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El secreto de la madre de Dani (2)

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CAPÍTULO IIº

 

Isabel despertó más allá de la una de la tarde… Se estiró en la cama desperezándose sinuosamente, como gata al sol del día. Al fin se levantó, y sin parar mientes en su integral desnudez, salió al pasillo, llamando en voz bien alta

Dani, cariño, ¿dónde estás?

No obtuvo respuesta y, sonriendo feliz, fue al baño esperanzada en encontrarle allí, pero resultó que su gozo en un pozo, pues la pieza estaba desierta, aunque por todas partes se traslucía que su hijo había estado allí, duchándose, a juzgar por el agua que cubría el suelo junto a la bañera. De detrás de la puerta tomó un albornoz con el que cubrió su desnudo cuerpo, y salió directa a la cocina, segura de encontrar allí a su más que querido vástago de su alma, pero nueva desilusión, pues tampoco allí estaba Dani, aunque sí que, en la mesa de la culinaria estancia, sus ojos repararon en un papel garrapateado. Era una nota de su hijo, en la que le decía que se había ido al restaurante, que hacia primera hora de la tarde, como siempre que hacía turno de mañana, regresaría para sacarla a cenar y divertirse a la noche. Que se tenía que poner bien guapa pues quería presumir de mujer “bien plantá”

Isabel sonrió feliz a la lectura. Sí, era muy, muy feliz aquella mañana… Y no porque la anterior noche fuera sexualmente inolvidable, que no lo fue, pues ni de un sólo orgasmo disfrutó, y no porque su hijo Dani no hubiera podido proporcionárselos, que más de uno y más de dos hubiera podido experimentar si hubiera puesto el más mínimo interés sexual en la relación, sino porque a lo largo de toda ella la Isabel mujer estuvo ausente, al rendir el campo, “unconditionally”, a la Isabel madre. Fue la madre y no la mujer quien hizo disfrutar al hijo, y para ello, para poder hacerlo, esa madre concentró todo su inmenso cariño maternal en su sexo, de manera que con su femenina intimidad acarició, besó, arrullo a su más que amado bebé. Porque esa fue otra, ni siquiera quiso ver al hombre que su hijo era, sino al niño, al bebé que antes fuera. Ese bebé al que de nuevo amamantó con sus senos, sus pezones, cuando Dani se los chupaba colmado de lujuria…

Ese bebé al que, como veintidós años atrás, volvería a poner en el mundo, en la vida, mediante su intimidad, pues su niño estaba muy “malito”, aquejado por el terrible mal de la atracción física, sexual, que el cuerpo de la Isabel mujer ejercía sobre él. Un mal que, segura estaba, acabaría por destruirle, al menos moral y mentalmente, al constituirse en irrealizable obsesión. Sabido es que, si de un manjar muy querido y deseado, una persona se da un verdadero atracón, lo normal es que deje de apetecerle, y ese fue el “tratamiento” que Isabel se propuso dar a la “enfermedad” de su hijo: Atracarle a sexo materno con cuántas “sesiones” diarias fueran necesarias, hasta lograr que el “manjar” de su cuerpo de mujer dejara de apetecer a su retoño.

Pero claro, qué madre no disfruta cuando ve disfrutar a su hijo… Luego para ella, ver cómo su Dani disfrutaba de ella misma, de su cuerpo, de su “tesorito”, la hacía disfrutar cosa mala; pero no sexualmente, aunque casi, casi, también, sino en primerísimo lugar en su ser y sentimientos maternos. La noche, para ella, para la Isabel madre, fue tremendamente agradable. Sintió un placer más arrollador que otra cosa, pero un placer extraño, pues al gozo de ver cómo su Dani disfrutaba; de cómo ella, su madre, daba tan excelso placer a su más que adorado hijo, se unía un cierto matiz sexual que también ella experimentaba…

Pero un matiz muy, muy tamizado, muy liviano… Era como una rara sensación de sexual disfrute en absoluto concreta; era algo así como muy, muy velado, muy inconcreto que, indudablemente, la agradaba, pero no hasta el punto de llevarla al cénit del orgasmo.

La cosa es que la noche pasada se durmió en casi absoluta comunión, física y anímica, con su hijo; se sentía más cercana a él que jamás antes se sintiera, por lo que aquella mañana había despertado así, más o menos en la misma sensación de unión con él en que se durmiera, por lo que le buscó desde el principio, en natural deseo de simple convivencia; una aspiración, por otra parte, enteramente huérfana de bis sexual alguna: Simplemente, le apetecía su compañía… Estar con él

De manera que, al no encontrarle, al saber que estaba trabajando y hasta la tarde no volvería, la defraudó en cierto modo… Se quedó, de momento, sin saber qué hacer… Casi perdida, podríamos decir. Pero eso sólo fue por un momento, pues enseguida se fue al baño, a ducharse, para luego arreglarse en su cuarto. En un taxi salió para Madrid, a la zona del Paseo de La Florida, muy cerca de la ermita de San Antonio,, donde estaba el restaurante donde su hijo trabajaba. Entró en el local, un bar-cervecería con salón comedor y cocina bastante decente, saludando al par de “barman” que atendían la “barra”, y preguntando si todavía podían darle de comer, a lo que antes que los que tras la barra estaban, respondió una voz a su espalda

¡Pues desde luego que sí Isabel; faltaría más! Anda, ven por aquí…

E Isabel siguió al hombre, Manolo, el dueño del sitio y jefe de su hijo, hasta una mesa en un rincón la mar de agradable, con lilas adornando la mesa y a cierta distancia de las demás, lo que daba cierta confidencialidad a las conversaciones allí desarrolladas. Isabel se sentó y encargó el menú, que en minutos se lo sacó su propio hijo, Dani, a la mesa

¡Hombre, el “chef” en persona sirviéndome!... ¡Qué honor!...

El que la señora merece a esta casa…

¡Si serás zalamero Dani!

Daniel se sentó junto a su madre, acompañándola durante toda la comida, haciéndose carantoñas de vez en vez, entreveradas de castos besitos. Acabó Isabel su comida y juntos salieron del restaurante, despidiéndose Dani hasta el siguiente día. Isabel estaba juguetona, deseosa de andar triscando por aquí y por allá; parecía una adolescente de lo alegre que estaba. Acabaron en el Lago de la próxima Casa de Campo, remando Daniel mientras su madre jugaba a echarle agua encima, que le lanzaba desde la superficie del Lago con la mano.

Desembarcaron al cabo de un buen rato, pues la remada se prolongó durante cerca de dos horas, y se internaron por una zona muy arbolada, con numerosos parajes donde una pareja podía ocultarse a ojos extraños. Llegaron a un sucinto casi claro en medio de alta maleza y árboles tupidos, ideal para parejitas que busquen intimidad a cubierto de todo el mundo, sobre un manto de fina hierba que invitaba a hacer lo que madre e hijo hicieron: Descalzarse y tenderse después sobre el mullido suelo herbáceo.

Al momento Daniel se inclinó sobre su madre buscando su boca con frenética pasión, boca que encontró amorosamente dispuesta a recibirle. Se besaron con pasión no exenta de dulce ternura, o dulce ternura aunada a la más candente pasión; pero una pasión suave, acariciadora, sin adarme de violencia. Luego las masculinas manos buscaron los femeninos senos a través de la abierta blusa, desabrochada hasta casi la cintura. Las manos acariciaron esos senos e Isabel, su dueña, se sintió feliz y dichosa ante tal caricia. Y tras las manos fueron los labios los que hicieron los honores a aquellas dos sabrosas manzanas del Jardín de las Hespérides, besándolas, lamiéndolas, chupándolas… Isabel mantenía sus ojos cerrados, recibiendo con sumo agrado las caricias que su hijo le dedicaba, transida de una sensación de intenso gozo cuyo significado ni siquiera quería plantearse: Simplemente, se encontraba feliz, intensamente a gusto y en paz con todo el Universo

Luego, a poco sintió las filiales manos en sus muslos, para al momento sentir también los labios de Dani besándoselos y la lengua de su hijo lamiéndoselos… Al momento donde sintió labios y lengua fue en medio de su “tesorito”, tras notar cómo los amados dedos de Dani le hacían a un lado la braga y abrían los dos carnosos cortinajes que, celosos, guardaban su “Gruta del Tesoro”… Se sintió besada y lamida en tan delicada zona de su femenil anatomía, y algo así como un calambrazo recorrió su columna vertebral, desde el cerebro hasta la rabadilla, para desde allí seguir deslizándose a través de sus piernas hasta las mismísimas plantas de sus pies…

La sensación que vivió en esos momentos fue casi, casi, que deliciosa… Totalmente extraña, distinta a todo lo que, desde que su marido desapareciera tangiblemente de su vida, viviera, sintiera… Y de nuevo o, mejor dicho, mucho menos que antes, quiso analizar; en una palabra, saber lo que sentía en esos momentos; lo que, de nuevo, sentía, experimentaba; y muchísimo menos, reconocer lo que recordaba a lo disfrutado cuando era su marido, el padre de sus dos hijos, el que le hacía lo mismo que Dani entonces le estaba haciendo…

En seguida sintió cómo las dos manos de su amado Dani presionaban en sus muslos en clarísimo deseo de que ella se los abriera “ad líbitum”, e Isabel respondió abriéndose para Dani todo lo que fue capaz; al instante se sintió invadida por la masculinidad de Dani, y la sensación de delicia se elevó a cotas de gozo muy, pero que muy cercano al sexual; al sexual que su difunto marido la dispensaba en sus más que frecuentes momentos de dulce intimidad conyugal en aquél que antaño fuera el dormitorio de los dos.

Y entonces Isabel se entregó como nunca se entregara a nadie desde que aquél su queridísimo Dani, el que fuera su marido, murió, pues su mente se pobló con la imagen del difunto. ¡Se entregaba, de nuevo, a aquél ser no ya querido, sino amado hasta lo indecible!… Porque, desde que él se le acercó por vez primera la enamoró hasta las cachas y ese amar subsistía incluso en aquellos postreros años. Cierto que las aciagas circunstancias concitadas en su vida desde que él falleció, oscurecieron tal sentimiento en su alma, pero en aquél ya más crepúsculo que tarde, ese sentir había resurgido arrollador, imposible de dominar, imponiendo, por finales, la más absoluta entrega de su ser de mujer en aras del viejo y perenne amor por su marido

Isabel se abrazó a aquél Daniel que, siendo su hijo, en aquellos momentos para ella era su más que añorado marido… Y es que para entonces y, paulatinamente desde que esa tarde su hijo comenzara a acariciarla como a mujer, ese Daniel hijo se había ido desdibujando en la mente de Isabel, trocándose más y más en el Daniel padre, hasta el punto de que en ese mismo instante el hijo, para Isabel, no existía, reemplazado por el Daniel padre…        

¡Dani, Dani…amor…has vuelto…te tengo, Dani…te tengo otra vez, amorcito mío!... ¡No, no me dejes…otra vez!... ¡Quédate conmigo, mi amor!... ¡Te necesito Dani…te necesito, mi amor…mi vida!… ¡Así, mi amor; así, dentro de mí; como ahora te tengo; así te necesito!... ¡Dios mío; cuánto…cuánto tiempo sin ti!... ¡No…no te vuelvas a ir!

Esto, cosas así musitaba quedamente Isabel, mientras se aferraba al Daniel hijo mucho más que le abrazaba, en verdadero y casi titánico deseo de retener junto a sí al hombre con quién soñaba desde que se apartó, definitivamente, de su lado… En verdad, en aquellos momentos Isabel estaba fuera de sí; ida, casi loca… Delirando abiertamente… No vivía en el presente real sino en un presente ideal, enteramente falso, por más que para ella fuera más verdadero que los Evangelios para el Vaticano… Y a esa realidad onírica Isabel se entregaba en cuerpo y alma; con todas sus energías, con todo su ser, y el Daniel que realmente la poseía era feliz como jamás creyó, pensó serlo… Ni siquiera lo vivido en la anterior madrugada podía compararse a lo que entonces estaba viviendo… No la escuchaba hablando al padre que perdiera, pues la realidad de la materna entrega cubría todos sus sentidos, todo lo que podía percibir

Y claro, lo que tenía que pasar pasó, que Isabel disfrutó al fin del primer sonoro orgasmo que vivía desde seis años atrás, y lo de sonoro porque los alaridos con que lo saludó eran de oírse, que al Daniel hijo le sonaron a música celestial… Isabel había mantenido los ojos cerrados desde que sintiera la necesidad de entregarse integralmente al ser amado, a aquél ser tan, tan añorado, pero entonces, en tan crucial momento, sus ojos se abrieron para ver al amor de sus amores; para, como antaño, perderse en esos ojos que, rendidos de amor, la observaban.

En los ojos que ahora la miraban le pareció ver aquella misma mirada de antaño que tan bien recordaba, pero pensó que la mente le estaba jugando una mala pasada, pues el rostro que ante sí, aunque se parecía más que mucho al tan querido y que tan bien en ese momento recordaba, no era el suyo, el del Daniel que fuera su marido, sino el de su hijo Daniel… No hizo caso de la visión, de su subconsciente que le gritaba la verdad, una verdad que entonces se empecinaba en no ver, sino a la engañosa que su cerebro consciente se empeñaba en mostrarle, la del Daniel padre. Volvió pues a cerrar los ojos, y en su mente ya sólo quedó el rostro que quería recordar, el de su extinto marido, que esa tarde regresara a ella de entre los muertos.

Daniel hijo empezó a berrear, a rugir cual león eyaculando cuando sintió que llegaba al cénit de la sexual relación, gritando en alaridos: “¡¡¡ME VENGO, MAMITA; ME VENGO…YA, YA ESTOY AQUÍ…TOMA, MAMI QUERIDA!!!… ¡¡¡TOMA MI SEMEN, MAMÁ; ES TUYO…TÚ; TÚ Y SÓLO TÚ ME LO ESTÁS SACANDO!!!... Pero Isabel no escuchaba eso; Isabel escuchaba otra cosa. Casi lo mismo, pero, ¡Dios, qué diferente!

“¡¡¡ME VENGO,ISA; ME VENGO…YA, YA ESTOY AQUÍ…TOMA, ISA QUERIDA!!!… ¡¡¡TOMA MI SEMEN, ISA; ES TUYO…TÚ; TÚ Y SÓLO TÚ ME LO ESTÁS SACANDO!!!...

Era a él, a su marido, al Dani padre a quién escuchaba… Al Daniel que la llamaba así, Isa, cuando en la intimidad del lecho conyugal la amaba… E Isabel respondió, plenamente rendida, a tan querida, tan añorada voz

¡¡¡SÍ MARIDITO; DÁMELO; DÁMELO TODO!!!… ¡¡¡DÁMELO TODO, MI AMOR, MI VIDA, MI CIELO!!!.... ¡¡¡DALE TODO A TU MUJERCITA QUE TE ADORA!!!… ¡¡¡SÍ DANI, MI AMOR; DÁMELO, DAME TU ESENCIA, TU GERMEN DE VIDA!!!... ¡¡¡COMO ENTONCES, CUANDO ME EMBARAZASTE!!!... ¡¡¡CUANDO ME PREÑASTE DE NUESTROS DOS HIJOS!!!... ¡¡¡SÍ, AMOR MÍO!!!… ¡¡¡VUELVE A PREÑARME, COMO ENTONCES!!!... ¡¡¡HAZLO, MI AMOR, MI VIDA…MI TODO!!!

E Isabel volvió a sentir el torbellino del orgasmo… Disfrutó del segundo orgasmo  en esos últimos seis años, aullando de placer… De puro goce del conyugal sexo, ese sexo que, más que la libido primaria, animal puede decirse sin faltar a la verdad, genera la libido más puramente humana, esa que origina el amor, ese sentimiento por el que un ser humano distingue a otro ser de su misma especie, diferenciándolo de todos los demás del mismo sexo; un individuo humano igual a todos los demás de su mismo género, masculino o femenino, pero que el individuo que le elige le hace por entero diferente a todos sus semejantes simplemente al elegirle a él/ella específicamente.

Aullaba precisamente todas esas palabras, dedicadas al que fuera su marido, pero que Dani, su hijo, escuchó y entendió a la perfección. Se quedó atónito al entender lo que su madre, en verdad, decía, sentía… ¡¡¡SU MADRE NO LO ESTABA “HACIENDO” CON ÉL, SINO CON SU DIFUNTO MARIDO, CON EL PADRE DE ÉL, DE DANI!!!

Pero también en tal momento Dani estaba en plena eyaculación, con lo que no fue capaz de reaccionar en ese mismo instante a lo que sintió entendiendo a su madre, pues el goce sexual del instante lo cubría todo, lo arrollaba todo. Por lo que no fue sino hasta que todo había por fin terminado que pudo reaccionar, obrar con arreglo a la desilusión, la frustración que el entender a su madre, a la mujer que más deseaba en este mundo, una mujer que, él creía ciegamente, hasta segundos antes, correspondía a su deseo con toda su alma… Una mujer que, convencido había estado, sentía hacia él lo mismo que él hacia ella. Se sentía engañado por tal mujer; estafado en sus sentimientos hacia ella…

Al instante se salió de ella, girándose hacia un lado, mientras aullaba más que le gritaba

¡¡¡PERO QUÉ COJONES DECÍAS, MADRE!!!... ¡¡¡NO ESTABAS CONMIGO; ESTABAS CON MI PADRE, MALDITA ZORRA!!!...

No acababa de pronunciar el “MALDITA ZORRA” cuando Daniel ya se arrepentía de lo que acababa de decir. Isabel le había mirado, mientras la abroncaba, con mirada fija y ojos espantados… Se quedó en suspenso, blanca como la cal, trémula, temblando todo su cuerpo, y rompió a llorar de la manera más desgarrada que jamás Dani en su vida viera. Las palabras de él habían sacado a Isabel de su dulce ensoñación de mujer, de esposa enamorada, devolviéndola de golpe a la realidad que vivía… Se vio perdida a sí misma…

Se preguntó si estaba en sus cabales o si no se habría vuelto loca de remate, ante el múltiple desdoblamiento de personalidades que, conscientemente, venía desarrollando últimamente: Hasta la madrugada anterior, de ocho-nueve de la tarde-noche hasta las tres-cuatro de la madrugada, las cinco, incluso, algún sábado, la “señorita” Betty, una puta a todo ruedo, por muy de lujo que quisiera ser; el resto del día, Dª Isabel, la mujer y madre ejemplar, sólo pendiente de su familia, sus dos hijos.

La madrugada anterior Isabel había hecho fenecer a la “señorita” Betty”, pero luego, cuando supo el “mal” que aquejaba a su hijo, la Isabel-madre surgió arrolladora, hasta ser capaz de acumular en su sexo todo su cariño, su amor maternal, abnegado hasta lo impensable, pues de otra forma la Isabel-mujer normal jamás se habría ayuntado con su propio hijo, haciendo además revivir a la “señorita” Betty para ayudarla a complacer a su Dani

Pero entonces, unos minutos antes, había vuelto a surgir la Isabel-madre, cuando su hijo la besó con la pasión que lo hizo, cuando desabrochó su blusa y levantó hasta el cuello el sujetador que ella soltara al adivinar las sexuales intenciones de su Dani. Pero luego, cuando ese Dani besó y lamió su “prenda dorada”, la Isabel-madre desapareció instantáneamente sustituida en un instante por la Isabel-mujer y esposa enamorada de un marido ya muerto…

Vamos, que el “cacao” mental de Isabel era inenarrable, para de verdad, volverse loca ante tanto desdoblamiento de personalidad y, en añadidura, desquiciado, sin que su mente ya lo controlara, campando a sus anchas, desmandado y sin orden ni concierto. Se miró a sí misma, con la blusa o camisa, que a ver cuál de ambas cosas era en verdad, desabrochada hasta abajo, abierta como un libro, el sujetador en la garganta y los senos al aire; la falda por la cintura y las bragas más o menos junto a sus pies, un tanto desgarradas y un bastante aburujadas… Y su femenina intimidad chorreando líquidos: Sus propios fluidos íntimos generados en ambas eyaculaciones disfrutadas en íntima sociedad con el semen de su hijo… Se vio sucia, lasciva… puta… Una MALDITA ZORRA, como su hijo la definiera  Y se avergonzó de sí misma…

Pero tampoco Daniel estaba mucho mejor que su madre, avergonzado a su vez por la “pinta” que entonces mostraba, con camisa así mismo abierta, desabrochada de cuello para abajo y pantalones más calzoncillos en los tobillos. Se apresuró a devolver la camiseta a su sitio y abrocharse la camisa debidamente; luego, levantando las piernas hacia el cielo, se subió calzoncillo y pantalón, acabando de ajustárselos a la cintura levantando sus reales posaderas en el momento oportuno. Pero su mayor congoja era ver a su madre como estaba, anegada en lágrimas en verdad desgarradoras; aquél destrozamiento de alma y espíritu Ya presentable se arrimó, solícito, a la mujer que le diera el ser, besándola pelo, frente, mejillas y ojos, sorbiendo así sus lágrimas

Perdona mamá; por Dios, perdóname. He sido un imbécil diciéndote lo que te he dicho. ¡Pues claro que estabas con papá! ¡Le querías…le quieres con toda tu alma, que bien lo sé, y bien me alegro y te respeto por ello, pues también yo le quería y le quiero mucho! Le añoras y le añoro… ¡Y yo me parezco tanto a él! Es natural mamá, que te entregaras a él, a su recuerdo y añoranza…

Pero hijo, no respondí a tu deseo, a tu cariño. No me entregué a ti, mi niño…mi vida, mi amor… “Pasé” de ti

Que no te preocupes te digo. No importa, mamá; de verdad que no me importa. Anda mami, no llores; no te preocupes por eso… Qe no pasa nada, mamá; de verdad que no pasa nada.

Daniel mientras hablaba iba componiendo a su madre, empezando por ponerle el sujetador en su sitio, sin abrocharlo por detrás, ya que no llegaba en la posición que entonces estaba y tampoco quería urgirla para que se incorporara y pudiera prenderse los enganches de la prenda, pero haciendo que ocultaran los maternos senos. Luego abrochó debidamente la blusa o camisa, intentando por finales subirle las bragas, que previamente había recogido del suelo, pero entonces Isabel se opuso a que la vistiera.

No cariño; no me tapes… Desnúdame otra vez… Vuelve a entrar en mí, mi amor… Esta vez lo haré solo, solo contigo… Vuelve a disfrutar de mami… Me deseas; lo sé, cariño mío… Lo sé… ¡Házmelo otra vez, cielo mío!...

No mamá. Necesitas reponerte, tranquilizarte. Anda mamita querida, deja que me ocupe de ti; que te cuide, que te consuele Te quiero mamá; te quiero infinitamente. Te adoro; te lo juro, mamá; te lo juro. De verdad mamita…

E Isabel se abandonó a su hijo, dejándose hacer. Él, por fin, le subió las bragas hasta donde debían estar; le bajó la falda, alisándosela. Y la tomó entre sus brazos, abrazándola con todo cariño; con toda dulzura. Con toda la ternura de un hijo hacia su madre adorada, e Isabel se rindió a la filial solicitud, refugiando su consternación entre los filiales brazos de Daniel que más que amorosos la acogieron.

Era más que noche cerrada, pues más cercana sería ya la media noche que las veintitrés horas, cundo por fin Isabel y Daniel llegaron a casa. Ella quiso preparar unos sándwich y un vaso de leche o café con leche, pero por finales los dos sólo tomaron la leche. Daniel se despidió de su madre, besándola cariñosamente el pelo, los ojos y las mejillas, con una ternura que era de ver. La acariciaba diciéndola que, por favor, no se preocupara por nada, no pensara en nada “raro”, y descansara a pierna suelta. También Isabel besó y acarició a su hijo al despedirse de él para ir a su cuarto, y ambos se separaron según el dicho “cada mochuelo, a su olivo”, ingresando cada uno en su propio cuarto

Isabel, nada más verse sola en su habitación, se tendió en la cama tal como estaba, a excepción de los zapatos, que desde la cama mandó uno a Londres y el otro a Pequín… No tenía ánimo ni para desvestirse, de modo que así mismo, con blusa y falda puesta amén de descalza, se acomodó en cama, sin molestarse siquiera en taparse, casi de inmediato se quedó dormida

El descanso, el sueño reparador, no fue en Isabel la nota dominante de aquella noche, pues la mente se le pobló de ignotas pesadillas, por no retenlas su cerebro, pero que bien se le hicieron notar en un sueño inquieto, intranquilo, que la hacía moverse en la cama, dando vueltas y más vueltas. La verdad es que tampoco su hijo Daniel descansó mucho aquella noche, pues buena parte del tiempo nocturno la pasó despierto, sumido en cavilaciones y dudas.

Por fin, Isabel despertó bien pasado el meridiano del día, las doce del mediodía. Se encontró cansada, muy cansada, tras una noche que si no fue en vela, el sueño antes que descansado y reparador, fue enervante por accidentado e inquieto. Se vio vestida sobre la cama, tal y como recordaba, pero también cubierta por la escueta mantita, poco mayor que las de cuna, con que se tapaba cuando, tumbada en el sofá, veía la televisión. Y la imagen de su Dani, solícito con ella, arropándola al relente de las poco más de la seis, de la aún más madrugada que mañana, hora a la que él a diario solía levantarse

Se levantó y directamente se fue al baño; se bañó, que no duchó, en relajante agua caliente entreverada de tonificantes sales de baño. En hedonista remojo pasó puede que más de una hora, pues eran ya muy próximas las dos de la tarde cuando salió del baño envuelta en un albornoz. En su dormitorio trocó el albornoz por una bata bastante ligera hasta los pies, debajo de la cual sólo se puso unas braguitas tipo tanga, como normalmente solía andar por casa.

Fue a la cocina y se sirvió una taza de café con leche, que colocó ante sí en la mesa. Era la hora casi justa para ir a Madrid, comer allí y salir con su hijo, al acabar éste su jornada, para juntos pasar la tarde. La verdad es que le apetecía mucho hacerlo, pero no se veía con arrestos para afrontar otra tarde como la anterior, decantándose pues por comer en casa unos simples sándwiches fríos con algo de fruta de postre y esperar allí a que su hijo regresara. Algo después de las cinco de la tarde Isabel notó frente a la puerta los inconfundibles pasos de Dani y saltó del sofá como si un resorte la impulsara, precipitándose al recibidor casi al mismo tiempo que su hijo abría la puerta y entraba.

Daniel la abrazó besó y acarició el rostro con exquisita suavidad llena de dulzura y su madre se sintió más que feliz entre los filiales brazos. Entraron en el salón mientras él le decía a ella

¿Cómo has dormido, mamá? Anoche creo que te fuiste a la cama demasiado nerviosa…

Pues, la verdad, no muy bien… ¿Pasaste por mi cuarto esta mañana?

Sí mamá. Tan pronto me levanté fui a ver cómo estabas… ¡Como anoche estabas tan nerviosa! Por cierto, que te encontré casi helada y te puse la manta que usas para ver la televisión. No te enfriarías, ¿verdad?

No hijo; no te preocupes. Esto… ¿Te apetece hacer algo en particular?... Salir…

No mamá; no me apetece. Yo tampoco dormí mucho anoche y vengo deseando meterme en la cama; estoy desvencijado. Me voy a acostar mami… ¿No recuerdas?... Es lo que siempre he hecho por las tardes cuando tengo turno de mañana: Dormir la siesta…

No obstante lo dicho, Dani se dirigió a la cocina y no al pasillo que llevaba a las habitaciones

Bueno, antes tomaré un vaso de leche

Ya voy yo hijo a preparártelo… ¿Caliente, verdad?

Sí, claro, caliente… Pero no te preocupes; no te molestes, de verdad; ya lo haré yo… ¿Te preparo otro a ti?

(Isabel, aceptando la propuesta de su hijo, aunque, con la “boquita chica”, rechazándola) Sí, cariño… Pero ya podía haberlos preparado yo…

Señora, su andante caballero servirá a dama tan principal cual merece

¡Si serás tonto, Dani!...

Esto Isabel sí que lo dijo, no con la “boquita chica”, sino con la de “pitiminí”, pues bien a sus anchas estaba siendo así servida y, sobre todo, adulada por su hijo. Como antes al salón, juntos entraron a la cocina. Ella se sentó tranquilamente a la mesa en tanto Dani calentaba la leche en un cazo al fuego, no al microondas como ella hubiera hecho. Al fin puso ambos vasos sobre la mesa y madre e hijo se los fueron tomando a sorbitos, mientras hablaban de mil y una nimiedades sin interés ni importancia. Acabaron la leche y Dani se levantó para, esta vez ya sí, irse a la cama. Entonces, un tanto trémula y más que azorada, Isabel propuso a su hijo

Dani, cariño… Esto… ¿Quieres que mamá se acueste contigo?... Podemos ir a mi habitación… La cama es más ancha…

No mamá; no te preocupes…

Cariño ayer…

Dani no la dejó continuar. La abrazó de nuevo y volvió a besarla, a acariciarla como cuando entró en casa, con la misma dulzura, la misma ternura y, como entonces, sin asomo de sexual deseo

Ayer no pasó nada mamá; nada en absoluto Ni siquiera anteayer sucedió nada. Eso sí, para mí siempre será un bellísimo, un maravilloso recuerdo. Pero de algo que nunca pasó

Dani siguió hacia la puerta del pasillo, pero al llegar a ella se detuvo un momento para, volviéndose a su madre, decirle

Mamá; creo que lo mejor será que también tú te retiraras a tu habitación y trataras de dormir un poco. Diría que, si yo no he pasado muy buena noche, tú la has pasado aún peor que yo… Te veo algo de ojeras, y eso no me gusta. Lo que más me agrada es verte guapa, todo lo inmensamente bella que tú eres Queridísima mía…

Dicho esto, el muchacho desapareció tras la puerta e Isabel quedó en la cocina. Dudó un momento sobre lo que hacer, pero reconoció que su hijo tenía más razón que un santo: Estaba francamente agotada, por lo que se fue al dormitorio, a su cama. Esa tarde Isabel sí que disfrutó del sueño en verdad reparador por plácido, tranquilo, profundo. Y más bien largo, pues eran ya más las diez que las nueve y media de la noche cuando su hijo entró a su cuarto, encendiendo la luz y despertándola en forma arto ruidosa, por más que también cariñosa

¡Venga, “gandula”!... ¡P’arriba!... ¡Que ya está la cena en la mesa!...

Para completar el dulce despertar, Daniel se llegó junto a su madre y la besó pelo y frente, con lo que la placidez de la madre se acentuó vivamente. Isabel se levantó y dijo a su hijo que tenía que pasarse por el baño antes de sentarse a la mesa, pues tenía los ojos embotados tras las más o menos cuatro horas de descansado dormir… Se lavó, chapoteando bien el agua en su cara, con lo que se despejó a modo. Salió al salón y su hijo la llamó desde la cocina

Mamá, he montado aquí la mesa. Lo encuentro más cómodo, por más íntimo, que la mesa del salón, tan grande… Además, aquí en la cocina todo lo tenemos más a mano…

Sí hijo; tienes razón… Total, para nosotros dos solos…

Cuando Isabel entró en la cocina se quedó parada en la mismísima puerta, riendo francamente más que sonriendo, pues ante ella apareció la mesa de la cocina toda dispuesta por su hijo, ya que ni adorno floral le faltaba, constituido por un mini florero en el centro de la mesa, con un no tan escuálido ramillete de diminutas lilas

Pero… ¡¡Qué bonita que está la mesa!!... ¡Eres toda una delicia, mi niño!...

Es que, acaso, la alta dama y señora se merece menos de caballero “Sin miedo y sin tacha”…

(Isabel hizo una reverencia, la mar de cómica, diciendo) ¡¡Honradísima por su sin par galanura, mi buen doncel!!...

Y Daniel, para no quedar atrás de su madre, respondió con otra más que “versallesca” reverencia, humillando el torso ante su madre mientras, en ademán servil, flexionaba las piernas en ostentación de postrarse ante tan alta dama, dando el paso atrás con una de sus piernas al tiempo que su brazo derecho subrayaba la reverencia imitando el antiguo “sombrerazo” con el chambergo

El más que honrado con vuestra benevolencia es este más que humilde siervo de tan principal dama…

Y Daniel remató la “faena”, sacando la silla de la mesa y ofreciéndosela a su madre para que se sentara. Esta repitió la reverencia y aceptó el sitial que su “caballero” le dedicaba, tomando asiento en él, tras lo cual el servicial “caballero” empujó la silla hasta acomodar convenientemente a su madre en la mesa, para luego él mismo sentarse, degustando ambos los “manjares” elaborados por Dani, que más sencillos no podían ser: Una simple crema natural de puerros y sendos pares de huevos acompañados de jamón, el típico jamón serrano de las frías tierras españolas, ese curado naturalmente al helado aire invernal de las altas serranías del país de la “Piel de Toro”(1)

Acabaron la cena y entre los dos recogieron la mesa y fregaron platos y servicios, yéndose luego los dos juntos a ver el programa de la Tele, una de esas pretendidas series de risa y tal, “Made in Spain”, que últimamente tanto abundan en las iberas cadenas televisivas, pura y genuina Tele-Basura las más de ellas, por no decir que en su íntegra totalidad, pero que a Isabel le “molaban” cosa mala, con lo que su visionado era casi obligatorio, aunque al bueno de Dani más bien que le dormían

Y así sucedió, que en no demasiado tiempo de sufrir la soporífera ración televisiva, el pobre Dani se estaba durmiendo a chorros, con lo que su señora madre le dijo que mejor se iban ya a la cama. Se levantó y ayudó a que él se levantara, casi llevándole ella al dormitorio. Llegados a la puerta de la habitación Dani volvió a besar a su madre de la misma manera, dulce, tierna como a lo largo de toda la tarde venía haciendo y se metió al dormitorio cerrando tras de sí la puerta.

Isabel quedó allí, ante la puerta como si le hubiera dado un aire. Su hijo no había hecho la mínima alusión a lo de “encamarse” con ella… No estaba segura de esperar iniciativa de él en tal sentido, pues por sus palabras de antes de dormir la siesta, eso de que”ni ayer ni anteayer había sucedido nada en absoluto”, algo así medio se barruntaba. Pero en cierto modo sí que esperaba “algo” al respecto… Y lo sorprendente es que estaba casi, casi, desilusionada…

Por fin se salió al salón, sentándose de nuevo en el sofá ante la “Tele”, pero ya no se enteró de nada de cuanto los señores, señoras y señoritas “invitados” al programita de marras soltaban por sus bocas, esos/esas, auto intitulados periodistas a quienes su hijo denominaba “Notarios de Alcoba” que llevaban puntual cuenta de cuantos “clavos” echaban famosos/as, famositos/as y famosillos/as, pues su mente estaba ocupada en otras muy distintas cosas

Isabel, entonces, era plenamente feliz y dichosa. Se sentía no ya sólo inmensamente querida por su más que adorado hijo, el ser que en este mundo ella más quería, sino halagada en su ser femenino, su ser de mujer y de mejer más bien hasta coqueta. Él, Dani, había dicho que era “guapa”, “inmensamente bella”. Y eso la agradaba; la agradaba mucho, muchísimo más bien

Pero, ¿qué dijo también? ¡Que tenía ojeras que no le gustaban!  Se levantó yéndose al baño, y resultó que sí; que, aunque no muy marcadas, sendas oscuridades sombreaban las cuencas inferiores de sus ojos. Tomó maquillaje y fue “aliviando” las más bien débiles líneas oscuras hasta ocultarlas casi por completo. Luego, tomó el lápiz de ojos y fue remarcando el contorno de sus ojos, haciendo que la honda negrura azabache de su mirada quedara vivamente resaltada, para a continuación seguir maquillando toda su faz. Para finalizar, con el perfilador marcó el contorno de sus labios, de su boca, pasándose después la barra de labios, hasta dejar una boca de ardiente color rojo vivísimo Se miró de nuevo al espejo y el conjunto que éste le devolvió le gustó; se vio guapa… Más que guapa; bella

Harta de televisión y, por primera vez en su vida, casi de acuerdo con su hijo en lo de que tales programas, la verdad, más cutres y deleznables no podían ser, se limitó a apagar la tele y la luz del salón e irse después a su habitación para acostarse. Tardó algo en dormirse, no tanto, desde luego, dándole vueltas a una idea que acababa de ocurrírsele, madurándola

A la mañana siguiente se levantó más bien pronto, pues todavía no eran las nueve y media de la mañana, y saltó del tirón al suelo. Se duchó, maquilló cumplidamente hasta verse más que guapa, eso, bella…arrebatadoramente bella. Volvió al  dormitorio y se dedicó a dar un buen repaso a su fondo de armario hasta decidirse por un vestido en raso liso azul casi cielo, ceñido por entallado al pecho y falda abierta en vuelo que, al andar, bambolearía coqueta al compás que su cintura imprimiera al paso, cortita además hasta acabar a un palmo por encima de la rodilla, si es que no era algún que otro dedito más

Un par de zapatos más o menos a juego con el azul del vestido, y de increíble tacón alto completó el conjunto que su figura exhibía. Se miró en la luna del armario que le retornó su imagen de cuerpo entero y sonrió complacida ante lo que vio, pues esa imagen era la de una mujer no ya bella hasta rabiar, sino de cuerpo algo más que escultural, que además ofrecía al macho humano más sibaritamente exigente la justa “Materia Donde Agarrarse”, sin adarme de superabundancia desfavorecedora alguna; vamos, lo justo y necesario para hacer de una mujer lo más sexi, lo más deseable que pueda darse; uno de esos “bombones” que hacen volver la cabeza al macho ibérico más serio y circunspecto sobre la Tierra

En un taxi se puso en el viejo Madrid de los Austrias, en pleno centro de la capital de España, a tiro de piedra de la Plaza Mayor, la Puerta del Sol y el Mercado de San Miguel, aunque más bien centrada en la zona comprendida entre las calles de Segovia y Toledo, con las dos Cavas, Alta y Baja, la calle del Almendro, la Cuesta de San Pedro, las plazas de la Cebada, de la Paja, de la Cruz Verde, San Miguel y de los Carros como meollo por el que moverse

Allí se estuvo casi toda la mañana, deambulando por aquél dédalo de calles y plazas, callejas y plazuelas, hasta que a eso de las tres y algo de la tarde entró en el restaurante donde Dani trabajaba para comer con él y, luego, volver juntos a casa. La tarde-noche la cubrió la siesta, que cada uno durmió en su cuarto, la cena, elaborada por el cocinero oficial de la casa, Daniel, y la película visionada por el video, ya que madre e hijo habían llegado al acuerdo de ver películas habitualmente, que a todo el mundo le gustan, aunque algún día Dani se sentiría magnánimo y permitiría a su madre ver su “tele-basura” de su alma. Por finales, al cine de las “sábanas blancas”, es decir, a la camita, bajo régimen de “cada Mochuelo a su Olivo”, que es la mar de sano

Esa rutina se estuvo manteniendo sin apenas cambios a lo largo de cinco, tal vez seis días, hasta que en la tarde de ese quinto-sexto día, la madre se recibió al hijo espetándole

¡Dani, vete haciendo a la idea de que en breve, no más un mes seguramente, lo de dormir la siesta se te acabó!

¿Y eso?...

Fácil. Vamos a tener que trabajar a fondo para sacar adelante nuestro negocio…

Dani soltó una carcajada de las que aúpa, antes de decir

¡Pero qué dices mamá! ¿Nuestro negocio? ¿T’has vuelto “majara” “u qué”?

¡”U qué”!... De “majara” nada, hijito, que bien cuerda estoy. Mañana empezarán las obras de acondicionamiento del local que hemos cogido esta misma mañana y me han asegurado que en mes y poco podremos abrir nuestro propio bar-restaurante. Ya le he dicho a Manolo que se vaya buscando nuevo cocinero porque el actual se establece con bar-restaurante propio en menos de un mes…

Efectivamente, a lo largo de esos días Isabel había estado viendo locales en venta por esa zona de los Austrias, privilegiada de cara al turismo, hasta encontrar lo que buscaba en la calle del Almendro. ¿Razones? El acusado pragmatismo generado últimamente en la mujer. Eso la hizo ver que, desaparecida la “señorita” Betty, se “esfumaron” los ingresos que ella aportaba a la casa, y como no estaba dispuesta a cortar en demasía el nivel de vida que desde unos años disfrutaba la familia, pues negocio al canto, y qué mejor negocio que un bar-restaurante teniendo el hijo que tenía. Pues eso…

Desde luego que Daniel en principio se negó a usar un dinero para él maldito, pero su madre le hizo ver lo tonto de su actitud, pues ese dinero no lo iban a tirar, y si les servía para ganarse la vida con su trabajo pues qué más daba. De todas las maneras a Daniel siguió sin gustarle un pelo el asunto, pero como a Isabel se le puso por montera, pues ya me diréis el remedio que al pobre Dani le quedó: Lo del “ajo y agua”, es decir, “a jorobarse y aguantarse”, por decirlo finamente…

En fin, que el bar-restaurante se inauguró unos dos meses más tarde, con Dani al frente de la cocina, Isabel al de la caja y cuanto tuviere que ver con los dineros, que menuda era ella en tales menesteres, que no se le escapaba un ápice de lo que barman de la barra y camareros del salón comedor se traían entre manos. Al control del comedor ayudaba la hija y hermana, Maribel, pues mamá Isabel acabó por ponerle “las peras al cuarto”: O arrimaba el hombro como cualquier hijo de vecino, o allá se las compusiera ella para buscarse las habichuelas nuestras de cada día, pues el bolsillo de mamá desde ya se cerraba a cal y canto: El sueldo que trabajando se ganara y pare usted de contar.

Desde entonces madre e hijo pasaban todo el día juntos, de la mañana a la noche. La verdad es que trabajar, trabajaron, desde las diez de la mañana que abrían hasta las doce de la noche, cuando no era hasta más tarde, con los sábados sesión hasta la una y más, pero fueron saliendo adelante y el negocio empezó a mostrarles su mejor cara.

De todas formas el sábado era un día especial, pues a Isabel le apetecía más que mucho divertirse, por lo que decía que si estaba toda la semana trabajando como una acémila, esa noche quería permitirse disfrutar a modo, y como su más querido “hobby” era bailar, cada sábado, cuando al fin cerraban, se agarraba al brazo a su hijo y lo arrastraba a la “perdición” discotequera, en especial las salas con ritmos caribeños, en espacial la famosa “salsa”, que a mami la volvía loca, por más que a Dani no tanto, pues el “mocer” (Mozo, chico joven, en Aragón) era un tanto negado en el arte de Terpsícore  (Musa de la Danza, en la Mitología griega). Pero el chico era “aplicado” y a veces hasta no lo hacía del todo mal

En fin, que así fue pasando el tiempo, día tras día, semana tras semana y mes tras mes, hasta que el restaurante cumplió más de medio año, Isabel los cuarenta “tacos” y a Dani le faltaban semanas para estrenar sus veintitrés. Entonces, una noche de tantas, cuando madre e hijo estaban sentados a la mesa de la cocina con los imperdonables vasos de leche de cada noche al regresar al hogar, a Isabel se le ocurrió soltar una verdadera chorrada

¿Sabes Dani? Parecemos un matrimonio… Siempre juntos, hasta para pasar el rato, y viviendo aquí los dos solos en amor y compaña

Dani guardó silencio algún momento, para decir luego

Sí; creo que tienes razón…

Calló otro momento y, lanzando un suspiro hondo, prosiguió

Sabes mamá; es una lástima que seas mi madre…

¿Y eso?

Porque si no lo fueras podría casarme contigo

Isabel no alteró un ápice la cara; simplemente se puso tremendamente seria, mirando fijamente a su hijo, mientras por unos minutos quedaba en silencio. Al fin habló, seria y con la voz asaz fría…

¿Qué has querido decir con eso?

Lo que he dicho. Que si no fueras mi madre te tomaría por esposa… Si es que tú me aceptabas, claro…

¿Y eso por qué? ¿Vuelves a desearme acaso? Ya te dije que en eso no habría problema…

No, no… No es eso… Déjalo mamá… Ha sido una tontería por mi parte… No…no he dicho nada… Una tontería… Olvídalo…

Pero sí que lo has dicho. Has dicho que te casarías conmigo si no fuera tu madre ¿Por qué lo has dicho? ¿Qué soy yo para ti? ¿Qué es para ti eso de casarte?...

Mamá, por favor; olvídalo… Es una locura… ¡Casarnos!... Una locura… Olvídalo mamá… Soy un imbécil… Un loco…

O sea, que sí; que… ¿Me quieres?...

Pues claro mamá… ¡Eres mi madre!...

No te vayas por la tangente, que sabes perfectamente que no me refiero a eso. A que me quieras como hijo, sino a quererme como hombre. Respóndeme, qué entiendes tú por casarte, por casarnos tú y yo…si pudiéramos. Simplemente revolcarte conmigo mientras te guste, mientras te “ponga”. O es otra cosa  más… Más…seria… Más estable… ¿Sabes? Cuando me casé con tu padre lo hice sin reserva alguna; de una vez por todas. Sin vuelta atrás. Y tu padre se casó conmigo de la misma forma; para siempre. Y claro que mutuamente nos deseamos; pero ¿sabes por qué? porque nos queríamos y cuando amas a una persona deseas unirte a ella íntima, muy íntimamente, en total, absoluta entrega. Si alguna vez me entregara a otro hombre, sería así, de una vez por todas…mientras viva… Pero él tendría que entregarse a mí en la misma forma… ¿Lo harías tú?... Si pudiéramos casarnos, claro

Dani estaba como Alicia en el País de las Maravillas, entre alucinado y maravillado… ¿Qué decía su madre?... ¿Qué decía Isabel, la mujer que su madre también era? Lo entendía; claro que entendía el sentido de las palabras de esa mujer que, aun siendo su madre, desde hacía muchos, muchos meses, le venía quitando el sueño. Pero no se lo podía creer; no podía ser que lo que en esas palabras adivinaba fuera cierto… Tenía que entenderlo mal…

¿A qué te refieres madre?... Qué… Qué quieres decir con eso… Con eso que dices…

Jovencito, no está bien responder a una pregunta con otra… Respóndeme primero tú y luego… Luego, tal vez te responda yo… Pero respóndeme a mí tu primero, en cualquier caso…

Dani siguió callado, en silencio, pero con los ojos abiertos como platos… Parecía… Parecía… Difícil de definir lo que parecía: Algo así como atónito, alucinado y aterrorizado… Todo a un tiempo, en algo así como “totum revolutum”, todo revuelto, tanto lo uno como lo otro o lo más allá, en maridaje casi imposible. E Isabel mirándole más seria según los minutos iban desgranándose, lentos, lentos, uno tras otro. Isabel, ante su hijo, estaba más mayestática que hierática, aunque también así, hierática; y seria; muy, muy seria… Seria cual oficial inquisidor. Por fin Dani tomó la palabra

De acuerdo mamá; te contestaré. Por partes. Primero, querías saber qué eras para mí. Bueno; pues te digo que lo eres todo… Mi madre más que adorada y la mujer que más quiero. La mujer que idolatro… La mujer que amo con todas las veras de mi alma y que siempre, siempre amaré hasta la locura si dado me fuera. La única mujer con quien yo me casaría, hoy y siempre, para amarla hasta el fin de mis días, para vivir por y para ella; para hacerla dichosa. Para hacer de ella la mujer más querida y feliz de la tierra. Para cuidarla, para arrullarla… No sé… Sólo una cosa te puedo decir, Isabel, cariño mío: ¡¡¡Cómo; cómo te quiero, cómo te idolatro!!!… ¡¡¡Cómo te amo Isabel, a ti, a la mujer que es mi madre!!!... ¡Y claro que te deseo! ¡Pues claro que sí! Tú lo has dicho antes; cuando se ama, se desea al ser querido, al ser amado. Se desea, puede que como a nadie nunca más se desee, y el cénit, la aspiración máxima del ser que ama es unirse, en íntima unión, al ser amado, hasta ser los dos una misma cosa, un mismo ser. Perdona, mamá, si lo que te digo te ofende, te escandaliza. Sí; si así lo ves, si así lo entiendes, seré algo abominable, degenerado, bastardo incluso. Pero yo no me siento así… Simplemente, te amo…

Isabel sintió que algo se le ponía en la garganta que apenas si la dejaba respirar, al tiempo que un tremendo escozor se cernía sobre sus ojos que, por segundos, se le velaban por una especie de cortina de agua, al tiempo que notaba cómo gruesas gotas acuosas comenzaban a surcar, indolentes, sus mejillas. Todavía madre e hijo estaban sentados a la mesa de la cocina, uno frente al otro, con el mueble entre ambos. Isabel entonces extendió sus manos hacia las de su hijo, pasándolas por encima de la mesa. Él las recibió, tomando ambas con las propias suyas, e Isabel habló a su vez 

¡¡Qué bonito es lo que me has dicho?... ¿De verdad me quieres así, cariño?

Sí mamá… No exagero nada en absoluto

Y… Quieres que sea tuya… Tu mujer, ¿verdad?

Desde luego mamá… Te lo ruego; ámame como yo te amo… Te haré feliz mamá

Isabel llevó su mano derecha al rostro de su hijo, acariciándolo, pero él la tomó y la besó

Me da miedo, mi amor… Eres mi hijo… Soy tu madre… Me da miedo, Dani… Mucho miedo…

Mamá, no sería la primera vez… Ni entre tú y yo… Ni en la historia de la Humanidad tampoco…

Ya lo sé hijo, pero… Cariño las otras dos veces que lo hicimos era distinto ¿Sabes? Ese deseo que sentías por mí lo entendí como una especie de obsesión morbosa, casi una enfermedad; una enfermedad de la mente. Y yo quise “curarte”, arrancar de ti la obsesión…el mal que te aquejaba, enfrentando el fuego al fuego; pensé que si me “abría” para ti se te acabaría yendo todo, te “curarías”… Pero esto es diferente… ¡Amarnos!... ¡Tú y yo!... ¡Dani, es una locura!... ¡Pero qué bonito que también podría ser!...

Daniel percibió lo que a Isabel le sucedía… Le atraía la idea… Puede que entonces aún no le quisiera, no le amara como él la amaba a ella, pero la idea de sentirse amada, querida por un hombre, él mismo en este caso, de la forma que él le decía que la amaba y la amaría siempre, le gustaba, la atraía Y sí; ella acabaría amándole de la forma que él quería…sin duda alguna… Ella le quería al lado del alma, por eso antes aceptó complacerle… Por eso, ahora, que la relación entre ambos sería muy distinta, entre un hombre y una mujer, de verdad y a todo ruedo, ella acabaría rindiéndose; abriéndose al amor

Y decidió ir a por todas. Entonces mismo, en aquél momento; era el ahora o nunca; estaba convencido… Ahora o nunca. Se levantó y fue hacia ella, tendiéndole la mano al llegar a su lado

Ven mamá… Ven conmigo… Nunca más volverás a estar sola en la vida… Siempre, siempre, estaré yo a tu lado… Ven cariño mío… Amor mío… Vida mía

Isabel le miraba subyugada, con los ojos muy, muy abiertos. Dani la tomó de la mano y tiró de ella; eso sí, la mar de suave, dulcemente… Y ella, Isabel, se levantó y avanzó hacia el hijo que tiraba de ella. Isabel acabó llegándose junto a su hijo, que al punto la abrazó muy, muy estrechamente… Le alzó el rostro tomándola de la barbilla y los masculinos labios buscaron la boca de la mujer, que al momento se le abrió gozosa.

El beso fue largo, dulce, tierno… Repleto de amor de cariño y henchido de la ideal mezcla de cariño y pasión… De inmenso amor y tórrido deseo… Isabel gemía, casi jadeaba llena de amor y pasión hacia su hijo y él la acariciaba el rostro, pero también los senos a través de la ropa. Isabel retiró los brazos, las manos, del cuello de Dani para bajarlos hasta su cintura y soltar el cinturón que cerraba la bata que vestía, que al instante se abrió por completo mostrando las dos únicas otras prendas que cubrían su cuerpo, el sujetador y las braguitas tanga.

Entonces Dani llevó hacia atrás la bata, haciendo que, a través de los brazos de Isabel, se deslizara hasta el suelo. Seguidamente, sus brazos abarcaron, estrechándolo hasta la saciedad, el cuerpo femenino, ganando así sus manos la espalda de Isabel soltando las presillas de la superior prenda íntima. Acto seguido, fue el sujetador el que ganó el duro suelo, deslizado también a través de los brazos de Isabel. Libres ya de todo encierro los suaves, túrgidos, senos, las manos de Dani los acariciaron para de seguido ser sus labios los que arrullaron las mamas de su madre.

Isabel, a tales alturas, jadeaba ya abiertamente de placer. Luego su hijo planto ambas manos en plena espalda y nalgas femeninas, abarcando sus brazos todo el cuerpo de Isabel; lo alzó en vilo y así, en brazos, sacó a su madre de la cocina para, a través del salón, pasar al pasillo y llegar hasta el fondo del mismo, al dormitorio de su madre.

Allí depositó el amado cuerpo sobre la cama, empezando él mismo a desnudarse, cosa que hizo en bastante menos de lo que se tarda en decirlo, mucho menos en escribirlo… Ya como Isabel lo introdujera en este mundo, se subió a la cama; despojó a su madre de la última prenda que aún se mantenía sobre su cuerpo, la braguita-tanga para, a continuación, subirse sobre ella, que le recibió amorosa entre sus brazos.

De nuevo se besaron los dos en verdadero frenesí de pasión, de locura, de deseo mutuo. Con las piernas, rodillas más bien, Dani pidió paso a la más genuinamente femenina intimidad de Isabel y ella, cual fiel y rendida amante, le franqueó el paso abriendo sus muslos casi, casi, que de par en par. Todavía el hijo prolongó los prolegómenos de la total, absoluta unión de cuerpos, de carnes en una sola, acariciando tan sensible órgano femenino, primero con sus dedos, luego con la hinchada cabeza de su masculinidad, pasándosela suavemente a través de las cortinas carnosas que velaban el acceso inmediato a aquél cáliz de divina ambrosía. Los jadeos de Isabel se acentuaron hasta más o menos convertirse en gritos, un tanto apagados todavía, pero gritos 

Dámela ya, cariño… Entra en mí, mi cielo… Haz dichosa a mamá hijito de mi vida… ¡Aayyy!... ¡Aayyy!... ¡Aayyy!... Te deseo, te deseo, Dani, mi amor; mi hijito querido… ¡Aayyy!... ¡Aayyy!... ¡Mi hombre; si; mi hombre!… ¡Aayyy!... ¡Aayyy!... Mi marido…

Dani no se hizo de rogar; bajó sus manos a las nalgas, el culito de su madre, iniciando al segundo la invasión de la femenina interioridad de su madre. Ella, al sentirse invadida, suspiró de placer al tiempo que izaba la zona pélvica, a fin de consumar, más y más, la fusión en uno de los dos cuerpos. Por fin notó que todo su interior estaba lleno de su hijo; el suspiro que al momento exhaló fue bastante más sonoro y profundo que el anterior, cuando se empezó a sentir penetrada. Se abrazó a Dani más que con fuerza, con furia… Furia desatada era entonces Isabel, anhelando la dicha de la sexual relación con su hijo… Ansiando libar el elixir del amor hasta sus últimas gotas…

Seguía con la pelvis levantada, solo que ahora sus esfuerzos no se dirigían a alzar más y más el pubis, sino a empujarlo con sus caderas adelante y atrás, en movimiento perfectamente sincronizado con el de él al empezar a moverse, haciéndola disfrutar. Isabel, mientras se movía al unísono con Dani, gemía, jadeaba, lanzaba quedos grititos, al tiempo que se abrazaba, convulsa, frenética, al cuello, los hombros, la espalda de su hijo; por otra parte, alzando sus piernas, atenazó entre ellas nalgas y muslos de Dani, empujándolos hacia abajo, hacia ella, hacia su propio pubis…

¡¡Te quiero Dani!!... ¡¡¡Te quiero, mi amor!!!… ¡¡¡Como tú querías que te amara; como tú me amas a mí!!!… Soy tu madre y como tal te quiero, pero también soy mujer…y la mujer que soy también te quiere…como al hombre que también es mi hijo… ¡¡Sí, amor; te quiero, te quiero, te quiero!!... ¡¡¡Aggg!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!...

¡¡¡Y yo a ti Isabel!!!... ¡¡¡Dios mío y cómo te quiero…cómo te amo ángel mío…vida mía…amor mío!!!... ¡¡¡Qué grande que eres, querida mía!!!... ¡¡¡Cómo me haces disfrutar!!!... ¡¡¡Eres increíble, Isabel; la mujer más mujer del mundo!!!

¡¡¡Y tu mujer cariño; tuya, mi amor; sólo, sólo tuya!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡Cómo…cómo me haces disfrutar, querido mío!!!... ¡¡¡Ayyy!!!... ¡¡¡Ayyy!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡¡¡Te quiero Dani, amor mío!!!... ¡¡¡Te quiero, te quiero, te quiero, vida mía; bien mío…queridísimo mío!!!

Volvió el silencio de las palabras pero no el de las sensaciones; el de los gozos; el del intenso placer vivido, disfrutado por madre e hijo, en forma de quejidos de intensa felicidad, de jadeos de inmensa dulzura, de grititos apenas contenidos… Sí, de una dicha sexual inenarrable pero, real y verdaderamente, por entro exenta de lujuria… No se trataba del simple y primitivo sexo por el sexo…

Era algo mucho más complejo. Era ese sentimiento que en el ser humano desarrolló su evolución biológica y que, vulgarmente, llamamos amor. Ese sentimiento por el que un individuo humano elige a otro humano individuo, a uno en particular, distinguiéndolo, diferenciándolo así del resto de los humanos de su mismo género, masculino o femenino, con lo que le hace único y diferente de todos los demás, porque para quién así lo elige y distingue es a su vez único y diferente de todos los demás.

Madre e hijo, Dani e Isabel, siguieron amándose intensamente, entregándose el uno a la otra, la otra al uno, con todas las fuerzas, todas las energías que eran capaces de reunir; en esa forma de amarse que se patentiza, se hace tangible, en la entrega sexual, en el deseo sexual que dos seres que se aman sienten el uno hacia el otro; ese deseo sexual que se centra, empieza y acaba, en el ser querido, en el ser amado. Y el goce que mutuamente se prodigaban era enteramente excelso, inconmensurable.

Se besaban, se acariciaban… Casi que hasta se comían pues, en casi el cénit de la sexual relación, los mordiscos en labios, lóbulos de oreja, cuello, pezones menudearon hasta incluso hacer que la sangre brotara, como también hicieron brotar la sangre las largas y cuidadas uñas de la mujer, engarfiadas en el hombro masculino, incrustadas luego en la masculina espalda para a correo seguido deslizarse, bajar por esa espalda abriendo surcos sanguinolentos

Isabel aulló en alaridos cuando la intensidad de la relación le hizo gozar del primer y segundo orgasmo que aquella noche le regalaría su amante hijo, su amantísimo hombre, con su amor materializado en la íntima relación sexual, y del mismo modo, él, Daniel, berreó cuando sintió que también él alcanzaba la plenitud de la dicha en su propio orgasmo

Mamá; mamá querida; mujercita mía… No… No meee pueee…dooo aguan…taaar mááás… ¡¡¡Ay!!!... ¡¡¡Aayyy!!!... ¡¡¡Aaayyyy!!!... ¡¡¡Mee…veeen… gooo!!!...

¡¡¡Sí cielo; sí, sí!!!... ¡¡¡Hazlo hijo!!!... ¡¡¡Hijito mío, hazlo; córrete cariño; córrete!!!... ¡¡¡En mí, mi amor; en mis entrañas!!!...

¡¡¡Mami; mamita mía!!!… ¡¡¡Me corro, me corro, me corro!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡¡¡Aaagggg!!!... ¡¡¡Ya…ya…ya!!!… ¡¡¡Me estoy corriiieeendoooo!!!... ¡¡¡Sí mamá, sí…me estoy corriendo; me estoy corriendo, mamá!!!                          

¡¡¡Sí, cariño mío; córrete, córrete dentro de mamá; dentro de tu mujer, de tu mujercita que te adora!!!... ¡¡¡Sí mi amor; sí, vida mía!!!... ¡¡¡Así cielo mío; así!!!... ¡¡¡Ay!!!... ¡¡¡Aayyy!!!... ¡¡¡Qué gusto, mi amor…qué placer más grande!!!... ¡¡¡Te siento, mi hijito; te siento dentro de mí!!!... ¡¡¡Siento cómo te vacías dentro de tu madre!!!... ¡¡¡Siento tu esperma golpeando sin cesar en el fondo de mis entrañas!!!

Daniel se acabó de vaciar dentro de Isabel, pero eso no fue el final de aquél primer acto  de amor materializado en la sexual relación de esa gloriosa noche, pues también, y mientras la más placentera eyaculación que Dani viviera en su vida hasta el momento, Isabel gozó de su, por lo menos, tercer orgasmo de esa noche más que gloriosa para ambos, por lo que el muchacho, el hijo-hombre de Isabel, siguió y siguió en la brecha hasta que su madre hubo disfrutado no solo de ese tercer cénit del placer, sino de un cuarto y quizás de un quinto, pues esos últimos fueron algo así como la traca final de unos fuegos artificiales, pues llegaron consecutivamente, como en cascada, que el AMOR le compensó con una segunda eyaculación…

Pasaron los años y con los años el último día del 2012 y el primero de 2013. Daniel e Isabel son padres de tres vástagos, un niño, otro Daniel, el mayor con casi catorce años, pues en fines de Febrero del 2013 está a días de cumplirlos, y dos niñas que en el corriente año harán trece la una y doce la otra.

Ya no están en Madrid, pues antes de nacer su primer hijo la marital relación entre ellos era de dominio público tanto en el restaurante como entre la vecindad de su casa, por lo que Daniel, celoso de que el nombre de su madre-esposa anduviera de boca en boca, convenció a Isabel para vender el local donde tenían el bar-restaurante y emigrar de Madrid a donde nadie les conociera para allá instalarse como cualquier otra pareja, por lo que ahora regentan otro negocio más o menos calcado del anterior en una ciudad de la Vieja Castilla, Valladolid, una capital de provincia con bastante vida interna

Sí, siguen juntos y queriéndose como aquél primer día de mutuo amor, tras quince años de matrimonio; de matrimonio, sí, aunque no tengan documento alguno que avale legalmente tal situación, pues así ellos dos lo quisieron cuando en aquella su, digamos noche de bodas o nupcial, mientras descansaban ambos, abrazados, tras su primer “combate cuerpo a cuerpo” él le dijo a ella que  por qué no se casaban; ella le respondió que ya le gustaría, pero que cómo, y Daniel, tomándola la mano, empezó a decir

Yo, Daniel, te tomo a ti, Isabel, por única y legítima esposa y mujer, otorgándome a ti por tu esposo y marido, para amarte, honrarte y respetarte, y serte fiel hasta el último día de mi vida…

Isabel entonces, con todo su amor brillándole en los ojos y la boca abierta casi de oreja a oreja de la inmensa felicidad que la embargaba, respondió

Yo, Isabel, te acepto a ti, Daniel, como mi esposo y marido y a ti me otorgo por tu esposa y mujer, para amarte, honrarte y respetarte, jurando serte fiel hasta el último día de mi vida

Aquello fue una formal declaración y decisión firme y libremente tomada por ambos, de unirse en matrimonio de por vida, y como eso es lo que los dos querían, y quieren, así se sienten, marido y mujer a todos los efectos… ¡Y que salga el sol por Antequera!, como por aquí, España, suele decirse cuando queremos llevar una cosa a efecto pese a quién pese, a trancas y barrancas si ello es necesario…

 

FIN DEL RELATO

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