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Aprendí a ser concubina. II

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Ama me llevó antes al mercado de esclavos que al de fruta. Uno era más seguro que el otro, decía. Fuimos varias veces pero no llegamos a comprar nada. Dilsa, Ama y yo. Las tres estábamos bien preñaditas. Las esclavas eran negras. Todas mujeres atractivas y desnudas, circuncidadas la mayoría, brillaban por el sudor bajo el sol. El Amo no buscaba chicas africanas porque muchas tenían VIH. El grupo de varones estaba sin castrar y desistimos. Así nos pasamos los lunes de abril, mayo y junio, en el mercado, intentando comprar una compañera nueva y chicos que nos protegiesen. Por fin reuní fuerza suficiente para proponer a Ama lo que llevaba tiempo pensando. – ¿Porqué no les damos la oportunidad de esta vida a mis dos hermanos?- Mauri que era mi hermano pequeño y Sonia.

Ama se lo estuvo pensando pero fue el emplearme a fondo con mi Amo, al que le encantaban las mujeres en cinta, lo que decantó la balanza. Como había tardado en llegar al harén un par de meses no sabía cuánto tardaríamos en volver. Doce horas en avión. Pensé mucho en cómo sería el reencuentro, lo que diría, cómo les abrazaría. Esperamos en la puerta de mi viejo hogar y después del instituto, dentro de una limusina alquilada en el aeropuerto.No recordaba a nadie, empecé a temerme que no estuviesen allí. Cuando salieron les señalé con el dedo a través de las ventanas tintadas. Ama les fotografió. Fuimos a comer bajo nuestros discretos pañuelos árabes. Mi ciudad ya no me gustaba. Solo deseaba volver a mis muros de adobe. Estuvimos todo el día de compras.

Cuando llegamos al avión no tardamos nada en desnudarnos. La ropa nos molestaba. Dormimos en el avión abrazadas como de costumbre. El negro que nos protegía había perdido toda la confianza en su situación y nos trataba como la seda. Le había cogido más cariño a su polla y a su cuello que a sus deseos sexuales. Por la mañana me di cuenta de que estábamos en el aire. Con cara de preocupación le pregunté a Ama. – ¿Por qué nos vamos sin mis hermanos?- Me sonrió y me invitó a que la acompañase a la bodega. Allí, desnudos, maniatados, y aterrorizados estaban con capuchas mis hermanos. Yo había pasado por eso. Casi les envidié por no poder vivirlo de nuevo. Nunca les había visto desnudos y encendí la luz. Eran muy jóvenes. Sonia me iba a sustituir en el baño, pensé. Tenía un cuerpo precioso pero aun tendría que ofrecer su vagina a las costumbres tradicionales. Un pequeño brillo en su coño delataba, quizás, que no se lo estaba pasando tan mal, después de todo. Mauri sin embargo estaba aterrado de corazón. Su pene, si menguaba más, le haría parecer una mujer. Me fijé sorprendida en que no tenía prepucio y sus testículos rosas nos gustaron a Ama y a mí. Le susurré a Ama –El pene tan pequeño de Mauri ¿le traerá inconvenientes?- Me contestó. –Si no es por el miedo nos traerá inconvenientes a nosotras-. En el más absoluto silencio me puse frente a mi hermano. De pronto miró en mi dirección a través de la capucha y sufrió una erección espontanea. Mi coño siempre mojado, y ahora embarazado, podía olerse a cierta distancia. Sonreí. Una polla pequeña pero dispuesta. Pasamos el resto del vuelo frotándonos contra los sillones pensando que la una no se daba cuenta de lo que hacía la otra. Tan mojada como el mar que sobrevolábamos le pedí al negro que me follase. Él se puso lívido, se arrodilló y me dijo. -Por favor mi señora, no.- A Ama parecía divertirle la situación. Yo le sugerí tiernamente que debía complacerme, pero que no se podía correr para no manchar al hijito de nuestro Amo. El negro perturbado asintió e hizo todo lo posible por no correrse durante dos horas. Yo, al final, agotada desistí. El negro no conseguiría darme una buena corrida. Le aparte con comprensión. –Lo siento cielo, no eres lo suficiente hombre-. Se arrodilló dolido delante de Ama que le abrazó y consoló como si fuese un niño. Abrazándola, solo alcanzó a restregar su miembro contra la pierna de Ama. Ama le pisó la polla con suavidad y puso en su regazo la cara del negro que empezó a mancharse de flujo. A mí me dio pena el negro, le acaricié la cabeza y me fui a desayunar. Ama al rato se me unió.

-Cielo, ¿por qué no empezamos a educar a tu hermana?- No sabía que quería proponer Ama. Me guiñó un ojo. La acompañé. Se dirigió al negro. –Baja a la bodega. Dile a la chiquita que ahora tú eres su dueño. Dile “Yo, tu señor” y la enseñas a que te haga una paja- El negro asustado, suplicó que no le pidiese eso, pero Ama se mostró muy intransigente. Yo cachonda por la idea le tranquilicé y le anime a que fuese delicado con mi hermana. Me arrodille y le empecé a hacer una buena mamada para que su excitación le nublase la razón. El negro bajó, le sustituyó la capucha por una venda. Bajamos a mirar. El negro la dijo al oído “Yo, tu señor” y ella tembló. Mi hermanito dormía. La abrió el culo y empezó a lamerlo mientras el negro se tocaba. Mi hermana, arrodillada, aunque ni una gota de la saliva del negro la toco el coño estaba tan mojada como una mujer. Su ojete empezó a abrirse y cerrarse. El cuerpo de mi hermana sabía lo que quería. Finalmente el negro condujo la mano derecha de mi hermana a su polla y le enseñó a masturbarle. En poco tiempo echó un tremendo chorro que mi hermana evitó y calló sobre mi hermano despertándole. El negro tumbó a mi hermana desnuda y cachonda sobre mi hermano empapado en semen. Se abrazaron y durmieron. Nosotras nos acurrucamos en un sofá besándonos. El negro se acurrucó a nuestros pies por si le caía alguna sobra más. Le pregunté. –Negro, de quien eres hijo-. No conozco a mi padre señora. -¿Quién es tu madre en el harén?- Me miró orgulloso. –Ama Sara- Con la planta del píe, Ama, le acarició la cara. El negro se empalmó al momento.

Por la tarde aterrizamos. Una furgoneta nos esperaba y discretamente nos metimos dentro. Mis dos hermanos atados y en silencio, con sus capuchas, fueron engrilletados a las paredes. Nosotras vestidas de calle, con una especie de manta negra que nos cubría completamente, nos sentamos alejadas de ambos. Tres horas más tarde llegamos al harén, mi pequeño paraíso. A mi hermana le quitamos la capucha y se me quedó mirando atónita con los ojos llenos de lágrimas. La cubrimos con la manta femenina. Mi hermano se quedó desnudo ya que ninguna limitación había para su cuerpo. Bajamos al patio y la furgoneta se fue. Mi hermano se encontraba tenso pero su pene alcanzó un tamaño normal. Su cuerpo estaba musculado y era excitante verle. Aunque no me hacía idea de cómo, ese muchachito, podía sacrificarse llegado el caso, por salvar a sus nuevas madres. El negro condujo a mi hermano al corral. Nosotras entramos en casa y la comitiva fue espectacular. Los chillidos de los chiquillos al vernos y las mujeres que nos habían echado de menos con sinceridad. Desvestimos a mi hermana que empezó a tranquilizarse entre tanto abrazo y beso. Las mujeres completamente desnudas perfumaban el aire con el olor de su sudor, sus culos y coños. Ama y yo nos quitamos la ropa. Sonia, al verme, me abrazó con tanta fuerza y tanta ansiedad que exprimió un poco de mi leche y manó de mis pezones. Lloraba. Las mujeres reían para calmarla. Algunas fueron a los baños para prepararla. Yo discretamente miré al corral. Mi hermanito estaba  temblando de miedo. Le pregunté a Ama si podía entrar. –No. Es un chico demasiado mayor. Durante algún tiempo tendrá que vivir fuera.- Eso me asustó ya que por la noche hacía frío de verdad, nosotras lo aguantábamos muy bien al ser tantas en tan poco espacio. Sin la capucha mi hermano miraba el infinito lloroso. Salí con mi ropa y me puse delante de él. No me reconocía. Le acaricié el pelito. Con un pie descalzo le toqué los testículos. Él estaba demasiado acongojado como para rechistar. Sabía muy bien por qué no podía estar con las mujeres siendo tan mayor.

Por miedo a que hubiese problemas mi hermana durmió con nosotras desde la primera noche. A nuestros pies rodeada de mocosos. Que ricura de niña. Mi hermana había perdido su pudor rápidamente. Estaba completamente pegada a nuestros hijos para darles y darse calor. Alguno instintivamente empezó a succionar de sus pezones. Mi hermana pequeña consintió y durmió toda la noche siendo succionada. Sus pezones como cerezas no pararon de tranquilizar a los niños y cuando salí de la habitación, por la mañana, tenía el culo y la entrepierna completamente mojada. Sería una gran madre. Miré al patio y vi al negro abrazando a mi hermano. Estaban sentados. Entonces reparé en los movimientos rítmicos. El negro, desde atrás le había metido su polla hasta el fondo. Le besaba una oreja y mi hermanito, asustado, consentía sin rechistar. Debía llevar un rato fallándole y aun estuvo un rato más. Salí al patio con la manta. Allí estaban. Mi hermano, al verme, cerró las piernas, pero como eso impedía que el negro siguiese violándole, bruscamente vio, como no le quedaba más remedio que abrirlas. Me acerqué. El benjamín no me reconocía. Acaricié al negro en señal de aprobación. Me acuclillé y agarré las pelotas rosas de mi hermano. Eran bonitas. No me entraban en una sola mano. Tenía el pene a medio levantar. Me erguí y pise con cariño sus pelotas. Al separarlas un poco de su pene obtendría más placer. Le ordené. –Mastúrbate Mauri, disfruta de un momento tan especial- Mauri que no entendía porque hablaba español ni porqué sabía su nombre. Empezó a masturbarse. Me metí en la casa. Mi hermana estaba abroncando en silencio a uno de los niños. La cogí de un codo y fuimos al baño. –¿porqué le reñías?-. Contestó.- Porque me ha meado entera por la noche.- La reñí severamente. Ella no podía hacer eso. Le expliqué porque el castigo de los pequeños si hacían algo mal era ser ignorados. Que ahora ella era su madre y debía amarles como a nada. Ella me miro avergonzada y se disculpó. La enseñé a hacer el baño y la ayudé toda la mañana a que ayudase a cagar a las demás. Era su primera vez, no estaba acostumbrada y lo pasó muy mal. Pero el flujo que hacía brillar su coño no desaparecía nunca.

En el reparto de tareas nos pusimos a limpiar los suelos con un trapo. Para tardar poco lo hacíamos entre cuatro mujeres. A cuatro patas, con su delgadez, rasurada como estaría siempre, se veía su culo y su coño a simple vista. Me acerqué un poco para que no se notase y olí su culo y su coño. No era necesario estar pegada precisamente. Se olía a cierta distancia por lo cachonda que estaba. De siete mujeres, estábamos preñadas, cuatro. La más pequeña de las cuatro, que estaba de unos cinco meses, también limpiaba. Se puso a mi vera y nos reímos. Como mi hermana no entendía se rió tontamente y me preguntó. –Dicen, hermanita, que tienes que decidir si ser una concubina o un eunuco. Porque tu clítoris es tan grande como una polla- Ella se avergonzó. Yo viendo que nos habíamos pasado la ayudé a ir al dormitorio donde se puso a limpiar el cuarto. Al rato le dio de mamar a los críos aburridos que estaban por allí. Cogí uno de ellos y le puse sobre el vientre plano de mi hermana. Siempre me sorprendía como los gordos testículos de nuestros hijos no se hacían daño contra nosotras. Él mamó.

Miré al patio. El negro llevaba follándose a mi hermano toda la mañana. A estas alturas, mi hermano, se había corrido varias veces.  Ama estaba al lado de ellos. Me acerqué y me dijo en español. –Amo dice que tu hermano no vale como semental. Mejor castrarlo.- La contesté. –Pero con una pollita como esa apenas nos dará placer.- Ella asintió. –Mejor no correrse que tener hijos sin polla.-Éramos injustas ya que la polla de mi hermano alcanzaba sin dificultad trece centímetros, lo normal. Además sin testículos parecería más grande. O simplemente había que dejarle crecer más. Esta conversación en español capturó la atención de mi hermano. Nos metimos en la casa. Decía Ama. –Convencerle para castrarle será fácil, ya verás. Cuando entienda que para poder dormir con nosotras no puede tener testículos tendremos que explicarle por qué debe esperar al médico. Reímos. Desayunamos. Dilsa, Ama y yo salimos a donde estaba encadenado mi hermano. Las tres embarazadas pero tapadas. Le desatamos, le quitamos la capucha. Tenía tanto miedo que estaba indefenso. Le ayudamos a entrar en la casa. Nos quitamos la ropa y nos vio denudas. Empezó a empalmarse antes nuestros hermosos cuerpos embarazados y de pronto me reconoció. Completamente rojo de vergüenza se tapó. Nosotras reímos y le abrazamos. Que guapo estaba. Le condujimos al baño donde le lavamos. Allí le esperaba nuestra hermana que se lavaba las manos. Se abrazaron pero inmediatamente ella se fue a acuclillar al baño. Yo que lo estaba deseando empecé a limpiarle el culo, los huevos y su polla. –Hermano, ¿por qué estas circuncidado?- El, otra vez erecto por mi masaje, contestó.-Tenía fimosis.- le contesté. –Jo, qué mala suerte has tenido con tu polla. Si por lo menos tuvieses unos huevos menos gordos-. Él se avergonzó aún más y mi hermanita desde el wáter se rió un poquito. Le depilamos completamente y sin querer le hicimos algún corte en los testículos con la cuchilla. No le dolió pero luego le picaba bastante. Argumentamos que los huevos eran difíciles de rasurar. Le bañamos. Ama procuró que el pobre chaval tuviese la polla a punto de estallar todo el rato. Después le condujimos a que hiciese aguas mayores. Nuestra hermana le ayudó muy bien. Ella aprendía rápido. Mi hermano no perdió la erección ni en ese momento. Le mantuvimos cachondo todo el día pero por la noche ordenamos al negro que al engrilletarle le atase las manos a la espalda para que no se pudiese pajear.

Cuando íbamos a dormir uno de los niños dijo –Pipi- y Ama por no ir al baño con él, le enseñó a orinar en la boca de mi hermana, que accedió presta. Comenzó a amamantar a dos pequeños y una de las madres depositó a su hijo en el regazo de mi hermana, poniendo su cabeza en todo el coño de esta. Y gritó –Toma hijo, seguro que de ese pezón también sale leche- Rieron como si hubiesen bebido, pero mi hermana, viendo que su esfuerzo no era considerado lloró. La mujer que le había hecho la jugarreta se arrepintió en el acto. Alguna lágrima le calló del rostro y la abrazó hasta que se quedaron dormidas. Al día siguiente, el negro, se llevó a mi hermano a que aprendiese a cuidar del huerto. Nosotras hicimos las labores de la casa. Cuando entré en la sala donde las mantas del suelo sugerían que era el dormitorio, vi como mi hermana y Ama se exploraban mutua mente. Ambas, una enfrente de la otra, hablaban de sus coños. Yo me senté con naturalidad a amamantar al resto de pequeños. Mis pechos y los de Ama ya producían leche y era precioso y excitante alimentar a los niños. Mi hermana me miró atónica. –Ama dice que ninguna tiene clítoris ni labios en el coño.- Yo orgullosa me puse a la distancia suficiente como para que pudiese oler mi maravilloso coño. Y me abrí bien de piernas. Mi coño perfecto estaba circuncidado. La dije. –Para ser mujer tu coño tiene que ser así. Si no te pierdes lo mejor. Además se pare sin dificultad.- Mi coño incapaz de contener ningún flujo hacía que brillase mi entre pierna con la luz tenue. Ella dijo que se corría muchas veces y que no podía sacrificarlo por parir mejor. Nosotras respetábamos su decisión. La besamos. Ama añadió. -Si no quieres operarte no pasa nada. Yo no quise al principio, pero tendrán que juntarte los labios, no te preocupes no duele y se puede revertir- Cuando el médico vino a examinar nuestra gestación también cosió a Sonia. Lo único que la dolió fue el pinchazo de la anestesia en su dulcísimo coño. Lo que Ama no le dijo es que coserla los labios escondía bajo la piel de su prepucio su clítoris y el orificio de su coño quedó tan cerrado que nada podía entrar. Como había sido su decisión la soportó con orgullo. Ahora su coño era un agujerito pegado a un culo riquísimo. El médico preguntó. –¿Cuándo vais a castrar a su hermano?, esto está muy lejos y me apetece aprovechar el viaje- Sara se sobre cogió. Le contestamos que aún no estaba preparado. Un rato más tarde le explicamos a Sara que nuestro hermano iba a ser nuestro cuidador, y que para ello, para no dejarnos preñadas, tenían que caparle. Pero aún no estaba lo suficientemente motivado. Eso era un problema porque o terminaba accediendo o habría que tomar alguna decisión más tajante. No podía volver a occidente sin amarnos, como nosotras le amábamos a él. Mi hermana quedó convencida.

A lo largo de los tres meses siguientes nosotras vimos crecer nuestra preñez. Éramos diosas de la fertilidad. Diosas cachondas. Los niños estaban muy felices de mamar de nuestras tetas con pezones enormes. Nuestros coños hinchados rezumaban flujo y el olor en la casa era dulce como un útero. Sara lo pasaba muy mal por no poder satisfacerse nunca. Por las noches amo siempre se follaba a alguna hasta dejarla exhausta lo que ponía cachondísimos sobretodo a mi hermano que llevaba sin tocarse cuatro meses y mi hermana que a efectos prácticos no tenía coño. Mi hermanito tenía una piel curtida en el sol y el frio del desierto. Empezaba a parecer un macho y había crecido un poco. La noche en que Ama parió fue la más feliz de mi vida. Nos dio tiempo a ir al baño y entre todas la ayudamos. Fue un niño precioso. Ama le beso pero dijo. Ojala hubiese sido una hermana nuestra. Al día siguiente Amo vino a por él y se le llevó. Nosotras aturdidas le lloramos. Los pechos de Ama, desconsolados, amamantaron a toda la camada. Su hijo había sido reconocido como uno de los herederos de Amo.

Amo, a la noche siguiente, durmió en el Harén para consolarnos de la perdida. Nos montó a todas. Con una envidia que casi era locura mi hermana nos vio follar hasta el orgasmo una tras otra. Los niños atónitos hacían como si no pasase nada. Cuando llegó mi turno estaba empapada, creo que de mi propio flujo, empezó a embestirme y me dijo. –Hay que tomar una decisión ya con tu hermano.- Entonces Sara intervino y le dijo. –Amo. Déjeme convencerle a mí. Y aprovechar el viaje para que me circunciden a mí también.- Todas estábamos pletóricas por su decisión. La abrazamos. Amo la premió corriéndose en sus puntos mientras la besaba. La alegría no nos permitió ver la tragedia que se avecinaba.

Cuando terminamos de lavarnos por la mañana Sara esperó a los hombres. Mi hermano, permanentemente empalmado fue a cagar. Yo me quedé para observar. Mi hermanita a la que sacaba tres años comenzó a lamerle los huevos y succionárselos. Mi hermano atónito se lo permitió. Después comenzó a masturbarle. Con una precisión de cirujano paró justo antes de que se corriese. Le miró y dijo. –Lo siento mi amor, amo no deja que te corras, pero me das tanta pena que eso no impide que te satisfaga hasta donde pueda.- Le tuvo así una semana, el último día mi hermano la pidió, al oído de mi hermana, que le castrasen.

El medico llegó a la semana siguiente. Yo estaba preocupada por si el tontorrón de mi hermano cambiaba de idea, pero sus huevos rojos no le permitían pensar mucho. La operación fue breve. Casi todo el escroto y los testículos de mi hermano terminaron en una bandeja. Ama los recogió y se los dio a Dilsa. Después, con anestesia, mi hermana se hizo mujer. Qué coño más bonito le quedó, no se parecía al mío. Iba a ser mucho mejor cuando cicatrizase. Al día siguiente mientras mi hermano descansaba nosotras fuimos a desayunar. Nos acompañó Sara que mejoraba rápidamente. Dilsa había cocinado los testículos gruesos y llenos de esperma de mi hermano, que se habían ido llenando a lo largo de meses de abstinencia. Todas comimos con placer incluso Sara que era plenamente consciente de lo que probábamos, comió con gusto. Todas estábamos mojadas, mucho más calientes desde que nos faltaban dos eunucos. Permitieron que mi hermano durmiese con nosotras el tiempo que tardó en recuperarse. Ciertamente tenía corazón de mujer. Mi hermana se recuperó mucho antes y cualquier día, una polla de verdad, la haría feliz buscando en su interior. Mi hermano dormía abrazado tiernamente a Dilsa. Estaba enamorado de aquella mujer. Y ella le correspondía cuidándole la cicatriz y dejándole frotarse contra ella. Ciertamente la pollita juvenil de mi hermano parecía más grande ahora que no tenía huevos. Así paso un mes. Dilsa y yo estábamos en el baño cuando, casi a la vez, nos pusimos de parto. Fue precioso aunque estuve todo el rato pensando que no lo aguantaría la circuncisión permitió abrir mi coño sin problema. Parimos como perras. Les limpiamos y amamantamos inmediatamente. Cansadas dormimos. Había sido madre de una niña preciosa y Dilsa también. No perdimos tiempo en intercambiarnos los bebes besándonos. Ama nos abrazó. Yo no pero Dilsa tenía cara de llevar un buen tiempo corriéndose. Mi hermano y mi hermana felices nos abrazaron. Mauri besó en la mejilla a Dilsa y comenzó a empalmarse. Dilsa se tumbó de lado para que mi hermano, que sin huevos seguía siendo virgen, acurrucase su polla en el culo de una de las mujeres que yo más amaba. Comimos, trabajamos, follamos y dormimos todo el año. Fue una gozada. Siempre cachondas y mi hermano, completamente empalmado, rogando por migajas de sexo, creo que no llegó a penetrar a ninguna mujer completamente, pobre. Fue maravilloso. Mi hermanita, más cachonda que una perra follaba siempre que podía pero el objeto de los cojones de nuestro Amo, preñarnos, se le escapaba. El olor de la casa debía ser el mismo que el del cielo. Entonces se desencadenó la tormenta.

Una noche Ama, yo, y mi hermana éramos folladas por el Amo. Teníamos agarrada a mi hermana de los tobillos e intentábamos que le entrase bien la polla del Amo. Él embestía a la cría mientras se corría como una verdadera puta. Sus gordos cojones la azotaban el culo. El Amo llevaba intentando preñarla tiempo. Ella la tercera vez que se corrió empezó a gritar. –Préñame, quiero darte hijos. Solo soy tu coño- Pero Amo seguía sin correrse con la idea de que si el orgasmo era tremendo, la fecundación estaba asegurada. Se la folló toda la noche. Nosotras éramos un mar de flujo. Habíamos puesto todo perdido.  Mi hermanita estiraba los dedos de los pies con las rodillas a la altura de los pechos. Teníamos todas el coño tan abierto como si fuésemos a parir. Mi hermana era preciosa. Tan ruborizada y rubita como era. En el último orgasmo, después de cinco horas corriéndose se le abrió tanto el ojo del culo que se cagó. Casi desmallada vio como Amo le echaba un chorro, dentro, imponente a juzgar por los espasmos de sus cojones.  Nosotras, jodidas de ver follar pero no corrernos fuimos a la otra casa, mientras los amantes dormían abrazados. En el patio nos cruzamos con mi hermano que estaba muy feliz. Su pene estaba muy mojado. Me abrazó. Junté mis caderas hacia las suyas. Cualquier roce me iría bien. Le bese en los labios fraternalmente. Él no lo sabía pero otra vez sus huevos habían tocado mis labios. Me dijo. –Lo siento no puedes follarme hermana, estoy cansado de mojar.- Irritada le deje marchar. Entramos en la habitación y estaba Dilsa con los niños. Muy seria. Nos miró y dijo. Tu hermano me ha penetrado el culo sin mi permiso. Me ha violado. Era imposible pero me puse roja de ira. Ama hizo lo mismo. La abrazamos tristes. Llore con mis hermanas. Ama dijo entre sollozos. –Ese crimen no tiene perdón-. Salí de la casa y hable con mi hermano. –Quiero follarte ahora. Vamos delante.- Allí se tumbó de espaldas como le ordené. Usé los grilletes del suelo para atarle en aspa. El empezó a empalmarse. Le amordacé y finalmente con una cuerda estiré su pene y lo dejé tenso. Acompañé a Ama a la casa del Amo. Ella fue a su despacho y yo esperé fuera. En la distancia muy bajo oí la conversación. –Señor, Dilsa acusa al nuevo de violarla- El amo despreocupado respondió. –Administra justicia como quieras- Al salir llevaba una caja marrón y me la dio. El Amo dice que hay que ser lo más severos posibles. En el patio mi hermano estaba asustado. Dilsa esperaba desnuda bajo el toldo echado. La ofrecí la caja y la dije –Dilsa, te amo, haz justicia- Me arrodillé al lado de mi hermano. Le puse su cabeza en mi regazo para que oliese mi coño que tanto le tranquilizaba. Dilsa apoyó la hoja en la base de su pene y piso ligeramente. Su polla quedo cortada. Mi hermano lloraba. Después condujo la hoja a su nuca y apretando, sin mucho esfuerzo la cortó. La cabeza de mi hermano quedó inerte entre mis piernas con su nariz en mi coño. La sangre caliente nos manchó. Cogí su pene y con Dilsa le cocinamos. Solo lo comimos las dos porque no daba para más. El negro se deshizo del cuerpo. Mi hermana con el coño lleno de semen preguntó por su hermano. Solo le dijimos que se había ido. Dilsa y yo nos abrazamos, llorábamos y le di las gracias por matar a mi hermano. Estábamos cachondas. Sin poder masturbarnos dimos de mamar a nuestros hijos. Nos besamos y nos acurrucamos entre las mantas y entre nuestros hijos.

 

CONTINUARÁ...

 

 

Espero que os haya gustado. Si no es así lo siento. Como son tiempos estúpidos me veo obligada a decir lo evidente. Este relato es una ficción y está escrito para ponerte cachonda/o, ni el relato ni yo misma defendemos los secuestros, las violaciones, los harenes, asesinatos, ejecuciones, incesto, estupro, canibalismo, ni amputaciones de ninguna forma.

Un saludo.

 

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