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INCURABLE CORAZÓN - (Capítulo Tercero)

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El Ataque

 

-Gracias-le murmuró al oído. Hizo un breve silencio, y repitió:-. Gracias por lo que hiciste por mí.

Natalia estaba revisándole el abdomen a Michael, quien se hallaba internado hacía dos días. La doctora jamás le había dicho qué era lo que tenía, por eso el muchacho suponía que en realidad no estaba enfermo, sino que estaba allí por una especie de “ayuda” por parte de Natalia.

-No tienes por qué agradecerme nada-le contestó ella en un susurro-. Simplemente hago mi trabajo.

Michael no respondió. Dio vuelta la cabeza y observó hacia afuera por medio de una ventana que ocupaba gran parte de la pared lateral de la habitación. Tenía miedo. Sabía que se le acababa el tiempo, y no podía seguir allí.

El policía, indiferente a la escena, se hallaba recostado sobre una silla a unos centímetros de la cama. Revisaba su celular con entusiasmo.

Michael se acomodó el circuito, y miró con atención el fino tubo que se extendía desde su muñeca hasta una bolsa transparente que colgaba aferrada a un hierro. Estaba cansado.

-Tienes que dejarme ir-le espetó a Natalia mientras ella aún continuaba con el examen físico abdominal-. Por favor.

La doctora hizo caso omiso a las palabras del muchacho y continuó con su trabajo. Sin embargo, medio segundo después, él prosiguió murmurando:

-Por favor. Necesito que me ayudes, que hagas algo… No sé.

-No puedo-repuso Natalia, y al ver que había hablado alto, bajó su tono de voz:- Va contra mí, no puedo hacerlo.

-Claro que puedes-Michael miraba de reojo al policía, el cual parecía no inmutarse por la situación-. Sé que haces todo esto por mí, y te lo agradezco mucho. Pero si no encuentro una salida rápida, no seré yo el único que correrá peligro.

Natalia tragó saliva. El muchacho continuó:

-¿Realmente crees que esa golpiza en la cárcel fue accidental? ¿O por una bobada? Eres muy inteligente. Hay algo más.

-¿Cómo creerte?- la doctora estaba poniéndose en verdad nerviosa.

-No puedo hacer nada para que me creas. Solo te pido que confíes en mí, si…

La conversación se vio interrumpida por un golpe estruendoso proveniente de algún sitio del hospital. Inmediatamente empezaron a oírse gritos y sonidos de metal.

 El policía que estaba, hasta ahora sentado y encerrado en su mundo, se incorporó de golpe y corrió la vista hacia la puerta. Desde afuera se escuchaban gritos, pasos, sonidos sordos y perturbantes.

 -Son ellos-exclamó Michael en alto-. Vienen por mí.

Natalia lo miró con atención, y volvió a tragar saliva. ¿Qué debía hacer? ¿Sentarse y esperar? ¿Acudir a ver qué estaba ocurriendo?… ¿Y si Michael tenía razón? ¿Qué escondía?

-No, seguramente sea un paciente desquiciado o algo así-procuró calmar Natalia (aunque en realidad quería mitigar su desesperación interna)-. Iré a ver.

La doctora dio un par de pasos, pero el policía la interrumpió:

-Voy yo-le dijo-. Ya vuelvo.

A continuación, y en medio del escándalo, el policía apoyó su mano derecha en el pestillo y lo giró. La puerta se abrió al instante. Una bocanada de gritos desgarradores inundaron la habitación.

-Quietos-murmuró el policía, con su dedo índice posado sobre los labios, en señal de silencio. Acto seguido, salió al pasillo cerrando la entrada detrás de sí.

Hubieron unos instantes de paz, tranquilidad. Como si el caos hubiera tocado fondo. Pero no, eso era solo el ojo del huracán. Un ruido, puntual, como de disparo, quebró el aire.

Algo malo estaba sucediendo.

-Hay que irnos ya-le gritó Michael a Natalia- Ellos llegaron, y me quieren a mí.

La doctora dudó. Permaneció inmóvil, frente a la camilla de su paciente, observándolo fijo. Aquello sonaba muy extraño. Demasiado.

-No lo haré-le contestó ella. Estaba decidida a no abandonar el reciento hospitalario- Y tú tampoco lo harás. No mientras estés conmigo. Yo soy la que mando acá-hizo una pausa-. Y por lo tanto se hace lo que yo quiera.

Michael respiró profundo. Estaba alterado. Dibujó con su boca una “o” como para empezar a modular palabras, pero no llegó a decir nada porque el golpe que se escuchó desde el otro lado de la puerta lo dejó helado.

 

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