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Mi hija y yo

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Lo que les voy a narrar sucedió hace unos meses. Desde entonces tanto la vida de mi hija, Elena, como la mía han cambiado bastante, pero dejen primero que les cuente como fue.

Mi nombre es Yolanda. Actualmente tengo 46 años, y los hechos de los que les quiero hablar sucedieron poco después de dar a luz a mi hijo Ben, de Benito. Él era un precioso bebé fruto de mi segundo matrimonio con Ramón.

Vivíamos los cuatro en una linda casita a las afueras de Londres. Ramón trabajaba en una gran multinacional y nos habíamos trasladado a vivir a la capital de la Nueva Europa hacía unos meses. Con nosotros y debido a la necesidad de mejorar su inglés había venido Elena, mi hija de 17 años fruto de un matrimonio que terminó demasiado pronto, o demasiado tarde según quiera verse.

Ramón viajaba durante toda la semana, y yo estaba pendiente todo el día de Ben, quien con sus pocos meses estaba ajeno completamente al silencio en el que yo me veía sumergida.

No hablaba absolutamente nada de inglés y además el clima nos estaba regalando unas semanas muy grises y frias por lo que apenas salíamos de casa. Mi vida social se reducía a charlar por la noche un poco con Elena. Me contaba a quien había conocido en su “High School”, con quien había charlado y discutíamos durante horas…

Quizás estaba muy nerviosa, tensa por la situación. La tremenda carga que el bebé me estaba suponiendo durante días sin descanso no era una ayuda sin duda. Elena debía decidir que carrera, si alguna, quería estudiar en la Universidad y cada día era un caos, una nueva propuesta, un paso adelante y tres atrás. A veces discutíamos hasta bien entrada la noche sin llegar a ninguna conclusión… Poco a poco nos íbamos distanciando y los días en los que Ramón estaba en casa las cosas no iban por mejor camino. Elena siempre se ha mantenido recelosa de mi marido, no entendiendo porqué nos casamos y decidimos tener a Ben.

Por eso me sorprendió enormemente cuando una noche, Elena entró en mi habitación. Acababa de terminar de dar el pecho al bebé y estaba recostada en la cama tratando de ver algo de televisión que pudiera entender…

–¿Puedo hablar contigo Mamá?–lo dijo desde la puerta, mirándome fijamente, casi sin pestañear. Llevaba puesto un camisón de los que permiten dar el pecho al niño sin problemas y mi primera reacción fue la de cubrirme un poco. Estaba totalmente repachingada, con las piernas entreabiertas, por lo que recompuse mi postura incorporándome sobre el cabecero.

–Cuéntame, preciosa, ¿qué te pasa? –le dije animándola a sentarse junto a mi en la cama. Bajé un poco más el volumen de la tele para no despertar al bebé. Estaba claro que acababa de salir de la cama pues sólo vestía unas braguitas y una ceñida camiseta de tirantes blanca en la que se dibujaba el relieve de sus blancos pezones sobre sus pequeños pechos.

–Verás, mamí, sé que no me he portado bien últimamente. Estoy muy nerviosa, tu estás también muy nerviosa y la verdad, no se porque tenemos que vivir aquí en Londres.

–Ya sabes que Ramón tiene que trabajar aquí, al menos durante unos años, y estabas de acuerdo en que te vendría muy bien hablar inglés. Ya lo sabes… –En ese momento noté que Elena miraba mi pecho. Sentía un poco de humedad pero no me había preocupado. Miré hacia abajo y me dí cuenta de que la violenta recomposición de postura había hecho que mi pecho derecho dejara salir un poquito de la leche que aún quedaba dentro tras el paso del glotón Ben. Seguí con la conversación sin darle ninguna importancia, mientras me limpiaba con una toallita húmeda de bebé.

–Además ¿cual es el problema?.  Tienes amigas, amigos, y un prometedor futuro en el camino que elijas.

–A mí no me diste pecho ¿verdad?. –la pregunta me dejó descolocada. No lo habíamos hablado últimamente pero durante el embarazo, en el que mis pechos crecieron notablemente sí habíamos comentado ese hecho. Cuando nació Elena yo tenía 20 años, y mi cuerpo era diferente. No tenía el pecho que tengo ahora, y apenas creció durante su embarazo… por lo que cuando nació, apenas hubo leche en mis tetas para alimentar al bebé.

–Mmm y bueno, ¿eso a que viene ahora?. Ya te he contado que mi pecho era muy joven para amamantar un bebé cuando tú naciste. Por eso no te lo pude dar. Ahora con Ben ha sido diferente. Fíjate que grandes están. Por eso se lo puedo dar ahora.

–Sí, y veo además que produces más de lo necesario, se te sigue saliendo…

–Vaya, voy a tener que usar el saca-leches. ¿Me lo acercas?. Está en el baño. –Elena se levantó y mientras iba a por él sugirió: 

–¿Me dejas que te la saque yo?, nunca la he probado y no se a que sabe. –Volvió dejando el aparato sobre la mesilla. No sabía que pensar. El atrevimiento de Elena me había sorprendido tanto que no sabía por dónde salir. 

–¿Cómo? ¿quieres decir, tomar pecho?, ¿mi pecho?. ¿No te parece que eres un poquito mayor para eso?. –Traté de parecer ofendida, aunque creo que la verdad es que en cierto modo me sentí agradada por el hecho de que mi hija quisiera dar el paso de acercarse a mí, hacer cosas conmigo, aunque claro, dudaba si el camino que había elegido era el más adecuado.

–Bueno, tu misma has dicho que no me lo diste de pequeña… y tengo curiosidad. –Hablaba lento, de forma pausada, casi como si fuera una preadolescente, buscando las palabras, tratando de vencer su timidez. –Además tienes mucha, no le voy a quitar nada al pequeño y seguro que será bueno para que tu pecho genere más.

Pensé de repente que tenía razón. Que no pasaba nada. Que somos todos tabues. Que nuestra sociedad se sustenta en el propio tabú, y que en realidad, ¿que podía haber de malo en que bebiera un poco?. La verdad, Ramón, don escrupuloso Ramón, nunca había mostrado la más mínima curiosidad por ello, pero últimamente la relación entre nosotros tampoco era la mejor, y cualquier acercamiento físico era más casual y sin poder evitarse que otra cosa.

–Está bien, acércame el sacaleches y si quieres trae un vaso para beber.

–No, puedo hacerlo directamente del pecho. Como Ben. Quiero poner la cabeza en tu regazo y que vayas sacando la leche. 

–¿Estás loca?, ¿Quieres chupar las tetas a tu madre?

–Venga mamá, Ben lo hace a todas horas…–lo dijo mientras levantaba mis brazos e iba acomodando su cabeza en mi regazo…

–Pero él es un bebé… –Dije de forma casi entrecortada mientras Elena abría el camisón descubriendo mi pecho derecho.

–Venga, mami, deja caer una gota…–me pareció gracioso, no vi porque no. Además, tenía ambos pechos llenos… necesitaba descargar… la gota cayó sola tan pronto hice el ademán de sujetar el pecho…

Cayó sobre los labios cerrados de Elena. Ésta, tan pronto notó la gota la introdujo en su boca con la lengua. Mientras veía como mi pecho iba emanando más y más gotas no me parecía extraña la escena en absoluto. Elena abrió la boca y las gotas caían directamente sobre su lengua que poco a poco se iba volviendo blanca. Sujeté el pecho con mis manos para forzar a que saliera más y más leche. La gota se convirtió en flujo y el flujo en chorro.

Yo me fui agachando de forma que el líquido no se desparramara y entrara todo en su boca. Ella además se iba medio incorporando con el mismo fin sacando cada vez más la lengua. No quería que se desperdiciara ninguna gota. De repente la punta de su lengua rozó de forma casual mi pezón. Fue un conmutador eléctrico. Un resorte. Un accionador. Retiró la gota que estaba emanando en ese momento. Luego la siguiente. La lengua subía, friccionaba suavemente mi pezón al recoger la gota y volvía a la boca. Una mezcla de cosquilla, dolor y vergüenza me inundaban cada vez que el rastro de su saliva se mezclaba con mi pezón. Y me estaba encantando.

Sin decir nada, bajé un poco más el pecho introduciendo completamente el pezón en la boca de Elena. Ella cerró y comenzó a mamar mientras su lengua revoloteaba sobre el pezón. La cosquilla y la vergüenza dieron paso a más y más placer. Estaba cada minuto más excitada e iba notando que el calor en mi entrepierna se iba humedeciendo.

Trataba de controlarme cuando me fijé que Elena estaba acariciando sus pechos por encima de la camiseta. Sus pezones se habían puesto duros y se estaba pellizcando uno de ellos mientras con la otra mano masajeaba completamente el pecho.

Iba tragando todo el liquido sin descanso cuando decidió que quería cambiar de pecho interrumpiendo el masaje que se estaba haciendo para descubrirlo. Fue un acto reflejo. Dejé de pensar y de auto controlarme. Rompí todos los límites que me estaba auto imponiendo en ese momento. Mientras Elena preparaba mi seno izquierdo para chuparlo la reemplacé continuando la labor de masaje que se estaba haciendo en sus pechos. 

A ella le gustó y mientras engullía toda la aureola de mi pecho gimió abriendo un poco las piernas. Entendí la invitación, y estiré el brazo llevando mi mano hasta su calor. Estaba ardiendo, casi chorreando.

Aquello me excitó terriblemente. Noté como mis jugos iban deslizándose por mi entrepierna. Metí la mano dentro de sus bragas y comencé a masajear lentamente su clítoris. Le estaba haciendo una paja a mi hija mientras ella chupaba sin cesar mis tetas. ¿Qué estábamos haciendo?… además de darnos placer. Eramos dos mujeres adultas disfrutando del placer que nos daban nuestros cuerpos. Sin hacer daño a nadie.

Elena abrió sus piernas y metí primero uno y luego dos dedos dentro de su coño. Comenzó a agitar sus caderas hacia arriba favoreciendo la penetración. Fueron pocos minutos, quizás tres, cuatro no lo sé. Su agitación se convirtió en prácticamente un espasmo, apretó sus labios en mi pezón y tras un gemido, todo paró. Relajó sus piernas, abrió su boca y liberando mi pecho un chorrito de leche le resbaló por la comisura de los labios.

Le besé. Primero tímidamente en sus labios entreabiertos, luego chupe el rastro de leche y luego introduje mi lengua que enseguida encontró la suya. Ambas comenzaron a bailar, a mezclarse suavemente y mezclar nuestras salivas. Estaba súper excitada, hasta el punto de que con los dedos humedecidos con el flujo de Elena empecé a juguetear con mis pezones, inundando su rostro de más y más leche que caía de forma copiosa sobre mi regazo.

Me ardía la entrepierna. Necesitaba frotarme, liberar el calor que emanaba, dar salida a los fluidos que trataban de escapar de mi cuerpo. Ella reaccionó incorporándose. Tras sentir la liberación en mis piernas introduje la mano dentro de mis bragas que estaban totalmente empapadas. Mi coño estaba chorreando y los dedos se metieron dentro sin ningún esfuerzo. Empecé a masturbarme a toda velocidad. No podía perder un momento. Frotaba el clítoris con una mano mientras la otra la empujaba cada vez más y más dentro.

Elena, de rodillas sobre la cama volvió frente a mí a chuparme los pezones mientras yo sola me daba placer. Hasta que me corrí.

Volvimos a besarnos. La lengua de mi hija viajaba de forma violenta de mi lengua a mis pezones y volvía para entregarme el fruto lácteo de mis pechos. Me estaba trayendo vida.

–La próxima vez quiero que me dejes hacértelo. Como me lo has hecho tú a mí… –Estábamos tumbadas las dos sobre la cama. Mirando al techo. Lo dijo de nuevo, hablando lento, de forma pausada, casi como si fuera una preadolescente, buscando las palabras, tratando de vencer su timidez…

 

ESTIMADO LECTOR

Muchas gracias por tu atención y la paciencia que has demostrado llegando hasta aquí. De verdad, gracias por dejarme disponer de tu tiempo y darme la oportunidad de contarte una historia, una experiencia, una sensación que espero te haya gustado. Al menos casi tanto como a mí escribirlo.

Otros muchos relatos están en camino, en redacción o ya en revisión. Por lo que si te ha gustado lo que has leído, te animo a que visites de vez en cuando esta web pues aparecerán más historias… 

Mientras tanto, si te gusta este tipo de trabajo, te recomiendo que visites en la tienda Amazon las distintas historias en las que he ido trabajando. Son más complejas, elaboradas y bueno, sí. Tienen un pequeño coste… para satisfacer el ego del creador.

De verdad, muchas gracias por tu tiempo.

Enrique J. Aries

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