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Mi tía me deslechó

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A la edad de 20 años me encontraba estudiando mi carrera universitaria. Casi a final de ese curso mis padres fueron destinados por la empresa  en la que trabajan a Alemania durante dos años. Yo soy hijo único y mis progenitores no querían que mis estudios se vieran perjudicados por su traslado. Yo debía, por tanto, seguir viviendo en España para continuar mis estudios. A mis padres se les planteó entonces una doble posibilidad: o que me quedara en nuestro piso, solo, o que me marchase a vivir durante ese tiempo a casa de mi tía Berta, que residía en la misma ciudad que nosotros. La diferencia era que en casa de mi tía estaría más controlado y atendido que si vivía solo. Esto fue lo que hizo que mis padres se decantaran por que me quedase con mi tía.

A principios de mayo mis progenitores se marcharon a Alemania, con la promesa de llamar con frecuencia y de regresar a España unos días durante las vacaciones de Navidades.  Desde el mismo día de su partida me instalé en casa de mi tía Berta. Ella tenía 43 años, estaba soltera y era empresaria. Su estatus social y económico era bueno y vivía en una zona de familias acomodadas. Le gustaba cuidarse y aparentaba algunos años menos de los que en realidad tenía. Era morena, con el pelo largo, labios carnosos, con el cuerpo esbelto y medía 1.70 m aproximadamente. Sus pechos eran de tamaño mediano y tenía un culo bien puesto, prieto y respingón. 

Su casa tenía tres habitaciones, una cocina, un cuarto de baño, un salón y un jardín coqueto. Mi tía me cedió una de las habitaciones que estaban libres y me dijo que me sintiera y me comportara como si estuviese en mi propia casa. Incluso me invitó a tomar el sol en el jardín cuando me apeteciera, al igual que solía hacer ella casi a diario, especialmente a partir de la época en la que estábamos y durante todo el periodo estival. La verdad es que tardé poco tiempo en adaptarme a mi nuevo hogar temporal, gracias a la amabilidad y cariño que me ofrecía siempre mi tía. 

Mis clases en la facultad eran por las mañanas y por las tardes tenía que dedicar bastante tiempo a estudiar para los exámenes finales del curso. Mi tía Berta acudía a su trabajo en su propia empresa también por las mañanas y las tardes las reservaba para su tiempo libre. Los primeros días transcurrieron rápidos y sin ningún tipo de contratiempos. Pero al décimo día me tocó vivir algo que jamás podré olvidar.

Serían sobre las 17.30 cuando me encontraba en mi habitación estudiando. Sonó el teléfono fijo del salón y como mi tía no lo cogía acudí presto a atender la llamada: era Mariló, una amiga de mi tía, que preguntaba por ella. Yo hacía poco que me había despertado de la siesta y me había puesto a estudiar sin saber si mi tía se encontraba en casa o había salido. La llamé en voz alta varias veces, pero no contestaba. Salí entonces a mirar si se encontraba en el jardín y allí me la encontré en una situación que resultó incómoda para mí: estaba tumbada sobre una de las hamacas que había en el jardín para tomar el sol y sólo tenía puesta la braguita negra del bikini. Por arriba estaba en topless. Era el primer día que veía a mi tía tomar el sol desde que estaba en su casa y lo que menos esperaba era encontrármela recibiendo los rayos solares de aquella manera. Me quedé un poco cortado y no sabía si acercarme y avisarla de la llamada que tenía o irme de allí antes de que me viese, para no molestarla. Me decidí por lo primero y, aproximándome un poco, le dije con voz algo nerviosa:

- Tita, te llama tu amiga Mariló.

- ¡Ay! Gracias, David- me dijo.

Se levantó de la tumbona y de una manera aparentemente natural para ella se dirigió al salón sólo tapada por la parte inferior del bikini. La dejé hablando por teléfono con su amiga y me encaminé hacia mi habitación para retomar el estudio. Pero ya no pude concentrarme: era incapaz de quitarme de la mente la imagen de Berta con los senos al aire, dos tetas firmes, redondas y con las aureolas y los pezones de color marrón oscuro. Casi una hora más tarde mi tía entró en mi habitación para decirme que iba a salir de compras con su amiga Mariló y que estaría de vuelta antes de la hora de cenar. Seguía comportándose con plena naturalidad sin darle importancia a que yo la hubiese visto tomando el sol en topless. Antes de salir me dijo:

- Está muy bien que te apliques y que estudies, pero deberías buscar un ratito para relajarte. A ver si un día te decides y me acompañas mientras tomo el sol en el jardín. A ti también te vendrá bien para ponerte morenito y recargar la pilas.

Me acarició el pelo de forma cariñosa y se marchó de la habitación con un “hasta luego”. Lo que no sé si se imaginaba mi tía Berta era lo dura que me había dejado la polla: el hecho de verle los senos a mi propia tía me había excitado sobremanera. Pese a que me sentía “sucio” por estar así a causa de mi tía, no lo pude evitar: me levanté de la mesa de estudio y me dirigí a la lavadora. Estaba parada y en su interior había varias prendas sucias y entre ellas la braguita del bikini que Berta se acababa de quitar hacía un rato. La saqué de la lavadora y olí profundamente la zona de la entrepierna de la prenda: aunque no llegaba a ser un olor muy intenso, supongo que por el breve tiempo que Berta la había tenido puesta, sí que desprendía un aroma excitante del sexo de mi tía, un aroma en el que se mezclaba también cierto olor a orín.  Con la braguita en la mano me dirigí hacia el baño, me quité el pantalón y el slip y me puse la braga. Con ella puesta empecé a masturbarme, recordando los senos de mi tía. Me agitaba la verga cada vez más deprisa, provocando que mis testículos empezaran a hincharse y a dolerme. Mi líquido preseminal ya había manchado la zona delantera de la braguita y decidí bajar un poco el ritmo de mi manoseo, pues no quería correrme tan rápido. Dejé que mi polla bajara un poco de su erección y se pusiera blanda de nuevo. Cuando recuperó su estado normal, volví a empezar a magreármela y fue adquiriendo otra vez su máximo grosor y dureza. Tras dos minutos más de trabajo manual, sentí un espasmo en el abdomen, un fuerte pinchazo en los testículos y a continuación cómo a través de mi polla por el glande salía a borbotones el semen. La parte delantera de la prenda negra de mi tía quedó completamente empapada y pringosa por el viscoso líquido blancuzco que yo había soltado. La sensación de gusto que me quedó hizo que me quedase parado por unos instantes, antes de darme cuenta de que tenía que hacer algo para que mi tía no se diera cuenta de lo ocurrido. Entonces me quité la braguita sucia y la volví a meter en la lavadora junto con toda mi ropa que llevaba puesta esa tarde. Puse la máquina en funcionamiento y lavé todas las prendas. Tras ducharme y descansar un rato, tendí la ropa ya limpia. Logré evitar así que Berta notara lo sucedido. Cuando regresó a casa y vio que había puesto la lavadora y que había tendido la ropa, hasta me dio las gracias por la ayuda en las labores del hogar. 

 

A la mañana siguiente no tenía clases, pues era sábado. Tras desayunar y estudiar un buen rato, decidí aparcar los libros hasta el lunes y tomarme el resto del fin de semana de descanso. Salí a dar una vuelta a un centro comercial cercano a la casa. Quería ojear varios libros y ropa. Mi pensamiento era comprarme un par de bañadores, pues sólo me había llevado uno de la casa paterna y la verdad es que estaba ya algo pasado de moda. Ese mismo fin de semana quería acompañar a mi tía tomando el sol, como ella me había ofrecido, y hacerlo en adelante siempre que pudiera y tuviese tiempo. Tras pasar por la sección de librería y música, me encaminé hacia la parte textil del establecimiento. En la zona dedicada a las prendas de baño estuve mirando distintos modelos de bañadores, hasta que di con varios de tipo bóxer, que se ciñen al cuerpo como una segunda piel. Me acordé de mi tía tomando el sol en topless y de la naturalidad con la que había actuado posteriormente y pensé que yo también podía tomar el sol de manera un tanto sexy, para ver cómo era la reacción de Berta. 

Elegí dos bañadores ajustados, uno negro y otro rojo y de una talla menos a la que uso habitualmente, pues deseaba que se me marcase bien el paquete para estar lo más provocativo posible ante mi tía. Tras pagar la compra regresé al domicilio con el fin de ayudar a Berta a terminar de preparar el almuerzo. Después de comer y de recoger la cocina, le pregunté:

- Tita, ¿puedo tomar dentro de un rato el sol en el jardín?

- ¡Pues claro que sí, hombre! ¿No te lo dejé claro ayer?- me respondió. 

- Gracias. Voy a cambiarme y estaré una horita más o menos al sol.- le comenté.

- Pues mira, te voy a hacer compañía. Me cambio yo también en un momento y tomamos el sol juntos, ¿te parece?- me indicó.

- Ahora nos vemos entonces en el jardín- dije antes de marcharme a mi habitación.

Tenía el corazón acelerado, pensando en la posibilidad de que mi tía volviera a estar en topless delante de mí, pero no quería hacerme muchas ilusiones. A lo mejor hoy era más prudente y decidía ponerse el bikini completo. Me desnudé por completo y cogí el bañador rojo que había comprado por la mañana. Le quité la etiqueta con el precio y me lo puse. Me quedaba tal y como yo deseaba: más ajustado de lo normal y marcando todo mi bulto. La silueta de mi verga se adivinaba perfectamente bajo aquella ceñida prenda. Cogí una toalla para extenderla en la hamaca y unas chanclas y sin nada más dirigí mis pasos hacia el jardín. Una vez allí coloqué la toalla sobre una de las hamacas, me tumbé y cerré los ojos, mientras esperaba la llegada de mi tía. Pocos minutos después escuché los pasos de Berta entrando en la zona ajardinada. 

- ¿Qué, se está bien al sol, no?- me preguntó conforme entraba a mi espalda.

- La verdad es que sí- le respondí.

Cuando me giré un poco para mirarla, se despejaron todas mis dudas: venía con una toalla en una mano, un bote de crema solar en la otra y sólo llevaba puestas unas chanclas y la parte de debajo de un bikini blanco. Sus pechos estaban al descubierto y me quedó definitivamente claro que a mi tía no le importaba en absoluto tomar el sol en topless aunque estuviese yo presente. Ella colocó su toalla sobre la tumbona que estaba a mi derecha, se quitó las chanclas y se sentó en la hamaca. Una vez sentada, la sorprendí echándole un mirada furtiva a mi paquete. Al levantar la vista de él, nuestras miradas se cruzaron y se dio cuenta de que la había pillado mirando mi bulto. Entonces me preguntó:

- ¿Te has puesto protección solar?

- No me he puesto. Es que no tenía, tendré que comprarme un bote- respondí.

- Deja que te ponga de la mía, si no quieres achicharrarte. Date la vuelta, que empezaré por la espalda- me propuso.

Me tumbé bocabajo y ella comenzó a extender con suavidad la crema solar por mi cuello, hombros y espalda. Mientras sentía cómo sus manos recorrían todas esas partes de mi cuerpo, empecé a excitarme de forma rápida. Mi verga se puso dura y tiesa y la sentía aprisionada entre el bañador y la tumbona. Me percaté de algunos detalles del jardín que habían pasado desapercibidos para mí hasta ese instante: al menos desde las ventanas de las dos casas más próximas había visibilidad hacia nuestro jardín, por lo que seguro que esos vecinos habrían visto en más de una ocasión a Berta tomando el sol en topless. El jardín daba a la acera de la calle, motivo por el cual estaba cercado por una valla de rejilla metálica y recubierta de arbustos. Sin embargo, existían partes de la valla en las que el espesor de los arbustos no era el suficiente como para ocultar de las miradas de los posibles transeúntes lo que sucedía en el jardín. Era una calle tranquila, poco transitada, pero de vez en cuando pasaban algunos peatones por allí, por lo que estaba también seguro de que más de uno se habría deleitado desde fuera viendo los pechos de mi tía, aunque fuera brevemente. Todos esos pensamientos y conclusiones hicieron que mi excitación fuera en aumento. Mi tía tenía ahora sus manos en el comienzo de mis muslos y las deslizaba en sentido descendente extendiéndome la crema. 

- Bueno, pues esto ya está- pronunció, bajándome de la nube en la que me encontraba. Ponte un poco por el torso y por la cara y cuando termines me das a mí un poco de crema- me indicó.

Se echó bocabajo en su tumbona a la espera de que yo hiciera lo que me había comentado. Tras ponerme protección por la delantera de mi cuerpo, me arrodillé tembloroso junto a la tumbona donde descansaba mi tía: estaba a punto de tocar con mis manos el cuerpo semidesnudo de ella. Presioné por fin el bote de crema y deje caer una generosa cantidad sobre la espalda de Berta. A continuación la repartí poco a poco hasta llegar a la zona baja de su espalda. En ese momento mi tía se llevó la mano a la parte trasera de la braga del bikini, enterró la prenda en la raja de su culo y, dejando al descubierto casi la totalidad de sus glúteos, me pidió que le echase crema por ahí para que se pusieran morenitos.

- ¡A ver cuándo me acuerdo de comprarme un par de tangas!- exclamó, en alusión a la maniobra que había hecho con la braguita.

Fue entonces cuando empecé a creer que mi tía estaba jugando conmigo, calentándome. Obedecí sus órdenes y con delicadeza me puse a manosearle los glúteos mientras esparcía la crema. Mis dedos maliciosos se aproximaron entonces a la entrepierna de mi tía. Disimuladamente le rocé esa zona, después una segunda vez y, al ver que Berta no oponía ninguna resistencia, le palpé la vagina de forma descarada por encima de la braguita: mi tía estaba tan caliente o más que yo, pues tenía húmeda la braga, hasta el punto de que se le empezaba a transparentar su sexo. Ella se volvió y yo me puse en pie, mostrándole la enorme erección que tenía bajo mi ceñidísimo bañador. Sus manos agarraron mi prenda náutica y empezó a masajearme la polla sobre el bañador. Berta alternaba sus miradas hacia mi paquete y hacia mis ojos.: no quería perder detalle de mis gestos mientras me sobaba la verga. La mano de mi tía se sentía deliciosa y juguetona. Yo estaba deseando que me bajara la prenda para que me tocase directamente el pene y pareció leerme el pensamiento, porque instantes más tarde fue deslizándola por mis piernas hasta que cayó al suelo. Debió notarme cara de susto y de nerviosismo al dejarme completamente desnudo ante ella.

-Tranquilo, que tus padres no se van a enterar de esto. Relájate y disfruta- me calmó mi tía.

Mi polla empalmada estaba a escasos centímetros de ella y cuando me quise dar cuenta ya la tenía agarrada con su mano derecha. Me la acarició, me la agitó varias veces y con el glande ya al descubierto, se la metió entera en la boca. Estuvo así proporcionándome un grandísimo placer durante un par de minutos, empapándome mi miembro de saliva hasta que se detuvo y dejo salir mi pene de la boca. Entonces me dijo:

- Te la hubiese seguido mamando gustosamente hasta el final, pero eso será otro día. Hoy, por ser la primera vez, quiero que te corras en mi coño. Ya haré que me llenes la boca de leche en otra ocasión. Yo me quedé sorprendido ante estas palabras, pues no se trataba de un calentón momentáneo, sino que tenía intención de seguir practicando sexo conmigo otros días. 

- ¡Venga, fóllame de una vez. Tengo la vagina ardiendo y empapada, a punto de explotar!- exclamó.

Se quitó de un tirón la braguita blanca y me enseñó por primera vez su hermoso coño completamente depilado y con unos carnosos labios vaginales que chorreaban fluidos.

- ¡Túmbate en la hamaca!- me ordenó.

Obedecí y me eché en la tumbona. Ella, dándome la espalda, se sentó lentamente sobre mi verga hasta que ésta quedó por completo engullida por la vagina de mi tía. Berta se puso a cabalgar lentamente sobre mi miembro y progresivamente fue aumentando el ritmo. Llevé hacia delante mis brazos y con las manos agarré los senos de mi tía y comencé a presionar los pezones. Ella empezó a gemir e incrementó aún más el ritmo de su cuerpo sobre mi polla. Lo hacía ya a tal velocidad que el pene comenzó a dolerme y mis testículos no tardaron en darme un primer aviso de que pronto llegaría la corrida. Unos segundos más tarde mi tía dio un fuerte grito y de su coño salió una abundante cantidad de flujo. Ella seguía botando y botando sobre mí intercalando movimientos circulares con sus caderas que hacían que mi polla girara dentro de su coño. En uno de esos movimientos no pude aguantar más y en varias descargas consecutivas llené la vagina de Berta con mi leche caliente. Mi tía se quedó con mi miembro metido dentro hasta asegurarse de que había recogido hasta la última gota de mi esperma. Yo le solté entonces los pechos y ella se levantó, dejando que mi dolorida polla saliera de su sexo. Me besó en los labios y me preguntó:

- ¿Has disfrutado, cariño?

- Como nunca antes lo había hecho, tita- le respondí.

- Yo también he gozado con tu herramienta. Anda, vamos a darnos una ducha- añadió.

Abandonamos el jardín completamente desnudos y entramos en la casa para dirigirnos al cuarto de baño. Mientras nos duchábamos juntos, mi tía me dijo que aquello sólo había sido el comienzo y que me preparase para lo que estaba por venir durante mi estancia en su casa. 

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