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POR LA UNIÓN DE LA FAMILIA (2)

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Capítulo 2  

 

Julia había dicho “Vamos a bailar” y, sin esperar respuesta, arrastró al muchacho a la parte lateral izquierda de la sala. La opuesta a aquella donde su marido y su hija se perdieran. Tan pronto llegaron allá, Julia se enlazó con su hijo, pegándose a él como lapa a las rocas, y echó sus brazos al cuello de Álvaro, rodeándolo entre ellos. Empezaron a moverse, cadenciosos, con Álvaro rodeando el cuerpo de su madre entre los brazos, al tiempo que ambas pelvis se adelantaban para fundirse más que unirse la una a la otra. La mano derecha de la mujer abandonó el cuello de su hijo para ascender hasta su nuca, que las uñas femeninas, largas, afiladas, cuidadas, acariciaron rascándola con suma suavidad cargada de erotismo.

El muchacho respondió a tales caricias besando y mordisqueando el cuello materno, lo que hizo que Julia se estrechara aún más contra el filial cuerpo, estrellando con renovados bríos su pelvis a la masculina, aplastando así la más que dura protuberancia que de la entrepierna de Álvaro gloriosamente emergía, restregándose a fondo en ella con los bajos de pelvis, para lo cual se había levantado ligeramente sobre la punta de ambos pies, al tiempo que empezaba a lanzar quedos quejidos y algún que otro jadeo contenido.

Se miraron madre e hijo, y sus bocas se lanzaron al encuentro la una de la otra; el morreo fue impresionante. No eran ya seres humanos, sino fieras semi carnívoras que mutuamente se devoraban. La sangre brotó de los labios de los dos, rasgados, hendidos por los dientes del oponente que mordieron como si en ello les fuera la vida. Eso, el saborear la sangre de su hijo, pues no era poco lo que sangraba, tanto o más que ella misma, enervó todavía más a Julia, que cayó en una especie de delirio ninfómano, que la llevó a clavar denodadamente sus dientes en el cuello de su hijo, mientras lanzaba apagados grititos, gemidos a media voz y algún que otro jadeo.

Deseaba fervientemente esa barra de carne que emergía de la entrepierna de su hijo, tornada ya en casi barra de acero, gruesa, larga, apabullante… La deseaba dentro de ella, clavada hasta lo más hondo de su más genuinamente femenina intimidad, de forma enloquecida, desenfrenada… Como nunca antes deseara tal cosa de hombre alguno… Pero es que Álvaro tampoco se quedaba atrás en el fogoso deseo por la carne de su madre, a la que ahora veía no como a tal, sino como a la hembra más endiabladamente deseable que darse fuera.

La fogosidad del hijo se convirtió en pura locura lujuriosa, hasta tal punto que allí mismo, sin parar mientes en que estaban en lugar público, a la vista de parejas que, atraídas por los quejidos, los jadeos, las expresiones puramente sexuales de madre e hijo, habían centrado su atención en ellos desde algún tiempo atrás, alzó totalmente la falda del vestido materno hasta dejar al aire la cintura de Julia con las bragas enteramente a la vista de cualquiera; se sacó de sus profundidades la “barra de acero”, hizo hacia un lado lo que más que braguita era brevísimo tanga, dejando libre la entrada a aquella íntima oquedad materna, hacia la que enfiló, con absoluta decisión, la “barra de acero” y, tomando a aquella hembra placentera por las nalgas, la elevó hacia sí mismo, presto a consumar la penetración de aquella gruta del más inmenso placer.

Julia, poseída de no menor lujuriosa locura que su hijo, se sumó a los filiales esfuerzos, colgándose del cuello de Álvaro para, apoyándose en él y en la espalda firme contra la pared, ayudarle a alzarla, con las piernas bien abiertas, hasta la altura ideal para que su cuevecita quedara al alcance de la “pértiga” del “mocer". La penetración se consumó mediante los esfuerzos de ambos, combinados al alimón, y entonces Julia profirió un hondo y sonoro suspiro que bien podría traducirse como “Al fin; al fin te tengo dentro de mí, Alvarito, cachondo, incestuoso, niñito mío…”

Al momento de sentirse “empalada”, Julia alzó ambas piernas, rodeando con ellas las nalgas y el comienzo de los muslos de su hijo, y empezó a empujar ella también, lanzando sus caderas hacia adelante para enseguida replegarlas hacia atrás, en consumado acorde con los empujones, las bravas embestidas de Álvaro, su hijo… 

-¡Así, golfo cabrón!... ¡Así, cerdo, bastardo!... ¡Así, maldito hijo incestuoso! ¡Fóllate a tu madre, cerdo, cerdo, cerdo!... Lo deseabas desde hace tiempo, ¿verdad hijito?... ¿Verdad golfo bastardo?... Dime, dime, ¿desde cuándo deseas a la puta de tu madre?... Desde cuándo, hijito mío… Desde cuándo, cerdito hijito mío… ¿Cuánto, cuánto deseas a tu madre? Dímelo, cabrón, que me inflama saberlo, que me pierde pensar en ello, en que mi hijo me desea… Desea follarme; follarme a mí, a su madre; a su más que puta madre… Me pone Alvarito, me pone… Me vuelve loca pensar que deseas follarme maldito hijo mío… Maldito hijo de puta… Maldito hijo de la puta de tu madre…

-Sí mamá; te deseo; te deseo más que a nadie, más que a nada… Y con toda mi alma… Como nunca he deseado follarme a nadie… A ti mamá; a ti, madre y puta… ¡Puta, puta, puta madre mía!...

-Sí hijo, sí… Así; llámame puta, puta, puta… Esta noche seré tu puta… Tu madre puta… Te haré lo que ni imaginas que pueda hacerse… Lo que la puta más puta; la puta más experimentada sabría nunca hacerte… Te deseo hijo… Alvarito, maldito hijo mío, te deseo casi más que tú a mí… ¡Fóllame hijo, fóllame!... Aggg… Aggg… Así cabrón… Así, cerdo… Fuerte; más, más fuerte… Cerdo, cabrón… ¡“Joputa”!…

Julia estaba desatada, loca perdida… Frenéticamente “salida”, sin sentido alguno mínimamente racional, estaba reducida a estado puramente animal, bestializada por entero en tales momentos… Entregada en cuerpo y alma al único y duro objetivo de lograr el máximo placer sexual. Un placer sexual que la consciencia de estar transgrediendo el tabú por excelencia dentro del tabú del incesto, el de madre-hijo, hacía muchísimo más intenso. Convulsa, gemía y jadeaba; jadeaba y ululaba, en mítico placer de dioses

-¡Qué bien que me lo haces, hijo de la gran puta!... ¡Qué bien me follas, pedazo de bastardo!... ¡Qué bien que te follas a la puta de tu madre, hijo de siete padres!... ¡Sigue; sigue cabrón!... ¡Aaaggg! ¡Aaaagggg!!Aaaagggg!... ¡Qué bien me follas, hijito!... ¡Alvarito, cariño, hijito mío, qué gusto!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Me voy!... ¡Me voy!... ¡Me coorrooo!... ¡Me coorrooo, Alvarito, hijo mío!... ¡Me corro, cielo mío! ¡MEEE COOORROOOO!...

Julia se corrió, eyaculó entre alaridos de gusto, de sumo placer, y su cuerpo se venció, deslizándose a través de la pared donde se apoyara hasta el suelo, donde quedó sentada y espatarrada, con una pierna en Pequín y la otra en Nueva York, dejando de paso a su hijo Álvaro “In Albis” de orgasmeos. Entonces, madre e hijo fueron conscientes de la que habían armado, pues ante ellos, en un especie de semicírculo, se agolpaba un pequeño gentío a su alrededor, decenas de personas, de parejas, atraídas por el insólito espectáculo de dos seres copulando en la mayor impunidad, sin importarles en lo más mínimo el estar a la vista de todo el mundo.

Álvaro se subió los pantalones, se alisó la ropa como pudo y se agachó sobre su madre tendiéndole la mano derecha

-Anda mamá, levántate y vámonos de aquí.

Ayudada por su hijo, Julia se levantó, pero entonces tuvo una de esas salidas tan suyas, procaces, desvergonzadas, burlona. Sacó la lengua al improvisado público en gesto de burla al tiempo que les dedicaba todo un señor “corte de mangas”. Tras ello, risueña, se colgó del brazo de su doncel para juntos dirigirse hacia la salida del salón, sin olvidar ni por un momento “menear” primorosamente su espectacular “trasero”, en rigurosa interpretación de aquello de que “Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los humanos”.

Cuando la pareja ya casi estaba en el vestíbulo del local, ella preguntó, tras besarle en los labios

-¿Dónde quieres que vayamos, cariñito mío?

Sí, desde que Álvaro la hiciera disfrutar como una loca, los epítetos insultantes hacia su hijo habían desaparecido, sustituidos por unas maneras más que cariñosas 

-Pues… ¿Qué te parecería si tomamos un taxi y nos vamos a casa?... A mi habitación, por ejemplo…

-Que mejor me parecería ir a casa, a tu habitación por ejemplo, con el coche

-Ya. Pero… ¿Y qué pasaría con papá?…. ¿Con Carla?

-¿Sabes lo que te digo?... ¡Pues que les den!... ¿O es que, acaso, no pueden ellos tomar un taxi?... ¡Pues eso, que lo tomen ellos!

Aquí las carcajadas de la pareja fueron al alimón. Salieron por fin al vestíbulo y de la consigna recogieron sus abrigos y Julia, además, su bolso. Se dirigieron los dos hacia el ascensor para bajar al garaje, y allí quedaron, esperando que llegara. Entre tanto, Julia habló

-Por cierto Álvaro, me parece que estoy en deuda contigo…

-¿Y eso?

-Haber. Tú no has terminado… No has eyaculado… No te has corrido…

-Ah; era eso… No te preocupes… Ya habrá tiempo… ¡La noche todavía es joven, Julia!...

-No me gusta que me llames así… Julia… Prefiero que me digas mamá… O madre…

Permanecieron un momento en silencio hasta que Álvaro lo rompió de nuevo

-¿Tú me quieres?

-¡Vaya pregunta más tonta! Pues claro que te quiero Álvaro… ¡Soy tu madre!

-No me refiero a eso Julia… ¿Dejarías por mí a papá y te vendrías conmigo?… Para vivir los dos juntos, en pareja; como marido y mujer

Julia no respondió, de momento, a su hijo. Le miró seria; muy, muy seria… Y por fin le habló

-Álvaro, soy tu madre y te quiero, como a tal, al lado del alma. Eres guapo, atractivo, y follas de película… Me encanta, pues, follar contigo… No me pidas más…

Volvieron a quedar en silencio y llegó el ascensor. Entraron y el elevador empezó a descender. Entonces fue Julia la que empezó a hablar

-Y tú, ¿me quieres a mí?... ¿Hubieras huido conmigo si te hubiera respondido que sí?

-Francamente, mamá, no. Te hice la pregunta porque estaba seguro de tu negativa… Si hubiera resultado afirmativa… Ni sé lo que hubiera hecho…

Julia dejó escapar al aire su desenfadada risa

-O sea, que quedamos a la par… Empatados a desamor

Siguió riendo algún minuto, al cabo de lo cual ella fue la que preguntó a su vez

-¿Estás enamorado?... ¿Quieres a alguna chica en especial?

Álvaro se puso más que serio, melancólico, para responder tras unos segundos de embargado silencio

-Sí; estoy enamorado de una chica… Desde hace años además

-¡Vaya! Y quién lo diría… Así que tienes novia y desde hace años… Y yo sin saberlo…

-No mamá; ni tengo ni nunca tuve novia… Simples amigas… Amigas “con derecho a roce” y sanseacabó…

-¡No me digas!... ¡No me lo puedo creer!... Y… ¿en qué narices piensa esa gilipoyas?... Porque vamos, sin ser un “cachas”, estás de un “buenorro” que tira de espaldas… Eres guapo a rabiar, atractivo por demás y, por si no fuera suficiente, hasta simpático… ¿Qué quiere; a qué “cojones” aspira esa “gilí” de nena

-No te sulfures mamá; y, menos, la ofendas… Simplemente, no se puede enamorar de mí… Y yo tampoco debí enamorarme de ella…

-¿Acaso es casada?... Porque te participo que eso, hoy día, no es obstáculo para que hombres y mujeres hagan lo que quieran… Hasta de su capa un sayo, si así bien les parece… ¿La conozco? 

-Pues sí mamá… La conoces… La conoces bastante

-Oye Álvaro, ¿no será ninguna de los putones desorejados de mis amigas?… ¡Porque si es así lo llevas claro, pues menudas son!... Casi la más santa y casta soy yo, y ya me ves…

Álvaro rió con ganas la salida de su madre, tan “suy géneris”

-No mamá; tranquila; no es ninguna de tus amigas

-Más te vale…

Y madre e hijo se echaron a reír con ganas.

El ascensor por fin llegó y los dos se metieron dentro, dando al botón de bajada hacia el garaje, en el segundo sótano del edificio. Julia entonces intentó morrease con su hijo, pero este se escabullo a la caricia para preguntar a su madre

-Mamá, ¿entre papá y tú ya no hay nada?

Julia miró a Álvaro con cara de pocos amigos, defraudada por el momentáneo rechazo del chico a su caricia, para decir al respecto de la pregunta de Álvaro

-¡Y a qué viene eso ahora! Esta noche solo existimos tú y yo… Lo demás no me importa… Y lo que menos el memo de tu padre…

-No te he preguntado eso… ¿No os queréis ya?... ¿No quieres a papá?... ¿No te quiere él a ti?

-Deja el tema, Álvaro… No es de tu incumbencia… Es algo entre tu padre y yo y a ti no tiene por qué importarte…

-No quiero dejarlo… Dime, ¿quieres o no quieres ya a papá?

-¡Que me dejes en paz, niño de las narices!

-¿Quieres o no quieres a papá?

-¡Y dale!... Te he dicho que me dejes en paz…

-¿Le quieres o no le quieres? Vamos, mamá; responde…

-¡No quiero!

-No pararé hasta que me respondas

Julia estaba seria; muy seria… ¿Abatida?... Tal vez… Se recostó en uno de los laterales del ascensor y, con voz un tanto apagada, como si descargara su alma en Álvaro, empezó a hablar

-No lo sé… De verdad que no lo sé…. ¿Sabes? Desde hace algún tiempo, unos dos o tres años, a veces me siento vacía; muy vacía… Con poco interés por la vida… Y así, como buscando antídoto a mi dolencia, me sumí más y más en el absoluto desenfreno sexual, como queriendo llenar así ese vacío. Por increíble que parezca, alguna que otra vez he llegado a añorar aquellos años en que tu padre y yo éramos una feliz pareja que se amaba con locura…

Julia calló, mostrándose… ¿Cómo diría?... ¿Abatida?... ¿Defraudada? ¿Cansada; harta de todo?... Más bien una mezcla de todo ello sumándole algo de desengaño por muchas cosas. Álvaro respetó ese silencio, sin insistir en su pregunta, pero al momento su madre se repuso, volviendo a mostrar esa manera de expresarse mucho más sardónica, sarcástica, que desenfadadamente espontánea, cuando dijo a su hijo

-¿Sabes lo que has logrado con tu palabrería? ¡Que se me vayan las ganas de follar… Sobre todo, de follar contigo Alvarito. Luego te quedas compuesto y sin amante…

-Pues, ¿sabes lo que te digo Julia? Que más prefiero recuperar una madre de verdad que conservar una amante… Aunque la amante sea una tía de bandera como tú, mami…

Y a continuación, puso a su madre al corriente del descabellado plan de Carla para mantener en casa a sus padres, sin extrañas injerencias en la casa. Cuando Julia acabó de escuchar a su hijo, se quedó helada, de piedra… Y es que eso denotaba lo solos que entre ella y Emilio habían dejado a sus hijos

-¡Dios mío!... Es… Es increíble… Increíble… Pero… ¿Es que tu hermana se ha vuelto loca? Dios mío, Dios mío… ¡Qué locura!... ¡Qué locura!

-Mamá, Carla estaba muy, pero que muy asustada con vosotros, con papá y contigo… Y fruto de ese miedo fue esa locura…

Julia le pidió un cigarrillo a su hijo y lo encendió, empezando a fumarlo en silencio, a caladas cortas y espaciadas, sumida en un vendaval de pensamientos, de sensaciones e impresiones, nada halagüeñas, por cierto…

Así, sonó el móvil de ella. Lo sacó del bolso y levantó la tapa, diciendo a su hijo

-Es papá

Pulsó la tecla de “Aceptar” exclamando 

-Dime Emilio… Pues aquí, en el garaje. Acabamos de bajar. Álvaro está cansado e íbamos a marchar a casa con el coche… Es que creía que tú y Carla os quedaríais aquí hasta tarde. La verdad, pensaba que pasaríais la noche por aquí… A la misma puerta del ascensor. Tan pronto salgáis no veréis… De acuerdo, aquí os esperamos

Julia cerró el teléfono y lo devolvió al bolso.  

-Papá y tu hermana bajan ahora mismo. También ellos desean volver a casa cuanto antes

Álvaro extrajo otro par de cigarrillos del paquete y le ofreció uno a Julia, que lo aceptó y procedió a encenderlo. De nuevo el silencio reinó entre ellos y, como antes, la mujer volvió a sumirse en pensamientos y sensaciones nada agradables. Curiosamente, esta noche le fastidiaba enormemente que Emilio, su marido, se lo “montara” con otra tía, pues por entonces Carla, su propia hija, sólo era eso: Una tía más de las que se acostaban con su marido

La verdad es que semejantes sentimientos, semejante actitud, en ella no tenía sentido. ¿Cuántos años hacía que tanto él como ella, llevaban vidas enteramente separadas, acostándose ambos con quien querían, sin que ello hubiera significado nunca problema alguno?... Sin que sintiera celos por tía alguna más o menos… ¿Por qué pues, ahora estaba que mordía con ellos, con los dos? Y sobre todo con su hija, con Carla, la muy pendona… ¿Por qué eso?

El ascensor por fin llegó y de él surgieron Emilio y Carla. La pinta en que llegaron podía significar cualquier cosa excepto unión; comunión de almas que acaban de pasar un agradable rato de sexo desenfrenado, como el que Julia y Álvaro degustaran mientras bailaban… Aunque lo de “bailar” en aquellos gloriosos momentos no pasara de un decir.

Así, Emilio se limitó a decir cuando salió del ascensor

-Nos vamos, ¿no?

A lo que Julia, sucintamente, repuso

-Sí; nos vamos

Los cuatro echaron a andar a buen paso hacia el lugar donde dejaran antes el coche. Pero cualquiera que les viera, opinaría que eran cuatro extraños; cuatro desconocidos entre sí, pues casi se podría decir que más separados apenas si podían ir. Llegaron al coche y las dos mujeres se metieron dentro por ambas puertas traseras, ocupando el asiento de atrás cual era la general costumbre cuando viajaban juntos los cuatro. Álvaro fue a desplazarse hacia la puerta delantera contraria a la de conducción, cual era también la generalizada costumbre, pero su padre al momento le detuvo

-Espera Álvaro. Conduce tú, ¿quieres? Yo no tengo ganas

-Claro papá

Y sin más el muchacho volvió sobre sus pasos, ocupando lugar ante el volante, al tiempo que Emilio se desplazaba, a través del asiento, al lugar que, en principio, iba a colocarse su hijo.

El coche arrancó por fin y, “cantando rueda” que se las pelaba, salió del garaje a la calle para enfilar el viaje de vuelta a casa.

El regreso, en un principio, estuvo señalado por el cerrado mutismo de los viajeros, con Carla algo más que seria y fija la vista en el cristal de su ventanilla, enteramente absorta en vaya usted a saber qué pensamientos; Julia mirando con ojos asesinos ora a Emilio, su marido, ora a Carla, su hija; Emilio, sombrío, con claro gesto de agobio, pero sin perder ripio de su mujer a través del retrovisor.

Por fin, fue él quien rompió aquel silencio

-Entre Carla y yo no ha pasado nada; nada en absoluto; nada de nada… Lo juro… De verdad que lo juro. Cierto que hubo besos; “morreos” más bien… Cierto que le acaricié los senos, pero por encima de la ropa… Cierto también que quise ir más lejos en mis manoseos, metiendo mi mano por debajo de su falda buscando su femenina intimidad… También cierto que ella, conscientemente, no me rechazó. Su voluntad era plegarse a mis deseos…Plegarse hasta el final… Pero su cuerpo, su mente, instintivamente, sí se opuso a que yo la violentara… Me rechazó de plano… Su cuerpo se tensó, se envaró al contacto directo de mi mano y sus muslos, instintivamente, se cerraron, tratando de impedir mi progresión hacia su más genuina femineidad. Y eso heló mi obseso deseo hacia ella… hacia mi hija… Mi propia hija… Me sentí un ser inicuo, degenerado… Una bestia subhumana… Y ahí acabó todo… Le pedí perdón y le dije que volviéramos a casa.

Emilio calló pero entonces Carla rompió a llorar. Sin aspavientos, sin gimoteos… En silencio… Pero desgarrada de dolor, de vergüenza… La ira de Julia desapareció como por ensalmo y su corazón de madre sintió el dolor que a su hija la embargaba. La abrazó solícita, atrayéndola hacia sí con ternura infinita, en dulce gesto de consuelo

-Anda nenita, no llores, cariño mío. Si no ha pasado nada tontina… Anda, seca esas lágrimas y sonríe a mamá

Carla siguió sollozando sin gemidos, abrazada a su madre que le prodigaba mil y una caricias plenas de maternal ternura. Emilio, tras su declaración, permaneció en silencio minuto tras minuto hasta que la idea que martilleaba en su cerebro, que taladraba su mente salió al fin por su boca en forma de pregunta que, más que otra cosa, espantó a su mujer, a Julia

-Álvaro, dime la verdad. Sé sincero, ¡cojones! ¿Ha pasado algo entre mamá y tú?

Julia contuvo el aliento, aterrada, ante tal pregunta. Sin saber por qué, la cosa es que le causaba más que miedo, terror, que su marido supiera que entre su hijo y ella sí había pasado algo; todo cuanto entre un hombre y una mujer puede pasar, pasó… Pero Álvaro estuvo “sembrao” cuando, con la mayor contundencia y aplomo, mintió cual el bellaco que no era

-Nada papá; nada en absoluto. Como Carla y tú, quisimos, pero a la hora de la verdad no pudimos

Emilio respiró hondo, con muy audible sonoridad, en claro gesto de alivio. El pobre hombre se tragó el embuste hasta el corvejón… Y es que no hay ser más crédulo que aquel que se empeña en creer a todo trance, y Emilio deseaba escuchar justo lo que oyó, por lo que al instante le dio espaldarazo de veracidad.

Julia, cuando escuchó la burda mentira de su hijo, vio el cielo abierto, pero lo sublime del gozo fue cuando escuchó decir a su marido

-Gracias Álvaro. Muchas gracias por respetar a mi mujer

Sí; había oído bien: “A mi mujer”. Eso, absolutamente irrelevante ayer, esta mañana simplemente, ahora era música celestial en sus oídos. Y se sintió tremendamente dichosa, enteramente feliz. “Mi mujer” había dicho Emilio, y eso no había sonado a “muletilla”, a frase hecha sin significado alguno, sino que estaba cargada de todo el contenido que tal expresión encierra. Así que la mujer pensó que, tal vez, el marasmo en que su hogar naufragaba aún tuviera solución.

Por fin arribaron a la casa y, tan pronto Álvaro detuvo el coche ya en el garaje doméstico, Emilio, antes que apearse, se lanzó fuera del vehículo. Soltó un “Estoy muy cansado, me voy a dormir. Hasta mañana” y a paso vivo se dirigió a la puerta que comunicaba el garaje con el resto de la casa.

Al punto fue Julia la que, lanzándose fuera del coche con no menos premura que su marido, salió prácticamente corriendo tras Emilio, mientras le gritaba

-¡Espérame Emilio! Yo también me voy a dormir

Y así, uno tras otro, desaparecieron ambos por aquella puerta.

Álvaro y Carla quedaron atrás, cerrando la puerta del garaje. Aquella Carla era muy distinta a la que emprendió el viaje de regreso a casa, pues lo ominoso que en aquella era, en esta había desaparecido por completo, sustituidas lágrimas y agobios por abierta sonrisa que poco, muy poco, le faltaba para ser franca risa abierta.

-¡Vaya hermano! Pues al final parece que mi plan “Por la Unión de la Familia” va a dar resultado. En forma muy distinta a como lo planeara, pero “bien está lo que bien acaba”, ¿no te parece Alvarito?

Entonces Álvaro respondió con un lacónico “Me parece” y, asegurados los portones del garaje, también los dos hermanos abandonaron el local a través de la misma puerta por donde momentos antes sus padres lo hicieran

Ya dentro de la vivienda alcanzaron el largo pasillo al que se abrían las puertas de los dormitorios, la del conyugal, al fondo a la izquierda y anejo al cuarto de baño comunal que a la izquierda del dormitorio se abría, más o menos, frente por frente al espacio que mediaba entre las puertas de los dormitorios de Álvaro, el primero según se progresaba hacia el fondo del pasillo, y el de su hermana, algo más hacia el fondo  de tal pasillo, muy cercano al de sus padres.

Cuando Álvaro y Carla llegaron al pasillo aún pudieron divisar a sus padres, más al final que hacia el centro y muy, muy cercanos a la puerta de su dormitorio, casi se diría que de su tálamo nupcial, pues de verse era cómo se entregaban marido y mujer en aquellos momentos, cuando sus hijos los vieron… Con qué entusiasmo, con qué ahínco se dedicaban el uno a la otra, la otra al uno… Con qué gran determinación se prodigaban entre ellos las caricias, los besos entre “A tornillo” y “A mordisco limpio”, que tampoco estará de más entrecomillar el “recurso poético” de mi “más que preclaro” intelecto de escritor algo más que “arrebotador”

Bueno, y dejándonos de “Juegos Florales”, sigamos por decir que para ambos hermanitos estuvo más que claro lo que aquella noche de marras acabaría pasando entre su “papi” y su “mami”, que ya era hora sucediera, pensaban, por cierto, tanto Alvarito como Carla

-¡Míralos Álvaro!... ¡Tal parecen un par de adolescentes calenturientos!

Y esa risa, cristalinamente fresca y limpia, tan propia y común en Carla, una vez más se apoderó de la muchacha, que a la vista del espectáculo que papá y mamá les ofrecían, si bien que ignorantemente, no podía reprimir eso de reír a mandíbula batiente

-Sí Carla… Como dos adolescentes que degustan su primer amor materializado en la mutua y absoluta entrega sexual del uno hacia la otra, de la otra hacia el uno… Pobre papá… Esta noche mamá se lo merendará… Lo devorará como una leona devora un cervatillo… Y es que mamá es una más que real hembra… Una hembra de mucho; de muchísimo cuidado… Y papá, la verdad, un “pardillo”… Casi un niño inocente en manos de una experta tigresa sexual…

A Carla la sonrisa se le oscureció un tanto, ensombrecida por algún destello de tristeza; de desengaño tal vez. 

-Mamá te gusta, verdad Álvaro

Su hermano tardó un poco en responder, y cuando lo hizo no fue a viva voz, sino moviendo afirmativamente la cabeza. Carla, acentuado el rictus de desaliento en su rostro al tiempo que menguaba la alegría en su sonrisa, siguió hablando

-Lo que dijiste de que entre mamá y tú no había pasado nada era mentira, verdad hermano. En realidad sí que pasó… Pasó todo lo que puede pasar entre un hombre y una mujer, verdad hermano

Aquello que no era pregunta sino afirmación en querencia de refrendo, Álvaro era lo último que esperaba poder escuchar, y menos de labios de su hermana, de Carla. Le cogió enteramente desprevenido y le descolocó; le dejó totalmente desarmado. Sin fuerzas ni principios para rebatir nada. Además, se dijo que, desde ese día… No, mejor, desde esa noche, nunca, nunca más, volvería a mentir a su hermana, a Carla, por lo que prefirió decir la verdad, que sí; que, como ella decía, entre Julia y él pasó todo cuanto podía pasar. Pero, una vez más, la voz no pudo ser la vía de respuesta, sino que lo hizo la mímica corporal, la mímica de la cabeza afirmando lo requerido por ella, por su hermanita Carla.

A esas alturas, la sonrisa había desaparecido por completo del rostro de Carla, donde ya sólo subsistía la tristeza y el desencanto

-La amas, ¿verdad Alvarito? Sí, debes amarla; estar enamorado de ella, ¿no es así? Mamá es una mujer de bandera, irresistible… No tenías salvación… De ella no hay tío que se salve… Es imposible… Hasta papá, a quien tanto ha hecho pasar, no puede resistírsele…

-Pues en eso te equivocas Carla. No; no la quiero… Entre nosotros no hubo amor… No medió sentimiento humano alguno… Sexo, sexo y sólo eso, sexo… Sexo puro, duro… Sexo no humano, sino animal. Sólo funcionó, sólo existió, la libido… Ese ancestral instinto animal por el que todos los machos de todas las especies biológicas, han buscado, buscan y buscarán mientras el mundo sea mundo, a una hembra de su especie para depositar en ella sus genes para que perduren en las venideras generaciones de la especie. Ese ancestral y animal instinto por el que todas las hembras de todas las especies biológicas, han buscado, buscan y buscarán mientras el mundo sea mundo, a un macho de su especie para que fecunde sus óvulos a fin de que sus genes también estén presentes en todas y cada una de las futuras generaciones de su especie.

Álvaro calló unos instantes para recuperar resuello. Había hablado en forma apasionada, casi acalorada, intentando llevar a su hermana el convencimiento de que entre Julia y él sólo había mediado ese ancestral instinto que es la libido, sin ápice de sentimiento humano, de cariño hombre-mujer entre ellos. Así, que al poco siguió hablando 

-Carla, créeme, mamá y yo, entonces, no éramos seres humanos; sólo éramos animales. Vulgares y comunes animales; simples macho y hembra de una misma especie biológica, que cede, obedece, al más ancestral instinto animal, sin mezcla de valor humano alguno. El amor, el enamorarse un hombre de una mujer, una mujer de un hombre, diferenciando él-ella/ella-él al ser querido de entre todos los demás hombres, de entre todas las demás mujeres, es único y privativo de la especie humana… (3) No Carla… No amo a mamá; no me he enamorado nunca de ella

Hasta este momento, y desde que allí llegaran al salir del garaje, ambos hermanos habían permanecido en el mismo sitio, sin moverse de donde vieron a sus padres hacerse “cariñitos” y desde donde les vieron luego desaparecer tras la puerta de su conyugal habitación. Solo entonces, cuando Álvaro calló tras su perorata, la pareja de hermanos empezó a andar hacia sus respectivas habitaciones. Para ese momento del rostro de Carla había desaparecido la sombra que lo oscurecía, aunque la sonrisa aún estaba ausente de sus labios, mostrando un gesto más bien serio su hermosa faz. 

Caminaban con lentitud, pasito a pasito, como paseando descuidadamente. Al poco de echar a andar Álvaro tomó con su mano derecha la izquierda de Carla que giró hacia él su rostro y, por primera vez desde que hablaran sobre lo de su madre, sonrió cariñosa a su hermano. Siguieron avanzando hasta alcanzar la puerta del muchacho donde no se detuvieron, dejándola atrás y caminando juntos hasta llegar ante la puerta de la muchacha. Allí sí se pararon y ella abrió la puerta, tras lo que se volvió hacia su hermano

-Bueno, pues aquí se despide el duelo. Te irás a dormir ahora, ¿verdad? Seguro que estás cansado después de la nochecita que has pasado

Álvaro no respondió a su hermana ni se movió tampoco de donde estaba, frente a ella, con sus ojos prendidos en la chica. Al fin, abrió su boca para decir

-¡Qué hermosa; qué bella y maravillosa eres Carla!

-¡Vaya hermanito, y qué galante que te has vuelto!... De modo que te parezco bonita… ¿Tanto como mamá?

Carla, para entonces, estaba resplandeciente, con esa sonrisa suya, tan hechicera, iluminándole el rostro de oreja a oreja… Sí, se la veía feliz; algo más que alegre por las gentilezas con que su hermano la regalaba.

-Sin comparación Carla… Cariño, mamá es la salvaje belleza de las desatadas fuerzas de la naturaleza. Es como el mar embravecido, el estallido de un volcán o la fuerza imparable del tornado. Sí, tan salvajemente bella como todo eso, pero también, las más de las veces, lo mismo de destructora, de aniquiladora de cuanto encuentra a su desmadrado paso. Tú Carla eres distinta; muy, muy diferente. Tu belleza es serena, duce, tierna. Tu belleza es tranquilizadora, relajante como la de un amanecer, una puesta de sol… Pero sobre todo, eres como una flor, un capullito de rosa, de clavel, que se abre al rocío de una mañana primaveral; la mañana de un día de Abril, de Mayo…

Carla se sentía enteramente dichosa; como en las nubes, escuchando a su hermano. Se replegó poco a poco hacia atrás, hasta apoyar la espalda en la jamba de la puerta de su cuarto, al tiempo que Álvaro avanzaba hacia ella hasta quedar más pegados uno al otro que juntos, inclinando entonces su cuerpo sobre el de su hermana, al adelantar su brazo derecho para que reposara, descansara, sobre la jamba de la puerta por encima de la femenina cabeza cabe.

-Mira Carla, mamá invita a poseerla, a volverte loco por gozarla, por follarla… Follarla como cualquier macho biológico folla a cualquier hembra de su especie durante su época de celo. Con mamá fui sólo eso, un macho biológico y mamá para mí, entonces, sólo una hembra biológica, una hembra de primate en celo… Contigo las cosas son muy distintas. A ti nunca podré verte como a simple hembra biológica, pues para mí sólo puedes ser lo que eres: Una mujer; eso sí, una mujer espléndida… Una mujer digna de ser amada, honrada y respetada hasta el fin de los días…

Y Carla estaba embobada, perdida en el Cielo escuchando a su hermano. Perfectamente entendía el sentido de aquellas palabras, por lo que era consciente de que su hermano le estaba abriendo la más recóndita intimidad de su alma… Seguramente hasta lo que a sí mismo se vendría negando desde ni se sabe cuándo… Vamos que, en toda la línea, se le estaba declarando; pretendiéndola, como antes se decía, por novia, mujer y toda la pesca.

Carla debía sentirse aterrada y llena de asco, de rechazo, hacia su hermano por lo abyecto, en sí misma, de tal pretensión, lisa y llanamente, un monstruoso incesto… Pero no era así, pues se sentía intensamente llena de dulce placer, de inmensa felicidad, ya que en esos instantes escuchaba lo que tantos años esperara escuchar de la boca de su hermano: Que la quería… Que la amaba… Y no sólo como hermana… Sino que también, y especialmente, como mujer… Como a mujer, para amarla, honrarla y respetarla hasta el fin de los días… ¡Dios Santo, y qué feliz, qué dichosa era!...

-Te quiero Carla, hermanita. Te quiero con toda mi alma, con locura. Te amo hermana, te amo. Con delirio, con indecible pasión…

Álvaro no pudo seguir hablando porque la boca, los labios de ella se lo impidieron, cuando sellaron la masculina boca con un beso de incontenida pasión, un beso que fue un “morreo” en toda regla. Luego, cuando los labios de Carla liberaron la boca de Álvaro, ella susurró quedamente al oído de su hermano

-Te quiero hermanito; te amo, amor mío. Sí Álvaro, yo también te quiero a ti, vida mía. ¡Dios, Dios!... ¡Y lo que llevaré soñando con este día!... Me parecía imposible que este sueño se hiciera hermosa realidad algún día… Y lo has hecho, Alvarito, amado hermano mío; lo has hecho realidad hoy, esta noche gloriosa, irrepetible… Te quiero Álvaro; y te deseo amor mío… Te deseo más, diría, que tú a mí… Hazme tuya hermanito… Tu mujer, cariño mío… Vida mía… ¡Amor mío de mi alma!...

¿Habrá que decir lo que siguió? ¿Verdad que no?... No, no hace falta. Pero como todo hay que decirlo, digamos que, exagerando algo, en menos que se tarda en decirlo la ropa que ambos vestían fue quedando desperdigada, sin orden ni concierto, por el suelo, desde el pasillo, a la misma puerta de la habitación de Carla, hasta el borde de la cama de la muchacha, donde ambos por finales se encontraron

Y que allí y entonces fueron los besos, no exentos de dulce ternura, lo que tampoco fue óbice para que, al mismo tiempo, estuvieran pletóricos de encendida pasión y sexualidad, pues el sexo al amor es como el agua a las plantas, que sin él/sin ella, amor y planta acaban por secarse y morir.

Así que tales besos fueron de retorcido “tornillo” y “morreo” que más que de otra cosa de lo que tenían era de verdadera y casi literal “comida de boca”, pues los labios quedaron recíprocamente “señalados” por los dientes del otro. Luego, cuando las propias bocas quedaron más o menos ahítas de la ajena, Carla ronroneó cual gatita encelada cuando la lengua de su hermano hizo los honores al femenino cuello, deslizándose a todo su través la lengua fraterna, hasta desembocar en los gloriosos senos, maravillosamente perfectos, odres de divina ambrosía.

Álvaro libó aquel manjar de dioses, del que nunca acababa de saciarse… Los acarició, a medio camino entre la dulzura y el salvaje deseo de “hembra placentera”, sobándolos, estrujándolos como si la vida le fuera en el intento. Luego fue su boca, sus labios, su lengua quienes homenajearon los divinos senos, besándolos, lamiéndolos, chupándolos, hasta que les llegó el turno a los pezoncitos, oscuritos en el centro de las algo menos oscuras aureolas que los circundaban, medianamente grandes y duros, muy duros y tremendamente erectos en mor al desatado deseo femenino.

Y así, llegó el instante decisivo, el momento de la verdad, cuando la erección del masculino miembro de Álvaro no admitía ni un minuto más de dilación a la gozosa penetración del cuerpo femenino, en tanto el tórrido deseo de Carla permitía todavía menos espera a que su hermanito aplacara un tanto el pavoroso incendio que sufría su Monte de Venus.

Álvaro hizo ademán de separar las piernas de Carla y ella, al instante, maniobró para abrírselas, empeño en el que él colaboró dejando que cada una de las de ella pasara por debajo de la suya, hasta quedar él entre las dos de su hermana, abiertas todo cuanto el juego de sus ingles permitía, al tiempo que las mantenía flexionadas por la rodilla con las plantas de los pies firmemente afincadas sobre la cama, de forma que el oscuro triangulito de su pubis, frondosamente poblado de vello púbico, lucía en todo su magnífico esplendor. No, Carla no lo tenía en absoluto rasurado, prefería lucirlo así, en toda la exuberancia que la Naturaleza le otorgaba, y, curiosamente, esa era la forma en que más a Álvaro le gustaban los femeninos pubis.

Una de las masculinas manos acarició aquella alfombra pubiana para, enseguida, apartar el vello a ambos lados de aquella fruta madura que ante él surgió magnífica, esplendorosa.

En la habitación de Carla, los pies de la cama estaban justo delante del gran ventanal a través del cual se colaba en la estancia la lechosa claridad lunar de aquella hermosa, por más que fía, noche de plenilunio, con lo que la abierta flor de la femenina entrepierna, empapada en los húmedos flujos íntimos de Carla, iluminada de plano y directamente, brillaba con suma intensidad, toda ella sonrosadita, mostrando nítidamente su “botoncito” del femenino placer, allá arriba, en su vértice superior.

Álvaro quedó extasiado ante aquella imponente visión, aquél manjar del Olimpo del Amor, del Paraíso de Afrodita-Venus, de Astarté, Ishtar, Hathor, Qadesh (4)… En forma casi maquinal, su rostro descendió hasta aquella abierta flor y se aplicó a sorber esos líquidos que, con solo mirarlos, le embriagaban, al tiempo que su lengua acariciaba la flor y, en especial, el divino “botoncito”,

Con todo ello Carla disfrutaba como pocas veces antes lo hiciera; como nunca lo hiciera más bien. Estaba casi fuera de sí, enteramente loca, loca de placer, loca de amor por su hermanito. Y éste no se quedaba tan atrás en cuanto a locura por su adorada hermana.

Pero aquello, para Álvaro al menos, no era suficiente, pues en lugar de menguar su exacerbada “calentura” lo que hacía era incrementarla a más y mejor, por lo que suspendiendo tales arrumacos se centró en “atender” su más preciada prenda masculina.

Pero no fue él quien, por finales, tomó la iniciativa, sino ella, Carla, que tan pronto como su hermano cesó en sus caricias, adivinando lo que se avecinaba, asentada en sus pies, arqueó la espalda hasta hacer que, despegada de la superficie de la cama, quedara suspendida en el aire, sobre dos solos puntos de apoyo, hombros y cóccix, ese punto al final de la espina dorsal donde se dice que “la espalda pierde su digno nombre”, con lo que también el pubis femenino quedó elevado y con él su abierta flor presta a ser invadida por la masculinidad de Álvaro 

-Venga mi amor, penetra en mí… Estoy lista; lista para ti, vida mía

Álvaro no se hizo esperar, pues al instante dirigió su virilidad donde ella ansiaba tenerla. Al encuentro de aquél cuerpo invasor que se le acercaba, salió la femineidad de Carla, ávida por recibirla, y ambos miembros, masculino y femenino, por fin, se fundieron en uno solo.

Carla soltó un hondo suspiro de satisfacción cuando se sintió invadida, llena por aquella “cosa” tan deseada, y al momento demandó a su hermano

-Muévete amor… Dame gustito, mi cielo

Y Álvaro se movió. Eficazmente, con vigor y contundencia, pero también con infinita delicadeza; con toda la suavidad y ternura del mundo, en el sostenido vaivén, adelante-atrás, adelante-atrás, de la dulcísima danza de Eros. La compenetración entre ambos amantes era completa, absoluta, pues la mutua entrega del uno a la otra, de la otra al uno, también lo era

Carla suspiraba, gemía, jadeaba, por lo bajines, pues tampoco era cosa de dar un cuarto al pregonero para que toda la casa se enterara  de lo que entonces, en el cuarto de ella, sucedía… Era feliz, dichosa como jamás antes en su vida lo fuera. Gozaba de placeres inusitados; disfrutaba con lo que su hermano le hacía en modo inenarrable, pero el placer de sentirse, más allá del primigenio y ancestral deseo sexual, tremendamente amada, al tiempo que ella misma se sentía inefablemente enamorada y con incontrolables deseos de amar a aquel hombre que era el suyo, su hombre, su marido, por libre elección propia… Y sí, sabía, que su hombre la estaba amando con su miembro viril por lo mismo, porque para él, ella era su mujer, su esposa, por libérrima y propia decisión 

-¡Te quiero Álvaro, hermanito!… ¡Te quiero, mi amor, mi vida, mi cielo!... ¡Mi todo, mi amor, mi todo!...

-¡Y yo a ti, mi hermanita adorada!... ¡Te amo, Carla; te amo!... ¡Con locura, con pasión!... ¡Con toda mi alma, Carla, hermanita mía!

-Sí Álvaro, llámame así, hermanita, hermana… No me digas Carla… Ahora no quiero que me llames así… Me enerva, ¿sabes?... Me pone cosa mala, hermanito…

Los minutos pasaron, uno tras otro hasta reunir decenas, pero para ellos, Álvaro y Carla, todo ello fue sino una casi estática sucesión de momentos dulces, gustosos y, sobre todo, plenos de amor compartido, amor físico, sexual, amalgamado con el amor que es todo sentimiento, formando un todo único, intemporal.

También tuvieron su momento los gemidos, los jadeos, los contenidos grititos de placer de ella y los acallados bufidos, bramidos de Álvaro, transidos ambos de gozo, de placer.

-¡Ag!... ¡Ag!... ¡Ag!... ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay!.... ¡Mmmmm!... ¡Mmmmm!... ¡Ay!... ¡Agg! ¡Aggg!... ¡Me gusta; me gusta mucho!... ¡Ay!... ¡Ayyy!... ¡Me matas, hermanito; me matas, me matas!... ¡Me matas de gusto!... ¿Te gusta a ti, mi amor?... ¿Tu hermanita te hace dichoso, vida mía?

-Inmensamente hermanita… ¡Qué gozo me causas, cielo mío!... ¡Soy feliz, Carla! ¡Inenarrablemente dichoso!... Y todo por ti, mi vida… Por ti… Por ti, amor mío…

Y el tiempo siguió pasando, y ambos hermanos disfrutando, uno de otro, al máximo. Pero como en esta vida nada es eterno, sino que todo termina por “se acabar e consumir”, como dice Jorge Manrique en las “Coplas a la Muerte de su Padre”, también llegó el momento en que Álvaro no pudo aguantar más   

-Carla, hermanita, perdóname cariño, pero no puedo más… ¡No me puedo aguantar más, mi amor!... ¡Me vengo, cielo mío!... ¡Me corro; me voy a correr en segundos!...

-Hermanito, ¿sabes?, creo que también yo estoy a punto… ¡Aguanta un poquitín más! ¡Un poquitín más, vida mía, sólo un momentito más!... ¡Sigue, sigue dándome!

-¡Toma, toma hermanita!... ¡Aggg!... ¡Aaagggg!... ¡Toma, toma; toma más, cariño mío!... ¡Córrete cielo!... ¡Córrete mi amor!... ¡Aaaagggg!.... ¡Aaaagggg!... ¡Disfruta mi amor; disfruta!... ¡Aaaaggggg!... ¡Aaaaggggg!... ¡Disfruta, cariño mío; disfruta, disfruta de mí, como yo disfruto de ti!

-¡Sí hermanito, sí; disfruto; disfruto tremendamente de ti!... ¡Me matas hermanito!... ¡Me estás matando!... ¡De gusto, querido mío; de puro, puro gusto!... ¡Aggg!... ¡Aaggg!...

Por fin llegó el momento en que, sin poderse contener ni un solo segundo más, Álvaro eyaculó en el interior de su hermana, de Carla, que al momento fue consciente de la venida de su hermano, pues de inmediato la sintió, la notó en su interior.

Notó, con toda nitidez, cómo los espasmódicos disparos de semen, lanzados a presión, alcanzaban el fondo de su vagina, estrellándose allí con inusitado ímpetu; golpeando su fondo vaginal como casi martillazos; martillazos combinados con el golpeteo del propio miembro viril no sólo en tal fondo, sino incluso en el cuello de su matriz, cual martillo pilón, de lo profundo que, por momentos, ese miembro se hundía más y más en ella.

A semejante penetración ella misma había coadyuvado a fondo cuando, al iniciarse el “bombardeo” de Álvaro, ella, loca de deseo, loca por tenerle más y más profundamente en sus entrañas, levantó ambas piernas, atenazando entre ellas las de su hermano, con lo que le obligó a pegarse aún más a ella, y al tiempo que ceñía contra sí las piernas de su hermano, abarcaba los masculinos glúteos con ambas manos, presionando sobre ella misma, a fin de que la anhelada masculinidad fraterna se hundiera más y más en su interior.

-¡Te siento cariño mío!... ¡Te siento; siento cómo te corres dentro de mí, mi amor!... ¡Siento cómo tus “chorrazos” de semen salen de tu “cosa” y se estrellan al fondo de mi vagina!... ¡Es!... ¡Es inenarrable, mi amor, mi vida!... ¡¡¡Mi todo; mi todo, hermanito mío!!!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!... ¡Qué gusto, amor!... ¡Nada, nada de lo antes vivido se le parece en lo más mínimo!... ¡Sigue; sigue así hermanito, cariño mío!... ¡Sigue eyaculando! ¡Sigue, sigue dándome, amor!... ¡Más; más duro; más fuerte!... ¡Aggg!... ¡Aaaggg!... ¡¡¡AAAGGGG!!!... ¡¡¡MEE COOORROOOO HEERMAAANIIITOOO!!!... ¡¡¡MEE COOORROOOO!!!....

Y es que sucedió lo que tenía que suceder; que también a ella le llegó lo que se presentía postrer orgasmo de momento disfrutado, que arrollador estalló en su vagina al tiempo que todo un torrente de femenino e íntimo fluido descargaba en aquella femenina oquedad, desbordándose al exterior fundido en un todo con el líquido seminal de su hermano.

Poco a poco, la sucesión de descargas de fluidos debidos a ambos orgasmos, femenino y masculino, fue cesando hasta extinguirse por completo, momento en que, la relajación subsiguiente al enervamiento coital, hizo que Carla se derrumbara, agotada, sobre las sábanas, en tanto Álvaro, por entero desjarretado, caía desplomado sobre Carla, con su rostro enterrado entre los senos femeninos. En poco, poquísimo tiempo, quiso separarse de ella para descansar a su lado, boca arriba, pero su hermana le detuvo     

-No cariño mío; no te salgas todavía de mí. Me encanta tenerte todavía dentro.

Y claro, Álvaro complació, con sumo placer, a su hermana. También poco a poco, minuto a minuto, las constantes corporales fueron restableciéndose, volviendo a acompasarse, más o menos, respiración y pulsaciones cardíacas, con lo que entonces fueron las recíprocas caricias y besos, pletóricos de amor, de cariño, pero más bien ayunos de sexualidad.

Y así, arrullándose el uno al otro, ambos fueron adormilándose hasta caer en un, más o menos, profundo sueño. La noche al final resultó ser larga, pues a los ratos de sueño, seguían aquellos en que, despiertos y con las energías repuestas, los “asaltos” del dulce combate amoroso, cuerpo a cuerpo, volvían a repetirse una y otra vez aunque, la verdad, cualquiera sabe por cuantas veces…

El primer día del nuevo año fue el de los solemnes comunicados, pues los padres hicieron saber a sus hijos que las aventuras extra conyugales de ambos habían acabado pues en la precedente noche habían constatado que el amor que un día les uniera nunca acabó por fenecer, reverdeciendo con briosa intensidad durante aquella divina noche anterior.

También ellos, Álvaro y Carla, pusieron en antecedentes a sus padres de su nueva situación, constituidos desde aquella misma noche memorable en pareja conyugal, por mor del inmenso amor de hombre-mujer que se tenían desde, al menos, unos cuatro años atrás.

A Emilio y Julia la noticia les cayó como un mazazo. Lo aceptaron, pues haber, a la fuerza ahorcan, pero asumirlo como cosa normal y corriente se les hizo muy, pero que muy cuesta arriba.

Por finales ocurrió que en menos de dos semanas, Álvaro y Carla abandonaron el hogar paterno para habitar un pequeño apartamento, de un sólo dormitorio, en una zona de Madrid más bien lejana de la residencial Puerta de Hierro; en fin una de esas barriadas eminentemente proletarias, por no decir que en la periferia madrileña, donde la fraternal pareja inició un verdadera vida en común, por entero independientes.

La vida de ambos hermanos, como es lógico, varió bastante, pues eso de vivir juntos no se limita a amarse a más y mejor cada noche, sino que también implica atender una casa, ese nuevo hogar que juntos instituyeran, lo que implicó afrontar las habituales tareas domésticas, cosa por entero nueva para ellos pues hasta entonces, en la casa paterna, esas labores las llevaba el servicio doméstico, externo pero asiduo cada día excepto los fines de semana y festivos.

Por lo demás la vida de ella varió poco, pues simplemente siguió yendo a trabajar cada mañana a las oficinas de una empresa industrial, como de años atrás venía haciendo. Para Álvaro, en cambio, aquello sí significó un cambio bastante sustancial pues hasta entonces la vida se la había tomado con excesiva calma, ya que desde que acabara el bachiller sólo se había ocupado en preparar las eternas oposiciones que no sacaba ni a la de tres, pero que desde el mismísimo lunes que siguió al primer día del nuevo año, se dedicó a buscar trabajo allá donde le saliera, cosa en la que tuvo pronto éxito, pues para cuando los hermanos salieron de la casa paterna él ya llevaba algún que otro día trabajando de teleoperador en una de esas empresas que prestan servicios telefónicos, información y tal, a cuantas empresas lo demandaran, alternando pues, desde entonces, estudio y trabajo

Respecto a los padres conservaron el contacto, yendo a comer con ellos, a su casa, cada domingo, amén de hablarse por teléfono día sí, día también, en especial Carla con su madre, a la que, pese a lo que pesara, quería al lado del alma de manera que no podía pasar día sin oír su voz, al menos una vez.

El tiempo fue pasando y el año llegaba a sus últimas boqueadas cuando, entre primeros y fines de Noviembre, Carla dio a luz a su primer hijo, el primer nieto de Emilio y Julia, para unos diez días después ser Julia la que pariera al tercer hijo de Emilio y ella. Fueron dos niños, Emilín y un segundo Alvarito. El acontecimiento allanó cuantos obstáculos todavía quedaban para que papá Emilio y mamá Julia acabaran de aceptar de plano la especial situación de sus hijos. Y es que un nieto es siempre eso, un nieto.

Pero ni el pequeño Alvarito fue el único nieto que Álvaro y Carla aportaron a sus padres, ni Emilín el único nuevo hermano que Emilio y Julia dieran a sus dos hijos mayores, pues al cabo de quince-dieciséis meses, ambas mujeres volvieron a dar a luz sendos nuevos rorros. Allí, definitivamente, se “plantaron” Emilio y Julia, pero Carla se empeñó en quedar encinta una vez más cuando su pequeñín apenas había cumplido los cinco o seis meses. Este fue, de momento, su último vástago, aunque ello en absoluto significara que la buena de Carla pensara que la “fábrica” suspendiera definitivamente su actividad reproductiva, sino que lo entendió como un simple paréntesis en el proceso “fabril” que en cualquier momento se cancelaría, reiniciándose así la normal “producción”.

Y en fin, estimadísimos amigos que os molestáis en leerme, que ya solo me restaría añadir lo de que todos “FUERON FELICES Y COMIERON PERDICES, Y A MÍ NO ME DIERON PORQUE NO QUISIERON”, si serán desagradecidos estos personajes para con su creador.

Bueno, la verdad es que también quisiera añadir algo más, “arrimando el ascua a mi sardina” si tal cosa no os incomodara demasiado. Que tuvierais a bien enviarme algún que otro comentario sobre lo que el relato os haya parecido, positivo o negativo, que todo al final ayuda, y los positivos no veáis la “moral” que a uno le dan. Y si además os molestarais en valorarlo, según vuestro recto parecer, mi satisfacción ya sería hemorrágica.

 

¡¡¡¡¡GRACIAS A TODOS VOSOTROS POR LEERME, AMIGOS!!!!!

 

NOTAS AL TEXTO

1.  En su obra “LA ESPECIE ELEGIDA”, el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, catedrático de Paleontología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Antropología del University College of London, amén de ser frecuente que la revista “Nature” le publique artículos sobre su especialidad en Paleontología y Paleoantropología, dice que en el proceso evolutivo humano las relaciones macho-hembra trascendieron su básica función reproductiva en mantener unida a una pareja a través del tiempo, pues la cría homínida entonces, humana hoy, precisa muchos más cuidados que ninguna otra cría de primate, ya que su niñez desde hace al menos unos dos millones de años, es mucho más larga, por lo que la colaboración del padre y la madre en sus iniciales cuidados es decisiva para que la cría subsista a su niñez. Esto nos dice que el amor hombre-mujer surge por entonces, hace al menos DOS MILLONES DE AÑOS, pero que muy posiblemente sea bastante anterior, de más de TRTRES MILLONES DE AÑOS.

Entre 1976 y 1977, la antropóloga Mary Leakey y su equipo descubrieron en un lugar de la actual Tanzania denominado Laetoli, las huellas de tres homínidos cuya datación al Potasio-Argón, fue de 3,7 millones de años. Las huellas son de dos individuos adultos y otro bastante más pequeño que se identificó como una cría. Los individuos adultos habían caminado uno detrás del otro, digamos que en fila india, en tanto la cría lo hizo de manera más o menos paralela a los anteriores, por su derecha, y dando una especie de rodeos.   Un detallado estudio de estas huellas reveló que el individuo que abría la marcha debía ser más alto y mucho más corpulento que el que le seguía. En definitiva, que lo que los científicos dedujeron es que se trataba de un macho, una hembra y una cría. Una pareja que permanecía unida y caminaba con su cría, con su hijo. Y eso, hace más de tres millones de años. ¡Casi nada, queridas-queridos!

Pero es que hay más. Los gibones, el tipo de simio más primitivo que existe, y del que se dice que debe ser muy semejante al tipo de simio ancestral del que se piensa emergieron todos los actuales, humanos incluidos, los driopitecinos o driopitecos, son monógamos de por vida y, ojo, sin excepciones. Lo normal entre los primates es que los caninos de los machos estén bastante más desarrollados que los de las hembras; pues bien, este dimorfismo sexual entre los gibones no existe, teniendo los caninos por entero semejantes machos y hembras. ¿Por qué? Sencillo: Los machos de gibón, al ser monógamos, no tienen que competir con los demás machos para poder acceder a las hembras. Pues bien, en el patrón dentario del “Australopithecus Afarensis” antes mencionado, con una antigüedad superior a los 3,5 millones de años, este dimorfismo sexual es considerablemente menos acusado que no sólo en los actuales simios, sino también en simios extinguidos, como los antedichos “Driopitecos”, el “Procónsul” o el “Kenyapiteco”, y esta tendencia a igualarse los caninos entre machos y hembras se agudiza según el genotipo  homínido se hace más moderno. Esto también sugiere, con bastante base científica, que los homínidos más antiguos ya debían ser, preferentemente, monógamos.

2.  La diosa Astarté era la del amor y la sexualidad de los fenicios, equiparable a la Afrodita griega;  Ishtar era la misma versión de Astarté en Babilonia. En realidad, parece ser que ambas deidades son una misma cosa al final, de modo que la Astarté fenicia no sería otra cosa que la asimilación por los fenicios de la Ishtar babilónica. Item más; esta Ishtar al parecer es la versión, o nombre, que primero los acadios, luego los babilonios, dieron a una diosa sumeria, Inanna, que para los sumerios tenía los mismos atributos que la Ishtar acadio-babilónica. Al parecer, Ishtar, Astarté, y Afrodita/Venus, no son sino adaptaciones o asimilaciones por diversas culturas posteriores, acadio-babilonios, caldeo-fenicios y griegos-romanos, de la primitiva diosa sumeria Inanna. Hathor y Qadesh son diosas egipcias del amor. Hathor es autóctona de Egipto, de hacia el 2600AC. Qadesh, en cambio, es de origen sirio, apareciendo en Egipto hacia fines del Imperio medio, hacia 1750AC, afianzándose su culto ya en el Imperio Nuevo, a partir del 1550AC. Hathor representa un concepto de amor y sexualidad bastante distinto al que Qadesh representa, pues la es más bien diosa del hogar, la fertilidad, la música, en tanto Qadesh representa al amor puramente sexual. Pienso, a juzgar por las fechas, que debió ser introducida por los Hicsos, conglomerado de pueblos cananeos, de Siria y Palestina, que entran pacíficamente en Egipto hacia esas fechas de 1750AC, pero que hacia 1650AC se truecan en conquistadores; dominan el Bajo y Medio Egipto y expulsan a los faraones. Sus monarcas se proclaman faraones y forman las Dinastías XV y XVI.

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