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Mónica “DELUX” (4): Si puedo tener a dos ¿Por qué conformarme con uno?

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El día que conocí a Sergio, intuí que cambiaría mi vida, solo que nunca sospeché que supusiese un cambio tan drástico. Llevábamos algunos meses saliendo juntos, y nuestra relación era bastante buena, a pesar de algún que otro altibajo. Él tenía sus manías y yo las mías, y siempre habíamos encontrado el modo de compatibilizarlas de forma satisfactoria para ambos; en ese aspecto ninguno de los dos teníamos motivo de queja. Pero su carácter era más rebelde e inconformista que el mío, y yo siempre trataba de adaptarme a él, temiendo que un día se cansara y buscase a otra que le diese lo que quería. En el fondo, dicha adaptación nunca supuso mayor problema para mí, porque fui asimilando su forma de pensar y de vivir la vida, llegando a convertirla en parte de la mía.

Una de sus preferencias sexuales, la que más morbo le producía, era verme follar con otros y, por descontado, participar él también. Aquella práctica le motivaba hasta límites insospechados. Cuando dichas situaciones se producían, yo le observaba mientras su amigo de turno me follaba salvajemente por delante o por detrás. Su mirada apacible y tierna se transformaba en la de un ser perverso, en la de un individuo capaz de llegar hasta el límite con tal de satisfacer sus instintos. Entonces parecía calmarse, y durante una temporada volvía a ser el chico encantador que me colmaba de atenciones y que a todo el mundo caía bien.

Un día me dijo que estaba cansado de vivir con sus tíos, que estaba harto de tantas reglas y que quería independizarse. Añadió que había estado hablando con sus padres, y que les anunció sus intenciones de vivir conmigo. Ellos me conocían y su cariño hacia mi era bastante grande. Pensaban que mi relación con su hijo había servido para que este sentase la cabeza y prestase más atención a los estudios, consiguiendo, según ellos, que sus calificaciones mejorasen considerablemente. Siendo de ese modo, se manifestaron dispuestos a sufragar la mitad del alquiler, corriendo el resto de mi cuenta. Terminó preguntándome que si quería vivir con él, bajo esas condiciones, y yo acepté al instante, sin saber si mis padres lo verían con buenos ojos. Aquella propuesta me llenó de ilusión, porque la veía como el preámbulo de otra más importante que podría llegar con el tiempo.

Un mes más tarde, se materializó nuestro sueño y pudimos estrenar nuestro nuevo nidito por todo lo alto, sin importarnos lo más mínimo lo que pensasen los vecinos ante semejante orgía de suspiros, gemidos y gritos. De ese modo comenzamos nuestra nueva vida juntos, y todo iba viento en popa.

Un viernes estábamos tomando el café de la sobremesa, y yo le notaba inquieto.

― ¿Qué te ocurre, mi amor? ―Le pregunté―. Te notó nervioso, ausente, como si tu cabeza estuviese otro sitio.

― Tengo algo que proponerte, Moni, pero no sé cómo hacerlo ― respondió, y yo intuí que estaba recurriendo a su nueva técnica, empleada desde hacía un tiempo, para conseguir de mí lo que quería. Era tan sencilla como hacerse el interesante, para que yo me preocupase y cayese en su tela de araña, que cuidadosamente tejía entre él y yo.

― Habla sin miedo, amor, porque sabes de sobra que ya no me asusto tan fácilmente con tus alocadas propuestas. Es más, al final terminan gustándome y nuestra relación mejora.

Él dejó de menear el café y levantó la vista de la taza; ya lo había mareado bastante.

― Pues verás… Se trata de mi amigo Javi; ya sabes de quién te hablo.

― Claro, mi amor. ¿Cómo no lo voy a saber? Recuerdo el día que me lo presentaste, y lo cachonda que me puse cuando me folló con los ojos.

― Pues ese comentario viene como anillo al dedo para lo que te voy a decir. Ayer estuve hablando con él, y pensamos que estaría bien montar una fiestecita entre los tres. Como bien has dicho, te folló con los ojos, pero no es precisamente esa la forma en que le gustaría hacerlo.

― Bueno amor, no le des más vueltas e invitarle a venir un día de estos. Por lo que veo, has tomado la decisión, y sabes que mi mayor deseo es complace.

― ¡Mañana! ¡Viene mañana por la tarde! ― exclamó efusivamente. Yo reí ante tanta desfachatez. Me hizo gracia la forma en que lo había planeado todo, sin contar conmigo, pero plenamente seguro de que yo no me negaría.

El sábado por la tarde, después de comer, me dijo que bajaba al bar de la esquina, donde había quedado con Javier a tomar café. Yo me quedé en casa, preparando unos canapés y unas cervezas, para que cuando llegasen el ambiente resultase suficientemente acogedor. Luego, me fui al dormitorio y me puse un disfraz de camarera sexy, que Sergio me había regalado con motivo de una fiesta de disfraces, subida de tono, a la que acudimos en carnaval. Era de color rosa, con una faldita muy corta rematada con ribetes rojos. Debajo de la indumentaria tan sólo llevaba un diminuto tanga de color rojo, y en las piernas unas medias con dos lacitos también rojos, y que me llegaban hasta poco más arriba de las rodillas. Luego recogí mi pelo en una cola de caballo, me maquillé discretamente y me calcé unas sandalias con bastante tacón. No voy a decir cómo me vi al mirarme en el espejo, porque cualquiera puede hacerse una idea bastante precisa.

Sonó el timbre de la puerta y fui corriendo a abrir, sin valorar la posibilidad de que no se tratase ellos y matar de un infarto a quien fuese. Abrí y efectivamente eran ellos. Ambos quedaron paralizados, con los ojos bien abiertos y sin poder cerrar la boca. Sergio había visto muchas veces aquel disfraz, pero en ningún momento le hice participe de mis intenciones; quería que se sorprendiese tanto como su amigo al verme. Me acerqué a Sergio y le besé en los labios. Del mismo modo actué con Javier, que agradeció mi gesto con una amplia sonrisa.

― Bueno chicos, sentaos y poneos cómodos, que yo mientras voy a la cocina a terminar lo que me falta ―les dije y me fui corriendo, acompañando mi carrera con pequeños y alegres saltitos: realmente me sentía muy contenta.

Apenas tardé cinco minutos en reunirme con ellos. Lo hice portando una botella de vino rosado y un sacacorchos, que entregué a Sergio para que hiciera los honores. Llenó tres copas y bebimos tras el brindis de rigor. Luego volví a la cocina, poniendo como excusa que me faltaba algo por hacer; tan sólo pretendía que ellos quedasen solos, para que hablaran de sus cosas y la pequeña tensión, que se respiraba en el ambiente, desapareciese por completo. No tardaron en soltarse mientras yo les escuchaba a través de la pequeña ventana que comunicaba la cocina con el saloncito.

― ¿Estás seguro de que no hay ningún problema? ― preguntó Javier.

― Pierde cuidado, amigo, que todo está bajo control ― respondió Sergio―. ¿No has visto cómo nos miraba cuando nos ha recibido en la puerta? Seguro que ella tiene más ganas que nosotros.

― Eso me ha parecido; se ve que la tienes bien enseñada. ¡Quién tuviera una chica como Moni para él solo y dispuesta a hacer todo lo que le pidan! Y es que tiene un cuerpo de escándalo; con ese par de tetas tan bien puestas y ese pedazo de culo, que parece pedir a gritos que se lamentan a todas horas. ―Percibí en las palabras de Javier un cierto tono de amargura, y me dio pena, porque veía a Sergio como una especie de héroe. Pero él también era un chico guapo, con buena percha, y labia suficiente para seducir y dominar a la chica que se propusiese.

―¡Pues esta es tu oportunidad, amigo! Imagínate esta tarde tú eres yo, y yo el invitado ― dijo Sergio, y yo me quedé tan sorprendida como Javier, que trataba de secarse el sudor de la frente con el reverso de la mano derecha.

― déjate de bromas, Sergio. A saber las cosas raras qué pensaría ella de mí si me pongo en ese plan.

― ¡MONI!¡MONI! ― gritó Sergio.

―¿Qué sucede, amor?¿Dónde está el incendio? ― pregunté tras acudir a la llamada, sin perder un solo segundo.

―¿Qué te parece si Javi se hace pasar esta tarde por mí?

― No entiendo, amor. Sé más concreto ― dije, tratando de disimular que no me había enterado de nada.

―¡Está bien claro, cielo!...

―¡Ah! ¡Ya entiendo! Lo que quieres decir es que, por esta tarde, Javi sea mi dueño y señor y tú un simple invitado… ¿Es correcto?

―¿Ves cómo es una chica lista, amigo? Apenas tengo que dar explicaciones para que comprenda lo que le quiero decir; y es así en cualquier momento del día.

―¡No sé yo! ―murmuró Javier.

―¿Qué clase de respuesta es esa, tontaina? ―le increpó Sergio―. ¿No estás viendo el valor de lo que te ofrezco? ―Sergio se puso en pie y se situó a mi espalda, apoyando su pecho en ella y la zona genital en mi culo. Luego, me cogió las tetas con ambas manos y las fue empujando hacia arriba, hasta que salieron del liviano vestido―. ¡Mira! ¡Mira que par de tetas tiene la tía! No son muy grandes, pero su forma es perfecta y no se caen un solo milímetro. ―Las magreó durante unos segundos y terminó pellizcando ambos pezones, sin propasarse―. ¿Y qué me dices de su coño? Seguro que nunca te has comido o follado una almeja como esta. ―Deslizó la mano derecha por mi estómago, siguió por el vientre y terminó en la entrepierna. Luego apartó el tanga y lo mantuvo tirante―. ¡No me digas que no es precioso! Incluso, noto en mis dedos cómo dice “¡Cómeme, fóllame!” ―Introdujo un par de dedos y comenzó a meterlos y sacarlos. Luego se detuvo y me hizo girar, de un solo meneo, media vuelta. Me dio un par de azotes en las nalgas y continuó hablando―. ¡Y esta es la joya de la corona! ¡El culo más perfecto que hayas visto en tu vida! ―exclamó orgulloso―. Es lo más parecido que hay a un pan de pueblo. Tiene la forma perfecta, el tamaño adecuado y es duro como una piedra cuando tienes la polla en el agujero y aprieta las cachas para atrapártela dentro.

Tras terminar aquella especie de subasta, me sentí como mercancía en un mercado de trata de esclavas. Y lo cierto es que me gustó; me encantó escuchar de labios de mi amor la devoción que profesaba por mi cuerpo; jamás había pronunciado semejantes elogios en mi presencia. Esas eran sus armas, esos eran los argumentos con los que me tenía subyugada. En momentos como esos, yo era capaz de someterme a todos sus caprichos.

―Es cierto lo que dices, Sergio ―dijo Javier―. Es una chica estupenda.

―¿Estupenda? ―preguntó Sergio, algo malhumorado―. Amigo mío, creo que deberías olvidarte de la diplomacia y soltarte el pelo. Esto no es una chica estupenda, sino una HEMBRA, con todas sus letras. ¡Una hembra de cuidado! Tan solo tienes que sugerir lo que quieres… y ella te complace, con una sonrisa de oreja a oreja. Pocas veces he escuchado de su boca un “no”, ni un “puede”… ni tan siquiera un “luego” o un “a lo mejor”. Lo normal es que te responda con un “si mi amor”, o un “lo que tú quieras, amor”… puedes hacerte una idea. ¿No es así, mi reina?

―¡Claro, mi rey! ―respondí sonriente―. Sabes de sobra que vivo para hacerte tan feliz como me lo haces tú a mí.

―¡Ahí lo tienes! ―dijo mirando a Javier―. Ni la obligo, ni la fuerzo, tan solo sugiero y ella es libre de elegir. La misma respuesta obtiene ella de mí cuando se pone caprichosa o mimosa. Ahora vas a ver… Moni, cariño… ¿Verdad que te mueres porque Javi te meta sus deditos por la raja? ¿Verdad te gustaría que luego te coma la almeja?

Yo giré la cabeza hasta encontrar su rostro, lo miré a los ojos y entendí cuáles eran sus deseos. Extendí la mano hacía Javier, él la tomó, yo hice lo mismo con la suya y tiré de él para que viniera a mí. Luego la coloqué en mi coño y le susurré dulcemente:

―¡Fóllame con tus deditos, Javi! ¡Haz que gima de placer!¡Quiero que sientas cuánto te deseo!

Entonces comenzó a frotar los labios vaginales, hurgando con los dedos en forma de gancho, tratando de hallar la gruta húmeda que los esperaba ansiosa. Me estremecí al notar como entraban, con calma y cierto recelo.

―¡Fóllame, mi rey! Hoy seré para ti lo que tú quieras que sea ―volví a susurrar a Javier, entre jadeos de dicha y desesperación.

Durante unos minutos ambos amigos me deleitaron con sus dedos: Javier introduciéndolos en la vagina y Sergio deslizándolos entre las nalgas, penetrando, de vez en cuando, uno en el interior de mi agujerito. Mis gemidos se incrementaban, y con ellos el deseo de mis amantes.

―¡Dios! ¡Me vais a matar de gusto, cabronazos! ―exclamé coincidiendo con el gemido más sonoro. En ese momento Sergio supo reaccionar e interpretar mis deseos.

―Ven, mi reina. Vamos a demostrar a Javier lo que vales ―parecía seguir empeñado en ‘vender la mercancía’. Me llevó hasta la mesa donde comíamos todos los días― ¡Échate como me gusta! ―Me ordenó.

Obedecí y deposité mi torso en la fría mesa. Acto seguido escuché, a mi espalda, el dulce sonido de su cremallera al bajar, y cerré los ojos, preparando mi mente para lo que iba a suceder. No tardó en colocar la polla en mi sexo, tras apartar el tanga, y entró de un solo golpe. Yo estaba tan mojada que no encontró resistencia en su penetración. Luego comenzó a entrar y salir de mis entrañas. Los gemidos iniciales se convirtieron en pequeños gritos. Abrí los ojos y pude observar que Javier se había situado a mi derecha. Nos miraba con un brillo especial en los ojos; el brillo del deseo. Su rostro se había puesto algo colorado, y supe que el frenesí sexual se había apoderado de él. Aquella imagen me cautivó, consiguió encenderme más que las propias penetraciones vaginales. El resultado fue un glorioso orgasmo, que me dejó inmóvil durante unos segundos interminables.

―Esto es lo que me gusta de ella, Javi ―dijo Sergio―, que consigue volverme loco con sus gemidos. Y cuanto más fuerte se la meto, más lo agradece la muy golfa. ¡Métele la polla en la boca, que vas a recibir la mejor mamada de tu vida! ahora es cuando mejor lo hace, cuando la están follando.

Yo había quedado tumbada a escasos centímetros del borde de la mesa. En esa posición Javier lo tenía muy fácil. Alargué el brazo derecho y le agarré con fuerza del cinturón, luego tiré de él hacia mí.

―¡Dame tu polla, Javi! ―le supliqué―. Quiero que sientas la delicadeza de mis labios y el calor de mi boca… No me hagas esperar que… ―Tuve que dejar de hablar porque necesitaba desahogarme con gemidos y pequeños gritos.

Mis ojos se iluminaron al ver cómo nuestro amigo se abría el pantalón y liberaba a la bestia. Me maravillé con su forma y tamaño; no era nada descomunal, pero resultó más que aceptable. La noté limpia y resplandeciente, y abrí la boca para recibirla cuando la tuve a escasos centímetros, luego penetró todo lo que pudo. Abracé la base con los dedos índice y pulgar, y comencé a besar el glande, me esmeré en lamer toda su superficie y succioné con dulzura hasta que sus gemidos rompieron su timidez. Finalmente, él tomó el control y comenzó a follarme, literalmente, la boca, al mismo ritmo que lo hacía Sergio desde atrás. Así permanecimos hasta que ambos quisieron. Luego me dejaron recostada, durante un rato, y se fueron a comer y beber. Me sentía bien en aquella posición, y permanecí inmóvil hasta que mi ritmo cardíaco recuperó la normalidad.

Durante más o menos media hora estuvimos comiendo y bebiendo, al tiempo que charlábamos animadamente. Poco a poco la conversación fue tomando tintes eróticos hasta llegar a temas muy personales.

―Y dime, Mónica ―dijo Javier―. ¿Qué es lo más salvaje que has hecho en tu vida?

―¿Te refieres a sexo?

―Sí.

―Puess… déjame pensar, mi rey. ―Permanecí unos segundos en silencio―. ¡Uf! Creo que lo más salvaje todavía está por llegar ―respondí resuelta.

―¡Vaya! Eso suena prometedor, pero lo dices con… como con pena ―replicó él.

―¡Y tanto! ―intervino Sergio―. ¿Qué te parece si le damos hoy eso salvaje que tanto desea? ―añadió sonriente.

Las palabras de Sergio me arrancaron una sonrisa, y pensé que su mente calenturienta ya tenía la solución. Entonces reí, ilusionada, me levanté y comencé a retirar de la mesa platos y botellas vacías al tiempo que me insinuaba, colocándoles el culo delate de las narices al inclinarme. Como recompensa obtuve un par de azotes, uno de cada uno, no demasiado fuertes, pero sumamente deliciosos.

―Gracias, queridos. Los tomaré como un adelanto de lo que decidáis ―les dije y me fui a la cocina, contorneándome y meneando el trasero con gracia.

Durante una hora permanecí en la cocina, lavando los platos y dejando todo bien organizado. Ellos pasaron el rato charlando y tomando cerveza, una tras otra. Cuando terminaban una, uno de los dos iba a la cocina a buscarlas. Entonces, antes de tomarlas de la nevera, el de turno se acercaba a mí y me besaba en los labios. Luego me magreaba las tetas bajo el escueto vestido, y terminaba manoseando mi trasero y hurgando en el coño. Parecía como si se hubiesen puesto de acuerdo para mantenerme encendida, como si quisieran alimentar con fuego el volcán que me consumía por dentro. El último en ir fue Javier. En esa ocasión buscaba algo más.

―¿Quieres que te la meta? ―me preguntó algo nervioso. Parecía como si hubiese estado acumulando valor para pedírmelo. Aunque, seguramente, venía animado por Sergio.

―Mi rey. ¿Has olvidado que por hoy tú eres mi amo y señor? No tienes que pedirme nada, solo ordenarlo o tomarme cuando quieras y cómo quieras. Eso sí, te suplico que, si lo haces sin condón, no te corras dentro. Espero que me permitas esa única condición.

El me miró compasivo. Luego me acarició la mejilla con la mano derecha, y me dijo:

―No temas por eso. Tan solo quiero saber lo que se siente al entrar en tu coñito. Ahora date la vuelta.

―Como gustes, amor. Gracias por tu comprensión ―le respondí y al instante obedecí.

Al girarme, como era su deseo, el me empujó con cierta brusquedad y me apoyó en la encimera. Me obligó con su mano a recostarme sobre ella y levantó la faldita, que apenas me cubría medio trasero, para terminar retirando el tanga e introduciendo la verga. Lo hizo con suavidad, en no más de cuatro etapas. Luego comenzó a follarme a medio gas.

―¡Sergio, realmente es una pájara de cuidado. Ahora sé que no era un farol cuando me hablaste de ella! ¡Esta golfa tiene el coño más jugoso que he follado en mi vida!―dijo, levantando la voz para que mi novio le escuchase bien. Luego bajó el volumen para dirigirse a mí―. ¿Te molesta que te llame golfa? Sergio dice que no te importa.

―No, cariño. No me importa. Hace un minuto te he dicho que no tienes que pedirme nada, tan solo ordenarlo o tomarlo. Eso mismo vale para todo lo que me quieras llamar o decir, siempre y cuando no sea insultante o de mal gusto… y ‘golfa’ no me lo parece.

Dicho aquello, siguió follándome con más ganas aun. Yo dejé de preocuparme por el tema del condón en el momento que mis entrañas se encharcaron con mis propios fluidos corporales. Mi respiración se aceleró más, y entre gemidos le supliqué que no parase. Lamentablemente lo hizo justo antes de correrse.

―Agáchate y abre la boca, que quiero correrme en ella ―me dijo. Yo lo interpreté como una forma de tantear si realmente estaba dispuesta a someterme a sus deseos.

Obedecí y esperé unos segundos, mientras él trataba de extraer el esperma, pajeándose delante de mi rostro. Finalmente introdujo la polla en mi boca y soltó el chorro, encharcándola abundantemente.

―¡Traga!¡Traga!¡Traga, golfa! ―dijo repetidamente al tiempo que se movía dentro de mí, impulsándose con ligeros golpes de cadera.

Con el esperma en la boca, dediqué unos instantes a succionar el glande y acariciarlo con la punta de la lengua. Cuando terminé, sacó la verga y alcé el rostro, lo miré a los ojos, agradecida, abrí la boca y le mostré el fruto de su deseo incontrolado, para terminar tragándolo ante su atenta mirada. Aquel gesto provocó la sonrisa que yo anhelaba robarle. Luego se la enfundó y se marchó, sin decir nada. En ese momento, mi  cerebro terminó de asimilar la nueva situación por completo; ya no me quedaban dudas de que Javier se había desmelenado y asumía su nuevo rol. Ese pensamiento me reconfortó, y sonreí plena de felicidad. Volví a mis cosas y escuché cómo Javier relataba a Sergio lo sucedido. Este sonreía mientras guardaba en su memoria hasta la última palabra, sin mostrar un ápice de resentimiento o preocupación; después de todo, no hubiese sido lógico, ya que todo aquello era fruto uno de sus caprichos y yo solo su abnegada compañera.

Sin nada más que hacer en la cocina, me uní a ellos y apenas participé en la conversación.Lo sucedido con Javier había dejado de tener relevancia, y las batallitas entre colegas ocuparon su lugar; que si yo me tiré a tal o cual; que si a la muy guarra le dejé el coño de esta o aquella manera; que si una vez me follé a dos guiris; etc. Como es lógico, yo no me creía ni la mitad, pero ellos eran felices asumiendo como suyas las conquistas del otro. Pasado un rato ya no puede aguantar y salté.

―¡ME ABURRO!... ¡ME ABURRO!... ―repetí imitando a Homer Simpson. De ese modo conseguí llamar la atención de ambos.

―Lo siento, mi reina. No me he dado cuenta de que estas cosas de chicos a ti te aburren ―se excusó Sergio―. ¿Qué quieres hacer?

―No sé. Me da igual. Lo que vosotros queráis ―respondí con cierta tristeza. No hacia demasiado tiempo que albergaba grandes esperezas respecto a aquella tarde, y no sucedía nada interesante; no veía más resultados que los pasados; y no eran suficientes, al menos para mí.

―Ok, mi reina. ―dijo Sergio y se levantó como un resorte―. He tenido una idea que seguro te gustará. Ponte algo de ropa que no tape demasiado y salimos a dar un paseo. Quiero que todo aquel que te vea se muera de ganas de follarte. Pero no temas, amor, que tú eres hoy solo para nosotros.

Los tres estuvimos conformes, y corrí al dormitorio a vestirme lo más sexy posible. Mi rostro había recobrado la alegría, y mis esperanzas de que se produjeran cambios sustanciales habían aumentado considerablemente. Caminamos por la calle sin rumbo fijo, pero Sergio parecía buscar con la mirada un lugar a su gusto. ¿Qué sería lo que maquinaba su mente perversa? Estaba segura de que no sería nada fácil de asimilar. Aun así, estaba resuelta a aceptarlo, fuese lo que fuese. Al pasar por la confluencia de dos calles, Sergio se quedó parado y mirando hacia su derecha. Entonces llamó nuestra atención y nos pidió que le siguiéramos. Ambos lo hicimos y nos guio hasta el paseo marítimo. Apenas eran las ocho de la tarde y la afluencia de paseantes más bien escasa.

―Ven, Moni ―me dijo Sergio y me tomó de la mano. Me llevó hasta el pequeño muro que separaba la zona de paseo y la arena de la playa, y se sentó en él. Acto seguido me dio indicaciones precisas―. Ahora siéntate sobre mí, mirando hacia el paseo.

Obedecí y noté como se movía a mi espalda. Al percibir su verga desnuda en mi trasero, comprendí lo que pretendía.

―Ahora quítate el tanga ―me ordenó. Javier no salía de su asombro.

Nuevamente cumplí su orden y me despojé de la prenda, con total discreción.

―Ahora levanta el culito, mi reina, que te voy a dar un regalito.

Supo emplear muy bien su táctica de hablarme como a una niña; con diminutivos; él sabía que ese tono me excitaba mucho. Lo hice y tanteó el terreno, pidiéndome que me dejase caer cuando tuvo la polla en la entrada de mi coño. Quedé empalada en su verga y comencé a cabalgarla, evitando movimientos bruscos que llamasen la atención de las personas que, esporádicamente, pasaban por delante de nosotros. El miedo a que alguien viera o sospechase algo raro, lograba que mi excitación aumentase. Miraba a Javier, que permanecía en pie y no me quitaba la vista de encima. Parecía ansioso, esperando su turno.

―No te preocupes, rey ―le dije, poniendo ojitos tiernos―, que en un ratito llega tu turno. Quiero que me proporciones un orgasmo. ¿Vas a hacer eso por mí, cariño? ―Asintió con los ojos y le lancé un sentido beso. Acto seguido me incliné un poquito, abrí el escote y lo ahuequé para que viera mis pechos, que se balanceaban ligeramente debido al movimiento.

―¡No veas como me pones, Mónica! ―exclamo él.

―Y más que te voy a poner si sabes sacar de mí la fiera que llevo dentro. Ahora siéntate, que Sergio ya ha tenido suficiente.

Javier se sentó y yo lo hice encima de él, del mismo modo que con Sergio. De esa forma se sacó la verga don discreción. En esa posición giré la cabeza y coloqué mi boca junto a su oreja. Luego le susurré lo siguiente:

―¿Sabes que hoy soy para ti todo lo que quieras que sea, verdad? ¿Verdad que me vas a tratar como a una golfa, y yo te voy a estar agradecida? ―Me respondió con un leve “Sí”―. Entonces pide por esa boquita, que Moni hará lo que le pidas.

―Quiero que te la claves en el culo ―ordenó con el mismo tono empleado para el “Sí”―. Quiero follarte el coño con los dedos mientras te follo ese agujero que tan cachondo me pone.

―Claro, mi dueño, lo que tú me pidas es una orden que no puedo ni quiero desobedecer.

Metí mi mano por detrás, discretamente, tomé la verga y la coloqué en el ano, finalmente dejé caer el culo hasta ensartarme en ella. De esa forma, Javier hurgó en mi coño con los dedos, como había anunciado, mientras yo daba pequeños saltitos sobre la verga, que entraba y salía con cierta facilidad. Para alcanzar el coño, tuvo que meter la mano por la parte delantera, levantando mi minifalda lo suficiente para que cualquiera, que pasase en ese momento, se deleitase la vista con semejante panorama.

―Mi amor ―la voz de Sergio me devolvió a la realidad―, disimula un poco, que no veas el espectáculo que estás dando.

Yo no podía hablar, ni ver, ni preocuparme por los demás, tan solo me limitaba a menarme y suspirar mientras recibía el orgasmo prometido por Javier. Más tarde vino la vergüenza… y el sonrojo, pero mi objetivo estaba cumplido. «¡Que se joda la gente! ―me dije― Al que no le guste lo que ve, ¡que se aguante! Y al que le guste, que se ponga a la cola, que hoy hay Mónica para todo el que quiera».

Después de aquello no fuimos a casa; yo me sentía eufórica y tenia ganas de bailar, de divertirme. No tuve que insistir demasiado para que los chicos me concediesen el capricho. Al final terminamos en un pub bastante animado, donde no dejé de bailar y provocar al personal. Recordé que mi tanga aun seguía en el bolso, justo donde lo había guardado tras quitármelo en la playa. Y no me importó lo más mínimo bailar y saltar sin él, aun a riesgo de que se me viese todo lo que había que ver. Incluso acudió a mi mente una fantasía:

Me vi en mitad de la pista, bailando y saltando descontrola, cuando un apuesto jovencito se acercaba a mí y me indicaba que se me veía todo. Yo le preguntaba que si eso representaba un problema para él. Su respuesta no era otra que un rotundo “NO”. Entonces me abalanzaba sobre él y me lo comía a besos, recorriendo su cuerpo con mis manos. Luego le pedía que me hiciese el amor, que me follase allí mismo, sobre el suelo. La escena terminaba con él encima de mí, metiéndome la polla por el coño, una y otra vez, y derramando de la leche en mi cara delante de todo el mundo.

Tras aquel maravilloso sueño, no tuve la menor duda de que Javier había sacado la fiera que tanto tiempo ansiaba salir, y no había quien me pusiese freno: follar o ser follada, esa era la cuestión.

Llegamos a casa a media noche, muertos de hambre. Pedí a los chicos que se relajasen viendo la tele, mientras yo les preparaba una cena digna de reyes. Al abrir la nevera, me di cuenta de que había prometido más de lo que sería capaz de cumplir, pues el electrodoméstico estaba más vacío que lleno, y lo poco que había no pasaba de simple bufet en una reunión de “Amigas del punto de cruz”. Debía improvisar algo con urgencia, pero a esas horas todo estaba cerrado, menos el negocio de los chinos de la esquina. Descarté esa opción por razones obvias; lo más exquisito que tendrían, a esas horas, sería el pan que seguramente les había sobrado a medio día. Entonces me acordé de doña Paquita, la vecina del segundo A. su marido regentaba una carnicería en el barrio y siempre tenían carne en casa. Supuse que todavía estaría levantada, viendo el programa de cotilleo de los sábados por la noche. Echándole un poco de morro, le podría suplicar que me vendiera, prestase o, a ser posible, regalase un par de buenos filetes de solomillo.

 Sesenta segundos más tarde.

―Buenas noches, doña Paquita. ¿No la habré sacado de la cama? ―le dije, muy sonriente, tras llamar al timbre y esperar un par de minutos. A la jodida le costó levantar el culo del puto sillón multifunción que le había tocado en la tómbola parroquial el año… ni se sabía en qué año fue, pero lo seguro es que llevaba bastantes presumiendo con la vecindad. Conmigo lo hizo en no menos de cinco ocasiones a lo largo del último mes.

―No, hija mía. Sabes que los sábados me acuesto tarde ―me respondió, preocupada.

―¿Y qué le ocurre, doña Paquita, que la noto triste? ―Lo menos que podía hacer era darle palique para que la carne me saliera, a ser posible, gratis.

―Hija, la tele. Todo son malas noticias.

―¿Malas noticias? No me asuste, doña Paquita. No me diga que se ha estrellado un avión… O que una china ha tenido más de un hijo… O que ha subido la carne… ―En ese momento me preocupé mucho por si había acertado diciendo tonterías a boleo. Menos mal que negó con la cabeza a medida que las iba enumerando―. Entonces… no me diga que su marido fue a comprar tabaco y no da señales de vida.

―¡QUITA! ¡QUITA HIJA! ―respondió levantando la voz, malhumorada―. ¡No caerá esa breva! Lo que pasa es queeee… ―se me acercó para hablarme bajito, como si fuese a revelarme uno de los archivos secretos del Vaticano―. Lo que pasa es que están dando por la tele lo del torero ese que se ha liado con la golfa…

―No me hable de gofas, doña Paquita, que eso es solo para mis… bueno, me cayo. Pero… ¡Siga!¡Siga, que parece interesante.

―Pues eso, que se han liado, y la mujer de él le ha mandado a la mierda con un corte de manga. Delante de las cámaras ―No pudo ahorrarme la escena de mal gusto al recrearme el gesto con el brazo―. Y… a todo esto, ¿Qué se te ofrece? ¿Estas enferma?¿Tienes fiebre? Te noto muy acalorada.

―Sí, muy enferma. Tengo fiebre uterina ―respondí. Tenia que vengarme por lo del corte de manga de mal gusto―. Pero usted no se preocupe, porque esta noche me curo… ¡Seguro! lo único que necesito es que me rega…, digo, que me preste un par de buenos filetes de solomillo, de esos que le sobran a don German en la carnicería. Como casi nadie en el barrio se los puede permitir…

―Hija, si te digo la verdad, a mi si me sacas de catarros, sabañones y almorranas, y no sé nada de nada. Imagina si me hablas de enfermedades tropicales y raras.

Tras su respuesta, no me quedó la menor duda de que los programas del corazón secan el cerebro de la gente. La charla duró no menos de diez minutos, ya que prosiguió en el salón de doña Paquita; por nada del mundo quería perderse la aparición de ‘la golfa’ ante las cámaras. Lo bueno del caso es que la carne me salió gratis. Bueno, me la vendió a precio “de amiga”, pero, para cuando yo tuviese intención pagarle, seguramente se le habría olvidado.

Quince segundos más tarde.

Al entrar en casa, vi el rostro de la desesperación en los de Sergio y Javier. No parecían contentos, y yo dudaba entre si era por causa del hambre o de la abstinencia sexual. Di todo tipo de explicaciones y, obviamente, toda la culpa se la eché doña Paquita. Luego me puse a preparar la cena, sin perder un segundo más. He de reconocer que, con lo poco que tenía, me salió un buen menú. Pero me dio la impresión de que no conseguiría satisfacerlos plenamente. Entonces se me ocurrió una solución infalible, algo que no solo les llenaría el estómago.

―Vamos, chicos, Retirad las cosas de la mesita, que ha llegado la cena ―les ordené nada más llegar al saloncito. En mi mano derecha portaba una bandeja con los alimentos, y en la izquierda una botella de vino blanco, con su respectivo sacacorchos.

Pedí a Javier que sujetase la bandeja, y luego comencé a desnudarme, hasta quedar con menos ropa que una rana amazónica. Ellos me miraron encogidos de hombros, perplejos. Con mayor motivo cuando me vieron acercar dos sillas, que coloqué en los extremos de la mesita, a lo largo. Luego me tumbé sobre ella, apoyando la cabeza en una silla y los pies en la otra. Pedí a Javier que me devolviera la bandeja, y repartí la comida por mi cuerpo desnudo. El menú consistía en unas hojitas de lechuga, que hacían de improvisados platitos para los trozos de carne a la plancha, un par de flanes de supermercado, fresas, nata y un par de lonchas de jamón serrano. Con la nata cubrí mis pezones y los coroné con dos fresas, una en cada pezón. Las lonchas de jamón las usé a modo de ‘tapacoños’ (versión femenina de taparrabos).

―Mi amor ¿Te has drogado con la vecina? ―me preguntó Sergio, que todavía no salía de su asombro.

―Amor. Lo menos que puedes hacer es darme las gracias por el menú y por el mantel. Piensa que tenemos un invitado y que debemos estar a la altura. ―En ese momento me di un golpe en la frente con la palma de la mano―. Pero… ¿Qué hago dándote explicaciones? Si aquí el invitado eres tú. ¿Verdad, mi rey? ―Terminé dirigiéndome a Javier.

Las carcajadas que ambos lanzaron debieron ser recogidas por los sismógrafos de varios cientos de kilómetros a la redonda.

―Tienes razón, Mónica. Hoy soy yo el rey del castillo ―dijo Javier, cuando terminó de reír.

Aquella situación me gustó, y me prometí apuntarla en una nota y pegarla en la nevera, para que no se me olvidase repetirla al menos una vez a la semana. Ellos cenaron finalmente bien y yo como puede; tumbada no me resultaba cómodo, pero me apañé. Eso sí, las fresas tenían dueños y la nata también. Fue un gustazo ver, y sentir, como lo comían. Entonces miré mi cuerpo y me di cuenta de que estaba lleno de restos de comida. Toqué con los dedos los restos dejados por los flanes y me sentí sucia; necesitaba darme un baño con urgencia.

― Amores ― les dije―, voy a darme un baño, porque padezco una marrana. Tengo el cuerpo lleno de porquería.

― ¡De eso nada! ― exclamó Javier, con una extraña expresión en su mirada―. No voy a desaprovechar la oportunidad que tengo delante de mis narices. Ayúdame, Sergio.

Ambos se levantaron y Javier izó mi cuerpo unos centímetros de la mesita. Yo apenas pesaba 58 kilos y no le costó trabajo elevarme como a un muñeco. Luego pidió a Sergio que rotase la mesita 90° y finalmente volvió a depositarme sobre ella, quedando tumbada a lo ancho y no a lo largo, y con el culo justo en el borde. Acto seguido me colocó un cojín entre la nuca y el respaldo de la silla, para que mi cabeza se inclinarse hacia adelante. Apenas tardaron un minuto en ejecutar todas las acciones, y la mitad de ese tiempo en desnudarse.

― ¿Sabes que la nata estaba muy rica? ―me preguntó Javier―. No quiero que te quedes sin tú postre. ―Entonces se situó con las piernas ambos lados de la silla y embadurnó su verga con abundante en nata―. Ahora quiero que me chupes la polla hasta que no queden restos. ¡Abre la boca, golfa, que ya nos has provocado suficiente! ― se agachó y la colocó justo delante de mi boca, para terminar introduciéndola.

De ese modo comenzó a follármela, al tiempo que yo me esmeraba en cumplir sus deseos. Sergio nos miraba fijamente, esperando su turno. Entonces Javier le increpó diciendo:

―¡Vamos, tío, no te quedes mirando como un pasmarote! Mira cómo se mueve esta calentorra. Está pidiendo a gritos que alguien le folle ese coño tan jugoso.

― Tienes razón, amigo ―dijo Sergio―, esta golfa tiene suficientes agujeros para elegir. ―Se acercó a mí y me levantó las piernas lo suficiente para tener vía libre. Totalmente accesible, situó la verga en el coño y me la metió de un solo empujón―. Se nota, mi amor, que hoy estás más cachonda de lo normal y te vamos a follar como quieres, hasta que el cuerpo aguante o nos supliques que paremos―. Dicho esto, comenzó a follarme como si hubiese cumplido una condena de seis años y un día.

Con las dos pollas dentro de mi cuerpo, comencé a gemir y a retorcerme sobre la mesa. Aquella situación era algo que yo no me esperaba y, ni tan siquiera, la había provocado premeditadamente, pero debía disfrutarla tanto como fuese posible.

― Vamos a cambiar, Javi ― dijo Sergio―, que yo también quiero que está mamona me chupe la polla.

Ambos intercambiaron sus posiciones, y yo volví a retorcerme como si fuese una serpiente, agradeciendo, así, todas y cada una de las penetraciones.

― Me encanta el coño de esta golfa, Sergio ― dijo Javier―. Estoy alucinando con la forma en que traga. Cuando vas a sacarla, parece que se cierra, como si no quisiese desprenderse de ella. Realmente tiene un coño de los que hay pocos. Por no hablar del agujerito, que ese me lo reservo para dentro de un rato.

―¡Pues vas a alucinar cuando lo hagas, porque no veas cómo se mueve está guarra cuando la estás dando por el culo; nunca tiene suficiente; nunca parece estar satisfecha; y si por ella fuera, estaría recibiendo durante horas.

Javier río, sorprendido por las palabras de su amigo, y se detuvo.

―Pues…, sí es como dices, yo no tengo ningún problema en darle por el culo durante el resto de la noche. Es más, tampoco me importaría hacerlo durante todo el día de mañana.

Tras aquella caliente charla, que sonó como música celestial en mis oídos, ambos se intercambiaron varias veces, y me proporcionaron un par de orgasmos descomunales. Ellos seguían hablando, mientras me follaban, y yo no quería intervenir por si les cortaba el rollo; era una conversación de machitos que les auto motivaba a emplearse más a fondo, algo que a mí me venía de perlas.

― Bien, golfa ―me dijo Javier mientras terminaba de limpiarle la polla con la lengua―, ya he probado tu apetitoso coño y he comprobado lo bien que la chupas, mejor que una profesional. Ahora viene lo mejor. ¿Verdad que estar deseando qué te la meta por el culo? ¿Verdad que lo vas a menear para mí tal y como ha dicho Sergio que sabes hacerlo?

Yo le miré los ojos, tomándome mi tiempo para responder de forma apropiada; él estaba metido en su papel al cien por cien, y yo debía estar a la altura de lo que esperaba. Cuando lo tuve claro, respondí.

― Me va a encantar tener tu polla dentro de mi culito, tanto o más que en el paseo marítimo. Estoy segura de que me vas a hacer gritar de placer como una loca, y yo lo voy a mover para ti como tú quieras que lo haga, porque hoy eres mi dueño y señor, y no te pienso negar nada. Hace mucho tiempo que no tenía a nadie tan dispuesto como tú a darme por el culo, y eso es un lujo que no puedo dejar pasar. Haz conmigo lo que quieras, pero, sin olvidar lo que acordamos esta tarde cuando me follaste en la cocina.

Se quedó unos segundos pensando, tratando de recordar a qué me refería, luego reaccionó.

―¡Ah! Ya recuerdo. Por eso no te preocupes, reina, porque me encanta la forma en que ha terminado, y me ha puesto muy cachondo ver como tragabas la leche. A partir de este momento, todas las veces que sea capaz de correrme, quiero que hagas lo mismo. Ahora colócate cómo te diga, que ya no puedo aguantar más sin abrirte el agujerito.

Yo asentí con la cabeza y me coloqué en la posición que me ordenó: de rodillas en el suelo y tumbada sobre la mesita. De esa forma dejé el culo en la posición deseada por Javier y con la cabeza ligeramente sobresaliendo en el otro extremo de la mesita. Rápidamente se situó detrás de mí, con intención de sodomizarme sin más preámbulos. Entonces le pedí que guardase un momento.

― Sergio, por favor ―le dije―, trae la crema para el culito, porque presiento que la voy a necesitar durante un buen rato. Está guardada en el cajón de la mesita del dormitorio.

No tardó en regresar con ella, y entonces pedí a Javier que se untara un poquito en la polla y otro tanto en mi agujerito. Tras hacerlo, la fue metiendo muy despacio hasta que su vientre chocó contra mis nalgas. Entonces comenzó al entrar y salir, aumentando la velocidad progresivamente. No tardaron en llegar mis gritos agradecidos y, con ellos, el movimiento de mi culo que tanto deseaba ver. Ciertamente aquella especie de danza consiguió motivarle de forma satisfactoria para mí, porque me dio por el culo con extremada agresividad. Sergio nos observó durante un breve periodo de tiempo, luego se puso delante de mí, y comenzó a meter y sacar su verga de mi boca. Yo gemía y sollozaba enloquecida, sin poder gritar al tener la boca obstruida.

La situación se prolongó durante unos cinco minutos, tiempo suficiente para que yo me corriese nuevamente, tratando de gritar y suplicar que por favor no parasen, pero sin conseguirlo. Del mismo modo que habían hecho un rato antes, Sergio y Javier se intercambiaron varias veces, disfrutando de ambas vergas por delante y por detrás. Aquello era una verdadera locura, un sueño del que no quería despertar, porque cuanto más me daban por el culo, más les suplicaba que lo hiciesen. Llegó un momento en que sentí la boca totalmente adormecida, ya casi no podía moverla y no daba para más. Les pedí que por favor no siguiesen por ahí, que prefería guardar mis pocas fuerzas para cuando se corriesen en ella. Ninguno de los dos puso objeción alguna y únicamente se dedicaron a sodomizarme. Nuevos orgasmos convulsionaron mi vientre antes de llegar los suyos.

El primero fue Javier. Tras anunciarme que estaba a punto, me puse de rodillas delante de uno él y me introduje la polla dentro de la boca, tras limpiársela con ambas manos. Durante unos instantes le hice una buena mamada, hasta que se vino dentro de ella. Luego alcé el rostro y abrí la boca, tal y como había hecho por la tarde en la cocina, y terminé tragando el semen ante su atenta mirada, al tiempo que me relamía los labios para su mayor disfrute.

― realmente sabes cómo provocar a un hombre, golfa ― me dijo―. Si fueses mía, nunca me casaría de ti, pero todavía queda mucha noche y es posible que vuelva a verte esa carita de viciosa, al menos, un par de veces más. Pienso seguir intentándolo hasta que mis huevos estén completamente vacíos.

― Claro, mi rey ―le dije mimosa―, yo misma pienso hacer todo lo posible para que sea cómo quieres. Es más, si Sergio lo permite, puedes venir a casar todas las veces que quieras, porque mi boca, mi coño y mi culo siempre estarán dispuestos para ti. Entonces serás mi amo y Señor durante el tiempo que permanezcas aquí, y yo me desviviré para que no tengas motivo de queja alguno.

― Por mí no hay problema ―dijo Sergio―, pero ahora vuelve a ponerte en posición, que te voy a encular hasta que me venga; yo también quiero ver como te tragas mi leche y como te relames después.

Volver a situarme como estaba y recibir la leche de Sergio en mi boca, tras una breve sodomía, fue cuestión de pocos minutos. Igualmente mamé su polla hasta dejarla seca y luego tragué, procurando que lo viese con total claridad. Obviamente le regalé una relamida que le dejó plenamente satisfecho.

Durante un buen rato descansamos, charlando y riendo de forma totalmente natural, como si lo sucedido aquella tarde-noche fuera una de tantas. Cuando lo retomamos nuevamente, ellos decidieron que era hora de dar un giro de tuerca a la situación: eligieron la cama del dormitorio como escenario y la doble penetración como rutina a seguir durante el resto de la noche. Hasta cuatro veces más me llenaron la boca de semen, dos cada uno, que yo tragué de aquella forma que tanto les había gustado. Y no, no sentí ni asco ni repulsión alguna, sino todo lo contrario. De esa forma llegó el día, anunciado por los rayos de luz que se filtraban entre las rendijas de la persiana. Javier se fue a su casa, y Sergio y yo nos quedamos felizmente dormidos, con una pronunciada sonrisa adornando nuestros rostros.

Al día siguiente llamé por teléfono a Javier, por la tarde, porque tenía la imperiosa necesidad de agradecerle todo el placer recibido. En un principio me dio corte abordar el tema, pero luego me lancé.

―Javier ―le dije dulcemente―, anoche te comportaste como un campeón. Quiero confirmar el ofrecimiento que te hice, para que veas que no fue algo que surgió en el momento, como una tontería más. Puedes venir a casa siempre que quieras, o podemos quedar donde me digas si te da corte. Te has convertido en un chico muy especial para mí y no quiero que sientas envidia de Sergio. Estoy segura de que él no pondrá ningún ‘pero’ a la hora de compartirme contigo.

Él quedó en silencio, durante unos segundos, tratando de asimilar mis palabras. Luego reaccionó.

―Por mí tampoco hay problema. Estaría de puta madre que seas también mi golfilla. Eso sí, no quiero que surjan malos rollos.

―Por eso no temas, rey, porque, durante el tiempo que pase contigo, no te faltarán atenciones, seré todo lo que quieras que sea y haré todo lo que me pidas que haga. Mi única meta será conseguir que te sientas feliz.

Dicho aquello, nos dependimos con un “nos llamamos” y con un “hasta pronto”, que no tardaría demasiados días en llegar, convirtiéndose en una rutina de dos o tres días por semana, incluido algún que otro fin de semana completo. Y es que Javier me había gustado mucho, más de lo que hubiese imaginado. Por otro lado, lo veía como una especie de sustituto, por si alguna vez al voluble Sergio le daba uno de sus prontos y mandaba a la mierda nuestra relación. Yo rezaba para que esa situación no se diese nunca, y estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes por conseguirlo.

 

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