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El desayuno

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--¡Diablos, Nathaly! ¡Ten más cuidado con lo que haces! –gritó Luis cuando Nathaly accidentalmente volcó la taza de café que le había servido hacía un instante.

--¡Lo siento! –dijo Nathaly preocupada-- ¿Te quemé?

--No, pero ahora tendré que cambiarme el pantalón.

--¡Voy por una servilleta para limpiarte!

Luis llevaba unos jeans claros y un polo de algodón. La mancha de café se extendía desde la bragueta hasta la entrepierna. Nathaly mojó un trapo de la cocina en el fregadero y se acercó a limpiarle el pantalón.

Puso el trapo sobre la mancha presionando ligeramente con la mano para absorber el café. Lo pasó por entre las piernas de Luis y secó lo mejor que pudo el líquido que había en las piernas del pantalón, tallando con el trapo húmedo. Había un poco de café en el asiento del banco donde estaba sentado. Luis abrió las piernas para que Nathaly lo secara.

Nathaly acababa de levantarse para preparar el desayuno y llevaba todavía el camisón de satín que Luis le había regalado y una bata encima. Cuando se acercó a Luis, no pudo dejar de mirarle los pechos suaves y turgentes bajo el camisón. Como no llevaba sostén, se le marcaban los pezones. Nathaly era muy bonita, sin duda. Tenía una boca pequeña, de labios carnosos, y grandes ojos marrón. Su piel morena hacía muy buen contraste con el camisón claro, y Luis no pudo evitar imaginarse cómo se vería desnuda mientras ella se afanaba en limpiar su entrepierna.

--¡Límpiame bien aquí! –dijo Luis con firmeza, señalando la bragueta.

Nathaly puso el trapo sobre el sitio indicado y lo pasó por el pubis de Luis. Luis puso su mano sobre la de ella, y la presionó contra su pubis.

--¡Así, sécalo bien! –indicó Luis levantando un poco la pelvis.

Nathaly sintió el bulto de su mentor bajo el pantalón y no pudo evitar sonrojarse. A sus dieciocho años todavía era virgen y nunca había tocado el pene a ningún muchacho, aunque todos sus novios se lo habían pedido. Solo había accedido a que se lo mostraran e incluso uno de ellos solía enseñarle cómo se masturbaba hasta llegar al orgasmo. Por lo demás ella se masturbaba todos los días desde que tenía doce años, y pensaba qué se sentiría hacer el amor, pero estaba esperando al hombre indicado para entregarle su virginidad.

Mientras pasaba la mano por encima de la bragueta, Nathaly sintió de pronto que el bulto de Luis comenzaba a pararse y se ruborizó. Pero no quería dejar de acariciárselo, y fingió no darse cuenta mientras hacía como que estaba concentrada en la tarea.

--¿Te das cuenta de todo lo que provocas, Nathaly? –dijo Luis.

La pregunta parecía un poco ambigua. Nathaly asintió tímidamente con la cabeza.

--No volverá a ocurrir, te lo prometo. Había preparado el café como a ti te gusta. Quería darte una sorpresa y lo he echado todo a perder. ¡Soy tan torpe! –dijo casi sollozando apretando sin querer el sexo de su mentor.

Nathaly envolvió con su puño el pene de Luis, como si fuera un bastón. Al momento sintió que tenía un extraño poder al darse cuenta de que ella era la que había provocado la excitación de su protector solo con ponerle la mano sobre su pene.

Luis se desabrochó el cinturón y se bajó la cremallera del pantalón. Debajo traía un calzón de marca que resaltaba su verga y también estaba mojado.

--¡Límpialo! –le dijo a Nathaly.

Nathaly tomó el trapo húmedo y lo pasó sobre los calzones.

--¡Así no! ¡Con la lengua!

Nathaly alzó la vista y vio la cara seria de Luis. Se arrodilló entre sus piernas, acercó su cara al regazo de su amo y comenzó a lamerle los muslos muy despacio. Su pelo negro caía sobre su rostro y tuvo que recogérselo con una mano. Podía oler y saborear el aroma amargo del café mezclado con el aroma a macho que amanaba de la entrepierna de su protector y sintió un cosquilleo que le recorría las piernas hasta el centro de su vagina.

Luis colocó su mano sobre la nuca de Nathaly y comenzó a acariciarle el cuello y la oreja haciendo que se le erizara la piel del cuello. Nathaly lamía el café entre los muslos de Luis y podía sentir sus testículos hinchados y redondos y pensó que deberían estar llenos de semen. Quería besarlos y olerlos. Estaba empezando a mojarse en serio. Sintió como se hinchaban sus labios y sintió unas punzaditas en su clítoris. Quería acariciarse, sentía un deseo intenso de poner su mano en su sexo, y saciar su deseo mientras chupaba la verga de su amo, dura y completamente erecta.

--¿Ya tienes hambre? –preguntó Luis mirando a Nathaly.

Nathaly alzó la vista, y vio sus ojos marrón mirándola fijamente. Ahora solo pensaba en una cosa: quería probar su pene.

--¡Sí, amo, mucha! –contestó la muchacha.

Luis la tomó de la barbilla y le indicó que se pusiera de pie. Cuando ella estuvo frente a él le acarició la mejilla y le dijo que tenía muchas ganas de hacerle el amor, pero que por el momento solo podía pedirle sexo oral.

La tela de algodón dejaba adivinar la erección de Luis. Nathaly cogió con las dos manos los calzones y se los bajó hasta los muslos. El pene erecto se irguió como impulsado por un resorte apuntando hacia el techo. Como Luis estaba sentado en un banco alto y Nathaly estaba ahora de pie entre sus piernas, la punta de la cabeza le rozaba el ombligo. Nathaly bajó la mirada hacia la entrepierna de su mentor y se mordió los labios, excitada. Su sexo era más grande y grueso de lo que se había imaginado y estaba ligeramente curvado hacia un lado. Tenía la piel más morena y el glande de color marrón asomaba insolente la cabeza, palpitando. Luis era muy velludo y una tupida mata de vellos ásperos y rizados negro azabache sin recortar le cubría el pubis desde el ombligo hasta el escroto enmarcando su verga que se erguía en el centro como el mástil de un velero. Más abajo los testículos redondos parecían hinchados.

 Nathaly los acarició suavemente con una mano, levantándolos como si estuviera calculando su peso, y con la otra se recogió el pelo que le caía sobre la mejilla, acercó la cabeza a la punta del pene y abrió los labios. Al instante percibió el aroma penetrante a macho en celo que emanaba de la verga de Luis y se estremeció de deseo: pensó en que se sentiría chuparla y meterla en su boca y sintió unas punzaditas en el clítoris. Debía de estar empapada y tenía ganas de masturbarse, pero se controló. No quería que Luis adivinara que lo hacía cada vez que se quedaba sola en la casa desde que se mudó a vivir con él.

Luis le pasó la mano detrás de la nuca y acercó su pene a su boca. Nathaly se estremeció.

--Chúpamelo –dijo en voz baja.

Nathaly se moría por lamerlo y metérselo en la boca y descubrir a qué sabía. Su propio deseo la turbaba anticipando el placer que le esperaba. Con una mano recogió la trenza de pelo negro azabache que le cubría la cara. Y con la otra mano tomó el sexo de Luis rodeándolo con sus dedos. Estaba duro y caliente. Parecía un bastón de acero envuelto en una funda de terciopelo. Acercó su boca a la cabeza que asomaba erguida y palpitante y la besó apasionadamente.



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