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Ayuda Inesperada

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El sábado había llegado, y en las áridas regiones del noreste mexicano la gente se disponía a hacer lo que por costumbre o cultura llevaba décadas realizando, tomar alcohol. Cursaba el año de 1946, los vehículos eran un suculento lujo que tan solo unos cuantos privilegiados en el pueblo tenían la dicha de poseer, por lo que el resto de los civiles –simples mortales- se desplazaban en el acostumbrado y noble animal conocido como caballo; Carlos había sido invitado a un “baile” en una comunidad ejidal que se encontraba a 40 kilómetros del pueblo, estaba a punto de casarse con su novia Felicia, fue por esta razón que decidió considerar este jolgorio como una despedida de soltero, al instante se puso en contacto con sus amigos: Otoniel Chapa –esposo de María- <hermana de Felicia> y los hermanos José y Ramón Rodríguez, los cuales eran también hermanos de ambas mujeres mencionadas; Juntos ensillaron sus caballos desde muy temprana hora, destaparon botellas de licor y emprendieron su camino hasta el famoso “Rancho el Caracol”, allí sería el esperado evento. Habían acordado que sería noche de borrachera, reunión de hombres, por esta razón, tanto Felicia como María se quedarían en el pueblo aguardando por sus galanes, sin embargo, una inexplicable angustia les carcomía el alma, un presentimiento atroz sobre un horroroso futuro les quebrantó su espíritu.

***

-¿oye Otoniel?.. solo espero que los hermanos González no se aparezcan por el baile, no quisiera que José se los encontrara..- exclamó un tanto preocupado Carlos.

-¡calla boca, ni lo mande Dios¡..  ese pleito que tienen no se acabará hasta que alguien termine muerto..- contestó Otoniel ante las palabras de Carlos, no obstante, Ramón suavizó la situación argumentando lo siguiente.

-no se preocupen, a esos tipos no les gusta el fandango, es más seguro verlos en la cantina que en un baile..-  en ese preciso instante llegó el mencionado José quien se encontraba cobrando un dinero por las ventas de unas vacas, su caballo alazán relinchó ante los aplausos de sus amigos y en seguida prosiguieron su camino.

***

Después de una larga cabalgata, la cuarteta de vaqueros arribó junto con los últimos rayos del atardecer, la fiesta estaba en su máximo esplendor, los acordes de una guitarra con 12 cuerdas llamado “Bajo Sexto” se ajustaban al compás cadencioso de un acordeón viejo y polvoriento, sin embargo, sus bellas notas denotaban un profesionalismo excelso; La pista terregosa se encontraba llena de danzantes mientras los cuatro vaqueros bebían y saludaban viejos amigos en la cantina trasera del lugar. La noche cayó, e inmediatamente los candiles fueron encendidos para proseguir con el festival; Carlos y compañía reían a carcajadas después de un gracioso chiste cortesía del cantinero, no obstante, el único rostro estoico era el de José, este hombre denotaba una tensa calma y observaba fijamente a la pista de baile. Inesperadamente, la silueta de un hombre sospechoso se dirigía justo debajo del candil, fue entonces que José observó por curiosidad las demás fuentes de luz y pudo constatar que otros tres hombres misteriosos se posicionaron exactamente igual que el primero, debajo de las lámparas de gas.

José observó fijamente a uno de los hombres y reconoció a su acérrimo rival, fue entonces que comprendió el infierno que se avecinaba; Inmediatamente extendió sus brazos como protegiendo a sus amigos y exclamó de manera firme. -¡Cuidado… agáchense todos¡- En ese instante, los hombres sospechosos levantaron sus armas y destruyeron las lámparas, todo se envolvió en una horrorosa obscuridad, el caos imperó en aquellos minutos de terror, el grito ensordecedor de las mujeres impregnó de miedo cada rincón del rancho, de pronto, unas ráfagas infernales aluzaron brevemente la obscuridad del lugar, y por cada estruendoso disparo se mostraba una horrenda silueta de aquellos vengativos psicópatas. –¡José Rodríguez, hemos venido a matarte¡- los gritos amenazantes se confundían entre la desesperación de los asistentes, en ese momento, Carlos avanzaba entre la multitud, sin embargo, su ansiedad hizo que perdiera la huella de sus amigos, solo podía escuchar los estallidos de aquellas balas asesinas y por supervivencia trató de alejarse del lugar, no obstante, su desesperación lo venció, gritaba despavorido el nombre de sus amigos, pero nunca logró identificar a nadie entre la obscuridad. –¡Ramónnnnn¡…¡Joseeee¡…¡Otoniellll¡..-

Nadie respondía, solo las balas y los gritos de pánico le llenaban sus oídos de ruido desagradable, fue en ese momento que Carlos no soportó su creciente ansiedad y exclamó desesperado al cielo –Dios mío, ¿Que está pasando?..¿Dónde están mis amigos?..¡ayúdame por favor¡..- el muchacho continuó avanzado impacientemente entre la multitud, de pronto, su rostro se impactó fuertemente contra otra persona, ambos cayeron al suelo, en seguida, la silueta de un hombre lo tomó de sus hombros y le exclamó urgentemente unas palabras –¡Los González están aquí¡ ..corre en esta dirección hasta que llegues a una carreta abandonada, allí están tus amigos esperándote-  Carlos trató de reconocer el rostro de aquella persona, sin embargo, la obscuridad entorpeció su visión, un mar de dudas lo colmaron en aquel momento, no obstante, sabía que no tenía tiempo que perder, fue entonces que se arrancó corriendo pero antes preguntó la cuestión principal. -¿Quién eres tú?..- la silueta obscura se encontraba justo a tres pasos de distancia mientras los disparos seguían resonando, de pronto, la respuesta enigmática fue proporcionada.

-tu pediste ayuda... ¿no es así?..-

Carlos no pudo comprender en ese instante la profundidad de la respuesta, de esta manera corrió hasta la dirección proporcionada, y en un acto increíble se reencontró con sus amigos quienes ansiosos lo esperaban para huir del lugar. –Carlos, ¿estás bien?..- cuestionó José ante la respuesta positiva de su compañero.- ¡muy bien, vámonos, vámonos, vámonos¡..- los vaqueros montaron caballos ajenos y cabalgaron a toda velocidad alejándose de aquella fiesta infernal.

***

El saldo fue trágico, cuatro personas fallecieron a causa de las balas asesinas de Los González, estos, al saber de su nefasta acción, huyeron hasta el vecino país del norte y dejaron que los años borraran aquella innecesaria masacre; Por otro lado, esta historia fue un tabú en la familia Rodríguez, nadie se atrevió a contar nada al respecto, no por alguna especie de miedo, sino porque las historias relatadas por Carlos, José, Ramón y Otoniel eran demasiado confusas, sin embargo, tenían un factor en común; La silueta bondadosa que los escoltó a cada uno hasta el lugar más seguro para poder salir con vida de aquella odisea trágica.

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