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La Atalaya (capitulo 9)

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A pesar del duro golpe que supuso el suicidio de Servanda un año antes, la familia poco a poco se fue reponiendo. Los niños fueron los que peor lo llevaron: adoraban a su tía, en especial José, que tenía con ella una relación de complicidad muy especial. De hecho, tenía con ella muchos más secretos y complicidades que con su madre, demasiado estricta y autoritaria para ciertas cosas, en concreto, con todo lo que tenía que ver con la política. Y es que José, muy influido por la figura de su padre, estaba totalmente impregnado de pensamientos socialistas y revolucionarios, un aspecto que su madre desconocía. Cuándo tenía oportunidad, y en secreto, aprovechando que estaba dando clase o había ido a la reunión semanal con sus amigas, se colaba en el despacho de su padre y revisaba los documentos del partido. Quería afiliarse a las Juventudes Socialistas, pero sabía que su madre, no solo no se lo iba a permitir, sino que además sería capaz de mandarlo a Jaén a estudiar, algo, que de ninguna manera entraba en sus planes. Pero la suerte, o la buena imagen de su padre entre los compañeros del partido, se pondría de su lado. Antes del verano de 1.935, Rafael de Morales fue nombrado presidente de la Casa del Pueblo a propuesta del gremio de maestros, y con el apoyo de algunos más. Ese hecho le permitió frecuentar el centro socialista, ante la resignación paulatina de su madre que poco a poco fue descubriendo la verdad. Ella, culpó a su marido de las inclinaciones políticas de su hijo, y se inició un leve distanciamiento que con el tiempo y los acontecimientos posteriores, se fue agrandando.

José, empezó a estudiar electricidad en una escuela profesional del pueblo. Siempre le había interesado mucho todo lo que tenía que ver con electrónica y telefonía. Al mismo tiempo, y una vez salvada la oposición materna, comenzó colaborar activamente con los compañeros de las Juventudes Socialistas. A pesar de su juventud, pronto demostró que tenía criterios propios, y no tardó en enfrentarse a su padre y tener roces políticos con él. Largo Caballero había empezado un acercamiento con el PCE con vistas a una posible unificación, un proceso que levantó una gran polémica en toda la organización y enfrentó a las dos alas del partido: la marxista y la utópica, a la que pertenecía Rafael. 

—Pero, ¿no te das cuenta de que terminaréis siendo parte del Partido Comunista? —le preguntó su padre. Estaban en uno de los desvanes del colegio, dónde habían montado una especie de despacho dónde trasladaron toda la documentación del partido, fuera de la visión directa de su madre, y a dónde sus dos hermanos pequeños tenían prohibido entrar. Fue una de las condiciones de su madre para permitir su afiliación a las JS.

—Qué poca confianza tienes en nosotros, padre.

—Los conozco muy bien, he negociado muchas veces con ellos, y son arrogantes, autoritarios y…

—Posiblemente lo sean, pero no se nos van a imponer.

— Ya me lo dirás hijo, ya me lo dirás.

—Además, no hay nada seguro, solo habladurías.

—Sé, de muy buena tinta, que al menos una vez ha habido una toma de contacto en Madrid.

—De todas maneras, tienes que ser consciente de que se crearía una organización juvenil muy poderosa, y eso nos viene bien.

—Y a los comunistas mucho más. Mira hijo, no debemos perder el tiempo en estás cosas, no en estos momentos. Ahora mismo, lo más importante es formalizar la unión de las izquierdas para las elecciones de febrero. Eso si es importante, no echaros en brazos de los comunistas, —paralelamente a las conversaciones entre las organizaciones juveniles, se había empezado a fraguar un entendimiento entre las fuerzas de izquierda con vistas a las elecciones generales de febrero del 36.

—Padre, no se trata de eso, te lo aseguro. Por hablar no pasa nada.

—Eres muy joven todavía, aunque tú te creas lo contrario. Cuándo los comunistas se sientan a “hablar” es porque ya tienen un plan. Dentro de unos meses me lo cuentas.

—No te lo tomes así, padre. Además, ya no soy un crío.

—Claro que no, pero cómo todos los jóvenes, piensas que los mayores no tenemos ni idea, que somos demasiado… conservadores; pero no es eso: nosotros somos cautelosos, y vosotros, demasiado idealistas.

—Pero padre…

—Yo viví la escisión del partido en los años veinte, y sé lo que pasó: tú no. Y fueron cosas muy feas. Te lo aseguro.

 

A finales del 35, La Atalaya salió definitivamente a subasta. Gracias a la “vista gorda” del comandante del puesto de la Guardia Civil, que dio instrucciones a los números que la custodiaban para que miraran hacia otro lado, Rafael y José, habían ido sacando muchos de los efectos personales, recuerdos y objetos de varias generaciones de la familia, incluso algún que otro mueble pequeño. Todo lo trasladaron a un pequeño cobertizo que les prestó Roberto Iribarren, el actual propietario de Villa Juanita, dónde, cómo ya he contado, estaba enterrada Servanda. Roberto era un buen amigo, y tenía interés en alguno de los lotes en que se había fragmentado La Atalaya para la subasta, y por eso, antes de hacer nada, considero que era mejor hablarlo con su amigo.

—No quiero hacer nada que te pueda molestar Rafael, te lo digo de verdad.

—Te lo repito, no me molesta. Somos conscientes de que La Atalaya se perdió hace muchos años: Servanda lo vio muy claro.

—Pero es que va a salir a «pelo puta». Sé muy bien que todo está organizado.

—Ya me lo imagino.

—Han organizado un chanchullo de narices, todos van a pujar con testaferros.

—¿Con testaferros? ¿Por qué? 

—No lo sé muy bien, pero creo que soy el único que voy al descubierto…

—No lo entiendo.

—Mira, solo es mi opinión, pero yo creo que es por tu puesto en la Casa del Pueblo: el ambiente se está enrareciendo y todos esos cabrones tienen miedo que lo que pueda pasar.

—¿En las elecciones? Que tontería.

—Lo sé, pero…

—¡Joder Roberto!, ¿cuándo me ha interesado a mí La Atalaya?

—Lo sé, lo sé…

—No voy a negar que me duele perderla: yo crecí allí, pero antes solo tenía interés por Servanda. Si mi padre la hubiera dejado, estoy seguro de que la habría sacado adelante.

—Yo también lo pienso, es una lastima que todo haya terminado de esta manera y la mala suerte de tu hermana con la traición de Edelmira. ¡Joder! Ya sabes que yo la apreciaba mucho.

—Lo sé, lo sé, pero ya no hay solución. Puja por los lotes que quieras, además, casi prefiero que los tenga un amigo.

—Gracias Rafael. Ahora quiero decirte otra cosa: lo que te he dicho antes no es broma, algo se está moviendo, y no me refiero solo a Andújar.

—Sé que la situación es jodida, pero no sé, no creo…

—Hazme caso, hay mucho temor a que si la alianza de izquierdas y republicanos se hace realidad, podáis ganar las próximas elecciones.

—Estoy seguro de que ganaremos.

—Y yo, y entre tú y yo: no lo van a aceptar. Por favor, Rafael: cúbrete las espaldas. 

—No te preocupes, te lo repito: no va a pasar nada.

—Hazme caso, cuándo esos cabrones abran la caja de los truenos, nadie va a poder cerrarla.

—Tendré cuidado, te lo prometo.

—Mira, te voy a ser sincero: si en febrero ganáis, ya lo estoy preparando todo para mandar a mi familia a Sevilla. Tengo una casa en el Arenal.

—¡Joder! Roberto no es necesario. Todo el mundo te conoce y sabe que nunca te has significado políticamente. Además, tienes muy buenas relaciones con los gremios agrarios.

—Lo sé, lo sé, pero cuándo los ánimos se disparan, todo el mundo es ciego: comienzan a salir los rencores y los ajustes de cuentas, y lo sabes.

—Estás exagerando; que no va a pasar nada.

—Hazme caso, se está hablando mucho entre la gente que importa, ya me entiendes. No van a permitir que toméis el control. 

—¿Y que van a hacer, dar otro golpe de estado cómo el de Primo de Rivera?

—No sé, pero estos son capaces. Te lo repito: tú ten cuidado.

—No te preocupes, lo tendré, pero exageras.

 

A partir de enero de 1.936 los acontecimientos se dispararon. El 15 de enero, se firmó el acuerdo entre los partidos de izquierda y republicanos para formar el Frente Popular. Una coalición que se presentaría a las elecciones generales del 16 de febrero. Cómo temía la derecha nacional y los oligarcas de Andújar, el Frente Popular arrasó en los comicios consiguiendo 256 escaños de un total de 473, 19 más de la mayoría absoluta. El éxito alcanzado, precipitó la fusión de las organizaciones juveniles, mientras el PSOE daba largas a la suya con el PCE. El 5 de abril se fundó definitivamente las Juventudes Socialistas Unificadas.

Una de las primeras medidas que tomó el nuevo gobierno, es la creación de comisiones gestoras que sustituirían provisionalmente a los ayuntamientos hasta que se pudiera convocar elecciones municipales. Las últimas fueron las de la proclamación de la República. El 6 de marzo, el gobernador civil de la provincia, disolvió el ayuntamiento de Andújar y nombró una comisión gestora con nombres de la Casa del Pueblo entre los que había compañeros afines a Rafael.

Culminada la unificación, las nuevas Juventudes Socialistas Unificadas de la provincia de Jaén, enviaron a Madrid a una nutrida delegación para participar en unos encuentros nacionales para aunar criterios de cara al futuro. Pese a la oposición de su madre, José formó parte de ella, y así en abril llegó a la capital de España. El impacto fue tremendo. Él conocía de sobra Jaén, y pensaba que era una ciudad moderna en comparación con Andújar, pero se dio cuenta de que no, de que no había comparación posible. Después de las reuniones, (algunas se hacían en un descampado en Argüelles dónde hoy se levanta el Corte Inglés de Princesa), se entretenía paseando por el centro de la capital. En ocasiones se bajaba hasta el Paseo del Prado dónde había un cine al aire libre. Allí, entre montañas de cáscaras de pipas, vio películas que nunca habrían sido proyectadas en Andújar, a causa del filtro “moral” que imponían los curas del pueblo capitaneados por don Fidel. También se dio cuenta de cómo la disparidad convivía entre la población sin problemas, lo mismo veía a mujeres con ropa moderna y faldas justo por debajo de la rodilla, que a otras con hábitos religiosos negros o morados por haber hecho alguna promesa a algún santo o virgen. A medio día se comía un bocadillo en cualquier sitio, pero por la noche, cenaba en una taberna situado al lado de la pensión, en el barrio de Lavapiés, dónde se alojaban parte de los delegados de otras provincias. Le gustaba conversar con ellos y seguir debatiendo con el acaloramiento que daba su juventud.

Terminados los trabajos políticos, la dirección de las JSU le ofreció formar parte de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) para lo que tendría que permanecer en Madrid, pero le pidieron la autorización de sus padres. Mandó un telegrama a su padre para que al día siguiente, a las siete de la tarde, estuviera en la cantina de la Casa del Pueblo para llamarle por teléfono.

—¿Qué tal estás hijo?

—Muy bien padre, muy bien.

—¿Te está gustando Madrid?

—Si, si, me encanta Madrid.

—Ya me lo imagino, ¿cuándo vas a regresar?, tu madre tiene ganas de verte, cómo te puedes imaginar.

—Lo sé, lo sé, por eso te llamo.

—Dime hijo, ¿qué pasa?

—Sabes que yo también tengo ganas de veros, pero es que me han ofrecido formar parte del MAOC.

—¿Eso son las milicias que se han formado para proteger a los dirigentes del PCE y del PSOE?

—Así es, padre. Pero necesito que me autorices. Si fuera para otra cosa no, pero para esto sí.

—Eso puede ser peligroso, y tu madre va a poner el grito en el cielo.

—Ya lo sé, por eso te llamo a ti padre.

—Anda que no tienes cara, quieres que toreé yo a tu madre.

—Hombre, la verdad…

—Ya, ya. ¿Y tus estudios, ya no quieres ser electricista?

—Claro que sí, pero hay que ser realistas padre: a las fechas que estamos no podré retomarla. Esto no creo que dure mucho, cuándo regrese después del verano, puedo seguir con ello.

—Mira hijo, no me parece bien que te embarques en una actividad que puede ser peligrosa, solo tienes diecisiete años.

—¡Ya no soy un niño padre!

—Ya lo sé hijo, ya lo sé.

—El ambiente esta ahora un poco tenso con el nuevo gobierno del pueblo, pero no durará. Todo se tranquilizara. No hay peligro, te lo aseguro, —en ese momento no imaginaba lo equivocado que estaba.

 

El MAOC se formó cómo respuesta a la acción de los grupos paramilitares falangistas que, desde la victoria del Frente Popular y un leve intento de golpe, operaban a sus anchas. En este ambiente crispado, que causo varios centenares de muertos por ambas partes, se llegó al mes de julio. A causa de su poco clara actitud en el intento de golpe, los principales jefes militares fueron depuestos y enviados a otros destinos: Franco a Canarias y Mola a Pamplona, entre otros muchos. El día 12, un grupo de falangistas o de tradicionalistas, no está muy claro, asesinaron en Madrid al teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo, adepto al partido socialista. En respuesta a este asesinato, un grupo de Guardias de Asalto y militantes socialistas, se vengaron en la persona del diputado derechista José Calvo Sotelo. El 17 de julio, el ejército de África comienza la sublevación en Melilla. Al día siguiente, lo hicieron el resto de provincias marroquíes y Canarias con el general Franco, y el 19, en Navarra, el general Mola y el ejército del norte.

Las noticias en Madrid eran confusas y poco claras, pero desde el primer momento el MAOC y las milicias socialistas se movilizaron. Discretamente, se controlaron los accesos a los acuartelamientos de Campamento, en el Paseo de Extremadura, y los de Carabanchel. El día 19, el presidente de la República, ordenó entregar armas al pueblo, principalmente a los afiliados de CNT y UGT. De esa manera se entregaron 65.000 fusiles, pero de ellos, solo 5.000 estaban completos: por motivos de seguridad, los cerrojos del resto estaban almacenados en el Cuartel de la Montaña, en el centro de la capital. El coronel Serra, al mando del acuartelamiento, se negó a cumplir la orden de entregarlos, y el edificio se vio rodeado por la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y las milicias armadas. Los defensores abrieron fuego con las ametralladoras sobre la multitud que tuvieron que replegarse. Al día siguiente comenzó el asalto, y a medio día, las milicias y las fuerzas de seguridad entraron en el acuartelamiento. En medio de una histeria colectiva, las milicias mataron a más de 200 oficiales. Solo 12 sobrevivieron al linchamiento y otros 14 fueron hechos prisioneros. Entre el resto de defensores, casi no hubo bajas.

José participó en el asalto, pero no estaba entre las fuerzas de primera línea. Desde el patio central del acuartelamiento, mientras unos compañeros sacaban las armas y los cerrojos, vio cómo un fornido miliciano, casi un gigante, uno a uno, levantaba a los oficiales detenidos y los arrojaba desde las galerías superiores mientras sus victimas chillaban de terror, y los milicianos le jaleaban. El resto de prisioneros, principalmente tropa, salvaron la vida por la intervención de la Guardia Civil.

Con la certeza de que el ejército se había alzado en armas, el presidente Giral licenció a todas las tropas y puso la defensa de la República en manos de las milicias populares. El MAOC se transformó en el 5.º Regimiento, y poco tiempo después en la 1.ª Brigada mixta, embrión de la primera gran unidad del ejército popular de la República: la 11.ª División a las ordenes de Enrique Lister.  Aprovechando su relación con las milicias de izquierdas, José se alistó falsificando la edad, aunque poco tiempo después la edad de reclutamiento bajo a los 17 años, en ese momento no era legal.

La guerra había comenzado, y José estaba inmerso en ella de manera irreversible.

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