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El Tabú de un Padre (02)

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Nota: Muchos de los comentarios que recibí en el capítulo anterior me llevaron a suponer que muchas personas no entendieron la trama, supuse que eso podía pasar y no me molesta; pero sugiero a los lectores que esperen hasta el final de esta serie antes de aventurarse y apresurarse a sacar conclusiones. También sugiero que estén atentos a los detalles. Tal vez al llegar al final del último capítulo deban releer los anteriores, por eso mismo es que hago los capítulos cortos.

 

 

 

2.  Tentación.

 

Durante toda la mañana no había podido concentrarme en mi trabajo, la imagen del culito de mi hija, apenas cubierto con su tanguita blanca, me invadía a cada rato. Lo peor de todo era que sufría de una potente erección cada vez que recordaba el momento preciso en el que hice a un lado su tanguita y miré, de forma directa, esos finos labios femeninos, cubierto por una fina película de flujos sexuales.

No todo era negativo, el tener la mente ocupada en esos pensamientos no fue tan contraproducente, me hicieron la jornada laboral mucho más amena. La hora de salida llegó tan rápido que me sorprendí, me fui de la oficina con una amplia sonrisa dedicada, tácitamente, a mi hermosa hija. Era cierto que gracias a ella la vida se me hacía mucho más ligera y con estos pequeños suceso podía demostrarlo.

A pesar de todo, la excitación seguía latente. Esa misma tarde, en mi casa, las cosas no mejoraron mucho. Érica estuvo allí, conmigo, todo el tiempo. Vestía de forma totalmente normal, con su pantalón de jogging negro bastante holgado y su remera blanca, tenía puesto un corpiño que ni siquiera me permitía adivinar la forma de sus pezones; sin embargo su mera presencia invocaba esos eróticos recuerdos que me atormentaban.

Estaba repasando unos papeles de la oficina, mientras ella estudiaba para rendir el examen de ingreso a la universidad, debía ser un momento completamente ajeno al erotismo, pero allí estaba, torturándome, la imagen de su conchita abriéndose levemente y dejando caer una deliciosa gotita de jugo...

–Voy al baño.

–¿Cómo? –me llevó un par de segundos ser consciente de lo que había dicho.

–Que voy al baño.

–Ah... sí... sí...

–¿Vas a seguir trabajando en eso todo el día, Damián? –Ella sólo me llamaba por mi nombre cuando se enfadaba conmigo o quería imponer su autoridad–. Deberías descansar un poco.

–Sí, tenés razón... me voy a poner a mirar tele...

Contesté de forma automática. A ella no le gustaba que trabajara en exceso y tampoco podía concentrarme, por lo que permanecer junto a esa pila de papeles no era más que una total pérdida de tiempo y energía.

Érica se fue al baño y yo me senté en el sillón. Encendí la tele pero algo más captó mi atención. Estaba apoyado en una mesita junto al sofá.

Por mera curiosidad tomé el teléfono de mi hija y toqué la pantalla, ésta se iluminó y aparecieron varias palabras dentro de burbujas de diálogo. Conocía levemente esa aplicación relacionada con Facebook con la que la gente podía chatear de forma más directa y cómoda.

«Me debés una de las gemelas», decía dentro de uno de esos globitos de diálogo, arriba del cual figuraba un nombre: Antón Bond.

¡Qué nombre más extraño! Debía ser un seudónimo.

En el globito de abajo, figuraba la respuesta a nombre de “Rica Nena”. Me quedé de piedra. ¿Sería es un sobre nombre usado por mi hija? La palabra “Rica” se parecía mucho a Érica, tenía cierta lógica. Resultaba obvio que ella no estaba utilizando su Facebook real, eso me produjo cierta inquietud ya que no tenía idea de que mi hija pudiera tener uno alternativo. Había escuchado ciertas cosas sobre este tema en televisión y sabía que muchos jóvenes tenían múltiples cuentas de Facebook para mantener conversaciones eróticas con desconocidos.

«No deberías reclamar tanto. ¿Cuándo falté a una de mis promesas?» Decía ella en respuesta a lo anterior.

Acaricié la pantalla con el dedo y el diálogo subió, mostrándome lo que había debajo. Esta vez mi sorpresa fue mayúscula. Un par de tetas, pequeñas pero firmes, con grandes areolas marrones y pezones respingados, aparecía en el centro de la pantalla. Las había visto antes... pocas veces, pero las había visto. Esas eran las tetas de mi Érica...

Hipnotizado acerqué el dedo una vez más, como si quisiera acariciar esos dulces pechos a través de la pantalla. Repentinamente todo se puso negro y un instante después el par de tetas de mi hija apareció ocupando toda la gran pantalla del teléfono celular.

En ese instante escuché que la puerta del baño se abría. Me aterroricé. Toqué varios puntos aleatorios de la pantalla hasta que, milagrosamente, la foto se redujo a su tamaño original. Presa del pánico dejé el teléfono donde estaba, pero en cuanto vi que aún tenía la luz de la pantalla encendida, lo puse boca abajo. Me alejé de él, quedando en el otro extremo del sofá, y crucé las piernas focalizando mi atención en el televisor.

Érica pasó delante de mí, me sonrió amorosamente y se sentó a mi lado. Ni siquiera prestó atención a su teléfono.

–¿Querés que prepare algo para comer?

–¿Eh?

–Si querés que prepare algo para comer –me repitió riéndose de mi despiste.

–Ah... sí... sí... prepará lo que quieras –forcé una sonrisa.

–Está bien... a las ocho empiezo a cocinar –asentí con la cabeza.

Me abstraje en mi propio mundo, recordando esas tetas como si las estuviera viendo en ese mismo momento, esos suculentos pezones, esas grandes areolas oscuras. Eran las tetas de una mujer adulta... pero eso no era todo, ella le había enviado esa foto a un desconocido... al menos era un desconocido para mí; no conocía nadie que se llamara Antón Bond.  

Durante toda la cena no logré seguir el hilo de la conversación, ella se enfadó conmigo pero me excusé diciéndole que esa mañana habían echado a uno de mis mejores compañeros de trabajo y que estaba preocupado por él. Era una total mentira, pero no se me ocurría otra cosa, no podía confesarle que había revisado su teléfono y había visto esa foto de ella con el torso desnudo. Sabía que había obrado mal, había invadido la privacidad de mi hija... otra vez... pero... soy su padre. ¿Acaso un padre no tiene derecho a saber con quién anda su propia hija? Al fin y al cabo ella tiene tan sólo dieciocho años, todavía está bajo mi supervisión.

¿Quién era ese Antón? Podría ser alguien peligroso.

Tenía que averiguar todo lo que pudiera de él y qué clase de información compartía con mi hija. Debía saber de dónde se conocían, qué pretendían hacer... ese degenerado no se llevaría tan fácilmente a mi Érica.

 

Esa noche di vueltas en mi cama, no podía dormirme, aún me daba vueltas por la cabeza la imagen de las tetas de Érica e intentaba imaginar por qué ella había accedido a sacarse esa foto y mandársela a ese tipo, sea quien sea. ¿Acaso esa era la forma en la que se relacionaban sexualmente los jóvenes de hoy en día? Había escuchado advertencias sobre ese tema en más de una ocasión. Sabía que muchos adolescentes intercambiaban fotografías indiscretas a través del celular... pero jamás se me ocurrió pensar que mi Érica podría hacer algo así... no mi Érica, ella era demasiado dulce... demasiado inocente... ¿o no?

Miré el reloj y ya era la media noche. Llevaba una hora dando vueltas sin sentido entre mis sábanas. Enredándome, ansioso, en dudas e incertidumbres.

Me levanté y fui a tomar un vaso de agua a la cocina, cuando estaba de regreso a mi habitación vi que la puerta del cuarto de Érica estaba entreabierta. Una idea llegó a mi mente...

¿Debía hacerlo?

Sería invadir su privacidad.

Pero si ella andaba con algún tipo peligroso... era mi deber como padre averiguarlo.

Tenía que cuidarla.

Es mi hija.

Asomé mi cabeza por la puerta y vi que ella ya estaba dormida, como siempre, boca abajo. Las sábanas la cubrían por lo que no tuve mayor distracción. Caminé lentamente y tomé su teléfono celular, el cual había dejado arriba de su mesita de luz. Salí de allí tan rápido como pude, sin hacer ruido.

Me encerré en mi cuarto con el teléfono de mi hija, pensé en una rápida excusa, por si ella llegaba a despertarse y buscaba su teléfono, le diría que la ayudaría a buscarlo y lo dejaría entre los almohadones del sofá, así ella creería que lo había olvidado allí.

 

Nervioso y con el corazón palpitando velozmente, encendí el teléfono y busqué la conversación que había tenido con Antón. Retrocedí rápidamente, sin leer nada, hasta que topé una vez más con la foto de sus tetas. La amplié, como había aprendido a hacer, y la admiré durante unos segundos. Luego la devolví a su tamaño original y comencé a seguir la conversación.

El tal Antón alabó sus pechos en varios mensajes, le dijo las cosas típicas que suelen decir los hombres al ver un buen par de tetas. Luego la conversación daba un salto temporario, se situaba en la noche anterior, en esa noche en la que yo había irrumpido en cuarto de Érica para... para verla dormir... tan plácidamente, semidesnuda en su camita...

Sacudí mi cabeza y volví al diálogo que se había desarrollado en el celular.

«¿Qué es lo que tengo que hacer ahora?», le preguntaba ella.

«Quiero que te saques la una foto de la concha», le respondía él.

«A sus órdenes», accedió.

Lo siguiente que vi fue una foto bastante sugerente, la amplié para verla mejor. Érica había levantado su bombachita blanca y había fotografiado su monte de venus abultado. La calidad de la imagen era asombrosa, podía notar los poros de su piel, allí donde el vello púbico debería estar. No llegaba a verse la división de su vagina, pero se adivinaba por la forma adoptada por la tela de la tanga. Casi sin darme cuenta tomé mi verga y comencé a masturbarme, manteniendo la vista fija en la pantalla del celular. Humedecí mi glande con saliva, esto hizo la tarea más sencilla y placentera. Dediqué varios segundos a mirar esa foto, pero luego recordé que la conversación continuaba.

Antón le decía, más adelante, que le chuparía esa conchita hasta sacarle todo el jugo y dejarla seca. A mi hija pareció gustarle esa idea ya que lo animó a hacerlo.

La sangre comenzó a hervirme, mi mano se cerró con fuerza excesiva alrededor de mi verga erecta. Tenía sentimientos opuestos. Por un lado me enfurecía que ese imbécil se diera el lujo de tratar a mi hijita como una puta y que, además, ella le siguiera el jueguito; pero por el otro lado, la imagen mental que me había quedado de su entrepierna, me calentaba mucho, tanto que tuve que mirar una vez más la foto antes de seguir.

Esa foto debería haber dejado más que satisfecho a su compañero sexual, pero él no pareció tan entusiasmado con la imagen que le había enviado Érica, por lo que comenzó a pedir otra. No tuvo que suplicar durante mucho tiempo; mi hija cumplió con su capricho y le envió otra foto, esta vez mucho más explícita.

Me masturbé con ganas, con la mente bloqueada en ese acto impuro y primitivo, admirando la concha abierta por dos dedos... era rajita húmeda... esa era la rajita de mi propia hija. Mi corazón me transmitía el mismo mensaje que mi libido al latir tan rápido, todo en mi interior sentía la diferencia... la enorme diferencia entre imaginar, suplantar y fantasear con la idea de tener la vagina de Érica ante mis ojos, pero nada se comparaba con verla de verdad y tener la certeza de que era ella.

Ese pequeño clítoris, esos finos labios... ese agujerito inexplorado... aguardando por alguien que se la cogiera... ese alguien podría ser... Antón.

El pecho se me congeló al ver la siguiente foto y tuve que dejar de masturbarme inmediatamente. Esta nueva foto no era de mi hija sino que ella le había pedido una a su amante... «¿Quién era este Antón?», comencé a preguntarme otra vez, ya que lo vi como una amenaza, una gran amenaza... una amenaza larga, ancha y con gruesas venas que lo circundaban.  

Me desanimaba y me ofendía al mismo tiempo ver que ese tal Antón tenía la verga más grande que la mía... también me dolió mucho que mi hija se la alabara tanto diciéndole cosas que yo soñaba escuchar de su boquita: «¡Me la quiero comer toda... hasta los huevos!». «¡Me vas a partir en dos con esa poronga!». «¡Partime!»

No podía concebir siquiera la idea de que mi hija... tan dulce y tierna, empleara semejante vocabulario con él... con ese Antón. ¿Quién carajo era Antón?

Vi una segunda foto y me invadieron las dudas, su verga seguía viéndose grande pero ya no lo parecía tanto. Tal vez era porque había sido tomada desde muy cerca. Recordaba alguna vez haber fotografiado mi propia verga con mi celular y que ésta se vio, en apariencia, más grande lo que en realidad era... por ahí se trataba de eso... ¿o no? No lo sabía con certeza... quería aferrarme a esta idea, pensar que yo al menos podía competir en tamaño con él... pero no estaba seguro.

Debía admitirlo, aunque doliera... él la tenía más grande. Tal vez él podría satisfacer a Érica más de lo que yo podría hacerlo.

La conversación se terminó poco tiempo después, a continuación sólo había unos pocos mensajes, que correspondían a esa misma mañana. Antón le confesaba que estaba pensando en ella y Érica le contestaba que ella no veía la hora de llegar a su casa para hacerse una paja pensando en él. Bueno, en realidad ella no usaba la palabra “paja”, decía “tocar” o “masturbar”... pero me hubiera resultado más morboso que dijera “paja”.

¿Morboso? ¿Y por qué morboso? ¿Acaso yo quería que mi hija fuera la puta de Antón?

¡No, para nada!

Pero... me calentaba tanto. Era tan linda, tan tierna, tan frágil... tan... putita.

 

*****

 

Para no desesperarme tanto con las imágenes de Érica desnuda que atormentaban mi psiquis, tuve que volver a llamarla... a ella... a mi ilusión.

Concretamos una cita en el mismo hotel de siempre, muchas veces pensé invitarla a mi propia casa, y era una idea que aún estaba evaluando, sin embargo debía ser cuidadoso con mi Érica. Ellas no podían conocerse, de lo contrario la ilusión quedaría destruida para siempre.

Estoy seguro de que ella notó mi ansiedad al momento en que la desnudé, lo hice tan rápido que ni siquiera puedo recordar la ropa que tenía puesta. Me lancé sobre su cuello y comencé a lamerlo y a succionarlo, como un vampiro sediento. Rodeé su menudo cuerpo con mis brazos y la pegué a mí para que el calor de nuestros cuerpos se amalgamara. Ella suspiró, gimió y arañó suavemente mi espalda. Mi verga tiesa quedó, al desnudo, justo debajo de su conchita, la cual comenzó a humedecerse rápidamente.

–Ay, papá... me volvés loca...

Su voz se parecía bastante a la de mi Érica... o tal vez yo me esforzaba porque se parecieran... de todas formas la ilusión era fuerte... asombrosamente fuerte.  

No quería penetrarla completamente, todavía no.

Podía permitir que mi glande se hundiera levente en su agujerito, pero aún no quería que concretáramos el acto sexual... la mecánica erótica de un pene erecto bombeando dentro de una humedecida vagina... eso debía esperar. Me gustaba mantener vivo ese deseo.

–Vení, Érica, sentate acá –le dije con dulzura.

Me senté con la espalda apoyada en el respaldar de la cama y ella se sentó sobre mí, apoyándose en mi pecho, de esa forma quedamos los dos mirando hacia el mismo lado. Olfateé su dulce perfume, el artificial mezclado con el natural... olía a mujer, me fascinaba. Apretujé sus senos entre mis dedos al mismo tiempo que besaba su cuello, ella se contoneaba sobre mí, mientras gemía y resoplaba. Casi sin quererlo nuestras bocas se encontraron y se unieron en un beso cargado de pasión. Con una mano comencé a masturbarme y con la otra me ocupé de su clítoris, acariciándolo suavemente. Ocasionalmente usaba los jugos de su vagina para humedecer la punta de mi pene y el acto se tornó mecánico y constante. Yo me encargaba de masturbarnos a ambos y ella se encargaba de hacer maravillas con su lengua dentro de mi boca y transmitirme, con maestría, la ilusión de que estaba disfrutando de ese apasionante momento con mi hija... con mi Érica... con la verdadera Érica.

Eyaculé luego de varios minutos y mi semen salpicó mi pierna, la de ella y parte de las sábanas. Quedaron rastros de leche en el dorso de mi mano, los cuales fueron lamidos por ella.

–Tu lechita es muy rica, papi –me dijo mirándome a los ojos, con una amplia sonrisa libidinosa.

–Es toda para vos, mi hermosa.

Nos quedamos abrazados en la cama durante un buen rato, hundidos en nuestros propios pensamientos, hasta que ella habló:

–Quería decirte... –levantó la cabeza para verme mejor–, ¿puedo llamarte por tu nombre?

–Te dije que no, preferiría mantener la ilusión.

–Está bien. Es una lástima, porque me gusta mucho tu nombre.

–Gracias, pero mi hija solamente me llama por mi nombre cuando está enojada conmigo.

–Entiendo.

–¿Eso querías decirme? –le pregunté mientras acariciaba una de sus suaves piernas.

–No, quería decirte... mejor dicho, agradecerte, por todo. Nunca nadie me había tratado de esta forma... tan cariñosa... tan apasionada, tan dulce –le sonreí con dulzura–. Sos un buen hombre... papi –me guiñó un ojo–, merecés concretar tus sueños.

–¿No te parece que estaría mal si hago eso?

–No, al menos yo no lo veo así... entiendo el amor de una forma muy diferente a la “normal” –simuló las comillas doblando dos dedos–. Si lo hacés bien, podrías llegar a concretarlo.

–Lo voy a considerar –la miré fijamente a los ojos durante unos segundos–. Gracias, Érica –a continuación le di otro beso en la boca.

–Me volvés loca, papá –aseguró–. Quisiera darte una recompensa.

 

Acto seguido se acostó boca abajo delante de mí y comenzó a mamarme la verga, aún cubierta con rastros de semen. Se me fue poniendo dura de a poco y cerré los ojos para disfrutar mejor de mi ilusión... mientras pensaba en cómo podía hacerla realidad.  

 

Continuará...

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