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El regalo para mi mujer

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Un regalo es siempre bien recibido, y más cuando te regalan algo que deseas, o que te hace falta, o de lo que puedes sacar provecho, y eso es lo que le regalé en cierta ocasión a mi querida esposa, algo con lo que acabó disfrutando plenamente. Me explico:

Su trabajo es muy agotador y estresante, muchas horas de pie, tensión, atención máxima para los clientes del bar que regenta... si alguno de vosotros tiene un bar, sabrá de lo que estoy hablando, del sacrificio y las horas interminables de trabajo que al final del día te dejan a veces exhausto y así un día y otro hasta que por fin llega el día de las tan anheladas vacaciones para desconectar completamente de todo.

Cuando llegaron esas fechas, las de iniciar las vacaciones de verano, me planteé compensarla de alguna manera, de hacerle un buen regalo, así que después de pensarlo mucho, y de valorar todo lo que podía ofrecerle, acabé tomando una decisión, escogí algo especial, le iba a regalar una sesión de masaje deportivo, o relajante, o como quiera llamarse, pero en definitiva un buen masaje para que cuando comenzara las vacaciones estuviera más a tono.

Busqué en internet y vi que había decenas de centros de masaje de todo tipo, con chocolate, agua salada, agua dulce, olor terapia, calor, piedras calientes y muchas variantes más, pero entonces, cuando iba a llamar a uno de esos centros, se encendió dentro de mí "la luz oscura" y pensé otra cosa: ¿Por qué no regalarle el masaje, pero con final feliz?, es decir, contratar los servicios de un buen masajista profesional, eso estaba claro, pero con una variante: si la cosa funcionaba y el masajista se la iba trabajando poco a poco y ella entraba en el juego, acabaría siendo follada y relajada física y sexualmente, si no, siempre estaba la salida normal, acabar el masaje y cada uno a su casa.

No me lo pensé mucho más, después de elegir entre varios "tíos buenos" que garantizaban un buen trabajo tanto en el masaje puramente, Como en el resto del "trabajo", escogí a uno que pensé le gustaría de entrada a mi esposa, era un chico moreno, de ojos verdes, de un metro setenta y tantos, masajista diplomado, pero dedicado también a "extras" con bastante éxito gracias a su atractivo físico.

Le expliqué mi intención, principalmente estaba el masaje relajante y luego pasar a la segunda fase si ella se mostraba predispuesta, si no, ahí acababa todo sin más, sin presionar ni forzar a nadie. Él estuvo de acuerdo y me aseguró que no me defraudaría, pues había resuelto casos como el mío e incluso algunos más difíciles, con mujeres que jamás habían tenido otra relación, nada más que con su marido y gracias a su habilidad habían caído en la "trampa" que su esposo les había preparado.

Quedé en llamarle cuando estuviéramos en el hotel donde pensábamos pasar el fin de semana y así empezó todo, fue una semana de espera impaciente por mi parte ya que mi esposa no sabía nada, solamente que cuando estuviéramos de fin de semana íbamos a tener una sesión de masaje relajante y deportivo y se acabó.

Llegó el día, llegamos a un hotel en Salou (Tarragona) y después de instalarnos, le pregunté cuando quería que llamara al masajista a lo que me respondió que cuanto antes, ya que estaba muy tensa y quería probarlo, pues nunca había pasado por una sesión de ese tipo, así que me lo puso a huevo, cogí el teléfono y llamé al chico que tardó una media hora en llamar a la puerta de la habitación.

Nos presentamos como si no nos conociéramos y le dio a mi mujer instrucciones antes de iniciar el masaje. La hizo ducharse con un gel relajante que traía él mismo y luego la hizo tumbarse boca abajo sobre la cama de la habitación, cubriendo con una toalla su trasero, dando la sensación de que la cosa era seria y formal. Eso me empezaba a gustar, el chico sabía lo que hacía, así que guiñándome un ojo se dispuso a iniciar el trabajo contratado.

Sus manos, impregnadas de una crema de olor agradable, comenzaron a pasar por su espalda y a presionar en lugares que la hacían proferir algún suspiro de bienestar, espalda, brazos, cuello, costados, piernas, no quedaba ni un centímetro de esas partes sin masajear, él sabía hacerlo, sabía en qué músculo había tensión y se dedicaba a relajarlo con su técnica que por el momento complacía enormemente a mi mujer, pues aparte de suspirar cándidamente, observé desde el sillón donde me encontraba presenciando la sesión, como una sonrisa de satisfacción no desaparecía de sus labios. La cosa iba bien.

Cuando la tuvo totalmente relajada, y viendo aquella sonrisa que no desaparecía, el chico me guiño un ojo indicándome así que aquello funcionaba y que iba a pasar a la segunda fase, es decir, al trabajo "extra" que era lo que yo estaba esperando totalmente excitado y expectante.

Ella estaba con los ojos cerrados, sus músculos habían sido descongestionados y se sentía tan aliviada que no era capaz ni de hablar, estaba totalmente sosegada, no en estado de éxtasis exactamente, pero tan a gusto que ni se dio cuenta de que las manos expertas del chico, nuevamente embadurnadas de otra crema diferente a la anterior, comenzaron a pasar por sus pantorrillas, subiendo lentamente por sus muslos para acabar masajeando los glúteos con mucha suavidad. La toalla había sido desplazada al mismo tiempo sigilosamente dejando totalmente al descubierto el cuerpo de mi mujer, y las manos del morenazo, con verdadera maestría estaban ahora presionando sus cachetes.

Ella permanecía con los ojos cerrados, ni había pestañeado ante aquella acción, y eso era una buena señal, pues indicaba que estaba entrando sin darse cuenta en el juego que la iba a llevar al frenesí en pocos minutos.

Yo, espectador silencioso de todo aquello, estaba sentado sin casi poder moverme por la terrible erección que tenía, la visión del chico sobando su cuerpo era todo un espectáculo, y también noté como él ya se estaba poniendo "a tono" pues a través del pantalón blanco se notaba un bulto que mostraba claramente que ya no había marcha atrás, al menos por el momento.

Cuando el masajista comprobó que ella no oponía ninguna objeción a sus sobeos, que eran muy precisos por cierto, inició otra maniobra más atrevida. Esta vez, sus manos pasaban por sus glúteos y sus dedos pulgares entraban sutilmente entre sus piernas, rozando casi imperceptiblemente los genitales de mi mujer. Esa era la prueba de fuego, si a esa altura ni protestaba ni cortaba al chico, la operación seguía adelante tal como se había acordado, así que de alguna forma los dos estuvimos expectantes cuando sus manos volvieron a pasar por el mismo sitio y sus pulgares entraron un poco más entre sus piernas.

Sorpresa total!! Lejos de decir o hacer nada, abrió las piernas ligeramente permitiendo que el masajista pudiera actuar más cómodamente, así que éste, abriéndole un poquito más las piernas, palpó directamente con la palma de la mano el coño de la hembra ya caliente, rozando su clítoris con el dedo cremoso haciéndole emitir un suspiro, pero ésta vez sin el contenido de candidez anterior, sino un gemido de placer sexual en toda regla. Ahora sí que abrió los ojos y me miró fijamente, sin perder la sonrisa, se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos y giró la cabeza para mirar al masajista, pasándose nuevamente la lengua por los labios en señal de agradecimiento por lo que le estaba haciendo. Éste, al ver que ella ya estaba totalmente dispuesta para lo que iba a venir después, se quitó la camiseta blanca dejando ver su torso fibroso y un cuerpo de escándalo, os lo aseguro. Mi mujer, tal como estaba boca abajo, alargó un brazo y agarró a través del pantalón la polla del chico que estaba dura y preparada para rematar la faena, así que apartando su mano, se quitó el pantalón y quedó totalmente desnudo a su lado.

Repito, el cuerpo del morenazo era de película y la sorpresa que nos llevamos mi mujer y yo fue que no contábamos con que la polla del moreno tendría aquellas dimensiones, era enorme, larga, gorda y dura; vamos, de esas que dan envidia, así que me alegré por mi mujer, pues el disfrute estaba asegurado.

Sin mediar palabra, cogió un tarro de crema de su maletín y se cubrió el miembro con ella, luego sin dejar de masajearla, la hizo incorporarse un poquito para colocar bajo su vientre las almohadas de la cama de manera que quedaba un poco en pompa. Ella ayudó a ello, claro está, y cuando estuvo bien acomodada, él le abrió las piernas y se agachó acercando su cara al coño de ella. Su lengua comenzó a lamer los labios genitales de mi hembra y ésta ya sin cortarse para nada empezó a emitir grititos y profundos suspiros de placer. El muchacho, viendo la situación ya desatada, comenzó a follarla por detrás, pero con la lengua. Se la metía hasta el fondo y la removía, haciéndola temblar, entraba y salía de ella como si fuera una polla, y así estuvo durante unos minutos hasta que mi mujer, en una explosión de gusto, se corrió salvajemente, convulsionándose y quedando agotada sobre la cama.

El chico no le dio tregua, estaba dispuesto a acabar bien su trabajo, así que le dio la vuelta y la dejó boca arriba, jadeante y sudorosa por el orgasmo que acababa de tener. Esta vez él me pidió que colaborara y no me mantuviera al margen. Me coloqué sentado apoyando la espalda en el cabezal de la cama y a ella la hicimos sentarse sobre mí a modo de asiento, de manera que yo le pudiera sujetar las piernas abiertas y aguantarla así mientras él se colocaba entre ellas y agarrando su gran polla la apuntó a su coño metiéndola suavemente hasta el fondo, hasta que sus huevos hicieron tope para seguidamente comenzar una follada con mete y saca que duró al menos quince minutos.

Tenía un aguante pasmoso el chico, la folló sin descanso, ella se corrió al menos tres veces más mientras profería todo tipo de insultos morbosos y yo, aguantándole las piernas disfrutaba del espectáculo. Ella se retorcía de placer sobre mí y mi polla dura se clavaba en su espalda; de vez en cuando se giraba y me daba la lengua que yo gustosamente metía en mi boca y lamía, notando la tensión a que estaba expuesta con aquella follada. El masajista, desde luego, se había ganado con creces lo que se le había pagado, estaba demostrando saber hacer bien su trabajo, pues al cabo de quince minutos aproximadamente, cuando mi mujer ya no podía más de gusto, sacó su polla del coño de ella y colocándose de rodillas entre sus piernas, comenzó a meneársela hasta que un chorro a presión de leche roció el pecho y la cara de la hembra caliente que tenía debajo.

Cuando acabó de correrse sobre mi esposa, y se apartó cayendo sobre la cama para recuperarse, ella se dio la vuelta y agarrándome la polla la comenzó a menear, lamer y chupar hasta que yo, sin poder aguantar más y después de tanta excitación, solté otro chorro de leche que regó su cara y pecho para después limpiar con su lengua cualquier resto que pudiera quedar en mi miembro.

Cuando acabó la sesión, y con mi mujer dormitando sobre la cama satisfecha, el masajista recogió su maletín y sus cremas, se despidió de mí cordialmente y quedamos en repetir algún día siempre que a ella le apeteciera.

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