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Las mentes curiosas que fantaseaban entre las sábanas: (cap.4) ¡Cuidado, quema!

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CAPÍTULO 4: ¡CUIDADO, QUEMA!

 

Tan solo habían pasado unas horas desde lo del parque, pero en el interior de Elizabeth estallaban las ganas de más y más sexo. Eran las cuatro de la mañana y estaba completamente despierta.

Demasiado tarde, al otro día trabajaba, quería calmarse, pero le era imposible, quizás tocándose un poco...

Lamió sus dedos y se acarició la entrepierna suavemente, sí, eso le gustaba, era lo que necesitaba. Por su mente pasaba el recuerdo del parque mientras paseaba entre la gente, le había encantado sentirse tan deseada. Ahora recordaba esas miradas, y trataba de imaginar que hubieran pensado de ella de haberla visto poco después en el banco, el banco, ufff, quizás si que alguien la viera después de todo, alguno de esos chicos o chicas como le decía Jaime al oído. Todos esos ojos volvían a aparecer en su cabeza, y la miraban, se estaba excitando más de la cuenta, si seguía así terminaría por despertar a su novio, calma, calma.

Esperó un poco sin tocarse, pero su mente estaba traviesa y no descansaba, la imagen de ella misma tocándose en el banco se arraigó a su mente con fuerza. Pensaba en que así es como cualquiera podría haberla visto, y repasó sus gestos y movimientos, imaginando como se verían desde fuera. Reprodujo cada parte en su memoria, hasta llegar a las manos, sabía que eran las de Jaime, así que pensó en como él se acercó desde el banco para tocarla. Aunque en su momento imaginar tantas manos la volvió loca, imaginar la situación de forma real con su novio, le parecía aún más excitante, qué debía pensar él mientras le decía esas cosas y la tocaba.

Las manos de Elizabeth volvieron a acariciarla sin darse cuenta de que lo hacía. Ese morbo, nunca pensó que haría algo así, y esas cerdadas, cómo podía ser tan pervertido de decirle esas cosas a su novia, que cerdo. Eso le gustaba, le gustaba que a pesar de tratarla como una señorita supiera usarla como una puta cuando era el momento.

Un pequeño orgasmo sorprendió a Elizabeth, una leve risita y vuelta a intentar dormir. Pero, no, ese tocamiento de media noche había hecho que aún necesitara más el sexo, necesitaba una polla en su interior, la de Jaime.

Elizabeth sabía que ya perdería una noche de sueño, así que iba a aprovecharla. Se escurrió con cuidado bajo las sábanas, y cogió la cola de su chico, empezó a lamerla con deseo. Los ojos de Jaime se abrieron al sentir un placer que venía desde debajo de las sábanas. Alargó su mano derecha y comenzó a acariciar el pelo de Elizabeth mientras esta le chupaba la cola.

Elizabeth subió hacia él y se sentó encima, sin esperar se metió la polla en el chichi, –¡Follame!– pidió con desesperación.

Jaime comenzó a mover las caderas, aún medio dormido, mientras Elizabeth se movía de forma agresiva, quería sexo sí, pero no de cualquier tipo, lo necesitaba rudo y pasional. Jaime se dio cuenta al instante, así que la tumbó en la cama y empezó a follársela con fuerza, cada empuje sabía a gloria a ambos, pero Elizabeth parecía que aún quería más, lo quería todo, lo necesitaba.

Mordía a Jaime el cuello dejando moratones, le arañaba la espalda marcando con sus uñas, agitaba sus caderas pidiendo más entre embestida y embestida.

Jaime paró en seco, –Estás muy salida ¿eh?– dijo con mirada viciosa. Elizabeth respondió –Sí,– con velocidad, y añadió, –necesito que me folles, follame fuerte.– y se estiró para agarrar a Jaime, pero este se retiró esquivándola.

–Tenía preparado esto para dentro de unos días, pero, creo que voy a tener que usarlo hoy.–

Jaime puso a su chica de lado y bajó de la cama, levantó el canapé con Elizabeth encima sin miramientos, está resbaló hasta el cabecero perdiendo de vista a Jaime. Al bajar el canapé y volver a verlo, este tenía una larga cuerda en las manos.

–¿Otra vez me vas a atar? Eso ya lo hiciste.– dijo desilusionada. –Esta vez será diferente.– contestó él con seguridad.

Jaime ató a Elizabeth los pies juntos, y luego las manos, por último unió las dos ataduras por la espalda, quedando Elizabeth en la cama de rodillas sin poder mover ni manos ni piernas.

–Así no me vas a poder follar.– desafió. –Eso es lo que tú crees.– recibió como respuesta.

Jaime extendió un plástico sobre la cama y puso a Elizabeth sobre él, esta lo miró extrañada, no sabía que podía pretender, pero entonces lo vio claro, Jaime tomó un látigo pequeñito y una vela gruesa, redondeada por abajo.

–¿Qué me vas a hacer?– preguntó Elizabeth desconfiada.

–Tranquila, te gustará, así que no me hagas vendarte los ojos.–

Jaime comenzó a acariciar a Elizabeth con los extremos le pequeño látigo, ella seguía salida, pero la verdad es que la idea no hacía que se excitara especialmente, quizás por eso Jaime aprovechó lo receptiva que se encontraba en ese momento.

Mientras la acariciaba, abrió lo suficiente sus piernas para lamer su coñito, Elizabeth se comenzó a relajar y de nuevo empezó a pedir más con el movimiento de su cadera, estaba claro que lo necesitaba duro, y lo iba a tener.

Jaime empezó a golpear el culo de Elizabeth con el látigo con delicadeza, para ir subiendo poco a poco la intensidad, hasta que esta dejó a un lado el dolor para solo sentir un extraño placer con cada latigazo.

–Joder cabrón, vas a hacer que me guste.– susurró ella entre dientes. Él contestó orgulloso, –Aún estamos calentando.–

Elizabeth había empezado a excitarse al oír decir a su novio frases de ese tipo, porque sabía que lo que podía pasar luego no la decepcionaría.

Cuando vio el momento justo, Jaime cogió la vela y la encendió. Elizabeth quiso pedirle que tuviera cuidado, pero ya había aprendido a no interrumpir en esos momentos, lo mejor era dejarse llevar y eso hizo.

Jaime la colocó de rodillas en la cama he hizo que le chupara la cola, mientras volteaba la vela con cuidado para que no cayera ni una gota de cera. Cuando la vela estaba a punto, tumbó a Elizabeth de costado en la cama le volvió a poner la polla en la boca. Elizabeth la comía con devoción mientras Jaime acercaba la vela a su cuerpo desnudo. Ella iba sintiendo el calor desprendido por la llama en su piel, calentaba cada zona de su cuerpo y a ella, empezaba a sentir cierto gusto en esa calidad luz.

–Es la hora.– dijo Jaime. Sacó su polla de la boca de Elizabeth y puso a esta de rodillas de nuevo, pero esta vez al borde de la cama con los pies hacia afuera.

Jaime empezó a morder el cuello de Elizabeth mientras pasaba la vela muy cerca de ella, ahora la cera empezaba a resbalar pero no tocaba el cuerpo de la chica. Con la mano libre que le quedaba, Jaime comenzó a acariciar el chichi de Elizabeth y meter un poco su dedo en él, sabía lo que a ella le gustaba que la penetraran, y que ahora más que nunca lo necesitaba. La vela se iba acercando a la blanca piel de Elizabeth, pasando entre sus pechos, ella sentía como le ardía en su justa medida. Su cuerpo había empezado a coger tal temperatura, que no notó cuando la primera gota de cera rozó su ombligo, y no fue hasta la tercera gota, que cayó completamente sobre su esternón, que no se dio cuenta de que había comenzado su baño de cera.

Las gotas iban cayendo sobre su cuerpo, y resbalando por él hasta endurecer. Ella solo sentía un leve instante de quemazón, seguido de un ardiente placer. Su chochito se humedecía por segundos cada vez que la cera la rozaba.

Jaime reclinó a Elizabeth hacia delante, bajándole las manos a la altura de las rodillas por atrás, y apoyando el peso de su torso en la frente. Luego colocó la vela entre las manos de Elizabeth. –No te muevas o te quemaras.– le dijo al oído.

Elizabeth se quedó completamente inmóvil, mientras que Jaime empezó a desatar sus pies con cuidado. La llama había quedado a la altura del coñito y Elizabeth empezaba a notar el calor en él, llegaba a tener ganas de hundirla en su interior para aplacar las ganas de ser penetrada que se le unían a desear ese ardor dentro de su cuerpo.

No tuvo que esperar mucho ya que Jaime liberó sus manos y pies, y ella pudo colocarse a cuatro patas mientras Jaime clavo la vela por la parte redondeada de abajo en el coño de Elizabeth.

Elizabeth sintió ese gran trozo de cera grueso y suave, penetrarla hasta donde su chichi permitía, y cuanto más adentro llegaba, más cerca sentía el calor de la llama a las puertas de su cuerpo. Se excitaba al notar esa calidez sin igual, peligrosa a la vez que placentera.

Jaime hizo cerrar las rodillas a Elizabeth y se posicionó ante ella sin sacar la vela de su interior. Volvió a meter la cola en su boca de nuevo, mientras estiraba el brazo para dar movimiento a la vela. Tan solo paró un instante para encender otra vela, la cual comenzó a pasar cercana a los cachetes de su hermoso culo, y suave espalda. La cera comenzó a caer a gotas por su columna, a la vez que la del chocho salpicaba sus piernas. Era una extraña sensación que no hubiera imaginado placentera, pero de hecho lo era, y mucho más que tantas cosas que había pensado mejores.

Jaime apagó la vela de la espalda y volteó a Elizabeth sin extraer la otra de su coñito. Acercó la cabeza de Elizabeth al extremo de la cama, y comenzó a follarle la boca y garganta. A su vez, Jaime agarró los tobillos de Elizabeth e hizo subir sus piernas hacia arriba, para luego abrirlas. La vela quedó en posición casi vertical y la cera comenzó a resbalar por ella, bajando cada vez más cerca del sexo de Elizabeth. Jaime dejó una de las piernas sueltas para poder mover la vela, a Elizabeth eso le supo a gloría, ya que la sensación de la cera cada vez más cerca, mezclada con el placer de la penetración, la transportaba a otro mundo.

Con la primera gota de cera que rozó los labios de su chichi, Elizabeth empezó a gemir sin sonido, ya que la polla de su garganta no le dejaba gritar como ella quería. Rápidamente su chocho se fue sepultando bajo cera caliente, que se adhería a su piel, y provocaba tirones al salir y entrar la vela.

Cuando estuvo bien tapado, Jaime sacó la vela y posicionó a Elizabeth boca arriba en la cama con el culo saliendo de esta, arrancó la cera de su entrepierna, provocando un sonoro alarido de placer de Elizabeth, y empezó a follarla con ganas.

Elizabeth estaba aún más salida que al principio del acto, se movía pidiendo más y se retorcía para arañar los brazos de Jaime, al que, al estar de píe fuera de la cama, no podía agarrar por ningún otro lugar.

Elizabeth frotaba con fuerza su coño mientras Jaime apretaba los pechos de su chica con una mano, mientras que con la otra sostenía la vela aún encendida, la cual llevaba rato sin descargar de cera, más que alguna gota escapada sin querer. La piel de Elizabeth ya ardía, ya estaba preparada, así que solo esperó el momento exacto, y justo cuando el chichi de Elizabeth apretó su polla anticipando el orgasmo, Jaime descargó la cera justo entre su cola y el chocho de Elizabeth, la cual siguió moviendo su mano bajo la cera ardiente que le abrasaba el clítoris otorgándole un placer indescriptible.

El orgasmo sobrevino a los dos, y el semen de Jaime llenó por completo a Elizabeth.

Jaime apagó la vela y la dejó caer al suelo, para tirarse de inmediato sobre Elizabeth en la cama. Ambos se besaron y siguieron moviéndose enérgicamente un buen rato, hasta derrumbarse extasiados sobre la cama.

Tras unos minutos abrazados, Jaime sacó despacio su cola del interior de Elizabeth, la cera ya seca se desprendió y una gran cantidad de semen rebosó del chichi de Elizabeth.

 

El chico se recostó junto a su novia, ambos tardaron en recuperar el aliento un rato, hasta que al fin Elizabeth se decidió a limpiarse un poco.

–Joder, ¿cómo has podido echar tanto después de lo que has echado esta tarde?– exclamó Elizabeth sorprendida por la cantidad de leche que había salido. –¿Quién te ha dicho que fuera mío lo de esta tarde y no del dueño de algunas de esas manos...?– respondió Jaime entre risas.

Elizabeth lo miró con falso enfado, –No dejarías que nadie me hiciera eso, y si lo has hecho peor para ti porque luego me has besado.– dijo y le sacó la lengua como una niña pequeña.

–Ja, ja, ya, ya, tranquila que no, no te haría eso. Que asco, semen de otro tío, puag.–

Elizabeth se rió y quiso picar a Jaime añadiendo, –Pues no se que tío sería, pero su corrida estaba muy buena y su polla era muy suave, a ver si me das más así...–

–¡Gilipollas!– contestó Jaime riéndose, –Ya te vale.–

–Pues no me piques.– añadió Elizabeth y volvió a sacar la lengua.

–Bueno, pero ¿Te ha gustado lo de ahora?–

A Elizabeth le daba miedo contestar, ya que la cosa empezaba a llegar más lejos, pero que iba a hacer, le encantaba.

–Sí pichurrín, me encanta y quiero más, no se te ocurra parar ahora, que estoy segura, lo quiero todo, hasta donde tú me quieras llevar que sé que me vas a dejar loca.–

Elizabeth comenzó a dormirse a mitad de la frase, Jaime sonrió y la abrazó hasta quedar dormido con ella.

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