todo el descaro del mundo―. Hace rato que no le quito la vista a tu polla y quiero sentir su tacto en mis posaderas.

―No hay problema, guapetona ―me respondió tal y como esperaba―. Yo no soy tan cortado habitualmente, pero comprende que la situación es un tanto incómoda. Desde que hemos llegado no dejo de pensar en la forma de tirarte la caña. Y me alegro de que hayas tomado la iniciativa.

―No importa, cielo ―le susurré al oído―. Me encanta sentirla en mi culo y a ti te volverá loco tenerla dentro de él pasado un ratito. Ahora sé bueno y ponte un condón, porque quiero que entres primero en mi almeja; no te haces una idea de lo cachonda que estoy y alguien tiene que romper el hielo. Seamos nosotros.

El pobre muchacho frunció el ceño y su gesto se torno contrariado.

―¿Quieres que me ponga un condón? ―preguntó angustiado.

―Claro, mi amor. Que tu hermana sea una de mis mejores amigas no significa que confíe del mismo modo en ti. ¡A saber dónde habrás metido la herramienta y en qué condiciones!

―¿Meterla? Si supieras cuántas veces la he metido, no dirías eso. Además, las pocas veces que lo he hecho ha sido siempre con gomita.

―¿En serio? No quiero que me mientas. Mira que si me engañas te al corto sin miramientos. Y el que avisa no es traidor.

―Es la pura verdad. Te lo juro por lo que quieras.

―¿Es eso cierto, Lucas? ―pregunté a su hermano.

―No entiendo. ¿A qué te refieres? No tengo la menor idea de lo que cuchicheáis ―respondió él.

―Perdona. No me había dado cuenta de que hablábamos tan flojito. Le he dicho a tu hermano que me la meta en el coño, pero que se ponga una goma por si las moscas. Él afirma que está limpio de todo porque ha follado pocas veces y siempre con ella puesta. Por eso te pregunto, por si puedes confirmar lo que dice.

Lucas soltó un par de carcajadas.

―Claro que puedes confiar. Este puede presumir todo lo que quiera, pero no creo que haya follado más de tres o cuatro veces. Y no creo que haya sido tan tonto de hacerlo sin protección. Es como un perro que ladra mucho y muerde poco.

―¿Y tú, Lucas? ¿Tú también eres de fiar? Lo pregunto porque después de tu hermano vas tú. ¿Quieres follarme después de que lo haga Rodri?

―Pues más vale que empiece ya, porque si tarda más de treinta segundos, te la meto yo y no la saco hasta que me canse.

―Bueno, bueno, guarda esa fogosidad para más tarde. Ahora limítate a quedarte sentado, porque te voy a hacer una buena mamada mientras tu hermanito me folla.

Sin tiempo que perder, pedí a Rodrigo que se separase un poco de su hermano, para dejar un hueco entre ambos que permitiese recostarme de medio lado. Así lo hizo y con la mano izquierda dirigí su verga hasta que el glande topó con los labios vaginales. La deslice unas cuantas veces por ellos con el fin de estimularme un poco más y luego la dejé en el lugar preciso para ser penetrada.

―Vamos, campeón ―le dije a Rodrigo―. Métemela hasta el fondo y fóllame con ganas mientras se la chupo a tu hermano, que es lo único que necesita ver Silvia para decidirse del todo.

Tan pronto como terminé de hablar, percibí como la joven verga se adentraba en mis entrañas, abriéndose paso sin problemas y deleitándome con el roce. Los gemidos de placer no tardaron en escapar de mis labios y debido a ellos buscaba el mejor momento para puntualizar algo importante que había olvidado. Cuando pude hacerlo, me dirigí a los hermanos y les dije lo siguiente:

―Vale que me folléis sin goma, pero os pido, mejor dicho, os exijo, que no os corráis dentro del coño. Más tarde, si os apetece darme por el culo, entonces sí podréis correros dentro. ¿OK?

Ambos estuvieron conformes y proseguimos dando gusto al cuerpo: Rodrigo castigando mi coño desde atrás y yo robando con mi boca gemidos de placer a su hermano.

De vez en cuando miraba a Silvia y sonreía al ver cómo se acariciaba el coño y las hermosas tetas. Pero no la notaba del todo animada a unirse a la fiesta. Yo no quería presionarla, pero uno de los dedos de quien me follaba desde atrás me volvía loca de dicha cada vez que entraba y salía de mi culo. Puede que no fuese un conquistador con las chicas, pero Rodrigo había descubierto la fórmula para ponerme a cien. Ese hecho consiguió que me soltase la melena y hablase sin pelos en la lengua.

―Vamos, Silvia. No te imaginas el gusto que me están dando estos dos cabrones. Ven con nosotros, porque estoy segura de que te mueres por tener dentro de ti una de estas pollas. Cuando pruebes una de ellas, no notarás la diferencia respecto a cualquier otra que te haya follado.

A pesar de los intentos por convencer a mi amiga, esta se mantenía impasible y muda. Tan solo se limitaba a mirar y acariciarse. «Es un hueso duro ―pensé―, pero esta no se escapa sin que le peguen una buena follada».

―Vale, chicos. Paremos un poco, porque aquí hay algo no marcha bien ―les dije y me puse en pie―. Dame la mano y ven conmigo, Rodri, que ya es hora de que esta monada reciba atenciones masculinas.

Tiré del muchacho y este se dejó arrastrar hasta situarnos junto a su hermana. Nos colocamos a su espalda y dirigí sus manos hasta los generosos pechos de Silvia. Esta pareció sobrecogerse al sentir el tacto prohibido en su delicada piel. Temblaba ligeramente, pero no rechazaba las caricias.

―Muy bien, Rodri. Este es el camino a seguir. Ten paciencia y pon los cinco sentidos en lo que haces. Verás que no tarda en respirar como si le faltase el aire. En ese momento deslizas la mano derecha por su vientre hasta llegar al coñito húmedo y caliente que ansía sentirte dentro. Entonces, cuando los gemidos enmudezcan el sonido de su respiración, sabrás que es el momento de dar el siguiente paso, el que conseguirá que esta hembra, terca como una mula, se entregue a ti y disfrute como una perra en celo.

Con la lección bien aprendida por parte de Rodrigo, tomé impulso para acercarme a Lucas y dejar que hiciese conmigo lo que quisiera. Al pasar por el costado de Silvia, esta me tomó de la mano y apretó con fuerza. Yo la miré, sorprendida, y vi como sus labios me regalaban una preciosa sonrisa antes de esbozar un “gracias” casi inaudible. Gesto tan tierno no merecía menos que un cálido beso en los labios. Se lo di y luego acerqué mi boca a su oído.

―No tienes nada que agradecerme ―le susurré―, porque las amigas estamos para lo bueno y para lo malo, para las duras y para las maduras. Me alegra mucho que hayas decidido soltarte la melena y mirar a estos dos sementales como lo que son: dos tipos dispuestos a darte mucho placer y todo el amor del mundo. No sé qué más se puede pedir en un chico. Y si tienes dudas, piensa en tu navarro y en lo mucho que vas a aullar cuando te ponga la vista encima… y el rabo dentro.

Amabas sonreímos y nos fundimos en un apasionado beso. Mientras, su hermano pequeño le pellizcaba los pezones y yo deslizaba mi mano derecha por su coño.

―Vas a ver como todo sale bien, Silvia. Ahora te dejo que disfrutes lo que quieras mientras compruebo lo que sabe hacer Lucas con lo que le cuelga entre las piernas. Creo que me va a tocar ponérsela dura de nuevo ―le dije y me puse manos a la obra.

Me acerqué al mayor de los hermanos, le agarré la polla y le obligué a situarse conmigo tras el sofá. Durante un par de minutos se la chupé con más ganas que la vez anterior, arrodillada en el suelo y esmerándome en conseguir que adquiriese el tamaño y grosor adecuados. Una vez lo hube conseguido, tan solo tuve que inclinarme ligeramente, apoyada en el respaldo del sofá, y dejar que él hiciera el resto.

Me tomó con fuerza de las caderas con sus poderosas manos, situó la verga entre mis piernas y me la clavó de un solo empujón en el coño. ¡Cielo santo! Creí que iba a desfallecer de placer cuando comenzó a entrar y salir de él, sin soltar mis caderas y golpeando mi trasero con su vientre con cada embestida.

―La papeleta para el sorteo decía “¿Quieres pasar una noche loca con dos hembras de infarto dispuestas a darte todo lo que les pidas?”. ¿Era cierto, o solo una forma de calentar al personal? ―dijo Lucas entre jadeos.

―¡Vaya! Veo que te lo has aprendido de memoria ―le respondí entre gemidos de placer―. Sí, era cierto. ¿Qué tienes en mente?

―Espera y verás ―respondió y salió de mis entrañas. Luego se dirigió a la mesita donde teníamos las bebidas y cogió una botella de cerveza vacía―. He pensado que me motiva mucho metértela por detrás mientras te follo ―añadió.

―¡Estás loco! ―Mi rostro se tornó horrorizado al pensar en las posibles consecuencias―. No, no lo hagas, no sea que se cree un vacío cuando esté dentro y…

Interrumpí mi comentario al ver cómo formaba una especie de pelota con una servilleta de papel y tamponaba la botella.

―¡Listo! ¡Asunto resuelto! ―exclamó―. Deberías tener un poco de confianza en mi buen juicio.

―¡Umm!... ¡Vale!... Veamos que tal resulta tu perversión ―le dije mientras volvía a situarse detrás de mí.

De nuevo taponó mi coño con su verga y reanudó la follada. No tardó en introducir el cuello de la botella en el ano y mis gritos rebotaron en las paredes de la estancia.

―¡Dios, tú me quieres matar de placer, cabronazo! ―le dije al tiempo que me regodeaba moviendo ligeramente las caderas. ―En ese preciso momento me di cuenta de que Rodrigo se había colocado delante de su hermana. A ella no podía verla por completo, pero con toda seguridad le estaba mamando la verga―. Mira como disfruta la parejita ―le dije a Lucas―. Al final esta cabrona se va a poner las botas.

―No tengas la menor duda. No sabes el tiempo que hace que sueño con encular ese precioso trasero ―dijo Lucas alzando un poco la voz para que su hermana lo escuchara.

Ella ladeó la cabeza para salvar el obstáculo que suponía el torso de su hermano menor. Nos miró y guiño el ojo como gesto de complicidad. Yo sonreí satisfecha por lo bien que marchaba todo he hice un último esfuerzo para alcanzar un orgasmo que me dejó totalmente exhausta.

Animada por la situación, propuse que fuésemos al dormitorio los cuatro; no podía dejar escapar aquella oportunidad.

―Túmbate en la cama, Rodri ―le ordené nada más entrar en mi habitación―. Es hora de que los tres os pongáis al día.

―¿Qué quieres decir con eso, Esmeralda? ―preguntó Silvia―. Mira que te conozco y te temo.

―Nada, amiga. Tú solo déjate llevar.

Ella frunció el ceño, pero no dijo nada cuando vio que yo tomaba una corbata de mi armario y le vendaba los ojos con ella. Luego le hablé con cierta ternura:

―Ya has dado el primer paso: ponérsela dura y tiesa a este jovencito. Es hora de dar el siguiente. Confía en mí…

Su silencio lo interpreté como un ‘sí’. La tomé de la mano y dirigí sus movimientos hasta situarla sobre la verga de Rodrigo, flanqueando con sus rodillas el cuerpo de este, que la esperaba ansioso, inquieto. Tomé la joven verga y la situé en la entrada vaginal de su hermana.

―Ahora deja que tu cuerpo caiga y siente la virilidad de quien ansía darte todo su amor, todo su ser. Puedo asegurarte que no te arrepentirás, amiga mía.

Silvia masculló, pero no tardé en darme cuenta de que mi mano impedía que la penetración fuera total. La retiré y por fin ambos cuerpos se unieron. Ella no tardó en cabalgar sobre su hermano, acelerando poco a poco. Lucas y yo les observábamos sin perder detalle, disfrutando emocionalmente tanto como ellos lo hacían físicamente.

Pasados unos minutos, el ritmo de los hermanos era frenético y sus gemidos se entrelazaban en un fraternal abrazo. Susurré una orden concreta en el oído de Lucas y este asintió con la cabeza como gesto de aprobación.

Lentamente me situé sobre el rostro placentero de Rodrigo y puse mi coño al alcance de su lengua. No tardó en deleitarme con ella al tiempo que yo tiraba de su hermana para que reclinase su cuerpo y besara mis pechos sudorosos. Con un gesto de los ojos di la señal a Lucas para que hiciera lo que le había susurrado al oído. Este se inclinó detrás de su hermana, que tenía el culo en una posición inmejorable, y comenzó a besárselo con mucha ternura. Ella se estremeció al notar el contacto de los labios que tantas veces habían besado su rostro angelical.

―¿Te gusta, nena? ―pregunté a Silvia.

―¡Sí, me gusta mucho! ―respondió ella entusiasmada.

―Bien. Pues ahora suelta la polla de Rodri, que el otro también quiere darte placer.

Ella obedeció sin rechistar, dejando el coño a merced de Lucas. Este empujó la espalda de su hermana hasta que sus hermosos pechos se posaron sobre el de su hermano pequeño. El mayor no tardó en penetrar el coño que tanto había deseado y comenzó a follarlo con un ritmo frenético.

Mis gemidos chocaron frontalmente con los de mi amiga: la lengua de Rodrigo en mi coño y la polla de Lucas en el de Silvia sabían muy bien cómo volvernos locas de placer.

Durante unos minutos, que se hicieron muy cortos, ambos muchachos se fueron turnando a la hora de penetrar la sexualidad de su hermana. Esta los recibía cada vez con más entusiasmo hasta que alcanzó el ansiado orgasmo.

Retiré la venda que cubría sus ojos y sonreí al notar que manaban lágrimas de felicidad.

―No sabes lo feliz que me siento, amiga, al verte dichosa y entregada ―le dije a Silvia―, pero recuerda que nosotras somos el premio y ellos los ganadores. El trato es que tenemos que hacer lo que quieran. ¿Estás conforme?

―Sí, amiga. Claro que estoy conforme. Me muero por saber lo que tienen en sus pervertidas mentes este para de pajilleros.

―¡OK! Ya habéis oído, chicos. Las damas están dispuestas a cumplir vuestros caprichos, pero sin pasarse un pelo… ¿Ehhh?

Aquellas palabras debieron ser mágicas, porque el rostro de los hermanos cambió de forma radical… Y también su actitud para con nosotras. La timidez quedó atrás y afloraron sus perversos instintos.

La primera orden que recibimos fue que nos tumbásemos sobre la cama, a lo ancho y dejando que nuestras cabezas colgaran por el lateral. Tan pronto como lo hicimos, Lucas metió la verga en la boca de su hermana y Rodrigo penetró la mía. No tardaron en moverse hacia adelante y hacía atrás, una y otra vez, llegando a introducirlas por completo en no pocas ocasiones. De vez en cuando se inclinaban sobre nuestros cuerpos, sin dejar de follarnos por la boca, para introducir algún que otro dedo en nuestros coños y jugar con ellos dentro. Aquella escena rozaba la depravación absoluta, y a nosotras nos ponía más cachondas de lo que jamás habíamos  imaginado.

―¡Bien! ¡Bien! ¡Bien! Para calentar motores no ha estado mal ―dijo Lucas con descaro.

―¿No ha estado mal, hijo de tu madre, si casi me ahogas? ―ironizó su hermana.

―Relax, querida ―replico él―. No te enojes, que para dos golfas como vosotras esto no es nada.

―¿Cómo que dos…? ―Tuve que tapar la boca de Silvia para que la sangre no llegase al río.

―Tranquila, nena. No es la primera vez que nos llaman algo así, ni será la última. ¿No te das cuenta de que solo es una forma de hablar y relajar el ambiente? ¿Ahora vas a salir con remilgos?

Lucas se sintió un tanto avergonzado y pidió perdón, prometiendo no volver a repetirlo. Aquel gesto de madurez nos conmovió y el incidente quedó en un segundo plano al recibir la segunda orden de boca de Rodrigo:

―Bien. Ahora colocaros a cuatro patas en el borde de la cama. No os hacéis una idea de lo motivador que resulta follar así, mientras contemplas un esplendido culo moverse como una lagartija.

Las dos nos miramos embobadas, sin llegar a entender aquella metáfora chapucera; sin duda la elocuencia no era su fuerte a la hora de estar con dos hembras dispuestas a darles lo que nos pidiesen.

El caso es que obedecimos de buena gana. Lucas se colocó detrás de mí y el otro tras su hermana. Fuimos penetradas por el coño con total sincronización y comenzaron a follarnos al tiempo que jugaban con sus dedos en nuestros agujeritos estrechos, como si estuviesen preparando el terreno para lo que vendría después; ninguna de las dos teníamos la menor duda sobre lo que sería.

Durante un rato nos follaron sin descanso en esa posición, arrancando un glorioso orgasmo a Silvia pocos minutos antes de llegar el mío. Aquello pintaba bien y nuestras expectativas de gozar durante un buen rato más no eran meras especulaciones.

―Vamos, Silvia. Ha llegado la hora de ver de qué pasta estás hecha. Date la vuelta y túmbate mirando hacia nosotros ―ordenó Lucas.

Silvia se tumbó en la cama y su hermano tiro de ella hasta que el culo quedó en el borde. Entonces le levantó las piernas hasta que las rodillas tropezaron con sus agraciadas tetas y luego las separó todo lo que pudo. Nosotras pensamos que nos iban a follar por el coño en esa posición, pero yo me quedé extrañada al notar que Rodrigo me apartaba con el antebrazo hacia un lado. Aquel gesto no me sentó nada bien, pues suponía una especie de desprecio. Decidí no tomármelo a mal y esperar el discurrir de los acontecimientos.

Entonces, Lucas se puso en posición, colocó la verga en el ano de su hermana y lo fue abriendo con ella hasta quedar enterrada en su interior. Silvia cerró los ojos y se aferró a la sábana tan fuerte como pudo. No gritó en ningún momento, a pesar de que el dolor era evidente en su rostro, ni siquiera cuando la sodomía se hizo tan intensa que le costaba aguantarse. Por suerte el mal trago pasó y surgieron gemidos de su boca. Puede que más bien fuesen quejidos, pero era evidente que gozaba ante nuestra atenta mirada.

―¡SÍ, Lucas! ¡Así! ¡Así! Dame por el culo bien fuerte, cabronazo ―murmuraba Silvia atropelladamente―. Haz que me corra otra vez; estoy loca por correrme de nuevo.

El mayor de los hermanos hizo oídos sordos a las súplicas y salió de ella, que se quejó amargamente. Sin embargo, su desolación duró bien poco, tanto como lo que tardó el pequeño en ocupar el lugar del otro, penetrando el mismo orificio. Entonces Silvia suplicó de nuevo a este en los mismos términos que al anterior. Apenas dos minutos más tarde consiguió lo buscaba y su cuerpo quedó en un estado de relajación evidente tras el orgasmo. Los hermanos se fueron turnando durante unos diez minutos, sin variar de orificio, hasta que Silvia, totalmente agotada tras un nuevo orgasmo, suplicó que parasen.

―¿Parar?... ¿Ahora? De eso nada, monda. Ahora es cuando llega el plato fuerte ―advirtió Rodrigo.

Entre los dos manejaron el cuerpo de su hermana, como si de un saco de patatas se tratase, hasta que ella quedó empalada en la polla del pequeño, que se había acostado boca arriba, para recibir pocos instantes después la verga del mayor por detrás, elaborando un bocadillo perfecto. Lucas empezó a sodomizar a su hermana, forzando un movimiento de vaivén que favorecía las penetraciones de Rodrigo dese abajo. En un momento dado los tres alcanzaron una perfecta sincronización de movimientos que les llevó a la locura, arrancando dos nuevos orgasmos del cuerpo Silvia, que no daba para más.

Yo observaba sin inmutarme, ligeramente cabreada, eso sí, pero satisfecha por cómo discurría la velada. Decidí ser positiva, teniendo en cuenta que aquellos sementales no se habían corrido, y esperar mi oportunidad por si reparaban en que aun estaba viva y con ganas… con muchas ganas. También valoré que Silvia estaba en las últimas y que, posiblemente, esa circunstancia les convencía de que no merecía la pena seguir castigando su cuerpo de ese modo. Aun tuve que esperar un ratito más hasta que llegara mi oportunidad.

―Ha estado de puta madre. Vamos, guapa, ha llegado tu hora, que siendo tan estrecha de caderas, tienes que ser de las que gritan como una loca cuando te dan por el culo ―me dijo Lucas con voz firme―. Perdona que te hayamos dejado de lado, pero no te imaginas las ganas que teníamos de follarnos a nuestra hermana. Hace como tres años que me vengo comiendo la cabeza pensando en cómo podría conseguirlo y, ahora, gracias a este capullo ―señaló con el dedo a su hermano―, ya no me agobiaré tanto. Incluso, pienso que vamos a pasar buenos ratos de ahora en adelante.

―Todo eso me parece muy bien, guapo, pero ahora no pienses en eso y dime qué queréis que haga. ―En ese momento yo no estaba para charlas filosóficas, dicho con ironía.

―Pues… te va a gustar lo que tenemos pensado ―dijo Rodrigo tras susurrar algo al oído de su hermano―. La idea es que yo quiero correrme en la boca de Silvia y ver como se traga mi leche. Lucas prefiere inundarte el culo… ¡Es una manía que tiene!

―Es cierto ―dijo el otro―. Me encanta llenar el culito de las tías que se dejan dar por detrás. ¿A ti no te importa, verdad? Creo recordar que al principio lo has dicho. ¿Me equivoco?

―No, Lucas, no te equivocas. Lo he prometido y voy a ser fiel a mi promesa. ¿Qué quieres que haga?

―¡Buena chica! ―exclamó el mayor de los hermanos―. Ya que preguntas, creo que sería morboso darte por el culo mientras te pegas el lote con mi hermana. Mira, aprovechando que está relajada, colócate a cuatro encima de ella. Así la tenemos cerca para cuando Rodri le llene la boca de leche.

―Vale. Pero antes limpiaros la polla un poco. Aunque sea con la sábana, que no es muy higiénico después de haberla tenido dentro del culo de Silvia.

Ambos atendieron mi súplica y yo me puse en posición. Silvia me recibió con los brazos abiertos y comenzamos a comernos la boca. Rodrigo no tardó en colocarse detrás de mí e introducirme la polla en el ano. Me sujetaba con fuerza de las caderas para no desplazarme con sus violentas embestidas. ¡Dios! Parecía que le habían puesto pilas nuevas, porque me estaba dando un gustazo digno de recordar durante una buena temporada.

Un ligero golpe en su espalda era la señal de su hermano para que le cediese el puesto. Este se lo tomó con calma y me enculó con violencia tras ensalivarme el agujerito. Apenas noté el envite gracias a que mi ano aun estaba bien abierto y relajado; el grosor de la verga de Rodrigo no era nada despreciable. El caso es que tenía una forma de dar por el culo un tanto peculiar: a una tanda de envestidas rápidas y profundas, seguían unos segundos de pausa en los que se quedaba con la polla fuera, observando mi dilatación, para luego volver a repetir el ciclo, durante dos o tres minutos, antes de volver a ceder el turno a su hermano.

Este no se andaba con tonterías e iba al grano, presumiblemente impaciente por derramar su semen donde ansiaba: la boca de su hermana. Es por ello que me sodomizaba con una agilidad y potencia dignas de un chico tan joven. Yo estaba encantada, porque en las cinco rondas que me folló por detrás me proporcionó tres orgasmos frente a tan solo uno por parte del menos fogoso.

Por fin llegó el momento esperado por Rodrigo cuando abandonó mi retaguardia y puso la verga delante de la boca de su hermana. Esta escupió en sus manos varias veces y limpió con ellas la polla antes de tragarla. Rodrigo comenzó a follar la boca de Silvia, que tan solo tuvo que ladear la cabeza y dejarse hacer. En ese momento sentí de nuevo la verga de Lucas en mi recto. Esta vez fue más expeditivo y se limitó a darme por el culo sin más tonterías.

En apenas dos o tres minutos, Rodrigo comenzó a gemir ostensiblemente y todos supimos que había llegado su momento cuando dijo:

―Abre la boca, hermanita, que quiero ver como te tragas mi leche y luego te relames.

Silvia la abrió todo lo que pudo, Rodrigo colocó el glande a escasos tres centímetros y vertió dos abundantes chorros en el interior. Ella los recogió con agrado y finalmente el semen se perdió por la garganta.

―Ahora chúpamela bien, que quiero que la dejes reluciente ―añadió extasiado.

Silvia volvió a engullirla y succionó cuanto pudo, pajeando la verga al mismo tiempo con la mano derecha con intención de extraer hasta la última gota.

―¡DIOSSSSS! ―gritó el hermano pequeño―. ¡Cómo me gusta que me la chupes así! Es la primera vez que una tía me come el rabo como Dios manda.

Yo estaba alucinando con la escena y la polla de Lucas no dejaba de entrar y salir de mí. La consecuencia natural es que se corrió dentro, llenándome el recto de leche tibia.

Ambos nos quedamos encajados durante un par de minutos, sin movernos, contemplando como Silvia seguía mamando la verga de su hermano pequeño, como si no quisiese desprenderse de ella. Entonces, cuando yo había perdido toda esperanza de obtener un último orgasmo, incomprensiblemente mi vientre comenzó a convulsionarse y noté como varios ríos manaban de mis entrañas y se precipitaban por los muslos hasta mojar la sábana. Nunca antes me había ocurrido algo así; jamás me había corrido estando en reposo, porque la verga de Lucas seguía alojada en mi recto, pero su actividad había cesado un ratito antes. He de confesar que no me ha vuelto a ocurrir en los últimos cuatro años y atesoro aquel recuerdo como un milagro difícil de olvidar. Seguramente se debió al morbo del momento, pero aquel último orgasmo fue sin duda uno de los mejores que he tenido en mi corta vida.

―Bueno, chicas, no se vosotras, pero yo tengo la garganta como un estropajo ―aseguró Lucas―. ¿Quien se apunta a ir al salón y tomar algo?

Silvia estaba agotada y bañada en sudor. Mi estado no era mucho mejor y, aun así, saqué fuerzas para ir a la cocina, coger una botella de agua bien fría y volver junto a mi amiga para dar buena cuenta de ella entre las dos. Allí nos quedamos durante un buen rato, tumbadas y abrazadas. Mientras, los chicos pasaron ese tiempo en el salón, bebiendo, fumando y riendo totalmente felices.

No puedo precisar a qué hora nos quedamos dormidas, pero recuerdo haber escuchado dos campanadas en el reloj de cuco del recibidor. Supongo que fue poco después.

Lo siguiente que recuerdo es que me desperté notando un ligero peso sobre mi cuerpo. Estaba tan cansada y tenía tanto sueño que apenas era consciente de lo que ocurría. Miré a mi derecha y percibí que entraba algo de claridad por la ventana, entre las rendijas de la persiana. Entonces pude ver a Rodrigo encima de mí, en penumbra, jadeando ligeramente al tiempo que me follaba por el coño.

―¿Qué haces, Rodrigo? ¿No has tenido suficiente por hoy? ―le pregunté con desgana―. Duérmete, anda, y déjalo para cuando nos levantemos.

―No digas nada ―replicó―. Vuelve a dormirte, que me mola violarte mientras duermes.

―¿Y cómo quieres que duerma si no me dejas respirar con tanto peso? Haz lo que quieras, pero en silencio y sin molestarme, que tengo mucho sueño y se me va la cabeza.

Creí que obedecía cuando noté que salía de mí y se incorporaba. Pero que equivocada estaba, porque giró mi cuerpo hasta dejarme de medio lado, flexionó mis piernas con sus manos y se arrodilló detrás de mí. Entorné los ojos, quejosa, y pude ver una silueta que se movía con cierta velocidad a poca distancia. Se trataba de Lucas abusando de su hermana totalmente dormida.

―Ay que joderse el aguante que tenéis, hijos de puta ―mascullé sin fuerzas para revelarme―. ¿No podéis esperar a que nos bañemos y comamos algo? Mira que tiene horas el día y tenéis que escoger este momento.

―Mira que eres pesadita, tía ―protestó Rodrigo, que seguía detrás de mí, de rodillas junto a mi trasero. No tenía ninguna duda porque notaba su verga apoyada sobre mi cadera―. Lucas, tapa la boca de esta guarrilla si no queremos que nos corte el rollo ―terminó ordenándole.

―Os libráis porque no tengo fuerzas para nada ―volví a protestar con los ojos cerrados y sin que mi cuerpo reaccionase―. Pero ya os pi…

No pude terminar lo que iba a decir porque la verga de Lucas entró en mi boca sin que lo viera venir.

―Ya era hora, hermano. En silencio se folla mejor ―dijo con chulería el que estaba detrás de mí.

Entonces noté que me enculaba poco a poco mientras el otro me follaba la boca. Decidí que no merecía la pena gastar las pocas fuerzas que tenía y me dejé hacer. Total, después de lo que habíamos hecho unas horas antes, aquella situación tampoco tenía nada de particular.

De ese modo debieron pasar unos minutos, sin movimientos bruscos que alterasen la paz que buscaba. Entonces mi boca quedó liberada y recobré el aliento paulatinamente. Menos mal que me la sacó a tiempo, porque por un momento creí que me iba a asfixiar.  Mientras, Rodrigo no dejaba de entrar y salir de mi recto. Entorné de nuevos los ojos y vi cómo Lucas abría las piernas de su hermana dormida y se colocaba encima de ella. Un leve gemido me confirmó que se la había metido, sin poder precisar por dónde.

Lo último que recuerdo es que mi recto quedó libre y que Lucas se movía encima de su hermana…, otra vez. Luego noté cómo Rodrigo me separaba los muslos con sus manos y poco después un placentero cosquilleo en el coño. Seguramente me lo estaba comiendo, pero me relajó de tal modo que debí quedarme dormida.

Bastantes horas más tarde, me desperté al sentir cómo mi cuerpo era zarandeado.

―¿Qué pasa? ¿Otra vez queréis jugar, cabronazos? ―dije torpemente.

―¿Pero qué coño dices, Esmeralda? ―La voz de Silvia era inconfundible―. Despierta, tía, que tengo que contarte algo.

Su tono angustiado y sus dedos dentro de mi coño terminaron por acaparar toda mi atención.

― ¿Qué haces, tía? ¿A ti también te van los juegos morbosos? ―le pregunté muy molesta.

―¿Cómo que a mí también?... ¿Cómo que juegos morbosos? ¿Eres consciente de lo que ha ocurrido esta noche? ―preguntó ella con insistencia.

―¡Joder, Silvia! Deja de hurgar en mi coño, por favor. ¿Qué narices ha pasado esta noche?

―Mira, Esme. Tócate y lo sabrás.

Silvia cogió mi mano y la llevó a mi entrepierna. Entonces noté que mi coño estaba húmedo, demasiado húmedo.

―¡Pero que coño! ―exclamé―. No me digas que…

―Sí, amiga. Te lo digo. Los cabrones de mis hermanos nos han follado mientras dormíamos y nos han soltado la leche dentro.

Mi boca comenzó a proferir todo tipo de palabras y frases malsonantes que no vienen a cuento reproducir, pero me quedé bien a gusto tras soltarlas, aunque estas no fuesen capaces de reparar lo que aquel para de cabrones nos habían hecho. Porque, efectivamente, aquel para de canallas nos habían follado por el coño y se corrieron dentro. Entonces recordé al cabrón de Rodrigo comiéndome el coño, preparando el terreno para cometer la canallada poco después, cuando me quedé traspuesta del todo. Aquel gesto, que no tiene nombre, fue la gota que colmó el vaso. Por descontado que no le dije a Silvia lo ocurrido cuando ella dormía plácidamente. Más que nada porque me habría dicho de todo y estrangulado después, por tonta, por boba, por imbécil.

Entonces me levanté de la cama como un resorte y fui corriendo al salón, chorreando semen por el suelo, a mirar en el bote donde tenía guardado el dinero que tanto nos había costado conseguir. Lo abrí temiéndome lo peor, y respiré profundamente al observar que aun seguía allí; solo faltaba que después de follarnos lo que les vino en gana nos hubiesen robado; ya nada bueno podía esperarme de ellos.

Silvia y yo hablamos largo y tendido durante un par de horas sobre lo que haríamos con ellos cuando tuviésemos oportunidad. Surgieron varias ideas que iban de mal a peor a medida que nos íbamos calentando. En cierto modo nos consolamos imaginando lo que disfrutaríamos puteándoles con cualquiera de ellas.

Pero tampoco era cuestión de seguir amargándonos toda la mañana y Silvia puso algo de cordura.

―Bueno, nena, ya no tiene remedio: lo hecho, hecho está. No creo que haya complicaciones porque ambas tomamos la píldora. Aun así, creo que no está de más que vayamos a la farmacia a comprar la del día después… por si las moscas.

―Si es por eso…, no te preocupes, Silvia, porque siempre tengo dos o tres en el cajón de la mesita de noche ―le dije con total tranquilidad―. Es mejor que nos bañemos y la tomamos después de desayunar, con el estómago lleno. Luego nos ponemos bien guapas y nos vamos de compras; tenemos que buscar algo que deje a los navarros con la boca abierta cuando nos vean.

Un par de días antes de nuestro ansiado viaje, Silvia me comentó que había hablado largo y tendido con sus hermanos. Al parecer les dijo de todo y amenazó con que su canallada no quedaría sin respuesta por nuestra parte. Añadió que en plena discusión el menor de ellos le confesó algo que nos dejó marcadas durante una buena temporada. Por lo visto, las cincuenta papeletas que le dimos para vender se las había quedado él y, en su lugar, vendió otras que había falsificado, aprovechando el sello que Silvia había encargado para impedir esto mismo y que encontró rebuscando en su dormitorio. Lo curioso del caso es que en todas puso el mismo número, compinchado con su hermano mayor, a fin de aumentar sus posibilidades a la hora de ganar el premio: ni más ni menos que el 49%.

Dimos gracias al Cielo porque no salió aquel número repetido cuarenta y nueve veces. Es lógico pensar el escándalo que se hubiese formado, y Silvia y yo no éramos capaces de imaginarnos siendo el premio de tantos chicos. ¿Cómo habríamos resuelto aquella hipotética situación? Ambas temblábamos de pánico solo con pensarlo.

 

 

Y aquí termina esta historia, justo antes de emprender el viaje que tanto sacrificio nos había costado. ¿Qué ocurrió durante los siete días, incluyendo sus noches, que permanecimos en Pamplona? Pues esto es algo que contaré en otro relato si este ha sido de vuestro agrado y queréis que lo escriba. Puedo anticipar que ocurrió algo que nos hizo perder la cabeza y que no tiene nada que ver con los guapos futbolistas que motivaron el viaje.

¿FIN?... De ustedes depende, estimado público.

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